Partida Rol por web

La boca desencajada se abrió todavía más, quebrándose. El habitante del doctor Sobol se lo quitó apresuradamente, como si fuera un traje mojado, resquebrajando sus huesos y escurriéndose entre sus vísceras. Luego saltó hacia el techo, quedándose pegado, agarrado a cuatro patas en la talla de la habitación. Ahora no tenía un tamaño tan grande, quizá mediría dos metros, no más y su aspecto era, demoníaco, por supuesto, pero también humano.

Gateó por el techo lentamente, goteando de su cuerpo la sangre del doctor Sobol, cuya piel y órganos quedaron en el suelo, grotescamente deformados. Movia todavía los ojos.

Las piernas de Arthür perdieron toda su fuerza al fin ante la atrocidad que acababa de presenciar. No pudo siquiera gritar oprimido por el espanto más absoluto. Se quedó sentado sobre el suelo y retrocedía utilizando las manos y las piernas, tratando de alejarse de debajo de la criatura que ahora caminaba a cuatro patas por el techo. La sangre del doctor Sobol caía como goterones de lluvia sobre él y sus ojos todavía se movían entre los despojos de su cuerpo. No podía ser. «No… No, no, ¡no!», era la palabra que monopolizaba sus pensamientos. Trató de aferrarse a algo, lo que fuera que pudiera utilizar contra aquella cosa si se abalanzaba sobre él.

Un sonido demencial y repugnante, como el de mil huesos partiéndose al unísono, me llega desde mi espalda, seguido por una salpicadura viscosa y un olor metálico y nauseabundo que hace que me suba la bilis a la garganta. Incluso antes de mirar, ya sé lo que acaba de ocurrir. Giro la cabeza para ver a Arthür sentado en el suelo, gateando hacia atrás y bañado de sangre. Al principio temo por que haya podido resultar herido, pero no tardo ni una fracción de segundo en comprender que la sangre no es suya, sino de Sobol… O del guiñapo en que se ha convertido cuando esa monstruosidad lo ha reventado desde dentro. Levanto la vista y veo con horror a la criatura sombría encaramada al techo como si fuera una enorme y desgarbada araña colgada de su tela, de miembros largos y negros que se mueven inquietos, esperando el momento oportuno para saltar sobre su presa.

Entonces, se me ocurre una idea.

Me vuelvo hacia el lado contrario para mirar fugazmente hacia la ventana resquebrajada, por la que entran haces de luz de un rojo tan intenso que pareciera que en el exterior está teniendo lugar un gran incendio. ¿Y si la criatura temiera la luz de fuera? Sería posible; a fin de cuentas, parece hecha de oscuridad viviente. Miro entonces a Sophie, cuyos ojos están desencajados por el terror. Solo ahora me doy cuenta, por primera vez, de su cambio: su cabello se ha vuelto rubio platino, o tal vez blanco, con un par de mechones azules colgando a un lado. Tomándola por los hombros, la sacudo ligeramente para atraer su atención. Al mirarme, la joven puede ver mi rostro lívido por el pánico y mi mandíbula tensa y temblorosa.

—Cuando yo te diga, agáchate todo lo que puedas y corre pegada a la pared hasta Arthür —mascullo atropelladamente—. Luego sácalo de la habitación por la puerta. Yo iré justo detrás de vosotros.

Cuando estoy completamente seguro de que Sophie ha escuchado y comprendido lo que le he dicho, lanzo una última mirada a la grotesca cosa que cuelga del techo. Entonces, miro a mi alrededor como un faro hasta localizar cualquier objeto que sirva para romper el cristal. Aferro una mesita con todas mis fuerzas, doy un paso hacia la ventana y llevo todo mi peso hacia adelante, levantando el mueble y forzando mis músculos hasta el límite de su capacidad. Un latigazo eléctrico parece fustigar mis brazos y mi pecho cuando el cachivache se levanta del suelo.

—¡Ahora! —grito a voz en cuello, arrojando la mesita contra la oscurecida ventana, con tanta violencia que casi pierdo el equilibrio y me voy yo detrás dando traspiés.

