Hacía un buen rato que el Sol había comenzado su ascenso en el firmamento precedido por la aurora, y desde que sus primeros rayos desbordaron el horizonte la gente comenzó a despertar. Tú no. Mientras el resto de Roma se desperezaba lista ya para comenzar un nuevo día que en la mayoría de ocasiones no sería sino una copia del anterior, tú continuabas durmiendo totalmente ajeno a lo que ocurría a tu alrededor. Ni siquiera eras consciente mientras tus párpados seguían cerrados, del bullicio que empezaba a formarse en el exterior a medida que la ciudad recobraba la vida que le había sido arrebatada con la noche.
El día anterior habías acudido a una cena como invitado y, no estabas muy seguro de cómo ni por qué, pero el tranquilo debate (por lo plúmbeo) que allá en la sobremesa se formó en torno al concepto de felicidad, terminó derivando en aquello que te causaba la mayor de las infelicidades: Publio Virgilio Marón. Ah, cuántas fueron las alabanzas, tantas como sorbos al vino diste, cuenta que perdiste allá por el veintenar. En aquella cena, para ti, vino y Eneida fueron uno, y por tanto Eneida fue sopor la noche previa, pereza en la mañana y migraña al despertar.
La verdad que dormir tanto no era del todo normal, y por ello Podio, sin cruzar el umbral de tu cubículo, aun dudaba entre el mejor de los males: arriesgarse despertándote o arriesgarse no haciéndolo. Finalmente se decidió, y con voz queda te llamó varias veces con la esperanza de haber puesto fin a alguna pesadilla.
- Mi señor… Mi señor… Ya es tarde. Los más madrugadores corren ya a por su sportula. Su esposa le espera en el triclinio, aunque ya la conoce. Seguramente solo le esté esperando para su reproche matutino.- se giró y gritó a alguien que debía estar esperando a su espalda. -¡Venga, venga! A trabajar.-
Al instante por el costado izquierdo de tu fiel Podio apareció un joven que no debía superar el decenio. Con una de sus manos cubria su boca para acallar una risotada que no había podido evitar. Tras percatarse de la mirada de reproche de Podio, y temiendo una bofetada, corrió hasta ponerse a tu lado, dejó una jofaina en el suelo y la llenó casi hasta rebosar con el agua que traía en una pequeña vasija humeante. En su hombro reposaba tu toga y túnica además de un paño blanco que no tardó en humedecer con el agua caliente para lavar tus piernas y brazos.
In vino veritas, ¿quién habría dicho esa tontería? A través de las brumas de la noche anterior, Lurco recordó que probablemente la oyó en Grecia. Alceo de Mitilene, menudo bastardo. Aunque qué podía esperarse de los griegos, si tenían que ponerse hasta el culo de vino para poder follarse a jovencitos tiernos. Una panda de sátiros impúdicos...
-Y Virgilio puede meterse su... hic... Eneida por su virginal recto. ¡Mil hexámetros para hacer que esa zorra de Dido se acabe rostizando como un cochinillo a la brasa! Ese... ese... Eneas no es el padre de Roma... si no... se la hubiera sacado ahí mismo y la habría... echado un polvo tras... otro... hasta... matarla.
El esclavo púber que le aseaba no pudo contenerse más y prorrumpió en carcajadas hasta que Podio le pellizcó el hombro tan fuerte que el dolor le hizo pararse en seco.
-No... Podio... déjale... déjale que ría... es un esclavo y un... niño, y aún así sabe más de poesía que cien... Virgilios... juntos... Pero basta ya de hablar de ese gaznápiro arribista... ¿Qué coño quiere Gabinia de mí... a estas horas? Podio, nunca te cases. Bueno, tú ya has pasado la edad en la que podrías casarte. De hecho has pasado cualquier edad y has dado la vuelta. Estás a punto de doblarte en... vejez... Esa es una buena pulla... apúntala para un epigrama... quizá el día no esté tan perdido...
Con dificultad incorporó su enorme cuerpo, desestructurado por el vino. Si alguna vez se había sentido cerca del materialismo de Demócrito, ahora estaba completamente convencido. Eran sólo átomos y vacío. Y en concreto, sus átomos se movían a la velocidad de la náusea.
