Partida Rol por web

TRIGÉSIMO SEGUNDO DÍA DE LA RUPTURA DE LA ROCA.

AÑO: 4715 RA.

MES: FARASTO (INICIOS DE LA PRIMAVERA, MES TRES).

DÍA: 5, DÍA DEL JURAMENTO (LUNA LLENA). - DÍA DE LOS HUESOS.

HORA: POR LA TARDE. - CLIMA: NUBLADO. TEMPERATURA TEMPLADA.

El regente del local condujo a Analista y Reyezuelo a un oscuro almacén donde enseñó ocho prendas de cuero de aparente buena calidad.

Al noble castor le costó imaginar a algunos de sus hermanos K'haltas vestidos con aquellas prendas, como a Lombriz que iba de aquí para allí luciendo un simple taparrabos y mostrando su negro culo.

Luego de una charla que mantuvo con Gobaldet hacía días, el castor había entendido que el valor pecunario de los metálicos no era el mismo en esta tierra desconocida, y este era un caso dónde tal balance se hacía evidente. A juzgar por el pago de las soldadas, Analista lo tenía muy presente.

El aprendiz tomó nota mental de cada detalle, y a pesar de que salieron de allí con las manos vacías, cargaban información nueva para nutrir la mente. Al fin y al cabo la primavera parece estar comenzando, seguro habrá cosas más importantes donde gastar los escasos recursos.

Cuando se pusieron en marcha, Reyezuelo se colocó junto a Analista y esperó a que respondiera a Barril antes de hablarle.

-Maestro, durante el...- ¿Secuestro? ¿Rapto? ¿Robo? El diplomático guerrero buscaba una palabra adecuada. -...traslado de la joven Enrietta, dimos con Gurnier, el verdugo local y también herrero. Nos acompañó parte del camino de ida hacia el Torreón y la vuelta, le preguntamos sobre un par de encargos útiles en relación a los demonios-cabra. Lanzas cortas con punta de plata y virotes pesados con puntas del mismo tipo, a título informativo sopesó un coste hipotético de veintún monedas de oro por cada una de las primeras, y una pieza por cada diez unidades de las saetas.-

-Hmmm.- El castor creyó oportuno comentar el entusiasmo que sintió el verdugo al conocer a la compañía. -Cuando nos vió se mostró igual de entusiasmado a tratar con nosotros que Campaña cuando vió el pesado tronco de ayer, seguro no está de más saberlo.- Reyezuelo creía que ese pequeño detalle dejaba abierta otras posibilidades para Analista, con tal predisposición natural hacia la Duodécima no era muy difícil imaginar a Gurnier como un seguidor de campamento en un futuro no muy lejano, o mejor aún, como un mentor para Campaña o Lagrimita para buscar la autosuficiencia.

Camino al matadero, se preguntaba si alcanzaría a mostrar a Analista lo que llevaba en la mochila. Sino, tendrá que ser en la clase de mañana.

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-¿Precios asequibles? -rio con ganas-. Bueno, no puedo decir que los precios sean desorbitados. No para la economía local y puedo asegurar con certeza que nos aplican precios base. No tratan de especular con nosotros. Eso, al menos, es bueno. Pero nosotros andamos justos y hay que priorizar gastos. Habrán cosas que deberemos adquirir de forma individual con lo que alcancen nuestras soldadas. Otras, ineludiblemente, corren de parte de la Compañía. De primeras, debemos asegurarnos un caudal de provisiones fijo y regular. De segundas, quizás tantear otras fuentes de ingresos. En todo caso, debemos buscar una autonomía o independencia económica que no nos debilite y nos obligue a aceptar el primer contrato que se nos plantee -dijo Analista con total sinceridad y ante todos los presentes. No estaba de más que supieran el estado presente de la Compañía. Una cosa era sospecharlo, otra saberlo-. Pero confía en mí, Barril. Lucharé con uñas y dientes para maximizar el valor de nuestro oro. 

