Partida Rol por web

Mire a mi interlocutor divertido.-Mal ejemplo poneis. Rhaegar Targaryen era un loco y un estupido, no un caballero. ¿Quien puede estar tan demente como para empezar una guerra que casi destruye todo poniente por el capricho de una mujer? Mas estando ya casado, y asi insultando a su esposa y la casa de esta?. Pero bueno vos tambien sabreis de el despues de todo era vuestro cuñado.-conteste al Martell.

Es curioso que esteis aqui esta noche e invitado Ser Oberyn ¿Que haceis aqui exactamente, en una pequeña corte de una casa menor  poco importante y al servicio de los Lannister ? Y no me digais que venis a casaros porque no me lo creo

Casi rio el Martell cuando oyó la voz de una juventud insensata y poco consciente de la realidad.

Capricho de una mujer por la que murió vuestro padre. - le recordó- ¿O fue para evitar que Eddard Stark os trinchara como a un cerdo? Seguramente si no hubiera tenido que preocuparse por defender al resultado de su desliz hubiera sido más fácil que sobreviviera contra un hombre con menos habilidades con la espada como era Lord Stark.

En cualquier caso- prosiguió con su reclamación a los actos de Rhaegar hacia su casa- cualquier insulto del heredero hacia Elia fue lavado con sangre. Lo de matar a sus hijos, violarla y matarla lo tendré que hablar un día con vuestro tío abuelo. Un día me pasaré por Desembarco a recordarle que un Lannister siempre paga sus deudas.

Y respecto a la pregunta sobre qué hago aquí- este fue un punto en el que miró a su interlocutor desde la altura que su diferencia de rango le colocaba, pero sobre todo desde la que daba la inmensa diferencia entre ambos como hombres, un niño apenas madurado frente a alguien que había conocido mucho más mundo, incluso a los años del infante que ahora tan bravucón se mostraba-. Se me plantea la misma pregunta sobre vos. Si tan mal os parece que un caballero como yo acuda a la fiesta, ¿qué hay de vos?. Un Dayne, que tanto juró lealtad a Dorne y a mi hermano para llorar por ese juguete que ahora paseáis por los Siete Reinos, acudiendo a la fiesta de una casa menor de las Tierras de Occidente a la que tan mal le parece que yo acuda. ¿No fue suficiente con convencer a vuestra tía de que admitiera públicamente el deshonor de su hermano que queréis añadir el de vuestra casa acudiendo a fiestas inapropiadas a vuestro rango?

La mirada del muchacho cambió  unos segundos pasando de la apatía a la molestia y después de nuevo volvió a un tono mas sarcástico.-

Mi padre murió porque juró servir y proteger aunque equivocadamente, a alguien que ya no se merecía su fidelidad. Murió por honor, no por ninguna mujer. Bueno, por honor y por un deshonroso ataque por la espalda a traición.Tanto mi espada como la de mi padre podrían haber acabado con el señor de Invernalia pero los trucos sucios imperaron aquel día.

Respecto a vuestra hermana, fueron incontables las veces las cuales le aconseje que volviera a sus tierras. Debisteis ir a por ella y traerla de vuelta a casa, lejos de los brazos de aquel loco. Si hubierais hecho lo que debisteis nada habría pasado, pero supongo era mas fácil irse de aventuras.-hablar de aquel asunto removía viejas heridas que aún me dolían.

Por mis venas corre sangre de múltiples linajes Targaryen, Dayne, Lannister e incluso Martell, pero ello no hace ni que tenga que cargar con sus estupideces y pecados, ni que sea como ellos.

Si tan solo ella me lo hubiera pedido una sola vez, la hubiera sacado de allí aun luchando contra 100 hombres.Si aquel dia Rhaegar no nos hubiera mandado lejos la cabeza del asesino de vuestra hermana estaría mis pies.-dijo con una resolución absoluta y con una mirada fría. Tras esto señaló su espada.

Este juguete que llamáis, ha salvado a vuestra casa en múltiples ocasiones. Derramando la sangre de vuestros enemigos durante siglos. Mientras vosotros os enorgullecíais de vuestra labia como hace un momento.

Solo los mejores espadachines de cada generación pueden reclamar su filo, deberíais dar gracias porque en esta época haya una estrella del alba.

