Partida Rol por web

Ambos despertaron a la vez. Abrieron los ojos, y lo primero que vieron fue el rostro confundido y desorientado del otro, justo delante del suyo.

Ylva y Glyrhel estaban tendidos en un suelo frío y duro, rodeados por la oscuridad. Lo único que les permitía verse entre sí era una pequeña bola de luz muy tenue, similar a una vela, que estaba suspendida sobre ellos a unos treinta centímetros del suelo. Hubiera podido pasar por una vela, de no ser porque su tono era azulado y no vibraba como las llamas de las velas. Sin duda, era una luz mágica.

No estaban atados ni impedidos de ningún modo, ni se encontraban enfermos o debilitados. De hecho, estaban muy despiertos. Tampoco les habían quitado nada, ni siquiera sus armas o los Viales. No sabían cuánto tiempo habían dormido, pero para ellos era casi como si hubieran cerrado los ojos en el bosque hacía un segundo. Aunque era muy evidente que ya no se encontraban en el bosque. ¿Dónde estaban? ¿Quién les había llevado hasta allí? ¿Y qué había sido de Mara, Astrid, las elfas y los arbóreos?

La pesadez con la que se habían cerrado sus párpados contrastaba con la inusual ligereza con la que se abrieron. Lo hicieron de forma instantánea, sin quejas ni rezongos, como si formara parte de un parpadeo que no estaba muy seguro de cuánto había durado. Bajo ellos sus pupilas, acostumbradas ya al gélido brillo de una luz que a duras penas conseguía resistir el asedio de las tinieblas.

- Ylva, ¿estás bien?

Sin certeza alguna sobre si la situación de su amiga era idéntica o parecida, preguntó con la esperanza de que fuera exactamente la misma. Mientras lo hacía no perdió de vista el orbe que los iluminaba. Extendió su mano hacia él con cautela, temiendo que quemara o que si se acercaba demasiado sus fuerzas flaquearan y los hundiera en las densas sombras que allí reinaban.

Su intención final era cogerlo, o intentarlo al menos. Después de todo era el único medio del que disponían para ver dónde estaban y, si podían avanzar, ver hacia dónde se dirigían.

Ylva asintió en silencio a la pregunta de Glyrhel mientras abría y cerraba despacio las manos, como si quisiese comprobar que todo funcionaba con normalidad. La niña se sentó en el suelo, confusa, mirando a su alrededor. Aunque se encontraba físicamente bien, estaba muy pálida.  Pasaron unos segundos hasta que, con un respingo, comprobó que llevase todo encima. Le sorprendió que así fuera. No solo les habían llevado hasta allí, sino que también habían llevado con ellos el arco que había dejado caer... y los valiosísimos viales. Y era imposible que hubiesen pasado desapercibidos, puesto que, poco antes de caer lo había sacado para dárselo a Glyrhel. Aquello era incluso más raro que los muertos en vida.

–Yo...¿Sentiste algo aparte del sueño?– la niña siguió en silencio con la mirada aquel extraño orbe antes de mirar a su alrededor, para ver si estaban en una celda, un pasillo o en una sala del ultramundo. 

Glyrhel dejó de aproximar su mano hacia el orbe tan solo el instante que le tomó responder a Ylva.

- No, solo el sueño. Nada más. Fue... extraño. Escuché que Astrid se había dormido, que teníamos que huir y... Y ya. Nada más. ¿Y tú?

Luego siguió acercando la mano con el índice extendido atento a cualquier cambio que pudiera suponer un peligro. Aquella era la única fuente de luz de la que disponían, y aunque era extraño que quien les hubiera llevado allí les hubiera dejado una "antorcha" de la que sacar provecho, más extraño era que les hubieran dejado conservar todas sus pertenencias y que estuvieran aparentemente libres y sin impedimentos.

Glyrhel extendió la mano con cuidado, temiendo que quizá aquella luz pudiera quemarle como lo habría hecho una auténtica vela. Pero no sintió calor alguno, y cuando sus dedos rozaron la pequeña luz, la atravesaron como si fuera inmaterial. No podía cogerla, ni afectarla de ningún modo, aunque se hizo la oscuridad por un momento cuando la lucecita quedó en el interior de su mano, que se iluminó levemente como una especie de lámpara extraña.

Estaban todavía sorprendiéndose por aquello, cuando oyeron una voz cerca de ellos.

