Partida Rol por web

-Quizá deberíamos colaborar.-Digo levantándome.-Hay muchas recompensas por ahí esperando a tres hombres como nosotros. Muchos grupos de aventureros han empezado así. Los tres solos contra lo que sea que se interponga entre la gloria y nosotros. ¿Qué me decís?  

-Si sabes guardarte las espaldas te ayudaré, pero no soy una niñera, te aviso.-digo mientras rio

-Me apaño.-Digo poniendo una mano en el pomo de mi espada.- Y según parece nuestro compañero el de los grandes músculos también. ¿Cuáles son tus capacidades? Si no es molestia la pregunta.

Contad conmigo si llegase el momento de cubrirnos unos a otros- les dije. Mis capacidades...uhmm...solo digo que estos músculos no sirven de nada sin rapidez...

-Es grato saberlo.-Digo con satisfacción.- ¿Y tu?-Digo mirando al otro-¿Qué sabes hacer? ¿Otro guerrero quizás? Tres espadas unidas pueden ser la fuente de grandes leyendas... ¿O quizás la magia es tu elección?

-Chico, no sabes con quien estas hablando verdad? Mi estoque es el más rápido que te puedes encontrar. Y si ese estoque lo lleva alguien como yo se convierte en algo mortífero.- Digo con aires de superioridad.- Aparte se infiltrarme en muchos sitios que tus musculos no te permirian

-¿Seguro?.-Digo viendo los aires de superioridad del espadachín.-Bueno, supongo que ambos tendremos ocasión de demostrarlo. ¿Queda entonces constituido el grupo? ¿Será aventuras gloria y riquezas para los tres? -Digo alzando mi espada en vilo.

Una vez dentro de Tormentos Cristalinos véis una serie de edificios apostados a la orilla del río y pasáis bajo algunos puentes que ayudan a no separar la villa. Finalmente llegáis a un largo edificio que por lo que observáis parece controlar la mayoría de las importaciones que llegan.  Un cartel cuelga en la fachada principal del edificio que dice Transportes Gorrablanca.

- Señores, hemos llegado ya. Por favor, ayudadnos a descargar las cajas para nuestro señor Lorsk. Cuando esté todo descargado podreis iros de aquí sin más preocupaciones. Esperamos vuestra ayuda.

Entonces uno de los semiorcos se sitúa fuera del barco y el otro comienza a pasarle la mercancía. Os miran como esperando vuestra ayuda.

Ayudo a los semiorcos sin protestar, ellos me trajeron hasta aquí por ese favor.

Me puse en pie y junto a Stede...

Pues venga, id pasando lo que tenemos que descargar, es lo justo - le dije a un semiorco.

-Cierto es, adelante con ello.-Digo poniéndome en pié.

Los semiorcos os miran y os dicen, bien podéis marcharos, nos ha dicho Flanigan que no quiere saber nada de vosotros a no ser que tengáis alguna intención comercial en la villa. De ser así poneos en contacto con él,

Entonces uno de los semiorcos comienza a rascarse la cabeza y su piel de tonos grisáceos parece tomar un ligero tinte rojizo como si se estuvise ruborizando... ehm... también me ha dicho que si conocéis alguna chica o tenéis alguna amiga que no dudéis en comunicarselo. Asi que si no tenéis más intenciones, os podéis largar de aquí.Dijo más bruscamente la última frase.

-Bueno.-Digo sonriendo.-Si es eso lo que quieres... nos vamos. 

¿Hacia dónde vamos, señores?

y si vamos a una taberna para enterarnos de algunos rumores locales?

-Es una buena idea.-Digo satisfecho.-Vamos pues a la taberna. La experiencia me dice que las cercanas al puerto suelen ser las más "movidas", ¿Os parece bien? ¿O acaso preferís algo con más clase?

Me parece correcto, vayas pues hacia la taberna más cercana al puerto - contesté, asintiendo con la cabeza.

sonrio y asiento a mis compañeros, voy observando el puerto con curiosidad

Dagmar y Yaotl se enrolaron en un barco que llevaba a Tormentos Cristalinos por el río del Martín Pescador. Este río es de aguas muy tranquilas y algo estrecho para que una flota de barcos circule por él. En cambio, los barcos pequeños como en ese navegan perfectamente por su cauce.

El río atraviesa las Marismas Hool, un pantanto que rodea la villa de Tormentos Cristalinos. La ciudad está colocada en el mismo delta del río y este va a parar al centro de la ciudad.

El barco es de mercancías y ambos viajaban al lado de dos toscos semiorcos que accedieron a llevarle con la intención de que les ayudase después a bajar el cargamento para un mercader llamado Flanigan.