Sí, el oro. Aquel con el que se pagaba todo, que les llegaba con escasez y que tendía a salir pronto de entre sus dedos. Tocaría apretarse los cinturones. 

-Conozco al verdugo. Lo conocimos ayer el Cabo Barril y yo. Un amante de su... arte y no me refiero precisamente a la herrería -dijo Lengua Negra-. Así que os dio precios. Veintiún monedas de oro por una lanza corta con punta de plata, un arma que tiende a perderse con demasiada facilidad a la vista de la experiencia pasada, y una pieza de oro por diez virotes de ballesta, que una vez disparados cuestan de recuperar. ¿De cuántas ballestas disponemos en nuestra Compañía, Reyezuelo? -preguntó a su aprendiz como si de un examen se tratara-. ¿Y de cuántas lanzas cortas hablaríamos de cara a tener un operativo de ataque en condiciones? Calcúlalo. De todos modos, me parece una interesante oferta. ¿Hablasteis también de puntas de flecha? ¿O de la oportunidad de un baño de plata como forma de abaratar costes pero no efectividad?

Miró una vez más al Cabo.

-Cabo Barril, ¿cómo fue la detención de la muchacha? ¿Ha habido problemas? -preguntó con curiosidad-. Vaya, ya hemos llegado. Frontera, abajo. Reyezuelo, síguenos. No tardaremos.

Descendió del pescante y como si hubieran invocado a los trabajadores del mismo, pronto vieron sus rostros asustados. Sin duda, eran gentes que siempre temían lo peor. 

-Buenas tardes, señores. ¿Podría atendernos el encargado? Frontera, ¿de cuántos kilos de carne semanales hablábamos?

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Barril escuchó la explicación de Analista estoicamente, sin añadir nada al final salvo un ligero asentimiento.

— Me consta que tu celo nos será de gran utilidad, Analista. Tienes mi plena confianza en ello.

En cuanto al asunto de la detención de la muchacha, al principio parecía que el alguacil de Carnonegro nos pondría problemas, pero cuando el Capitán mencionó a Serpejo y su celo religioso, mandó a sus hombres a la carrera para cumplir la voluntad del Inquisidor, por el cual hablábamos. Es una buena baza que jugar, por lo que parece. A los padres, los guardeses, les inflaron a ostias cuando trataron de resistirse, y ahí acabó el asunto.

La chica tiene una marca extraña en la cara, que se la desfigura de manera curiosa, pero diría que parece más una marca de bruja, bien por fuego o de nacimiento. Cuando me interesé por su origen su padre no tuvo a bien escucharme, y a antes que tener que matarle allí mismo, preferí dejarlo estar. Que por cierto el tipo no creo ni que sea su padre. La mujer esta de muy buen ver y él es una mezcla entre Caracabra y un pequeñajo de los túmulos. Apostaría a que el padre de la joven es otro. ¿Puede que el señor de estas tierras? ¿Algo diferente, que tenga menos de humano? No sé, eso se lo dejo a los Magos. — Barril volvió a encogerse de hombros para luego resoplar ante el resto de los comentarios de Lengua Negra.

— Lo de los virotes es un robo. Pretenden cobrar veinte piezas de oro por diez virotes de punta de plata que se parten o pierden con rapidez. Yo he hecho mis cuentas ya: Cinco o seis espadas cortas forjadas con plata para repartir entre algunos guerreros, y para ser usadas en las guardias. Son armas ligeras y efectivas, no tan fáciles de perder como una lanza, saldrían alrededor de unas ciento y pico piezas de oro. — Viendo que llegaban al matadero, Barril cortó su explicación.

— Luego te amplio el asunto, Analista. —

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Los empleados del Matadero le dieron pleno acceso a Analista y a sus acompañantes, y respondieron a sus preguntas sobre productos y precios.

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Como si de un examen se tratase, Reyezuelo respondió a las preguntas de Analista.

