
Pueblo Hamada, Mes del Mono, Día 17
Tras la despedida a la familia Shiratorio, el pueblo continuó con sus asuntos mientras se preparaban para las ceremonias de el resto del grupo. Teniendo en cuenta el tiempo que le tomaría llegar al siguiente pueblo, la madre de Midori ya había hecho los preparativos para contar con alguien que les trasladase en un carro tirado por caballos: Si bien no era usual que la sacerdotisa del templo del pueblo se ausentase, Sakura no perdería la oportunidad de acompañar a su hija para presenciar su ceremonia, dejando a cargo a las otras mikos del templo así como a su esposo.
Poco más de un día de viaje después llegarían a un pueblo no muy distinto al de donde nació la chica, con grandes campos de cultivos, un rio a un costado, y unas cuantas colinas sobre las cuales en una se podía distinguir la estructura de un templo bien elaborado. Las personas recibieron con gran amabilidad a ambas, les ayudaron a llevar sus cosas a una posada donde podrían pasar la noche, y no tardaron en ser encontradas también por las personas del templo de aquel pueblo, quienes mostraban grandes ansias por ver lo que Midori podía haber preparado para su ceremonia.
Los preparativos se habían hecho, y las personas del pueblo fueron llegando al templo para tomar sitio como espectadores de la ceremonia. Los árboles ondeaban suavemente con el viento de la tarde, y se sentía un ambiente de interés y expectativas a partes iguales según iban llegando las personas.
Durante el viaje, no paré de observar los alrededores con entusiasmo propio de una niña. Era la primera vez que salía del pueblo en 14 años. Apenas podía creerlo. Cada rama meciéndose al viento, cada flor, cada animal… era todo una maravilla para mí. Había tanto mundo por descubrir, y yo estaba confinada a un diminuto pueblo… Pero no debía pensar en eso ahora. Debía centrarme en que todo saliera bien.
—El paisaje es precioso… —dije un brillo de emoción en mis ojos—. Mira el color de los campos de arroz. Parecen de oro.
Aunque pasé casi un día entero subida a un carro, el viaje no se me hizo largo. Valía la pena solo por contemplar el mundo exterior.
Cuando llegamos al pueblo, comencé a ponerme nerviosa otra vez. Se acercaba el momento.
—Ya… Ya llegamos… —murmuré con voz trémula y una sonrisa tensa.
Saludé con amabilidad a las personas que acudieron a recibirnos. Ser tratada con tanta deferencia y expectación me hacía sentir inquieta. Esa noche, como me temía, me costó horrores pegar ojo. No podía dejar de pensar en lo que ocurriría al día siguiente, y si saldría todo bien.
A la mañana siguiente, dejé que mamá me ayudara a vestirme, a peinarme y a maquillarme. Era obvio que no había dormido bien. Pero debía respirar hondo y centrarme. No podía decepcionarla.
Ya en el templo, indiqué que colocaran la tela anaranjada sobre el altar. A continuación, distribuí, con ayuda, las flores, las espigas y las lámparas de papel. Luego, hice que colocaran el espejo, cubierto por una tela blanca, tras el altar.
Mientras los habitantes del pueblo iban llegando, me sentía cada vez más intranquila. Me observaban con expectación. No como a una niña cualquiera, sino como a alguien importante, de quien esperar grandes cosas. Tenía el corazón en un puño. Mis piernas temblaban.
—Mamá… Todo saldrá bien, ¿verdad? —murmuré, apretando los dientes.
- ¿Verdad que sí? El imperio esta lleno de paisajes como este. Ojala algún día puedas verlos todos - respondería Sakura, alegre de ver a su hija finalmente disfrutar más allá del templo y poder contemplar un poco de lo que el mundo tenía para ofrecer.
Ya en el pueblo, Midori contó con toda la ayuda que pudo esperar para que todo estuviese listo para la ceremonia, pero solamente ella podía esforzarse en controlar los nervios previos a comenzar todo.
- Por supuesto, Midori. Lo harás excelente - le diría su madre antes de dejarle un dulce beso en la frente, saliendo para unirse a los espectadores y esperar ansiosa ver a su hija salir a completar su ceremonia.
