Partida Rol por web

La Compañía Negra: El Dios del Dolor.

Tierras de Cho n Delor: Fuerte Chuda.

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26/06/2013, 17:52
Derviche.

Derviche respiraba tranquilamente. El corazón latía despacio y sus ojos miraban el cielo. Todavía no era de día. Los párpados empezaban a ser cada vez más pesados y el sueño se quería apoderar de su cuerpo. Por alguna razón, no se podía mover, no sentía nada, no escuchaba nada... Las fuerzas la abandonaron y justo antes de cerrar los ojos, vio volando una cabeza que surcó el cielo mientras gotas de sangre caían sobre su rostro, como una extraña lluvia caliente.

No recordaba como llegó allí, tumbada en el suelo, los sueños se mezclaban con la realidad. Toda su vida pasó por delante de sus ojos. Se detuvo en los últimos momentos, los revivió una y otra vez, tratando, en la agonía, de recapitular lo que pasó.

Se preparaba para la batalla, el filo de sus cimitarras la reconfortaba, la nueva armadura le daba algo más de seguridad. El sangre le hervía en las venas, las ganas de matar la impulsaban. Era como una bestia enfurecida, preparada para dar lo mejor de si, preparada para hacer lo único que hacia bien, lo único que sabía. Preparada para matar.

Recordó el camino, en silencio, en formación. Lo incomoda que se sentía al tener que obedecer, lo difícil que le era controlarse. Destellos de luz atravesaban el cielo y el fuego quemaba todo lo que tocaba. Escuchaba gritos de furia y de dolor. Veía caras asustadas, doloridas y enfadadas. Quería romper las filas, empezar a correr y hundir sus armas en la carne de sus enemigos. La ansiedad era cada vez mayor, las puertas parecían no ceder nunca, bajo los golpes que recibían. Tenía que obedecer, por muy grande que era el llamado del campo de batalla.

Lo consiguió. Mantuvo su posición hasta que una bendita orden la liberó. Tensó todos sus músculos y en un instante estaba empujando el ariete. Un crujido anunciaba lo que todos esperaban, las puertas se abrían, por fin.

Sintió en sus fosas nasales, el humo y el olor de la sangre. Inspiró profundamente e intentó saltar por encima del ariete. Recordó como falló, como se ha enfurecido tanto que perdió el control de sus actos. La armadura le quitaba el aire y la entorpecía, la respiración era un resollar, un nuevo intento y el salto que antes fue un fallo, ahora era un éxito. Miró a su derecha y vio a Chugrat. Su visión era tan horrenda, que volvió la mirada. A su izquierda era el que sería su primera víctima.

Recuerda haber golpeado y ser golpeada. Poco rato tardó y sintió como la sangre de su enemigo tocó su piel, las gotas rodaban sobre ella hasta llegar al suelo. Enfurecida, acumuló toda la fuerza que podía, se acercó a Chugrat y sin vacilar, sin tener miedo y sin dudar, le golpeó. Y luego...

Ahora sentía lo que antes no pudo. El dolor, su viejo amigo y eterno compañero. Su abrazo la arrebató del medio de la batalla. Ni lo ha visto venir, solo se ha dejado llevar por él, sufriendo sin poder gritar, solo soñando con el despertar, esperando que aquello no sea su ultimo suspiro.

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26/06/2013, 20:28
Sabandija.

SABANDIJA: Batalla del fuerte Chuda

 

-Arrrgggg.


Mula de carga empujaba el ariete  obviando el peligro de alrededor y jadeando como una gacela en celo…ah no, no era Mula de Carga, era Sabandija, el pequeño y escurridizo K´Hlata de lustroso cabello.  ¿Cómo había llegado a parar allí? Lo sabía bien, pero no quería ni pensarlo. En su interior, mientras empujaba, sólo se repetía, una y otra vez:¡¡ Tonto, tonto, tonto!!


La noche anterior había dormido relativamente bien pensando que había jugado muy bien sus cartas. Primero le habían asignado una armadura que protegía su frágil piel y, aunque  no se acostumbraba aún a llevarla y le producía rozaduras en todas las articulaciones, merecía la pena por un poco más de protección. Segundo, no sólo había conseguido la protección física, sino también la espiritual.  Los sabios consejos de Rastrojo le habían valido para hacerse, a última hora, con un amuleto protector.  Una ristra de batatas, que había dejado a deber a Comerciante, y que llevaba bajo la armadura, con resultado bastante incómodo. Pero no le importaba, pues absorberían la energía espiritual que le acosaba, desviando las lanzas de sus enemigos y la sed de sangre de su vaporoso hermano. Por último había conseguido situarse en una posición cómoda en la batalla. A falta de arco, iría detrás del grupo del ariete, con la protección del enorme armatoste, pero sin el riesgo de tener que empujarlo.


Todo se desmoronó al día siguiente.  Como era habitual, toda la organización se fue al traste al comenzar la batalla. El ariete no avanzaba y el estúpido de Sabandija, obnubilado por algún extraño sentimiento de camaradería y arengado por la valentía de algunos compañeros, había decidido ayudar a empujar. Craso error. Su intención era haber ayudado a ponerlo en marcha, y posteriormente, retirarse disimuladamente hacia atrás. Peor una vez posó la mano en el ariete ya no la pudo despegarla más.


-  Tonto, tonto y retonto.-Se repetía sin cesar. ¿Cómo iba a dejar de empujar delante de Ponzoña, Reyezuelo, Pelagatos y los demás? Si sobrevivía a la batalla y ellos lo contaban su castigo sería peor que la muerte, estaba seguro. Así que empujó con resignación, dejándose llevar por la inercia de la corriente que le llevaba a la muerte.Más que una sabandija parecía una jirafa, por como estiraba el cuello para ver el campo de batalla. Más le hubiera gustado ser un avestruz. Un cuello largo para estirar, unas patas fuertes para echar a correr y enterrar la cabeza para no sentir la vergüenza.


-No... no... no... esto no puede ser…Hay que ser estúpido.


Cuando empezó a ver caer las lanzas del enemigo, las piernas apenas le sostenían. Encima Reyezuelo, que antes le protegía  con su enorme escudo, ahora se quedaba atrás, cojeando como un viejo.


-Qué buena estratagema. Yo también podría lesionarme. - Al menos esperaba que el improvisado amuleto, que le había aconsejado llevar Ratrojo, funcionara... Entonces lo vio.


Unas lanzas salieron de la torre vigía cayendo alrededor del chamán. ¿Le habrían dado? Un sudor frío perló el labio superior del K´Hlata. ¡Qué sentimiento tan extraño! ¿Temía por la vida del chamán o sólo por perder su protección durante la batalla?


No es que le flaquearan las fuerzas...más bien le flaqueaba la voluntad. Aún así empujaba el ariete, aunque con cierta desgana. Se dedicaba más a observar el frente de batalla al que se aproximaban inexorablemente. La sangre ya empezaba a derramarse por el suelo, y no precisamente la de sus enemigos. Había perdido de vista a Rastrojo, pero pronto encontró otro punto sobre el que detenerse. Ojopocho estaba lanzando flechas incendiarias con gran habilidad. ¡Bendito sea! Le dieron ganas de decir, ¡he ahí mi Hermano de Capa y mentor!.


Siguió empujando, como un autómata. No sabía que cada pasito que daba le acercaba más al a muerte. Una lluvia de lanzas sobrevolaban su cabeza. Un golpe sordo y Sabandija, que estaba empujando el ariete, salió disparado como un pesado fardo contra Avestruz y posteriormente al suelo, donde derramó su sangre, que salía a borbotones de la herida. Otra vez la sensación de presión y el posterior desgarro de la piel, dejando paso a la punta de la lanza entre las tiernas entrañas. No le dio tiempo a reaccionar, ni a solicitar la protección de la ristra de batatas que guardaba debajo de la nueva armadura de cuero...ni a gritar siquiera. El dolor fue tan grande que no pudo soportarlo y todo se volvió negro y frío, pero al menos dejó de ser consciente. De lo que no había sido consciente era de que en realidad sí había gritado. Un grito helador, agudo y desgarrador.


-!AArrrrrrgggg!!


Quedó tumbado en el suelo con las manos rojas por la sangre, que agarraban inconscientes el mango de la lanza penetrando su frágil cuerpo.


Nadie sabe lo que hay después de la muerte. Sólo un fino velo separa ambos mundos, el de los vivos del de los muertos. Pocos pueden pasearse por esta fina frontera y contarlo.  La negrura…la ausencia total de sentidos, la dulce sensación de no sentir nada. Así flotaba Sabandija, en un mar de tinieblas frío, pero al menos indoloro.  De repente una mano lo agitaba, ahogándose con el agua ardiente que le desgarraba las entrañas como un ácido.  Sólo veía al espíritu de su hermano, que tiraba de él con fuerza, riéndose con una voz de ultratumba. En su boca masticaba las batatas que se suponía debían protegerlo de él y, cuando las aplastaba con sus dientes putrefactos, salían gusanos de su interior. Tiraba de él con fuerza para sumergirlo en las negras aguas. Pero algo le impedía hundirse. Un sentimiento cálido, pero no por ello menos doloroso. El dolor volvió a inundarlo todo y no podía soportarlo más. Otra vez no.

 

Notas de juego

He hecho un refrito de lo que ya había posteado enla escena más alguna cosilla nueva.

 

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27/06/2013, 00:39
Peregrino.

EL alba llega cuando me bajo del carro de los heridos. El viaje ha sido largo pero sumamente reparador para mí. Creo que estoy tan acostumbrado a viajar a pie por miles de kilómetros que soy capaz de descansar incluso en estas condiciones. Al bajar, lo primero que veo son los muros del Fuerte Chuda coronando el paisaje.

Me bajo del carro y tomo mis cosas: Una lanza a dos manos que me pongo en la espalda, un machete que me pongo al cinto. Una cuerda con arpeo para escalar el muro y con eso estoy completamente listo. Nada más necesito para cumplir mi misión, la que no es otra que entrar lo más sigiloso posible en el fuerte, escalando sus muros y así matar a todos los enemigos que pueda en el interior, intentando abrir las puertas si es que el ariete no es suficiente para ello.

La orden de avance se da y entiendo que debo comenzar con mi parte, por lo que me escondo entre unos arbustos y comienzo a avanzar sigilosamente hacía los muros. Me desvío un poco hacía el oeste pues los vigías divisan sin mayores problemas al resto de La Compañía y comienzan a atacar con lanzas y otras armas arrojadizas que alcanzan a mis hermanos y comienzan a hacer estragos en nuestras filas. Los valientes hermanos que llevan el ariete comienzan con sus esfuerzos por acelerar la marcha de la máquina de asedio de una manera muy brava y me enorgullezco de ellos, lamentándome de no estar entre ellos y refugiarme en la seguridad de un caos donde no me he notado.

Una roca primero, luego un matorral, un pequeño árbol, un arbusto luego. Un montículo de tierra es mi siguiente escondite mientras avanzo en silencio. Avanzo escondido, usando los distintos elementos del terreno que me ofrecen un lugar donde refugiarme de los ojos y las miradas de los vigías que están sobre los muros, divisando a los atacantes que se acercan para el asalto.

Sigo avanzando hasta llegar al muro oeste. Me detienen un foso lleno de estacas. Miro hacía atrás y veo que Asesina y ese hombre de las hachas que estuvo en mi rescate me siguen. No sé quién es pero lucha bien y parece ser conocido en toda La Compañía. Lanzo mi arpeo y este se cuelga de manera silenciosa, tal como lo intenté. Comienzo a escalar evitando el foso y luego subiendo de manera silenciosa. Finalmente llego a la parte superior, desde donde veo que un par de fantasmas irredentos vigilan este muro sin haberse percatado de mi presencia.

De un rápido salto atravieso la empalizada y caigo en el pasillo. Saco la lanza de mi espalda y se la entierro al Fantasma irredento en la espalda, a quien tomo completamente desprevenido. Su sangre salpica mis manos, cálida y pegajosa, revitalizándome y recordándome lo que se siente el dañar a tus enemigos para conseguir la victoria. Rápidamente comienzan a ingresar mis compañeros, mientras que los otros fantasmas abandonan al atacado pues mis hermanos parecen haber atravesado las defensas del portón con el ariete, lo que nos acerca mucho a la victoria.

Mis ataques se sucedieron con velocidad, pero el enemigo era sumamente esquivo y evitó mis golpes hasta que finalmente le acabamos entre todos, a pesar de que en un error grave Ikharus ensarta un hacha de mano en la espalda de Asesina, sin consecuencias fatales por suerte. Ahora nadie queda en el muro oeste como para oponerse a nosotros pues todos están en la zona de las puertas, donde el ariete ya ha entrado y mis hermanos ya han comenzado la matanza en el interior del fuerte.

Me bajo rápidamente del muro y camino hacía la batalla, divisando a uno fantasma irredento detrás de aquel enorme hombre que devastó a los Arqueros en el camino a Cho'n Delor. Parece una terrible maquina de asesinato que ha matado a varios de nuestros mejores luchadores, incluyendo al propio Teniente. Llego por detrás del fantasma irredento y le clavo mi lanza en las costillas, para que después el caballo de Lengua Negra le remate.

Miro la zona y veo un lugar desde el cual atacar a Chugrat y hago unas piruetas para llegar allá, saltando por el lado del enemigo. Llego a una parte desde donde puedo atacar, pero piso mal un cuerpo que estaba tirado y tropiezo, cayendo al suelo. Miro las pocas nubes que surcan el cielo y pienso en que moriré por inepto, pero en ese momento escucho el cadáver de Chugrat caer. Me pongo de pie y veo al resto de los enemigos deponer las armas.

Camino mirando lo que ha quedado en la zona y veo el cadáver del noble que me hirió y mató a Jabalí. Tomo mi espada de entre sus manos muertas y la miro. El sol se refleja en su filo inmaculado y siento el viento tibio sobre mi, revolviéndome un poco el pelo. Recojo la vaina de mi espada y me la cuelgo al cinto. Luego saco mi pellejo con agua y limpio su filo antes de guardarlo en él. Por primera vez en mucho tiempo, me siento completo.

Veo a Matagatos moribundo y a Loor intentando bajarlo con cuidado del caballo, por lo que corro en su dirección y la asisto en esa labor. Le tomo en brazos y le aparto del campo y los cadáveres, dejándolo en un lugar más tranquilo para que pasen las tropas y los carros sin pasarle por encima. La batalla ha terminado pero nos ha costado mucho y buenos hombres han perdido su vida en este asalto. He tenido la suerte de haber sobrevivido, pero muchos otros no la han tenido, por lo que debemos valorar lo obtenido y respetar lo ganado por el valor en vidas que ha tenido.

