Partida Rol por web

Ventura se encogió de hombros y caminó junto a los demás.

—¿Tendremos tanta suerte como para que todos estén llenando el buche? —dijo intentando resolver el incómodo mutismo—. Más nos valdría ir pensando una buena excusa e ir todos del mismo palo o...

Dejó la frase en el aire y miró a los demás. Una vez más volvió a encogerse de hombros.

Sin decir nada, me voy fijando en todo lo que vea a mi alrededor al ir a la torre. No quiero que nadie nos vea entrar. Prefiero verlos a ellos antes y recular si llega el caso.

Cuando ya nadie se pasea por el patio, atravesáis la puerta norte, custodiada por un soldado al que aún no habíais visto y que os mira con indiferencia. Al llegar a la puerta, os dais cuenta de que gran parte de la torre del homenaje y el edificio de piedra adosado a ella se ven desde allí.

Bordeáis el aljibe de los arcos, repleto de agua, mirando atentamente a vuestro alrededor. No hay nadie allí, ni siquiera algún soldado paseando por las almenas o el adarve. Oís ruido procedente de las cámaras de los sirvientes; deben estar almorzando.

Os detenéis frente a la torre del homenaje, la más grande de todo el castillo. Tiene forma oblicua, y de lo alto de cada lado cuelga un gran pendón blanco con la cruz roja de la Orden de Santiago. A ambos lados de los mismos se abren dos ventanas cercanas a las almenas, y otras dos más o menos a la mitad, iguales a las de las torres de los dos caballeros. Hay una puerta enrejada a nivel del suelo en el lado occidental, y por ese mismo lado se le une el edificio de piedra destinado a albergar al comendador y a su familia, con tres pequeñas ventanas en la planta superior, a unas diez varas del suelo. Sin embargo, no se ve ninguna huella cerca de la puerta enrejada, lo cual indica que no se utiliza. Por el lado meridional tiene adosado uno de los edificios de madera correspondiente a las cámaras de los sirvientes, que es mucho más bajo que el edificio de piedra.

A los aposentos del comendador se llega a través de unos escalones de piedra que suben hasta la planta de arriba, la que está al mismo nivel que las ventanas y que terminan en un portón de madera frente al cual se encuentra una pasarela que une el edificio con la iglesia. Detrás de los escalones hay un huerto donde veis algunos nabos y lechugas.

Ni este edificio ni la torre presentan asideros ni grietas por donde poder trepar. Son los que están en mejores condiciones de todo el castillo. Tal vez desde el tejado del edificio de piedra se podría alcanzar una de las ventanas del lado occidental de la torre lanzando un garfio atado a una cuerda, aunque habría que tener muy buena puntería (desde el tejado, las ventanas deben estar a unas quince varas de altura), y en todo caso es bastante improbable que ninguno de los centinelas os viera subiendo por ahí.

Por otra parte, seguramente el edificio de piedra se comunique en su interior con la torre, dado que la única entrada a esta, la puerta enrejada que se abre en su lado occidental, como habéis comprobado, no se usa; de hecho, cuando os acercáis, a través de las rejas observáis que la entrada está tapiada.

Observó con atención las posibilidades y las valoró observando ora la torre, ora al ágil Ruperto.

—No veo otra forma de entrar que por aquí —dijo señalando el edificio de piedra que servía de aposentos del comendador—. ¿Alguno ve otra opción? Tengo que reconoceros que ando un poco falto de inventiva y que no sabría que decir si nos sorprenden husmeando por aquí... ¿qué me decís?

-Muy agil no soy, pero maña tengo un rato, si tuviera algo de ayuda podría ofrecerme yo a intentar hacer algo por ahí arriba, que os parece compañeros?- Dice Roger en un susurro para no ser oido más allà que por sus compañeros de aventura

—Creo que me he dado ya suficientes golpes y magulladuras, pero no se me ocurre ninguna otra idea que no sea trepar. ¿No tenéis una cuerda para poder afianzarme a algún lado? Caerme de ahí sería algo que no querría experimentar nunca.

Esto es todo lo que puedo decir al grupo. Hace un mes, si alguien me hubiese dicho que se me pasaría por la cabeza hacer algo así, le llamaría loco y le dería que ni por todo el oro del mundo haría algo así. Pero parece que no se puede decir de este agua no beberé y este cura no es mi padre.

Que Dios me coja confesado si algo sale mal, porque creo que lo que voy a hacer en unos momentos supera a todo lo que llevo en estos días anteriores.

Ventura se encogió de hombros. Él no tenía la tan preciada cuerdo pero tampoco tenía muy claro que esa fuera la mejor idea.

—¿Estáis seguros de que lo mejor es trepar? No se... probablemente sea nuestra única opción. ¿Qué os parece si intento entrar por la puerta del edificio de piedra haciéndome el despistado, quizá con la excusa de que me hace falta algo para empezar la obra y que un guardia me manda a buscar a... a don Pedro, por ejemplo, y que me equivoqué de torre por despistado?

