Partida Rol por web

¿Pero quienes se creían? Estaba muy de acuerdo en el hecho de que ellos no pintaban nada en aquella ciudadela, ¡nada en absoluto! Ni les pertenecía por derecho ni serían bienvenidos. Belbara estaba muy de acuerdo con eso.

¡Y encima una semielfa!

¿Qué clase de insulto era ese? 

¡¡Brook no lo aceptaría jamás!! 

-Medio enano, eso es lo que se necesita para derrotar a un semielfo. Y eso porque parte de vuestra sangre es humana, que si no... - Belbara se puso en pié con su hacha en la mano también.  No les convenía enfrentarse en más combates, no si no eran imprescindibles, pero es que este se lo parecía. ¡¡No pensaba permitir que sangre élfica, aunque no fuese pura, entrase en los dominios de su verdadero señor!!

Belbara avanzó un pié, dispuesta a luchar si así era necesario, y así se anunciaba. Pero entonces la otra muchacha se puso en pié, alzó los brazos y pidió calma. Belbara se fijó en ella ¿Acaso también sería una semielfa? Escupió al suelo. 

La discusión estaba llegando a un punto sin salida. Jacrow había metido la pata. Desvelar a una partida de enanos sus intenciones no había sido para nada buena idea. Los vovits no eran para nada tan territoriales, no sentían la raza como algo tan primordial. Todos eran humanos si, pero ante todo pertenecían a un clan y a una tribu y lo que fuera o hubiera sido de otro clan y hubiera quedado sepultado bajo toneladas de roca, poco les importaba a ellos quien lo recuperara. Mientras no fueran ellos mismos, se lo podía llevar desde el más noble de los vovits, hasta el más ruin de los hombres lagarto, que a ellos les daba igual mientras no le trajera consecuencias negativas a su tribu. 

El combate parecía ahora ya inevitable. Si bien los vovits parecían menos inclinados a una solución belica y los anzanos estaban optando por algo más diplomático y meditado, los enanos parecían dispuestos a matar o morir. Así eran las cosas de crudas, pero es que cuando alguien tocaba temas sensibles como eran el pasado esplendoroso de la raza o los propios dioses de la enanidad, era difícil que los miembros de aquella terca y obstinada raza se mantuviera al margen. La sangre enana se encendía como el magma volcánico cuando un grupo de extranjeros pretendía saquear su historia y sino que se lo dijeran a Belbara.

Fue cuando la batalla estaba a punto de estallar cuando la mayoría de ellos percibieron algo extraño. Se trataba de un sonido lejano que se acercaba hacia su posición. Al alzar sus miradas en dirección a aquel sonido, fueron testigos de que algo estaba sucediendo. Unas sombras lejanas se acercaban velozmente hacia su posición. Eran muchas, muchísimas, aunque todavía estaban lejos. ¿Trasgos? Podía ser que de nuevo se tratara de aquellas sabandijas verdes. Hacía mucho que no las veían y al fin y al cabo estaban en su valle. De lo que estaban seguros era de que, si no se trataba de un ejército entero, si que era un partida bastante grande. 

Aquella enana barbuda me había encendido como pocos. En aquellos instantes, solo quería luchar con ella, verter su sangre y medir nuestras fuerzas. Mi opinión siempre era la misma: nunca terminas de conocer a alguien hasta que no te enfrentas a él, así que quizás aquella fuera nuestra oportunidad de llegar a ser amigas... o simplemente, de matarnos entre nosotras.

Mi sangre será medio humana, pero esta hacha está llena de sangre de enanos y no me importaría añadir un poco más, así que...

Y de pronto, todos nos quedamos en silencio. Sentí como la tensión que tenía en mi rostro, desaparecía, al recibir el eco de un sonido extraño, creciente y peligroso. Al girar la cabeza, vi que la noche se cubría de sombras cada vez más cercanas, demasiadas para ser un simple efecto.

-Un ejército o en cualquier caso, algo más numeroso y peligroso que nosotros -dije. Me volví entonces hacia el resto, bajando mi hacha -. Debemos escondernos a-ho-ra. La pelea, más tarde.

Y es que quizás tuviéramos sangre después de todo, pero no de una enana o una semielfa, sino de trasgos; verde, espesa, maligna y putrefacta sangre de trasgo.

- No son trasgos. Grite preocupada pero con total seguridad.

Mire a Alex a ver si lograba detallar algo más aparte de su armadura. No era el momento de delicadeza con los enanitos, lo que venía era un grupo muy númeroso y mejor dotado que cualquier enano o criatura errante de las montañas. Corri por mi arco y mis flechas y luego busque flaquear el campamento para que no nos rodearan.

Confiaba en Valy y mi grupo así teniamos que pelear pero no podía preocuparme por aquellos enanitos que habían colmado mi paciencia.

