Partida Rol por web

Los aventureros se pusieron en marcha saliendo de la fortaleza. Atravesar el distrito de mármol para salir del recinto delimitado por la gran muralla de piedra no les costó demasiado tiempo. El sol no había llegado aún a tocar el horizonte.

Pudieron ver el resto de la ciudad desde las primeras laderas de la montaña, donde se iniciaba el distrito medio, como una interminable serpiente, gorda y henchida de callejuelas laterales, que descendía por las faldas de la montaña hasta la empalizada que la separaba del distrito inferior.

Allá abajo, veían a la gente apresurándose para salir o entrar de la empalizada antes de que se cerrase. Llegaban por mitad del largo descenso, más o menos en el lugar donde Hugh había sido apresado junto a los hermanos, cuando supieron que no llegarían a tiempo de atravesar la empalizada para alcanzar el distrito inferior dónde estaba el orfanato. Si querían llegar a él deberían buscar la forma de saltar la empalizada sin que les descubrieran, por si fuera poco las calles empezaban a quedarse despejadas, la luz escaseaba y cuando desapareciera la ciudad quedaría bajo toque de queda.

Si llegaba esa hora y estaban fuera de la posada sería muy complicado permanecer por la calle principal, pues las patrullas - de cuatro soldados cada una - no habían disminuido en ella aunque cada vez quedaba menos gente por la calle.

La propuesta de Hugh es interesante, aunque eso me da otra idea mientras avanzamos.- Hugh, lo que propones es buena idea. Pero por mi parte, voy a indagar de nuevo en los barrios bajos. Es lugar de ladrones y comerciantes de reputación dudosa, pero allí se suele manejar mucha información. Si alguien desea acompañarme, estaré encantado. De no ser así, fijemos una hora y punto de reunión para cuando acabemos.- Y meto las manos en los bolsillos esperando a ver lo que comentan mis compañeros. Pronto me asalta otra idea.- Por cierto, ya que dices de hablar con la guardia, quizá Aiden sea el más indicado para hacerlo. Es posible que confíen más en un paladín que en el resto.

Gogri gruñía. No le gustaba la idea de quedar atrapado otra vez, aunque esta vez la celda fuera amplia y lujosa como una ciudad de humanos idiotas. Lo peor era depender de sus normas ridículas. ¿Los liberaban para volver a encarcelarlos? ¡Qué tipo de inútiles caprichosos! 

El enano mantuvo la compostura mientras bajaba, como si todo estuviera bajo control. Musitó, eso sí, algo a Jagg.

-Habrá que ir buscando un lugar donde pasar desapercibido. Yo me pierdo en estas ciudades humanas. ¿Tú entiendes estas calles? Deja que siga con la vista a las patrullas. Pero no me engaño. O hay cloacas o...sí, cloacas. ¿Qué pasa? ¿No tenéis cloacas los humanos? ¿Qué tipo de civilización no tiene cloacas?

El enano se fijó despacio buscando indicios de algún sistema de canalización. Ni el distrito de mármol ni siquiera el intermedio tenían los típicos torrentes de desechos que corrían por las ciudades sin alcantarillado, aunque el distrito inferior estaba más que lleno de ellos, casi era uno de ellos de inmenso tamaño. De hecho no tardó en ver que las pequeñas torrenteras de ese tipo en todo el descenso por el distrito medio terminaban rápidamente en pequeños agujeros en el suelo, por el que caían tras recorrer no más de una decena de metros y no todas las zonas tenían. 

Esas no podían ser las entradas, pues eran muy pequeños. Recordó las extrañas estructuras, como puertas enrejadas, del distrito de mármol y supo de inmediato que eran los accesos principales, por desgracia merodear por esa parte de la ciudad sin ser atrapados en el toque de queda era imposible. Pero tenía que haber alguna entrada más en el distrito medio, la cuestión era averiguar dónde.

-No eres el único que quiere volver al barrio bajo, pero no es posible alcanzarlo antes de que cierren las puertas - inquirió Aiden - Y si vamos a internarnos durante la noche necesitaremos una manera de pasar desapercibido - se detuvo un momento y se giró hacia Gogri - Buena idea, bajo tierra. Yo no creo que pueda trepar los muros en silencio, pero a través del alcantarillado creo que podremos llegar. 

Se quedó pensativo mirando hacia el horizonte. Estaban demasiado perdidos, sin saber que hacer, y sentía que a Gina se le acababa el tiempo. Tenía que encontrarla lo antes posible, y eso significaba aferrarse a cualquier pista o posibilidad sin importar lo endeble que esta pudiese ser.  

-Pero tienes razón - contestó a la sugerencia de Hank - antes deberiamos hablar con la guardia... Antes de que empiece el toque de queda. No confío en que nos digan nada, pero debemos intentarlo. Iré a hablar con la guardia... Necesitamos un lugar donde encontrarnos, en el barrio medio, donde podemos pagar una posada para pasar la noche... No conozco ninguna, pero seguro debe haberlas. Podría ser la más cercana a la puerta que separa este distrito del medio...