Mucho tiempo a pasado desde que mi tía hizo lo que debía. Ahora soy el señor de mi casa y debo velar por esta y si debo asistir a fiestas u otras formalidades no se, me temo que me sacrificare por la causa-dijo con una medio sonrisa.

Ser Ulrich se hizo presente en la posada con su habitual donaire, adentrándose con fuertes pisadas pero, al mismo tiempo, con los movimientos gráciles que tantas miradas atraían allá por donde pasara. Iba a ser un extraño en aquella fiesta -al fin y al cabo, pertenecía a una de las casas menores y ni siquiera era su líder-, pero no estaba dispuesto a que le tomaran por un don nadie: ¡por algo en sus tierras era considerado héroe de guerra! 

Antes de entrar, mientras ataba a su caballo y le procuraba las provisiones pertinentes, se había encargado de escuchar a través de las paredes de la posada, en medio del jolgorio que comenzaba a formarse, la discusión acerca de cuál sería la razón de la extraña prohibición de la espada en la fortaleza de los Vaelys. Personalmente, no la entendía, pero tampoco le importaba... Solo sentía un alivio inmenso ante aquella decisión.

Pero lo que no pudo distinguir de aquellas voces que salían de la taberna fue el timbre de nada menos que Oberyn Martell y, al plantarse en medio de la taberna y cruzarse con su mirada, se lamentó para sí de que fuera él, precisamente él, quien primero fuera a reconocerle en aquella pre reunión de posada. Los dos conocíamos bien a algunos miembros de los Lannister, pero la Víbora llevaba las de ganar en cuanto a información mutua. Normalmente, su joven osadía y su inconsciencia le hacían no temer nunca a nadie, pero sabía bien que Oberyn podía ser muy sagaz y cruel si se le antojaba.

Ser Ulrich, quien pese a su condición viajaba solo, como acostumbraba desde hacía un tiempo, empezó a plantearse si aquel evento iba a merecer de verdad la pena y se planteó incluso si no debía mejor buscar otras satisfacciones lejos de allí. Pero mientras lo pensaba, para ganar algo de tiempo, saludó a los allí presentes con su habitual chulería:

- Salud, caballeros... Buenas noches nos den los Siete Dioses. ¿Qué hay para comer?

Era agradable ver como el nuestro no era el único lugar de los siete reinos con problemas aquellos dornienses estaban despellejandose el uno al otro, delante de todos nosotros desde luego no hablaría yo en defensa de uno u otro.

Cada vez la taberna se iba llenando más y más era el momento de reservar si no todos estos extranjeros cojerían los mejores cuartos.

-Posadera pongame una habitación en el segundo piso.

Se estaba empezando a hartar de aquella juventud tan descreída, Ser Cedric estaba demasiado mayor para aguantar estas cosas.

De pronto una sonrisa feroz cruzó los labios de la Víbora y su expresión cambió.

Excelente- respondió mientras sus ojos se relamían con el sabor de su presa-. Ya tengo toda la información que necesitaba de vos. Podéis continuar con vuestra cena.

Sin más se giró y saludo con una ligera inclinación al recién llegado.

Buenas noches, Ser Liechtenstein- le correspondió mientras caminaba hacia su mesa-. Dicen que unas perdices asadas podría ser el mejor plato del menú. Como podéis ver en nuestras mesas. En una noche como esta sería mejor el vino caliente que la cerveza fría, pero al menos será sabrosa.

Se sentó y siguió hablando con su escudero, que asentía, como recibiendo órdenes. Este acabó rápido su plato y subió por las escaleras que llevaban a la parte alta del edificio.

Lance volvió a su cena olvidándose del Martell. Había bastante gente en la posada y la cerveza corría fácil, no conocía a nadie mas entre los presentes así que si no le daban conversación, no seria el quien lo hiciera.

Pronto seria la fiesta el joven no sabia muy bien de que le deparaba esta  pero al menos esperaba que fuera distinguida y divertida, sobretodo esto último.

- Oberyn... Cuánto tiempo. Agradezco vuestra recomendación. Posadera, sírvame un par de perdices de esas de las que habla mi viejo amigo. Y cerveza, si no hay más remedio. Y, por favor, reserva a nombre de Ser Liechtenstein la habitación más tranquila que le quede, no importa que sea una humilde... ¡Bastantes comodidades deberíamos disfrutar mañana, ¿verdad, compañeros?!

