La vigilante sigue su marcha vertiginosa, haciendo caso omiso de las miradas de reprobación, admiración o pasmo de aquellos con los que se cruzan. Apenas asiente de un modo imperceptible para remarcar las explicaciones de La Llama, aunque sin completarlas, ni averiguar si Fredric acepta toda la información con tranquilidad. No hay tiempo.
El callejón aboca a una callejuela sin salida, llena de mugre y vapor de alcantarilla. Así es, en el suelo, una tapa herrumbrosa da al alcantarillado. Al fondo, una puerta metálica semiabierta por la que pueden verse sendas puertas más a lo largo de un pasillo en la oscuridad. Y un cartel desconchado, encima: "Se alquilan trasteros. 555 65 75 85".
Yo iré, pero con la calma. Estoy como el Guadiana, ya veis.
Gazt, no has incluido a Fredric en tu post.
Ya está arreglado. No me preguntes por qué estaba así... :S
Os observo, pero ahora mismo espero a Dama. Tranquila que ya sabemos el ritmo de mis partidas: sin prisa y sin pausa :D
El lugar era una aparente ratonera, oscura y sucia. Un pasadizo lleno de mugre, unas bombillas en el techo que alumbraron con una luz grisácea de la capa de polvo acumulado el espacio angosto entre puertas. Seis a cada lado del pasadizo, con candados oxidados unas, otras abiertas, y mostrando una escueta habitación del tamaño de un armario grande, con algunas cajas de cartón rotas, y vacías.
Una de las puertas, no la primera, ni la última, una más de las de la izquierda, indistinta a las de las demás, fue la que SUT eligió sin titubear. Había vuelto a cerrar el portón metálico de la entrada, y así sólo ellos pudieron ver que abría esa puerta no por el candado, sino accionando un mecanismo oculto al otro lado, que dejó libre un pequeño panel en el que introdujo una combinación numérica.
La puerta se deslizó, y detrás de ella encontraron una sala bastante grande, en comparación a los armarios trasteros, perfectamente limpia, repleta de estantes pulcros y ordenados, cajones metálicos, y un perchero adosado a una de las paredes.
En ellos, armas, municiones, explosivos, algunos aparatos de aspecto tecnológicamente avanzado, otros distinguibles como algunos de los que ya habían visto usar a SUT... y ropa, zapatos, botas... así como un par de batones idénticos al que la mujer llevaba.
No era deslumbrante, pero era mucho. Era el legado de Kaliópolis, y el griego era un genio.
-Aquí tenéis. Coged lo que creáis necesario. Nadie más que nosotros va a usarlo, ya no tengo equipo de apoyo, amigos míos.
Si estaba triste, lo que en un primer segundo pareció por su tono, se le pasó en el acto. La voz sonó casi fiera al final de la frase, repleta de decisión, de rabia. Y de urgencia.
Me alegra tenerte de vuelta Dama :) Podéis ir equipándoos.
- Llevo todo lo que necesito.
La voz uniforme y sin sentimientos de Fredric expresa perfectamente sus gestos, que tampoco muestran ningún tipo de emoción.
- Esos malditos traidores a nuestra nación que se dedican a exterminar a los defensores de la patria merecen lo que les voy a hacer.
Se escucha el siseo de la lengua de Fredric relamiendo sus dientes bajo la máscara. Tras el momento de tensión al que ya tiene acostumbradas a sus compañeras se dirige a un pequeño móvil que SUT tiene entre los trastos. Lo coge y lo mira. el móvil está apagado, no tiene nada de especial y ni siquiera parece funcionar. Se lo mete en el bolsillo.
El pequeño almacén oculto tras el trastero se abría ante ellos como si se tratase de la tumba de algún olvidado faraón, totalmente repleto de las últimas riquezas de una civilización ya casi olvidada. A la Llama no se le escapa el ligero gesto nostálgico de SUT al ver todo aquello, que, muy probablemente despertaba en ella muchos más recuerdos de lo que podía llegar a imaginar.
La Llama no sabía qué hacer, SUT les había dicho que cogiesen lo que quisieran, pero la verdad es que la mayor parte de lo que veía no sabía para qué podría servir. Se quedó por unos momentos observando los bastones de reserva de SUT, asombrada por lo parecidos que eran al suyo propio que, muy probablemente, había sido fabricado algunos años atrás por la misma persona que fabricó estos.
Se percató de la presencia de unos pequeños botones con un discreto hilo metálico, que creyó identificar como discretos comunicadores. Cogió uno y se lo colocó en el oído sin problemas, luego lanzó uno a cada uno de sus compañeros.
- Esto nos será útil.
Siguió escudriñando entre los aparatos de SUT. Muchos de ellos serían posiblemente de mucha utilidad, pero, además de no venir con libro de instrucciones, partían con la desventaja de ser demasiado voluminosos. Tanto como para ser imposible de llevar vistiendo un traje ceñido y sin bolsillos, como el de ella.
Eligió un par de cintas elásticas que había dentro de una caja y que sí habían sido diseñadas para su tipo de indumentaria. La primera con cámara de fotos incorporada, que rápidamente se ciñó a la muñeca y la segunda, para el tobillo, con una discretísima y muy afilada hoja escondida a modo de puñal.
Finalmente, aunque con ciertas dudas, eligió un cinturón lleno de pequeñas cápsulas que, por suerte, venían rotuladas con, entre otros, los llamativos nombres de "Nube de toses", "Huída neblinosa" o "Corrosión ácida". La Llama esperaba que, fuese quien fuese el fabricante de aquellas pequeñas cápsulas, además de haber tenido una gran imaginación para bautizarlas, hubiese tenido la precaución de darles una larga fecha de caducidad.
- ¿Estamos listos?
SUT vio que Llama se manejaba muy bien entre las cosas que había allí. Sonrió, sí, estaban cortadas por un patrón parecido. Y enseguida la sonrisa se heló. ¿Quién la habría convertido a ella, a la joven de negro, en lo que era ahora...? Fredric sencillamente era así. Pero SUT, y la Llama... tras la máscara eran víctimas.
No se detuvo más que un segundo en ese pensamiento. Lo siguiente fue moverse a su vez. Se puso unos amplios pantalones y una gabardina encima de su propio traje de látex, y en ellos escondió lo que pudo. Un explosivo plástico de tamaño muy pequeño para su efectividad, detonadores, un par de temporizadores, una soga elástica con su gancho, un machete de bota, y desde luego no se dejó su bastón.
Cazó al vuelo el intercomunicador, y asintió. Estaba preparada.
Fredric permanece de pie, mirando a ambas heroínas armarse. Por el momento es como un perro rabioso persiguiendo la parte de atrás de un coche. No tiene objetivos claros, simplemente quiere llevar a cabo la meta de terminar con el cáncer que asola su amada nación.
Palpa el móvil apagado. Parece que vibra. Lo saca del bolso, despliega la pantalla y lo mira. En la pantalla pone "doctor". Vuelve a cerrarlo y lo mete de nuevo en el bolsillo.