Partida Rol por web

Desde el fondo de la cocina, Alejandro se deja caer contra los armarios, sujetando sus rodillas con las manos mientras intenta mirar a otro lado.

No se mueve.

Carlos mira al individuo que se muere delante suya. Él le dijo: "Muérete".

Y se está muriendo.

Es culpa suya.

Algo está ocurriendo en la cocina. Gero llega a la entrada y se detiene allí, contemplando la escena, junto a Marina y Eloy, que permanecen en la puerta de la cocina. Algunos pensáis en esconderos pero, ¿donde? En el comedor no hay ningún punto donde meterse... Excepto la cocina. Podéis volver al interior del edificio, es la única vía de escape ahora mismo, o simplemente salir al exterior. 

O no.

Un enorme golpe sacude las puertas dobles que dan acceso al comedor. Nadie se ha molestado en cerrarlas, ni bloquearlas. Las puertas se abren de par en par, como las de un salón, balanceándose para mostrar el pasillo que da al interior del edificio.

Detenido delante vuestra, está el enmascarado. Sus más de dos metros, su traje polar, sus botas de montaña. La escopeta de dos cañones esta sujeta con su mano derecha y apoyada en sus hombros, y la máscara de gas vuelve a cubrir su rostro, mientras el conejo que pende de su cuello se mece, salpicando sangre de sus piernas amputadas y sus ojos enrojecidos. 

Y en la mano izquierda sujeta una cabeza cercenada. Reconocéis el rostro de la mujer que viajaba en el autobús en primera fila, con los ojos rojos, y la sangre chorreando por el suelo del comedor. 

Mira alrededor, un segundo. Con cierta desidia, lanza la cabeza de la mujer hacia la mesa del fondo, donde están Sandra, Jose Antonio, Miguel, Rufino, Ana y Esperanza. La cabeza rueda sobre la madera, arrastrando papeles, como si fuera un lanzamiento de bolos. 

Luego se vuelve hacia el grupo que estaba sentado junto a la entrada.

- Hola.

- Hola - responde el  niño al enmascarado, saludando con la mano.

- ¡Correeeed! - grita el conductor del autobús, levantándose a toda velocidad y tratando de abalanzarse hacia el fondo del comedor.

Sin pensarlo, María no se levanta. Solo se gira sobre su hijo y le envuelve, protegiéndole de cualquier ataque.

Con los ojos abiertos de par en par, sin saber muy bien que está ocurriendo, Paloma, que estaba cerca del grupo de la mesa pero había comenzado a acercarse a la cocina, escucha lo que ocurre en la puerta. Por acto reflejo, se mete debajo de una de las mesas de comedor, agazapada.

Alfonso abre los ojos de par en par. Ignora a su mujer, a su hijo, ignora cualquier instinto paternal y corre hacia el fondo siguiendo al conductor del autobús.

- ¡No, no, noo, no, no, noo! - grita desde donde se encuentra, arrastrándose hacia una esquina de la sala. Su mochila. ¿La tiene?

Si. La tiene. Sin mirar a ningún otro lado, la tira junto a él y empieza a rebuscar en su interior. "Rápido, rápido, rápido, rápido".

El grupo que está junto a la mesa y los que se encuentran junto a la entrada de la cocina, están al fondo de la sala, a una cierta distancia de donde ocurre todo. Por ello, la escena que acontece en ese momento parece como grabada en una película, como en la lejanía.

Apunta la escopeta hacia los que huyen. No hay prisa. Quizás no le de tiempo a cerrar esto ahora, pero aún queda margen antes de que todo se desmadre. Así que dispara.

El primer disparo alcanza a un hombre que se alejaba, que grita. Y se derrumba. El otro ignora lo que pasa y sigue corriendo hacia el final de la sala.

- ¡¡¡AHH!!! - ruge según cae al suelo, su pierna destrozada por el impacto de la escopeta. Sin control se derrumba contra una silla, que cae con él.

Esteban no tiene tiempo a entender demasiado. Él no piensa, no se plantea nada, ni siquiera puede ver lo que espera al final del horizonte. Porque el hombre enmascarado camina hacia donde se encuentra, le apunta con la escopeta, y destroza su cabeza en una explosión de sesos, hueso y carne.

"Uno menos" piensa, detenido sobre al cadáver informe.

Dos disparos. Toca recargar.

Así que con parsimonia, comienza a meter dos cartuchos en su arma.

Alfonso no se detiene, llega corriendo al final de la sala, donde la otra mitad del grupo de supervivientes mira lo que está pasando, y sin saber muy bien lo que hay en la cocina, pero seguro de que allí no está el enmascarado, corre para su interior.

