Partida Rol por web

No fue un camino sencillo. El cansancio estaba haciendo mella en el joven Maximilian. Había sido un día de lo más agotador, incluyendo trifulcas y peleas, escaladas y escapadas. Todo en un corto periodo de tiempo, y pese a que el peligro no había pasado, comenzaba a notar en su cuerpo la resaca que había dejado la disminución de adrenalina bombeada hasta hacía bien poco. Por fin estaba en marcha, con un animal más bestia que otra cosa, pero fuera de la ciudad.

No le llevó demasiado tiempo llegar a la primera aldea, una de las muchas paradas en su camino hacia el éxito. Se esperaba mucho de él, y la presión siempre estaba presente. La aldea había sufrido los estragos de la guerra, y estaba claro que estaban recomponiendo sus vidas sin la ayuda de los fondos con los que la poderosa Middenheim contaba. Al parecer, lo primero en ser reparado había sido la posada del pueblo, que mostraba nuevas vigas y una estructura bastante robusta, con materiales recién obtenidos.

Su nombre, "El pájaro en mano", estaba tallado y ennegrecido en el travesaño que se encontraba sobre la puerta de entrada. El resto del lugar era típico, un par de de tiendas de comestibles y casi todo casas desperdigadas. En lo que parecía ser la plaza central, que Maximilian fue descubriendo conforme se adentraba, pudo ver un pozo en el que varias mujeres sacaban agua.

No pudo evitar pensar en la imagen del Orbe cayendo al pozo de donde la posada sacaba agua.

Al fin Max encontró una población medio decente. Una taberna se erguía entre los demás edificios y el joven noble imperial no dudó en entrar con rapideze. Allí, se dirigió al posadero y le solicitó:

-Saludos buen hombre, soy un comerciante que tiene cierta prisa por viajar al Sur. ¿No sabréis de alguna diligencia, convoy o grupo de viajeros que se vaya hacia allá?-

le preguntó.

- Además, me gustaría catar vuestros manjares, que no dudo que serán de extrema calidad, así como afeitarme y cortarme el pelo, adquirir algún ropaje y tampoco me vendría mal una visita del galeno más cercano, si lo hay.-

le pidió con la mejor de sus sonrisas. Maximillian en estado puro, dinero en el bolsillo, sonrisa en la cara y carisma por doquier. Con suerte, saldría de ésa.

¡Vaya! Aquel hombre que acababa de entrar a la posada no parecía ser un campesino o algo similar. ¿Un noble quizás? Todas las miradas de aquella sucia posada se posaron en el joven Maximilian, y las conversaciones cesaron momentáneamente cuando se acercó a la barra y preguntó al posadero. Algunos comenzaron a murmurar sobre el aspecto un tanto desordenado del recién llegado. El posadero sonrió, claramente complacido por la posibilidad de ver algo de oro, tanto en su posada como fuera de ella, pues al final todo acabaría en el mismo sitio. Sí, claro. Hay un barbero al otro lado de la calle, hace las veces de cirujano, es bastante competente. Señaló con la mano del trapo para limpiar las jaras hacia las puertas de la posada. El trapo revoloteo con su movimiento, un trapo mugriento y sucio.

En cuanto a la ropa por la que pregunta... no creo que aquí encuentre nada de... su gusto. Había cierto desdén o desprecio en el tono que había empleado. Estaba claro, no habría ropas elegantes. Pero Petra, la mujer del barbero remienda y zurce, pregunte por ella. Se rascó la incipiente barba mientras intentaba darle sentido a las peticiones que aquel extraño personaje estaba haciendo. En cuanto a carruajes... de aquí no sale ninguno a ninguna parte, de eso puede estar seguro, y no creo que quiera viajar sobre barriles en los carros de mercancías que van y vienen así que me parece que se encuentra algo atrapado aquí.

Aquello pareció alegrar al posadero, pues esbozó una amplia sonrisa. Lo del alojamiento y la comida, puede dejarlo en mis manos, con toda confianza. Tenemos habitaciones y servimos buena comida. Solo hay que saber apreciarla, claro está. Ya podía oír las coronas sonar en su caja de caudales.

