Partida Rol por web

Una vez más siento el dolor y miro al matón fanático con genuina sorpresa. Está claro que lo he subestimado y estoy a punto de pagarlo caro, mi sangre baña el suelo en abundancia. Tres heridas en tres ataques, sin importar defensa ni armadura, es más de lo que puedo soportar.

Pues ya no es solo que este maldito no me deje cumplir con mi deber, sino que ha dejado mi orgullo lastimado, humillado aquí en una plaza de mi propia ciudad. A pesar de estar a punto de ser derrotado, aprieto los dientes con rabia, mis ojos arden de odio, arden…

—¡Arde miserable, que todos sean testigos!

Ignoro la maza de combate e invoco las llamas purificadoras, que surgen como una ola de mis yemas extendidas. Lo doy todo en este último ataque vengador: solo deseo que ese loco sonriente se consuma y se convierta en cenizas.

La bestia transformada fallaba a la elfa por milagro, mientras, a sus lados, sus improvisados compañeros se ensañaban con los matones.

Aprovechando que la bestia le daba la espalda y se enfocaba en la elfa, Rotryn aprovechó para, nuevamente, juntar energía en sus manos.

El gesto técnico esta vez salió perfecto, y mientras su mano izquierda iba hacia atrás, su mano derecha junto una bola de poder sobrenatural, la cual salió rauda en dirección al "duque", el impacto en la espalda provoca una quemadura que hace que la bestia en la cual se había convertido el "duque", chille de dolor.

Rotryn, dandose cuenta que poco a poco empezaba a dominarle el truco al poder, sonrie maléficamente, mientras sus manos vuelven a la posición normal.

"Al fin, maldita criatura, espero que esto te duela y que vuelvas donde perteneces"

Saltando en el justo momento en que el monstruo blandia su garras contra ella, consigue esquivar el golpe, y ese mismo instante algo explota contra la espalda de su contrincante, con las dos espadas lista susurra -ahora es mi turno, bailemos querido-

Me quedé mirando durante un instante al cuerpo de mi contrincante tumbado en el suelo con la flecha clavada aún en su espalda. Luego al chico que había disparado. Justo después solté un bufido seguido de una animada carcajada.

—Muchacho, te has adelantado, jojojo.

Aquel duelo había durado demasiado poco y, encima, no había sido yo quién le había dado el toque de gracia. Bueno, al menos aún me quedaba la abominación... aunque estaba demasiado lejos. Tendría que darme una buena carrera si quería alcanzarlo antes que los demás acabarán con él.

El «loco sonriente» al que se enfrenta nuestro joven clérigo se consume y se convierte en ceniza... prácticamente: esperándose un nuevo flash de llamas, el matón es incapaz de esquivar la increíble llamarada que brota de las manos de su oponente. Las llamas son lo último que ve. Con un alarido, cae al suelo, calcinado.

Ésto no se ha acabado. Apenas se apagan las llamas de mis dedos, con maza y escudo en mano y recordando que mi ballesta aguarda impaciente, comienzo a moverme para buscar una buena posición. Avanzo hacia los tenderetes en medio de los cuales la horrible figura del Duque transformado se enzarza con la mujer elfa. 

Por el rabillo del ojo veo la astada figura del hechicero y, lo que es más sorprendente, una compacta forma acorazada que sale disparada hacia el peligro. Siempre he pensado que los enanos están un poco como cabras, pero aun así muevo la cabeza con admiración.

Estoy gravemente herido, así que no intentaré el cuerpo a cuerpo si no es necesario.

Muertos los espadachines, quienes habéis luchado contra ellos dirigís vuestra atención -y vuestros pasos- hacia lo que todos comprendéis que es la mayor amenaza de la plaza: el duque tornado en monstruo. Pero no hace falta que corráis: en ese preciso momento, un nuevo rayo del arcanista y dos certeros y veloces espadazos de la arquera elfa caen sobre la criatura, que de pronto deja de atacar y comienza a tambalearse y retroceder, gorgoteante. Un paso atrás, dos... El ser enmudece... Cae de rodillas... ¡Lo habéis derrotado! ¡Enhorabuena, forasteros!

Pero no lo celebréis todavía, que aún ha de ocurrir una última cosa inesperada: de pronto, el rostro del ser se gira hacia el cielo y, con una violentísima sacudida y un fuerte tronido, de su cuerpo sale una onda de niebla rojiza que barre en un parpadeo la plaza. La onda -un solo pulso- golpea los tenderetes, objetos salen volando de las mesas, os abofetea, os empuja... ¡El hombre del turbante -¡sí: tú, Rotryn!- incluso cae al suelo y rueda!