—Basta con el peso de un copo de nieve de más para provocar un alud —murmuró Tarkhan a su aprendiz—. Sin ese último copo, no se hubiera producido ninguna catástrofe. Cuando usas magia, Yhoon, tienes que saber qué copo de nieve es el que puede provocar el alud. No hay proporción entre el peso de ese simple copo de nieve que invocas y la avalancha que provocas.

Tarkhan prestó atención al intercambio de amenazas, tenso como la cuerda de un arco. Se levantó de un salto cuando la discusión escaló y los involucrados empezaron a blandir sus armas. El embajador se interpuso entre los vovits y los enanos, pero se dirigía, fundamentalmente, a estos últimos. Aenifer parecía contener a sus propios aliados con éxito. Él trataría de hacer lo propio.

—¡Por favor, por favor! Esta mujer tiene razón —dijo señalando a Aenifer—. Estamos en territorio hostil. Unos y otros íbamos a salir malparados de este lance, sólo para ser cazados como ratas por esos trasgos. Montemos nuestro propio campamento y hagamos como si nada de esto hubiera sucedido.

Y entonces sucedió. La luz de las estrellas reveló el rápido avance de un ejército. Tarkhan pensó que podría ser, de nuevo, la horda de trasgos, pero Aenifer pronto tardó en desmentirlo. Por cautela, Tarkhan preparó un hechizo de protección. Extrajo de su fajín multibolsillos un retal de cuero, que frotó entre las manos mientras mascullaba la letanía mágica de un conjuro de armadura de mago. 

—¿Qué son entonces? ¿Y qué estandarte portan? —le preguntó a nadie en particular, tratando de discernir el detalle por sí mismo.

Tarkhan lanza Armadura de Mago (+4 CA). Duración: 6 horas.

Tenía sus ojos clavados en la otra pelirroja, el hacha en la mano y un leve gruñido en los dientes. Le pareció que la semielfa creía que era su sangre humana lo que le hacía inferior. ¿Por qué habían tantos que se negaban a ver la realidad?

Estaba dispuesta a darle una lección, y enseñarle modales, pero entonces su oponente llamó la atención hacia unas sombras lejanas que se acercaban. Lo primero que pensó fue que aquella horda de hordas les había alcanzado, pero si no eran trasgos... ¿Entonces qué eran?

-Estúpidos, ¿en serio pretendéis luchar contra poco menos que un ejército? Alejémonos del campamento ocultos en las sombras, busquemos un lugar elevado desde el que podamos verlos sin ser vistos. Así sabremos quienes son y qué son antes de encontrarlos de frente-

Si se quedaban allí terminarían por rodearles, por muchos esfuerzos que hiciesen. Y además estaban cansados, con el frío y la humedad lamiendoles los huesos. Estaba segura de que había sido el tímido fuego y el ruido lo que les había atraído. En el mejor de los casos pasaban por allí por casualidad, pero el desenlace sería el mismo.

Aenifer no tuvo que abrir la boca para que todos los presentes fueran conscientes de lo que se les venía encima. Primero lo vieron los enanos, pues su vista en condiciones de poca luz, era mucho más efectiva que el de humanos o semielfos, luego lo vio el resto. Pero antes lo escucharon, sonaba como el trote de los caballos o más bien como una... ¿Estampida? Si, estaban prácticamente seguros de ello, ya que aunque nunca habían presenciado una estampida, al oír aquel sonido, supieron que tenía que sonar de esa manera.

Y los vieron, no eran caballos, ni bueyes, ni cabras, pero tenían cuernos y se parecían realmente mucho a éstos últimos animales. Se traba de fornidos humanoides con retorcidos cuernos sobre la cabeza, cabeza de cabra y patas también de cabra, que corrían a la desbandada en su dirección. Eran muchos, muchísimos. No menos de cincuenta o sesenta ejemplares. Pronto supieron que no se trataba de seres salvajes que huían de algo, pues portaban armas, armaduras y estandartes. Se trataba de un batallón de algún ejército. ¿Pero, que hacía allí a esas horas? ¿De qué escapaban?

—¡Corred, insensatos! —fue lo único que dijo Tarkhan antes de hacer lo propio y buscar un escondite.

Pezuñas, cuernos y acero. Eso era lo que se les venía encima. ¿Se lanzaban al ataque o tal vez huían? Ahora que se fijaba parecía más lo segundo que lo primero, pero una no podía fiarse del todo nunca.

Todos se apresuraron a esconderse, Belbara no fue menos. Ponerse a cubierto era imperativo. ¿Serian los trasgos sus perseguidores? Los hombres-cabra eran igualmente muy numerosos, se le hacía complicado creer que los pieles verdes pudiesen causarles tanto miedo como para hacerles poner los pies en polvorosa. ¿Y si no eran los trasgos, entonces que?

Algo mucho peor

Sentenció mentalmente mientras se ocultaba entre las rocas.