—¿Hola...?

Dieron un auténtico respingo al escuchar esa voz, pero cuando se volvieron, distinguieron gracias a la tenue luz de la esfera azul a la joven elfa que habían conocido en el bosque, Merial.

—Sois vosotros —murmuró con voz asustada—. Qué alivio...

Se aproximó con rapidez, aunque se frenó un poco antes de acercarse demasiado.

—Eh... hola —saludó de nuevo—. ¿Vo... vosotros sabéis qué ha pasado?

La elfa parecía desorientada y preocupada. Miraba alrededor y se aferraba a su arco, como si temiera que algo fuera a saltar sobre ella en cualquier momento. Aunque no podían culparla demasiado, puesto que ellos mismos se sentían un poco así...

–¿Merial?– Ylva había sentido un momento de pánico cuando la luz se apagó, pero al ver que todo volvía rápidamente a la normalidad volvió a respirar, aunque no con tranquilidad– No...¿No lo sabes tú?

Si una auténtica elfa, acostumbrada como parecía estarlo a la magia, no sabía lo que ocurría era imposible que ellos lo descubriesen. Finalmente, la joven se levantó del todo y ofreció su mano a Glyrhel para que hiciese lo mismo. La mano de la niña temblaba y parecía estar más preocupada incluso que cuando vio a los esqueletos.

–No... no sé qué puede pasar. Alguien nos ha traído aquí, pero nos ha dejado las armas– Aquello no tenía ningún sentido, y todos lo sabían. Si era alguien que quería ayudarlos, no los habría dejado tirados de cualquier forma, pero si querían apresarlos, lo lógico es que les hubiesen quitado las pertenencias. A no ser que quisieran divertirse con ellos antes.– ¿Estabas aquí tumbada como nosotros, has venido andando de algún sitio o quizás te has "aparecido"?

La niña no sabía si era posible aparecerse, pero había oído muchos cuentos donde seres mágicos eran capaces de hacer aquellas cosas.

Había esperado que el orbe de luz pudiera cogerse y trasladarse como la esfera verde que había visto llevar a la elfa en el bosque. Ver que no era así había supuesto una decepción y una preocupación más que añadir a las que ya tenían. No sabían dónde estaban y sin algo de iluminación que les sirviera de guía nunca sabrían que les esperaba según avanzaban en la oscuridad que les rodeaba.

Escucho a Ylva y aguardó la respuesta de Merial, aunque cierta impaciencia hacia que él estuviera más preocupado por saber cómo salir que por cómo habían llegado hasta allí, aunque quizá la respuesta a esta incógnita podía ser clave para hallar la respuesta a la primera.

- ¿Creéis que la luz nos seguirá si nos movemos? Quizá haya más lucecitas de estas delante, porque si no...

Merial negó con la cabeza ante la primera pregunta de Ylva. Parecía asustada y avergonzada a partes iguales. Se pasó una mano por el pelo antes de responder a la siguiente duda.

—Desperté tumbada, sí —dijo—. Estaba sola y había una lucecita sobre mi cabeza, igual que esa de ahí... pero se apagó poco después. Es verdad que resulta muy raro que no nos hayan quitado nada. Yo también tengo todas mis armas y mi equipo.

Luego miró a Glyrhel.

—No creo que la luz nos siga. La que estaba junto a mí se apagó de repente y me quedé a oscuras. Por suerte, siempre llevo...

Rebuscó en una pequeña bolsa que llevaba al cinto y sacó una bolita parecida a la que habían visto en manos de su hermana mayor en el bosque. Merial se la llevó a los labios y la sopló con delicadeza. La bolita se encendió, iluminando el entorno con una luz dorada.

—Es un orbe de luz —explicó la elfa—. No es de los mejores, pero funciona. Lo malo es que no dura mucho, porque está un poco viejo... Y cuando se agota, tengo que esperar un rato para poder encenderlo otra vez.

Suspiró y se encogió de hombros, dando a entender que no podía hacer mucho más.

—Oye, ¿por qué creéis que nos habrán traído aquí? Dijísteis que había más de los vuestros, ¿verdad? ¿Creéis que tendrá algo que ver con lo que ha pasado?

