Partida Rol por web

oteando a izquierdas divisas una silueta semiagachado entre dos matorrales, no logras distinguir la faz del atacante pero por la forma de su silueta dirías que es un hombre.

¡Allí!-grito señalando unos matorrales donde estaba viendo algo. Apunte con mi espada hacia los matorrales preparado para tratar de evitar cualquier ataque de aquella dirección.

Se lanza a la carrera con el bracamante bien agarrado hacia el lugar al que señala Don Antón.

Véis en el lugar que señala Don Antón como un hombre sale de los arbustos empuñando una ballesta, es ese comerciante que vendió el jarrón a Doña Luisa.

El fulano ese de nombre Matías Rabón, el cual viendo como Hernán se acerca, dispara hacia él, un virote emplumado morado se estrella contra el brazo derecho del barbero, casi arrancándoselo de cuajo y deteniendo su avance, Hernán para en seco y suelta el bracamente que cae al suelo mientras que con brazo izquierdo se agarra el extremo emplumado del virote, el cual le atraviesa el brazo de lado a lado.

- ¡Ahí va, Dios! - exclamé cuando vi el virote ensartar el brazo de Hernán.

El tipo le había pillado a poca distancia y tan cerca una ballesta puede ser mortal. Maldije para mis adentros por no haber visto antes al tipejo escondido, pero ahora se iba a enterar... sólo esperaba que no hubiera más, aunque era bastante probable, muy desesperado tenía que estar para atacar a un grupo numeroso él sólo.

- ¡No te escaparás, mamón! - dije mientras le apuntaba con el arco.

En cuanto le tuve en el punto de mira descargué una flecha contra él, pero pasó silbando por su lado y se perdió entre los matorrales.

- ¡Maldita sea! - grité mientras echaba mano de otra flecha.

Vi como la flecha hacia un enorme "estropicio" en el brazo de Hernán... Justo después de que Samuel se lanzara contra el tipejo salí corriendo con mi cuchillo en la mano. Quizá fuera por el ansia de acabar con él o la rapidez de la escena que pareció resbalarse éste entre mis dedos, sin llegar a caerse, lo cual hizo que lanzara una puntada al aire... ¡Afortunado: que has sobrevivido a un embiste de Roderigo!

El Caballero permanecía con el arma en ristre cuando su compañero dio la voz de alarma. El desgraciado que les emboscaba no era otro que el comerciante que trataba de estafar a la doña... o algo peor. Y ya había dejado fuera de combate al medicucho que les acompañaba desde hacía pocos días. ¿Habrase visto...?

El Caballero comenzó a correr a la carga en dirección al tirador... casi más triscando para no tropezar con la maleza o la raíz de algún árbol. Con una sensación de ligereza al no contar con la pesadez protectora de la armadura... y con un único pensamiento en la cabeza.

- Como no me ensarte como al otro lo parto en dos... 

Al escuchar al caballero Antón les habló en voz alta.

-¡No lo mateis! Cogedlo vivo-dijo mientras corría hacia el tipo con el arma en ristre. Sabía que aquello iba a ser difícil pero Hernán saldría de esta y lo necesitaban con vida para deshacer aquel entuerto. Se preparó pues el segundo virote podría darle en cualquier momento.

Hernán se quedó parado en el suelo, aquello no se lo esperaba. Su brazo derecho no respondía a nada, estaba hecho trizas. A pesar de sus conocimientos de cirujano, no sabía si saldría bien de aquella.

Pero de un momento a otro se llenó de rabia y furia y recogió el bracamante. Le importaba bien poco lo que Don Antón dijese, llevaba demasiado tiempo esperando un momento como aquel y no iban a arrebatárselo. Quizá lo dejase vivo, pero se acordaría de él toda su vida.

Con un fuerte alarido, de entre dolor, desesperación y rabia se lanzó hacia el causante de su herida, bracamante en mano.

-WAAAAAAAAAAAAAAARGH, ¡MALDITO SEAS, HIDEPUTA!

Había estado preparando el mecanismo de disparo de su ballesta tras cargar un endiablado virote, una vez estuvo listo y haciendo gala de una gran sangre fría por no salir corriendo o sacar el yerro que llevaba al costado, terminó de cargar el arma por completo cuando casi todos llegaron a distancia de traba y apuntando con cuidado el arma a Hernán, volvió a disparar.