-Ballestas, dos que sepa, Maestro, aunque desconozco las propiedades personales de la tropa de infantería y los oficiales.- Las que usa Ballestero y Khadesa. El castor sabía a raíz de un informe que hizo, que entre la tropa de Hostigadores no había otras ballestas y aunque había otros que dominaran el arco, no era esa la pregunta.

-En cuánto a la cantidad de lanzas con punta de plata, no podría dar una respuesta apropiada hasta saber a qué o más bien, cuántos, nos enfrentamos. El ataque que sufrimos pareció ser un simple tanteo, y así y todo hay varios heridos y frustrados por ataques cuyos impactos no ocasionaba daño alguno. Mi respuesta teórica y utópica, diez lanzas al menos, considerando que algunos ya poseen armas mágicas. La respuesta real considerando un devengado de los gastos indispensables, las que alcancen. Quizás con tres y el resto de armas especiales que ya se tienen se pueda hacer una unidad de choque efectiva contra estos demonios, y recurrir al relevo de posición y armamento cuando un soldado se desgaste.-

Luego Analista preguntó por el costo de los virotes con punta de plata, veinte por diez fue lo dicho por Gurnier, pero Barril tomó la voz y dejó que los oficiales continuasen dialogando hasta que llegaron al matadero.

Finalmente, querido Frontera, el momento ha llegado.

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Parecía que no había un encargado propiamente dicho, aunque todos se mostraban dispuestos y serviciales y parecían conocer perfectamente los precios de los productos. 

-Bien señores. Mi nombre es Analista, y como ya sabrán o habrán intuido pertenezco a la Compañía asentada al este de Carnonegro, al servicio del Inquisidor Serpejo. Necesitamos una provisión constante de sus productos. Con carácter semanal nos gustaría recibir un volumen de cincuenta kilos de carne -había preguntado a Frontera en un intento de que se implicara en la negociación, pero el tiempo corría en su contra. Aún les quedaba, mínimo, otro destino y Frontera necesitaría tiempo para organizar una cena que prometía sería más sabrosa que las gachas del mediodía-. Hoy serían cuarenta kilogramos de carne y diez kilos en forma de embutidos y carnes curadas -dijo empleando un tono siempre amable-. De todos modos, me gustaría saber por anticipado el precio de una compra así y de cara al futuro, si podrían servirnos directamente en el Campamento o si sería imprescindible que lo recogiéramos aquí. El pago, de llegar a un acuerdo, sería en el momento de la recepción del producto. 

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Los empleados realizan una serie de cálculos, partiendo de que normalmente media libra de carne cuesta tres piezas de plata. Aplican descuento por gran cantidad y llegan a la conclusión de que lo más batato que pueden vender es a una pieza de oro el kilo, para un total de cincuenta piezas de oro al mes por cuarenta kilos de vacuno de primera y diez en embutidos y cecina.

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Analista mantenía el rostro pétreo y no se alteró lo más mínimo cuando los empleados le dijeron que solo la carne mensual equivaldría a la mitad de la soldada de la Compañía. Pero su cabeza era un volcán en ebullición. ¿Qué había firmado Capitán? ¿Qué contrato era aquel en el que el dinero siempre escasearía? Sí, podrían refugiarse en el valor de los caballos y el carro de guerra, pero ¿de qué servía una compañía mercenaria mal pertrechada para hacer frente a enemigos a los que solo la plata parecía afectar y debilitados por una mala alimentación?

Sopesó pros y contras, más el tema de la conservación de la carne. La lluvia, las temperaturas más templadas... Coger todo el pedido semanal de golpe podría suponer que la carne se descompusiera y perdieran oro inútilmente. Semanalmente deberían comprar diez kilos de carne y dos y medio de embutidos. Mejor reducir la cantidad a la mitad y aumentar la periodicidad de la compra. Por no hablar de la absoluta necesidad de plantearse seriamente la caza como una ayuda a la economía doméstica.