En un instante, todo se ha acabado. Quizás os preguntáis qué acaba de pasar, en el sentido más amplio de la expresión. En la plaza, ya no se oyen más que los lamentos lejanos y el ruido de algún que otro puesto colapsando. El olor metálico de la sangre llena el aire, o quizás sólo se ha incrustado en vuestras narices. El cuerpo hipertrofiado, inerte y sanguinoliento del duque sigue de rodillas, pero caído de espaldas, con los brazos a los lados y las piernas dobladas antinaturalmente y aplastadas bajo el cuerpo. A vuestro alrededor, la gente va saliendo de sus escondites en el Amplio. En los lindes del mercado, miembros de la guardia comienzan a gritar órdenes, organizando a la gente para atender a los heridos. Pronto, tanto guardias como civiles llegarán hasta vosotros. Por la posición del sol entre las nubes, falta poco para el mediodía. La suave llovizna sigue cayendo.

Por fin el monstruo había caído, pero por lo que pudo ver, antes de tener que saltar de la mesa al suelo y arrodillándose taparse los ojos con un brazo, no había terminado todo ¿o si?.

Se levanto y guardando las espadas, recogió su arco, colgandoselo a la espalda. Echo un vistazo a su alrededor, no le gustaba estar ahí en medio de tanta gente y se habría vuelto al bosque ,si no fuese porque vio el lamentable estado del Clérigo, necesitaba ayuda y urgentemente.

Se acerco al clérigo -No tenéis buen aspecto, os echare una mano- le tendió la mano, pues  no lo iba a curar allí en medio, miro a los guardias que acababan de aparecer -¿algún sitio donde pueda atender a este hombre?- espero respuesta.

Rotryn se acercó al clérigo, que antes lo había defendido para ver sus heridas.

Parecía una buena persona, pero su dios lo abandonaba frecuentemente al parecer.

Camino al lugar donde se encontraba el clérigo, recogió su mochila ("Vaya, no recuerdo que esto estuviera tan pesado"- pensó) y agradeció al clérigo...

"Hola, mi nombre es Rotryn, y soy marino" -enfatizó mientras se arreglaba el turbante que le cubría la cabeza entera.

"ahhh..bueno, y he aprendido algo de artes misticas también..." - continuó su monologo sin que nadie lo presionara.

"Te encuentras...bien?" -dijo con una cara, donde asomaba una tímida sonrisa.

Miro a la elfa después, sacudiendo su cabeza ligeramente .." usted si que tiene habilidades con ese arco!" -le dijo enarcando una ceja, "Rothryn, a su disposición..." - hizo una tosca reverencia por respeto a la elfa.

Luego se colgó la mochila en el pecho (mirando al frente) y esperó a la elfa y sus cuidados con el clérigo.

¡Oh! ¡Vaya...! La abominación había muerto justo antes de que yo pudiera golpearla un poquito. Eso sí, lo que no me esperaba era lo que iba a pasar después... ¿Qué era esa onda rojiza? Casi como un acto reflejo, me llevé el brazo al rostro tratando de protegérmelo de ella y contuve el aliento durante un instante. No pensaba inhalar lo que fuera que había desprendido ese ser.

Tras unos segundos así, y tras asegurarme de que no pasaba nada más, me destapé el rostro y me acerqué al grupo.

—Jojo, sois muy buenos guerreros, chicos — dije tras soltar una carcajada animada —. Pero... ¿donde está mi educación? Me presento: Soy Zhork, hijo de Tordek, nieto de Tobul, bisnieto de Stodir, tataranieto de...

Creo que debí llevarme un buen rato citando a mis familiares, o al menos eso me pareció cuando empecé a ver los primeros rostros de estupor ante tanta información. Así que sonreí y cesé el listado. Solía pasarme este tipo de cosas a menudo, jojojo.

El primer disparo del semi-elfo dio de lleno en el blanco. Y al observar a su enemigo retorcerse momentáneamente por el repentino espasmo de dolor, GADRYCK no pudo evitar un respingo de sorpresa ante el inesperado éxito de su ataque. Por fortuna, todo el mundo tenía asuntos más urgentes que atender, así que nadie notó el gesto embobado en su rostro, con la mandíbula caída y los ojos como platos.

Sin embargo, la imborrable impresión allí estaba... y allí había quedado para siempre.

Ciertamente, no era la primera vez que el joven tensaba un arco. Ya había cazado algunas bestias silvestres en el pasado. Principalmente alimañas menores y zorros que solían acercarse demasiado a la granja. Incluso una vez había conseguido darle a un ave pequeña en pleno vuelo.