El maldito virote volvió a morder la carne del barbero, esta vez se incrustó en el vientre del bueno de Hernán, quién no pudo soportar tanta miseria y tanto castigo, su cuerpo dijo basta y el hombre entrecerró los ojos y durante un par de segundos tambaleóse hasta caer bocabajo dando con su cara en la yerba y quedando con el cuelo en pompa al modo griego.

El asaltante, que acababa de identificar como el tipo del mercadillo que le había vendido un jarrón a la querida de Don Íñigo, parecía ser diestro con la ballesta, la había cargado (y descargado de nuevo) a una velocidad asombrosa. El barbero se había desplomado con otro virote clavado en el vientre, seguramente muerto.

"¡Maldita sea! Otro más..."- pensé.

Y es que el comerciante de comerciante no tenía nada, ese tenía más pinta de fullero y bandido, que esos y los soldados son los que saben usar la ballesta. En esas estaba cuando la flecha ya estaba preparada para saltar hacia el malandrín, como le diera por disparar otra vez... mejor no pensarlo.

¡Hernán! -susurré cuando vi otro virote siendo clavado en su cuerpo. En tal momento miré al lanzador, y tan bien que grité en alto tal y como la sesera me mandaba: ¡Maldición! Que no parecías sino un comerciante de esos que van y vienen de Flandes para revender paños.*

Justo después, aparté un poco a Hernán y comencé a practicarle primeros auxilios.

El Santiaguista da un espadazo a la pierna derecha de Matías, el golpe lo da de filo llevándose la espada media pierna del hombre rebanándole el muslo hasta el hueso y lanzando un trozo de carne al suelo embarrado.

Matías ni siquiera grita y sigue como si tal cosa, pues ha sido un corte limpio y súbito, Matías no desvía su atención de vosotros.

El Caballero de Santiago corrió en dirección al tirador y, ayudado por la inercia de la carrera asestó un primer golpe contra la pierna de éste seccionando buen parte del muslo. El corte había sido limpio... tanto que el hombre de la ballesta aún seguía con la mirada fija en Antón y Samuel. Así, el santiaguista, temiendo que el vizconde de Muel aún pudiese acabar con el malhadado que yacía en el suelo ensartado por sendos virotes, volvió a blandir la hoja con furia.

Tras el primer golpe Aleixo pivotó sobre su pierna trasera abriendo el hueco para poder levantar la espada de su padre sobre la cabeza con el fin de descargarla sobre el desgraciado que les osaba atacar. La hoja entró por la punta en el costado de éste con un sonido de vísceras seccionadas. Los ojos de la víctima se pusieron pronto en blanco y, como si de un tentetieso se tratase, se desplomó en la fría hierba que pronto quedó impregnada de su oscura sangre.

El gallego recobró el resuello en un segundo y entonces cobraron sentido las palabras de Antón... muerto no respondería ninguna pregunta. Hincó la espada en la tierra junto al cuerpo del hombre y se arrodillo para tratar de taponar la herida. Pero él no era sanador... jamás se encargaba de aquello. Su trabajo era abrir las herida... no cerrarlas.

- Ayuda... rápido o se nos irá. - rugió con urgencia.

Antón se frenó en seco junto a Hernán y Roderigo. Al ver que Hernán estaba en mejor estado que el bandido apremió al gallego.

-Corred maese Roderigo, mantén con vida a ese infeliz hasta que nos diga por que atacó, yo trataré de remendar a Hernán, que buena falta le hace-diciendo esto se agachó junto a su malherido compañero pero no podía sacar la flecha sin que parase de sangrar...

Pese a los intentos por parte de Antón y Aleixo, el hombre está a las puertas de la muerte y parece no querer volver para revelaros PORQUÉ , ¿cómo es posible que aquel hombre aparentemente inofensivo os haya atacado y se haya jugado la vida en intentar acabar con vosotros? ¿Qué clase de loco atacaría a un grupo armado y experimentado como el vuestro en una desventaja de cinco a uno? ¿ estará este hombre relacionado con la bruja? ¿o quizás con Luisa? ¿o será un mercenario del mismísimo Iñigo?

Todo es tan confuso...