Partida Rol por web

Joana, ahora vestida con la túnica roja, te llevó a caballo hasta el cementerio. Una vez allí, depositó una rosa roja sobre la lápida de Gerard, tu tío.

-- ¿Lo conociste, Vicenç? Apuesto a que no le recuerdas.

>> Tu madre y tu padre pensaban que era un monstruo, por eso organizaron la rebelión contra él. Por eso no pararon hasta matarle.

>> Gerard sabía... cosas. Descubrió viejos hechizos que otros eran demasiado cobardes para usar. Y a través de ellos... era poderoso. Pero, ay, al mismo tiempo era demasiado impaciente, y empezó a ser una molestia. Cuando lo encontré, en el río, apenas quedaba nada de él. Pagué a unos hombres para que lo enterrasen aquí, entre suicidas y paganos. 

>> Y tú, hijo mío, eres su digno heredero. ¿Lo oyes? --no oías nada-- Ya se está acercando la hora. Esta medianoche podremos invocarlo.

>> Pero necesitaremos algo: la sangre de un inocente.

Mientras huías del pueblo, te encontraste con el niño al que habías enviado a espiar en aquel cementerio. No lo habías visto desde entonces, pero por lo que ves no parece que se haya dado la gran vida. Está solo, asustado, sentado en una ventana. Cuando te acercas, te cuenta lo que vio. Y a primera vista no puedes creerlo.

Aquel día, Clara y el heredero de Empúries fueron al cementerio, y comenzaron a hacer cosas impuras. En ese momento, Vicenç disparó dos virotes hacia el heredero, que cayó al suelo. Manel apareció, y entre los dos acabaron de matar al joven Ponç, cercenando su cabeza. 

Hasta aquí, no dabas crédito. ¡Tú mismo viste al heredero aquella misma noche, bien vivo, anunciando su boda! Pero el relato continuaba: en ese momento, todos se dieron cuenta de que había un jinete rojo mirando la escena. Nadie lo había visto llegar; sencillamente, ya estaba allí. Una densa niebla rodeó el claro, y... Aquí el relato del niño se quebró. Habló de unos ojos rosas oteando desde la bruma, habló de demonios y habló de una señora. Habló una rosa. Y de un cuerpo que, de repente, ya no estaba.

Las palabras del chico me abrumaron. No entendía nada. No hacia ni dos dias que Manel me estaba pidiendo que protegiera a Clara de Vicenç, y ahora, por lo que me está revelando el joven, parece que se unieron para asesinar al compañero de Clara. 

Tenia un montón de dudas y su narración, lejos de ayudarme, me desorientaba todavía más. 

Lo único que tenia claro es que el chaval me habia ayudado y ahora, por mi culpa, estaba asustado, agotado y entumecido. 

-Joven, no sé vuestro nombre pero me habéis ayudado mucho con vuestra investigación. Dejadme que os ayude yo. No tengo mucho dinero, pero creo que puedo permitirme abrazaros bajo mi protección. Si me acompañáis velaré para que no os falte comida ni techo bajo el que descansar dentro de mis posibilidades. ¿Que me dices?

Pedí a Pep el tabernero, un poco de comida caliente para que el chaval se recuperara antes de partir hacia el castillo. 

Todo iba demasiado rápido y no entendía como Pèire se habia posicionado tan rápido contra Daniel de Livona. 

Decidí bajar hasta los calabozos. Estaba seguro que los guardias, si los habia, me permitirían visitar a Pèire. 

Cuando Daniel nos dijo que quería hablar con todos y cada uno de nosotros sentí un alivio. Rodrigo de Astorga me habia hablado de él y sentía que podia confiar en sus palabras y su conocimiento, así que vi, en su propuesta de entrevista, más una posibilidad de aclarar mis dudas que en la de preocuparme por lo que me pudiera pasar al visitarlo. 

Pero habian pasado tantas cosas. Y tenia dudas incluso de cuales de estas eran verdad y cuales eran solo ilusiones. 

Queria hablar con Manel, para que me contara su versión de lo acontecido en el cementerio. Y más después de lo que me habia dicho sobre Clara.

Y por encima de todo, dejé mi treta para descubrir si a Vicenç todavía le quedaba un poco de corazón y salvaría a su hermana o si, por el contrario, ya no quedaba nada de humanidad en su escalada por conseguir governar Alós. 

No podia intentar pues no sabia si Manel ya habia cambiado de bando y ya le habia contado a Vicenç mis intenciones. 