Ser Liechtenstein se sentó en una de las pocas mesas que quedaban vacías, a la espera de recibir su cena. De fuera seguían llegando los sonidos de la lluvia, el viento y hasta algún trueno. Tenía ganas de que llegara el alba para emprender el rumbo hacia el castillo, pero antes -pensó- sería conveniente empezar a conocer a algunos de los presentes en aquella posada... 

Una mujer empapada entró en ese momento por la puerta de la taberna. Tenía los pies llenos de barro, el bajo de sus faldas sucio y todo el cuerpo mojado. La humedad de sus prendas resaltaban la silueta de su cuerpo. Era delgada, muy delgada, de piel pálida y cabellos rubios. Llevaba consigo una vela que había logrado que no se apagase por la increíble lluvia que estaba cayendo.

Parecía cansada, su rostro lucía demacrado y unas ojeas profundizaban sus ojos. Sin duda había sufrido mucho para llegar hasta allí. Y en cuanto entró se dirigió corriendo hacia la barra de la posada y gritó: ¡Agua, por favor!  Y en ese instante la mujer se desplomó contra el suelo golpeándose la cabeza contra una de las sillas y haciéndose una buena brecha en la frente. La sangre empezó a brotar.

¡Por todos los dioses! Gritó Risonda cuando vio el espectáculo sin poder atender a nadie de los que acaban de llegar o a nadie de los que habían solicitado algo. Que alguien le ayude. Voy a por agua y unas toallas. Dijo la posadera marchándose de allí para buscar algo con lo que taponar la herida.

Oberyn se levantó de la silla y acudió rápidamente al lugar donde se había desplomado la mujer.

Trae el aguardiente más fuerte que tengas y una jarra- ordenó a la posadera al tiempo que señalaba a su escudero.

Saca de las alforjas un cuchillo plano y tráelo.

La herida no parecía demasiado profunda. Posiblemente pudiera cortar la hemorragia y no parecía que hubiera ningún peligro para la estructura del cráneo. Había sido un buen golpe y posiblemente quedase una cicatriz en la frente de la mujer, pero en principio no corría peligro su vida, al menos salvo que el agotamiento la debilitase.

Cuando su escudero trajo lo pedido le señaló una vela.

Caliéntalo ahí- le ordenó con firmeza.

Sus manos se movían con habilidad revisando a la mujer. Los años de maestre, aunque no completados, habían dejado un poso de conocimiento en el caballero.

Alester se quedó pasmado al ver que su interlocutor se marchaba sin molestarse en contestarle. Vaya modales, los de esta casa, pensó. Decidió no darle más importancia y dirigirse, en su lugar, al alegre caballero que tanto estaba disfrutando de la fiesta y que había comenzado la polémica sobre Lord Vaelys.

- Visto que nuestro compañero no me ha respondido, quizás vos sí podáis. Parecéis más enterado que yo del tema. ¿Cuál es el motivo por el que…?

Pero no terminó su pregunta, pues en ese momento la puerta se abrió, dejando paso a una empapada mujer cuyo rostro mostraba claramente signos de cansancio y sufrimiento. La vela, aún encendida parecía más viva que ella. Alester se la quedó mirando con los ojos fijos, ceño fruncido y la boca entreabierta, sin moverse, pues la situación lo había sorprendido hasta tal punto que no supo reaccionar.

Hasta que la mujer cayó al suelo. El caballero actuó con presteza y fue corriendo hacia ella. Aunque antes que él llegó el príncipe de Dorne- ¿Podéis ayudarla? ¿No necesitaréis ayuda de un maestre?

Por lo que Alester veía, parecía que el dorniense se desenvolvía con soltura. Y aunque bastante sangre brotaba sin parar, el hombre tenía el suficiente conocimiento como para saber que las heridas de la cabeza solían parecían más de lo que eran.

Ser Ulrich ya me ha presentado y por vuestra mirada antes sabéis quién soy- respondió sucintamente el dorniense-. Si conocéis mi historia sabréis que estuve años en Antigua.