El sol iluminaba la plaza del templo donde todo ya estaba preparado. Las personas reunidas al frente y a los costados pacientes y expectantes, y desde el interior de la estructura principal del templo, Midori salio.
La mayoría de las personas a su alrededor era gente que ella no conocía, y que tampoco le conocían a ella. Habían adultos, jóvenes y algunos niños, y de entre los rostros conocidos solo estaba el de su madre, sentada al frente dedicándole una dulce sonrisa de motivación.
El escenario era de Midori, bajo la mirada del Hermano Sol, los espectadores, y un pequeño grupo de zorros albinos que observaban curiosos mientras descansaban en las ramas de los árboles.
—Sí. Ojalá… —murmuré con voz apagada, mientras mi mirada permanecía perdida en el paisaje, vacía.
Mamá, como siempre, me aseguraba que todo saldría bien. Pero yo no estaba segura. Con lo torpe que yo era, seguro que metería la pata de alguna forma y lo arruinaría todo. Decepcionaría terriblemente a mis padres y los avergonzaría delante de todo el pueblo. Se me encogía el corazón solo de pensarlo.
No… No debía pensar así. Debía concentrarme y asegurarme de hacerlo todo lo mejor posible. Si me ponía en lo peor, entonces seguro que sí saldría todo mal.
Respiré hondo múltiples veces, hasta que noté que mi corazón deceleraba un poco. Tras cerciorarme de que estaba un poco más relajada, salí lentamente, con las piernas temblando sutilmente.
Había mucha gente. Muchísima. Y no conocía a nadie, salvo a mi madre. Todos ellos esperaban mucho de mí. No podía decepcionarlos.
Los primeros tonos del alba comenzaban a teñir el horizonte. Pese a toda la multitud presente, el silencio era profundo, solo roto por el tenue murmullo del viento.
Di un paso adelante, descalza sobre la cálida madera. Mi kimono ondeaba suavemente con la brisa. Me incliné ante el altar, llegando a tocar el suelo con la frente. Luego me alcé con gracia.
Mis pies dibujaron un círculo sobre el suelo, girando con pasos ligeros, como flotando en el aire. Mis brazos se alzaron hacia el este, en el preciso momento en que los rayos del sol asomaban definitivamente entre las montañas, acariciando mi piel. Comencé a entonar una antigua y tranquila melodía, dándole la bienvenida y pidiéndole que bendijera el pueblo con su calor.
Con cada giro de mi cuerpo, con cada movimiento de mis manos, el día despertaba un poco más. Finalmente, cuando la luz tocó mi rostro, me detuve, con los brazos abiertos hacia el cielo. Entonces recité mi poema.
Luz en el crisol
Nos abraza su calor
Nuestro Hermano Sol
Entonces, con manos lentas y cuidadosas, me incorporé y me volví hacia el altar. Me acerqué con cautela, midiendo cada paso, como temiendo perturbar la armonía del instante. Me arrodillé y tomé el borde de la tela con dedos temblorosos. Alcé mi mirada hacia el este, donde el sol ascendía en el horizonte.
—Hermano Sol… Con humildad y devoción, te ofrezco aquello que refleja tu luz.
Entonces, con un cuidadoso movimiento, levanté la tela. El espejo reflejó la luz del sol, haciéndolo brillar con intensidad. Lo levanté lentamente y lo deposité sobre el altar. A continuación, me incliné nuevamente hasta tocar el suelo.
Esbocé una leve sonrisa. La ceremonia había concluido. Y todo había salido bien.
Al ver aparece a Midori la multitud guardó silencio, presenciando con entusiasmo y expectación aquella ceremonia que había preparado la chica. Verla fue cuanto menos un deleite para los más devotos, como si notasen al mundo corresponder a los deseos de ella durante la danza cubriéndola con los rayos de luz en los momentos apropiados, y brindando una calidez casi divina a los afortunados que estuvieron ahí aquel día para presenciarlo.
Finalmente, cuando se destapó el espejo, la luz reflejada en este cegó momentáneamente a quienes estuviesen mirando directamente al lugar donde estaba posado, para luego convertirse en un suave reflejo del atardecer que llegaba.