¿Qué he de hacer querida tía? ¿De quién derramaremos la sangre para que Gerard pueda volver entre nosotros?

Tras una pequeña resistencia, finalmente los guardias dejaron que Dionís pasase y se sentase en la pequeña celda donde se encontraba el anciano médico de la familia, Pèire, acusado de herejía.

Como caída por la Divina Providencia (por decirlo de alguna manera), en ese momento apareció tu tía, Caterina, la tonta de Caterina, acompañada de un hombre que parecía ser un juglar. Iban vestidos con ropas de viaje y en caballos ligeros, y parecía evidente que estaban huyendo del castillo. Quizá para empezar una nueva vida de pecado y libertinaje: el tintineo de las monedas era evidente al galope.

Al veros, Caterina se puso completamente blanca, y su amigo parecía que iba a echar mano a la espada, pero por suerte Joana habló primero.

-- Caterina, hermana, menos mal que os hemos encontrado. Veníamos a preveniros, alguien ha dado la voz de alarma y los guardias vienen a por vosotros. Acompañadnos, por favor. Os guiaremos a un lugar seguro.

Y, como para confirmar sus palabras, realmente escuchasteis el paso de unos cuantos caballos (cuatro o cinco) a unos minutos de allí... Había que huir por el camino.

Hacia el Torreón.

Una criada tocó a tu puerta y te confirmó que Daniel, junto con unos cuantos guardias y el joven Dionís, se disponían a salir a dar caza "al diablo."

-Mi querido Pèire, he venido tan presto como he podido despues de enterarme de lo sucedido. ¿Como os encontráis? ¿Estaís lastimado? ¿Que puedo hacer por vos? 

Sé que me habéis ocultado información sobre lo sucedido en el valle, y acepto que seguramente lo habéis hecho para mantenerme seguro. Pero ya no soy el chiquillo que recogiste hace años y podéis confiar en mí para cualquier cosa. En breve iré a ver a Daniel de Livona, si queréis, puedo interceder por vos. 

Sigo a Joana de Mormont con prisa

Asentí en agradecimiento a la criada y regresé a mi lectura.

Que fuera lo que tuviera que ser... 

Además, más pronto que tarde mostrará sus verdaderas intenciones con la casa y su familia. Intento advertíroslo desde hace tiempo pero es vuestro hijo, y por suerte o por desgracia, no escucháis mis advertencias. Me quedo callado esperando una respuesta igual de sincera de mi señora d'Olot.

Un criado llamó a la puerta.

-- Mis señores, Daniel de Livonia ha partido con algunos guardias, al parecer Clara ha dicho ver al demonio galopando hacia el cementerio.

Todo era tan surrealista que la cara del criado estaba a medio camino entre el más puro terror y la incredulidad. Y sin embargo...

-- He buscado en todas las habitaciones. Aparte de Clara y vos, no hay nadie. Joana, Caterina y Vicenç han desaparecido.

Galopasteis rápidamente hasta el Torreón, consiguiendo por algún embrujo que los caballos llegasen justo hasta arriba de manera ligera, etérea. Era casi como si hubieran volado. No se podía seguir adelante desde el Torreón, obviamente. Pero eso Caterina y su acompañante no lo sabían.

Joana te hizo un signo secreto, y te comentó mientras reuníais la leña para pasar la noche.

-- Conozco bien a Caterina, soy su confidente. Es virgen, pura, e inocente. Ya sabes lo que hay que hacer. Deshazte primero de él. Yo prepararé el altar.

Y añadió, a modo de explicación:

-- Bastará con un poco de sangre, no debemos matarla. Después de todo, es familia.

Cabalgasteis raudos hasta el cementerio en la espesura. Allí, en la casi completa oscuridad, a la luz de vuestras antorchas, pudisteis observar que había una rosa roja en la tumba de Gerard. Estaba fresca: alguien acababa de ponerla allí. Como para confirmar vuestras palabras, escuchasteis el galope de unos caballos siguiendo por el camino. Hacia el Torreón.

Montasteis, y cabalgasteis hasta donde os fue posible. Pero, llegado el momento, debíais descabalgar antes de continuar ascendiendo...

-No temáis, Daniel. Conozco el camino a la perfección. Hace poco tiempo desconocía la presencia del torreón, pero ultimamente he tenido que ir tantas veces que es ya una ruta habitual. Eso si, seguidme y seamos cautos. No revelemos nuestra presencia hasta que sepamos a que nos enfrentamos.