Pero nunca, jamás, le había disparado a una persona. Y mucho menos en defensa propia. Desde niño, había aprendido que la única manera de reaccionar ante una amenaza era huyendo. Y así lo había hecho toda su vida. En verdad, no le había resultado un mal plan. Pero empezaba a sentir que había llegado el momento de actuar de un modo diferente.

Inmerso en tales pensamientos, el semi-elfo apenas si era consciente de lo que ocurría en otros sectores del campo de batalla. Solo prestaba atención al sanguinario bruto que tenía por delante, apenas a unos pocos pasos de su posición. Y a los movimientos que debía efectuar para disparar su arma.

Así que se tomó unos instantes para recomponer su ánimo, y luego puso la nueva flecha en su sitio. Volvió a tensar el arco y serenó su mente, conteniendo la respiración mientras aguardaba pacientemente su oportunidad. Su enemigo se había trabado en lucha con un fornido enano de grandes bigotes y tupida barba pelirroja, de modo que dejaba completamente expuesto uno de sus flancos. Solo tenía que aprovechar un descuido.

Y así lo hizo. Un certero disparo acabó con la vida del matón, dejando a GADRYCK aún más impresionado que en su primer disparo. Sin embargo, en esta ocasión no hubo ningún signo exterior que evidenciara su sorpresa... ni tampoco su consternación. Solo un leve asentimiento con su cabeza hacia el enano, a modo de reconocimiento por su participación en la batalla.

Tras ello, el semi-elfo abandonó su posición para acercarse al enemigo caído. Mientras lo hacía, se apresuró a disparar al engendro que alguna vez había sido el gobernante del lugar, pero entre las prisas y la falta de concentración, su proyectil se perdió en la distancia.

Apenas puedo recrearme en la caída del monstruo cuando se abalanza sobre mí la misteriosa onda de choque. Consigo mantenerme en pie, mientras mis ropas revolotean a mi alrededor. Luego recojo mi equipo el suelo y me acerco lentamente al centro de toda aquella escena, dónde yace el cadáver. 

—¿Ha desaparecido para siempre el duque Adrian, entonces? —digo en voz baja, afectado por el hecho y las implicaciones.

La audaz mujer elfa se interesa amablemente por mi estado, y también el hombre astado, que ha demostrado poseer unas aptitudes nada desdeñables.

—Os agradezco vuestro interés, pero estoy bien —les digo a ambos con una sonrisa grave—. Solo tengo que acudir a cualquiera de los santuarios afines a mi fe de Puerta de Baldur, en dónde espero que me permitan descansar y recuperarme. Soy Caedwyr, devoto de Torm, a vuestro servicio. Hoy habéis mostrado un gran valor.

Me siento solemne e iba a continuar, cuando llega como un vendaval el enano, que por cierto parece dañado. Aunque no parece importarle.

—Saludos Zhork hijo de Tordek. Puesto que estás herido te invito a venir conmigo al santuario si lo deseas. Lo mismo digo a los demás si creéis que lo necesitáis. En todo caso, se avecinan momentos delicados en la ciudad tras esta inesperada situación.

«Inesperada», menudo eufemismo para definir el caos absoluto.

Mientras la mayoría os presentáis y evaluáis vuestras heridas junto al cadáver monstruoso -ni siquiera os cubrís bajo un toldo: total, para qué-, el hombre encapuchado investiga el cuerpo del secuaz al que mató con ayuda de Zhork y la gente comienza a llegar a vuestras inmediaciones, buscando heridos y comprobando el estado de sus puestos. Algunos se quitan los sombreros al ver el cuerpo de quien fue su duque y os miran con asombro y respeto.

Una figura avanza entre los puestos hasta vosotros: viste una malla de acero bajo la la librea roja y negra -y manchada de sangre- de la guardia, y lleva una espada al cinto. Cuando se quita el yelmo, veis que es una mujer pelirroja.

Al llegar a vosotros, observa meditabunda a la criatura. Luego, se gira y ofrece la mano.

—Mi nombre es Lemta Moore —se presenta, seria—, teniente de la Guardia de Puerta de Baldur. —Tras una pausa en la que parece pensarse sus siguientes palabras, añade, medio sincera, medio a disgusto:— La ciudad está en deuda con vosotros.

Mientras habla, también os evalúa. Al hacerlo, es incapaz de no pararse en el tiflino: los cuernos de Rotryn -así se ha presentado- están cubiertos por el turbante, pero su rostro no es lo que se dice corriente. En las distancias cortas, le es imposible ocultar su herencia. Para cambiar de tema, la teniente Moore se gira hacia Caedwyr.