Las personas del pueblo comenzaron entonces a aplaudir suavemente, en multitud pero sin perturba la paz y formalidad de aquella ofrenda. Entre el público, Midori pudo notar la dulce y cálida sonrisa de su madre, llena de orgullo.
Lo siguiente que le esperaba a Midori era ser recibida por la gente con halagos y felicitaciones. La ceremonia había sido un éxito, y muchos incluso decían que estaba al nivel de las mikos que vivían en los templos de los Kamis.

Sabía que lo harías bien, Midori-chan.
Por supuesto, su madre no fue la excepción, quién cuando tuvo la oportunidad se acercó para abrazarla y felicitarle por tan buen resultado. Poco después, un hombre también buscaría acercarse a felicitarle, alguien que destacaba de entre todos los demás a simple vista.

Su cabello largo era de un blanco como la nieve, sus rasgos eran suaves y delicados, y no mostraba ningún rastro de impureza o suciedad. Sus ropas mostraban ser de materiales de calidad, con patrones complicados y extravagantes decorados por ligera joyería y plumaje. En lo que llevaba viviendo en aquel mundo, era la primera vez que Midori tenía la oportunidad de ver a alguien tan agraciado, naturalmente apuesto y posiblemente muy adinerado, alguien que en el ambiente pueblerino en el que había crecido era imposible de ignorar, y de hecho parecía provocar un efecto inmediato de respeto y reservar en el resto, quienes intentaban no acercarse o mirarle mucho.
- Ciertamente, fue una ceremonia fantástica. Para alguien tan joven, comprender la belleza brindada por el Hermano Sol es algo destacable. Debiste recibir una educación bastante apropiada - en su rostro se mostraba una sonrisa cálida y curiosa, teñida de seguridad e interés. -. ¿Puedo saber tu nombre?
Recordatorio de hacer la ficha.
Todo había salido bien, y sin ningún contratiempo. No podía creerlo. Todos me contemplaban con admiración, como si hubiese realizado un trabajo impecable. Sonreí nerviosamente al público, contenta pero abrumada por sus miradas. Tanta atención me asustaba.
Abracé a mi madre, emocionada. Me alegraba muchísimo verla tan contenta y orgullosa.
—Gracias, mamá —murmuré, esforzándome por contener las lágrimas.
De entre todos los presentes, había alguien que destacaba ostensiblemente. Cuando lo vi acercarse, me quedé con la boca abierta, anonadada. Era tan apuesto, tan bien parecido... Recibir atención de alguien como él me dejó sin palabras, insegura de cómo reaccionar.
—Me...Me llamo Miyazaki. Miyazaki Midori —respondí con voz trémula, al tiempo que me sonrojaba. Realicé una profunda y respetuosa reverencia—. G...Gracias. Mis padres siempre se han asegurado de que disfrute de la mejor educación que me podían proporcionar. Y mamá me ha enseñado bien a seguir sus pasos. —Sonreí nerviosamente—. ¿Y usted es...?
Miré a mamá de reojo por un instante, preguntándome qué pensaría de esta situación.

Una ligera sonrisa se mostró en el rostro del hombre cuando Midori se presentó, complacido y conmovido por su historia.
- Qué encantador escuchar que gozas de una buena enseñanza. Tu dedicación y devoción es indudable, y seguramente el Hermano Sol estará encantado de seguir escuchando tus ceremonias a lo largo de tu vida - comentaría, con esa expresión de calma en el rostro. -. Soy Yoru Hazekama, sacerdote mayor del templo del Dios Zorro.
Cuando el hombre se presentó de aquella manera, la expresión de las personas alrededor cambió de inmediato a una de sorpresa. Rápidamente, todos fueron agachando la cabeza mientras realizaban una reverencia hasta el suelo, apoyando las rodillas y tumbando la frente. Entre ellos estuvieron la madre de Midori, y ella supo de inmediato el porqué: En aquel mundo las personas se tomaban el estatus y el respeto muy enserio, y un sacerdote mayor de un Kami era el equivalente a un daimyo a nivel de estatus. No controlaba directamente tierras ni fuerza militar, pero su importancia e influencia en la religión del imperio era indescriptible. Por supuesto, nadie se culpaba por no haberle reconocido: A diferencia del mundo de donde venía Midori, donde existían las redes y todo el mundo conocía a la gente famosa e importante, en su nueva vida no habían formas de llevar el rostro de otros a todo el imperio más allá que en cuadros o pinturas creadas por gente muy específica, siendo que conocer el rostro del emperador era un privilegio que solo los que más alto estatus podían permitirse.
