Partida Rol por web

Rhogar se apostó delante de la puerta del camarote de Elenezer, con la espalda apoyada sobre unas grandes cuerdas de bogar las velas, con los ojos cerrados, pero con los sentidos totalmente afilados por si el mínimo alboroto se oia a lo lejos y a lo cerca, y con la espada apoyada sobre sus piernas.

El momento se acercaba y esa calma era la que precedía las tormentas.

-Asan carne, señores-había resumido el contramaestre.
Acababa de subir del esquife por la escala diestra de popa junto a Herion y a Tarcil, tras celebrarse consejo en la carroza de Nuestra Señora de Uinen. Las tres galeras estaban muy juntas, proa a la mar, inmóviles los remos en el agua color de plomo. El cielo estaba cubierto y seguía sin soplar la más leve brisa.

El alba empezó a definir la forma de las naves enemigas en el horizonte. Eran cinco galeotas haradrim y una galera númenóreana de tres fanales, su capitana. Estaban desplegadas en orden de batalla; cubriendo con mucha pericia cualquier fuga de vuestras tres galeras hacia mar abierto. La númenóreana lleva al menos dos balistas a proa y un onagro a popa. Así mismo, un par de badân, un rochros y un cîr númenóreano* merodeaban a su alrededor, llevando órdenes, víveres y refuerzos, y haciendo labores de exploración. O eso suponéis. En el cîr se adivinan también un par de catapultas.

Habían estado toda la noche aguardando pacientes, cautas, seguras de que las presas estabais atrapadas en el saco del golfo. Quien estuviera al mando, conocía el oficio. A vuestro favor la ventaja de que en ningún momento podrían pensar que habíais salido a por ellas, si no que os habían dado caza, arriconándoos como a conejos.

-Los paladines de Ulmo irán primero. Los estatutos de los paladines obligan a eso-comunica Herion a la tripulación.
-Mejor ellos que nosotros-dijo Tatuajes aliviado.
-No hay diferencia, todos vamos a disfrutar lo nuestro. Y al menos para mi habría sido un honor ir el primero al frente del Turupanto.

Los tripulantes del Turupanto se miraban unos a otros, mas nadie tuvo necesidad de expresar pensamientos: podían leerse en cada rostro. Tres naves sarracenas por cada una gondoriana, aunque dos fueses falúas, y sin que cupiese la posibilidad de varar en tierra y salvarse allí, pues pertenecía al enemigo.

-Habrá que ir a remo todo el tiempo -seguía diciendo Herion- tampoco es necesaria acabar con ellos, bastará diezmarlos para que dejen de hacer fechorías en nuestra Bahía.

Observo la armada enemiga que quiere batirse con nosotros. Hay que preparar a las tropas.

- Infantería de marina prepárense...comprobad toda arma, quiero que sus filos corten la carne enemiga sin problemas... 

Compruebo el filo de mi espada. Hoy tocará usarla me temo, ya que el enemigo es superior en número peor no en valor. O eso quiero creer. Veo a los arqueros que comando siempre y les hablo con claridad.

- Señores...hoy libraremos una gran batalla...quiero que recuerden que no luchan sólo por Gondor...luchan por su familias, sus amigos, la gente que ven cada día...sin nosotros ellos serán las víctimas de los piratas...sin nosotros ellos serán masacrados, nuestras mujeres violadas, nuestros infantes asesinados,...no luchamos por Gondor señores, luchamos por la libertad de los nuestros...y ahora prepárense y dispónganse a acabar con el máximo de enemigos...no les den cuartel...

Pido a un soldado que me acerque mi arco. Hoy lloverán flechas, será necesario colocar escuderos para protegernos llegado el caso.

A la voz de Tarcil, la tropa se agrupó en ballesteras, corredores y crujía, soldados y marineros miraban entonces a sus oficiales en silencio mortal, conscientes de que espadas y bastos resolverían la partida. Entre la chusma, que algo habían oído, empezaban a dibujarse gestos de difusa alegría, viéndose ya libres; que para el cautivo encadenado al remo por la religión enemiga, cada vela avistada era siempre una esperanza. Y ahora se habían avistado diez, a falta de una.