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27/06/2013, 11:44
Odio.

Los eventos de los últimos días habían llevado a Odio y sus hermanos de la Compañía hasta las puertas del Fuerte Chuda. Se suponía que iba a ser una gran batalla, y un duro golpe a las fuerzas enemigas si la Compañía lograba hacerse con esa posición.

Era un espectáculo digno de verse, los miembros de la Compañía se desplegaron de forma ordenada y se distribuyeron a lo largo del campo de batalla. Conocían las posiciones del enemigo y cómo era el fuerte por dentro. Sabían que su líder, Chugrat, era un gran guerrero, y probablemente tendrían que combatir hasta abatirlo.

Parpadeó mientras observaba una nube de lanzas en el cielo. El enemigo comenzaba a atacarlas, incluso aunque todavía no pudieran alcanzarles. El resultado era una visión de muerte que sobrevenía desde el cielo. Quizá contaran con el factor miedo, pero los miembros de la Compañía eran guerreros bien entrenados, el miedo no podría con ellos. Odio observó a su superior, Manta. Siguió sus órdenes al pie de la letra y tuvo que mantener la calma y serenidad, mantener la sangre fría, cuando vio a hermanos suyos atravesando las puertas del fuerte y entrando en combate, mientras ellos aún permanecían alejados.

Odio sentía verdadero odio por aquellos enemigos que les habían atacado primero desde lejos, y a los que ahora podía escuchar combatiendo contra otros miembros de la Compañía. Una lanza se clavó a los pies de Odio, éste la miró y luego siguió la trayectoria para ver el camino de vuelta y averiguar qué enemigo le había atacado. Lo detectó encima de la empalizada. El fantasma sonreía y preparaba una nueva lanza. Odio le miró furioso… con una ira ardiente en su interior inspirada por el odio puro y verdadero… Malos pensamientos se agolpaban en su interior mientras deseaba descuartizar a aquél hombre, reducirlo a una pulpa sanguinolenta… Y cuando la ira estaba llegando a su punto máximo, cuando alguno de sus compañeros comprobaba cómo las venas de la frente de Odio estaban a punto de reventar de lo hinchadas que estaban, una nube de gas verde apareció. Docenas de calaveras devoradoras atacaron a aquel fantasma y acabaron con él y con otros enemigos. Odio sonrió satisfecho, convencido de que su habilidad para odiar a los demás le ayudaría siempre en combate. Nunca se le habría pasado por la cabeza la posibilidad de que no fuera su odio el artífice de tales eventos.

Odio estaba confuso. Desconocía cuánto tiempo había estado mirando mal a su enemigo hasta que apareció la nube verde con las calaveras devoradoras… pero ahora Manta y sus compañeros se encontraban a tiro de carrera del interior del Fuerte. La batalla había continuado y Odio no había escuchado los gritos de muerte o gritos de batalla. Observó el fuerte al completo lamentando el haberse quedado empanado mirando a aquel fantasma. Había muertos por todas partes, miembros de la Compañía y enemigos por igual… en el interior del fuerte divisó al líder enemigo, haciendo frente a varios hermanos… Observó a Loor trepar por una de las torres y subir a la empalizada, y por fin se decidió a hacer algo.

Detectó a Keropis enfrentándose a un enemigo, cerca de la puerta de entrada al Fuerte, y Odio se acercó casi a la carrera hasta él, situándose junto a Keropis para protegerle el flanco. Pero no hacía falta mucho. La batalla estaba acabada. Chugrat cayó y, con su cabeza en manos de Campaña, las esperanzas del enemigo murieron. Los pocos enemigos que quedaban en pie depusieron las armas, y Odio les miró con ira… había llegado tarde, no había podido combatir a ningún enemigo… y eso le traería mala suerte. Odio necesitaba descargar su odio al mundo de alguna manera, y hasta ahora la mejor de sus opciones había sido siempre enterrar su arma en el cráneo de algún enemigo.

Se lamentó de haberse quedado demasiado rato concentrado en aquel enemigo de la empalizada, pero se regocijó al pensar como su odio puro había reventado a aquel cabrón… Y comenzó a pensar si sería capaz de repetir aquello. Era una forma de llevar su odio distinta de la habitual… quizá no tendría por qué andar dando tajos a diestro y siniestro. Observó los restos del campo de batalla y se lamentó al ver a alguno de sus hermanos caídos… Por mucho que odiara, seguían siendo sus hermanos y habían dado la vida por la Compañía. Les rendiría los respectivos honores cuando prepararan los funerales. Por el momento se dedicó a mirar mal a los pocos supervivientes, preguntándose si el Capitán le dejaría odiarles hasta el punto de que explotaran… tal y como había hecho en la torre.

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27/06/2013, 11:45
Khadesa.

Fuerte Chuda, Día 15 del Mes del Castor del año 201.

Sentada en el suelo, junto a Serpiente, Khadesa llora.

Todo ha acabado, y el grito que proclama la victoria de la Compañía Negra resuena aún, propagándose, reverberando entre los cuerpos, deslizándose por la sangre, muriendo entre los muertos.

Se encuentra a sí misma con la mano crispada sobre Noche, su daga ritual, con más determinación que soltura. Sin ni una herida más que en su interior. La herida que sangra con lágrimas, la que perdura para siempre.

Casi ni puede mirar a su alrededor, ni se atreve, el peso del precio cayendo sobre la conciencia como una losa, un precio demasiado alto para ella, aunque no para la Compañía. Por prestigio. Por honor. Por orgullo, quizá... piensa en Lengua Negra, y en las palabras antes de la batalla, su decisión. Le comprendió entonces, y le comprende ahora, sí.

¿Quiénes de entre todos ellos siguen con vida? No puede decirlo a ciencia cierta. No ha estado en la batalla, aunque sí lo haya estado su cuerpo.

Khadesa ha sido durante la mayor parte de la lucha, simplemente, un bloque de piedra con su forma. Estática, inmóvil, apenas se movían sus cabellos con la brisa, eso era todo. Incluso avanzando, andando, su horizonte no ha sido otro que el magma verde de las calaveras generadas por la energía desprendida del mago. El poder desenfrenado. El pozo, el absorbente y oscuro pozo de tinieblas, allí donde la línea se quiebra, dónde ella nunca creyó poder asomarse y sin embargo se ha obligado a hacerlo.

No, no sabe casi nada de la batalla, concentrada como ha estado en ayudar a Serpiente, no la ha presenciado hasta casi ya finalizada, la mente sumida en un océano de pestilencia atroz. Mareada, asqueada. No sabe quién ha caído, en este primer segundo de lucidez. Por eso ahora sí busca, busca a los que siguen en pie, a los que gritan, busca rostros, armaduras, los ve entre las lanzas levantadas, triunfantes. Los ve con los músculos tensos, las facciones contraídas o exultantes. Y ve también cuerpos inertes, ensangrentados, quizá aún con el hálito de la vida, quizá ya no.

Poco a poco regresa a la razón, y con ella a la realidad. Y su consciencia se abre camino entre los recuerdos. Recuerda los preparativos del día anterior, el avance, los símbolos de la buena suerte, recuerda sus visiones...

La noche que había precedido la batalla había sido muy dura, incluso para ella. Sabía a lo que iban, y sabía que nada podía evitarlo. Durante el avance junto con los guerreros había estado sufriendo una retahíla de pensamientos de sangre y de muerte. La sangre y la muerte que ahora la rodean.

Una dura ironía, sus símbolos. El de Campaña, magnífico, y que sin embargo no le ha librado de la ceguera y de la impotencia derivada de ella. Y el de Attar, que le había salido impresionante, una pantera aterradora...

Attar... Ahora lo sabe, acaba de verlo: está muerto.

Una punzada de dolor la atraviesa. No sólo él. Muchos más andan ahora por la senda de los espíritus.

Con un suspiro bendice el impulso que tuvo, antes de que todo empezara, de hablar con unos y otros. Iban a la batalla, quizá a la última. Debía quedar en paz con sus deudas, y lo hizo. Y lo ha sido, la última, para muchos. Aunque, gracias a la Madre, no para todos.

Había agradecido a Ojopocho y a Dedos su protección, y abrazó a Caracabra. Era algo que le debía... Ahora le debe la vida, además. Les mira, están aquí, Dedos herida, Caracabra silencioso y fiel, pero vivos. Han cumplido con su tarea protegiendo al mago. Quien ha llevado sobre sus espaldas el mayor de los retos, y el más ominoso, el de la tenebrosa corrosión de la magia.

Se comprometió con Ponzoña. Con su hombre, su amor, el primero y el único. Sí, sería su mujer, su esposa, si salían de ésta. Y si no lo hacían, lo sería en las estepas del otro mundo. Así se lo dijo. Y si ella le sobrevivía... no habría otro. Eso no se lo dijo, pero no fue necesario. Lo dijeron sus ojos. Le dibujó en la piel su protección, sin más tinta que su propio rastro. Y no, no fue necesario más.

Las lágrimas en sus ojos se suavizan, cuando le ve, cuando le sabe con vida. La protección, suya o no, su propia suerte, o la Madre, le ha preservado. Será su mujer, las estepas de la muerte les esperarán un poco más.

Se despidió de su hermano. Sí, se despidió. Era lo que Matagatos deseaba, y ella sabía, sentía, que iba a la guerra con la decisión tomada. Iba a su destino, y se entregaría a él. Y si el destino era la gloria, la victoria, saldría de allí transfigurado. Pero si era la muerte, el luchador que era su hermano no titubearía. La enfrentaría con una sonrisa aterradora, y moriría con más gloria aún, con la victoria aún más asumida.

Matagatos también regresará, su destino ha sorteado la muerte, aunque no el dolor. Está tendido en el suelo, allí lo han depositado con sumo cuidado Peregrino y Loor, la Guerrera de la Diosa. Está vivo aún, gracias a ella, y la Quinta siente que ha contraído una deuda con aquella mujer a quien había despreciado, le debe una disculpa que no evitará.

Sus recuerdos la asaltan como vendavales desbocados, cada momento, cada segundo antes de la lucha amarga. Revive los rostros, las expresiones, deseando suerte a cada uno de los hombres y mujeres, Hostigadores, Campamenteros, Exploradores o de Caballería. Con palabras o en silencio, con gesto o con mirada. A sus primos, a sus amigos, uno a uno. Todos. Ahora los recuerdos son imágenes, la realidad la envuelve, y de aquellos a los que habló, a los que miró a los ojos, han encontrado su suerte, buena o mala. Unos viven, otros agonizan, otros han perecido. Y ella... llora.

Y sus visiones. De poco han servido, en esta danza de dolor, aunque sí de algo. Lo que vio la dejó exhausta, sus visiones habían sido reales como filos de espada. Y así se han confirmado. Reales como filos de espada. El hombre colosal del alfanjón, Chugrat, que yace ahora decapitado, a los pies de aquellos a los que más ama, junto con su hermano. Chugrat, muerto por Lengua Negra, Ponzoña y Campaña, no uno, tres para que se cumpliera su destino. Letal como su bruja, Chuda, a la que vio llevando la desgracia al Capitán... que quién sabe si está muerto. Vio a Peregrino recuperando su arma, la curvada hoja de extraños reflejos. Que lleva ahora en su cinto. Y a Cresta, la mujer que había sido su compañera durante un largo trayecto, con la que había hablado durante horas en el pescante del carro. La vio muerta también. Reza para que no haya sido así, nunca ha deseado tanto equivocarse...

Porque presenció en su trance el caos, la confusión por doquier, por todas partes la matanza, la sangre y las entrañas esparcidas. La muerte de docenas y docenas. Enemigos, sí, pero también amigos. Y lo que vio ayer, ahora la rodea...

Ahí están otros cuerpos desmadejados, el de Pipo, el de Michou, el de Derviche. Sino. Attar, al que Manta lleva como un hermano lleva a un hermano. Rastrojo, Sabandija... tantos otros. El Teniente. Inertes, inmóviles... y ella sin poder saber quiénes viven, y quiénes no.

La Quinta aprieta los dientes con rabia, con dolor. Un gemido se escapa, un quejido, de su alma y de sus labios. Ha estado allí, y no ha estado. Y es ahora, que todo ha terminado, cuando se enfrenta a la verdad.

Pero, de pronto, se da cuenta. No es lo que ha sido, y ella no ha visto. No importa. Está ahí, y también ellos. Y las lágrimas, que han sido inevitables, necesarias, homenaje y redención, deben cesar. Ya no sirven de nada, no hay más.

Lentamente se pone en pie, y se yergue. Otros están ya en pie, aún en pie. Sus ojos húmedos se elevan, el cielo azul de primavera es un manto límpido, ajeno al vórtice de negros y rojos de la tierra.

La batalla ha terminado, y se ha ganado. Ha llegado el momento de sobrevivir a la victoria.

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27/06/2013, 13:32
[RIP] Attar.

Attar ya se encontraba posicionado para empujar el carro del ariete, con su nuevo camisote de mallas y el mandoble de su padre a la espalda. Un solo vistazo al fuerte le dejó claro que aquello no iba a ser fácil. Pero la Compañía Negra siempre salía victoriosa, y aquello no iba a ser diferente.

Se dio la orden, y el ariete empezó a avanzar. Aunque lentamente, iban acercándose a su objetivo, aquellas puertas que debían derribar para facilitar el avance del resto de sus compañeros, especialmente de aquellos montados a caballo. Poco a poco, el fuego de la batalla fue avivándose. Algunas lanzas volaron en dirección a otros compañeros, que habían sido más rápidos que el ariete. Escuchó gritar a Campaña que se había quedado ciego, aunque no sabía exactamente como había sido. Pero aquello no importaba, sólo lo hacía la puerta.

Uno de los jinetes, le parecía que Matagatos, se adelantó a la carrera y lanzó un barrilete a la puerta. Segundos más tarde, unas flechas incendiarias prendieron el líquido que contenía, debilitando la puerta.

Cada vez estaban más cerca. Esta vez volaron algunas lanzas hacia ellos, y Attar gruñó cuando una atravesó la cota y se le clavó, pero no había tiempo para quejas, ya casi estaban allí. El ariete recorrió velozmente, al menos comparado con como habían avanzado, los últimos metros, estampándose con gran estrépito contra la puerta. Dos de aquellos que se encontraban empujando, Sino y Pipo, no aguantaron más el ansia de combate y entraron saltando a través del agujero. Por suerte, llegaron más refuerzos al ariete, y consiguieron embestir de nuevo antes de que los ocupantes del fuerte aseguraran la puerta.

