Partida Rol por web

Maria asentió con la cabeza: ese hombre gozaba de su confianza.

-- Perdonadme, mi señor. Como comprenderéis, estoy bastante preocupado por la presencia en el valle de la Inquisición. Pero mi deber moral es quedarme con el Barón, al menos hasta que se descubra quién le ha estado envenenando.

>> No os preocupéis por mí, pero entended que no puedo abandonar estas habitaciones de manera segura. Hablad, si lo deseáis. No voy a escuchar --dijo, y se giró para atender al enfermo.

Maria y Manel tenían muchas cosas de las que hablar, sin duda, porque la situación parecía írseles de las manos. Debían encontrar un elemento con el que presionar al inquisidor...

Salgo de mi habitación y acompaño en silencio a mi tia. Me fío de ella como de mi madre, incluso más, así que no hay preguntas, si ella dice que la acompañe, la acompaño.

Joana de Mormont te guió hasta su habitación, donde te dio una capa de terciopelo gris, y ella misma se puso una capa de terciopelo carmesí que a estas alturas conocías perfectamente. Después, fuisteis a los establos, donde tomasteis dos caballos y salisteis, arropados por la noche, en dirección al cementerio en mitad del bosque...

El encarcelamiento del viejo Pèire no pilló por sorpresa a la joven Clara...

-Por supuesto, si os he encomendado la salud del Barón es porque merecéis toda mi confianza. Tendréis mi protección mientras cumpláis vuestro cometido -dije al doctor. Sería un infiel, pero ahora mismo parecía ser la única persona a la que podía leer perfectamente. En cambio, me giré hacia mi cuñado.

-Ese hombre... ha vertido acusaciones muy serias contra vos -dije a Manel, muy seria. -Os he defendido, porque creo en vuestra inocencia y en vuestro honor, con el que siempre habéis defendido esta familia. Pero necesito saberlo, ¿hay algo de cierto en ellas? Podría perdonar un pecado de juventud, pero algo más allá... -la mera insinuación me parecía nauseabunda. El caballero d'Erill dormía aquella noche encerrado bajo la misma acusación. Por el amor de Dios, como podía haber estado tan ciega como para no darme cuenta de tales abominaciones bajo mi mismo techo... por lo tanto, no podía ser cierto, no podía serlo, no dejaba de repetirme desde que dejara aquella sala de interrogatorio.

Suspiré esperando a que mi tía, mi amiga, mi hermana, se marchara de la habitación...

Me levanté, abrí la ventana y me asomé... Sería tan sencillo... Tan rápido y simple... Sólo un paso hacia adelante y todo terminaría... 

¿Acaso me quedaba algo? Había confiado en las personas equivocadas, aquellas a quien había amado me habían traicionado y abandonado... Si realmente existía algo o alguien ahí arriba parecía querer que Vicenç ganara... ¿Por qué todo le salía bien? ¿Por qué contaba con tanta gente de su lado? ¿Acaso hacer el mal era lo único que reportaba beneficio? ¿Acaso me quedaba algo ya en este mundo? Había perdido toda ilusión, mis sueños habían muerto... Nadie querría estar jamás conmigo... Moriría sola y abandonada... Mi sola presencia no era más que un desastre... 

Comencé a acariciar el puñal que ya siempre llevaba conmigo y sin darme cuenta lo tenía empuñado en una de las manos

Quizás... Podría saltar o quizás... Desfigurar mi rostro para siempre... Después de todo no servía para nada... Nada de lo que había hecho había servido para nada y dudaba que alguna vez nada de lo que hiciera sirviera para algo... 

Ya no quedaban ilusiones ni sueños... El sueño de aquella jovencita de encontrar el amor se había disuelto como la nieve en verano... Sólo había amado a dos personas y las dos me habían olvidado y traicionado... 

Sólo un paso... Un pequeño paso y todo terminaría... 

El puñal estaba junto a mi rostro, presionándolo y haciendo que una pequeña gota carmesí resbalara por mi mejilla

Sería tan fácil... Estaría condenada pero... ¿No lo estaba ya en vida? Qué más daba estar condenada en la muerte... Si lo hacia... Si lo hacía él ganaría pero... ¿No estaba ganando ya acaso?

Sin apenas darme cuenta me encontraba sentada en la ventana, con las piernas fuera y mirando al vacío... 

En ese momento, viste salir por la ventana dos figuras a caballo, vestidas con túnicas de terciopelo y encapuchadas. La luz de las antorchas no te dejaba distinguir bien el color, pero era posible que una de las túnicas fuera... oh, Dios mío...

Yo... Dudo unos instantes antes de contestar.

¿Queréis la verdad mi señora? O ¿Queréis una dulce mentira que os deje dormir por la noche?

Me quedé unos segundos sentada allí hasta que rápidamente decidí regresar al interior y salir de mi habitación al tiempo que comenzaba a gritar

- ¡Guardias! ¡Guardias! ¡Alguien ha robado unos caballos y ha salido corriendo!

Estaba cansada y tampoco sabía si alguien iba a hacerme caso... Fuera quien fuera, quizás tuviera suerte y lograra escapar... 

No podías dejar de pensar en el color de esas túnicas: una de ellas resplandecía bajo las antorchas de una manera oscura, mate, pero no negra. Era como un marrón muy oscuro bajo esa pobre luz...

¡Granate, Clara, la túnica era granate! Burdeos, roja, cálida.

Me acerqué tranquilamente a uno de los guardias, concretamente a alguno que supiera que fuera fiel al inquisidor o sino, a cualquier otro. 

- Por cierto... Quien ha salido es el propio demonio, acompañado de alguno de sus seguidores... Esa túnica de ese rojo carmesí, tan intenso como la propia sangre sólo puede ser de él... Podéis decirle a quien quiera hacerse cargo que seguramente se dirigirá al viejo cementerio... Ese lugar está maldito y su tierra ya ha bebido sangre impía e inocente... El mal se respira en cada tumbra y cobra forma con la niebla... Los perros de ojos rosados cazan a sus anchas del lado de su señor... Podéis decirle eso al inquisidor... Si gustáis... 

Regresé a mi habitación y cerré la puerta, se senté en mi cama y comencé a leer un libro. 

-La verdad. Solo la verdad, sin adornos ni florituras. Creo que podré soportarla -aseguré, secamente. ¿Acaso no sabía todo lo que había tenido que soportar? Unas palabras no me matarían, aunque a Manel, por contra, quizás le costasen el cuello. No fue sino en aquel momento cuando fui más plenamente consciente de la daga que pendía sobre todas nuestras cabezas y que ya se había puesto en movimiento, rasgando los lazos que unían esta familia y que yo creía tan firmes. Pobre ilusa de mí. Me crucé de brazos, impaciente, esperando que mi cuñado aclarase sus dudas y me diese una respuesta en firme.

La verdad es que su hijo Vincenç es quién ha traicionado a su casa sin pensar en las consecuencias, él es quien me ha acusado de sodomía sin pensar en la mancha que supondrá para la casa Mormont.