-¿Damos de comer por si acaso?-susurró el contramaestre a Herion.
-Me parece bien, pero sin encender el fogón. Ajos crudos y vino, que es brasero del estómago-respondió Herion con la mirada ausente.

-La chusma necesitará refresco-sugirió el cómitre.
Herion se recostó en el coronamiento, bajo el fanal.
-Aseguren las calcetas de todos los forzados, con manillas a los haradrim y a los mornumedain. Luego denles un poco de aguardiente: un sorbo por forzado. Este será hoy su mejor rebenque. Pero sin concesiones, al primer remolón se le corta la cabeza... ¿está claro, señor cómitre?
-Clarísimo-respondió Tatuajes presto cual centella- se lo diré al alguacil.

-Y para la gente de cabo y guerra -dijo, seco-, además de los ajos y el vino, otro trago de aguardiente. Después que tengan a mano vino ordinario, muy aguado -en ese punto volvió hacia el artillero-. En lo que corresponde a vuesamerced, tirará de cerca y a mi orden. Por lo demás yo estaré a proa, el señor Fiaras y Tarcil, con sus arqueros, a la banda diestra, y los paladines de Ulmo a la banda zurda, con el resto de la tropa.

-Si al forzado y al soldado dan de beber -apuntó mordaz, el buen Fiaras- o están jodidos o los van a joder -mientras Herion lo miraba con aire de pocas fiestas. La tropa siempre se había preguntado dónde tenía el capitán el sentido del humor, mas esta vez era cierto que no estaba el horno para bollos y se comprendió a la perfección la actitud de Herion, de hecho, contra la costumbre, nadie había coreado la gracia del ingenioso dramaturgo.

-Además -finalizó Herion- pongan de pavesadura cuanto haya a bordo, velas incluidas. No conviene que nos maten mucha gente de remo... Piloto, meta la aguja y todos los instrumentos bien trincados y a cubierto en el escandelar... Conmigo quiero a los dos mejores timoneros, el piloto y cinco buenos tiradores con arco... ¿Alguna pregunta?

La luz del alba ya despuntaba en el horizonte, más las sombras del rival aperecían claras y más cerca de lo que parecían, diez naves para tres, solo nuestros queridos dioses pueden salvarnos... o nuestras espadas, se repitió Rhogar para sus adentros mientras comía algo y bebia su vino.

Miró el filo de su espada y fue en busca de varias lanzas para tener siempre a mano, ese era su estilo primero de lejos para ser más mortal de cerca.

Se acercó a Tarcil .- Tarcil, yo estaré a punto en cubierta para rebanar todas las cabezas sarracenas que asomen sobre el Turupanto, espero tengas mejor suerte que antes .- sonrio y dió un pequeño golpe en el hombro del norteño .- hoy puede ser un gran día...

Luego fue en busca de la curandera .- Señorita, tenga todos sus enseres preparados y arromangese que hoy tendrá mucho trabajo .- no quería que saliera a fuera y viera los barcos enemigos, eso sería catastrófico para ella .- usted no se mueva de aquí y este tranquila que no dejaré que le pongan una mano encima, ese es mi deber y si hace falta moriré por ello, no salga para nada de su camarote, solo si yo se lo digo, entendido? .- con una sonrisa tierna miró a la curandera .- hoy vamos a salvar a nuestra patria.

Sonrío ante el golpe de Roghar y le digo:

- Que los Valar te guarden... 

Preparo mi arco y cojo el carcaj con flechas. Compruebo las velas enemigas, puede que en las primeras oleadas tengamos que tirar flechas incendiarias. Aunque usen remos para el ataque si sus velas arden el caos se apoderará de ellos.

- Hay que recoger las velas...y mojarlas...no quiero que ellos hagan lo mismo con nuestra nave...

Miro a los arqueros y tras señalar a cinco de ellos que sirvieron bien en la anterior batalla (los de élite) les indico:

- Id con el capitán y seguid sus órdenes a rajatabla...el resto de arqueros formaréis conmigo...Rhogar y el resto velarán por nosotros...quiero tiros limpios...no malgastéis flechas a no ser que yo os lo ordene...va ser un combate intenso...