Entro a la posada agachado y con una sonrisa de lado a lado, su casco ornamentado descansaba bajo su brazo y reia de lo que decia uno de sus hombres en aquel extraño idioma, se acercaron riendo y hablando hasta la barra, donde le dijo algo a uno de sus hombres, este se puso serio, hizo una reverencia, y se marcho de la posada.

-¿Señorita, me permitira alojarme en una de sus habitaciones? La mas grande que tenga porfavor, soy algo grande y una habitacion pequeña me produciria incomodidades- Su intento de ser amigable era un fracaso, se oia un grave y ronco grito que sin dudas llamo la atencion de todos los que estaban en la sala.

El caballero miró a la mujer que acababa de entrar. No tenía el menor interés en ayudarla, pero aún así lo hizo. En silencio.

Ser Mordred no era bueno ni santo, pero sentía parte de su obligación el rescatar damas en apuros. Y si se las podía follar después, mejor. Así que con un suspiro, se dedicó a ayudar a la susodicha, siguiendo las instrucciones del Martell.

- Aquí tienes un cuchillo caliente. No sé qué demonios intentas, ser Oberyn, pero he visto heridas de guerra peores. No creo que haya que cauterizar nada. Pero haced lo que consideréis bajo vuestra responsabilidad, seguramente sepáis más que yo.

Y puestos a opinar, Ser Mordred también era un bruto. Como todos aquellos brutos que viven para la guerra. Pese a ser un estratega. Lo mejor que sabía que podía hacer era seguir órdenes, no darlas.

Yo tampoco creo que haga falta cauterizar nada- coincidió con el Mordred- pero en caso de equivocarme con una vela no podría calentar en un par de segundos un cuchillo, así que prefiero tener esa posibilidad lista para el caso de que sea necesario usarlo de emergencia y no tengamos tiempo de esperar.

Fue ayudando a que la hemorragia disminuyese mientras esperaban a que llegase el alcohol y los trapos que usarían a modo de vendas.

Cuando Ser Ulrich se giró sobre su silla al escuchar el chirrido de la puerta seguido de una voz femenina, sintió ese fuego que sentía cada vez que veía a (casi cualquier mujer). Pero pronto la libido se disipó, a los dos segundos que tardó la dama en desplomarse. En circunstancias normales, sus normas para con el sexo opuesto le habrían llevado a asistirla, seguramente esperando recompensa, pero el revuelo que se formó alrededor de la afectada espantó a su instinto y volvió a girarse mirando hacia su mesa.

-Posadera, cuando acabes de atender la urgencia, te ruego me sirvas la cena, que mi estómago ya ruge casi tanto como la respiración del grandullón -dijo dirigiéndose a "Oso Erguido·. -Saludos, amigo, ¿qué le trae por aquí?

Escucho una vocecita desde atras, pero ya era tarde para contestar, una dama estaba en apuros, y Swann se acerco a ver si podia hacer algo.

-¿Puedo ayudar en algo? Oi que necesitaban aguardiente fuerte...- Saco una pequeña botella y se la ofrecio a Oberyn Martell, la botella tenia olor a alcohol puro y la vos grave del coloso retumbaba en la sala

- Conozco vuestro nombre, por supuesto -respondió Alester educadamente, mientras seguía con los ojos los movimientos ágiles de las manos de Oberyn- pero vuestra vida al detalle no ha llegado a mis oídos, mi señor. Suerte para la muchacha vuestros conocimientos.

A pesar de su voz, suave y respetuosa como de costumbre, en su mente no pudo evitar pensar lo vanidosos que eran los grandes señores. Siempre esperaban y daban por hecho que todo el mundo hablaba de ellos y conocía sus hazañas al completo.

Mientras esperaba a que el príncipe terminara de asistir a la mujer, sus ojos se posaron en una enorme figura humana. Alester solo había visto a un hombre así en su vida y solo esperaba que los modales de este no tuvieran nada que ver con los de aquel.

-¿Alguien de los presentes conoce a esta mujer?Debe de estar calada hasta los huesos si vino bajo esta lluvia. Traer tambien mantas o alguna cosa para que entre en calor.

Aquella mujer parecía estar simplemente exhausta, pero era mejor asegurarse. El frio podría atraer una pulmonia y esta llevarsela facilmente.