Partida Rol por web

Los guardias se llevaron a Finch, que siguió clamando su inocencia hasta que se lo llevaron a rastras de la enfermeria. Una vez reunidos y a solas, Tassabra propuso una visita a la casa marcada con el número 3 y cuya entrega ya se había realizado unas horas antes, de modo que se pusieron en marcha.

A medida que caminaban por la calle, el sol ya se estaba poniendo y en poco tiempo sería completamente de noche. Algunas avenidas ya estaban iluminadas con fuegos fatuos y la gente se retiraba a sus casas. La avenida Blue Sapphire era, como su propio nombre indicaba, de un profundo azul marino por el color del empedrado. Las casas eran de una planta, con jardines en la puerta, y apenas había comercios por la zona. Al final de la misma se veía una torre de unas tres alturas, decorada con piedra de color azul y a Tassa le resultó vagamente familiar. Con toda seguridad, su objetivo era esa torre y su propietario. Se encontraba aislada de las demás casas, apartada y rodeada de jardines.

Martha había hablado alguna vez de una torre azulada en el distrito de los artistas porque era la vivienda de... en fin, no recordaba su nombre completo, pero sabía que firmaba con el apodo de Walfried. Se trataba de uno de los artistas más reputados de todo el Imperio, no solo era un pintor, sino que era un visionario. Investigaba, invertía y exponía arte imperial, un estilo que los nobles y poderosos habían adoptado como propio. Al contrario que Angelo, no tenía un taller con aprendices, porque no tenía una única técnica y trabajaba de la mano con el propio Emperador. Había recibido el encargo de pintar y restaurar los frescos de los techos del Palacio Imperial y había retratado a toda la nobleza, incluso había retratado a magos de la Torre. Asesinarle, si ese era el propósito de la entrega, era algo muy grave que haber asesinado a tres críticos, pues Walfried era una persona muy respetada y querida por el Imperio. Matarle sería como acabar con una parte importantísima de la cultura imperial.

Cuando llegaron a la puerta, la torre brillaba con las luces del atardecer y el naranja se mezlcaba con el brillo azulado de la piedra, un efecto bastante hipnótico. Una vez recuperados de la impresión, llamaron y el servicio se hizo esperar, de modo que Tassabra aporreó la puerta varias veces hasta que, por fin, un joven con librea se decidió a abrir.

-Buenas noches, señores. ¿Qué sucede?

- Buenas noches... - Ruru se interpuso entre Tassabra y el mayordomo para dirigirse a éste. Aún así, la mujer seguía podiendo mirar a los ojos del joven con librea, pues le sacaba más de una cabeza al enano, que por estatura, era como un niño para la cazadora. - Ruru Sauceviejo, cazador Imperial. Ellos también lo son. La reputada Tassabra y Ekarion. - Se presentó y presentó a sus compañeros. - Y ella es Minvant. - La miró de reojo. ¿También era cazadora? No lo sabía, de hecho no sabía porque iba con ellos, pero había resultado ser útil en algunos momentos. No tenía problema con que fuera con ellos, ciertamente. - Venimos en misión oficial. - Desveló. - Sabemos que han recibido un cuadro envuelto en un paquete durante el día de hoy. Es importante que revisemos ese paquete, señor... - Le dijo de forma convincente. - ...podría resultar muy peligroso. Mortal de necesidad...

El mayordomo miró con asombro al enano, bien porque no había visto jamás a un enano o porque se había adentrado un paso dentro de la torre.

-¿Eh...? Disculpen, pero no sé de qué están hablando. ¿Qué hacen ustedes aquí? -cuando le explicaron el motivo de la visita, un posible cuadro asesino, el joven se puso un poco pálido-. Hace unas horas, el señor recibió un paquete y lo llevó a su estudio. ¿Creen que corre peligro? -preguntó.

Ante la  urgencia, el muchacho llamó al mayordomo, que era el jefe del servicio y tras exponer el caso, permitió el paso al interior de la torre. Era la casa del artista un lugar ordenado y muy amplio, todo mármol de un blanco reluciente, un estilo que solo Tassabra había visto en las galerias del Palacio Imperial. Sin duda predominaba el estilo en cada parte de aquella vivienda. Ascendieron dos tramos de escalera de caracol hasta el estudio del artista, en lo alto del torreón; una ventanita ofrecía unas vistas muy bonitas del crepúsculo sobre la ciudad. Pero no estaban allí para ver un atardecer, sino para impedir un crimen.

