Partida Rol por web

Es una agradable noche de Abril. Las vibraciones del mar se complementan con las sutiles y misteriosas emanaciones alrededor de vuestro santuario, ese lugar especial en el que energías arcanas que circulan por todo el mundo y dejan ver retazos de la verdad detrás de la siniestra Mentira, confluyen con una suavidad armónica que os recuerda alguna melodía perdida en las nieblas de vuestra memoria.

Despertar, os había cambiado, para bien o para mal. Y ahora, miles de estímulos sensoriales antes desconocidos e ignorados por vosotros, eran captados con mayor facilidad. La realidad, el Mundo Caído, era una prisión con apenas señales de los misterios escondidos por crueles carceleres, por las maravillas de la magia, que podíais ver y empezar a manipular a un nivel superficial, propando ondas a través de la superficie de un tranquilo lago, sabiendo que a vuestra mano está la posibilidad de crear tormentas.

Pero no esta noche. Esta noche se respiraba una tensa tranquilidad. Un aire dulce complementado por una brisa algo más fría de lo habitual. Aquella pequeña burbuja parecía contener el bullicio mundano exterior, pero en vuestras cabezas era imposible apagar esas ideas y ambiciones que son el motor de todos aquellos con vuestro don. Pero por esta ocasión, y sólo por esta, estábais decididos a no darle ninguna importancia. Después de todo, ¿qué es el tiempo para quien posee el potencial de alterar la realidad a voluntad?

Cecilia escuchó el borboteo de la cafetera desde el salón: casi podía oler el aroma del café. Se dirigió hacia allí, tomó su taza de estudiar (no la de desayunar, ni la de sobremesa), la llenó con el líquido humeante y dejó caer dos terrones (ni uno, ni tres) de azúcar moreno.

Removió la mezcla con energía, golpeó con la cucharilla tres veces (ni dos, ni cuatro) en el borde de la taza para despojarla de las últimas gotas, y la depositó con cuidado en el platito.

Al llegar al salón, miró a su alrededor con curiosidad: había una inusitada tranquilidad en su refugio, y se preguntó si sería la única que estaba en la casa. No había escuchado a nadie desde que llegó de la biblioteca, hacía un rato, con un libro de tapas gastadas bajo el brazo.

—¿Chicos? — interrogó — ¿Hay alguien en casa?

Mientras esperaba una respuesta, ocupó la silla junto al flexo, el cuaderno con las anillas en la parte superior (que facilitaba su funcionamiento para una zurda) y los cascos de tiro olímpico que utilizaba cuando quería concentrarse. Si no había nadie en la casa no los necesitaría.

—Bueno, Inmunología general — retó al libro mientras se chascaba los dedos, primero todos entrelazados hacia fuera y luego los índices de ambas manos hacia dentro, empujados por sus pulgares) — Solos tú y yo: allá vamos.

Miré las cartas de la mesa, y otra vez las mías. Sonreí de medio lado. Perder era ya una costumbre, pero una de la que no me importaba alejarme de vez en cuando. Probablemente no sería el caso aquella noche. No tenía pruebas, pero tampoco dudas, de que más de una vez la magia había circulado por encima de la mesa. No es que me importase.

Tomé aire y exhalé, lentamente. Lo volví a hacer y miré a mis compañeros de mesa.

—Lo veo —enuncié. E incluso después me dejé llevar—. Y subo otros cincuenta.

Una de las cosas que más me gustaban de estas partidas es cómo se quedaba todo en la mesa. Eran como un compartimento estanco donde podías ganar mucho más de lo que esperabas, no sólo en cuanto a dinero. Las emociones fluctuaban y uno casi podía palpar cómo era el otro. El dinero era, por decirlo de algún modo, una buena inversión. Y además era divertido.

Los miré otra vez, con una sonrisa asomando, esperando a ver qué hacían a continuación.

Al oír a Morrigan abajo levanté la voz. Levantarme de la mesa no era una opción.

—¡Estamos arriba! —exclamé.

El ático era siempre mi lugar preferido para jugar. Menos espacio que en el salón, pero un ambiente más íntimo... Y quizá un poco tétrico.

Una sonrisilla nació espontánea en los labios de Jack al escuchar a Tyrr. Una vez más, como tantas otras antes, el obrimos iba a por todas. Y esperaba que esa vez, como tantas otras antes, su dinero cambiase de bolsillos. Para terminar en los de él, preferiblemente. 