Su siguiente cometido, apartar el ariete, se vio impedido por sus enemigos, que ya habían llegado y les atacaban. Attar sacó su mandoble, ante la imposibilidad de hacer nada más, decidido a abrir un sendero sangriento para que el carro pudiera ser apartado. De un solo golpe acabó con un enemigo, y estuvo cerca de alcanzar a otro. A través del fragor de la batalla pudo observar como Chugrat, aquel gigante que acompañaba a la bruja Chuda, se acercaba y le miraba desde detrás de unos Fantasmas Irredentos, con una siniestra sonrisa que prometía muerte.

Sin embargo, Attar no era un cobarde, y siguió atacando, aunque ésta vez de un modo más prudente. Otro enemigo probó su acero, aunque ésta vez no bastó para tumbarle. El mestizo se encontraba herido por las lanzas en respuesta a sus ataques, y finalmente, el gigantesco guerrero enemigo se plantó cerca de él, y descargó dos potentes golpes con su arma en dirección al mestizo. Ambos impactaron. Attar ni siquiera fue consciente de que aquellos golpes habían acabado con él. Su último pensamiento, de hecho, fue preguntarse por qué el suelo se acercaba así a sus ojos. 

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27/06/2013, 13:37
Odio.

Cuando la adrenalina comenzó a disiparse, el hiena sintió como la rabia hacía el enemigo se iba con ella. El odio que sentía producido por el fragor de la batalla comenzó a evaporarse del cuerpo del joven campamentero. Sin embargo, otra sensación aún peor comenzó a envolverle, a quemarle, una desazón inmensa...la frustración. 

No había sido capaz de ayudar en batalla, apenas había retirado un par de cadáveres enemigos para limpiar el acceso. Se miró el cuerpo, impoluto, apenas manchado por sangre seca y algo de tierra. Empezó a sentir el odio otra vez, pero esta vez un odio hacía su persona, hacía su propio ser, hacía su evidente falta de acción y reacción.

Siempre había querido ser alguien, aceptado en un grupo, algo que comenzaba a ser en La Compañía. Aunque había Jurado sin Hermano de Capa, era un Hermano más de la Compañía, algo que se había ganado con la sangre enemiga y la suya propia. Cuando tenía ser un miembro más, cuando tenía tan cerca ser considerado un igual... lo había estropeado, había fallado a todos y, sobretodo, a si mismo. Volvió a sentir la quemazón, ardiendo en su pecho, en sus manos... en todos los músculos de su cuerpo. Era rabia, en estado puro, un odio ferviente que se aferraba, devorando cada centímetro de su estúpido cuerpo, de su inútil existencia.

Hincó la rodilla en el suelo, abatido por su propio rencor. Los pensamientos inundaban su mente, lo desbordaban. Había conseguido el aprecio de Loor para que luego ésta, finalmente, le hubiese negado poner la Capa sobre sus hombros, y era culpa suya, del maldito Odio. Había conseguido ser un hermano y, ahora, seguramente, sus compañeros le repudiarían y lo verían como aquél muchacho que llegó a la compañía hacía tiempo y en el que nadie podía confiar. Recordó lo que Loor le dijo una vez: " Un buen soldado se puede medir por lo que sus compañeros confían en él". Se sintió el peor soldado del mundo.

¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARGGGHHHH!!! - gritó con la rodilla apretada contra la tierra. Un grito desgarrador que desparramaba desesperación y, por qué no, miedo. Su mano derecha aferraba la inmaculada lanza con una rabia desmesurada...y unas ganas tremendas de clavarla en su propia y despreciable carne.

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27/06/2013, 14:31
Ponzoña.

El guerrero K' Hlata bajó su maza, rodeado de cadáveres, el último enemigo vencido a sus pies si bien no hubiera acabado muerto por el peso de su mortal arma. Su cuerpo estaba cubierto de una pátina de sudor, sangre y polvo, el pecho se agitaba bajo la potente y agitada respiración y su corazón seguía bombeando frenético como si la batalla no hubiera finalizado. Pero el grito de victoria de Lengua Negra y la cabeza decapitada de Chugrat hablaban de lo contrario. Se agachó en cuclillas y tomó aquel macabro trofeo entre sus manos, espetándolo en la alabada de Campaña.

-Alza nuestra pieza para que todos puedan verla, hermano. El León enemigo ha sido descabezado. Que los dioses y los hombres contemplen nuestro triunfo y nos teman -dijo el Hiena.

No, no había sido sencillo, y en medio de la victoria Ponzoña sentía un sabor agridulce. Se recordó a sí mismo en los momentos iniciales, cuando tras la larga marcha nocturna en pos de su enemigo y de su guarida, habían alcanzado la pradera en la que esta se hallaba. Las heridas de su anterior combate seguían frescas, sin cicatrizar y era consciente de su debilidad, de sentirse como un cachorro con colmillos de leche y garras sin fuerza. Y ante él, bajo los primeros rayos del nuevo día, se extendía un campo de hierba sobre el que flotaba la niebla matutina, lechosa y densa, desfigurando los contornos, impidiendo que oteara a su presa. Las mulas habían sido retiradas y el ariete que los había ralentizado en su marcha, ahora se mostraba como un gigantesco búfalo de pesada cornamenta que había de ser arrastrado para embestir algo que sólo unos pocos alcanzaban a ver. 

La espinosa maza colgando al cinto y su escudo lo acompañaron en su breve andadura hasta la máquina de guerra. Su poderoso brazo izquierdo se sumó al de otros para dar vida y movimiento a aquel animal construido por el hombre. Durante lo que se le asemejó una eternidad músculos y tendones solo sirvieron a aquel fin, y en aquella tarea mecánica su mente divagó. Pensó en Khadesa, en su asentimiento, y el deseo de vivir afloró de forma cruel en las fases previas a una batalla donde sólo la muerte estaba asegurada y donde la vida era una frágil esperanza al que mejor desatender. 

Dudó, y la duda le condujo al error, como una estúpida gallina de Guinea que ante la amenaza trata de volar sin recordar que no puede hacerlo. El sudor corrió por su frente, cegando sus ojos e irritándolos, impidiéndole ver más allá. Un sentimiento de impotencia desconocido hasta entonces le embargó, pero la voz de Campaña lo sacó de la bruma que parecía envolver su mente. Cegado como estaba su hermano, la realidad se impuso y como el ñú mordido por un chacal, reaccionó por fin. Juró ayuda, la frialdad regresó a él y en su voz las órdenes volvieron a ser coherentes. 

Paso a paso el ariete siguió avanzando empujado por oscuros y K'Hlatas, hermanados por un juramento y la necesidad. Y por fin, la alta empalizada de madera, el amplio foso y sus crueles dientes se hicieron presentes. Como un cocodrilo que descansara en la orilla de un río, temible y amenazador, aquella pequeña sima dentada fue evitada. Más como monos encaramados a un árbol que arrojan sus excrementos, los fantasmas reaccionaron a su proximidad con lanzas que iniciaron el baile de sangre que les había sido prometido. 

Había visto los esfuerzos de los jinetes, que como una manada de hienas bien organizada habían intentado herir la puerta sin apenas resultados. Ahora era su turno y con la sobrehumana fuerza de diez hombres, el gran búfalo de madera embistió la puerta quebrándola y empujándola. Apenas fue consciente de lo que más allá podía haber, sólo sabía que debían seguir embistiendo con la furia ciega de un animal herido y acorralado. Y sin embargo, los jóvenes cachorros, ansiosos de probar su primera sangre abandonaron el fin común en favor de la gloria personal. Intrépidos pero estúpidos y que habrían de pagar cara su valentía mal entendida. Nuevas manos se sumaron y la pesada máquina terminó su labor. Ahora sí era la hora de la batalla. 

La gran maza fue apresada por un brazo que la sintió liviana tras el esfuerzo anterior. Su mirada buscó al enemigo. Aquel que había derramado su sangre en un traidor zarpazo. La furia se derramó como un frío fuego por todo su cuerpo y en un amplio floreo decapitó a su oponente, como la mantis que devora a su macho. Y entonces, surgida de la nada, una sombra oscura y pesada apareció ante él como si de la propia muerte se tratará. Lengua Negra a lomos de su caballo, volando sobre ellos como una gran águila,  era el heraldo de la destrucción. El nuevo líder de los Campamenteros actuaba como jamás antes le viera hacerlo. Y en un baile conjunto, cuervo, caballo y hiena, mordieron, picaron y patearon, y en su derredor, los cuerpos enemigos se apilaban en una pira que no conocería fuego. 

Unos tras otro, los fantasmas cayeron, rotos sus cuerpos y desgarrados sus espíritus. Pero también cayeron hermanos. Junto a él, Attar fue sádicamente destrozado y la sangre roja de su hermano lo bañó, en un bautismo cálido y rojo. Gritó una vez más, de furia y dolor, y su arma y cuerpo buscaron regalar la muerte como el áspid regala veneno. Apartó cuerpos, pisoteó otros, y su maza clavaba ardientes y frías espinas de hierro. Y por fin llegó hasta el gran enemigo. El gran elefante cuyos colmillos chorreaban de la sangre de los suyos. Y como la presa en la que se había transformado, la manada, su manada, lo rodeó. Vio golpes de alabarda de Capaña, los machetes de Derviche moverse como las de un colibrí, caballos encabritarse y golpear la carne magullada y herida del elefante, vio al pequeño Pipo colgarse como un gelada y asestar sus mordiscos con furia, su propia maza arrancar carne y astillar huesos. Olió el miedo del viejo y poderoso elefante y vio cómo la lanza de Lengua Negra segaba para siempre su imperio de muerte. 

Su brazo colgó entonces laxo, mientras su hermano separaba cuerpo y cabeza, impidiendo así su regreso. Sonrió con crueldad y se agachó a recoger aquel trofeo.

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27/06/2013, 16:48
Niño Guerrero.

BATALLA DEL FUERTE CHUDA: NIÑO GUERRERO

- …Inútil…quita de en medio….no haces más que estorbar…. aparta de ahí… no quiero volver a verte…debía haberte tirado al río cuando naciste…vete y no vuelvas más…


Las voces de su familia le penetraban en la cabeza, resonando como un eco sin fin.  Una fuerte presión en el pecho le dejaba casi sin respiración. ¿Qué extraña sensación era ésta? Jamás había sentido algo así.  No era miedo, ni  cobardía. De repente no se sentía capaz de entra en batalla. Apenas podía tragar, ni escuchar, ni ver…una lucha interna se debatía en su interior. Afortunadamente la voz de Sino le había vuelto a traer a la realidad. Lo haría por sus compañeros, su familia de verdad. Le costó meterse de lleno en la batalla. ¿Cuánto tiempo había estado perdido?


Finalmente consiguió colocarse a la altura de los arqueros, Ojopocho y Ballestero.  Observaba la escena con horror, pero se obligó a mantener la sangre fría,  coger unas de flechas del carcaj y colocárselas en la boca. ¿Dónde habían quedados las palabras del sargento Falce? Combatir con prudencia, no más héroes que enterrar... Los exploradores estaban siendo el blanco de las lanzas de los enemigos.  No podía pensar en otra cosa, ni en el ariete ni en la magia de Serpiente.
Respiró hondo para templar el pulso y lanzó una flecha tras otra hacia los enemigos que hostigaban a sus compañeros.

¡¡PUM!!

Niño guerrero escuchó claramente el retumbar del ariete en la puerta del fuerte.El combate se había precipitado más si cabe y no pararía hasta que todos los enemigos de la Compañía yacieran sin vida.  El ariete, el cual había recorrido el trecho que discurría hasta la puerta en una lenta agonía, había logrado abrir una gran brecha. Las semillas de la muerte que había dejado en su camino habían dado sus frutos.


Se sentía un cobarde, viendo desde la distancia como acribillaban a sus compañeros. ¿Pero qué podía hacer? Hasta que  no hubiera un buen hueco por donde entrar, era más útil con el arco. La ira templó su pulso y alcanzó a coger otras tres flechas y, como si el arco formara parte de su propio cuerpo, las lanzó en una fugaz secuencia.


¡ZZZZZZ!


Por la sargento Falce.


¡ZZZZZZ!


Por los exploradores.


¡ZZZZZZ!


Por los valientes del ariete.


¡ZZZZZZ!


Parecía enloquecido. Sus pequeños y finos dedos se movían ágiles, tensando la cuerda del arco una y otra vez, tomando una flecha tras otra. Su imagen era impactante. Su cuerpo menudo, de aspecto infantil, los músculos tensos y la mirada fija, clavada en sus objetivos. Tal era su estado de ensimismamiento y concentración que ni parpadeaba. Los ojos escocidos protestaban dejando caer lágrimas por sus mejillas. Al menos dos enemigos habían caído ensartados por sus flechas. Pero no era suficiente.


¡POING!


El ruido de la cuerda del arco al romperse le sacó de su trance. ¿Había forzado demasiado el arma o los espíritus le maldecían por su cobardía? No había tiempo para pensar.  Lanzó un pequeño grito de frustración mientras agitó el ya inútil arco,  para ahuyentar a los espíritus que pudieran rodearlo. Demostraría que no tenía ningún miedo. Lo colocó a su espalda y salió corriendo con todas sus fuerzas. El aire cálido le daba el la cara dejando trazos salados donde antes corrían las lágrimas. Se movía rápido y ágil como una pantera, esquivando lanzas y cuerpos que había por el suelo. Sólo tenían un objetivo, que era llegar hasta la sargento Falce y cobrarse  en sangre la muerte de sus compañeros.
Mientras se aceraba a la carrera había visto la cuerda por la que había subido sus compañeros a la empalizada y el embotellamiento que había en la puerta, por lo que se decidió a trepar. El camino parecía completamente despejado de enemigos.


Cuando llegó al foso de estacas las fuerzas le flaquearon  e hizo un torpe salto. Esos instantes en los que surcaba el aire se le antojaron eternos. Podía ver las estacas de madera que apuntaban hacia él, acusadoras, con sus toscas, pero no por ello menos efectivas, puntas.


¡Salta cobarde , salta a nuestros brazos inertes y derrama aquí tu cálida sangre para saciar a los espíritus!


Miró abajo y vio el cuerpo inmóvil  de Rastrojo. Por un pequeño instante se vio reflejado como  en un espejo: su cuerpo frío, doblado de manera antinatural, abandonado en el fondo del foso. Sólo una diferencia. El cuerpo de Rastrojo violentado por lanzas y el suyo penetrado por las estacas.


