Partida Rol por web

Tan previsible como siempre. Que facil que es sacarle de sus casillas. Me encantaria soltarle el santoral mas abrupto de improperios que fuese capaz, pero eso no haria mas de allanarle la pista para montarme una escenita de gallo cabreado y defensor de los intereses del alcalde, aquellos que no sabe que tiene. Naturalmente el alcalde se cabrearia con los dos. Esa escena ya me la conozco. Ademas, bajaria mi listón delante de su esposa, y aunque se que mis aspiraciones hormonales y febriles son vanas, no puedo evitar ser un caballero en su presencia.

Sin ni dignarme a mirarlo arranco el coche y me dirijo al puerto.

Atraviesas las arterias más importantes de la ciudad, moderando un poco tu agresividad natural al volante, pero tampoco demasiado. Lo justo. O así es como lo estimas. En cualquier caso, siempre que el tráfico te lo permite, utilizas el límite de velocidad como un cota inferior. Lo contrario te aburre.

Llegáis al límite norte del barrio del puerto. Por suerte, han tenido la decencia de establecer los embarcaderos de recreo a tocar del casco antiguo (que limita con el barrio del puerto al norte de éste), pues el barrio del puerto, propiamente dicho, no es estampa que pueda agradar a los turistas, precisamente.

Tras enseñar la acreditación en la entrada, se os da acceso con el coche hasta el mismo embarcadero donde está amarrado el yate del alcalde.

Hay personal en el barco que os esperaba. Cuando paras el coche al lado del barco, desciende un tipo con pintas de ser el capitán y un par de ayudantes.

Bajo del coche para abrir la puerta a mis pasajeros. Primero al alcalde, mas por la corta distancia que por gusto. Una vez bajado voy a por su mujer y repito la operación. Otra vez ese perfume embriagador en mi zona vital. Un dia de estos ...

Dejo al secretario en su sitio. El sabrá. Me dirijo al maletero y le doy maxima prioridad a su vaciado, dejando las maletas al lado. Tengo que cerrarlo lo mas pronto posible. Después, si los mozos no se acercan, ya iré acercando yo las maletas. Doble esfuerzo, pero el dolor visual que me produce la chapuza del maletero asi lo exige.

Mientras se me ocurre aprovechar el momento para ojear a mi entorno y estar atento. A lo mejor sale algun nombre relacionado con el caso. Seria casualidad, pero nunca se sabe. Además, sigo sospechando de la marcha del alcalde justo ahora. Puede incluso que el capitan del barco y el alcalde se digan algo que pudiera ser relevante.

Y mientras, el secretario a su bola. Tendré que acercarme igualmente para recoger el equipaje del asiento de delante.

Todos descienden del coche, incluso el secretario, que no se ha esperado a que le abras la puerta. Casi si ha bajado del coche al mismo tiempo que lo hacías tú. El pasmarote se ha quedado de pié, con la puerta abierta, mirando el yate y ajustándose la corbata, mientras les abrías las puertas al alcalde y su mujer.

Procedes al vaciado del maletero y, a una señal del capitán, los dos grumetes comienzan a cargar con los bultos que vas dejando en el suelo y trasladándolos al bote.

Pasa por detrás de ti, con la maleta que tenía a sus pies en sus manos. Se acerca al grupo de bultos que estás depositando en el suelo y deja la maleta allí.

- Aquí tienes. - Lo dice con dejadez. Como escupiendo las palabras. Como si te hubiera hecho un gran favor a regañadientes.

Observa de reojo la escena.

- Gracias, Eugene. - Dice para cortar la tensión y estrecha la mano del capitán.

- ¡Querido Juan Pablo! - Saluda efusivamente a quien habrá de gobernar su yate - Veo que lo tienes todo a punto. ¡Perfecto! Creo que habrá buena mar. He estado mirando el parte meteorológico ayer por la noche y pensé: ¡Joder, va a parecer un paseo por una piscina! - Acaba la frase carcajeándose y entrando en el barco al lado del capitán.

Se queda unos instantes, observando como se llevan el equipaje al interior del barco. Es uno de esos tipos que les gusta controlarlo todo. En algún momento mira hacia el maletero e intenta aguantarte la mirada cuando se cruza con la tuya, pero con escaso éxito.

Cuando los grumetes se llevan la última maleta esclama - ¡Pásatelo bien, Arnau! - Con evidente sorna - El día veinticuatro por la tarde regresaremos, así que deberás estar aquí como un clavo. - Se mira la hora y sube al barco, esquivando así cualquier respuesta por tu parte.

Mientras cargaban las maletas, se ha echado a un lado del embarcadero, a la sombra de una palmera artificial que a algún iluminado con más pluma que cerebro se le ocurrió poner en aquel lugar. Cuando todo el equipaje está dentro, se encamina hacia la pequeña pasarela y se detiene a tu altura.