Perfecto Aiden, habla tú pues con la guardia, y nosotros pediremos alojamiento en una posada (como bien has sugerido, la más cercana a la puerta que separa al distrito). Mientras te esperamos, buscaremos un acceso a las alcantarillas por el que colarnos sin ser vistos.- Me giro hacia el enano.- Gogri, has tenido una gran idea. Pongamonos entonces en camino, el tiempo apremia ¿el resto estais de acuerdo?

Por supuesto. Este señor ha tenido una gran idea.- Mirando hacia Gogri.- Por mi parte, acompañaré a Aiden en busca de la información oficial de la guardia. Creo que ninguno deberíamos quedarnos solos tras lo sucedido. Tal como pinta la cosa en este lugar, no sería extraño que nos tengan reservada alguna otra sorpresa.- Dijo mirando alrededor.- Así que en cuanto obtengamos la información, nos veremos en la posada.- Apremiando para partir hacia el puesto de la guardia.

El viejo había estado bastante callado tras el combate divino. Si bien sabía que eran inocentes, no le gustaba la idea de que una persona muriese para demostrar tamaña obviedad. Era cierto que el Justicia era despreciable, pero si el brazo del paladín o la mala suerte hubiese decidido cebarse con él, estarían apenados por Aiden y encerrados en una celda a la espera de una ejecución. Meditó sobre todo eso mientras los expulsaban de la fortaleza y tan sólo la marcha de los dos hermanos y Jagg le hicieron reaccionar, siendo lo más cortés posible. Sabía que pronto, si el destino así lo quería, se volverían a encontrar. Luego escuchó a los demás y comentó:

— Tenemos posada pagada en el barrio bajo — añadió una mueca recordando el ojo morado que le habían puesto — pero mejor será conseguir una aquí. Creo que ya me he encargado de eso antes, así que podéis dejarme ese asunto a este humilde servidor. — dijo encogiéndose de hombros y mirando cómplice al enano y a Hank, que parecían querer investigar otros asuntos antes que andar resolviendo asuntos comerciales.

Tras comprobar que tenía todas sus cosas, una por una y de forma metódica, comentó:

— Buscaré la más cercana al muro, como habéis sugerido. Nos veremos allí cuanto antes. No es preciso que me acompañéis... pero regresad pronto. Creo que todos nos merecemos un poco de descanso y reflexión.

Sonrio al sabio mientras iniciamos la marcha.- Gracias buen Rislan, eso nos ahorrara tiempo a nosotros.- Luego, mirando al enano.- Bueno Gogri, nos toca a nosotros husmear. Un semielfo y un enano juntos en una empresa, nada puede salir mal...-Y sonrio con picardia mientras avanzamos en la noche.

-La noche hace extraños compañeros de cama - tarareó el enano, emulando la risa del semielfo para sí, ya que la barba frondosa no ayudaba a los suyos a mostrar la verdadera sutileza de la que no carecían, simplemente, los otros no sabían ver -. Sigamos a lo nuestro. Nos toca el trabajo incómodo, aunque si es cosa de ser sincero, agradeceré tener un techo cerca de la cabeza. Te enseñaré unos trucos para sobrellevar ese agobio que os da bajo tierra, señor del aire libre.

Rislân no tardó en encontrar una posada que cumpliera con los requisitos que le habían encomendado sus compañeros. La taberna estaba muy llena, el clérigo llegaba a la vez que algunos comerciantes humildes y granjeros de la región que se quejaban del toque de queda y las complicaciones que creaba a sus negocios, obligándolos a prolongar la estancia para ultimar detalles que podrían haberse solventado extendiendo un poco más la jornada de trabajo.

A pesar de que no era muy tarde, la taberna estaba muy concurrida, con una afluencia propia de la puesta de sol. Otro efecto secundario del toque de queda, imaginaba el anciano.

También por ello las habitaciones estaban bastante llenas, los precios eran más elevados que en distrito inferior, pero consiguió una oferta bastante económica porque sólo quedaban libres los cuartos más altos, los situados bajo la cubierta y que eran más fríos. El posadero le aseguró que eso no sería un problema, porque las camas tenían gruesas mantas de lana de carnero.

No había muchos asientos libres en el local donde daban cenas y de beber, pero los amables residentes le hicieron un sitio junto al fuego. En cualquier caso no había pasado demasiado tiempo, si deseaba encontrar a Hank y Gogri, tal vez pudiera con un poco de suerte e ingenio. No estaba seguro, allí dentro, de cuánto quedaría para que el sol se ocultara y empezara el toque de queda, pero no podía ser mucho… Por otro lado, si querían encontrar pistas antes de que amaneciera y los soldados del Conde les prendieran esa ley era un escollo que habría que burlar.

Aiden y Hugh se separaron de sus compañeros, casi desandando camino. Preguntaron a los lugareños, que se apresuraban en sus tareas con patente urgencia por acabar, por un cuartel de la guardia. Los primeros ya les desengañaron de esa posibilidad.