- Dime, Miyazaki-chan, ¿te gustaría abandonar este territorio y ser acogida en el templo? -propuso entonces, provocando nuevamente expresiones de sorpresa entre los presentes.
Las palabras tan amables que me dedicaba el hombre me conmovieron. Estaba más o menos acostumbrada a recibir adulaciones, pero no de tal calibre, y probablemente motivadas por ser hija de quien era. Sin embargo, en esta ocasión, era diferente. Su deferencia hacia mí era claramente sincera. Me esforcé en mantener mi amable y nerviosa sonrisa mientras me hablaba, con las mejillas aún coloradas.
Cuando comunicó su identidad, mi sonrisa se borró y dio paso a un rostro boquiabierto y perplejo. El mismísimo sacerdote mayor me estaba hablando… No podía creerlo.
Durante los primeros instantes, no supe cómo reaccionar, pero, al ver que todo el mundo realizaba la reverencia más respetuosa posible, yo hice lo propio sin dudar. Clavé las rodillas y la frente en el suelo.
Al oír su propuesta, me quedé sin respiración.
«¿Qué…?»
¿Ir con él? ¿A su templo? Eso supondría abandonar el pueblo por fin e ir más allá. Visitar nuevos lugares. Pero… ¿no sería lo mismo en el fondo? Sería un templo más grande y de mayor prestigio, pero estaría confinada igualmente, con la diferencia de que me encontraría más alejada de mi familia.
Miré de reojo a mamá, sin apartar la frente del suelo, tratando de analizar su reacción. Probablemente le haría mucha ilusión que aprovechase una oportunidad como aquella, pero… ¿era eso lo que yo quería?
—A…Acudir a su templo sería un gran honor, señor —dije con deferencia, escogiendo cuidadosamente mis palabras—. Pero… es una decisión demasiado delicada para tomarla tan prontamente. ¿Sería tan amable de concederme un tiempo para pensarlo, por favor?
Un ligero vistazo hacia su madre dejaría claro a Midori que para ella también era difícil procesar aquella propuesta, aunque visiblemente se veía en un desborde de emociones mezclados de alegría, orgullo y felicidad, ocultando tal vez pensamientos sobre como tener que dejar ir a su hija a una edad tan temprana.
Contrario a lo que esperaría la chica, cuando terminó solicitando tiempo para pensar no hubo alguna reacción negativa por parte del hombre, ni mucho menos de los espectadores o su madre, como si ya esperasen algo como eso.

- Por supuesto, has de estas agotada luego de tal ceremonia. Disfruta de la celebración, y antes del anochecer hazme saber tu respuesta: Es un camino largo de regreso al templo - con una cálida y comprensiva sonrisa, el hombre realizó un ligero gesto de cabeza a modo de reverencia sutil, dándose la vuelta y dirigiéndose a otra parte, tras lo cual todos comenzaron a ponerse de pie y a soltar todo tipo de comentarios entre ellos, asombrados por contar con la presencia de aquel hombre y, sobre todo, que la joven miko hubiese recibido aquella propuesta.
- ¿No es maravilloso, Midori-chan? ¡Te invitaron al templo del Dios Zorro! Desde el momento en el que te vi por primera vez, sabía que los Kamis te habían bendecido con su gracia, y que más pronto que tarde llamarías su atención - cuanto menos, su madre se veía muy orgullosa y conmovida. -. ¿Por qué no disfrutamos de la comida y un poco de la bebida para celebrar? Es tu día, después de todo.
Todo tipo de pensamientos recorrían mi cabeza en ese momento. Muchísima gente haría lo que fuera por ser parte del templo del mismísimo Dios Zorro. Allí no sería simplemente la sacerdotisa de un pequeño pueblo, sino alguien mucho más importante. Ante mí se presentaba una oportunidad de oro. Debería sentirme alborozada. Y sin embargo, cierta angustia bullía en mi pecho y me oprimía el estómago.