- Excelente, buen señor. Mandad a un mozo a buscar al barbero y que de paso le encargue un manto, un jubón y unas calzas a su señora. Ya usadas, a poder ser, así guardaré mi ropa de las inclemencias del tiempo. Y dadme, si sóis tan amable, un plato de caldo, que a buen seguro repondrá mis maltratadas fuerzas.-

le dijo con la mejor de sus sonrisas.

- Entretanto, contadme eso de los carros de mercancías. ¿Hay alguno que vaya hacia el sur? La cuestión es que me dirijo hacia Nuln y no me gustaría viajar solo. Ya sabéis, ladrones, bandidos, hombres bestia... los peligros son incontables en estos oscuros tiempos que nos toca vivir.-

inquirió Maximillian al posadero. Quizás ahí residiera su salvación, un convoy o similar que viajara en su dirección.

Por supuesto, enseguida. El posadero agarró de la oreja a un chaval que correteaba por la posada y lo mando a algún recado, seguramente a buscar a algún recado, seguramente a buscar lo que aquel ilustre, distinguido y poco habitual cliente había solicitado. ¿Querrá su señoría una habitación para esta noche? El plato de comida que había pedido Maximilian se estaría gestando en aquellos momentos en la cocina, seguramente, bajo unas condiciones nada adecuadas para producir comida. Intencionadamente, el posadero había obviado la pregunta acerca de las mercancías y en ese momento esbozaba una amplia sonrisa apoyado en la barra mientras ponía frente a Maximilian una serie de cubiertos de madera.

- Probablemente.-

dijo Max ante la pregunta sobre la habitación para pernoctar aquella noche. Tendría que cuidar su dinero, tenía más que suficiente para llegar a Altdorf pero tampoco quería hacer ostentación de ningún tipo. La gente hablaba, y eso no le convenía en sus circunstancias.

El posadero no mencionó nada sobre los carros de mercancías: habría que refrescarle la memoria. Max introdujo discretamente su mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó un pañuelo con el que se limpió con delicadeza la cara. A su vez, guardado dentro del mismo, había un par de monedas de una corona. El joven noble imperial apoyó la mano con el pañuelo en la mesa, justo al lado de la del posadero, mientras ponía los cubiertos, dejando ver el borde de las dorada monedas.

- Estoy seguro de que vuestra merced, dado que trabaja en un lugar de tránsito y que a todas luces tiene don de gentes y buen hacer, recordará si hay algún convoy que parta hacia el Sur en el pueblo. Estaría sumamente interesado en acompañarles.-

le inquirió con la mejor de sus sonrisas. Tal y como estaban los tiempos, un par de coronas era un buen dinero, sobre todo por el simple hecho de dar una irrisoria información.

¡Oro! Eso era lo que movía el mundo hoy en día. Discretamente, y tomándose la licencia de ello, el camarero de aquella lúgubre posada tomó el oro de las manos de Maximilian y lo hizo desaparecer rápidamente mirando alrededor con gesto suspicaz. Lo cierto es que mañana ha de partir un carruaje hacia Altdorf, se desvía un poco de su ruta, pero lo dejará cerca de Nuln. Grano sobre todo, algunos barriles de vino. Quizás podría ayudarle a llegar hasta ahí. No sería difícil. Parte mañana a la mañana. ¡Oh! ¡Aquí está su comida! Dijo tomando un plato humeante de algo que parecía que en otro tiempo había sido una especie de ave. La puso frente al noble sin llegar a soltar el plato. ¿Se alojará entonces aquí? Estaba claro que en aquellos días no había demasiados viajeros que dejaran buena recaudación por aquella posada. Lo más probable era que siempre fuera la misma clientela la que visitaba el lugar, pagando poco y dejando mucho a deber.

Maximillian sonrió, todo el mundo tenía un precio, estaba claro.

- Por supuesto que me hospedaré en vuestra magnífica posada, hacedme el favor y mandad al mozo a buscar a quien dirija el carruaje, me gustaría hablar con él para acompañarles.-

El joven noble imperial observó la pitanza, pura bazofia. Pero tampoco se podía quejar, tal y como estaba el Imperio -yéndose a hacer puñetas con extraordinaria rapidez- ese plato era casi un manjar. Decidió catarlo y reponer fuerzas, ya que le vendría bien.