—Momentos delicados, así es —dice, mostrando que no se le han escapado las palabras del clérigo—. Ya que sois forasteros, debo advertiros: no llegáis en buen momento a la Puerta. Los criminales campan a sus anchas por la Ciudad Baja y los arrabales, agitadores de todo signo usan al pueblo contra el gobierno, e incluso se habla de sectas malvadas operando intramuros. —Echa un vistazo de nuevo el cuerpo del duque, luego a la plaza, y a la gente que se ha acercado a husmear y ya cuchichea.— Esto no lo va a mejorar... —Está preocupada. Vuelve a girarse hacia vosotros.— Os aconsejo que resolváis vuestros negocios tan pronto como podáis y os marchéis.

Dicho esto, se percata del estado de Caedwyr. De un vistazo, localiza el símbolo sagrado de Caedwyr.

—La capilla del Leal más cercana está en las afueras, al sureste, pero he visto el puesto de un barbero por algún lado... —Busca con la mirada por la plaza, sin éxito.— Mis hombres os ayudarán a encontrarlo. La Guardia correrá con los gastos.

Dicho esto, hace una señal a uno de sus hombres, no muy lejos, y le explica lo que sucede. El hombre asiente. Parece que sabe dónde está el barbero-cirujano. La teniente comienza a dar órdenes a sus hombres y os deja de prestar atención.

En ese preciso momento, un par de niños de la calle aparecen en la escena, sin acercarse del todo, y señalan a Rotryn.

—¡Es él! ¡Mira el turbante! ¡Mira esa cara! ¡Te lo dije! —dice uno de ellos—. ¡Eh, tú, hombre rojo! ¿Cómo aprendiste a lanzar rayos? —pregunta sin miedo—. ¡Enseñanos, por favor!

Por supuesto, tú ya sabes que la capilla de Torm más cercana está en las afueras. (Concretamente, en el arrabal de Canciones Gemelas, al este de la ciudad.) No todas las fes tienen el dinero y la influencia suficientes para erigir un templo, menos en la Puerta, menos aún dentro de sus murallas. Esto no quiere decir que Torm no tenga adoradores en la ciudad: hay otros altares y clérigos, por supuesto, pero pertenecientes a instituciones particulares, como la propia Guardia o el Puño Ardiente -la compañía mercenaria que sirve de guardia de la Ciudad Baja y de ejército de la ciudad-. Caso distinto es el de Gond, dios de los artesanos y deidad principal de la Puerta; Tymora, diosa del comercio; o Umberlee, vieja divinidad marina patrona de la ciudad; los tres con grandes templos intramuros. Otras deidades populares como Ilmater, Lathander u Oghma, y algunos dioses menores, tienen también capillas más o menos importantes, como tuvo Helm (y que ahora está abandonada). Las demás fes presentes en la Puerta, en su mayoría, tienen sus santuarios en Canciones Gemelas, desde donde ofrecen sus servicios y buscan nuevos fieles.

Puedes decirte que la suerte ha estado de tu parte, Gadryck, pero no te subestimes: es mucho lo que aprendiste de niño en las calles de esta ciudad, sobreviviendo al día a día, codeándote con la gente de la peor estofa; pero también mucho lo que te enseñaron tus difuntos padres, allá en el campo. Estás preparado para hacer frente a grandes desafíos: sólo necesitas encontrarlos... y sin duda los encontrarás.

Pero dejemos el pasado y el futuro y centrémonos en el presente: el cuerpo del asesino, que registras como cuando eras niño y te encontrabas a algún borracho durmiendo la mona. Sus ropas son de viaje, desgastas y viejas, manchadas, capa raída incluida. Bajo esta ropa, lleva una cota de metal, también envejecida. Su espada es una pieza vieja de mil batallas, sin mayor artesanía: un arma de soldado o mercenario, a imagen y semejanza de su dueño. Su cuerpo tiene algún tatuaje común y decenas de cicatrices. En un bolsillo al cinto encuentras un puñado de monedas de plata de procedencia muy variada. No lleva nada más.

Ya que todos se presentaban, también lo hizo ella -Yo Soy Aishël, de... Aishël- no iba a dar más explicaciones de donde provenía a unos completos desconocidos, se suponía que eso era una pequeña excursión a la cuidad para comprar arcos y algo de comida escasa en el bosque.

Se disponía a irse de nuevo a su bosque, pues tanta gente ya empezaba a inquietarle, acostumbrada a vivir sola hacia ya mucho, pero algo la hizo frenarse, la voz de unos niños que se acercaban al semi-infernal sin ningún miedo. Se volvió hacia él -parece que te has hecho famoso en poco tiempo, si te descuidas pronto seras el héroe de la cuidad- le sonrió y siguió su camino.