Partida Rol por web

El piquete de espuma de un impacto cercano, es más acicate que la orden más altamente berreada...

-¡Jesucristo!!!

Es lo que exclama, desde lo alto del periscopioj Johann, que rápidamente se deja caer resbalando a lo largo del mismo, hasta tocar la pequeña cubierta superior de la vela el submarino... hay que sumergirse cagando leches....

-¡¡Como nos encuadren, estamos listos... Joder, deprisa, adentro!!

Otra vez, otra mala suerte, otro revés del destino, pareciera que los hados iban en contra del Siegreich, y eso ya le estaba enfadando. Un muerto, un herido, y un jodido y maldito destructor. De verdad, que cruz. 

-¡Todo el maldito personal no esencial que se meta dentro, joder!  ¡Que no molesteis aquí! -Vio como Strauss terminaba de meterse en la barca, y dirigía a sus hombres con maestría. Le alegraba, no quería perderle, por mucho que odiara su comportamiento fanático. Luego, colérico, gritó a dos marineros que iban a los cañones para responder al destructor -¡Que no vaya nadie! ¡Les ayudará a localizar nuestra posición! ¡Adentro, vamos!

Observó que el pobre Johann estaba aún intentando reparar el periscopio cuando les dispararon, y bajó rápido. -¡Venga Johann, has hecho suficiente! ¡Prepara está bañera para sumergirnos!

Miró a Strauss... -¡Vamos Derek! -Le animó, mientras bajaba a echar una mano, pese a su cojera. No quería perder a más hombres.-¡Venga muchachos! ¡Que ya queda poco!- Se arrepentía de esa decisión... Y de tantas otras...

Strauss y sus hombres remaban como posesos, aplicando toda la fuerza de la que disponían, mientras los cañonazos continuaban llegando y las luces del destructor se acercaban cada vez más. 

Era una carrera contrarreloj que debían ganar, porque de lo contrario, no podrían continuar y según había dicho aquella mujer, el futuro del Reich dependía de ellos.

Cuando llegaron, empezaron a cargar rápidamente los bidones en el submarino, aunque estaba por ver si tenían tiempo de hacerlo porque cualquiera de los disparos podía mandaros a todos por los aires. Solo la noche y la distancia, os daban algo de protección.

Max no tenia tiempo para pensar en lo que se acercaba, en que cada segundo importaba, si no se daban prisa allí acabaría todo. Debía ayudar a subir a bordo a los hombres y a esos bidones por los que habían puesto en riesgo sus vidas.

Bajo cubierta, se encargó de que los bidones, según iban entrando, fuesen llevados a donde no estorbasen. Bastantes problemas de espacio tenían, para encima esto...

-¡Vamos, rápido, rápido.... un barril a proa y otro a popa, no os apelotonéis ni bloqueéis las escotillas de paso!

Y todo ello mirando ancioso al puente, a la espera de que el capitán entrase, y pudiesen cerrar escotillas y buscar escondite en lsa profundidades, buscando la zona en que la diferencia térmica con las aguas profundas crea un área e incertidumbre en que, a veces, el sónar no te capta... pero era un juego de azar

En su fuero interno, maldecía la misión esta que les mandaba al agujero del culo del mundo..

- ¡Vamos, vamos!  - Gritaba como poseso el primer teniente.  - ¡Ayudadme con Hibbert, está herido!  
 

Alguien le quitó de las manos a Hans Hibbert, todo fue confuso en aquel momento. Se escuchaban explosiones y gritos. Derek no ers del todo consciente del peligro que les atenazaba. Tan solo quería meter esos putos barriles de combustible en el jodido U-Boot. Cargas difíciles de mover y pesadas como rocas. Pero entre todos y con trabajo en equipo iban a conseguirlo. Strauss estaba seguro. Era su destino y el destino de Alemania.

- ¡Ya queda poco, ya queda poco!  - Alzó la voz cuando ya quedaban unos pocos barriles por cargar. - ¡Capitán, métase en el puto Siegrich y de las órdenes para sumergirnos! ¡Ya! - Le ordenó a von Agstein. 

Cuando llegaron al sumergible, von Agstein estaba sumamente nervioso, y, acompañado de Herbert, le quitó de los hombros al herido a Strauss, y le dio una palmada en la espalda. Farfulló, como pudo, un Me alegro de tenerte aquí, Strauss. Tras ello, se puso a dirigir rápidamente a los hombres y barriles al interior, acompañado de los gritos del teniente, hasta que quedaron pocos, y el mismo teniente, le gritó dándole una orden... 

-¡Strauss! ¡No se exceda en sus funciones, joder! ¡Seré el último en entrar en el submarino! - Le invadió una doble rabia, dado que por su herida de guerra no podía ayudar más, y por la salida de tono... quizás merecida de su segundo. De todos modos, se dirigió a la escotilla para dirigir desde ahí la introducción de los últimos barriles, y, cuando pasó Strauss, le miró, mitad con rabia febril, mitad con alivio de verle con vida. 

