Pestañee dubitativa tratando de responder:
- Eh.. em... sí... sí, es un bebe.. ¿precioso?
A pesar de mis palabras hacia la mujer, mi vista no se apartaba de aquel dichoso cuervo. ¿De qué se trata todo esto? Es tan... tan... ni siquiera tenía palabras para describir aquella situación.
- ¿Os encontráis bien, mujer? - continué hablando a la mujer. Era increíble que tras lo sucedido y con la cantidad de sangre que había perdido, ahora estuviese como si nada, embobada con aquella criatura.
- Muy bien. ¿Cómo me iba a encontrar cuando él ya está fuera?- te respondió mientras continuaba jugueteando con el rosado bebé que abría por primera vez sus ojos al mundo.
–Pe… pero… ¿Qué le pasa?- preguntó sobresaltada por algo. - No, no, no, por favor, no puede ser. ¡NO!- Había dejado atrás la tranquilidad que había conseguido observando su retoño y retomaba la desesperación de la que habías sido testigo mientras daba a luz. –No puede ser, no, no está completo.
El cuervo que hasta entonces había permanecido a tu lado, mudo, atento a cuanto hacías, tornó su rostro al escuchar el desconsolado llanto de la mujer. Parecía divertirse contemplando aquel panorama. Revoloteaba de un lado a otro, acompañando el llanto con graznidos que bien hubieses podido confundir con carcajadas.
-Tú… tú puedes ayudarle.- el animal volvió a guardar silencio cuando estas palabras fueron pronunciadas. La mujer comenzó a acercarse a ti hasta que la tuviste cara a cara. Su mano se escabulló entre sus ropajes buscando algo que no encontraba. Pero antes de que pudieses ver qué era, el cuervo aleteó desviando tu atención por un instante, instante que la mujer aprovechó para hundir una daga en tu pecho mientras pronunciaba estas palabras: –“Tu le ayudarás a venir a este mundo.”-
Con qué facilidad atravesó la carne la daga. Con que facilidad hundió por completo su filo en tu pecho. Con qué facilidad se pone fin a la vida humana. La sangre manaba a borbotones a medida que la vida escapaba. Curioso pensar que el dolor quedó en un segundo plano, atenuado por la impotencia ante una muerte cercana.
Instintivamente llevaste tu mano a la herida donde aun permanecía la mano asesina. Tus dedos se cerraron alrededor de su muñeca que giraba con saña. La sangre brotaba, húmeda, cálida, manchando vuestras manos. Empezaste a perder el sentido mientras tu vida escapaba. La oscuridad de la noche se extendía lentamente a los confines de tu alma. Lo que sentías se esfumaba, lo que tocabas se desvanecía como una voluta de humo en la nada. -“ Tú le ayudarás a venir al mundo”.- un eco que se repitió a medida que los cimientos de aquella realidad se desmoronaban.
El sol se alzaba ya en el horizonte cuando despertaste sobresaltada. La hojarasca se enredaba en tus cabellos empapados en sudor, y de la herida en tu vientre solo quedaba el gruñir de tu estómago pidiendo algo que lo llenara.
El sueño había sido demasiado real, llevé mi mano a donde supuestamente me había herido. Sabía que no tenía nada, que todo había sido un sueño, pero aún así no pude evitar tocarme como para asegurarme una vez más de que así había sido.
Me levanté y comencé a recoger mis escasas pertenencias, mientras en mi cabeza se repetía una y otra vez aquella frase "Tú le ayudarás a venir al mundo" ¿qué querría decir aquello?
Rebusqué en mi mochila buscando algo que comer, aún tenía algo de cecina. Comencé a andar, siguiendo mi camino, mientras comía y seguía pensando en aquel sueño.
El viaje desde tu lugar de origen había sido largo. En tu camino habías pasado por pocas aldeas, pero allí donde habías pisado conseguiste comerciar con lo que tenías a mano para obtener algún alimento a cambio. Hasta hoy te había durado la cecina, adquirida en el último poblado, y de no toparte con otro para mañana no tendrías con qué acompañar las bayas que solías recolectar de los frutales silvestres que te encontrabas.
Aun así la comida no es una prioridad una vez se tiene el estómago lleno, y no tardaste en darte cuenta de la belleza del lugar por el que transitabas. Los árboles alzaban sus ramas repletas de hojas verdes ocultando el cielo. Bajo tus pasos una alfombra de luces y sombras que cambiaba según soplase el viento. Un pequeño riachuelo con el saciaste tu sed seguía su tortuoso camino hasta perderse entre el tupido follaje… Pero no hay momentos de paz sin sobresalto, y seguramente de no existir los segundos no se podría disfrutar de los primeros. A lo lejos, allí donde los árboles se dispersaban y se acababa el bosque, se alzaban los gritos de cientos de hombres. La rabia y el dolor se mezclaban en un frenesí que solo podía ser el resultado de una batalla.
