Partida Rol por web

5 de noviembre de 1984 - 19:30

Larry tenía un aparatoso vendaje en la cabeza y apenas podía apoyarla en el respaldo del sillón. Estaba viendo en la tele una reposición de Vacaciones en el mar mientras Wylard comía almendras peladas apoyándole los pies sobre las rodillas. Entre las drogas legales y el mono por la falta de las ilegales, Taboo Bies tenía los ojos enrojecidos y una expresión de absoluta indiferencia. O eso, o estaba en un viaje de opiáceos y de traumatismo craneal curioso.

Cuando entró en el salón, Wylard le ofreció el paquete de almendras, que engordaban una barbaridad. Larry soltó un gruñido bovino a falta de algo mejor.

-Madre mía, menuda animación.

Se acercó a Larry rodeando a Wylard y buscó algún punto de su cabeza no demasiado amoratado para besarle. A Calandra le partía el corazón ver a Larry así. Volvió a pasar por encima de Wylard en busca de un sitio donde sentarse.

-¿Cómo te encuentras? -preguntó, pero miraba a Wylard en vez de a Larry. Aunque fuera un poco imbécil para responder a esa pregunta se fiaba más de él que de Taboo.

-Le duele la cabeza, pero los analgésicos que le han dado son muy potentes. Ya ves, está más drogado que en toda su vida. -Le acarició la mejilla, áspera por la sombra de barba-. Pobre Taboo Bies, la que te han dado.

-Como encuentre a esos cabrones voy a meterles ese bate por el culo, ya verás. Tengo un par de amigos que se han encontrado con ellos. O con otros igual de gilipollas, al menos. Me van a ayudar a buscarles y les voy a dar como nunca en su vida.

Estiró el brazo para posar la mano sobre la de Larry.

-Serás vengada, cielo.

Larry le agradeció la caricia con una palmadita mientras Wylard achicaba los ojos con aprensión.

-¿Vas a meterte en problemas, Cal? ¿Por qué no llamas mejor a la policía? No deberías ir tú a solucionar eso. Además, ¿qué más da? Son sólo unos mierdas...

-¿A la policía para qué? Ya has visto para lo que sirven. Sólo les faltó escupirnos en la cara y mandarnos de una patada al Castro. Además, si nadie hace nada, ¿quién sabe a por quién van a ir después? No me gustaría abrir la puerta de casa un día y encontrarte con la cara hecha un cuadro, los brazos rotos y un bate de béisbol metido por el culo, Wy.

-Ha sido sólo algo puntual -dijo Wylard con voz temerosa-. Nadie va a entrar aquí para matarnos, Cal, ¡por Dios! ¡Estamos en 1984! ¡Hemos conquistado nuestros derechos y eso no puede ocurrir!

Calandra resopló y señaló a Larry con la cabeza.

-Pues mira si ha ocurrido.

-Dejad de gritar -pidió Larry con los ojos enrojecidos.

Wylard frunció la boca. Cruzándose de brazos y nada contento con lo que Cal le había hecho ver, el mortal resopló.

-Por lo menos asegúrate de que no te dejen así. No serías el primer maricón valiente al que le rompen la cabeza. Y si no mira a Harvey Milk. No quiero pasarme de enfermera el resto de mi vida...

Calandra miró a Larry, arrepentido por haberle molestado. Bajó la voz y trató de sonreír a Wylard para agradecerle su preocupación.

-No seas embustero. Si por ti fuera te pasarías el día con una cofia y un vestidito blanco. -El pooka se llevó la mano de Larry a la boca para besarla y se puso de pie-. Tengo que irme. Alguien tiene que traer el pan a casa. Ponte buena, Taboo. Y tú cuida bien de él, enfermera Dina.

Calandra le sopló un beso a Wylard, se despidió con la mano desde la puerta y salió. No tenía ni idea de cómo encontrar a los que habían atacado a Larry, pero suponía que ya que había dicho que iba a ir a por ellos, bien podía ponerlo en su lista de tareas pendientes. Pero en ese momento tenía algo más urgente que hacer. Tenía que encontrar a Marcus y preguntarle si sabía dónde podía estar Garin. Cuanto antes le llevase ante Meredith y Lord Stevron, antes podrían respirar tranquilos los dos.

5 de noviembre de 1984 - 20:40

El garaje mugriento donde Marcus ensayaba con una de sus bandas olía a aceite y a polvo. Los mortales con los que tocaba estaban medio borrachos y en el suelo, peligrosamente mezcladas con los amplificadores y las regletas de enchufes, yacían desperdigadas las latas de cerveza barata con las que se inspiraban.