-En ese caso, me llevaré el equivalente a tres o cuatro días. Cinco kilos de carne y un kilo y medio de embutido y cecina. Cuando necesitemos más, volveremos -dijo-. Eso haría un total de seis monedas de oro y cinco platas. Si disponen de la materia prima, nos la llevaríamos ahora mismo -comentó sacando las piezas de oro y plata con las que hacer el pago-. Y una pregunta, ¿saben dónde podríamos adquirir capotes impermeables? Algo sencillo y funcional. 

Tenía que hablar con Capitán. Se hacía del todo necesario revisar las condiciones de aquel contrato o aceptar encargos de terceros que les ayudaran no a subsistir, sino a vivir. 

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Las negociaciones no iban bien, eso saltaba a la vista. No es que Analista fuera un mal comerciante, ni mucho menos; la tasa de cambio en estas tierras era desproporcionada en relación a la sabana k'hlata y eso no redundaba en favor de la economía de la Duodécima.

Keropis permanecía en el umbral de la puerta, apoyado en el dintel. El escudo prendido al brazo izquierdo ocultaba la mano que ceñía el pomo del kopesh. Sería tan fácil tomar lo que les apeteciera sin pagar nada a cambio... De hecho, el Inquisidor les había dado manga ancha para requisar lo que creyeran necesario, pero el código de la Compañía Negra les permitía matar inocentes por dinero, no por carne.

Sin dejar de escudriñar los rostros de los trabajadores del matadero, el Guardián de los Muertos soltó un apagado gorjeo por la infausta ironía.

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Frontera acompaño de nuevo a Analista al interior, y le susurró las cantidades de carne que habían hablado. La verdad es que le pilló un poco por sorpresa tener que hablar de repente y se atoró.

Una mueca de preocupación se asentó en su rostro cuando vio a los empleados hacer cálculos, y más aún cuando el precio ofrecido resultó ser ligeramente superior al que Analista ya le había adelantado cuando le pidió que elaborara la lista. Maldita sea, ¿es que siempre iban a ir escasos de recursos?

—S-señor, quizá podamos reducir la compra de carne a 40 o 30 kilos semanales —dijo con intención de suavizar las cuentas que Analista sin duda estaba llevando a cabo en su cabeza. Anteriormente se había mostrado muy firme en la cantidad de comida necesaria, pero tras comprobar el precio de la ropa y de las armas que la compañía también podía necesitar no pudo sino sentirse obligado a amoldar el presupuesto. Por su mente también paso la caza de venado u otros animales del bosque, que sin duda iba a ser vital si querían ahorrar algo de dinero para otros menesteres.

Llegado el momento Analista, pensativo, decidió que comprarían carne para varios días, no toda la semana, pero indicó una cantidad muy escasa.

—Analista, señor —dijo en voz baja, pues no quería dejarle mal delante de los empleados—, con eso sólo tendríamos para hoy, no para varios días...

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Reyezuelo observaba en detalle la técnica comercial de Analista. Los que atendían el matadero hicieron un descuento por cantidad, y bajaron el precio del kilo de carne de seis piezas de plata hasta una pieza de oro, lo cuál no hubiera tenido mucho sentido en la tierra de la cuál provenían, pero las equivalencias de cambio en este nuevo mundo eran distintas.

Al aprendiz de analista le llamó la atención cuando Analista ofreció dar como pago seis piezas de oro y cinco de plata por seis kilos y medio de comida.

Debe ser un error.

En un apartado donde los locales no escuchaban, Frontera le hizo una observación sobre la cantidad de carne a comprar y Reyezuelo agregó.

-Maestro, ¿no estaríamos pagando dos piezas de plata de más?- Los locales no hicieron diferencia entre el valor de la carne de un tipo u otro, y Analista esta misma mañana había estado ágil repartiendo las soldadas con las equivalencias actuales.

Algo no cuadra.