El mayordomo llamó a la puerta del estudio.

-¿Señor Walfried? Disculpe que le moleste, sé que dijo que no lo hiciera, pero... bueno, unos Cazadores imperiales desean hablar con usted.

Tras unos segundos de tenso silencio, no se recibió respuesta del otro lado. El mayordomo volvió a llamar y repetir el mismo ruego.

-A veces se distrae y no escucha -trató de disculpar.

De nuevo, silencio. Impaciente, Tassabra aporreó la puerta y volvió a llamar al artista. Pero al no recibir respuesta, abrió de un empellón, temiendo encontrar muerto al artista. La puerta estaba cerrada, de modo que embistió contra ella ante la atónita mirada del mayordomo.

Se trataba de un estudio similar al de Angelo, repleto de pinturas a medio dibujar en las paredes, sobre caballetes o en el suelo. La mesa estaba llena de frascos, viales y tarros de pintura, pinceles, brochas, espátulas, todo tipo de colores. También había esculturas de barro, piezas de marmol amontonadas en un lado; un aroma a pintura predominaba en la gran estancia, un olor que comenzaba a ser familiar para ellos y que producía dolor de cabeza. Miraron por todas partes buscando un cuerpo.

Pero el taller estaba completamente vacio.

- Parece que no está... - Dijo el enano. Y dijo que parecía porque nunca se sabía a ciencia cierta hasta que no se comprobara mágicamente.

Ruru lanzó un conjuro de detectar magia, el último memorizado que le quedaba, por tal de averiguar si en aquella estancia había algo que estaba allí y que no podían ver con sus propios ojos. 

Aquel gabinete de pintura emitía magia por todos los costados, pero lo más preocupante no era eso, Angelo también tenía muchos utensilios mágicos que le ayudaban a pintar. Lo más preocupante era que aquel cuadro un cuadro horrible que representaba una escena aún más horrible también era mágico.

- ¡Cuidado! - Exclamó el enano señalando aquella atrocidad.

- ¡Ese es el cuadro! - Desveló. - ¡Ekarion, tú eres el experto! ¿Que opinas?

Ruru sintió la magia en la habitación y encontró enseguida un cuadro de aspecto horrible. Se trataba de un óleo, en este caso sobre tabla y no sobre lienzo, enmarcado. Representaba a un jinete envuelto en una túnica negra, una bruja, quizá, montada sobre un caballo de guerra sin piel, al que solo se le veían los músculos y tendones. Portaba un grimorio colgado del cuello y una vara que terminaba en una estrella de varias puntas. Tiraba de unas cadenas, en la que dos horribles monstruos deformes tiraba de un carro repleto de gusanos, sanguijuelas o vete a saber qué era.

Ekarion pudo ver que el estilo era el mismo que el del cuadro de Angelo, aunque era una pintura totalmente diferente. Ni siquiera había visto las otras pinturas para hacer una comparación, pero no lo necesitaba. La pintura estaba fresca y parecía húmeda, como si no hubiese termiando de secarse y algunas gotas comenzaban a manchar el marco. De hecho, tenía la extraña sensación, de que las figuras del dibujo... se movían... levemente...

En el suelo, a los pies de cuadro, había una nota arrugada de papel marrón.

Se dice que las almas de los ladrones y los mentirosos están condenadas a una eternidad de tormento en el Ifrinn. Contempla, pues, este retrato, maestro: un regalo para ti, para que reflexiones sobre la maldad de tu alma.

Tus amigos se unirán a ti muy pronto. 

El aguijón de la hipocresía os corroe.

—¿Qué hacemos? —dijo con un toque de exasperación en el tono de voz, blandiendo inquietamente su arma de asta—. Este cuadro no parece haber sido activado y sin embargo no hay rastro del señor Walfried. ¿Por qué?

Refrenando su deseo que partir esa cosa por la mitad con su arma, miró al experto en artes arcanas.

—¿Ekarion?

- Él debe estar en el ajo... - Razonó el enano. - Que no esté aquí el señor Walfried, que el cuadro este aún fresco y la nota... - Se encogió de hombros. - Yo lo veo muy evidente... 