Por más que lo intentase todos estos años, todavía no alcanzaba a comprender aquel comportamiento en la mayoría de los hombres. Esa tendencia a discutir y pelear por cualquier cosa, por insignificante que ésta sea. Ese ansia por intentar demostrar a los demás y a veces a sí mismo, ser más o mejor que el otro, eligiendo para ello el modo más fácil y ruin: el combate.
Movida por la curiosidad, me encaminé hacia el origen de aquellos gritos, aunque con poca esperanza de que aquello amainase.
Tenías razón. A medida que te acercabas al lugar de origen de aquellos sonidos, no solo no disminuyó su intensidad, sino que aumentó el fervor con el que eran lanzados los gritos.
Mientras corrías tuviste que evitar tropezar varias veces con las rebeldes raíces de árboles centenarios que emergían de la tierra pretendiendo escapar de su encierro, pero finalmente llegaste a tu destino. El manto verde sobre tu cabeza había desaparecido, y sin él pudiste observar por primera vez en el día todo el esplendor del Sol. Bajo el astro rey luchaban por alguna razón desconocida dos centenares de hombres. Con violencia peleaban y cuando su víctima yacía ya el suelo, alzaban como reto sus picas buscando entre sus rivales una nueva víctima a la que arrebatar su vida.
Al ver a aquellos hombres luchando recordaste algo. Había sido hacía mucho tiempo…
Por aquel entonces aun eras niña. Tu familia había muerto hacía un par de años, y lo sucedido aquel día aun te atormentaba. Desde entonces el bueno de Amergin te había cuidado y educado como podía. Se notaba que nunca había sido padre y que le faltaba cierta mano con los niños, pero no había duda de que lo hacía lo mejor que podía.
Estabas durmiendo cuando algo te había despertado. Nada más abrir los ojos lo primero que habías visto era su rostro sobre el tuyo. Te observaba con una amplia sonrisa y no tardo en invitarte a que te levantaras.
- Levántate joven niñita. El sol ya ha salido y no se ve ni una nube. No sería bueno desperdiciar un día tan bueno. ¡Vamos, vamos chiquilla! No seas holgazana.
Aun recordabas perfectamente su rostro. Su calva lisa y de piel manchada, su frente llena de profundas arrugas, y una frondosa barba blanca que hasta el pecho crecía. Sus ojos brillaban con emoción por algo que no comprendías, y por un momento creíste que era mucho más joven de lo que parecía.
Recuerdo que me levanté inmediatamente, vistiéndome a prisa para ver qué sucedía. Estaba segura de que algo pasaba, la expresión de Amergin lo dejaba claro, aunque tratara de ocultarlo era imposble.
Ilusionada corrí hacia él esperando que por fin me contase qué sucedía, qué era lo que hacía tenerle así de emocionado a esas horas tan tempranas.
- ¿No me das los buenos días? ¿Es que te ha comida la lengua el gato?- te preguntó en cuanto te acercaste. Pero tan pronto como se percató de que tus ojos pedían respuesta a una pregunta que no habías formulado te miró extrañado.
- ¿No te lo dije? Que memoria la mía…- un largo suspiro antecedió a la explicación molesto por habérsele olvidado decírtelo en su momento. -Ayer llegó a caballo el hermano de Marvin con la noticia de que había regresado, pero que no llegaría hasta mañana porque iba a descansar en la casa de no sé qué familiar.- con impaciencia revolvia entre sus cosas buscando algo que parecía no encontrar. -No me extraña. ¡Menudo viaje!
A medida que hablaba seguía creando nuevas preguntas a las que no daba respuesta, y mirándote de nuevo se dio cuenta de que seguías sin saber a qué se refería.
- Mar-vin, Mar-vin.- silabeó creyendo que quizá así supieses de qué hablaba. –Yo me quejo de mi memoria, pero anda que la tuya… Qué desperdicio, tan pequeña y desmemoriada. ¿Realmente no te acuerdas?- volvió mirarte sin creer que no lo supieses. - Vaya… Veamos. Marvin partió… Mar-vin- repitió para que esta vez no se te olvidase. -Pues eso, partió al sur hace más de tres años y me prometió que cuando volviese me traería algo de sus viajes. Rollos de pergamino, papiros en latín... ¡Quién sabe!- dejo de rebuscar y de nuevo te miró con una sonrisa en la que te mostró todos sus dientes. -¿No estás tú emocionada?
Miraba sin acabar de comprender al viejo Amergin, pero no le interrumpí mientras se esforzaba en explicármelo. Una vez acabada su explicación y como respuesta a su pregunta, me crucé de brazos y le miré seriamente.