¡Oh espíritus, no ha llegado mi hora, cambiaré mi sangre por la de mis enemigos, pero no quiero perecer ahora!


Milagrosamente consiguió posar sus pies en el foso sin daño alguno. La inercia de la caída casi le empala contra una de las lanzas, pero consiguió frenarse ayudándose con las manos y girando el cuerpo para evitar as bocas ahumadas hambrientas de carne fresca.


¡¡Arrrgg!!


No se paró demasiado tiempo y empezó a trepar para salir del foso. Su mano se estiró para coger la cuerda y, sólo cuando la tuvo en su mano, se permitió un segundo para tomar aire y concentrarse en la siguiente prueba: trepar por la empalizada. No le fue muy difícil acceder a la parte de arriba, libre de enemigos como estaba. Cuando subió lo que vio  le dejó un sabor agridulce. La batalla parecía haber terminado con una victoria. Las lágrimas volvieron a correr por su rostro. La presa que las había estado conteniendo  se desbordó por completo. En sus ojos se reflejaba la imagen de Sino,   su cuerpo inerte tirado en el suelo bañado en sangre…¿Cuántos compañeros había perdido? Se hundió en un pozo de amargura y pena, cayendo de rodillas.

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27/06/2013, 17:08
Perdida.

BATALLA DEL FUERTE CHUDA: PERDIDA

 

Los momentos previos a la batalla se llevan mejor rodeada de los compañeros Campamenteros con lo que he pasado los últimos días entrenando. Haber entrenado con ellos me hace sentirme menos asustada por la temible batalla que se avecina.


Mantengo  la formación con el resto y  observo como las lanzas del enemigo impactan en los compañeros, lo que me hace agarrar con más fuerza, si cabe, mi escudo. León Anciano está ya disparando sus flechas, lo cual puede darnos algo de cobertura.  El grupo de exploradores sufre masacrado por el enemigo en la empalizada  mientras nosotros, aún, estamos fuera del alcance de sus lanzas. ¿Cómo va a llegar el ariete a derribar la puerta si no se le protegen?  El momento de atacar es inminente, pero para hacernos la espera más agradable, Serpiente nos ameniza con uno de sus macabros y repugnantes espectáculos. Contengo una arcada ante semejante visión y sólo deseo que una de las lanzas del enemigo atraviese su putrefacta piel de serpiente.


Las órdenes de Manta me sacan de mis pensamientos como una bofetada, y cuando veo a Michou atacar hago lo propio.  Me concentro al máximo pues es la única lanza que tengo para arrojar al enemigo y si fallo seré el hazmerreír de la Compañía.


-¡¡Sí!!- Mi lanza acaba con la vida de uno de los enemigos.

Sigo avanzando en formación, con el escudo levantado  y la lanza en la otra mano. Si me deshago de ella sólo me quedará el cuchillo para atacar. Me siento eufórica por haber matado a uno de los enemigos.  El corazón me late  con fuerza  y lo siento retumbar en mi interior como el tambor de Pipo el día del juramento, que llamaba a un frenesí enloquecedor. ¿Es esta la locura que siente Derviche en el fragor de la batalla? Me dan ganas de quitarle de las manos a Plumilla su lanza y utilizarla para arrancar otra vida de este mundo. Sin embargo, protegida tras el gran escudo, observo el campo de batalla.  Es cierto que habían reaccionado sesgando algunas vidas de los enemigos, pero aún se podían ver una gran cantidad de cuerpos inertes de la Compañía. Tengo que mantener la sangre fría y ahorrar fuerzas  hasta que las puertas sean abiertas de par en par y dejen paso a la caballería.


Manta no da órdenes precisas siguiendo las indicaciones de Lengua Negra.  No me hubiera deshecho de la lanza pero si ellos lo ordenan sabrán qué es lo que hacen. De nuevo impacto en un enemigo, aunque resiste. Me siento más perdida que nunca sin la lanza corta, casi como si no llevara el escudo. Tengo aún el cuchillo en su funda, pero luchar con él ahora me parece  ridículo. Chamán Rojo ha conseguido recuperar algunas lanzas del enemigo, y ahora se me antoja una buena venganza usar sus propias armas para acabar con ellos. El contraataque de la Compañía había obligado a los enemigos a morir o bajar de la empalizada, por lo que la lluvia de lanzas había cesado casi por completo.  Los compañeros del ariete obstaculizan mi paso al interior del fuerte  por lo que me dedico a buscar lanzas por los alrededores que pueda utilizar para atacar. Están por todas partes y las recojo ansiosa, como si me fuera a dar un festín con ellas tras días de hambruna. Cuando ya no puedo recoger más observo alrededor.


Parece que los espíritus de mis compañeros caídos guían mi brazo y eso me reconforta. Las órdenes de Manta y Lengua Negra están dando sus frutos. Sé que no soy lo suficientemente experimentada para meterme en el centro de la batalla, pero cualquier cosa que pueda hacer para ayudar será bienvenida. Miro alrededor y veo como en la empalizada oeste ya no quedan enemigos y está siendo tomada por los exploradores.  Tomo la última lanza que he encontrado y me detengo un instante, dudosa. No soy tan buena como para hacer ese lanzamiento. Pero es entonces cuando escucho la arenga de Sicofante. Sus palabras inspiran en mi interior un coraje y una determinación que jamás había sentido antes. Por unos instantes dejo de estar perdida y encuentro el camino para clavar la lanza en el enemigo.

¡Sangre por sangre!

Ahora es la euforia la que me domina, y tomando otra lanza avanzo para realizar otro ataque.  Los enemigos cortan mi movimiento clavándome sus venablos.  No sé determinar bien la gravedad de las heridas, apenas siento el dolor, pero sangran mucho. Me desprendo de la lanza que tengo en la mano, tratando de llevar a la muerte otro regalo, pero fallo. Tomo el escudo con las dos manos, siento mis fuerzas desfallecer y retrocedo, parapetada tras el escudo hasta donde está Plumilla con el pobre de Sabandija. Les protegeré con mi vida si es necesario. Cada vez el escudo pesa más en mis brazos y el dolor empieza a nublarme la vista. Oigo gritos de victoria de mis compañeros y no puedo evitar que en mi rostro se dibuje una sonrisa.

¡¡He sobrevivido!!

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27/06/2013, 17:30
Matagatos.

Matagatos descansó lo que pudo antes de la batalla, habían estado aproximándose al fuerte gran parte de la noche y tan solo se habían detenido cuando se encontraron a una distancia prudencial del fuerte para descansar y preparar el ataque que iban a realizar cuando comenzara a amanecer. Cuando la noche se volvió más oscura supo que se acercaba la hora así que se apartó un poco del grupo, necesitaba concentrarse durante unos momentos a solas, en silencio, antes que los gritos de la batalla lo rodearan por todas partes, su cuerpo hacía días que estaba lo mejor preparado posible, ahora debía aclarar su mente de toda duda para no vacilar en sus decisiones y actos durante las horas que seguirían. Su vida y la de muchos compañeros estarían en sus manos y no podía permitirse el lujo de fallar.
Se ajustó fuertemente su armadura tras meter algo dentro de ella, no sabía si le daría buena suerte, o si la necesitaría siquiera, pero quería llevarlo cerca de él en todo momento. También sacó su espada corta y pasó suavemente su mano por el filo, no era una espada perfecta pero Herrero había hecho un buen trabajo, estaba seguro que se llevaría muchas vidas por delante aquel día. Meditó un momento con los ojos cerrados y le pidió a los dioses, a los espíritus o a quienes le quisieran escuchar que le dieran fuerzas para cumplir con su cometido, no podía flaquear ni fallar en esta misión, el combate más importante hasta ahora en lo que llevaba en la Compañía Negra.
Volvió hasta donde se reunía el grueso de su grupo con la mirada fija en el campamento que debían asaltar y decidido a hacer lo necesario para que sus enemigos cayeran hoy en el campo de batalla. Montó a Hechizado y se dirigió a su pelotón.

-Attar, Campaña, Guepardo, Uro, Pelagatos, Ponzoña. Ocupad vuestras posiciones en el ariete. Destrozar esa puerta lo antes posible y despejad la entrada a continuación, la caballería os despejará el camino hacia el interior del fuerte. Ojopocho, acércate al fuerte con el brasero e intenta sembrar el mayor caos posible allí dentro, si se queman no podrán defenderse de nuestro ataque, cuando termines vuelve con Serpiente y Khadesa. Serpiente, tu dirigirás a los que se quedan contigo, intenta no exponeros mucho.

Miró a su primo serio, a partir de ese momento la persona en la que menos confiaba de toda la Compañía Negra sería la responsable de mantener a salvo a las dos mujeres que más quería, Khadesa y Dedos. No confiaba que lo hiciera por hacerle un favor o por simpatía, ni siquiera por altruismo, confiaba en un sentimiento más fuerte en Serpiente, el egoísmo. No amaba a nadie más que a él y haría todo lo posible por mantenerse a salvo.
Se dirigió al resto de sus hombres.

-El resto coged un arpeo y prepararos para el asalto. Si tenéis algún dios, espero que os proteja hoy a todos.

Chocarían contra un muro de madera, fosos y estacas puntiagudas bajo una lluvia de lanzas enemigas. Estaba seguro que si no se movían rápido la mayoría no lo conseguiría, pero esas eran las órdenes y debían cumplirlas.
Escuchó la premonición de su hermana y sonrió al oir los nombres de Chuda y Chugrat en labios del Teniente. Miró a Peregrino cuando confirmaron que su espada se encontraba dentro del campamento.

-Hoy recuperarás tu espada Peregrino, pero el Teniente tiene razón, no te lances a una ofensiva precipitada, si todo sale bien les reduciremos entre todos e intentaremos tener el menor número de bajas posible.

Esperaba que el guerrero le obedeciera, aunque una vez en medio de la batalla era difícil controlar los movimientos de los soldados.
Dedicó una última mirada hacia Dedos y Khadesa antes de espolear a Hechizado y avanzar en dirección al Teniente. Al llegar junto a Lengua Negra no pudo evitar hablarle, no habían intercambiado muchas palabras desde que dejaran el campamento.

-Primo, te deseo lo mejor durante la batalla, a ti y a tus hombres. Hoy combatiremos juntos y venceremos juntos de nuevo. Ocupemos nuestro lugar junto al Teniente.

Durante el poco tiempo que habían tenido para prepararse Lengua Negra no había permanecido ocioso y había comprado un barril de aceite con el que pretendía impregnar la puerta del fuerte para posteriormente incendiarla, eso haría que se debilitara y que el ariete tuviera menos resistencia. Como siempre su primo iba un paso por delante de los demás, pensando en cada posibilidad y en cada detalle. Eso era lo que lo hacía especial e insustituible. En la Compañía Negra se podían encontrar decenas de Matagatos, pero solamente un Lengua Negra y él no iba a permitir que se lanzara en esa misión tan peligrosa poniendo en peligro su vida.

-Es una gran idea primo, creo que podría funcionar y quizá haríamos estallar la puerta, o al menos debilitarla para que el ariete haga el resto. Miró a su primo fijamente, las posibilidades de ganarlo en una argumentación era escasas, así que tendría que darle buenos motivos para no ir. Pero... Olvidas que ahora no montas en Dante y ese caballo de guerra es mucho más lento, tardarías mucho en llegar y regresar, serías un blanco perfecto para todos esos arqueros que están esperando cualquier movimiento para poner a prueba su puntería. Además un barril de casi cinco kilos es bastante pesado para arrojarlo alegremente. Su primo había mejorado mucho en diferentes aspectos durante las últimas semanas, pero la fuerza no era algo por lo que todavía se caracterizara, pero no quería ni mucho menos herir los sentimientos de Lengua Negra, tan solo remarcarle un hecho evidente, cuanto más rápido fuera el caballo y más fuerte fuera quien arrojara el barril las posibilidades de éxito aumentarían. La aguda mente de su primo valoraría todo eso analíticamente como solía hacerlo. No quiero desilusionarte pero dudo que pudieras llegar a hacerlo en estas condiciones, sin embargo Hechizado es mucho más rápido, lo has visto con tus propios ojos, yo podría lanzar el barril antes que ninguno y volver igual de rápido. Cuando llegara el ariete la puerta debería estar totalmente en llamas. Pero es tu decisión, solo quiero que sepas que estaría encantado de hacerlo y destruir ese fuerte lo antes posible, cuando vean que tenemos la entrada franca al interior sus ánimos se debilitarán.

Se quedó expectante ante la respuesta de su primo esperando que al menos valorase aquella posibilidad que le ofrecía. Lengua Negra aceptó la idea, pero antes de dar su visto bueno quiso imponer algunas condiciones, tras la anterior conversación quería asegurarse de que su primo no hiciera ninguna tontería. Matagatos estaba preparado para morir en la batalla si hacía falta, pero hacerlo quemando una puerta no era su idea de acabar ese día. Si querían acabar con él tendrían que esperar. Estaba claro que a Lengua Negra no le había gustado que se despidiera de él por lo que pudiera pasar, pero debía decirle muchas cosas a él y a las personas que quería antes de que fuera demasiado tarde y una vez lanzados a la lucha no había vuelta atrás, eso no significaba que moriría aquel día.

-Lo juro. Pero sabes que no puedo elegir donde caen las flechas o donde golpean las espadas, pero si te quedas más tranquilo te diré que no pienso quedarme quieto y que intentaré esquivarlas. En cuanto a la protección, quizá podéis acercaros un poco si queréis, pero sería peligroso que os acerquéis demasiado, Hechizado es muy rápido y volveremos antes de que se den cuenta, pero si ven moverse varios jinetes quizá les despiste lo suficiente. En cuanto a los arqueros... Ojopocho tendrá que estar preparado con la flecha para incendiar la puerta, no podrá cubrirme, es mejor que sigan con la misión actual, con la cobertura de fuego incendiario creo que me proporcionarán suficiente distracción, no vamos a engañarnos, es una misión con unos riesgos que no podemos evitar. Sonrió a su primo. Pero ya te he dicho que volveré. ¿Es suficiente? Y no me lanzaré al galope hasta no estar seguro que Hechizado llegará a la puerta a la máxima velocidad.