Solo espero que funcione. Si la luz no ahuyenta al monstruo, quizá al menos lo distraiga lo suficiente como para salir de la habitación…

La arcada más espantosa de su vida deja sin respiración a Sophie durante varios segundos cuando la criatura literalmente desguaza desde dentro al doctor Sobol. Desencajada, no puede evitar que sus ojos queden fijos en los goteantes restos humanos que ahora forman un chaco donde antes estaba su figura. No menos horrorizada contempla a la criatura colgarse del techo como un asqueroso insecto.

Muda de espanto, asiente frenéticamente con la cabeza ante las instrucciones que le da Mats. Cuando se aleja, no puede evitar encogerse contra la pared, como si tratase de fundirse con ella. Entonces, a su señal, sale disparada hacia Arthur.

-¡VAMOS! ¡TENEMOS QUE SALIR DE AQUÍ!

Sin pensárselo dos veces y, desde luego, como si no hubiese pasado los dos últimos tres años y medio postrada en una cama, agarra con todas sus fuerzas a Arthur por un brazo y tira de él, esperando que no opusiese mucha resistencia, hacia la puerta, con los ojos fijos en esta, ignorando deliberadamente cualquier movimiento que hiciese la criatura. La única prioridad era salir de ahí.

En su carrera hacia atrás, Arthür aplastó con una de sus manos un cristal, rompiéndolo. Apenas se cortó un poco, pero para cuando quiso recogerlo ya lo había dejado atrás.

Mats golpeó con una mesita el cristal de la ventana y éste se resquebrajó todavía más, formando un dibujo similar a una tela de araña. Milagrosamente no se había roto pero estaba de verdad a punto y podía venirse abajo en cualquier momento.

Arthür tocó la pared con la espalda y el ser detuvo su gateo a no más de tres metros de él.  

Sophie tiró de Arthür, que se puso en marcha, corriendo con ella y esa cosa comenzó a perseguirlos por el techo.

El pasillo era mucho más oscuro que el cuarto. Sus paredes estaban desconchadas y olía a humedad. La puerta de la habitación de enfrente, cerrada, también era la número 208, igual que la contigua. Al fondo, a unos veinte metros, se veía la baranda del rellano.

Desde allí resonaban graznidos de cuervos, que debían estar volando en el hueco de la escalera.

Mats vió cómo sus compañeros llegaba a la puerta antes que la cosa y salían al pasillo.

La mesilla hospitalaria se estrella contra el cristal con un sonoro estrépito, pero en vez de atravesarlo, rebota y vuelve a caer dentro de la habitación. La ventana se agrieta mucho más y presenta un aspecto de lo más inestable, aunque no llega a romperse. Maldigo entre dientes y me agacho para recoger la mesa, que ha quedado tumbada en el suelo. Mientras vuelvo a colocarla en posición, miro por encima de mi hombro para ver cómo les va a los chicos. Afortunadamente, Sophie ha conseguido pasar al otro lado de la criatura, y tanto ella como Arthür están saliendo ya por la puerta, con el monstruo acortando distancias a través del techo de la sala.

—¡Eh! —grito casi por impulso, intentando llamar la atención del espantoso ser y distraerlo de su persecución, para acto seguido volver a arrojar la mesa contra la ventana.

Esta vez sí…

Mats no consiguió detener la persecución. A su grito el ser se lanzó del techo al suelo, aturulladamente, hacia la puerta.

Al arrojar la mesilla el cristal estalló dejando entrar una breve pero intensa onda expansiva de fuego, viento y cristales que, extrañamente ni le quemó, ni le cortó, ni le tiró al suelo. Fue como si algún tipo de diferencia de presión hubiera equilibrado el interior y el exterior.

La luz se tornó amarillo intensa, y el aire que se respiraba pasó a ser más seco y cálido.