Su concesión de permitirme un tiempo para meditar me alivió un poco. Pero… ¡solo tenía hasta el anochecer! ¿Por qué no podía darme algo más de tiempo?
Levanté ligeramente la cabeza y lo observé mientras se alejaba. Aún no terminaba de asimilar lo que acababa de ocurrir. Incluso cuando mamá comenzó a hablar emocionada, yo no fui capaz de pronunciar palabra al principio.
Me incorporé. Asentí levemente con la cabeza.
—Va…Vale —murmuré, como si mi mente se encontrase en otra parte. Luego la miré con una expresión que denotaba mezcla de preocupación y confusión—. Mamá… ¿qué piensas sobre su invitación?
El rostro de la Miko solo mostró una dulce sonrisa ante al pregunta de Midori, como si ya hubiese esperado una pregunta como esa y comprendiese la posición en la que se encontraba la chica, el torbellino de sentimientos y pensamientos que debían estar pasando en su mente.
- Pienso que es un mensaje de los Kamis el que te hayan invitado a ser Miko en el templo del Dios Zorro. No solo es uno de los Kamis más cercano al Hermano Sol, sino que su templo es uno de los más cercanos a la Ciudad Imperial: Podrías llegar incluso a conocer al Emperador si decide visitar el templo en alguna festividad - claramente, la mujer no podía estar más feliz y emocionada por el futuro que podía depararle a su hija, aunque en el fondo comprendía bien lo que significaba aceptar algo como eso. -. No te preocupes por nosotros, es normal que a jóvenes de tu edad los llamen luego de sus ceremonias para aprender en sitios más preparados lejos de casa: Para los Samurai están las escuelas, y para nosotras los templos. Además, ¡será una gran oportunidad para que vayas más allá del pueblo y conozcas las hermosas tierras del imperio! A diferencia de los templos más pequeños como el nuestro, los templos principales realizan con frecuencia viajes y recorridos por todas las tierras del emperador.
Era evidente que Sakura quería que Midori aceptase ir al templo del Dios Zorro, una acción que pese a todo la llenaría de orgullo como madre y de reconocimiento como su familia, pero aún así intentaba que la decisión fuese lo más voluntaria posible por parte de su hija, consciente de que estaba pasando por una fase donde el encierro del pueblo y la monotonía de las tareas empezaban a debilitar su dedicación y deseo de continuar por aquel camino.
- ¿Por qué no te tomas un tiempo para pensarlo? Pasea un poco, disfruta del viento y del sol, y luego ve con el Sacerdote a decirle tu decisión. Sea la que sea, te apoyaré sinceramente - añadiría entonces.
A menos que quieras detallar y narrar otras cosas, puedes describir como pasas el tiempo hasta el anochecer, al momento de reunirte con el sacerdote.
Podría incluso llegar a conocer al Emperador… Todo apuntaba a que se trataba de una oportunidad única, pero… ¿de verdad era eso lo que yo deseaba? Se me había concedido el regalo de vivir una segunda vida; no debía desperdiciarla. ¿De verdad iba a dejar de lado mis sueños en pos de perseguir lo que otros consideraban venerable?
Por otro lado, la ilusión era más que evidente en el rostro de mamá. Si mi nueva vida era tan confortable, era gracias a los maravillosos padres que tenía. Además, lo que decía de viajar con frecuencia sonaba genial. No sería lo mismo que poder moverme cuanto quisiera y cuando quisiera, pero era mejor que permanecer permanentemente atada a un mismo lugar por siempre.
Se presentaba ante mí una decisión sumamente difícil, y tan solo disponía de un día para tomarla. Lo que decidiera cambiaría por completo el rumbo de mi vida. La gravedad de la situación comenzaba a provocarme una incómoda opresión en el pecho.
—Mamá… Yo… —Comencé a respirar con fuerza. Notaba presión en las sienes—. Lo siento. Necesito estar un rato sola.
Me despedí de ella y caminé a solas, bajo la luz del sol. Mi mirada permanecía fija en el suelo, mientras cavilaba. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Mamá decía que apoyaría mi decisión, fuera cual fuera. Pero yo sabía que no era así. Claramente, ella deseaba que yo aceptara la oferta, pero no quería obligarme. Rechazarla supondría una grave decepción para ella.