-Chico. Ve al triclinio y dile a la señora que ya voy... y corre...
El muchacho partió corriendo alentado por el pellizco recién recibido, pensando que no había mejor forma de evitar el castigo que no mostrando ofensa que lo propiciara. Mientras el chico se perdía ya en las entrañas de la casa, Podio se giró devolviéndote su atención, aunque no por completo, pues en su rostro se observaba la satisfacción que al parecer le producía ver la vitalidad que a la juventud acompañaba.
- Y mi espalda se dobla a la par que mi vejez, señor.- respondió retomando el hilo de la conversación. - Pero creo que de necios es añorar aquello que es imposible de recuperar, y esfuerzo inútil ambicionar lo que más allá de nuestro alcance queda. Además, la senectud también trae consigo alguna que otra ventaja. - añadió mientras te vestía con tu túnica y toga poniendo especial esmero en la disposición de los pliegues.
Cuando estuviste presentable para encarar a tu esposa te dirigiste al triclinio. Allí estaba ella, llevándose a la boca el último pedazo de queso que sobre el plato quedaba. Nada más conocerla te había sorprendió la delgadez extrema de la que sería tu esposa. Tiempo después quedarías anonadado por su glotonería. Cómo dos hechos que en principio parecen antagónicos en aquella individua se dieran, pronto lo asociaste a que perfecta hija de su padre era y todo por lo que su boca entraba, como si fuese un desagüe, por su cloaca salía. Y en no pocas ocasiones habías comprobado que a veces los papeles se invertían.
- ¿Y bien?- preguntó con sus carrillos abultados y movientes. –¿A qué se debe un sueño tan profundo?
-¿A qué se debe, mi nunca bien ponderada Gabinia? Bueno, según Hipócrates cuatro son las causas del sopor prolongado en el varón. La molicie, la insatisfacción de su virilidad, el exceso de vino o la digestión pesada. Y creo que en mi haber reúno al menos tres de las cuatro hipocráticas causas, si quieres entenderme.
Intentó ante todo mantener la postura erguida que correspondía a su figura de patricio, pero no supo muy bien si el resto del orbe intentaba sabotearle o era él, quien en sentido homenaje a Baco, hacía oscilar la tierra a su alrededor. Se concentró en reenfocar la ira de Gabinia.
-Y bien, digo yo, ¿a qué se debe tanta premura? ¿Acaso el senado ha dictaminado que por fin deben ser esculpidas mis obras en las paredes de Roma? ¿O es que necesitas denarios para algunas nugae?
Re-entro en la partida, oh, adorado máster.
Aparentemente tus palabras no parecieron incomodarla demasiado y no tardó en cambiar de tema en cuanto hablaste de dinero.
-¿Has probado el queso? Ayer Vibia Menenia me regaló un trozo.- dijo señalando la bandeja que creía llena, pero en cuanto la vio vacía en su arrugado rostro creíste ver algo que parecía ira. - “Traído de la mismísima Bitinia” me soltó esa petulante contrahecha... ¿Has visto sus dientes? Bien saben los dioses que todos esos caprichos culinarios son para que su marido pueda escabullirse en lecho ajeno mientras ella mastica.
Se levantó de la mesa y sacudió las migas que se habían pegado a su vestido. Había terminado de criticar a su amiga y en cuanto te miró enarcando una de sus delgadas cejas supiste que llegaba tu turno.
- Pero volviendo al tema que nos ocupa. Manejas el estilo como tu difunto padre los cuchillos cuando destripaba cerdos, y sus chillidos estaban menos justificados que los nuestros. Así que nada que ver con la primera. Tinturas es lo que quiero, para cerrar la boca a esa Grea que no hace sino dañar la vista.
Pompilio comenzó a dar grandes gritos, teatralmente.
-Podio, Podio, ¡llama a los pontífices! ¡Que Jupiter Capitolino quede mudo y que el senado decrete un día de ocio! ¡Sacrifica un buey en el templo de Juno! ¡Gabinia, mi casta y dulce esposa, quiere tinturas!
Luego calló poco a poco antes de volver a mirar a su mujer con sorna.
-¿Y cuántos denarios serán esas tinturas? Si son para teñir tus togas requerirás varios litros, ¿no es así?