Mats vio al ser de pie. Entre él y la puerta. Oscuro, pero no tan opaco, como si su piel fuera de betún y esta luz estuviera consumiéndolo.  Cuando habló, Mats supo que, al fin y al cabo, era humano. Gritaba al aire, como tratando hacerse oír por alguien que que estuviera muy lejos.

- ¡Despiértame! ¡Ahhhhhhhhh!

Entonando un alarido tan fuerte que hizo temblar toda la habitación.

Momentáneamente cegado por la luz del exterior, me cubro el rostro con el brazo cuando la ventana estalla en mil pedazos. Una oleada de fuego y cristales pasa a través de mí, sin quemarme ni cortarme, y la luz, ahora de un amarillo deslumbrante, inunda la habitación. Como respuesta a mi acto, el terrible ser se deja caer al suelo torpemente, como una alimaña letárgica después de haberse atiborrado de demasiada carroña. No obstante, algo ha cambiado. A la nueva luz que entra por la ventana destrozada, la criatura no da tanto miedo. Es más, casi siento lástima por ella al ver cómo parece consumirse poco a poco, volviéndose más pequeña, más insignificante. Más humana.

Y entonces, lo oigo.

Un grito desesperado de auxilio, procedente de un lugar muy cercano y lejano al mismo tiempo, me pide que «lo despierte». Caigo en la cuenta de que, sin duda alguna, debe de tratarse del doctor Sobol. De algún modo, en alguna parte, Sobol sigue dormido, su consciencia atrapada por una de esas cosas a las que Montillet denominó «soñadores». Y de pronto, me embarga la nefasta sensación de que nosotros estamos atrapados con él, dentro de su pesadilla… De modo que la única manera de escapar de esta locura es despertar al doctor. Recuerdo entonces los episodios de parálisis del sueño que tengo de vez en cuando, de la angustiosa sensación de estar a medio camino entre el sueño y la vigilia, viendo mi cuarto y el paisaje de mi sueño al mismo tiempo, y totalmente incapaz de moverme, despertar completamente o pedir ayuda. Me pregunto si en esos momentos no estoy atrapado por algún soñador, en su abismal y sádico mundo de pesadilla. Quizá la situación del doctor Sobol sea parecida.

—¿Sobol? —exclamo, mirando fijamente a la criatura oscura—. Sobol, ¿puede oírme? ¡Despierte! ¡Grite y sacúdase todo lo fuerte que pueda! Esto solo es un sueño, y al otro lado hay gente que puede oír su voz. ¡Grite muy fuerte y lo conseguirá!

Entonces, vociferando a pleno pulmón, me arrojo contra el monstruo, que parece aturdido y debilitado, embistiendo con todo mi cuerpo para intentar desequilibrarlo y arrastrarlo hacia la ventana.

—¡Déjalo en paz! ¡Déjalo en paz! ¡No te tengo miedo! —grito una vez tras otra, enloquecido, como en un mantra para no sucumbir al pánico. Al final, mientras forcejeo con la cosa, mi voz se transforma en un grito continuo y desarticulado.

«¡Despierte!», es lo único lúcido que soy capaz de pensar en mitad del febril torbellino de ideas, euforia y terror absoluto. En mi mente, durante un único instante, aparecen los rostros de Arthür y Sophie. Si algo me sucediera, solo espero que ellos consigan ponerse a salvo.

Braceando desesperadamente por mi vida, tiro y arrastro del cuerpo de la cosa al mismo tiempo que trato de mantener la cabeza baja, intentando con denuedo mantenerme alejado de los miembros del monstruo, que se retuercen como serpientes furiosas y hambrientas.

Solo tengo una oportunidad.

El resto del hospital parecía igual de macabro con la habitación 208 repitiéndose una y otra vez. ¿Cuántas plantas tendría? Si decidieran correr escaleras abajo, ¿llegarían a alguna parte? En aquel lugar de horror Arthür imaginaba una escalera infinita o quién sabe qué otra terrible aberración. Y Mats seguía dentro, ¡no podían dejarle atrás!

Arthür se giró mientras corría: ¿dónde estaba la criatura?, ¿corría tras ellos?