Ventura esperaba la aprobación de sus compañeros impaciente. La curiosidad le estaba corroyendo; necesitaba hacerlo.

—Bueno, voy a ver que veo por ahí dentro... no entraré mucho —acabó diciendo.

Ventura se dirige a la parte del huerto y comienza a ascender por los escalones hasta llegar al rellano, que da paso a la pasarela que une el edificio con la iglesia y al muro en el que se encuentra la puerta de entrada.

El resto de sus compañeros lo observa desde abajo. Nadie ha aparecido aún para sacar de allí a Ventura, a pesar de que, como os dijo Lobo, el edificio de piedra es una de las zonas que no debíais pisar.

Conforme vas subiendo por las escaleras, vigilas a tu alrededor. Nadie te ve excepto tus compañeros; tampoco el guardia de la puerta que está entre los establos, ya que las columnas y los arcos del aljibe le bloquean la vista.

Llegas a la altura de la puerta, de doble hoja, que forma un arco ojival a la manera de los moros, y tiene tallados unos complejos motivos vegetales en torno a sendos aldabones octogonales y dos tiradores horizontales en forma de lanza, hechos de bronce; la talla es una obra de gran dificultad, teniendo en cuenta la dureza del pino, madera con que están fabricadas las hojas de la puerta.

Empujas con decisión, pero se encuentra cerrada.

—Esa opción me gusta más, desde luego, aunque tenga que hablar con unos guardias —Pienso mientras Ventura se acerca a la torre.

Después caigo en el hecho de que donde estamos, cualquiera puede vernos. Así, sin pensármelo más veces, sigo a Ventura hacia la torre. Puede que si no hay nadie vigilando y encuentra la puerta que buscamos, necesite ayuda para abrirla...

Roger para en la cuenta que se encuentra raro... algo falla terriblemente... se lleva la mano al cinto y ahora cae... no está ahí... el legado de su padre...su regalo, su reliquia, su Coltell.

El sudor le baja perlando la frente, ya conoce esa sensación y no presagia nada bueno... debe ir a por el, AHORA MISMO

Sin mediar palabra gira sobre si mismo y solo dice: Ahora vengo. Debo ir por el...

Ves a Ventura empujando la puerta. Está cerrada.

Mientras subes, miras a tu alrededor y te das cuenta de que el guardia de la puerta central no puede veros porque lo impiden las columnas y los arcos del aljibe.

Finalmente llegas a la altura de tu compañero. La puerta, de doble hoja, forma un arco ojival a la manera de los moros, y tiene tallados unos complejos motivos en torno a sus aldabones octogonales y sus tiradores horizontales en forma de lanza. No hay ninguna cerradura en ella.

Mientras Ruperto sube las escaleras, tú te alejas en dirección a las cámaras de los sirvientes.

Entras a la carrera en el edificio, y, sin detenerte, pasas por el salón, donde están todos los criados almorzando. Te miran sorprendidos, pero no reparas en ellos y no paras hasta llegar a vuestra habitación, donde todas vuestras cosas yacen amontonadas en el camastro, incluidas las armas. Suspiras de alivio al ver tu coltell intacto.

Cuando estás cargando con las pertenencias de los demás, te das cuenta de que entre ellas hay una bolsa de cuero del tamaño de un melón, la cual no recuerdas habérsela visto antes a ninguno de tus compañeros.

Simplicio que ha estado más callado que lo habitual, decide subir por las escaleras arriba. Con su larga zancada y su resolución habitual, no tarda en ponerse a ala altura de sus compañeros. Cuando cree que todos pueden oirle, les susurra lo siguiente:

- Compadres si  salierenos un guardian soldado, trazemos una treta para  incoscientarlo de una coz  en la suya cabeza.

-Quedeme yo el último, y si pudieres ponerlo a favor mio su espalda, yo le asestare tosco golpe que lo haga caer, et si fallecese, lamentolo pues no era mi labor, pues en batalla o es tu culo o es el mio, et Dios perdonenos a todos.

-Sea pues, juicioso et rapido el primero en subir, y que entrene su lengua et su sesera, para fablar con juicio et bien. 

¡Golpear a los guardias es una locura! ¡Bastante mas fácil sería llamar a la puerta! —respondo a Simplicio al ver que la puerta no tiene cerradura ninguna— ¡Nos hará falta algo más que el buen juicio de Dios golpeando guardias para esto! Al menos, saber que no tenemos más opciones.

Juicioso Ruperto, tiempo fabrá de golpearlos pero no asustarsus si eso procediere facer. Si lo facemos ya nos afanaremos en meter o entresacar el cuerpo difunto o no, para que no sea visto con facilidad.

Si la diplomacia no alcanza, ya usaré la mi lanza, que tiene el mango más largo que muchas lenguas.