Sería algo peligroso, pero tampoco lo tendrían fácil para alcanzar a un jinete en un caballo tan rápido como Hechizado, además llevaría el escudo en la grupa y se protegería con el en cuanto se deshiciera del barril.
Aseguró su lanza larga en el lateral de Hechizado y su escudo en el otro, asegurándose de que el caballo quedaría lo mejor protegido posible. Después tomó el barril en sus manos y lo apoyó sobre la silla mientras seguía hablando. Lengua Negra todavía no había terminado con sus ideas brillantes y le expuso un par de posibilidades a la hora de acometer el lanzamiento del barril. Dirigirse varios jinetes a la vez hacia el fuerte para distraer y dividir la atención de los defensores frente a un único objetivo le pareció algo muy acertado y así se lo hizo saber.

-Es un buen plan, eso debería bastar para distraerlos de nuestro verdadero objetivo, cuando se quieran dar cuenta será demasiado tarde. Pero olvídate lo de la bandera blanca, no somos así, aunque se de sobra que nuestros enemigos no son tampoco nada honorables, pero no quiero que sigamos su juego. Voy a hablar con el Teniente. ¿Quieres venir?

Esperó hasta asegurarse si su primo le acompañaba o seguía impartiendo órdenes entre los Campamenteros. Después se acercó hasta el Teniente y le comentó todos los pormenores del plan de Lengua Negra con todas las posibilidades que habían barajado para llevar a cabo la misión.

-¿Que opina Teniente?

Para Matagatos solo existía una respuesta posible, al fin y al cabo ese plan podía salvar la vida de muchos guerreros ese día si conseguían llevarlo a cabo y tan solo arriesgaba la de uno.
El Teniente aceptó el plan, pero quiso hacerse cargo personalmente del barril y de su lanzamiento. Matagatos miró al Teniente con sorpresa ante su petición. Cogió el barrilete y se lo acercó al Teniente dubitativo, pero antes de que su superior lo cogiera se vio en la obligación de advertirle al igual que había hecho con Lengua Negra.

-Teniente, al igual que le dije a Lengua Negra, los caballos de guerra no son tan rápidos como Hechizado, yo podría ir y venir más rápido y me ofrezco voluntariamente para hacerlo. Sí, se que debo liderar a los Hostigadores, pero usted debe liderar todo este frente de ataque y eso es mucho más importante, si le pasara algo todo este frente caería en la desesperanza y no podemos permitirlo, pero acataré su decisión.

Aún tenía el barrilete en la mano con la esperanza de que el Teniente, al igual que Lengua Negra, recapacitara. No solo debía coordinar los movimientos de los tres pelotones para que el ataque fuera sincronizado sino que era uno de los mejores guerreros de toda la Compañía, la pérdida sería mucho mayor si se arriesgaba a ir y algo salía mal.
Mientras esperaba a que todo estuviera listo miró el ariete y su lento avance, así tardarían una eternidad y la mayoría de los hombres que empujaban lo estaban haciendo al límite, se necesitaba más gente para poder llevarlo con garantías sin reventar a los hombres. Se volvió hacia su primo ya que todos los hombres fuertes de su grupo estaban tirando ya del ariete.

-Primo, necesitamos que dos más de tus hombres se unan a empujar el ariete, así no conseguirán llegar.

Hizo un gesto de asentimiento cuando el Teniente le dejó que fuera él el que lanzara el barril. Asió el aceite con fuerza y comprobó que el escudo estuviera en su sitio para proteger a Hechizado. No perdió tiempo en organizarlo todo.

-¡Ojopocho! Necesito que busques una posición ideal para hacer un disparo contra la puerta, cuando estés listo avanzaremos y yo tiraré este barril contra ella. Tu debes hacer que se encienda, con mucha suerte conseguiremos incendiar la puerta y la torre.

Eso sería perfecto si el incendio fuera lo suficientemente grande para que la puerta acabara cediendo por si sola y conseguir inutilizar la torre.

-¡Caballería! ¡Con el Teniente! Miró a su superior. Nos colocaremos a la distancia adecuada para que Hechizado pueda alcanzar la máxima velocidad para llegar. Usted ordene al resto cuando deben regresar, tan solo necesito una distracción, no es necesario que nadie más se arriesgue a ser herido.

Tras seguir en la formación junto al Teniente esperaron a una distancia prudente, donde las lanzas del enemigo no pudieran alcanzarlos. Rastrojo y algunos de los exploradores no tuvieron la misma suerte y recibieron una andanada de lanzas que impactó sobre algunos de ellos.

Maldita sea...

Mientras esperaban que Ojopocho tomara su posición observó como el ariete comenzaba a moverse un poco más aprisa ahora, aunque parecía que algunos como Campaña tenían algún tipo de problema. De momento las cosas no pintaban demasiado bien para ellos, pero esperaba que pronto pudieran cambiar las tornas.
En cuanto el Teniente dio la orden Matagatos se lanzó hacia la puerta con Hechizado alcanzando la máxima velocidad posible mientras el resto hacía la maniobra de distracción, esperaba así poder librarse de alguna de las lanzas. Cuando se encontró a la distancia suficiente agarró el barril de aceite entre sus manos y lo lanzó con fuerza contra la puerta, pero su cálculo había sido bastante erróneo y acabó estrellándose a unos metros de su objetivo final. Algo de aceite posiblemente podía haber salpicado la parte baja de la puerta, pero no sabía si eso sería suficiente para iniciar un incendio que la dañara de alguna forma.

¡Menudo fiasco!

Tras su estrepitoso fracaso cogió el escudo que llevaba colgado en el lateral para protegerse de los lanzamientos enemigos, hizo que Hechizado diera media vuelta e intentó salir de la zona de acción de las lanzas, ahora tendría que esperar a que el ariete hiciera el resto del trabajo.

-¡Ojopocho intenta disparar a la base de la puerta, puede que haya llegado algo de aceite! Le gritó a su compañero.

Matagatos dio la vuelta con Hechizado y le azuzó para que se alejara de allí lo más rápidamente posible. El plan de Lengua Negra había resultado efectivo y los defensores habían repartido sus lanzas entre todos los jinetes librando a Matagatos de una gran lluvia de proyectiles. Aún así no pudo evitar que una lanza se le clavara en un costado. La sacó sin contemplaciones haciendo manar su propia sangre con la herida. Debía taponarla como pudiera para poder seguir luchando en cuanto la puerta cediera bajo el ariete.

Maldita sea, me han dado bien.

Miró hacia los lados para comprobar si sus compañeros estaban bien. Parecía que todos habían corrido una suerte similar a excepción del Teniente. Piojillo parecía el más grave pues había recibido dos impactos. Las lanzas enemigas estaban haciendo estragos entre sus filas y en cuanto alguno se aventuraba a acercarse demasiado era más que probable que se viera sorprendido por una lluvia de lanzas. Vio como Sabandija era gravemente herido en uno de los lanzamientos y como quedaba desangrándose en el suelo. Su experiencia como médico le decía que si no hacía algo por él moriría allí mismo desangrado y no podía permitirlo. Lengua Negra también se había dado cuenta de los numerosos heridos que estaban causando los lanzamientos y pidió ayuda a su primo.

-¡Voy a ayudar a Sabandija!

Respondió Matagatos ante el requerimiento de su primo de atender a los heridos. El campamentero parecía muy grave y necesitaba atención inmediatamente, eso lo dejaría expuesto a las lanzas enemigas, pero confiaba que todo lo que estaba sucediendo alrededor desviara la atención de ellos.

-¡Hay que montar un lugar para tratar a los heridos más graves, estamos teniendo muchas bajas y morirán si alguien no los atiende! ¡Plumilla puede tratarlos donde no lleguen las lanzas si alguien le acerca los cuerpos!

Ya había varios cuerpos agonizantes de su bando y él no podría atenderlos durante el combate, pero la campamentera si podría hacerlo sin que la Compañía Negra perdiera fuerza en su ataque, sería más útil salvando vidas que intentando quitar las de los enemigos seguramente.
Sin esperar más ni saber si Lengua Negra le había escuchado o no dirigió a Hechizado hacia Sabandija. Al llegar hasta él se bajó de Hechizado y comenzó a taponarle la herida más grave, estaba perdiendo mucha sangre y en unos minutos moriría, así que había que actuar con rapidez. Lo atendió lo mejor que pudo y después confió en que su compañero pudiera resistir lo suficiente hasta que alguien le proveyera de más cuidados. Debía volver a la formación pues el ariete estaba a punto de llegar a la puerta y todos debían estar listos para asaltar el interior del fuerte lo antes posible.
El ariete golpeó con fuerza dejando unos primeros huecos en la puerta, insuficientes para el paso eficaz de los caballos y todas las tropas, pero una esperanza de que en poco tiempo la puerta cedería ante el empuje de los hombres de la Compañía Negra. Desde su posición Matagatos vio como algunos abandonaban el ariete y se internaban en el interior del fuerte para impedir que las puertas fueran bloqueadas, un segundo golpe abrió las puertas, ahora debían esperar a que el ariete fuera retirado para comenzar la carga de la caballería y tras esta el ataque del resto de las tropas, pero las cosas sucedían demasiado rápido y Lengua Negra espoleó a su caballo hacia el fuerte con la esperanza de poder ayudar a los hombres que estaban luchando dentro contra los irredentos. Matagatos le siguió, no podía dejar solo a su primo ni a los hombres que se habían arriesgado. Con la puerta completamente bloqueada por amigos y enemigos no le quedó otra opción que hacer que Hechizado saltara sobre ellos. Durante unos segundos voló por encima de todos y aterrizó al otro lado. No había tiempo para alabanzas ni contemplaciones sobre la proeza del caballo, vio que Lengua Negra también había conseguido aterrizar al otro lado mientras se preparaba para comenzar el combate. Enseguida uno de los nobles del Triplete y varios irredentos le rodearon. Reconoció la espada de Peregrino y decidido a recuperarla se lanzó al ataque. Tras su primer ataque con la lanza consiguió acertar en su enemigo y la soltó de inmediato para desenvainar su espada corta, había demasiado poco espacio allí para desenvolverse con un arma tan aparatosa como la lanza y la espada le dejaría una mayor libertad de movimientos. Los tajos y lanzadas fueron llegando poco a poco, cada uno más doloroso que el anterior tanto Hechizado como él aguantaron el duro castigo mientras intentaban resistir y devolver el daño. El noble cayó, también algunos irredentos, pero eran demasiados y estaban completamente rodeados y aislados. Sino apareció de repente a su lado mediante un salto formidable, cubierto completamente de sangre y con unas heridas tan graves que Matagatos no comprendía como podía seguir luchando con esa energía. Entre ambos consiguieron deshacerse de alguno de los enemigos pero Sino pronto cayó a su lado y volvió a quedarse solo, consiguió deshacerse de casi todos irredentos que lo rodeaban pero su cuerpo estaba al límite, sangraba en abundancia y las heridas habían sido muy numerosas. La adrenalina liberada le permitía seguir luchando pero sabía que en cualquier momento un golpe podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Hechizado y él ya estaban demasiado heridos y agotados y eso se notaba en la certeza de sus golpes. Lograron deshacerse de todos excepto de un irredento, incluso su primo Pelagatos había conseguido alcanzarlo y le ayudaba contra su enemigo. El fuerte estaba cayendo, estaba seguro pues los cadáveres de los irredentos cubrían la zona y aunque algunos amigos habían caído el número era claramente inferior. En su estado, completamente herido y fatigado, no pudo evitar la lanzada de su enemigo que se clavó en su cuerpo provocándole un inmenso dolor. Su cuerpo no resistió más y quedó inconsciente sobre Hechizado, balanceándose inerte sobre la silla mientras que cualquier movimiento podía tirarlo al suelo. A merced de su enemigo sus posibilidades de sobrevivir eran escasas, pero sus compañeros sabrían vengar su muerte.

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28/06/2013, 04:13
Serpiente.

A lo lejos, recortándose en el horizonte, podía verse un campamento amurallado. Eso quería decir que finalmente, después de toda una noche caminando, habíamos llegado a nuestro destino: la muerte para muchos y la vida para los menos. Fuere como fuere, habría dolor para todos. En eso el mundo era tremendamente generoso. Generoso y sincero, porque si había tan solo una cosa que podía considerarse cierta y lejos de toda duda, era que todo el mundo moría. O mejor dicho: la mayoría.

-Quinta…- canturreé.- ¡Despierta!

La muy necia parecía no haberse percatado de dónde estábamos. Seguramente estaba pensando en esas tonterías que mantenían su perfecta cabecita tan ocupada. Si la empleara para lo que la tenía que emplear, si tuviese los redaños para hacerlo, las cosas serían muy distintas. Primero para ella, pero… “¡Oh, sí!”- Las cosas no solo cambiarían para ella.- “No, definitivamente no”- Sonreí.

- Ha llegado el momento de que hagas lo que se supone que tienes que hacer. Tus cosas de pitonisa. Pero nada de convulsiones, ¿eh? Prohibido. - Reí.- Si no me entra la risa y me desconcentro. Y no me quieres desconcentrado. No, no te conviene; no le conviene a nadie. Si me desconcentro ocurrirán cosas terribles.

Y de nuevo reí, una risa que perduró hasta que saqué un pergamino lleno de garabatos y anotaciones que dejé en el suelo. Con dos piedrecitas colocadas a ambos extremos evité que se enrollara de nuevo, que retornara a la posición que la costumbre había vuelto natural en él. Parte de su esencia como lo era la vacuidad con la que había acabado a base de ingenio y tinta.

- Un experimento- expliqué a mi antigua pupila, la que por cobardía había dado la espalda a lo que era y a lo que podía ser.- Otro experimento. Sí, otro. Va a ser divertido, ya lo verás- añadí emocionado.- Aunque nada agradable para ellos. O sí…- Me encogí de hombros.- Como es la primera vez no estoy seguro, pero no lo debería ser. No tardaremos en descubrirlo.- Sonreí.- No, ya no queda nada para descubrirlo.

Llegados a aquel punto yo ya no hablaba con Khadesa. Sentía la magia vibrar a mi alrededor demostrando la misma excitación que yo. Me susurraba… ¡Y menudas cosas me decía! Verdades, secretos y anhelos, muchos de los cuales compartía y que en aquel día, junto a ella, cumpliríamos.

Un roce me sacó de mi ensimismamiento. Entorné los ojos al comprobar que era Khadesa, que ya había empezado con su trabajo: tocarme. No había razón para la sorpresa pues, después de todo, era a eso a lo que se dedicaban las pitonisas. Ya fuera para leer el futuro en las líneas de una mano, para pintar estúpidos animalitos como excusa para restregar sus dedos por el torneado torso de un guerrero o para restregar otras cosas sin pintura en los dedos, las pitonisas tocaban. Era prácticamente lo único que hacían además de cobrar por ello, por supuesto.