Tiene un cigarro en sus dedos que acaba de extraer de una pitillera dorada que vuelve a guardar en el bolso.

- ¿Me das fuego, Arnau?

En otras circunstancias razonaria la situación. Observaria como una mujer interesante da el primer paso con una tecnica tan clasica y cinefila. En otras circunstancias no dudaria un instante en darle fuego, siguiendo con los habituales ritos de cortejo rapido y apareamiento fugaz. Sexo febril con una desconocida. Mi modus vivendi de hace unos años. Pero no son otras circunstancias. 

Una mezcla explosiva se pasea por mi mente. Por un lado, mis defensas abatidas al acercarse, al oler de cerca su perfume embriagador. Por otro lado el esfuerzo titanico, epico, para no mostrar ningun signo que hiciera sospechar a nadie de lo que me esta pasando por la cabeza, aguantando el aliento como para intentar inutilmente parar mi corazon y asi evitar un numero excesivo de pulsaciones. Y todo eso, si no es poco, con la promesa hecha a mi otro yo para cuando tuviera un instante en mi vida, lanzarle una mirada, un gesto, algo que me haga sentir menos estupido las mil veces que pienso en ella.

Y entonces esa fabulosa contradicción a todas las teorias fisicas actuales y a ninguno de los guiones de series de ciencia ficción. El tiempo se para. El planeta deja de girar. Silencio. Su mano se coje a la mia para permitir que la llama consuma ese cigarrillo de 5 euros. Soy un maldito becerro a la merced de semejante dama, que ha caido conscientemente en el juego femenino de la insinuación, sin resistencia y con sumision, esperando como aquel que anela el aire para vivir un cruce de miradas, un destello en sus ojos.

Y asi finaliza el que seguramente sera el mejor instante en dias hasta que vuelva de las vacaciones. Amen por la quimica corporal. Y amen por la estupidez que me hizo decir semejante idiotez :

- Señora, un placer, como siempre. Espero que disfrute de sus vacaciones. No dude en llamarme... qui.e.. .esto. ... no duden, queria decir, en llamarme cuando vuelvan a la hora que sea. Estoy para servirles .... en todo lo que les sea necesario.

Enciende el cigarro y escucha tus balbuceos. Una media sonrisa aparece en su rostro, que no hace si no que aportar más luz a sus facciones.

- Gracias, Arnau. Intentaré disfrutarlas, a pesar de la compañía. - Hace un gesto señalando al secretario que está en cubierta "supervisando" el transporte de las maletas - Ese payaso me repatea tanto el hígado como a ti, pero por lo menos sé que mi marido no se lo está tirando. - Sus palabras van cargadas de confianza. Sabe que puede hablar contigo, pues anteriormente ya habéis tenido alguna que otra conversación y conoce de tu discreción. Da una profunda calada al cigarro. - Nos vemos en una semana. Cuídate.

Dicho esto, te da la espalda y sube al barco sin mirar atrás. Su caminar es embriagador, pero la presencia de Eugene, observando como una vieja alcahueta, hace que evites quedarte quieto contemplando su bien cuidada figura en movimiento mientras sube al yate.

Sus palabras llenan mi alma de una felicidad unica, una sensacion de exclusividad emocional que aparece solo cuando nuestras distancias son cortas y sus palabras y mirada me invaden y destrozan todas mis defensas, toda mi vida de malas experiencias y de oscuridad. La sola esperanza de lo que podria ser me hunde y me reflota con una freqüencia demasiado elevada para mi autocontrol. 

Un dia de estos ....

Miro al capullo de Eugene. Seguro que le infla la cabeza al alcalde sobre lo mala persona que soy. Como me hechen a la calle por su culpa le doy un paseito en el maletero. Eso si que se me da bien.

Bueno, estoy en el puerto. Supongo que mis compañeros de viaje deben estar por estos lares, aunque mas lejos de la zona vip. Podria hacer un par de indagaciones, aunque les estaria pisando sus tareas. No se. Si a caso hecho un vistazo a mi alrededor, a ver si veo alguien a quien podria preguntar, algun encargado, algun mozo inocente, que pueda soltar algo en modalidad radio macuto. Mientras, esperare de pie al lado del coche hasta que la embarcacion se haya ido.

No puedo evitar seguir de reojo a la mujer del alcalde ya dentro del barco. Lo que daria por estar solo con ella en esa embarcacion y huir muy lejos de esta mierda que nos rodea.

Ves varias personas yendo arriba y abajo por el puerto. Desde simple paseantes a gente con uniformes que insinúan que pertenezcan a alguna que otra tripulación. No tienes ni idea de navegación ni de cómo se estructuran las jerarquías portuarias ni los uniformes asociados a una u otra función. Por tanto, estás un poco perdido al respecto de qué uniforme significa qué.

Si te decides preguntar a alguien, será completamente al azar la ocupación real en el puerto de quien preguntes.