Aiden había tomado la voz cantante, puesto que la gente le miraba con más confianza que al montaraz. Parecía que los hombres de armas les daban una cierta seguridad y sensación de tranquilidad, mientras que el aspecto más salvaje y menos civilizado les causaba inquietud y cierta desconfianza. Según les dijeron no había guardia de la ciudad, la ley y el orden eran asunto del Justicia, que parecía ser había sido ejecutado hoy por el Justicar de San Cuthberth. Las labores de vigilancia e investigación eran desarrolladas por los soldados del Conde y, como no podía ser de otra forma, lo hacían desde una perspectiva inflexible, rígida y marcial.

Entendiendo que cualquier investigación de ese aspecto requeriría entenderse con los soldados, buscaron a los más cercanos, que resultaron ser un par de vigilantes itinerantes, a los que tardaron un rato en localizar paseando camino principal arriba con paso lento y mirada distraída. Vestían cotas de malla y portaban a la espalda escudos grandes, así como ballestas y al cinto espadas largas envainadas. Para ese momento las calles estaban muy poco concurridas, y sólo por lugareños que caminaban apresuradamente, con pasos rápidos y mirada concentrada.

Cuando se acercaron a ellos, Aiden por delante, con Hugh justo a su zaga, les miraron y una luz de reconocimiento asomó a sus miradas. El explorador no fue capaz de saber qué pensaban o sentían, sólo que les habían reconocido, pero el paladín se acercó de todas maneras. Aiden había notado que se habían puesto nerviosos, pero no percibía ninguna hostilidad en ellos, sólo preocupación e inquietud.

Antes incluso de que pudieran hacer más que saludar, uno de los soldados les dijo:

-“Sois los extranjeros del asunto con el Justicia. ¿Sabéis que hay toque de queda? No debéis meteros en líos, es mejor que busquéis posada cerca, cuando el sol se oculte tras la muralla tendréis problemas si os encuentran… encontramos” – el soldado se corrigió con cierta aprensión – “por las calles.”

Hank y Gogri se dispusieron a encontrar las alcantarillas y, tal vez, una entrada a ellas. Encontrar las canalizaciones no fue complicado: la avenida principal, perfectamente pavimentada, tenía en algunos tramos a ambos lados torrenteras por las que corría agua y a donde vertían las inmundicias las gentes de la zona , a ellas bajaban otras canalizaciones desde todos los callejones y callejuelas laterales, e incluso vertían salientes de algunas casas particularmente bonitas. Esas torrenteras descendían la montaña mucho más oblícuas que el camino en una caída pronunciada, estaban dotadas, cada no más de treinta metros, de sumideros, rendijas de no más de quince centímetros de altura y unas tres veces esa anchura, por los que era imposible que entrase nada mayor que una rata, que hundían los pequeños riachuelos malolientes en el subsuelo.

Gogri, tras escuchar la caída de uno de esos sumideros y estudiar el sistema, estaba seguro de que tenía que haber un túnel de alcantarillado y que no era pequeño. Supusieron que, siguiendo las torrenteras en dirección hacia abajo, podrían encontrar una entrada al sistema de túneles subterráneos.

No fue el caso. Habían seguido el curso hasta tener referencia visual del punto en el que, pensaban, salía de la empalizada que separaba el distrito medio del hediondo y chabolesco inferior sin ver una sola entrada a los acueductos que presumían horadaban la montaña hasta el río de abajo. Gogri recordó las estructuras del distrito superior, las arcadas de mármol que parecían bajar a unos subterráneos en la ciudad superior y que estaban enrejadas y candadas. Estaba seguro de que aquellas eran entradas a las alcantarillas, aunque estaban inaccesibles, no sólo por el candado sino porque no podrían entrar al distrito de mármol. Por otro lado, Hank había visto algunas canalizaciones laterales que animaban a pensar que, tal vez, las entradas buscadas estuvieran en algún camino lateral.

Pero la más prometedora de esas vías terminó llevándoles hasta un muro de mampostería de diez metros: la pared del matadero municipal. Si había entradas a los acueductos de alcantarillado en ese distrito, estaban dentro de edificios públicos o, tal vez, alguno de los escasos palacetes privados de esa parte de la ciudad.

Esto les había llevado un tiempo demasiado largo. Llegados a ese punto se fijaron en que sólo sus vistas particularmente agudas les habían ayudado a llegar hasta allí, porque el sol estaba más bajo que la empalizada. El toque de queda había empezado y ellos estaban a cierta distancia de la posada que habría reservado Rislân – si todo había ido según lo previsto, al fin y al cabo la última vez que mandaron al anciano a reservar volvió con una paliza de padre y muy señor mío y una acusación de agresión al ejército condal –

Por suerte ellos estaban por callejuelas secundarias, lejos de la avenida principal. La ciudad estaba muy silenciosa y oscura, no había nadie, aunque casi todos los edificios mostraban las luces de los fuegos. El silencio era completo, sólo perturbado por los sonidos propios, amortiguados, procedentes de los domicilios domésticos y la ocasional taberna asociada a una posada. Llegar a la reunión con sus compañeros requeriría un viaje por la avenida principal bajo el peligro de ser descubiertos o trepar de vuelta por entre los niveles, cruzando la avenida sólo para internarse en las siguientes callejuelas que les llevase al próximo desnivel.