El resto de supervivientes reaccionan cada uno de forma distinta.

Detenidos junto a los papeles que había en la mesa, Ana observa la cabeza rodando, y por instinto, tras haber vivido algo parecido, agarra al anciano que tiene a su lado y tira de él para esconderse debajo de la mesa. Rufino la sigue, sin saber que puede hacer ante esa situación.

André, que se encuentra junto a Sandra, Miguel, Jose Antonio y Esperanza, se coloca delante del resto, como tratando de protegerles. La muchacha no sabe que hacer, tiene los ojos desorbitados, y mira hacia Gero, que está junto a la entrada de la cocina.

Eloy, al ver pasar a Alfonso corriendo por la sala, le sigue al interior de la cocina. Sea lo que sea lo que ha visto dentro, le asusta menos que lo que hay fuera.

Por último, Edu, que estaba junto a la entrada, se queda quieto. Y quizás eso le salva la vida, porque el asesino le ignora y sigue hacia los que se encuentran al fondo.

-Oh, señor, no, no, no... otra vez ese hombre maldito. -Pienso en cuando lo veo aparecer. Después se suceden las escenas de disparos. Esa criatura del demonio muestra un desprecio indiferente por la vida humana. Los ojos se me van hacia el sangrante y desagradable conejo cuando entra, después, el morbo me lleva a seguir el camino que la cabeza de la señora recorre sobre la mesa llena de papeles. 

Me esfuerzo por no vomitar, pero no puedo evitarlo. Mi corazón aumenta sus pulsaciones hasta el punto de notarlo en la garganta, un mareo recorre mi cabeza, la habitación da vueltas y en mis oídos oigo un leve pitido. Me giro hacia un lado y expulso los restos de la última comida y algo de bilis, con un ruido desagradable. Después me incorporo de nuevo, me limpio la boca con al manga y en estado de shock, ando despacito hacia atrás, sin poder quitar ojo a la escena, con los ojos abiertos de par en par y el rostro convertido en una máscara de terror. 

Lo que fuera que estuviera pasando en la cocina no debía er nada comparale con lo que ocurrió a continuación, cuando las puertas que daban al pasillo se abrieron de golpe y el enmascarado hizo acto de presencia una vez más, con toda la parafernalia que lo adornaba, máscara, escopeta y conejo ensangrentado incluidos, aunque en esa ocasión había algo más, algo que dejó a Sandra petrificada de puro terror, algo que goteaba sangre igual que el animal que el enmascarado llevaba colgando, algo que los miraba con ojos abiertos y enrojecidos, algo que la joven reconoció como la cabeza de la mujer desaparecida. Pero quizás lo que más impresionó a Sandra fue el tranquilo saludo que aquel crío que, hasta el momento, se había mostrado ajeno a la realidad le dedicó al asesino. Eso y la cabeza rodando sobre la mesa.

Fue precisamente en ese instante que Sandra logró salir de su estupor, buscando desesperada un lugar para escnderse o donde poder huir. Pero no había nada. Rechazó inconscientemente la cocina, quizás porque anteriormente algunos habían intentado salir de allí, y tampoco le pareció buena opción echar a correr sin sentido hacia el otro extremo de la habitación, algo que confirmó al ver cómo el enmascarado acababa con total frialdad con la vida del conductor del autobús

—Joder, joder, joder... —repetía una y otra vez como un mantra mientras, imitando a otros compañeros, se metía debajo de una de las mesas aunque en el fondo sabía que no serviría para nada.

A punto había estado de gritar cuando el enmascarado le voló la cabeza a Esteban. A Gero le gustaba pensar que era un tio duro, pero aquello iba mucho más allá de lo que nunca había vivido. Aquello era un puto infierno, y encima al situación no se parecía en nada a lo que pensaba cuando se encaminó a la cocina. 

-Joder, joder, joder... - masculló pensando que hacer - ¡¡CORRED!! - gritó a la gente que quedaba en el salón, mirando durante un instante a Esperanza... y de inmediato apuntó al enmascarado con la pistola, tratando de mantenerse cubierto por la puerta de la cocina.

El enmascarado estaba recargando... ¿Ahí es cuando se dispara no? Eso es lo que pasa en las películas... apretó los dientes y disparó, tratando de acabar con aquello de una sola vez. 

El chico trato de huir desesperadamente, ocultarse detrás de algo. En esta “película” no era John Rambo, ni tampoco Mayor Alan Dutch. No tenía ninguna metralleta, ni explosivos y mucho menos músculos de acero. Se sentía como la pobre chica rubia de Scream corriendo por el jardín, perseguida por el asesino y sabiendo que en cualquier momento moriría.