Partida Rol por web

16 de febrero de 2000 - 20:45

La irrupción de Lothar en Hoja de Hiedra después de que la Baronesa ocupase su lugar ante la ausencia de la Canciller fue súbita y olía a ozono, como a tormenta. El Conde subió sin permiso de nadie a la alcoba de Marion, allá donde había ido a verla en escasas ocasiones, pero aquellos recuerdos eran gratos y cálidos. La presencia de Lothar, en cambio, era fría. Se traía consigo el gélido ambiente exterior, y su piel roja por el frío no guardaba ningún calor.

-¿Dónde está Lady Evonne? -preguntó a modo de saludo.

Marion se levantó de un salto cuando Lothar entró, y se encogió al verle. Recordaba el día del juicio, la pared y la mano. No se atrevió a acercarse a él.

-Se ha ido de viaje -respondió.

-Porque tú se lo has permitido -contestó Lothar-. Está en Normandía. Con Sir Morgan.

El Conde se cruzó de brazos, lleno de rabia.

-Me dijo que iba a marcharse a buscarle de todos modos. Quería saber por qué Morgan no se había despedido. Yo le di permiso.

¿Estaba furioso con ella por alejar a Evonne? Era absurdo. Se dejó caer de nuevo en el sillón y se tapó la cara con las manos para suspirar en el hueco de sus palmas.

-¿No crees que eso tiene un motivo? -preguntó él, incisivo-. No quiero a Morgan preocupado por mujeres allá donde le he mandado.

Levantó la cabeza y asomó la cara por entre las manos.

-¿Sólo un motivo? -respondió en el mismo tono.

El rubor acudió a las mejillas del sidhe tan rápido que el enfado se disipó. Miró hacia otro lado.

-Y te tienes que quedar aquí, además. ¿Es que ya no te gusta dormir conmigo? Desde hace días no dejas de buscar excusas para no hacerlo. Y por las noches... a veces me despierto y no estás a mi lado. ¿Ahora que eres Condesa... ya todo da igual?

Sintió ganas de tirarle algo. Un cojín. La taza sin tocar de su desayuno. Quería romperle un jarrón en la cabeza, porque había venido a reprocharle que había alejado a Evonne de él y ahora había logrado que quisiese volver a su lado

-Mientras mi Canciller esté fuera tengo que encargarme de Hoja de Hiedra. Este castillo es tan tuyo como mío, y esta habitación también. -Se levantó y se acercó a Lothar, segura ahora que ya había pasado la tormenta. Ya no mostraba indiferencia, pero parecía muy dolida y cansada para enfadarse de verdad-. No intentes echarme la culpa de esto para sentirte mejor. Te quiero. Quiero estar a tu lado. Deberías saberlo.

-Lo sé, lo sé... -Lothar se acercó a ella y la abrazó-. Lo sé. No es culpa tuya. Tú eres tan maravillosa como siempre, soy yo el que lo está estropeando todo...

El sidhe le besó el pelo y le acarició la nuca.

-Soy una persona horrible, Marion.

Maldito Lothar, pensó, y suspiró. Le devolvió el abrazo y le plantó algunos besos en el cuello y la mandíbula.

-No, no -decía entre beso y beso-. No digas eso.

Lothar se soltó de ella.

-No quiero que me consueles ni que me digas que no es cierto. Si supieras lo que he hecho me odiarías. En realidad, deseo que me odies. Eso lo haría todo más fácil. -El sidhe caminó hacia la ventana. Desde allí se veía el valle a muchos metros al fondo.

Marion notó que se le encogía el estómago. Le siguió hasta la ventana y se apoyó en la pared para mirar su perfil.

-¿Qué has hecho? .preguntó después de unos instantes de dudar

-Yo... he... -Lothar tragó saliva y apoyó una mano en el cristal-. He... He lanzado un Geas a Evonne.

-¿¡Qué!?

Se apartó de la pared y de Lothar. Le dio la espalda para que no viera su expresión, pero tuvo que volverse de nuevo para hacer una pregunta.

-¿Qué clase de Geas? -preguntó, temerosa de la respuesta.

-Intenté contenerme, te lo juro -dijo Lothar apoyando una mano en su hombro-. No sé qué hay de malo en mí que tiene que destruir todo lo que tengo. No puedo ser feliz porque no me lo permito.

Apartó su mano bruscamente.

-¿Qué has hecho? -repitió, con un hilo de voz.

-La obligué a que guardara silencio sobre... sobre una cosa -contestó.

-¿Sobre...? ¿¡Sobre qué!? -chilló-. ¡Dios, Lothar!

Le dio un empujón al Gwydion y se apartó de él. Sentía que iba a caerse. Se apoyó en el respaldo del sillón y se tapó la cara con la mano.

Lothar abrió los ojos, sorprendido, y buscó las palabras para defenderse.

-No pasó nada, no dejé que ocurriera -murmuró-. Te lo juro, Marion, sólo fue esa vez.

-Si no pasó nada, ¿entonces qué? ¿Por qué ha recibido Evonne el mismo tratamiento que Ibrahim? -dijo sin volverse.