-¡Entrad todos! ¡Preparad inmersión de emergencia a 100 pies! ¡Y que se os lleven los demonios con la prisa! Como buen capitán, sería el último en abandonar la cubierta... aunque estuviera ya listo y al lado de la escotilla. 

El joven estaba sudando la gota gorda para subir aquellos barriles a bordo. Ya de por si era una labor titánica, pero para añadirle dificultad, estaban siendo acosados por las bombas que cada vez caían más cerca.

Los focos del destructor se acercaban, parecía que de un momento a otro se les iba a echar encima.

Max se introdujo en el submarino apurando al Capitán para que lo siguiera y en cuanto estuvieron todos dentro dio la orden de inmersión.

Max ya iba adquiriendo habilidad en aquello de realizar inmersiones contrarreloj, así que en cuanto los bidones estuvieron a bordo, el submarino comenzó un vertiginoso descenso que lo alejó de la superficie, en donde continuaban resonando las bombas. Poco a poco, el sonido del peligro fue alejándose y todos pudisteis respirar tranquilos.

Teníais combustible para llegar hasta las coordenadas indicadas. Quizás no para regresar, pero... quién os decía que fueseis a hacerlo.

- ¡Lo hemos conseguido!  - Alzó la voz eufórico.

Entonces recordó a Molnar. No todos lo habían logrado y su gesto cambió por completo. Así era la guerra. Muchos de iban y lo hacían en cualquier momento, sin previo aviso. El azar jugaba muchas veces un gran papel en la elección de los que caían. Molnar había muerto, pero podría haber sido cualquier otro o todos. Podría haber caído el mismo Derek. Todo era cuestión de estadística y puro azar. 

- ¿Cómo está Hibbert, capitán?  - Le preguntó a von Agstein. 

Acto seguido buscó a Johanna Hienrich. Ya era hora de que le explicase la verdadera naturaleza de la misión. Al fin y al cabo, se acababa de jugar el pellejo por esta y tenían tiempo de charlar en el camino hacia su extraño destino. Cuando por fin la encontró, se plantó frente a ella,  le cogió con suavidad de la mano y se dispuso a hablarle.

- Tenemos que hablar, de algo. - Le sonrió levemente. - ¿No crees?  

Johanna se mantuvo al margen durante las maniobras, dejando a los soldado hacer su trabajo. Comtempló el horizonte envuelto en llamas, el fuego recortado en la oscuridad, ligeramente preocupada por el teniente Strauss. Parecía interesado en lo que Johanna tenía que contarle y pocas veces había tenido a alguien que no fuese el propio Führer interesado en lo que tuviera que decir. Por otro lado, el mecánico estaba subido al periscopio intentando arreglaro. Si algo fascinaba a Johanna era a ver a personas hacer su trabajo con esa diligencia y ese buen proceder. De ahí que viera la diferencia entre el teniente o el ingeniero y el capitán, que parecía más ocupado en lamentar las cosas y mirar el horizonte que en nada más. Fue entonces cuando se fijó en su lesión, hasta ahora no la había visto.

Lo anotó mentalmente para después.

Luego llegaron los bombardeos. Johanna no había estado jamás cerca del fuego enemigo y no pensaba estarlo en aquella ocasión. En cuanto empezó el ataque, sin saber muy bien su procedencia, no lo dudó y se metió dentro del submarino. Era un pensamiento racional, pero estúpido, porque si cualquier bomba impactaba contra el artefacto, todos acabarían en el fondo del mar. Durante unos minutos, la mujer se hizo a un lado y desapareció de la vista de todos para que nadie viera lo asustada que estaba. El submarino empezó a sumergirse y finalmente, todo quedó en relativo silencio. Solo entonces, Johanna se tranquilizó.

Aún le latía el corazón a toda prisa cuando Strauss la encontró y la cogió de la mano. En otro momento lo habría rechazado de forma cortante, pero el contacto le devolvió la calma. El teniente notó que a Johanna le temblaba la mano, pero ella seguía mostrándose imperturbable.

-Así es, tenemos que hablar, Strauss. Vamos.

Cuando llegaron al camarote del capitán, Johanna se sirvió un vaso del alcohol que von Agstein tenía guardado en un mueble y se lo bebió de un trago. Tosió un poco y luego clavó los ojos en el teniente.

-Tenemos que hablar del capitán. Es obvio que no está cualificado para esta misión. ¿Qué opina usted?

Al menos, ya estaban sumergidos. Eso le tranquilizaba. Se puso a examinar a Hibbert, tranquilamente en aquel momento, para ver qué le había pasado con la explosión. Antes de que pudiera terminar su examen, Strauss le preguntó por él. 

-¿No ves que estoy ocupado?... Perdón, perdón, Strauss, no había visto que eras tu. Ehh, estoy mirando a ver que tal, ahora te cuento. Y gracias por tu gesto de valor. ¿Estás bien? ¿Tienes algún daño? - Lo decía con verdadera preocupación, así como verdadero había sido su enfado cuando le había molestado, y no se había dado cuenta de que era Strauss. 