Con aire descuiddado jugueteó con su moneda, haciéndola rodar por los nudillos de su mano, mientras con la otra levantaba apenas la esquina de sus cartas para pensárselo un poco. 

Escuchó la llamada de Morri desde abajo y cómo su compañero de mesa alzaba la voz, así que al instante siguiente lo hizo él también.

—¡Sube! ¡Tenemos una silla con tu nombre aquí arriba!

Volvió a rodar la moneda por sus dedos, en ese gesto que hacía continuamente, cuando hacía magia y cuando no. Sus ojos se fijaron en Ogma*, a la espera de ver si él aceptaba o no la apuesta de Thyrr antes de tomar su decisión.

Tumbada bocarriba en su vieja tumbona de playa y con los pies descalzos colgando por fuera de la casa, Lira leía una ajada copia del clásico de Herman Melville, Moby Dick.

Le encantaba aquel libro. De niña, cuando se lo habían obligado a leer en el colegio, lo había odiado con todo su corazón, pero en algún momento de la adolescencia había decidido enfrentarse a él motu proprio y, desde entonces, habían sido inseparables. No tenía ni idea de cuantas veces se lo había terminado, pero todos sabían que era una de las pocas cosas que la chica había querido conservar tras su Despertar. Porque en la opinión de Lira, aquella obra de ficción escondía más verdades que todos los periódicos impresos un día cualquiera en todo Massachusetts.

A diferencia de los demás, Niamh vivía una vida más alejada del Mundo Caído que ninguno de los demás. El descubrimiento de lo Supernal había cambiado en ella muchas cosas en muy poco tiempo, pero todos esos cambios no habían costado nada una vez se convenció de que los ejecutaba con la certeza de que eran para bien. Había dejado atrás una prometedora beca, una carrera a medias, un montón de amistades… y no se arrepentía lo más mínimo. Había días en los que sentía una cierta nostalgia, claro, pero cada vez eran los menos, y aunque sus viejas amigas la tachaban de loca cuando se enteraban de la vida de ermitaña que llevaba, ella sabía que la única locura habría sido volver a lo que había sido antes de encontrar la Atalaya. Viviendo sobre raíles, atrapada en un circuito cerrado.

No, ahora estaba donde tenía que estar.

La voz de Morrigan y las subsiguientes llamadas de los demás robaron al capitán Ahab la atención de la muchacha, que se retorció sobre su asiento hasta levantarse enérgicamente. Con un dedo marcando la página en la que estaba, Lira avanzó hacia la mesa en la que estaban los tres sentados arrastrando su butaca. Finalmente se instaló entre Ben y Tyrr y, dedicándoles a los tres una sonrisa espontánea de esas tan suyas, de las que quitaban el aliento, echó un vistazo a las cartas del Ben.  

—Buenas cartas, Ogma. Buena mano —comentó, a la vez que fruncía los labios. Su expresión de suficiencia podía ser un farol disfrazado de broma… o bien todo lo contrario. Con ella, nunca se podía estar seguro—. ¿Cuál es el premio?  

Ben estaba sentado en la mesa. Ya ni sabía cuántas manos llevaban y en esos momentos estudiaba con curiosidad y anhelo casi científico el rostro de Thyrr. ¿Sería un farol? Le tocaba hablar a él, y Jack decidiría el último.

¿Veía la apuesta o la subía? O simplemente se retiraba en esa mano. Muchas veces era mejor retirarse si no querías perder tus ganancias. Pero el psicólogo no jugaba para ganar o perder dinero. Jugaba para comprender mejor a sus amigos, a sus compañeros de Cábala. En definitiva, para conectar más con su familia.

- Lo veo. - dijo sin rechistar. Si ellos supieran que ni siquiera había mirado sus cartas. Las tenía medio levantadas frente a su pecho y Niamh había podido verlas, pero el propio Ben ni se había fijado. Tanto daba.

Primero estudió la reacción de Thyrr... el chico era bueno ocultando sus emociones. Muy bueno. Luego dirigió su mirada a Jack para ver qué haría el tercero en discordia. 