Entonces Reyezuelo hizo una media sonrisa al creer darse cuenta de qué estaba pasando allí. -¿Es otra prueba, verdad?- Preguntó el castor. Tenía sentido, antes de entrar ya había respondido dos preguntas a tono de evaluación y no era de extrañar que quiera medir cúan despierto estaban los acompañantes allí.

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Analista aguardaba la respuesta de los empleados del matadero cuando tanto Frontera como Reyezuelo se creyeron en la necesidad de corregirle. No importaba que susurraran a su oído. Su actitud, como dos cuervos viejo inclinados hacia él y crotorando dejaba bien clara la desautorización de su figura ante unos completos extraños. 

No obstante, guardó silencio, atento a los trabajadores del matadero. Ello no impidió que les dirigiera, tanto al uno como al otro, una mirada capaz de congelar el mismísimo infierno y que prometía, una vez acabara la negociación, un momento poco agradable. 

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- "Sí, mi Señor. Excelente, enseguida le preparamos la carne.

¿Capotes impermeables? Tal vez en la curtiduría se los podrían hacer por encargo, o puede que haya alguno en los Almacenes, o quizás los caravaneros tengan." -

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-Gracias -dijo Analista por la información-. Pónganlo en la trasera del carro, por favor -su escaso volumen no impediría que Keropis y Desastre siguieran haciendo el circuito sentados en él-. Y aquí tienen el dinero. 

Hizo un gesto a Frontera y a Reyezuelo para que volvieran con él y montó en el carro. Cuando ya estuvo todo en su sitio, cabeceó afirmativo.

-Iremos a la lechería ahora -indicó a los presentes. 

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Barril observó la cantidad de carne que sacaban del matadero. Aquello daría para unos días, sí, estirándolo adecuadamente en forma de guisos y demás. La carne era un producto de lujo, caro y sólo apto para las mesas de los nobles. Los demás debíamos conformarnos con sentir su sabor en un guiso de patatas o de nabos aderezados con cebolla y hierbas silvestres, todos elementos sensiblemente más baratos.

Una vez pusieron rumbo a la lechería Barril siguió con su charleta, pero primero asintió a lo que venía al carro.

— Ha sido prudente al escoger una cantidad de carne no muy grande, Así no se pondrá en mal estado y la aprovecharemos bien en forma de guisos.

En cuanto al asunto del armamento de plata, estoy dándole vueltas a unas meras dagas de plata. Son sensiblemente más baratas e igual de efectivas prácticamente. Podríamos tener seis por unas ciento veinte piezas de oro, lo cual daría para que la guardia y un pequeño retén "anti-cabras" fueran movilizados mientras el resto las contienen, de sufrir un nuevo ataque. Lo de los virotes ya te digo que es un atraco. Y hablando de atracos, qué tiempos aquellos en los que requisábamos lo que necesitábamos, ¿eh, Analista? Una lástima que el contrato actual esté en contra de ello. Aunque como se ha comentado, el Inquisidor Serpejo habló de manga ancha para tomar aquello que fuera necesario. Me pregunto dónde está el límite de esa afirmación... —

El gigantesco Cabo dejó ese último aspecto en el aire; después de todo era Lengua Negra el que tenía que hacer malabarismos con números, cantidades y monedas, si quería jugar un as, estaba en su mano. Barril no tenía claro qué había pasado en el matadero, pero por la mirada avinagrada de Lengua Negra a sus dos acompañantes, supuso que algo se cocía. Estaría más atento la próxima vez.

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Keropis abandonó el matadero no sin antes lanzar una mirada a los atemorizados trabajadores. El fulgor de sus ojos relució maliciosamente durante un instante antes de darse la vuelta y salir al exterior. Usa todas las armas a tu alcance, le había dicho en multitud de ocasiones el General Aton. Las palabras podían herir tanto como las espadas. Y nunca había que subestimar el poder del miedo.