Tras los largos meses de encierro y las semanas a bordo del barco de Daradh Amir, que habían transcurrido con dolorosa parsimonia, Dagmar no deseaba nada más que sentir la tierra firme bajo sus pies. Correr descalza por las llanuras, trepar riscos, vadear ríos.

Sin embargo, echaron anclas junto a un poblado pesquero. Los mercenarios del capitán pasaron a cuchillo a los ancianos y los débiles, echaron a los niños a la bodega, y encadenaron a los hombres y mujeres fuertes a los remos. Llenaron los barriles de pescado en salmuera y agua. Prendieron fuego a todo el poblado. Era el momento de regresar a alta mar. Y Dagmar, cuando se le dio a elegir entre incorporarse a la tripulación y descender, por fin, de la nave, no se lo pensó. Agarró sus escasas posesiones —el capitán se quedó con el oro que le había entregado el León, por supuesto, y aún podía considerarse Dagmar afortunada de que le hubiera permitido quedarse con sus armas, armadura, y un puñado de cuartos de plata—, y se largó de allí, tan rápido como pudo, antes de que los supervivientes pudieran regresar para ejecutar su justa venganza en la única persona que estaba a su alcance.

Jodida providencia, que no tardó en verse de nuevo sobre los tablones de una cubierta. Una barca fluvial que flotaba de milagro. Había vagabundeando en dirección fija, hacia el punto entre el amanecer y el ocaso, durante un par de semanas, sobreviviendo a duras penas en las sucias marismas, hasta que se topó con el cauce del Martín Pescador, que siguió hasta que se halló en el puesto comercial en el que pernoctaban los semiorcos que eran sus anfitriones en aquel trasto flotante.

Tormentos Cristalinos era el extraño nombre de la ciudad a la que se dirigía la chalupa. Para los dos semiorcos, debía ser una gran ciudad. A ella se lo hubiera parecido cuando era todavía una muchacha de las tribus, que no había visto un asentamiento de más de una docena de edificios. Tras haber participado en el saqueo de metrópolis que alojaban en su seno a decenas de miles de almas, resultaba bastante menos impresionante. Pero era un lugar en el que empezar una nueva vida, quizás el único en aquella tierra húmeda y fría.

Tal y como habían acordado, Dagmar se despojó de sus armas y armadura, y descargó la mercancía junto a los dos hombres. Hizo incluso más de lo que se esperaba de ella. El trabajo físico le sentaba bien, y el sudor hacía que los músculos que aún conservaba, a pesar de las privaciones, brillaran bajo los primeros rayos del amanecer.

Estaba aún lejos de ser quien había sido, de sentirse poderosa y hermosa como la muchacha salvaje que había sido, pero por primera vez en mucho tiempo, se sentía fuerte, y su espíritu pugnaba con tesón por alzarse del fango en el que estaba varado desde que se quedó sola.

Se despidió de los semiorcos cuando acabó el trabajo. Eran buenos chicos, pero no tenía más asuntos con ellos. Se lavó el torso desnudo en el río, ajena a las miradas de los vecinos más madrugadores.

De nuevo enfundada en su armadura, con el espadón colgando de su espalda, se adentró en la ciudad desconocida. Durante el viaje le habían hablado un poco del lugar, pero los semiorcos no conocían mucho más que los muelles; nada que pudiera usar de inmediato. Así que se dirigió al primer destino del recién llegado a cualquier lugar: una taberna.

Aunque las costumbres de los seres de sangre caliente seguían siendo un misterio para él, Yaotl había aprendido en sus viajes a adaptarse a ellas sin hacer muchas preguntas. No era la primera vez que sus pasos le habían llevado hasta la ciudad de Tormentos Cristalinos. Esta vez, sin embargo, estaba más cerca que nunca de pagar su deuda. Tan sólo doce almas le separaban de su vuelta a casa.

Dos machos orcos y una hembra humana compartían espacio con él en la barcaza que se adentraba en la ciudad. Un simple acuerdo que le había granjeado el acceso a través del río. Sin mucha dificultad el sauriano ayudó a la improvisada compañía a descargar su mercancía en uno de los muelles. Sus ojos amarillos, sin embargo, siguieron a la hembra durante todo el proceso. A diferencia de otros miembros de su sexo y especie parecía no tenerle miedo al trabajo físico.

- He cumplido con lo prometido - indicó el guerrero tras dejar caer el último fardo sobre los tablones - Ahora seguiré mi camino.

La humana parecía tener prisa en adentrarse en la ciudad. Quizá como otros muchos ella también buscaba fortuna entre sus muros. Yaotl recogió sus pocas pertenencias, su lanza y su escudo.

- Espero encuentres lo que estás buscando - dijo a modo de despedida. Eran las primeras palabras que le dirigía.

Con paso firme el sauriano se alejó siguiendo el río. Como en anteriores ocasiones sólo había un sitio en la ciudad en la que un guerrero como él sería bienvenido.