Deja tranquilo al tipo de las gafas. Parece estar en shock, pero al menos se ha relajado un poco, y se acerca al grupo.
- ¿Puedo apagar la música? Está altísima, y creo que está poniendo de los nervios a más de uno.
Ve entrar al grupo dentro de la cocina. Está sentado, sin entender nada, pero se levanta y les sigue.
Mientras discutis sobre lo que podéis usar o no de arma, el chico que iba en el coche entra en la cocina.
No dice nada, simplemente tiene curiosidad por ver lo que pasa. Se coloca tras Carlos y Marina y se queda esperando mientras estos discuten que hacer o no.
Busco en su cazadora y le dio al anciano un bolígrafo Bic con el tapón todo mordido. ¿Es como esa película donde un presentador de televisión repite una y otra vez el mismo día? Creo que se llamaba…. El día de la marmota. Para salir el presentador tenía que acabar conquistado a una chica de la que estaba enamorado. Todo muy romántico y ñoño, no me gustó mucho la película. La vi porque mis padres la alquilaron en el video club.
Sandra miró unos segundos a Gero escuchándolo hablar, dando voz a unos pensamientos que quedaron al final sin pronunciarse. De buena gana hubiera cogido al joven por los hombros y lo hubiera zarandeado para que terminara lo que estaba diciendo, pero se conformó con observarlo antes de preguntar.
—¿Y si...? —dijo en un vano intento de que continuara con su comentario—. ¿Qué ibas a decir?
De reojo vio a Miguel cómo revolvía en su cazadora para darle un bolígrafo, que le recordó a su época de estudiante, al anciano y su atención se desvió entonces de Gero a Rufino. Sentía curiosidad por ver qué podía sacar aquel hombre tan mayor de todo el galimatías que había escrito en las hojas sobre la mesa y le hacía gracia que fuera precisamente un ancinao el que intentara buscarle algún sentido.
Se volvió de nuevo hacia Gero esperando aún su respuesta.
Estoy ensimismado pensando en la fecha futura 2014, intentando hilar, fantaseando, preocupado. Luego el anciano habla y lo miro sorprendido. -Vaya, bien sabe Dios que no son las cosas siempre como parecen... -Me levanto de nuevo, agarro el libro negro y se acerco a Rufino con la página escrita abierta, para que la ojee también. Y de paso mirar yo también el resto de papeles.
-Aquí le traigo el libro. A ver si encuentras usted algo, hombre. A ver si entre todos sacamos algo en claro.
Marina ve con decepción el vacío reinante en la cocina. Se había agarrado a la posibilidad de encontrar algo útil allí como a un clavo ardiendo. Realmente necesitaba creer que tenían una posibilidad de salir de allí con vida. Por pequeña que fuera. La desesperanza va en aumento al tiempo que Josemi y Carlos discuten sobre los cristales. Buscando un foco de distracción se fija en la llegada de Eloy y se vuelve hacia él.
-¿Eres el chico del coche aquel, verdad? -pregunta a modo de saludo.- Nosotros fuimos los que te encontramos la vez anterior... o en el sueño. O lo que fuera aquello.
La joven hace un gesto de la mano tratando de abarcar a los presentes.
-¿No recuerdas nada de la otra vez? ¿Qué estabas haciendo antes del accidente? ¿Con quién? ¿Nada?
Tras mirar unos segundos el recorte del periodico, se quedó mirando hacia el chico, Eloy.
-Hey, chaval, espera... tu te llamas Eloy ¿verdad? ¿Como se llaman tus padres? - le indicó a Sandra que esperase un momento y le señalaba unas líneas concretas del recorte, mientras él esperaba a que el chaval le contestase.
Carlos desafió a aquel chico con la mirada. ¿Por qué la juventud de hoy en día era tan arrogante?
Con unos pañuelos, gilipollas.
Obvio que ponerse a su mismo nivel no era la cosa más acertada, pero no estaba para chiquilladas... Tras ello, se giró hacia su compañera y se introdujo en la conversación:
¿Os conocéis?
Sandra se quedó mirando a Gero con extrañeza cuando éste se dirigió al joven que habían encontrado perdido en la nieve junto al coche, antes de centrarse en la parte del recorte que le había señalado.
Un escalofrío la recorrió de arriba abajo, y no precisamente por el frío, al leer uno de los nombres escritos. Aquello no podía ser verdad, tenía que ser una coincidencia. Levantó lavista buscando a Gero y a Eloy, esperandola contestación del chico y sintiendo como el temblor que su mano hacía mover ligeramente el recorte.
Marina niega con la cabeza ante la pregunta de Carlos.
-Hasta el accidente del ALSA no le había visto en mi vida... Lo conocí la "otra vez" -la joven hace el gesto de las comillas con las manos mientras habla.- Sé que suena tonto, perdón... pero necesito buscarle algo de sentido a todo esto.
Eloy ya está dentro de la cocina cuando desde fuera, Gero le llama. También alguien le ha dicho algo dentro, pero eso fuera no se oye, así que el muchacho duda a quien responder. Se asoma hacia fuera, al oír a Gero, pero primero le dice algo a Marina, que le escucha desde el interior.
- Viajaba con mis padres, iba medio dormido, con el walkman puesto y... Espera - le hace un gesto y se vuelve hacia Gero desde el exterior.
- Rober y Nuria. ¿Por?
La última vez que Josemi se metió en una pelea... Tendría doce años. Fue culpa suya, como la mayoría de peleas en su vida. Insultó a un zoquete mas lerdo que él, que le lanzó una piedra y... Acabaron llegando a las manos. Y sin embargo...
"Si es el infierno, ¿por qué no?"
- ¿Cómo me has llamado, niñato? - pregunta mientras avanza hacia Carlos y le lanza un intento de puñetazo.
Carlos consigue apartarse sin muchos problemas, pero en ese momento, Josemi, con la vista perdida en el infinito, saca un pequeño bisturí de su camisa y apunta al chico con este.
- Es el de la suerte, ¿sabes? - explica. Tiene los ojos vidriosos-. El de mi primera operación. Y si te rajo el cuello no va a importar nada, ¿a que no?
Motivo: Puñetazo
Tirada: 1d10
Resultado: 3(+5)=8
Sale desde la puerta de la cocina en ese momento, pero mirando hacia dentro.
- ¡Eh, guarda eso! ¡Tranquilo! - dice.
Desde fuera no se ve que pasa, pero parece visiblemente preocupado.
Rufino había aceptado el libro del sacerdote con un gesto de agradecimiento, cuando el ruido de la cocina le sorprende. Deja de mirar a las ecuaciones y se pone en pie, llevándose la mano a la gabardina.
Oís claramente jaleo dentro de la cocina. Parece haber una pelea.
- Ya viene, ¿eh? - comenta en ese momento, mientras aporrea los botones de la consola.- No le falta nada.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. El tic de la oreja vuelve. Me giro hacia la mochila que había dejado en el suelo, dudando si debo cogerla o qué hacer. Miro a la cocina, pero no puedo ver nada...
-No puedo morir ésta vez, eso debe servir de algo... Dios mío ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad, Cristo ten piedad... -Rezando con el pensamiento y cara de asustado, me agacho, cojo la mochila, me coloco detrás del respaldo de una silla y coloco la mochila sobre el asiento. Abro su cremallera lo justo para que quepa la mano y la meto, sin dejar de mirar hacia la cocina...