Había observado como Heinrich había huído del puente en cuanto habían surgido los problemas, los ojos le centellearon, lo que continuó pasando cuando intuyó que Strauss iba a verla. Maldita fanática... había perdido un hombre. No creía que tuviera algo que ver con lo amoroso, pero Strauss... quizás le sacase algo, y von Agstein podría sacárselo al teniente.

Peter von Agstein recuperó la suficiente tranquilidad para ir a ver lo que Weitzmann había hecho, y le felicitó: -Gracias, Weitzmann, buen trabajo escapando del destructor. Ponga rumbo a las coordenadas, rápido. - Fue luego a la sala de máquinas del submarino, para ver el combustible. Comprobó lo peor. Podían llegar, pero no podían volver. Que Dios nos pille confesados, maldición, ¿qué hacer, llamar a los japoneses?, pero prefirió dejar el problema para ulteriores momentos. Se retiró a tomar un café, y felicitar a los otros valientes que habían estado en el carguero... 

En cuanto pasó el peligro, empezaron a usar bombas manuales para traspasar el combustible, de los bidones, que eran un engorro, a los depósitos del submarino. En esta ocasión, no hubo persecución ni acoso... Quizá, pensó Johann, se tratase de un destructor antigüo, destinado a un lugar lejos del principal Teatro de Operaciones... No sería ni la primera vez ni, esperaba, la última, que tenían un encuentro de ese tipo, en que la Royal Navy se contentaba con alejar la sombra que se ocultaba bajo las aguas.

Una vez hecho el trasvase, y comprobados los niveles, el jefe de máquinas se acercó a informar; el ambiente volvía a estar más relajado, y lo único que rompía el silencio era el runrún de los motores y el movimiento de la tripulación.

-Disponemos de combustible para llegar, y poco más; estirando, quizá para llegar a Japón... En todo caso, en aquellas aguas, hasta podrían suministrarnos desde hidroaviones... El Pacífico es enorme y, por lo que he visto en el mapa, el lugar concreto está lejos de las rutas de navegación, por lo que estará desierto.

Pues la mar, en general, es un gigantesco desierto... unos caminos, las rutas, unen puntos, pero lo que queda a los márgenes de esas vías concurridas, es una inmensidad en que no hay nada... ni tierra cercana, ni más buques que aquellos que no desean compañía... como ellos.

- No se preocupe, capitán. - Le respondió Strauss tras la reprimenda. - Lo importante es Hibbert en estos momentos. - Miró entonces al herido. - Has estado muy bien ahí afuera Hans. - Le dio un apretón de manos. - Ahora te duele, pero no es grave. Saldrás de ésta y con un poco de suerte serás repatriado hasta Alemania hasta que te recuperes del todo. - Sonrió. - Si todo sale como tiene que salir, para cuando tengas que regresar a filas, la guerra ya habrá acabado y Alemania habrá salido victoriosa. 

Fue entonces cuanto Martin y el propio capitán le informaron del estado de los tanques de combustible. No eran las mejores noticias, pero tampoco las peores. Iban a poder llegar a la zona del hundimiento y eso era lo importante. Ya pensarían por el camino como repostar los tanques de combustible. Lo importante era que habían logrado un pequeño paso y la esperanza de poder cumplir con la misión, seguía intacta.

- Capitán... - Posó su mano sobre el hombro de von Agstein. - Ha tomado una buena decisión ordenando a Weitzmann que dirija la nave hacia las coordenadas indicadas. No se arrepentirá. - Y le dedicó una nueva sonrisa. - Si me disculpa... debo hablar con Heinrich. - Y dicho aquello se marchó.

- Hace lo que puede... - Respondió Strauss. - Es un capitán experimentodo, pero su amor por la patria no es el mismo que el que yo siento. Creo que llegado el momento, si no da la talla, deberemos darla por él. - Hizo una breve pausa. - Por suerte, sabe respetar la jerarquía y usted está al mando ahora... - Apretó la mano de Heinrich. - ¿Y sobre lo otro? - Le preguntó ansioso por saber más sobre la misión. 

-Strauss. Llamo antes de que marchara. Mientras hablaba, Max podía ver como los hombres prestaban atención. Quizá pensando que iba a iniciarse alguna discusión. -Esta usted loco, pero me alegro de que vaya salido de una pieza. Cuando vieron que no pasaba nada, volvieron a lo suyo, al igual que Max que siguió dando las ordenes pertinentes para llevar el submarino a las coordenadas señaladas.

Mientras todo esto sucedía, el submarino navegaba silencioso, acercándose hacia su destino. La desconfianza en regresar era cada vez peor y la tripulación parecía, además de cansada y desnutrida, más dispuesta que nunca a rebelarse. 

Afortunadamente, no encontrasteis barcos por vuestro camino, por lo que había vía libre para llevar a cabo vuestra misión, fuera la que fuese.

Los bidones de combustible extras, además de equipo especial que finalmente, lograsteis recuperar antes de sumergiros, solo porque un marinero se fijó en él, os daban todo lo que necesitabais... salvo suerte.