Era posible que hubieran pasado de un asesino resentido a un grupo de artistas, sectarios con ansias destructivas. El asunto se ponía más feo a cada descubrimiento que hacían. El asunto era más serio aún de lo que pensaban. Se giró entonces hacia el mayordomo.

- ¿Dónde está el señor? - Le preguntó. - ¿Dónde puede haber ido?

Ekarionestudió el cuadro con detenimiento, confirmando el estilo y la hechura del que habían encontrado en la casa de Frescobaldi. Un rápido vistazo a la habitación pareció confirmar sus temores, y recién tras haber vuelto a estudiar las posibilidades se decidió a hablar. - No hay señales de pelea, ni huellas de pintura fuera del cuadro, por lo que descarto que haya salido alguna de las figuras. - señaló la superficie del cuadro - no toquéis la pintura y observad con atención, la pintura se mueve como si fuera la superficie de un lago bajo la lluvia, círculos concéntricos y espirales. - retrocedió para que ellos pudieran constatar el fenómeno - Mucho me temo que este cuadro es un portal o una trampa, y que Lord Walfried la ha activado al tocarla. - señaló dos huellas apenas perceptibles en la esquina inferior izquierda.

Dió una vuelta alrededor del cuadro para observar la parte trasera, no encontrando nada relevante - Llegamos tarde para evitar que activase el cuadro, pero quizá podamos salvarlo si es que está prisionero en una trampa dimensional, aunque no sabría como.

—¿Está seguro de eso, Señor Sauceviejo? —murmuró Tassabra.

La antigua capitana de la guardia se acercó al cuadro mientras escuchaba la explicación de Ekarion. Flexionó los músculos de la espalda.

A veces hacía falta una mujer de acción, que diera el paso que todos veían evidente pero que nadie se atrevía a dar.

—Bien, pues voy a entrar.

Tassabra aprestó el arma y tocó el cuadro.

Eso es lo que hacía ella: proteger a la gente. Eso es lo que era ella: La Protectora.

- Espera... - Demasiado tarde. Ya había tocado el cuadro y no había podido darle un par de consejos que quería ofrecerle. 

"No entres donde no sepas cómo salir", ese era uno y el otro: "guardia muerto no ayuda a nadie".

Ahora a esperar a ver qué sucedía...

De repente, Tassabra ya no estaba en la habitación de aquella torre, sino en un lugar completamente diferente. Un espacio gris, rodeado de riscos grises, todo a su alrededor era del color de la ceniza. La poca vegetación estaba seca, moribunda y al mirar en derredor, descubrió a su lado a uno de los gusanos del cuadro, del tamaño de una serpiente; una serpiente muy gorda, sin piel, del color de la carne pálida de un cadáver, una boca llena de dientes y dos ojillos rojos. La culebra se retorcía y chillaba.

Todas lo hacían. El lugar estaba infestado de gusanos gigantes. Y allá, a lo lejos, la bruja, montada sobre un corcel enorme de cuyos orificios nales brotaban nubecillas de vaho. Un halo verdoso rodeaba su cabeza, no se le veía la cara, en la mano portaba aquel báculo infame del que colgaban cadenas. Más allá, las criaturas que tiraban del carro.

El lugar se veía borroso, como se ven las cosas a través del fuego, distorsionadas por el calor. Llovía ceniza, el cielo era oscuro y gris, deprimente y horripilante. No había estado nunca en un lugar como ese.

Con un estallido, alguien apareció a su lado y Minvant cayó de bruces al suelo. Se levantó de inmediato para sacudirse la túnica. Miró a Tassabra y se encogió de hombros.

-No iba a dejarte a ti sola toda la diversión -dijo sonriendo. Hizo un gesto de la mano y rodeó a ambas con un aura protectora.

En cuanto Tassabra tocó el cuadro, desapareció. En un abrir y cerrar de ojos, la Cazadora desapareció. Minvant ahogó un grito y se adelantó a los demás.

-¡Es una imprudente! -gritó. Miró a Ekarion y a Ruru y luego la pintura-. Llevad el cuadro a la Torre. Yo la traeré de vuelta.

Sin más, la sacerdotisa tocó la pintura y desapareció...

- Vaya... Dijo el enano. - Demasiado impulsivas... - Miró a Ekarion. - Creo que será mejor que lleves tú el cuadro a la torre. En caso de no poder salir desde dentro, sólo tú podrás explicarle bien a los magos lo que ha pasado y buscar una solución.