Sin preocuparme más por ello, la dejé hacer lo que quería hacer mientras yo me centraba en mi magia. La práctica y la habilidad habían hecho que su uso resultase más sencillo en ciertos aspectos, pero daba igual cuánto hubiese mejorado, al final seguía resultando igual de desafiante. Era eso lo que la hacía tan extraordinariamente divertida y emocionante, que daba igual cuánto mundo conocieras, cuantas puertas atravesaras; por cada puerta que abrías te esperaban otras veinte. La magia no tenía límites. Bueno, sí los tenía: la falta de imaginación y la pusilanimidad. La Quinta era buena prueba de ello.

Preparé un par de hechizos mientras el resto avanzaba al paso de tortuga impuesto por el ariete. Al terminar me dispuse a alcanzar a aquel armatoste para poder disfrutar cuanto antes de la devoradora y gimiente muerte que en mi interior guardaba. Fue cuando me encontraba ya a escasa distancia del lugar desde el que poder comenzar mi espectáculo, cuando me convertí en el objetivo de las jabalinas de una de las torres.

Dos de ellas me alcanzaron y profanaron mi carne. Pero al parecer no tenía suficiente con el dolor porque también debía sufrir la estulticia de Caracabra, que no se le ocurrió nada mejor que abrir la boca para soltar un par de rebuznos (lo único con lo que contribuyó a la batalla).

El muy idiota pretendía convencerme de alejarnos de allí, del “peligro”, hasta que la puerta estuviera abierta, o lo que era lo mismo, hasta que la batalla terminara, porque si nada se hacía con los enemigos que pretendían diezmarnos desde las murallas no llegaría nadie vivo a la puerta para derribarla. Pero el deforme K’hlata estaba cegado por ese servilismo rayano el patetismo que lo unía a la pitonisa. ¡Por todos los demonios, la sangre que habían sido derramada era mía (y la de Dedos también, sí, pero la de ella me importaba más bien poco)! A él y a su preciada dueña, de la que tanto se preocupaba con sus lastimeros ladridos de perrito faldero, nada les había ocurrido. Bueno, nada si la nada fuera sinónimo de necedad, que no lo era; si no hubiera disfrutado de sus silencios en lugar de sus palabras.

Ceñudo, dolorido, y con las manos manchadas de sangre cubriendo las dos heridas que habían abierto en mi carne, me giré para mirar a Caracabra. En mi interior rugía la magia que guardaba. Pedía reparación por la ofensa… Por un instante mis ojos brillaron intensamente amarillos alimentados por el deseo de descargar todo lo que guardaba sobre aquel engendro para ver cómo su deforme cuerpo se retorcía aun más hasta quedar convertido en una amalgama de derretida carne burbujeante y huesos ennegrecidos.

Por suerte o por desgracia conseguí contener la pulsión de acabar con su insignificante vida, aunque la magia siguió gruñendo como un perro rabioso luchando por escapar de las cadenas que lo mantienen prisionero. Una lucha interior cuyo desenlace no se demoró demasiado, pues segundos después, y tras avanzar escasos pasos, liberé al preso sobre los hombres que me habían atacado.

Creí escuchar gritos de dolor en la torre, pero dada la distancia a la que me encontraba y en el caos de la batalla era difícil saberlo con seguridad. Si quería ver mi curiosidad saciada sin dudas ni equivocaciones, debía probar el hechizo de nuevo y con nuevos voluntarios; cuantos más, mejor. Para tal fin dispuse una ilusión con la que desviar parte de la atención de mí y así poder preparar el otro conjuro, el que pondría fin a la duda de si se sufría, sin interrupción alguna.

Al rato de comenzar a prepararlo ya lo estaba probando en nuevos objetivos. Rutina que repetí una vez más antes de sentarme en el suelo, justo cuando el grito de Lengua Negra confirmaba lo que la creciente calma en el campo de batalla ya había anunciado: La batalla había finalizado.

Aunque cansado y herido, me sentía increíblemente satisfecho, y no precisamente por la victoria. Mi nuevo hechizo funcionaba y lo que era más importante, dolía; lo había confirmado en un par de ocasiones tras el primer experimento. Lo único que me faltaba por hacer ya era comprobar el estado en el que quedaban los cadáveres de los afectados.

Sonreí imaginándomelo, una sonrisa que se crispó ante una repentina punzada de dolor.

- “Y juguetear con los cadáveres de los que me han hecho esto…”- añadí a la lista de mis quehaceres.

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28/06/2013, 14:30
Ikharus.

Una batalla se avecina. Mi primera batalla siendo miembro de La Compañía.

Al principio me encuentro ligeramente desubicado, demasiado tiempo sin guerrear bajo el mando de nadie. Finalmente decido ponerme en movimiento y seguir a Peregrino y Asesina. Si conseguimos llegar a la empalizada sin ser vistos podremos hacer mucho daño a nuestros enemigos.

Mientras nuestros enemigos centran su atención en el ariete que se dirige hacia la puerta del muro Norte del Fuete, Peregrino, Asesina y yo avanzamos hacia el Sur fuera de la vista de sus vigías, alcanzando la empalizada sin ser descubiertos.

A medida que avanzamos observo de reojo como los arqueros hacen su trabajo así como mi hijo que se encarga de limpiar un par de torres con sus potentes hechizos.

- Sin duda será un Gran Mago. - pienso. Posiblemente el mejor que ha tenido la Compañía en mucho tiempo. Lástima que sea tan jodidamente arrogante y prepotente.

El primero en llegar es Peregrino, luego Asesina y finalmente me toca a mí lanzar mi arpeo. El primer intento es infructuoso, pero por fortuna este cae silenciosamente al otro lado del foso con estacas. A la segunda consigo enganchar el arpeo sin hacer ningún ruido y me dispongo a trepar todo lo rápido que puedo.

Al llegar a la parte de arriba de la empalizada agarro mi hacha arrojadiza y abato a uno de los Fantasmas que estaba mirando en otra dirección. Tras retirar el Hacha de la espalda el enemigo caído observo que Asesina y Peregrino luchan con un Fantasma, pero no consiguen siquiera impactarle así que preparo mi hacha y la lanzo, pero en el instante en que el hacha iba a clavarse en la espalda el enemigo, Asesina dió un paso lateral y el hacha se clavó profundamente en su espalda. Fuu una suerte que no muriera.

- Maldita idiota. - musito antes de saltar y dirigirme hacia el combate principal en donde Chugrat iba acumulando bajas de la Compañía a su alrededor, pero cuando llego al combate una combinación de ataques primero de Ponzoña y luego de Campaña acaban con la vida del General enemigo.

La batalla había acabado con una nueva victoria de La Compañía Negra aunque a un precio muy alto, pues muchos Hermanos han caído en la misma.

Ahora sólo queda organizar el Campamento y curar a los heridos.

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28/06/2013, 15:04
Ojopocho.

Recibo la orden de Matagatos de agarrar un Brasero y ponerme en una posición desde la que pueda alcanzar la Muralla enemiga pues planean usar un barril con material inflamable contra la Puerta y luego yo tendré que prenderla con mis flechas.

- Sin duda Matagatos confía en mi habilidad como arquero. - pienso. No puedo defraudarle.

Asiento y tras agarrar un brasero avanzo hasta alcanzar la posición ideal. Al alcance de mi arco pero fuera del alcance de sus lanzas, las cuales empeizan a caer cobre la Compañía.

No me cuesta ningún trabajo encender el brasero y disparar un par de flechas incendiarias al interior de la Fortaleza para hacer tiempo e intentar causar tumulto en el interior del Campamento Enemigo. Cuando Matagatos me dió la orden de disparar a la base de la puerta, pues su lanzamiento del barril no ha sido todo lo bueno que cabía esperar, agarro un par de flechas y tras prenderlas las disparo en rápida secuencia hacia la puerta impactando en la base de la misma. Esta empieza a arder poco a poco.

Luego llegó el momento de empezar a abatir enemigos. Junto con Ballestero empiezo a disparar a los Fantasmas que hay sobre la muralla abatiéndolos poco a poco. No puedo sino asombrarme de la habilidad del Explorador con su ballesta. Disparo que hace enemigo que abate. Eso si es efectividad.

- Disparas bien. - le digo mientras seguimos abatiendo enemigos con nuestros proyectiles.

Cuando ya no quedan enemigos que abatir en el Muro Norte decido ir a ayudar a mis compañeros así que corro hacia el foso para a continuación saltarlo y empezar a trepar la empalizada. Al llegar a arriba agarro nuevamente el arco para disparar a cualquier enemigo que vea. Justo en ese instante Campaña da el golpe de gracia a Chugrat. La batalla a acabado.

Desciendo para ayudar a organizar todo. Busco con la mirada a Matagatos y observo como Loor lo baja del caballo. Parece inconsciente a causa de las Heridas.

Alguien tiene que encargarse de los Heridos en ausencia de Matagatos y ese debo de ser yo pues Matagatos me pidió ser su mano derecha en el tema de los Heridos y evidentemente acepté sin dudarlo. Ahora toca demostrar que no se equivocó al pensar en mi para ese puesto.

 

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28/06/2013, 15:25
Asesina.

El ejército está reunido y listo para asaltar nuestro objetivo, el Fuerte Chuda, una fuerte construcción de madera en la que se refugian nuestros enemigos, asustados ante nuestras últimas victorias.

Nuestras fuerzas, según los designios de los líderes, se han dividido y, al formar parte de los exploradores que tratarán de ascender por uno de los muros, trato de acercarme con sigilo.

Los exploradores que no formamos parte del grupo de la sargento Falce estamos totalmente desorganizados, cada uno se mueve en una dirección distinta. Me detengo a esperar y, al ver que Peregrino se acerca a la muralla oeste, trato de reunirme con él.

A mi espalda corren Ikharus y Rastrojo. El muy imbécil ha sido localizado y el enemigo le ha tirado una ola de jabalinas. Aun así trata de acercarse a mi, lo que provocará que me detecten. Como lo haga lo mataré.

Por suerte logro sacarle distancia y mis enemigos no me localizan. Escalo con muy buen ritmo la empalizada, por debajo de Peregrino. Ya me queda muy poco y acelero el paso, sintiendo las ansias de matar en mi interior, unas ansias que me llevan a cometer un terrible error que casi me empuja al vacío. Respiro, asustada, consciente de lo poco que ha faltado para caer en el foso lleno de estacas.

Subo con cuidado los últimos metros y me lanzo a por uno de nuestros enemigos, que se está enfrentando a Peregrino. Mi machete se ensucia con su sangre y mi mente se libera de pensamientos estúpidos. Ya solo quiero matar, solo necesito eso.

La furia homicida me invade y me lleva a cometer errores. Mi machete se rompe, mis ataques fallan y el Fantasma sobrevive a todos nuestros ataques.

Súbitamente siento un dolor increíble en la espalda, el dolor de una herida abierta por un certero golpe. Me giro, aturdida, dispuesta a defenderme de mi asaltante, el hombre que me va a matar. Detrás de mi está Ikahrus, uno de nuestros hermanos, el portador del hacha que está clavada en mi espalda.

Quiere matarme ¿porque?-me pregunto frustrada, las lágrimas saliendo por mis ojos -El combate ya casi ha acabado y no he logrado matar ni a uno solo de mis enemigos. Y mi hermano ha tratado de matarme-pienso mientras veo a Ikharus huyendo de mi en dirección al combate -estoy muy herida, debo, necesito atención médica. Debo vengarme.

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29/06/2013, 10:34
Rastrojo.

Día de sangre, no muy distinto a otros muchos días en la Compañía Negra. El Pelotón de exploradores avanzaba en línea. El pelotón de Campamenteros le seguía por detrás, perfectamente formado bajo las órdenes de Lengua Negra.

¿Y qué diablos está haciendo Matagatos que se despreocupa de los Hostigadores?

El Pelotón al que pertenecía Rastrojo estaba disperso. Unos cuantos acarreaban un tronco, como unas auténticas bestias de carga descerebradas. Otros hacían de comparsas de Serpiente, que ya a aquellas horas estaba con esa magia perniciosa y malévola que siempre se gasta. El resto avanzaba discordante hacia el fuerte, y a poco que se despitaba el chamán, empezaban a desaparecer de su vista.

¿Eh? ¿Peregrino? ¡¿A dónde has huido, sucio desertor extranjero?! Cobarde... Solo luchas cuando tus rivales son niños. ¿Ikharus? ¿Donde están todos? ¿Y porqué Asesina está aquí, si no es miembro de los Hostigadores?

Desde la muralla llovieron las primeras lanzas. La Sargento Falce ordenó entonces que se les hiciera gastar su munición y, en respuesta, Rastrojo enarcó una ceja, escéptico. Posiblemente no fuese el único en recibir con perplejidad semejante instrucción. Al chamán le pareció cómo en unos cuantos segundos de silencio la gente se escaqueaba.

Esta es una misión para Rastrojo, el Salvador de Enmascarado, Adalid de los Hostigadores, Campeón de los Chamanes... Sí. Eso es. Es mi momento. Aquel que jamás ha sido dañado en batalla porque los espíritus desvían las flechas, las lanzas y los garrotes. Lo más apropiado es que me ofrezca como diana: un señuelo que jamás será dañado.

Avanzó seguro de sí mismo, en su inagotable locura. Cuatro lanzas fueron arrojadas contra él. La primera se quedó corta.

Puff... inútil.

La segunda voló muy escorada, y se clavó en el suelo, varios pasos a la izquierda de Rastrojo. Pero demostraba que Rastrojo ya estaba a tiro.

Creen los hombres que pueden desafiar a los espíritus y a aquellos que son sus portavoces en la tierra.

La tercera aterrizó peligrosamente cerca de sus pies.

Uy-uy-uy... Tengo un mal presentimiento con esto.

La cuarta lanza se le clavó de lleno en el estómago. Rastrojo se la arrancó. De su herida brotó la sangre, roja como la de cualquier otro K'Hlata, pero tal cosa no podía ser cierta.

No hubo tiempo para reflexionar sobre el tema. Cuando vió a los Fantasmas Irredentos preparar nuevas lanzas, Rastrojo retrocedió hasta el lado de Asesina. Demasiado lejos como para ser herido de nuevo, aunque no dejaba de ser paradójico que la definición de "lugar seguro" fuese estar al lado de alguien que se ha ganado el mote de Asesina. No tenía mayor importancia, a Turrón se le empezó a llamar como las hierbas inservibles y sin embargo se convirtió en un hombre excelso y de grandeza elevada.