Miente quien diga que nunca conoció el miedo, pues no hay cosa que no tenga su día. Y aquel amanecer, frente a esas diez naves que os cerraban la salida al mar abierto, en los momentos previos al enfrentamiento que en el futuro aparecería en las crónicas de Arda como el combate naval de Dar Ankhôr, o de Cabo Negro, podéis reconocer esa sensación, familiar por otras veces, que os tensa el estómago hasta el límite de la nausea y os hacía correr un extraño hormigueo por las ingles.

Lo que estaba a punto de ocurrir era un suceso grave, de resultado indeciso, a cuyo término podrían estar los salones de Mandos o del mismísimo Eru -no el peor final a fin de cuentas-, pero también amenazaba el cautiverio o la mutilación. En pocas horas podríais estar al remo de una galera númenóreana o de una galeota haradrim para toda la vida -a un pobre soldado de tolfalas o a un ajado montaraz de Arthedain no los rescataban de las húmedas y crueles cárceles de Umbar-, o mordiendo un trozo de cuero mientras Eleneazer os amputaba un brazo. Y era el miedo a la mutilación lo que más os atenazaba el ánimo, pues no hay nada peor que verse estropeado: con un ojo de menos o una pierna de palo, desfigurado y roto, condenado a la piedad ajena, a la limosna y a la miseria. Todavía recordáis la oficina de Intendencia de la Real Armada, donde pudisteis comprobar que las pagas a las viudas y a los mutilados tardaban en llegar, como el buen tiempo se hace esperar en los largos inviernos de las tierras de Tarcil, allá en el norte y en las épocas del Rey Brujo de Angmar.

Esos y otros eran vuestros pensamientos antes de la batalla, mientras terminabais, junto a los camaradas, de empavesar las bandas y proa del Turupanto con velas enrolladas, jergones, ruanas, mochilas, jarcia y cuanto obstáculo podíais oponer a las saetas sarracenas, y otros proyectiles más grandes, que iban a caer, de seguro, como rayos de Manwë.

Cada uno tenía su procesión por dentro, pero lo cierto es que todos hacíais de tripas corazón* con harta compostura. Como mucho había manos temblorosas, palabras incoherentes, miradas absortas, oraciones a los valar en voz baja, bromas macabras o risas inquietas, según el carácter de cada uno: lo de siempre**.

Las tres galeras estabais casi remo con remo, apuntando los espolones hacia el enemigo, que ya se veían a tiro de onagro aunque nadie disparaba para calcularlo, pues tanto ellos como vosotros sabíais que habría ocasión para intercambiar pivotes de balista y bolas de fuego con mejor provecho cuanto más cerca.

El silencio en las naves enemigas, como en las vuestras, era absoluto. El mar seguía quieto como una lámina de plomo, reflejando las nubes. Sólo faltaba la orden de bogar hacia vuestro destino. El mogataz estaba al lado de Tarcil tan sereno que parecía ajeno a todo. Y más teniendo en cuenta que estaba lejos de su tierra y que era haradan: si lo pillaban vivo le esperaba igual o peor suerte que a vosotros.

-Lucharemos juntos -te dice finalmente el mogataz con mirada amistosa-. Todo el tiempo.

Aquello te consoló un poco, más aún cuando imaginaste que habría sido cosa de Herion. También sabías de sobra que cuando se riñe en el umbral de la otra vida, cada cual lo hace para sí, y no hay mayor soledad que ésa. Nunca te habías fijado demasiado en Rustam, pero haciendo memoria empiezas a recordar coraje en el mogataz.

El silencio previo al combate inunda la cubierta. Los hombres están tensos preparados para entrar en acción en cuanto uno de los dos bandos suelte la primera andanada.

- Arqueros carguen sus arcos...prepárense para soltar una descarga...

Miro a Rustum y a Rhogar y les hablo:

- Llegó el momento de la verdad, los dioses juzgarán nuestros actos a partir de este momento...Eru y los Valar no perderán ojo de lo que suceda aquí...suerte en el combate y que los Valar os guarden...

Espero en silencio que empiece todo. Aviso a unos infantes que traigan los escudos más grandes para cubrir a los arqueros. Es necesario que logremos soltar varias descargas para igualar las fuerzas. No se como serán sus arqueros pero los nuestros son muy buenos y tengo fe ciega en ellos.