Agarró el cuadro y salió corriendo a toda prisa hacia el exterior sin importarle lo que pensara el mayordomo o el propio Ekarion. Una vez fuera miró a su osa y se montó sobre ella. - No puedo dejarlas solas... - Le dijo al dragón.

 Y emulando a sus dos impetuosas compañeras, osa y enano tocaron el cuadro y desaparecieron canino del "otro lado".

Ekarion observó impotente cómo Tassabra desaparecía, y tras ella Minvant con la esperanza de traerla de vuelta, y mientras asentía y pensaba en la forma más rápida y segura de llevar el cuadro a la Torre, Ruru se le adelantó y se llevó el cuadro fuera de la casa. - Espera, cúbrelo. - le dijo tras tomar la nota arrugada del suelo y mientras lo seguía.

Iba dos pasos detrás de él con la esperanza de que en algún momento antes de poner el cuadro a lomos de la osa le hiciera caso y lo cubriera con una tela, aunque sus palabras le hacía sospechar que haría alguna estupidez y que no lo había dicho porque lo fuera a mandar a él con el cuadro. Podía sentir los pasos apresurados del mayordomo detrás suyo, y cuando llegaron a la calle sus miedos se confirmaron, Ruru y la Osa habían desaparecido dentro del cuadro.

Gruñó desesperado y a toda velocidad garabateó unas instrucciones en una hoja de su cuaderno, detallando la naturaleza del cuadro y anotando los nombres de las personas que se habían visto absorbidas por el mismo. Tras arrancar la página del cuaderno la dobló junto con la nota amenaza que encontraron y en la parte de fuera puso el nombre de su maestro y firmó. 

Le entregó la nota al mayordomo y señaló el cuadro - Poned el cuadro bajo custodia y enviad esta nota a la Torre junto con el papel, que se la entreguen al maestro Kalingar de parte de Ekarion, y que se aseguren de que la lea. - dijo, y cuando se aseguró de que el mayordomo lo había entendido él mismo tocó el cuadro para ir a donde quisiera que lo fuera a llevar la pintura mágica.

Tassabra sonrió de medio lado antes de borrar su sonrisa, alzar el pecho y dirigirse a la figura montada diciendo con voz cargada de exigencia:

—¡Eh, tú! ¿Dónde tienes a Lord Walfried?

La sacerdotisa se envaró cuando Tassabra increpó a la bruja. Miró en derredor, todo estaba gris, apenas sin color, parecía que llovía ceniza del cielo oscuro y nebuloso. Se pasó la mano por el pelo.

-No tengo ni idea de dónde estamos, la verdad -confesó a la Cazadora-. Pero supongo que no importa. ¡Por Uriel, extinguiremos vuestra maldad!

La bruja montada sobre el caballo giró la cabeza hacia Tassabra, aunque oculta bajo la capucha, no podían saber si las estaba mirando, si tenía rostro o solo era una pensadilla de otro plano. Minvant no sabía ni lo que era ni dónde estaban, pero Tassabra aún menos. Puso su montura en marcha para dirigirse hacia la Cazadora, con el báculo en alto, brillando. Pero no hizo nada más.

El gusano que Tassabra tenía al lado se puso encima de su pie y levantó la cabeza enseñando  los dientes, emitiendo un lamento.

Tassabra abrió mucho los ojos y recogió al gusano que emitió el lamento, por si era Lord Walfried. Lo último que quería era que aquella... cosa... lo pisoteara.

—¡Conoce el largo brazo de la justicia! —dijo enviando una lanzada en dirección a su enemigo.

Minvant corrió hacia Tassabra para ponerse junto a ella de inmediato, envolviéndola en su aura protectora. No sabían dónde estaban y cualquier cosa podía suceder, la Cazadora había lanceado a aquella criatura, pero aunque la punta de la lanza había atravesado su túnica, había sido como golpear un cojín relleno.

-¡Uriel, ayúdanos con nuestros enemigos!

La criatura lanzó un agudo chillido en cuanto Tassabra lanceó su cuerpo, aunque no le había hecho nada en absoluto. Agitó el cetro sacudiendo las cadenas y condujo su montura hacia la Cazadora para embestir.