- Niaaaaammh... - Regañó con tono suave, aunque en tono de medio broma. - ¿Qué te he dicho otras veces? No se dice nada, ni bueno ni malo, de las cartas cuando estamos jugando. - Giró el rostro hacia la sirena y le sacó la lengua para aclarar que estaba bromeando. A veces, pese a su seriedad y su trabajo, Ben podía comportarse como un crío cuando se encontraba cómodo y en confianza.

Se recolocó un poco en su silla, mejorando la posición de su espalda que crujió levemente. - Ains... ya no estoy para estos trotes. Me hago mayor. La próxima vez me acerco la butaca para sentarme más cómodo. - Comentó. - Estas sillas me están matando. -

Las sutiles fluctuaciones del tiempo son perceptibles en tu mente, sabes que este hechizo te permite visualizar caminos y entender cómo las acciones a tu alrededor pueden afectarte de manera positiva o negativa. Los secretos del Arcano y tus habilidades aún necesitaban refinarse, pero la Mentira no se podía oponer a tus deseos.

Sin embargo, percibes invariablemente que aquellos actos serán perniciosos. No obstante, había cierta invarianza, como si pudieses percibir sin importar lo que pasara aquí, algo malo estaba a punto de sucederte.

Los ojos de Jack estudiaron a Ogma hasta que anunció que él también iba y después se movieron por la mesa hasta que cayeron en Niamh. Una sonrisa crispó sus labios y no tardó en convertirse en una risa breve al escuchar sus palabras. 

Después de eso, la moneda dejó de girar en sus nudillos, se echó hacia atrás y empujó sus cartas con la punta de los dedos. 

—Yo paso esta mano —dijo, con seguridad—. No lo veo. 

Entretenida y amena era la noche, mientras podéis percibir los brotes de magia de una partida en la que la magia y los trucos parecían sobrepasar a las reglas. Sutiles pistas del uso de hechizos flotaban en el ambiente, mientras en un silencio cómplice todos continúais riendo y participando de aquella competencia. Repentinamente, un silencio frio y abrupto cayó sobre vuestra casa. Un silencio incómodo y forzado, como el que ocurre cuando alguien hace un comentario incómodo, o cuando algún idiota en el metro comienza a vociferar sin que nadie le diga nada. Un silencio que había acallado hasta la sútil y suave canción del mar que rodea las resonancias de vuestro Sanctum.

Esta perturbación es clara para todos, y tras lo que dura una inhalación y una exhalación, cobra una forma específica: es una presencia mágica de gran poder, una que se acerca a gran velocidad hacia vuestro Sanctum, presta a embestir. Las sutiles auras de la realidad comienzan a vibrar ominosamente, mientras aquella incómoda percepción comienza a crecer en intensidad, en forma, en número, en tamaño.

No parecía que tuviéseis tiempo para nada más, escasos segundos os separan de la llegada de aquello, que hace unos instantes no estaba allí y ahora estaba en trayectoria directa de colisión con vuestro refugio.

Aquel silencio espeso erizó el vello de la nuca de Jack. Podía sentirlo, tan real y sólido como la moneda con la que había estado jugando un momento atrás. La risa se ahogó en la garganta, el aliento se contuvo y los ojos del mago se movieron por los rostros de sus compañeros. 

Se puso en pie y movió los dedos con velocidad, dibujando un mudra en el aire que le ayudase a invocar la magia para protegerse con ella. La suerte, la eterna casualidad, el azar que podía guiar tus movimientos si vaciabas la mente. Jack trató de imbuirse con ella antes de que el oleaje que perturbaba la realidad alcanzase la casa. Sin embargo, cuando exhaló la respiración contenida tuvo la sensación de que algo no había funcionado como debía. Y no quedaba más tiempo para prepararse.

Morrigan jugueteó con las tapas del libro. Había elaborado un ambicioso plan de estudio, por el que se obligaba a leer un cierto número de páginas diario. Si subía con sus amigos, tendría que aumentar la carga de trabajo de los días posteriores, y eso era algo que detestaba: los imprevistos se caracterizaban por ser... eso, imprevistos. Y nunca se sabía si al día siguiente no volverían a torcerse los planes.
Por otra parte... quería ganar a Jack al poker.
Se disponía a tomarse una pequeña licencia para subir a jugar, cuando sintió un silencio tenso, de esos que se podrían cortar con un cuchillo. Una sensación de anticipación que no auguraba nada bueno.
—Imprevistos, Morrigan — se dijo.
No había tiempo, e hizo lo que consideró prioritario: protegerse físicamente. Al tiempo que se levantaba de la silla, sus finos dedos trazaban en el aire la representación gráfica de unas fórmulas: utilizaba la ciencia y la magia para doblegar la realidad.

