Partida Rol por web

Arthür echó la vista atrás, hacia la habitación que seguía abierta. Sophie miraba hacia adelante, hacia el graznido de los cuervos. Una luz sutil cambiaba por el pasillo, como si alguien subiera las escaleras portando una antorcha.

Sophie entendió el graznido de los cuervos como si de un idioma humano se tratara. Decían:

-¡Que viiiieeeeene!.... Acude a por su presa... justamente ganada....¡Comealmas! ¡Comealmas! Viene a por lo que es suyo... ¡Ay de aquel que interponga.... entre el Demonio y su presa!

El cuarto estaba inundado por una luz amarillo intenso. Mats, implacable, forcejeaba reteniendo a esa cosa, que ahora, bajo el brillo de esa luz, parecía una persona asustada e impotente, patética, infantil y en manos de Mats, frágil. Ningún sonido salía de la habitación, como si estuviera mucho más lejos de lo que estaba en realidad.

Primero ese hombre  parecía escurrirse, como un pez cubierto de chapapote. Pero Mats pudo agarrarlo fuerte. Incluso notó que le estaba haciendo daño apretando sus antebrazos con sus manos.  En ese momento el otro sólo quería zafarse, sin conseguirlo. Gritaba asustado hacia Mats, y luego al aire, todo lo fuerte que podía.

-Despiértaaaaaame, ¡Ahhhhhhh! ¡Despiértaaaaaameeeeee!

Ni se lo pedía el doctor Sobol, ni se lo pedía a Mats. No era un ruego que viniera de dentro de eso. Parecía más bien una orden hecha por alguien acostumbrado a que le obedecieran, que el que debía acatarla no podía oír. Una orden desesperada del soñador, pintado de negro, cuya cara Mats ya podía distinguir. El grito no venía del doctor que quizá estuviera muerto... o despierto.

Era un grito de espanto del soñador untado en una pasta mantecosa y oscura que, desnudo y  atrapado en esa habitación, sin poder deshacerse de Mats, gritaba aterrorizado, atónito.

A mitad de carrera, Sophie se paró en seco en el pasillo, mirando hacia las escaleras. La luz titilante que parecía acercarse desde la planta inferior, lejos de parecerle cálida, se le antojó una nueva amenaza.

Su mente ni siquiera se paró a analizar de dónde provenían los gritos.

-¡No podemos ir por ahí! -gritó mientras se daba la vuelta.

Se dio cuenta de que habían dejado a Mats atrás. Y... ¿y sus padres? ¿Seguían en la sala? ¿Qué había pasado con ellos?

Desesperada trató de buscar cualquier otra salida del pasillo.

Arthür detuvo su carrera al ver a Mats en aquella situación. ¡Había reducido a la criatura! Casi parecía indefensa ente sus manos pero ¿podía ser aquello una ilusión? Todo parecía enfermizo y cambiante y ya no daba siquiera crédito absoluto a lo que tenía frente a los ojos. El engendro ya no les perseguía. Debía volver para ayudarle:

—¡Sophie!, ¡Mats nos necesita! ¡No te alejes sola!

Se cercioró de que le escuchaba y volvía atrás antes de entrar de nuevo a la habitación. Ahora sí sabía dónde encontrar un fragmento afilado de cristal.

Mientras forcejeo con la criatura, mis brazos resbalan por su fría y limosa superficie. Apretando mis brazos con todas mis fuerzas, logro reducirlo, algo que francamente no esperaba. El ser continúa gritando, exigiendo ser despertado, y me doy cuenta de que la voz no es la de Sobol, como creía inicialmente. Es la voz de otra persona: la del propio soñador, al que mantengo inmovilizado entre mis brazos. Lo miro a los ojos y solo veo un hombre, cuya mirada aterrorizada e impotente me deja sin habla.

Joder.

Exhausto y confundido, aflojo un poco mi presa sobre el hombre «negro», que en realidad está recubierto por una sustancia oleaginosa semejante a brea. Ya no lo veo como un monstruo, sino como una persona ruin, asustada, que ha perdido a un juego al que está acostumbrada a ganar. El soñador ha perdido el control. Ya no es nadie. Jadeando, lo miro con una mezcla de lástima y furia, de arriba abajo, antes de clavarle la mirada directamente en los ojos.

—¡Cállate! ¡Deja de gritar o te tiro por la ventana! —ordeno entre jadeos, sacudiendo enérgicamente al extraño para obligarlo a reaccionar—. ¿Quién coño eres tú? ¿Por qué estamos aquí, y qué hay que hacer para que esto se acabe?

¿Qué cojones está pasando aquí? ¿Acaso, por un giro argumental inesperado, el monstruo es en realidad la víctima?

Arthür, en el umbral de la habitación, encontró su cristal. Incluso tenía forma de cuchillo. Lo que había sido una silueta opaca como un demonio, ahora, incluso de espaldas, se notaba un hombre.

Mats, desde dentro pudo ver a Arthür, iluminado por esa luz, hacerse con el filo. Y a Sophie, tras él. El hombre, con la mirada exaltada, aterrorizada, contestó a su pregunta.

-Me habéis hundido en aguas del Flegetonte. ¡En el Hades! ¡Durmiente! ¡Estás en la Morada del Mal!

Y las venas se le hincaron cuando soltó un grito.

-¡Te ordeno que me sueltes!

Ahora que Mats lo había aflojado un poco, notó cómo sus brazos temblaban.