Esperó como los demás, aunque fue el único y valeroso soldado de a pie que dió un paso al frente para una misión suicida, así que el resto de las lanzas se cebaron con la caballería y los acarrea-árboles como Sabandija, que cayó ensartado. Una nueva prueba de los espíritus, que no protegieron a Sabandija cuando contó con los consejos de un chamán experto como Rastrojo.

Aquel día estaba siendo de locos y nada tenía explicación. Hasta que Serpiente les dió alcance, sudando magia negra por todos sus poros y con calaveritas flotando en su aura.

¡Serpiente! ¡¿Se puede saber qué estás haciendo?! Tu magia maligna ha contrarrestado la magia protectora de las batatas.

Rastrojo echó a correr, intentando alejarse de la magia de Serpiente, y atravesando el campo de batalla y exponiéndose de nuevo a ser lanceado. Pero el muy cenutrio escamoso cara de caca blanca le seguía. Las lanzas seguían fluyendo a su ritmo y el peligro era latente, pero lo que le constiñó a Rastrojo el corazón fue ver a su "amiga" Dedos dando la vida por Serpiente y corriendo por delante de él para ofrecerle cobertura. ¿Y porqué no protegía a Rastrojo? ¿No era acaso más importante y más digno de ser protegido? Estaba visto que Dedos no se guiaba por los criterios de qué era mejor para la compañía, sino por sus sentimientos.

¡Qué mal gusto para los hombres tiene esta chiquilla! Primero no se despega de Matagatos y ahora está dispuesta a dar su vida por Serpiente. ¿Es porque son Oscuros? ¿Le van ese tipo de desviaciones sexuales, como al depravado de Ponzoña? Yo soy medio Oscuro y no veo que Dedos se me tire a los brazos... que no digo que esté interesado... Solo me limito a preocuparme por sus sentimientos y por lo difícil que será en el futuro su vida si escoge compartirla con un demonio con la piel del color de la leche de cabra.

Descentrado por los pensamientos que le asaltaban, Rastrojo seguía recibiendo lanzada tras lanzada, perdiendo tanta sangre como sentido de la realidad. En su intento de alejarse de la interferencia mágica que Serpiente emanaba, se dispuso a saltar un foso con estacas ayudándose unicamente de una de las lanzas del enemigo a modo de pértiga. Del entrenamiento físico de la Cabo Rompehuesos recordaba que Serpiente no era muy bueno haciendo ejercicio, por tanto no sería capaz de seguirle. Pero no recordó que el propio Rastrojo tampoco lo era. Cuando terminó su exhibición, besaba el fondo del foso sin que de milagro las estacas no le dieran muerte. Cosa de los espíritus. O de los zapadores del Triplete, que eran unos incompetentes y no habían preparado los palos afilados para que estuviesen lo suficientemente juntos.

Las luces se apagaron poco después. La última lanza se clavó en Rastrojo cuando se disponía a salir del foso y encarar la muralla. La pérdida de sangre volvió su vista nublada. Su último pensamiento fue para los espíritus, esos crápulas que se ríen de los mortales, y en especial de este chamán, ofreciendo y retirando su ayuda y protección por capricho. Cuando Rastrojo se fuese al más allá les iba a cantar las cuarenta.

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29/06/2013, 12:36
Sicofante.

El combate había comenzado pero Sicofante poco podía hacer en estos momentos salvo esperar. Hasta que las puertas no se abriesen con el ariete él poco podría hacer, salvo avanzar con el resto de la tropa hasta que pudiera entrar en acción. 

Claro que el ariete tenía problemas: falta de hombres para moverlo, de ahí que empezó a moverse demasiado despacio. Solo con el añadido de mas hombres a la construcción empezó a tomar algo mas de velocidad, pero a Sicofante se le antojaba que seguía yendo algo lento. Hasta que el ariete llegase a su destino y derribase las puertas el tagliano (y la caballería en general) solo podían moverse y esperar. O al menos esa era su idea. 

Matagatos- llamó al hombre. - lo mejor es que la caballería se quede a una distancia prudencial del ariete. Lo suficientemente lejos para no sufrir ataques a distancia del enemigo pero lo suficientemente cerca para poder cargar. ¿Debemos movernos?- esperaba sus órdenes para avanzar. Y estas llegaron:

¡Caballería! ¡Con el Teniente

Simple y directa. Así que el tagliano espoleó su montura para colocarse cerca del Teniente. Ahora solo se limitaría a seguirle en sus movimientos mientas Matagatos pondría en funcionamiento su plan de intentar incendiar la puerta. Esperaba que tuviera éxito. 

Ya tenía una orden clara, así que el tagliano no dudó en ir a cumplirla. Ya se encontraba cerca del Teniente, por lo que solo tenía que seguirle en sus movimientos. Solo esperaba que el plan de Matagatos funcionase. Y mientras tanto, el ariete avanzaba.

En un momento que se le antojo bastante corto, el Teniente dio la orden a Matagatos el cual se lanzó hacia la puerta con Hechizado con el objeto de lanzar el barril de aceite que llevaba en sus manos a la puerta. Sicofante no lo dudó: espoleo con el resto de caballería su montura siguiendo a Matagatos. Aferraba con fuerza su lanza pero sobretodo su escudo sabedor del papel que le tocaba jugar: la distracción traía aparejada recibir los lanzazos del enemigo. Asi que debía ser prudentes y rápidos: acercarse, atraer la atención u retroceder. Y sobretodo, esquivar las lanzas. Y en ello ponía la concentración el tagliano, en anteponer su escudo y moverse lo más rápidamente posible para evitar los ataques enemigos.

Por el rabillo del ojo comprobó que Matagatos no logró lanzar el barril de aceite con suficiente puntería. Este se estrelló a unos metros del objetivo final.

Mierda- piensa mientras comienza a dar la vuelta con su montura. Las lanzas le caían por doquier, pero tuvo suerte: solo una logró traspasar su armadura haciéndole una herida en el hombro. Había recibido un golpe pero no era herida que le preocupase excesivamente... al menos por el momento. Ahora solo podía esperar a que el ariete llegase a la puertas y las derribase. 

Volvió a su posición inicial colocándose cerca de Lengua Negra y el Teniente y viendo desde su posición como se desarrollaba el combate. El ariete se movía lentamente hacia las puertas mientras el enemigo esperaba a que nos acercáramos lo suficiente para disparar sus lanzas. Mientras tanto, Ojopocho dispara con sus flechas al enemigo, hiriendo y matando a los que se encontraban en la empalizada.

Y mientras el ariete avanzaba, ellos se movían. En un momento la construcción llegó a su destino y tras varias embestidas logró abrir las puertas.

Al fin- pensó el tagliano. Pero lo que esperaba era poder entrar se convirtió en frustración. Una vez abierta las puertas el lugar quedó bloqueado por la carga enemiga y por sus compañeros que luchaban con furia contra el enemigo. Era imposible acceder por aquel lugar. Solo podía esperar hasta que hubiera algo de hueco.

Mientras tanto, el combate proseguía a su alrededor: disparos, lanzazos, alguno de sus compañeros que subían por la empalizada. En un momento dado, Lengua Negra espoleo su montura al frente, haciendo una maniobra muy peligrosa: saltó por encima de Ponzoña logrando caer entre las filas enemigas. Calculó si podía hacer lo mismo y lo descartó: una maniobra demasiado complicada. Tenía ganas de entrar en combate pero no iba a hacer locuras. De hecho, Lengua Negra había tenido mucha pericia y algo de suerte en lograr aquel movimiento. Un fracaso podría haber sido catastrófico para él. Optó por ser prudente por lo que decidió moverse y colocarse detrás del ariete a la espera paciente de tener algo de hueco para pasar. 

El combate proseguía y Sicofante solo podía animar en la lucha. Cogió aire y gritó con todas sus fuerzas:

El enemigo piensa que puede hacernos frente mas se equivoca. Su únicamente ventaja es el número pero eso nunca ha significado nada para nosotros. Somos la Compañía Negra, la personificación del miedo, y no habrá piedad contra nuestros enemigos. Solo sangre.¡¡Luchad y acabar con todos ellos!!! ¡¡¡Por la Compañía!!!

La lucha proseguía. Ahora poco podía ver dado que estaba detrás del ariete pero esperaba que sus compañeros estuvieran machacando a sus rivales. En un instante -por fin- vio algo de hueco en uno de sus lados y aprovecho su oportunidad: espoleo a su montura y esquivando los cadáveres en el suelo logró traspasar las puertas. Por fin estaba dentro del fuerte. 

A su alrededor: cadáveres enemigos y combate. Vio el cuerpo de Attar destrozado en el suelo. Y cerca de él a Ponzoña y Lengua Negra luchando contra un guerrero colosal. No vio como entraba Campaña en la zona. Su visión estaba puesta en ese guerrero y que tenía hueco para ir a por él. 

Dio un golpe a su montura dispuesto a cargar y... catástrofe. El animal se encabritó y Sicofante no pudo contenerlo. Simplemente no se esperaba la reacción del caballo y no pudo hacer nada salvo caerse en el suelo y hacerse una fea herida en la frente. 

Arghh- exclamo dolorido -mas en su orgullo que fisicamente-. Desorientado, tardó un poco en levantarse. Al menos no había soltado su escudo en la caída. Sacó su cimitarra dispuesto para el combate mas ya no era necesario. A su frente sus compañeros habían matado al guerrero y por lo que parecía y dados os gritos de victoria que se oían el combate había terminado. 

La Compañía habia ganado... y él poco había hecho para ayudar en la victoria. 

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29/06/2013, 15:26
Caracabra.

El guerrero avanzaba junto a Kadesa, no había tenido tiempo de pensar en el abrazo de la pitonisa, su mente se había centrado en las profecías. “la confusión por doquier, por todas partes la matanza, la sangre y las entrañas esparcidas. La muerte de docenas y docenas”. El jorobado le daba mucha importancia a las visiones de la pitonisa, para él siempre acertaban. “Un hombre con un alfanjón a dos manos, es la muerte para cualquiera que se enfrente a él”. Puede que ese fuera su final, enfrentarse a un enemigo imposible para defender la vida de la pitonisa, sería un digno final para su mísera vida.

El ariete avanzaba rápidamente hacia la muralla encarando la puerta. Caminaba con la cabeza gacha junto a Kadesa, Dedos y Serpiente. No le gustaba nada estar cerca del mago le ponía los pelos de punta. El avance fue tranquilo, nadie hablaba en el grupo se notaba la tensión, solo se oían los gritos procedentes del ariete.

Poco a poco comenzó a rodearles un hedor sofocante. ¿Qué estaría haciendo el mago? No podía girarse y mirar, tenía que seguir avanzado cubriendo a Kadesa. Le gustaba la idea de proteger a la pitonisa pero el precio que tenía que pagar era alto, proteger también a Serpiente, el mago jugaba con poderes oscuros que le acabarían devorándolo, aun recordaba su espalda llena de escamas.

Las lanzas silbaron en el aire impactando contra los exploradores y algunos campamenteros que se habían adelantado demasiado, luego el ariete entro dentro del alcance de las lanzas y finalmente entraron ellos.

Confiaba en que los enemigos se entretuvieran con el ariete, pero no fue así. Varias lanzas impactaron contra Serpiente. Rápidamente se colocó delante de Khadesa con el escudo en alto, intentando parar las posibles lanzas. ¿Hay que avanzar más? Pregunto en alto, sin referirse a nadie en concreto. Pero la pregunta debía de haber sido, ¿tienes que avanzar más Serpiente para lanzar tu sucia y corrupta magia?  Si nos acercamos más, será más peligroso, deberíamos esperar a que el ariete rompiera la puerta, y esperar hasta entonces fuera del alcance de sus lanzas. Sus palabras no obtuvieron respuesta.

Concentro todo su atención en la torre y en las murallas, para poder prevenir las lanzas de los defensores, cuando una de las torres estallo en llamas verdes. Seguro que eso es cosa de Serpiente. Pero el jorobado no se atrevía a preguntar de nuevo, después de que nadie le contestara a su anterior pregunta, de modo que continuo en guardia con el escudo en alto, su misión era proteger a Khadesa no hacer preguntas.

El arco de Dedos comenzó a restallar con cada flecha disparada mientras el mago continuaba con sus rituales, el jorobado seguía con el escudo en alto, no sabía cómo iba la batalla, los muertos de la compañía se amontonaban pero también habían desaparecido muchos de los enemigos de la muralla. “La muerte de docenas y docenas. El ariete golpeaba la puerta y cada golpe retumbaba por todo el campo de batalla mezclándose con los alaridos de los moribundos.

De nuevo la magia oscura de Serpiente se hizo presente, varias figuras empezaron a tomar forma, concretamente la forma de los integrantes del grupo. No había duda que era cosa de Serpiente, o  peor aún, de los espíritus.  El jorobado titubeo un momento. Son los espíritus que vienen a cobrarse el precio de la magia negra de Serpiente. Estuvo a punto de tirar el escudo y la lanza, y salir corriendo.   En ese momento recordó al espíritu de Sacorroto en el mercado, por hacer caso a ese espíritu Khadesa casi muere.  No puedo fallar ahora  soy un hermano juramento y no puedo huir, no puedo deshonrar la capa que llevo. Tengo que proteger a Khadesa hasta la muerte y si eso implica bailar con los espíritus, bailare con ellos.

Las lanzas seguían volando sobre su cabeza y parecía que el ariete comenzaba a hacer mella en la puerta, dos guerreros saltaron al interior, no puedo reconocer quienes eran, pero Caracabra habría dado cualquier cosa por ser uno de ellos.

Al acercase más a la murallas vio como el ariete atravesaba las puertas, sus camaradas habían hecho un gran trabajo. Pero también estaban los cuerpos muertos de varios de ellos, llenos de lanzas, inertes sobre el barro. Desde su posición no podía saber cómo iba la batalla. Las puertas están abiertas pero aún queda por vencer a la guarnición, y eso no va a ser fácil.

Otro estallido de ácido verde recorrió la muralla, los enemigos supervivientes se figaron en el mago, pero delante de él estaba Dedos, la pequeña exploradora recibió varios golpes bastante graves. ¿Cómo podía arriesgar la vida por Serpiente? La respuesta era fácil, era una orden.