Cuando llegó Calandra, Marcus acababa de soltar el último berrido por el micrófono. Se colgó la guitarra de un hombro y caminó hacia el pooka sonriendo. Los humanos se reunieron para descansar y beber algo más de cerveza. Tenían bastante pinta de drags para ser músicos, pero estaba de moda ese look. El propio Marcus, que Calandra sabía por experiencia lo hetero que era, llevaba tanto maquillaje como Taboo Bies en una noche de espectáculo.

-Hey, Cal, ¿qué pasa? Ven, tómate algo -dijo Marcus señalando a su banda con el pulgar.

Calandra no tenía ganas de beber cerveza en lata con un montón de chicos sudados y sucios que no apreciaban la buena música. Y que probablemente no fueran a hacerle ningún caso. Pero Marcus era un buen amigo y además tenía que pedirle un favor. Y gorronearle un poco de maquillaje, a poder ser.

-Hola, Marcus. ¿Cómo te va? Sonáis estupendamente.

La última vez que le había mencionado a Billie Holiday a uno de aquellos patanes casi se había llevado un revés, así que mejor no discutir.

-Viniendo de un pooka, ¿cómo me tengo que tomar eso? -rió Marcus-. Va bien, pero estos tíos son unos vagos. Tenemos un concierto el viernes y todavía no se saben tres canciones. No sé qué voy a hacer con ellos.

Hubo protestas. Le pasaron una lata tibia a Calandra. Había bebido de fuentes de ambrosía. La cerveza era como abrevar de un caldero de mierda.

-¿Qué te trae por aquí?

Calandra dio las gracias y fingió que bebía un trago. A la gente le decía que solamente tomaba bebidas que llevaran una sombrilla, una aceituna o azúcar de colores en el borde del vaso, aunque no fuera exactamente verdad. Lo que sí era verdad era que la cerveza le daba asco. Miró sin mucha confianza al resto de integrantes de la banda.

-Bueno, había pensado en pasarme para preguntar cómo van las cosas. En la Mansión está habiendo algunos problemillas y no sé si por el resto de la ciudad pasa igual.

Marcus había sido prácticamente su mentor, y si Calandra conocía a toda la población feérica de San Francisco era gracias a él. Esperaba que estuviera enterado de lo de la quimera, o mejor, del paradero de Garin.

El sátiro le hizo una señal para que salieran del garaje y así tener más intimidad.

-¿Te refieres a la enfermedad? -preguntó en tono sombrío-. La ciudad está igual de jodida. Los números no hacen más que aumentar. Que yo conozca, ya hay dos sátiros con el bicho. Una de ellas es mi mentora, Jo. -Dio un largo trago para ahogar la tristeza y se acabó la lata-. No suelta la aguja ni aunque se lo pida por favor. -Aplastó la lata y la lanzó a la carretera. La lata rodó por la pendiente con un gran estruendo metálico-. Pero en fin, qué voy a hacer. Yo estoy intentando tener cuidado. ¿Y tú, Cal?

-Oh, Marcus. Lo siento muchísimo.

Calandra le dio un suave apretón en el brazo, tratando de reconfortarle. Odiaba pensar que Marcus pudiera acabar como Lord Stevron, y le aliviaba enormemente saber que se andaba con ojo, pero a saber. Sabía que la prudencia no iba mucho con los sátiros. Y Larry... tampoco quería pensar cómo iba a acabar él.

-A mí no se acercan ni las drogas ni los hombres. No tengo ni idea de por qué. Pero... entre tú y yo, ¿vale? Lord Stevron está enfermo. Se lo ha pegado la maricona de Garin. Y después se ha esfumado. Meredith cree que lo ha hecho a propósito.

-Mierda. Lo siento, tío. Stevron siempre me pareció un buen tipo. De Garin no he oído cosas buenas. No eres el primero que me dice que lo tiene. He oído por ahí que o no lo sabe o lo hace a propósito, pero se ha encargado de contagiar a unos cuantos humanos. Un colega lo pilló zorreando por el Castro este fin de semana. Cuando vio que era un changeling desapareció como sólo saben hacerlo los sluagh, pero está claro que anda a la caza. Andaos con cuidado... -pidió Marcus.

-Oh, pienso tener mucho cuidado mientras le doy caza, no te preocupes por eso. Stevron quiere decirle cuatro cosas bien dichas y me ha pedido que se lo encuentre.