Arthúr corrió agarrando el cristal como si fuera una daga y apoyó el filo contra el cuello del hombre que Mats mantenía aferrado:

—¡Tú no nos das órdenes! —Exclamó. Y bajando el tono, casi como un susurro, tratando de sonar lo más amenazante que fue capaz, añadió: —¿Quién eres?

Aturdido por las palabras del desconocido, que parecen el desvarío de un demente, levanto la vista hacia la puerta de la decrépita habitación de hospital. Arthür y Sophie vuelven a estar aquí. Me alegra volver a verlos sanos y salvos, pero eso significa que no han conseguido encontrar la salida. Inmovilizando firmemente al extraño sujeto entre mis brazos, puedo notar cómo sus miembros tiemblan. Parezco haber vencido su resistencia, y lo que hace un minuto era un monstruo aterrador no es ahora más que un hombrecillo débil e indefenso. Miro a los dos recién llegados con una expresión de desconcierto y duda extremos. No tengo ni idea de qué hacer. Estoy a punto de soltar al tipejo por pura pena y confusión, y apenas sí aflojo ligeramente mi sujeción, pero luego me lo pienso mejor y aprieto de nuevo, sacudiendo al desgraciado con insistencia.

—¡No! —le grito—. Eres tú quien andaba donde no debía. ¿Qué le has hecho al doctor Sobol?

Como refuerzo a mi pregunta, Arthür se acerca a toda prisa a nosotros, empuñando un afiladísimo fragmento de cristal, y amenaza con él al vociferante desconocido, apuntándole directamente a la garganta. Miro al tipo enarcando una ceja, y por primera vez, una sonrisa feroz de dientes apretados asoma a mi rostro, como queriendo decir: «Puedo responder por mí, pero no por Arthür, así que cuidado».

Sophie alza las cejas momentáneamente sorprendida por el brusco giro de acontecimientos. Apenas pierde de vista a Mats un segundo y cuando vuelve a mirarle, de alguna ha reducido al ser. ¿Pero qué clase de hombre son estos?

Dubitativa se queda en la puerta de la habitación, alternando su mirada entre los dos hombres y... la cosa; y las escaleras.

-¡Algo se acerca! ¡Tenemos que salir de aquí!

-¡Necios! ¿No véis que viene? ¿No escucháis cómo se arrastra? ¡Dejadme! ¡Rápido!

Impotente, casi sin fuerzas, fue bajando su tono.

-¡Nooh! Ya es tarde… ah... este es el final del camino. ¿Por qué me agarraste pobre ignorante? -Miró a Mats con auténtico odio-¡Estuve a un paso!

Tomó aliento y  empezó a declamar algo en ¿griego?

Era griego homérico, con algunas formas dialectales que parecían una forma de dialecto jónico más arcáico.

-Creceré en vuestros sueños como daimon, nutriéndome de vuestro thymós, abriéndome camino...

Enfrascado como estaba en paralizar a aquel tipo, con el corazón latiéndole a mil por todo lo que estaba ocurriendo, la frase de Sophie cogió a Arthür totalmente por sorpresa. Por un momento, sin mover un ápice el cristal, dejó de mirar a aquel hombre para mirarla a ella, con mirada confusa, como sin comprender. ¿Alguien viene?, ¿cómo alguien? Y entonces se dio cuenta que por supuesto no tenían por qué ser los únicos que hubiera allí. Y también comprendió que quien fuera que estuviera viniendo, si aquel hombre no se equivocaba, debía ser un habitante de la Morada del Mal.

El hombre habló asustado, lamentándose lastimeramente. Y de pronto comenzó a declamar en griego. Antes de que pronunciara una palabra más, Arthür apretó ligeramente el cuchillo contra su garganta y con la otra mano tapó su boca con fuerza. Con ánimo de cubrir sus palabras y que los demás no pudieran escucharlas le dijo:

—Silencio, ¡monstruo! ¡Sí!, este es tu fin. Aquí termina tu camino, ¡simulacro!

Pensó en decirle que caería en el abismo del Tártaro, pero no se atrevió a pronunciar semejantes palabras.

Sophie anuncia la llegada de algo terrible, algo que de algún modo, yo también presiento en lo más profundo de mis entrañas. Las enfebrecidas palabras del hombre al que aferro, a las que me cuesta encontrar sentido, no son sino un eco de la advertencia de Sophie, que confirma el ominoso advenimiento de algo que más nos vale evitar. Algo tan aterrador que hace palidecer incluso a este… brujo, o soñador, o lo que coño sea. La expresión de absoluto odio y resentimiento con que me mira el lunático hace mella en mí y me desarma. No vamos a conseguir que nos diga nada útil. Repentinamente fatigado, lo suelto de un empujón, no sin cierta brusquedad y desprecio, y me aparto de él, dirigiéndome hacia la puerta.

—Arthür, vámonos. Ya has oído a Sophie. Tenemos que largarnos —digo con preocupación y una sensación de fatalidad inminente que se cierne sobre nosotros. Miro al desconocido por encima del hombro de Arthür—. Si ese no va a ayudarnos a salir de aquí, que se pudra. Así que venga.

Sí, pero, ¿por dónde? ¿Hay alguna salida física de este lugar, si es que donde estamos es realmente un lugar? En todo caso, no nos queda más remedio que movernos… Y deprisa.

Cuando Mats empujó al hombre, Arthür bajó el cristal. Sin dejar de mirarle salió en pos de Mats y Sophie.