- Este plato tiene una pinta extraordinaria, hoy cenaré como un auténtico rey. Tendríais que ver las comidas que sirven en otras posadas, con carne pasada y repletos de especias para camuflar su horrible sabor. Sin embargo, veo que vos os surtís de las mejores piezas.-

le dijo Von Reinholn hijo al posadero. Intentaría hablar con la tripulación del carruaje para ir con ellos hasta su destino.

El camarero se quedó mirándolo con la boca abierta, y tras el comentario de Maximilian, la posada quedó en un sepulcral silencio únicamente roto por el crujir de las sillas al girarse sus comensales para mirar al noble. ¿Magnifica posada? ¿Pinta extraordinaria? ¿Cenar como un rey ahí? ¿Las mejores piezas?. Estaba claro que aquellos comentarios no habían sentado muy bien. Aquella gente era en su mayor parte campesinos, pero no tontos.

Las palabras del noble, si es que no estaba loco, encerraban una profunda burla hacia los pequeños lujos de los que disponían las clases menos pudientes en el imperio en esos momentos. Lujos que incluían la comida rancia que son suerte incluía carne, y la cerveza aguada hasta niveles insospechados. Aquello, junto al conocimiento general de cómo vivían los nobles en el imperio, no debió hacer ninguna gracia a aquellas gentes. Un hombre, con los pulgares colgando del cinturón se levantó mientras miraba a los presentes que asentían a su paso. Bueno, creo que su excelencia no está en un local de su nivel. Puede que debiera buscar alguno... más acorde a su nobleza. Quizás el noble había cruzado con aquel comentario una línea muy fina.

Al parecer el comentario sobre la comida no había sentado muy bien a los parroquianos, se había malinterpretado de mala manera y las cosas podían irse de madre, cosa que Maximillian no iba a permitir. Y tampoco iba a largarse, como decía aquél tipo.

El joven noble imperial dibujó otra de sus sonrisas en su cara, ya estaba acostumbrado a ello. Se levantó lentamente y se dirigió al hombre que le había interpelado mientras hacía un ademán tranquilizador con sus manos, enseñándole las palmas.

- No se equivoquen señores, no era mi intención ofenderles ni decía nada que no fuera verdad. Durante la terrible guerra que asoló nuestro querido país pasé mil penurias, como supongo que ustedes también. Procedo de Karst, una localidad al Este de aquí, que fue calcinada hasta los cimientos por las hordas del Enemigo. Lo perdí todo, mi familia, mi casa, mis amigos... Ahora estoy solo en el mundo. Como pude, huí de aquél infierno para llegar hasta Gruyderr, donde las autoridades instalaron un campo de refugiados. Fuer peor el remedio que la enfermedad. Ese lugar se regía por la ley de la selva, robos, asesinatos, torturas... sólo los más fuertes sobrevivieron. Yo conseguí escapar, gracias a Sigmar, y me puse en camino a Middenheim. Entre tanto, pasé numerosas penalidades, la escasez era la norma, comía lo que encontraba en los bosques y era acosado constantemente por los hombres bestia y las alimañas de la espesura. Una vez en la ciudad, me enteré de que uno de mis conocidos se había refugiado en Nuln, donde regentaba un pequeño negocio, así que ahora me dirijo allí, el último lugar donde reside la esperanza para mí.-

relató Maximillian con voz quebrada y poniéndole emoción a aquélla historia sensiblera. El hijo del Barón Von Reinholn era un mentiroso redomado, de hecho, culminó su relato con una pequeña lágrima que cayó de su ojo derecho -casualidades de la vida, lo tenía irritado porque una pequeña escoria se le había introducido en su interior-.

Aquellas palabras no les eran desconocidas a los parroquianos de aquella taberna. Su localidad tampoco había quedado exenta de las penurias de la guerra. Los asaltos, el hambre, las cosechas entregadas al ejército, la enfermedad. Lo cierto era que el lugar se veía bastante desprovisto de gente joven, y despoblado en líneas generales. Mientras Maximilian hablaba la gente desvió la mirada hacia sus platos y jarras, claramente apenados. NO por el noble, obviamente, sino recordando lo que habían pasado. Algunos asentían apesadumbrados cuando el joven terminó de hablar, y el hombre que se encaminaba hacia él, pasó de largo y enfiló la salida de la posada sin decir nada más. En aquel momento, con la moral terriblemente baja, la puerta se abrió y apareció el joven zagal que había enviado el posadero acompañado de un hombre mayor y una señora de edad similar. Ambos de aproximaron a la barra donde el más distinguido de los ahí presentes se encontraba.