Amergin... quizás estuviese emocionada si supiera quién es ese tal Marvin, pero no se quién es - dije encogiéndome de hombros y alzando las manos - si se fue hace 3 años yo tenía ... - comencé a contar con los dedos como él me había enseñado, hasta hallar la solución - 4 ! 4 años! Amergin, entonces yo era un bebé! ahora ya soy grande y me acordaría - dije orgullosa, sonriendo y totalmente segura de mi misma.
Te miró con su ceño fruncido como clara muestra de escepticismo. - ¿Cuatro años? ¿Seguro? Permaneció un rato en silencio con su mirada quieta en un punto fijo intentando confirmar mentalmente lo que le habías dicho. - ¡Ah! Es verdad. – y rompió a carcajadas al darse cuenta del despiste. –Muy bien, muy bien. Que niñita más resuelta. Y que pelo tan bonito: rojo, como el fuego.- añadió inocentemente.
No tardó en devolver su atención al montón de objetos donde acumulaba la mayor parte de sus enseres hasta que, finalmente, encontró lo que buscaba: una bolsita con hierbas y su hoz de oro. Ajustó ambas cosas a su cinturón y se encaminó a la salida.
- Vámonos.- te indicó cuando hubo cogido el robusto callado que usaba para apoyarse. -Y no te separes mucho de mí.
El camino hasta la aldea no era largo. Una hora tomaba más o menos a un paso ligero, pero teniendo en cuenta que Amergin adoraba pararse en cuanto encontraba algo que creía interesarte e intentaba hacerte ver lo que a él le maravillaba, acostumbrabais a tardar media hora más de lo que debierais. Aun así nunca se hacía largo pues muchas cosas aprendías, y cuando a su lado ibas le gustaba contar historias con las que te entretenía.
- “Se cuenta que hubo una vez un águila de gran belleza. Tal era la perfección de aquella ave que aquellos que la miraban quedaban prendados cuando los sobrevolaba. Ella se divertía haciendo cabriolas y viendo como todos giraban su cabeza cuando pasaba. Un día el Sol, envidioso porque su vuelo desviaba la atención de aquellos que miraban al cielo, decidió castigarla y desde entonces se negó a iluminarla.
Aquello hundió al águila en un pozo de amargura pues estaba acostumbrada a los halagos y nunca más los recibiría. Pero pronto descubrió que al estar sumida en las sombras no había animal que pudiese verla cuando cazaba. Desde entonces fue conocida por su habilidad cazando, y se jactaba de haber vencido a todos los animales que la habían desafiado.
Un día, acuciada por la sed, se posó junto a un río. Pensando en que ya hacía mucho tiempo que nadie se atrevía a retarla, vio unos minúsculos animales en los que nunca antes se había fijado. Sorprendida observó como largas hileras de hormigas, pues eso eran estos pequeños animales, arrastraban comida hasta un agujero. El águila, viendo la oportunidad de vencer de nuevo, retó a una de las hormigas que salió de la fila y aceptó encantada. Completamente segura de su victoria dio la oportunidad a la hormiga de atacarla primero. Cuando ya se acercaba a morderla el águila emprendió el vuelo y con una batida de sus alas la hizo revolcarse por el suelo. Se marchó volando y riendo porque nunca sería alcanzada, y ni siquiera se molestó en matarla.
Los años pasaron y su fama continuó intacta. Finalmente la vejez la terminó alcanzando, y llegado el momento de su muerte se dejó caer al suelo. Mientras allí esperaba su fin, notó un leve cosquilleo en sus patas. Miró para ver la causa y allí estaba la hormiga para recordarla lo pasado aquel día. Sus ojos se cerraron sabiendo que al final, ella había perdido."
En cuanto termino de contar la historia paró en seco, se agachó hasta ponerse a tu altura y te dedicó una mirada inquisitiva que acompañó de una pregunta.
- ¿Qué has aprendido?
Miré pensativa durante un rato al anciano, no estaba demasiado segura de mi teoría, lo cual se apreciaba en la entonación de mi respuesta, pues parecía más una pregunta que una afirmación:
- ¿Que no debemos menospreciar a nadie porque la vida da muchas vueltas o algo asi?
El anciano hombre esbozó una sonrisa como respuesta a tu pregunta y reemprendió el camino.
- No solo eso, pero si ya supieses la respuesta a todas las preguntas no serías mi aprendiz sino mi maestra.- Su cayado subía y bajaba a media que lo apoyaba para reforzar su paso. - Reflexiona sobre mis enseñanzas aun muy después de dadas, pues en ellas cada vez que las revises encontrarás conocimientos.
Mientras caminabais el verdor del bosque parecían despertar a todo tipo de animales. Algunos pájaros cantaban y sobre ellos a veces se escuchaban los envidiosos graznidos de de aves de voz menos agraciada. A vuestros pies el suelo crujía no solo con vuestros pasos, también se escuchaba a algún rápido insecto que huía temiendo ser aplastado.