Agarrándose a un madero del lateral del carro, se izó a la parte trasera y ayudó a cargar la escasa carne, apilando los paquetes empapados en sangre al fondo de la caja, justo tras el pescante. El traqueteante carro marchaba chapoteando entre los charcos del camino y las palabras del Cabo Barril llegaron hasta el ermitaño mientras terminaba de amontonar los húmedos envoltorios.

—Deme un parrr de hombrrresss, sssyd, y le mossstrrrarrré la amplitud de esa afirrrmación... —gruñó con una siniestra sonrisa oculta tras la máscara mortuoria— Derrrviche y Dolorrr... Un perrrro rrrabiossso y un marrrtilllo frrrío y errrizado de púasss...

El eremita mantenía la mirada en el horizonte mientras pronunciaba esas crueles palabras. Había algo en esa voz... En la manera desapasionada y monocorde con la que hablaba de robar y, tal vez, incluso asesinar a inocentes. ¿Pero quién era inocente en una tierra donde cualquier aldeano podía convertirse en una bestia cornuda sedienta de sangre...?

—Manosss ásssperrrasss que no teman mancharrrssse de sssangrrre... Démosle forma al miedo que ya sienten...

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Tras la gélida mirada de Analista, Frontera permaneció en silencio el resto de la transacción. No entendía porqué le miraba tan mal, había ignorado completamente sus cálculos, o bien se había confundido. En cualquier caso Lengua Negra le atemorizaba de una forma muy distinta a como lo hacía el Cabo Barril. Tragó saliva y bajó la cabeza.

Caminaron afuera en silencio y se montó de nuevo en el pescante, cogiendo las riendas de los caballos y poniendo en marcha el carro a la orden de su superior. A la lechería pues...

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Algo no cuadraba, pero la mirada fulminante de Analista le caló fuerte y entendió de que no se trataba de una prueba más.

Cuando llegó el momento del pago, Reyezuelo cayó en la cuenta de su error al ver el resumen de cuentas de los trabajadores del matadero cuando recibían el pago de Analista.
Había creído que por tres piezas de plata se vendía el medio kilo de carne, pero en realidad, ese precio era el de media libra.

La he cagado, joder. Con vergüenza miró a su admirado maestro partir hacia el carro.

El aprendiz chasqueó la lengua. Si al final valen lo mismo, diez de plata por una de oro. Ese estúpido de Gobaldet, me ha dicho cualquier cosa. ¿Que clase de comerciante es ese leñador que no sabe el valor pecunario de su propia tierra? Va a saber lo que es ser un recluta cuando lo agarre.

Entonces algo repentino e inexplicable llegó a la mente de Reyezuelo.

Entonces... Se paró en seco y miró a su maestro unos largos segundos. No...

¿Podía ser posible? Hacía instantes lo había escuchado hablar del espíritu de la compañía y le llegó al corazón, ¿Cómo podía ser posible?

Reyezuelo avanzó, en su mirada ya no había vergüenza ni admiración para con su maestro, estaba totalmente conmocionado.

Subió a Bastión y se dirigió hacia la lechería cuando marcaron el comienzo de la marcha. Lo hizo en silencio, mientras su mente digería cómo podía estar sucediendo algo así.

Reyezuelo estaba total y absolutamente convencido de que Analista le estaba robando a la Compañía. Mi maestro... ¿un maldito corrupto?

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El grupo de Analista avanzó por el pueblo hasta llegar a la Lechería. Allí fueron recibidos por el dueño de varios negocios del pueblo.

- "Salve, honorables miembros de la Compañía Negra." - Sonríe como un mercader a punto de vender los productos de los que se siente más orgulloso. - "Mi nombre es Brasili, soy el principal ganadero de ganado vacuno de la zona." -

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-El límite está donde nosotros queremos que esté -dijo Analista a Barril, cuya intervención provocó la desagradable respuesta de Keropis. Pero no sería él el que cerrara la boca del infante estando allí su cabo. Lo último que necesitaban era mostrar disensiones-. Personalmente, como recién llegados a un pueblo en el que habremos de permanecer durante un año, me gustaría establecer una buena relación de base, pensando a medio y largo plazo. Una política requisatoria desde el momento cero no nos favorecería y nos generaría enemigos importantes, al menos en el plano local. Si ya con una detención habéis considerado necesario aumentar la escolta de una partida de compras, ¿qué pasaría si requisamos las reses de los ganaderos de Carnonegro, que posiblemente se bañen en oro?