Rhogar se preparó para las andanadas de flechas y balistas, eso era lo primero que recibirían y hasta que los barcos no estuvieran juntos no tendría trabajo.

Éste preparó su escudo y algunos barriles con los que cubrirse, era primordial que la mayoría de hombres sobrevivieran a los primeros compases de la batalla para luego atacar con fuerza con la espada.

La suerte está hechada... se quedó mirando los barcos enemigos para escuchar cualquier ruido o ver como las flechas cubrían el cielo.

A lo lejos, en la calma y el silencio absoluto del mar, resplandeció un relámpago, tan distante que su trueno no llegó hasta vosotros. Entonces, como si aquel quebrado zigzag fuera una señal de Manwë contestando a Tarcil -que ya estaba listo, que ya había fijado su atención en vuestro pequeño reducto. ¡Que sí que le importabais, maldita sea! O eso queríais creer- sonó un redoble de tambor. Encaramado al pie del coronamiento de popa del Turupanto, junto al fanal y con la mitra de Eru en lo alto, vuestro capellán os bendijo a todos; que puestos de rodillas, rezabais mientras llegaban, entrecortadas sus palabras: ... Aiya Uinen... Na Erun del tarmenel de Alcar milla... Todas esas cosas. Amen. Todavía estabais arrodillados cuando, se izó en la popa de las galeras de los paladines el pendón Real del Príncipe Telumehtar y el flamante tridente de Ulmo, y en la vuestra el gallardete de la Armada de Gondor (Ceiriath Aran): las siete estrellas de Elendil sobre el ancla del Vingilot.

Tremolaba vuestro estandarte al tiempo que henchíais de orgullo, y por un momento os sentisteis parte de la tripulación de Eärendil, dispuestos a llegar hasta los salones de Mandos si así cumplíais con vuestro deber de soldados.

-¡Ropa fuera!-ordenó el cómitre.
Después un silencio sobrecogedor, cada uno en su puesto y bogando hacia los corsarios.

Seguía la tormenta silenciosa a lo lejos. El resplandor de los relámpagos quebraba el horizonte gris, con destellos en el agua plomiza y tranquila. Los paladines -personas muy espirituales- no tardaron en ver aquello como una señal de los Cielos. Manwë ya hablaba con Ulmo. Y no dudaban un ápice en lo que le estaría diciendo. En silencio también seguía la boga, aún reposada, con sólo el resollar de la chusma y el tintineo de las cadenas al ritmo cadencioso de la palamenta. Se remaba a cuarteles, despacio, economizando fuerzas para momentos de mayor necesidad. Íbais callados, los ojos en las naves corsarias, cubiertos de hierro y a punto de guerra. Tan sólo la acostumbrada lírica breve de Fiaras rompió el silencio:

Nadie muere aquí en el lecho
a almidones y a manjares,
con la vida a tiro hecho.
Se muere a espadazo en yugulares
y a flechazos, roto el pecho.

A mitad de recorrido, mientras os desviabais un poco hacia la diestra, la galera del Príncipe empezaba a adelantaros por la amura de babor a un ritmo endiablado, las velas aferradas en las entenas bajas. Y en la popa, donde habían abatido la tienda, la insigne figura del descendiente más joven de la casa de Eldacar. Imperturbable, mirada perdida al frente, ligeramente alzada la cabeza. Más parecía una efigie del propio Ossë que un soldado o un príncipe.

Cuando Nuestra Señora Uinen os rebasó del todo, tomando la cabeza de la línea, tomó el Ulumúri el mismo ritmo de boga, el estandarte de Ulmo agitándose levemente a popa. Así, visteis como os adelantaban también los paladines del Duque de Ostara, que iba muy tieso y gallardo en la carroza, revestido con una armadura gondoriana de mucho precio, un puño en el pomo de la espada y el morrión en manos de un paje, con la compostura que correspondía a su grado, a la nación y al rey en cuyo nombre os iban a hacer pedazos.

Al menos era un rey con una descendencia de mucho cuajo.