Lira se encogió de hombros ante la reprimenda de Ben. Las cartas estaban sobre la mesa, pero era evidente que debajo de esta los hechizos corrían en todas las direcciones como si no hubiera un mañana. Se retiró un mechón de pelo, sonriente y lista para contratacar, cuando la sensación de algo terrible le congeló la expresión en una mueca y le arrancó el aliento de la garganta.

Podía sentir algo acercándose, y sabía que los demás también, lo que la preocupaba todavía más. No sabía qué era, pero no había tiempo para averiguarlo ni tampoco para entonar la Alta Lengua. Instintivamente recurrió a una receta que había practicado mil veces antes, pero nunca con tanta urgencia: levantó los brazos y colocó frente a sí misma sus manos, cruzando los dedos en un símbolo arcano, que se deshizo en cuanto empezó a trazar una cúpula por delante y encima de ellos, como si acariciara una bóveda invisible que los envolvía a todos. 

Ben se incorporó de su asiento como un resorte. Sabía que sus amigos lo habían sentido también. Fuera lo que fuera aquello que se dirigía hacia ellos a toda velocidad. No había tiempo para mucho. Tenía que escoger. Podía intentar protegerlos a todos, o podía tratar de comprender más lo que fuera a lo que se enfrentaban.

Escogió lo último, y Ogma se concentró para superponer su visión de mago sobre su percepción normal. Quizá no averiguara nada, o quizá sí. Quizá había tomado una mala decisión, pero no había tiempo para lamentarse.

Tragó un poco de saliva mientras se humedecía los labios que notaba repentinamente secos. Su mano buscó instintivamente algo en el bolsillo de su chaqueta. La herramienta dedicada que usaba siempre que podía para realizar su magia...

Al oír que Ogma veía mis cartas, sonreí. No solía ganar, pero cuando lo hacía, solía ser contra él. Por algo sería. Estaba a punto de decirle algo a Niamh cuando lo sentí. Aunque siempre había sido de los que pensaban que más valía prevenir, había tardado en fiarme de este tipo de cosas. Ahora, sin embargo, no iban a pillarme desprevenido.

Al igual que los demás, me puse en pie de manera inmediata. Una parte de mí apreció la belleza del momento, con todos actuando al unísono ante una posible amenaza externa. Estaba seguro de que Morrigan estaba haciendo lo mismo. Yo estaba listo para hacer lo que hiciera falta. Y además confiaba en mi suerte y en la magia de protectora de la sirena, así que opté por intentar saber más de lo que fuese que se acercaba a nosotros.

Sientes una presencia en el altillo, pero no hay ningún sonido que la delate, el piso no suena, no hay susurros ni ninguna señal, y sin embargo podías sentir que estaba allí, muy cerca. La piel de tu nuca se eriza y entiendes que aquel intruso invisible, ya sea fantasma, espíritu o algo que no reconoces, está junto a ti. Poco tiempo tienes para responder a más preguntas, pues te encuentras a ti mismo hundiéndote en recuerdos pasados.

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Hace frío y cae una fuerte lluvia. Tu ropa se pega a tu piel y el frío te cala hasta los huesos, mientras intentas caminar por el borde de la calle. Maldices un par de ocasiones con fuerza, mientras el viento sopla hacia ti y te llena el rostro y la boca de agua amarga y desagradable. Tienes que parar un momento pero no puedes detenerte del todo. Un coche pasa a toda velocidad en la carretera, levantando un charco y dejándote más empapado todavía.

Tu odio se acrecenta. Otros dos coches pasan a menor velocidad, pero aún así no puedes evitar aborrecer a sus conductores y sus familias, calientes, cómodos, sin ninguna preocupación en la vida, mientras tú toses, escupes y estornudas, a merced de la tormenta. 

————

El recuerdo es placentero de alguna manera, aunque vergonzoso. Pero a medida que estás sumergido en él, sientes como tu nombre mundano va lentamente saliendo a la superficie en tu cabeza, como una burbuja de aire elevándose, como si alguien estuviese buscándolo y halándolo con fuerza.