Oyó a Frontera chasquear las riendas, azuzando a la mula. Sonrió pese a todo. Oía su silencio, de igual forma que había sido consciente de la expresión de su aprendiz.

-Reyezuelo, acércate -le dijo al Hostigador. Cuando alcanzó su altura se dirigió a ambos-. Vamos a aclarar algunos extremos. Os he pedido a ambos que vinierais conmigo. Para aprender a comerciar. Aprender. Un ejercicio que exige ver, oír y saber callar. ¿Y qué habéis hecho? A la primera de cambio, y sin conocer mis motivaciones o desconfiando de mis cálculos, me habéis corregido. No habéis tenido la humildad de esperar a que todo concluyera y ya, en privado, comentarme dudas. No, allí mismo, sobre la marcha y sin mayor reflexión, me habéis corregido. Tú Reyezuelo diciéndome que había errado en mis cálculos, algo que podía haber sido perfectamente posible, pero que, quizá, hubiera sido un error intencionado para comprobar cómo funcionan estas gentes, si están dispuestas a engañar a la primera de cambio o, si por el contrario, son gentes honradas -aclaró Analista-. En tu caso, Frontera, veníamos con unos cálculos que te dije aceptaría pero que, ya en su momento, te dije me resultaban excesivos. Lo que he hecho ha sido una demanda discreta de producto para no pillarme los dedos y sobre la base de un hecho. Hasta ahora no nos hemos muerto de hambre alimentándonos con lo que teníamos.  Y no había apenas carne, más que la cazada, ni verduras, ni leche, ni mantequilla ni otras cosas que no podemos sino definir como lujos dado el estado de nuestra economía. Y a ello hay que añadir que contamos con poco efectivo y que las necesidades de la Compañía son muchas. Hay que priorizar. A la vista del precio de la carne, me queda claro que nuestra próxima compra será de casquería y huesos. Legumbres y tubérculos y alguna verdura serán el complemento de nuestra dieta, donde el pan y la harina serán la base. Y con todo ello, comeremos mejor que hasta ahora. 

Guardó un instante de silencio.

-En resumidas cuentas, aceptaré este error como una parte de vuestro aprendizaje, un error que no deberá repetirse. No quiere decir que no podáis hablar, decir lo que tengáis que decir o corregir llegado el caso o plantear la razón de un supuesto error. Pero en el momento adecuado y de forma privada -dijo de forma tranquila, aunque la seriedad de su mirada seguía allí-. O asumid las consecuencias de un comportamiento inadecuado. Imaginad a Ponzoña, vuestro cabo, cómo reaccionaría ante una intervención de este tipo. O al Cabo Barril -dijo casi de forma casual-. Espero que haya quedado claro. Vaya, parece que llegamos. 

Descendió del carro e hizo nuevamente una señal a Frontera y a Reyezuelo para que le siguieran. Fueron interceptados por el que se presentó como el principal ganadero de la región.

-Buenas tardes, Maese Brasili. Un placer conoceros, sin duda. Mi nombre es Analista, miembro de la Compañía Negra -una leve inclinación de cabeza acompañó a su presentación y saludo-. Grande debe ser la responsabilidad de un hombre con tales posesiones. La gestión no debe ser sencilla y el trabajo duro, siempre a expensas de la buena salud de las reses, la ausencia o presencia de cuatreros, la calidad de los pastos, la afluencia de piensos, la profesionalidad de los trabajadores... Sí, un duro trabajo, me reafirmo. E intuyo, por vuestra presencia, que la lechería será también vuestra.