Me acerqué a unos campos de cultivo y me senté sobre la hierba, junto al camino. Contemplé las colinas a lo lejos, mientras el viento soplaba en mi rostro y mecía mis coletillas. Me preguntaba cómo sería explorarlas. ¿Podría hacerlo si seguía adelante con ser sacerdotisa? Seguramente no. Sin embargo, ¿cuál era la alternativa? Este mundo era mucho más duro que aquel de donde venía. No era tan fácil ganar dinero sin asentarse en un lugar fijo. Una chica joven como yo no tendría ningún futuro, a menos que conociera a un joven aventurero. Alguien como Ren. Y aun así no sería nada sencillo.
Observé los pájaros volando bajo el cielo azul. ¿Por qué no podía ser como ellos? ¿Por qué era tan difícil ser libre? De pronto, sentí que mis ojos se humedecían, y una lágrima resbalaba por mi mejilla. Ren… ¿Por qué fui tan estúpida? Podíamos haber sido felices los dos juntos, pero desaproveché la oportunidad. Lo dejé solo.
El tiempo transcurrió. El sol descendía. Debía reunirme con el sacerdote y comunicar mi decisión. Limpié mis lágrimas y me aseguré de que mi aspecto fuese presentable. Entonces emprendí el camino hacia el templo. Respiré hondo por la nariz, tratando de mantener la calma. Cada paso que daba parecía acarrear un peso descomunal.
Con el sol ocultándose en el horizonte, el gran sacerdote esperaba pacientemente en la plaza del templo a la llegada de la chica. Se encontraba disfrutando de un dulce té que los del pueblo le habrían ofrecido, con esa sonrisa calmada y tranquila, la cual se ensancharía con expectación ante la llegada de Midori.

- Espero hayas tomado una decisión, Miyazaki-chan. Se que el Dios Zorro estaría contento y satisfecho de contar con tu presencia en su templo - aseguraría el hombre con una cálida sonrisa.
En los alrededores aún habían muchas personas, a sabiendas de que aquel seria el lugar donde la chica haría saber al sacerdote su decisión. Por supuesto, su madre estaba allí, mirándole en silencio con una dulce y amplia sonrisa en sus labios que desbordaba orgullo y emoción, felicidad cuanto menos.
El corazón me palpitaba con golpes fuertes y acompasados, como si estuviese caminando por el borde de un acantilado. Cuando finalmente llegué a la plaza, al verlo sonreírme con tanta tranquilidad, sentí una mezcla de nerviosismo y ligereza en el estómago. Había cavilado largo y tendido, y aun así no me sentía preparada. Le devolví una sonrisa nerviosa.
Vivir como sacerdotisa no es lo que yo habría escogido. Preferiría viajar por el mundo, visitar todos los lugares que pudiera, despertar cada día en un sitio. Mas yo sabía perfectamente que eso no era posible. Aunque mi corazón deseara ser libre, lo cierto era que no poseía la resolución necesaria para acometer tal empresa. En mi otra vida, Ren me había dado ese empujón que necesitaba, pero él ahora no estaba allí. Además, sabía perfectamente que rechazar la oferta supondría un gran disgusto para mis padres. Yo era su única hija, y esperaban que siguiera los pasos de mi madre. Y después de todo lo que habían hecho por mí, no podía decepcionarles. La culpa me reconcomería para siempre.
—Me complace enormemente que el Dios Zorro haya depositado su confianza en mí. En efecto, he tomado una decisión.
Mi mirada se desvió por un momento hacia mamá. Sonreí levemente. Luego volví la vista hacia el sacerdote.
—Quiero comunicaros que supondrá un gran honor para mí formar parte de vuestro templo. Acepto vuestra oferta gustosamente.
Realicé una profunda reverencia, hasta casi tocar el suelo con la frente.
Pensé que tomar mi decisión serviría para calmar mis inquietudes, pero lo cierto era que una cierta sensación de intranquilidad permanecía en mi interior, como si algo en mí se cuestionase aún si estaba haciendo lo correcto.