Aun con todo, aquel lugar transmitía paz, y así fue hasta que un lejano sonido que no llegó a vuestros oídos pareció alertar a varios animales que alzaron el vuelo asustados. Aquello no solo perturbó la tranquilidad del bosque, sino también el ánimo del propio Amergin que durante varios minutos pareció preocupado.
Finalmente dejasteis atrás el bosque. Un amplio claro se abría ante vosotros. En su centro estaba el castro al que os dirigíais. La muralla estaba rodeada de campos de cultivo donde las mujeres se afanaban en recoger los cereales que ya habían crecido. Algunas a cuestas llevaban a sus hijos más pequeños y los que ya pesaban más de la cuenta correteaban no demasiado lejos. No pocos os saludaron cuando pasasteis por delante de ellos, pero después de hacerlo no tardaban en devolver la atención a las tareas que realizaban.
Seguisteis vuestro camino hasta la entrada. Para llegar a ella tuvisteis que cuidar vuestros pasos puesto que en el suelo había enterradas múltiples rocas con sus afilados bordes apuntando hacia el cielo, dispuestas a herir a cualquier enemigo que pretendiese realizar una carga.
- Saludos Amergin.- saludó alguien que os esperaba a las puertas del castro. –Hola pequeña.- continuó, y al verlo creíste que sus palabras no podían ser más sinceras. Era un hombre alto, aunque a tu edad cualquiera te parecía alto, pero podías comprobar cuando se situó frente a tu maestro que le sacaba dos cabeza, y él no era precisamente bajo a pesar de que la edad había empezado a encorvarlo. Sus facciones eran rudas, como si los dioses cansados de dar forma a un hombre tan grande llegasen desganados a su rostro, y tenía recogido su largo cabello y barba en varias trenzas.
Saludé al hombre mientras alzaba mi pequeña cabeza todo lo más que podía para poder verle la cara. Aquel hombre era enorme! Durante unos segundos traté de recordar si lo conocía de algo, pero lo dudaba.
El hombre hizo un amago de sonreír cuando vio la reacción que había provocado pero cuando iba a conseguirlo Amergin se puso delante de ti y lo único que pudiste ver fue su espalda.
- ¿Ha llegado ya tu hermano?
- No, no ha llegado. Por eso estoy aquí, esperando.
- ¿Pero no debería estar ya aquí?- continuó el druida con impaciencia.
- Si hubiese salido al amanecer tal como me dijo sí, pero bien sabe que es persona que se entretiene en tonterías.
- Tonterías, tonterías…- replicó algo ofendido. –A todo lo que no entiendes lo llamas tontería. Eso demuestra que solo tú eres el ignorante.
- Como sea, pero mejor que lo esperéis dentro.
El hombre se apartó de la entrada y os invitó a seguirle con un gesto de su mano. Hacía tiempo que había renunciado a vencer en una conversación al anciano.
Tras atravesar las puertas pequeñas casas de planta circular se distribuían a ambos lados sin orden aparente. Sus tejados hechos de paja protegían a sus habitantes de las inclemencias del tiempo pero para resguardarse mejor del frío y cocinar adecuadamente quedaba un hueco por el que podía escapar el humo del fuego. No tardasteis en llegar al centro del poblado. Allí se hallaban los edificios públicos donde se agolpaba la mayor parte de la gente que no se encontraba ocupada en otros menesteres.
- Tengo hambre.- dijo Amergin cuando se dio cuenta que no había comido nada desde que se había despertado. –Y ella también.- añadió sin darte tiempo a decir nada.
- De acuerdo, de acuerdo. Sabiendo cómo eres ya pedí a mi esposa que os preparase algo.
- Me conoces muy bien.- añadió contento cuando supo que podría saciar su apetito. -Ni siquiera yo sabía que tendría hambre hasta ahora mismo.
Tras un rato llegasteis a su casa. En ella esperaba su mujer y dos niños mayores que tú que con nerviosismo esperaban que su madre les permitiese jugar fuera. La mujer los reñía mientras correteaban y ellos paraban pero poco después volvían a las andadas. Cuando os vio entrar os dio la espalda para buscar un queso de delicioso aspecto que os ofreció junto con un vaso de leche de cabra.
Después de comer Amergin se volvió a sentir incómodo pues Marvin aun no había llegado. Así que cansado de esperar y tras conversar un rato más se dispuso a salir a buscarlo junto al hermano. A ti te dejó con la familia con la que habíais desayunado esperando que con sus críos pasases mejor rato que con él acompañándolo. Así que cuando la mujer os dio permiso para salir fuera los dos niños te cogieron de la mano y te arrastraron para que les acompañaras en sus juegos
- Tened cuidado con ella.- advirtió su madre pero ellos ni se molestaron en responderla.