No hacía falta que el que decía llamarse Tarkham, repitiese el aviso. Yo ya lo había dejado claro y tenía muy presente, al igual que habíamos hecho antes, que lo primero era ocultarse. Para luchar siempre había tiempo, pero si estábamos en inferioridad numérica, disponíamos de razones más que suficientes para quitarnos de en medio.

Sin esperar a que alguien más dijese algo, agarré de la muñeca a Aenifer y tiré de ella para escondernos entre las rocas. Quizás con un poco de suerte, y con ayuda de la noche, no nos vieran.

Por si acaso, me aseguré de tener mi hacha a mano. Sería lo último que viese aquel que nos descubriese.

Se trataba de un grupo enorme. Complicado que pasara desapercibido a los ojos de aquellos seres con aspecto de cabra y que caminaban erguidos. Sin embargo, todos ellos sabían que se trataba de su mejor opción. No obstante, en medio de aquel paraje desolado, pocos eran los sitios donde uno podía llegar a esconderse y aún así lo hicieron. Guardaron silencio sepulcral y comenzaron a rezar a todos los dioses que conocían porque aquello surtiera efecto, pues a medida que el sonido de las pisadas se acercaba a ellos empezó a revelar que los enemigos eran mucho y que ellos no eran tantos.

Muy pronto los tuvieron encima. Agazapados entre las rocas que les daban cobijo, aquel numero grupo de bestias hastadas comenzó a pasar por sus flancos. Se trataba de seres enormes llenos de pelo oscuro, desde el negro al marrón, debían medir no menos de dos metros los más altos y los más bajos tan solo un palmo o dos menos. Tenían piernas poderosas acabadas en pezuñas y sus brazos eran similares a los humanos. Lucían armaduras de pieles y con algún que otro elemento metálico, e iban armados con mazas, espadas o garrotes. 

Pronto vieron el estandarte de aquella unidad. Se trataba de una tela raída de color anaranjado en cuyo centro se observaba con claridad una calavera caprina con largos y retorcidos cuernos. No es que fueran demasiado innovadores en cuanto al emblema, ni demasiado innovadores, pero eso era ahora mismo lo que menos importaba, sino que lo que realmente tenía que preocuparles era el pasar desapercibidos y que aquella estampida de hombres bestia pasara de largo lo más rápido posible.

Pero entonces sucedió. Una de aquellas bestias, una de un pelaje especialmente oscuro, tanto como la misma noche y que de no ser por los elementos de armadura y el fulgor de la luna sobre la espada que portaba en la cintura, no hubieran detectado, finalmente les vio. A punto estuvo de pasar de largo. De alguna manera al no esperarlos allí, no creyó haberles visto pese a tenerles delante, pero finalmente sus amarillos ojos de rectangular pupila se posaron de nuevo sobre el grupo y entonces aquel ser de pelaje negro se detuvo y lanzó un feroz balido y el batallón se detuvo de golpe siendo alcanzado por la nube de polvo que habían levantado tras de sí.

Al final, todos corrimos a ocultarnos lo mejor que pudimos. Era una situación extremadamente peligrosa, estando de nuevo ante un grupo más numeroso, pero todavía recordaba la última vez y como el ansia de lucha había hecho hervir mi sangre. No obstante, al mirar a Aenifer supe que era mucho más seguro escondernos y dejar pasar, si podíamos, a aquel pequeño ejército de largo.

No tuvimos suerte.

Aquel maldito bicho gritó, baló o protestó al vernos u olernos, seguramente esto último, haciendo que todos se detuvieran en seco.

Mierda.

No me lo pensé dos veces. Si algo había aprendido en esta vida era que cuando llegaba tu hora, no importaba demasiado lo que hicieras porque tu destino estaba sellado, así que salí de mi escondite, hacha en mano, y me lancé con un grito que esperaba cortara la sangre de aquellas criaturas hacia el grupo que tenía más cerca, que incluía al asqueroso bicho que había dado la voz de alarma.

-¡AAAAAAAAAAAAAHH!

Corro hacia el sur para ubicar al enemigo entre las rocas (4) y disparar.

Aquellas criaturas era unicas y se notaba que seria una pelea epica. Teniamos todas las de perder, pero lo que no podia entender era porque habiamos atacado de una vez sin siquiera tratar de saber si eran hostiles o no.

Ya no habia vuelta atras. Valy habia ido un poco mas al este asi que me movi hacia el sur cubriendome.

Tarkhan ahogó una maldición. ¿Por qué diablos los hombres cabra se habían detenido a matarlos cuando hacía unos momentos tenían tanta prisa? La lógica del mundo se le escapaba, en ocasiones.

Es más, la lógica del mundo se le escapaba la mayor parte del tiempo. Todo el mundo estaba como una cabra.

—Yhoon, ponte a cubierto —musitó el anzano.

Tarkhan se irguió en toda su estatura mientras barría los alrededores con la mirada, buscando la mejor estrategia para decantar el combate a su favor rápidamente.