Esta claro que no tengo ni idea de a quién preguntar. No quiero liarla. Además, muchos habrán visto a quien llevaba, y no me interesa que alguien vaya a soltar por ahí que aprovecho la situación con el alcalde para mis asuntos propios. 

Me meto en el coche, pero me quedo en el lugar. Que no conozca como desenvolverme en la zona no implica que no vaya a pasar nada. Nunca se sabe. Además, mientras no encuentre informacion sobre Amalia y cia. no tengo a donde ir. 

Asi pues, enciendo el portátil, lo enchufo al cargador móvil y empiezo a buscar allí donde lo dejé. A ver que encuentro.

Comienzas a navegar con el portátil buscando datos sobre lo que pudiera ponerte en la pista del caso Amalia.

Partiendo de la nota de la agenda de Ramón, donde nombraba algo sobre "Rondar el Tet", encuentras que hay una cadena de perfumerías llamada "Notes de Tête" donde trabajaba una tal Amalia. Según parece, su jefe se propasó con ella y ésta le interpuso una demanda que amenazaba con echar el cierre de la empresa si llegaba a buen puerto, pues la indemnización iba a ser importante y la empresa no cuenta con una economía boyante, precisamente.

La perfumería se encuentra en el Casco Antiguo de Cunia. Justo al norte del puerto, por lo que no queda nada lejos. Eso sí, la zona donde se ubica la tienda es peatonal, así que, si pretendes ir hasta allí, deberás dejar el coche en alguno de los parkings que flanquean el área comercial del barrio más antiguo de la ciudad.

Bien. Al final ha sido mas facil de lo que me pensaba.

Levanto la vista y veo el panorama que me rodea. 

Aqui no voy a sacar nada claro y solo perderé el tiempo. Me voy para el casco antiguo. No me gusta demasiado dejar el coche en esos parquins publicos tan estrechos. No seria la primera vez que tengo que repasar algun golpecito de algun cabron con el brazo demasiado extensible abriendo puertas. Pero bueno, almenos me dare un paseito por el centro, que eso siempre es agradable (hay sombra por doquier).

Arranco el coche y me dirijo al parquing mas adecuado por la ruta mas corta, tranquilo, sin correr, disfrutando del momento. Esto se va a poner feo y complicado, seguro. Cojamos pues uno poco de aire viciado de Cúnia... dios, como añoro los fondos de pantalla del Pallars...

Sales del párking y te adentras por las estrechas callejuelas que dan forma al casco antiguo. De camino al local, te vas topando, casi como por casualidad, con alguna de las grandezas que resuenan fuera de las fronteras del Distrito Federal. Te sorprende, de repente, entre la calma de las sinuosas calles, la vieja muralla que surge agarrotada por el paso del tiempo, como si la nada la hubiera arrojado allí, unas décimas de segundo antes de tu presencia.

La paz es, contra todas tus previsiones, el sentimiento que te regala este escenario. Poco hay más allá de los transeúntes y turistas, armados estos últimos con sus cámaras para inmortalizar unos monumentos en la que algunos habían apodado "La Joya del Mediterráneo".

Tras disfrutar un poco más con el paseo, caminas hacia el mar, sirviéndote como guía la brisa marina que, cómplice con la sombra de las callejuelas empedradas, reduce el calor sofocante de un día como hoy a poco más que un amargo recuerdo.

Llegas así a la plaza del Mirador, donde el sol vuelve a golpear inmisericorde a quien se atreve a cruzarla. En uno de los laterales de la plaza, se abre la principal calle comercial del barrio. La misma que te conduce hasta la perfumería "Notes de Tête", un modesto establecimiento cuyo cóctel de fragancias abofetea sin compasión a quien se atreve a poner un pié dentro.

Varios turistas recorren el local, curioseando y probando fragancias. Una dependienta lidia entre los clientes y la caja registradora. Te parece ver alguna otra deambulando por los pasillos y asesorando a los turistas que requieren de su ayuda.

Me acerco a la dependienta que veo menos ocupada, mientras observo si en algun rincón de la tienda hay algún tipo que tenga indicios de ser el jefe. No me interesa que oiga la conversación que voy a tener.

- Hola, perdona, está Amalia? - le digo a la chica

Observas la tienda y no parece que haya nadie con pintas de ser el jefe. Los únicos hombres que hay en el establecimiento son sufridos acompañantes de sus mujeres. Poco más que percheros humanos que limitan sus funciones a cargar bolsas y asentir cuando se les pregunta.

Por supuesto, el aire acondicionado está encendido a toda mecha. Así que encuentras el lugar casi que acogedor.

La mujer estaba acondicionando unos estantes de perfumes y se gira en cuanto oye tu voz.

- ¿Cómo dice? - Pregunta, sin pensar. Mira tu posado serio, se lo piensa mejor y balbucea - Ah... no. Amalia ya no trabaja aquí. Lo siento. - Acto seguido, continúa su labor donde la dejó.