Maximillian, interiormente, suspiró aliviado: había salido con bien de ésa. En lo sucesivo se andaría con ojo -siempre lo hacía, pero ahora más que nunca-, además, tendría que mudar su aspecto y sus ropajes. El noble moriría para dejar paso a otro tipo de persona, normal y corriente, que habría sobrevivido de milagro a la guerra.

Von Reinholn saludó con la mano a los recién llegados, el barbero y su señora, suponía, pues iban acompañados del chaval que el posadero había enviado.

- Saludos, señor y señora, siento haberles importunado pero requiero de sus servicios. Afeitado completo así como rapado total de mi cabello. ¿Qué ropajes han podido conseguirme?-

inquirió a la pareja.

El hombre mayor tenía un maletín consigo, y al aproximarse miró de arriba abajo a Maximilian mientras torcía el gesto. Trabajaré en su habitación supongo. ¿Ya tiene una? Parecía un tanto incomodo, y lo más probable es que lo estuviera, pues rara vez habría esperado ofrecer sus servicios a alguien de la nobleza. ¿Y si le cortaba al afeitarlo? Los nervios le podían jugar malas pasadas. La mujer se encogió de hombros. Perdone vuestra excelencia -estaba claro que no estaba acostumbrada a ver gente de la nobleza, y menos de trabajar para ellos- pero tendré que ver sus medias y me tendrá que decir que ropas quiere. Agachada la cabeza, echaba vistazos rápidos a Maximilian. El posadero llamó la atención del noble y le dijo en voz baja: Por ser usted, le cobraré tan solo una corona por noche. Maximilian sabía que el precio era mucho menor en cualquier posada, pero... ¿Sabía acaso los precios que se manejaban en otras posadas aquel hombre?

- Muy agradecido-

le dijo al posadero. Pasaría la noche a cubierto y a buen precio, no podía pedir mucho más, la verdad.

- Acompañenme a mi habitación por favor.-

le dijo a los recién llegados. Tenía ganas de mudar su aspecto cuanto antes, así como de obtener las ropas adecuadas para su nueva personalidad.

- Si tiene la bondad de guiarnos hasta mi habitación se lo agradeceré.-

le solicitó al posadero.

Si, por supuesto. Otra corona de oro desapareció en el bolsillo del posadero mientras guiaba a Maximilian con el sequito, muy típico de los de su clase, de asistentes que lo ayudarían con el tema de la estética y la vestimenta. La habitación no era nada del otro mundo. Lo justo tenía una cama, bastante destrozada y cubierta por un colchón relleno de paja, que probablemente albergaba más pulgas que paja. Un sencillo mueble con un cuenco para el agua y el aseo junto a una silla era el resto del mobiliario. Y era normal, pues visto el tamaño de la misma tampoco cabían muchos muebles más. El posadero se despidió y los tres, noble, peluquero y "modista", entraron en el cuarto. ¿Y bien? ¿Qué es lo que desea? El que había hablado era el hombre mayor, que en esos momentos vertía un poco de agua en el cuenco mientras dejaba su pequeño maletín o estuche sobre el mueble.

Maximillian entró en la habitación: era de una sencillez extrema, lo justo para pasar la noche, carente de las comodidades propias de los grandes hoteles donde solía hospedarse. Le dio igual.

Dejó que la "modista" le tomara medidas mientras le encargaba:

-Necesito un manto, pantalones, camisa y botas. De calidad aceptable pero que no sea nada del  otro mundo. Una mochila me vendría bien, si encuentran alguna.-

Cuando la mujer hubo terminado, se sentó en la silla y pidió al barbero:

- Quiero que me afeite la barba y me rape al cero. En éstos tiempos los piojos son un incordio.-

esperó pacientemente a que el hombre terminara su trabajo.