–Uoooo Esa cosa es increíble. Nosotros si queremos luz tenemos que encender fuego. Cuando se apague, si lo necesitamos, tengo yesca y pedernal– respondió con aparente despreocupación sobre la posibilidad de quedarse a oscuras. La niña miró a la elfa, que parecía tan preocupada como ellos. SI un ser tan extraordinario tenía miedo las cosas pintaban mal. – Deberíamos intentar movernos a algún lado... no sé quién nos habrá hecho esto ni porque habrá sido tan amable dejándonos luz, pero... No quiero quedarme mucho aquí. 

Mientras hablaba, Ylva se llevó la mano a la cintura, sin dejar de mirar a todas partes, buscando un camino o, quizás, unos ojos acechando. Finalmente, sacó una daga enfundada. En realidad era un cuchillo de caza de buena calidad. Su padre se lo había regalado cuando comenzó a escaparse para explorar el bosque. La niña sacó la reluciente hoja, que lanzó unos destellos al contacto con la luz. Aquel era un modo estupendo de mandar mensajes con los reflejos o para usarlo como espejo en pasillos. Pero Ylva  no parecía quererlo para eso.

–Toma– Ylva dio el cuchillo a Glyrhel– Si hay que cortar una cuerda o algo yo puedo hacerlo con una flecha. 

Glyrhel miró el cuchillo que ahora tenía sobre su mano y sintió en él el peso creciente de la gravedad de su significado. No lo deseaba, pero tanto él como su amiga sabían que terminaría necesitando utilizarlo, y no precisamente para tareas banales. Lo malo era que  en el combate el cuchillo le se servía tanto como el cayado. Daba igual el arma, el problema era la ausencia de habilidad para utilizarlas. Era un negado, un inútil, una carga...

- Gracias. Pero quizá...- respondió con el aire de un suspiro acallado.- Da igual. Gracias- repitió con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.- Movámonos como dices. Hacia donde sea.

Poco importaba discutir el hacia donde cuando no sabían dónde estaban ni tenían medios para orientarse.

- Y no tengo ni idea, Merial. Sobre nada- añadió con sinceridad.- Es todo demasiado raro.

–No pongas esa cara. Te será útil... –.Ylva sonrió tratando de quitar hierro a la situación – Es solo una herramienta. ¡No podemos cortar todo con los dientes! Ni clavar una mano en la tierra dura para hacer el primer hueco de un agujero. En cuanto a por donde vamos... Ylva extendió suavemente la mano, para tratar de captar la más mínima corriente de aire que pudiese indicarle la situación. Con suerte, podría saber incluso desde que dirección soplaba ya que, aunque no fuese su tierra, el aire del sur siempre tenía una extraña calidez. No contenta con aquel gesto, sacó una flecha y la hizo bailar entre sus dedos antes de lanzarla al aire. La flecha giró, dando un par de vueltas hasta caer plana en el suelo. Se agachó a recogerla y guiñó un ojo a Glyrhel antes de señalar con convicción una dirección.

Los tres sabían que no podía continuar allí parados. Si querían averiguar por qué estaban allí, y sobre todo reencontrarse con los suyos, tenían que moverse. Ylva trató de captar algo que pudiera darles una pista del camino a seguir, pero fue inútil. El aire era fresco pero no se movía un ápice, y tampoco podían captar ningún olor extraño aparte de los típicos que solía haber bajo tierra.

En ese momento, la lucecita azul que había sobre la cabeza de Glyrhel al despertar se atenuó y finalmente se apagó, como Merial había anticipado. La elfa levantó el orbe de luz que llevaba, así que al menos no se quedarían a oscuras... al menos por el momento. Los tres comenzaron a caminar en la dirección marcada por la flecha de Ylva, y no habían dado veinte pasos cuando llegaron al muro de la estancia. Era de piedra dura y fría, decorada con motivos geométricos, y no muy lejos a su derecha pudieron distinguir una abertura que parecía ser una puerta. Podían tomar ese camino, o andar en dirección contraria siguiendo la pared para ver si encontraban otra salida.

Hubo un momento de silencio, y de pronto Merial se puso alerta. Pareció escuchar por un momento con atención mientras fruncía ligeramente el ceño.

—¿Podéis oír eso...?

Los dos jóvenes aguzaron los oídos y entonces lo detectaron. Era un sonido mecánico, como si alguna maquinaria pesada estuviese activa en algún lugar lejano.