Cody Gunn

Aquello rompe la remembranza y sientes algo tomando posesión de ti, un frío en el pecho, una contracción de todos tus músculos y una fuerza terrible que empieza a arrebatarte el control. Hay alquien más adentro contigo, y sus intenciones son claras: observa la puerta de salida y comienza a hacer que tus piernas se muevan torpemente hacia allí, en contra de tu voluntad.

Sientes una presencia contigo, pero no hay ningún sonido que la delate, el piso no suena, no hay susurros ni ninguna señal, y sin embargo podías sentir que estaba allí, muy cerca. La piel de tu nuca se eriza y entiendes que aquel intruso invisible, que te recuerda a los fantasmas con los que estás familiarizada o incluso a los espíritus. Poco tiempo tienes para responder a más preguntas, pues te encuentras a ti mismo hundiéndote en recuerdos pasados.

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El cansancio de tu cuerpo no tenía comparación a la sensación de victoria que ahora te inundaba. Había sido una larga noche en vela, pero nada podía compararse a la satisfacción que te recorría al observar lo que hasta hace unos segundos era un cadáver inerte levantarse torpemente respondiendo a tu voluntad. El cuarto olía fatal, las cortinas pesadas tapaban la habitación y toda la noche moscas habían estado rondando aquel cuerpo inerte que llevaba una semana de fallecido, según tus cálculos.

Pero todo había valido la pena. La visita nocturna al cementerio, el estudiar las extrañas recetas, tus notas y apuntes, las horas y horas invertidas, tenían su fruto ahora: Habías logrado levantar a un cadáver. Eras la puta ama, y nada ni nadie podía quitarte aquel logro, ni ahora ni nunca.

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El recuerdo es placentero de alguna manera, aunque vergonzoso. Pero a medida que estás sumergido en él, sientes como tu nombre mundano va lentamente saliendo a la superficie en tu cabeza, como una burbuja de aire elevándose, como si alguien estuviese buscándolo y halándolo con fuerza.

Cecelia Arthur

Aquello rompe la remembranza y sientes algo tomando posesión de ti, un frío en el pecho, una contracción de todos tus músculos y una fuerza terrible que empieza a arrebatarte el control. Hay alquien más adentro contigo, y sus intenciones son claras: observa la puerta de salida y comienza a hacer que tus piernas se muevan torpemente hacia allí, en contra de tu voluntad.

Sientes una presencia contigo, pero no hay ningún sonido que la delate, el piso no suena, no hay susurros ni ninguna señal, y sin embargo podías sentir que estaba allí, muy cerca. La piel de tu nuca se eriza y entiendes que aquel intruso invisible, probablemente un espíritu, según lo que conocías de ellos, o quizás un fantasma; está muy cerca. Poco tiempo tienes para responder a más preguntas, pues te encuentras a ti mismo hundiéndote en recuerdos pasados.

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El sonido del mar rompiendo contra la arena de la playa te despierta. El sol brilla en el cielo, y te mueves perezosamente, sintiendo el calor de tus dos acompañantes. Un chico musculoso y rubio tiene su mano alrededor de tu cintura, y una mujer castaña y voluptuosa respira a tu lado también dormida. Las imágenes de la noche anterior llegan lentamente a tu memoria, los momentos de frenesí, placer; los arrebatos de pasión, el sudor, los gemidos. No puedes evitar sonreír, mientras te levantas con cuidado.

Intentas recordar sus nombres, pues tus rostros y sus cuerpos te son harto conocidos ya. Te sacudes la arena del cuerpo, que parece menos incómoda que no poder dar con cómo se llaman tus amantes de la última noche. Finalmente decides que no importa tanto y buscas apenas un par de prendas que encuentras cerca para vestirte y volver a casa.

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El recuerdo es placentero de alguna manera, aunque vergonzoso. Pero a medida que estás sumergido en él, sientes como tu nombre mundano va lentamente saliendo a la superficie en tu cabeza, como una burbuja de aire elevándose, como si alguien estuviese buscándolo y halándolo con fuerza.

Lira Hennesy

Aquello rompe la remembranza y sientes algo tomando posesión de ti, un frío en el pecho, una contracción de todos tus músculos y una fuerza terrible que empieza a arrebatarte el control. Hay alquien más adentro contigo, y sus intenciones son claras: observa la puerta de salida y comienza a hacer que tus piernas se muevan torpemente hacia allí, en contra de tu voluntad.