Ya remaban las tres galeras en fila, muy juntas, a espolón con fanal una de otra, mientras seguían flameando los relámpagos silenciosos sobre el mar quieto y plomizo

-¡Apretad la boga!-ordenó el capitán Herion.
Decirlo, pitar el cómitre y restallar corbacho en espaldas de galeotes fue todo uno. Intentando disimular la tensión en los dedos, Fiaras se puso su capacete de acero, sujetándolo firmemente con el barbuquejo. Cosa que no solía hacer a menudo, pues el yelmo le estorbaba para recitar, según decía. También se desabrochó los calzones; y aunque con pocas ganas, orinó en el bacalar sin reparo de nadie, entre los remos que se movían acompasados. De hecho, casi todos los que estaban cerca lo imitaron. Erais gente acuchillada.

Sonó un chapoteo sordo a  proa mientras os empinabais sobre las puntas de los pies para ver mejor. Las naves corsarias, cada vez más cerca y hasta entonces quietas, comenzaban a moverse, hormigueando de turbantes, bonetes de colores cálidos y oscuros, altos gorros jenízaros, almaizares y marlotas. Tras el chapoteo -un proyectil precipitado desde un onagro de la capitana, sin duda- su silencio se quebró con rebato de pífanos* y chirimías*, y desde las embarcaciones corsarias se elevaron tres grandes gritos o voces  con que esa gente suele animarse al degüello. De memoria sabíais que serían gritos a Castamir y a sus descendientes, por parte de los númenóreanos, y a Allah** -su pagana deidad- por parte de los haradrim. Y la verdad es que impresionaba. Como respuesta, de las galeras de los paladines de Ulmo sonaron tres cuernos de Gondor, al unísono, seguidos por gritos:

-¡Ondoher!¡Ondoher! ¡Gondor!¡Gondor!

-Allá van los paladines-dijo entre orgulloso y melancólico un soldado viejo.

Estaba metíendome en mi camarote, y me encerré en él, antes del silencio absoluto. ¿Tanto les había afectado lo del muerto encontrado en el mar?

Aburrida comencé a mirar los baúles de instrumentales y mecanismos médicos, estaba todo y salvo algunas cositas que estaba repasando ahora, todo púlcramente limpio, como para poderlo usar al instante...
Estaba ahí, sacándole brillo a los metales cuando escucho gritos de los hombres, gritos de inicio de batalla...

Me pongo en pié y corriendo me acerco a la puerta, y la abro, viendo todo lo que hay montado...no me asomo a ver cuántos barcos hay por...por miedo, sabe Eru que a él no puedo engañarlo, y que sabe y lee en mi alma mis pensamientos...
 

- ¡Rhogar! Por Ilúvatar, ayúdame a mover los baúles

Volví como el viento a mi camarote y comencé a meter cosas en el baúl, y a prepararlo todo para un inminente ataque... Si estaban preparado los arcos, y si ya estaban gritando "por Gondor" no podría ser un lance pequeño o poco importante...

Cuando el gondoriano estaba a mi lado, comencé a hablar de nuevo. - ¿Qué ha pasado? ¿Cuántas naves tienen los enemigos? Necesito dos hombres, dos que tengan miedo...o que veas que no van a entablar buena batalla, o que  si no tienen miedo o van a luchar, no tengan posibilidades de un buen final... Lo miré a los ojos. Tu lucha con tus compañeros, se que serás más útil en batalla que cuidándome...y yo me quedaré a cubierto, como la otra vez. Que Eru-Ilùvatar te proteja, guíe, y si quiere que vayas con Mandos, tengas un buen viaje.

Los numerneanos se acrcaban, su musica, seguida de las suplicas a su deidades, no lograron amedrentar a la tripulacion. En su lugar gritos en pos de Gondor y s gloria se alzaron mas alto aun que el sonido provenente de las embarcaciones enemigas.

- Tarcil, que recogan los remos, arrien las velas y templen los cabos. - Dije al aspierante esperando a que este diese la orden oportuna. Como sargento en practicas de mi barco, debia prepararse, y este era un momento idoneo.

Con la mirada en el velamen de los navios enemigos, dejaba que toda la tripulacion se exaltara, dejando correr su adrenalina, preaprandolos para la inminente batalla. La carga estaba ya abarrotada, bien fija en la bodega. Lo hombres estaban listos para bogar a nuestra orden, y una vez llegado el momento, librar na crudenta batalla. La embarcaion no cederia sin librar lucha.