La lejanía hacía que el sonido se percibía leve en un principio, pero a medida que uno iba identificando cada pequeño ruido y asociándolo con algo, este se volvía algo más nítido y claro. Además un sonido mecánico como aquel con su rítmica monotonía, terminaba adquiriendo cierto tono familiar que dio a Glyrhel una esperanza que en mitad de la nada en la que estaba, no tenía.

- De... ¿de dónde viene? ¿Viene de allí?- inquirió señalando a la silueta difusa que enmarcaba la oscuridad de lo que suponía que era una puerta.- Debemos ir allí. Si es un mecanismo debería haber luz, ¿no? Y una salida para el encargado de cuidarlo y repararlo, ¿verdad?

No estaba convencido de aquello, pero caminar hacia algo proporcionaba una seguridad de la que caminar a ciegas carecía.

–¿Una luz? ¿Para qué?– preguntó Ylva sorprendida por la idea de su amigo– No creo que haga falta, y tampoco tiene que haber alguien... pero si nos han metido aquí, por algún sitio habrá sido.

La niña se acercó a unos pasos de la puerta y la miró sin estar muy segura de atravesarla o no. ¿Y si había una trampa? Con parsimonia, se  sentó en el suelo, dejando el arco al alcance de la mano y se quitó una de sus botas, sin dejar de mirar aquel agujero por si había que salir corriendo.

–Oye Merial ¿Vosotras sois de por aquí? ¿Qué queríais decir con lo de llevar a los arbóreos a casa? Los nuestros solo venía a negociar una alianza para luchar contra los orcos– preguntó mientras sacudía la bota, aprovechando para limpiar un poco el polvo que se había metido.La niña volvió a ponerse de pie, posando el pie desnudo en el suelo, con la bota en una mano y el arco en la otra.

– ¡Uff está frío!– dijo mientras tiraba la bota con suavidad para que atravesase la puerta. Si había trampas, la bota la haría saltar al caer sobre ella. Si algo estaba esperando para atacarles y atacaba la bota, ella respondería con una flecha. Si nada ocurría, iría a por la bota.

La bota de Ylva no activó ninguna trampa, y todo siguió tranquilo excepto por el ruido lejano de aquella maquinaria, fuera lo que fuera. Mientras tanto, Merial respondió a la pregunta de la skaldi.

—No, no somos de por aquí. Somos de Fyndol, al otro lado de Ormund —la elfa se refería al continente en el que todos ellos vivían, el más grande del mundo—. Venimos a acompañar a dos arbóreos en misión diplomática de vuelta a su hogar, pero nuestro barco se desvió por una tormenta y acabamos desembarcando demasiado al norte. La tercera arbórea, Mawi, se unió a nosotros ya en estas tierras.

Merial pensó un momento en lo que Ylva había dicho de los orcos.

—No creo que los orcos tengan que ver con esto —dijo—. Son detestables y temibles en lucha cuerpo a cuerpo... pero no son diestros con la magia, y menos con una tan fuerte como la que hemos sentido.

–¿De Fyndol? Tiene que ser un lugar maravilloso para visitar– dijo soñadora antes de escuchar con mucha atención todo lo que decían sobre los arbóreos. Y es que cualquier cosa nueva parecía interesar a la chiquilla. Cuando mencionó la incapacidad de los orcos para hacer magia, la niña contestó, apurada porque creyese que los acusaba.

–No quería decir que fuesen los culpables...digo que no parece tener nada con nosotros. A no ser...– Ylva se quedó unos segundos pensativa antes de mover negativamente la cabeza.– No. No tiene sentido... Vamos, tenemos que salir de aquí. 

La niña recuperó su bota y se la puso. Podía ser útil para detectar trampas con el peso, pero no le apetecía nada andar descalza por allí.

–¿Y si seguimos el sonido?

Merial se asomó al corredor, y asintió para mostrar su acuerdo. Era una manera como cualquier otra de escoger un camino, y en un caso como ese, lo mejor era ponerse en marcha.

Glyrhel asintió.

Aunque Ylva tuviera razón, prefería pensar que el camino que iban a tomar, aquel que habían escogido por un ruido que al menos le proporcionaba un indicio de hacia dónde se dirigían, era aquel que podía poner fin a la oscuridad y la ignorancia en la que habían despertado.

- ¿Y quién podría ser lo suficientemente diestro en la magia como para...?- El muchacho echó un vistazo a su alrededor.- Ya sabes... Para esto.