Sientes una presencia contigo, pero no hay ningún sonido que la delate, el piso no suena, no hay susurros ni ninguna señal, y sin embargo podías sentir que estaba allí, muy cerca. Las distancias y el mapa de la casa es claro en tu casa, la mente de tus compañeros resuena en frecuencias que sabes identificar y aislar; justo cuando tus ojos perciben los pensamientos de una mente... fracturada. Pequeños fragmentos que se posicionan junto a tus amigos y uno muy cerca de ti, uno con un apetito enorme, con un deseo de alimentarse, una mente que resuena con Gula. Antes de que puedas reaccionar, te encuentras sumergiéndote en recuerdos pasados.

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Tres platos vacíos descansaban frente a ti. Había sido un día pesado en el trabajo, las historias que a veces escuchabas eran demasiado, pero hoy, hoy habías decidido que ibas a visitar a quel buffet de "todo lo que puedas comer" y vaya que había valido la pena.

Langosta, pollo a la naranja, lomo al carbón, verduras sazonadas, papas fritas, rodajas de frutas, todo había estado increíblemente delicioso, todos los sabores todavía permanecían en tu boca; y aunque estabas a punto de reventar, no podías sentirte más satisfecho. Aunque los meseros te observaban con una mezcla de admiración y disgusto, en aquel preciso momento te sentías tan tranquilo y tan feliz, que se podían ir tranquilamente al diablo.

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El recuerdo es placentero de alguna manera, aunque vergonzoso. Pero a medida que estás sumergido en él, sientes como tu nombre mundano va lentamente saliendo a la superficie en tu cabeza, como una burbuja de aire elevándose, como si alguien estuviese buscándolo y halándolo con fuerza.

Benjamin Kent

Aquello rompe la remembranza y sientes una fuerza en tu pecho. Empujas y te resistes, y tras unos instantes dejas de sentir aquella presión, pero el hambre de aquella presencia crece, mientras va tomando forma frente a ti. Primero es una silueta translúcida pero lentamente toma unas facciones muy familiares:

Las tuyas.

Sientes una presencia contigo, pero no hay ningún sonido que la delate, el piso no suena, no hay susurros ni ninguna señal, y sin embargo podías sentir que estaba allí, muy cerca. Puedes sentir las energías que rodean el lugar, los trayectos de la electricidad, las oleadas de temperatura; puedes percibir claramente las vibraciones del Mana que inundan vuestro Santuario, como un caleidoscopio de colores superspuesto a todas las cosas. Y puedes percibir los rezagos de un hechizo: no se trata de magia en contra de vosotros, sino de los residuos de un hechizo que trae aquella presencia. Antes de que puedas seguir entendiendo lo que sucede, te encuentras repentinamente hundiéndote en viejos recuerdos.

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—Vamos sobrino, ¿tenemos un trato?— dice el hombre regordete, vestido de manera elegante, y peinado de tal manera que intenta ocultar su calvicie incipiente. Cuentas el fajo de billetes que acaba de dejar en tu bolsillo cuando se acercó a darte un amistoso beso en la mejilla, y una bofetada suave.

Tardas unos segundos y niegas. —No lo sé. Quizás mi silencio sea más costoso— respondes encarándolo y el hombre te devuelve una mirada serio. Pasan unos tensos segundos y luego sonríe.

—Te pareces a tu padre. Es una lástima que seas el menor.— dice sacando un segundo fajo. —Ni una palabra a los polis cuando vengan a preguntarte dónde estuve ¿Entendido?— dice y estrechas su mano hinchada y sudada con satisfacción.

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El recuerdo es placentero de alguna manera, aunque vergonzoso. Pero a medida que estás sumergido en él, sientes como tu nombre mundano va lentamente saliendo a la superficie en tu cabeza, como una burbuja de aire elevándose, como si alguien estuviese buscándolo y halándolo con fuerza.

Anthony Licavoli

Aquello rompe la remembranza y sientes una fuerza en tu pecho. Empujas y te resistes, y tras unos instantes dejas de sentir aquella presión, pero el hambre de aquella presencia crece, mientras va tomando forma frente a ti. Primero es una silueta translúcida pero lentamente toma unas facciones muy familiares:

Las tuyas.