Caracabra se sorprendió de la orden de Khadesa, tenía que proteger a Serpiente. ¿Cómo era posible que la pitonisa se preocupara por Serpiente?, era un mago que jugaba con los poderes de los espíritus y todo el que se uniera a él desataría la furia de los espíritus. Pero era una orden de Khadesa, la pitonisa, y él era un simple soldado así que obedeció la orden sin rechistar, intercambio su posición con Dedos y levanto el escudo para proteger a Serpiente. 

Después todo trascurrió lentamente, los gritos que veían del interior de la muralla eran espantosos, y se imaginó que en cualquier momento aparecería, un enorme guerrero más grande que Campaña con un gran alfanjón para despedazarlo, pero eso no ocurrió. Al final se oyó un grito por encima de los gemidos de dolor. Victoria. La batalla había acabado. El jorobado se sintió aliviado pero a la vez apesadumbrado por no haber participado de forma más activa en la batalla, su lanza y escudo estaban intactos. Mientras que montones de cadáveres de amontonaban a sus pies. Estaba pensando en los muertos cuando Khadesa le abrazo, no sintió el suave roce de la piel de la pitonisa. Era mi deber. Fue lo único que pudo decir.

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30/06/2013, 03:09
Manta.

Manta agachó la cabeza para apartar los ojos de la carnicería en curso. Ni siquiera el enorme k’hlata que había destrozado a Attar y a Teniente con tanta facilidad podía hacer nada cuando estaba rodeado. Golpe tras golpe, tajo tras tajo, su carne era lacerada, de tantas heridas sangraba que era casi milagroso verlo todavía en pie.

No sentía ninguna lástima por el guerrero del Triplete, pero la violencia descarnada, la pura crudeza de lo que allí ocurría hacía que se le retorcieran las tripas. Quizás si la batalla se hubiera desarrollado de otra forma, él mismo hubiera tomado parte en la salvaje paliza, hundiendo el acero de su lanza en el enemigo, empujando para destriparlo y mantenerlo lejos de su alcance. Pero ni siquiera había tenido ocasión de intervenir, y se sentía más espectador del horror que participante en él.

El suelo que se desplegaba ante sus ojos conservaba las huellas de la carnicería que ya había tenido lugar. Los cadáveres de uno y otro bando, especialmente del otro bando, se agolpaban en una maraña de miembros, torsos y cabezas. Entre ellos reconoció el cuerpo de Attar, el hostigador al que el brutal combatiente prácticamente había partido por la mitad. Solo la armadura de anillos de metal entrelazados oscura que lo protegía lo había librado de ese destino. Sin nada más que hacer en un combate que ya estaba vencido, agarró al cadáver por los hombros, lo levantó con cuidado y lo arrancó de la alfombra de carne, depositándolo a la sombra del ariete.

 

—¡Avanzad! —gritó cuando Lengua Negra picó espuelas y abandonó la formación para unirse al resto de la caballería.

Los campamenteros formaban la retaguardia de la Compañía. Pensaba que los iban a colocar al frente, recibiendo los disparos de los defensores mientras los demás se encargaban de saltar el foso y asaltar las murallas, pero las órdenes de Lengua Negra habían sido claras, avanzar siempre tras el ariete. 

En vanguardia, las oscuras figuras de los exploradores eran apenas siluetas recortadas en la tenue penumbra. Entrecerró los ojos para ver con más claridad, y recorrió la hilera de espaldas negras hasta que reconoció la de Lejana, su hermana de capa, y recordó su primera batalla. No, no batalla, solo una escaramuza, esta es mi primera batalla. La emboscada en el campamento había sido una lucha desesperada, contra fuerzas superiores que contaban con la sorpresa de su parte, pero no podía, en puridad, calificarla como batalla.

Levantó la mirada al escuchar a los defensores del a muralla, y vio las lanzas surcar los cielos como aves rapaces y caer entre las filas de los exploradores, hundiendo sus picos de acero en la carne de los mercenarios. Vio de nuevo, como en un ensueño, a Lejana, Pipo, y los otros lanzarse contra los enemigos, dándoles el tiempo necesario para montar una defensa. Los vio caer entonces, y los vio caer de nuevo ahora.

 

El ariete se había desviado, y la guarnición se afanaba en girarlo para ponerlo de nuevo en marcha. Manta levantó el brazo y ordenó la detención de la formación. Por delante, los exploradores ponían un alto precio a sus vidas, atrayendo las lanzas de los defensores y mermando su número, despejando el paso para el ariete, pero la línea que formaban sus cuerpos ante el fuerte presentaba cada vez interrupciones de mayor tamaño.

La guarnición del ariete rugía gritos de ánimo y esfuerzo. El enorme tronco y el carro adelantaron al a formación y se dirigieron a la puerta, entre las dos filas de exploradores. Manta ordenó la reanudación del avance cuando las lanzas y jabalinas comenzaban a llover sobre sobre los indefensos hombres y mujeres que empujaban el armatoste.

Observó, impotente, cómo Avestruz, Sabandija y Misteriosa quedaban atrás, atravesados por las jabalinas que caían sobre todos ellos sin cesar. Las jabalinas que pronto cayeron también sobre la formación de campamenteros, hiriendo a Tarado y Plumilla.

Y fue entonces cuando dio inicio la batalla, una cuya brevedad y caos le cogió por sorpresa. El ariete se estrelló contra las puertas, Manta gritó a Derviche y Odio para que ayudaran con el último empujón, envió a Plumilla a la retaguardia, con el malherido Sabandija, y ordenó retroceder a Tarado, que apenas se sostenía en pie.

—¡Recoged las lanzas del suelo y devolvésedlas con creces! — aulló, lanzando con torpeza su única lanza corta —¡Michou, conmigo!

Manta se adelantó unos pasos con su compañero, sujetó el escudo con fuerza y empezó a gesticular groseramente en dirección a los defensores de la parte este de la empalizada, que a diferencia de sus compañeros del oeste, habían salido prácticamente ilesos del ataque de los exploradores. No debía caer nadie más, ni entre los que empujaban el ariete, que serían los primeros en enfrentarse al enemigo cuerpo a cuerpo, ni entre los exploradores, que habían sacrificado sus vidas para dar la oportunidad al ariete, ni entre los campamenteros, que por fin, gracias a los esfuerzos de Lengua Negra, tenían una oportunidad de luchar en igualdad de condiciones.

—¡Hey, vosotros! —Manta golpeó el escudo con su vieja lanza y gritó, abandonando la formación y adelantándose paso a paso hacia la empalizada—, ¡si soltáis las armas y os rendís tenemos piedad como agradecimiento por los ánimos que nos han dado vuestras hermanas esta noche!

Casi una docena de lanzas salieron disparadas en su dirección, algunas de ellas destinadas a él, y otras a Michou. Manta sujetó el escudo con ambas manos, apretó los dientes y bailoteó, brincó y esquivó los proyectiles con más efectividad que gracia. Las puntas se clavaron en la tierra, a su alrededor, y solo una de ellas golpeó en el escudo antes de caer, blanda e inofensiva, al suelo.

Mirando de reojo, se cercioró de que Michou también seguía ileso. Un puñado de lanzas voló sobre sus cabezas, procedentes de las manos de los campamenteros, y se enterraron en los cuerpos de algunos defensores.

—¡Otra vez! —gritó a sus compañeros, ante de dar otro paso adelante para seguir increpando a los defensores—, ¿tenéis la misma puntería cuando estáis en la cama, o es que estáis acostumbrados a que tengan puntería con vosotros?

Una segunda salva de lanzas voló por los aires, y de nuevo, tanto él como Michou resultaron ilesos, mientras la tierra a su alrededor parecía un campo de arbolillos recién plantados.

 

Apartó los ojos de los cadáveres amontonados en el suelo y levantó la mirada a tiempo de ver cómo el enorme guerrero se desplomaba, rodeado por los hostigadores. Con el titán caído, los defensores que no huían soltaban sus armas y se arrodillaban solicitando la clemencia de los vencedores, y estos, sus compañeros, gritaban el triunfo, cobraban trofeos, o buscaban entre los heridos y muertos a los más cercanos a ellos.

Se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano. No había derramado otro fluido durante la batalla. Mientras sus compañeros caían, él había salido ileso.

 

—¡Otra más! —gritó, señalando a los defensores supervivientes. Loor se había encaramado al a muralla y los acechaba desde un costado, los campamenteros enarbolaban lanzas con precisión, y Michou había demostrado ser capaz de llamar su atención y esquivar sus proyectiles, así que Manta corrió hacia la puerta.

El ariete estaba abandonado en medio del umbral, y aliados y enemigos se apelotonaban en sus laterales, empujándose para penetrar en el fuerte. Manta se metió en el barullo e cadáveres, y caminó con dificultades, enredando sus pies en la maraña de cuerpos destrozados. Una mano se cerró alrededor de su tobillo y le hizo caer. El joven k’hlata se puso en pie rápidamente y levantó la lanza, dispuesto a acabar con la agonía de quien le había agarrado, pero los dedos lo habían soltado, y el cuerpo era ya un cadáver.

Vio a Derviche volar sobre el ariete y enfrascarse en una batalla imposible contra varios fantasmas y un enorme luchador de élite. Vio a ese mismo combatiente ignorar a la fanática y partir en pedazos a Teniente, antes de que uno de los fantasmas lo  hiciera caer de su caballo y lo empalara contra el suelo. Vio a compañeros caer, pero cada uno de ellos, eran varios los componentes de las fuerzas del Triplete. Trató de llegar al combate, pero solo el feroz guerrero resistía, mientras un puñado de fantasmas emprendían la huida. Huida hacia ninguna parte, pues al otro lado ya se oían perfectamente los gritos y ruidos del combate, donde la otra mitad de las fuerzas de la Compañía debían estar terminando de tomar su lado del fuerte.

 

Manta suspiró aliviado cuando vio que Derviche respiraba regularmente, y que Odio y Keropis, que también se habían incorporado a la batalla en el interior del fuerte, seguían en pie. Habían caído al menos dos compañeros, pero confiaba en que fueran los únicos. Con cuidado, agarrado al carro, anadeó entre los cadáveres y salió del fuerte, en busca de los campamenteros a quienes había dejado fuera, combatiendo todavía contra los fantasmas de la muralla.

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30/06/2013, 15:04
[RIP] Avestruz.

¿Como definir una vida y decir si fue buena o mala? ¿Como saber si fue corta o duró lo suficiente? ¿Como saber si el paso por el mundo fue digno o solo una vergüenza? No lo sé y nunca lo sabré, pues no soy un tipo brillante ni nunca he tenido demasiadas habilidades como para considerarme un conocedor, como podría serlo un chamán o un brujo, pero las preguntas vienen a mi mente ahora que me sitúo frente al Fuerte Chuda y nuestra misión es asaltarlo y conseguirlo.

Durante toda mi vida he ocultado un secreto que a un K'Hlata como yo, proveniente de la Tribu Cebra, no se le puede permitir, mucho menos dentro de La Compañía Negra. Soy un cobarde. Siempre lo he sido y creo que siempre lo seré, pero mientras mis superiores no lo sepan, jamás seré vapuleado como lo ha hecho con los desertores y otros tipos indignos.

La verdad es que mi intención es la mejor y mi aspecto es fiero, por lo que siempre he logrado amedrentar o inspirar lo suficiente para que las cosas se me den. No siempre es necesario dar el golpe para que el oponente entienda que debe rendirse. No siempre es necesario demostrar ser mejor guerrero para que te escuchen, pues muchas veces basta con que lo parezca. Esa es la historia de mi vida, pues nací y crecí rápidamente hasta ser un hombre alto y de fiero aspecto. El Sargento Gulp no me puso muchos problemas para aceptarme como Aspirante y durante toda la instrucción solo tuve que aparentar ser un tipo de cuidado para conseguir lo que quería. Había veces en que alguien más fuerte no se dejaba amilanar, momento en el que yo cedía como muestra de diplomacia y empatia, lo que también me hacía salir victorioso de esas situaciones.

El punto es que alguien notó que a pesar de que yo nunca tengo miedo antes de emprender mis acciones, el miedo me asalta en el último momento y me detengo justo antes de ejecutar mi acción. Justo antes de golpear, mis músculos se detienen y mi cuerpo se ralentiza, por lo que se corta todo mi impulso. Siempre cuando están discutiendo y yo tomaré parte de ella de una forma más agresiva, siempre me callo y permito que el hilo prosiga sin mí pues algo en mi interior me dice que debo hacerlo y no me deja continuar. Ese es el miedo que me da y la cobardía que tengo es el no luchar y jamás haber vencido ese frustrante impulso.

Ahora el día es cálido. Soy un campamentero, lo que hasta hace unas semanas me era cómodo pues no veía la batalla de primera línea, pero en esta guerra se nos ha necesitado, por lo que he tenido que estar cerca de un enemigo al que no puedo amilanar sin luchar. Trago saliva con dificultad cuando veo desde la distancia las cabezas de nuestros enemigos desde lo alto de la empalizada, esperándonos para acabarnos en una muerte rápida.

Las órdenes se dan y yo intento llenarme de esa fuerza misteriosa que parecen tener los grandes guerreros de La Compañía Negra como son Portaestandarte, el Teniente y los cabos. Incluso algunos Hostigadores como Matagatos, Uro y Ponzoña ya son una leyenda entre los miembros más nuevos por su gallardía y la rápida forma en que han avanzado, luchando grandes batallas desde el término de su instrucción.

Comienzo a moverme con el pensamiento fijo de que este será mi momento y que ahora no tendré miedo alguno, que lucharé y que no aparecerá ese hielo congelante, esas cadenas invisibles que me vuelven una basura inservible para mis compañeros. Yo lo sé y es por eso que no acepté dar el juramento cuando llegó mi momento a pesar de había derramado sangre por La Compañía, pues eso no indica que en realidad puedo fallarle a mis hermanos en el peor momento. Es por eso que no lo acepté hasta no estar seguro de que había superado mis trabas y ahora sería un miembro digno. Le rezo a los espíritus y a mis ancestros para que permitan que este sea el momento.

Avanzo junto con mis compañeros campamenteros hasta que se me da la orden de unirme al ariete. Me pongo feliz pues es un trabajo de gran honor y dignidad el levar el aparato de nuestra victoria y asaltar la puerta en primera línea. Comienzo a empujarlo mientras miro que estoy junto con grandes guerreros a mi lado y me siento orgulloso de ser uno de ellos.

Empujo con fuerza, avanzando al ritmo que lleva la máquina mientras grito y río del frenesí y la euforia de la lucha que se avecina y la sangre que será derramada. Avanzo mientras empujo pensando en que mi fuerza será la que derribará esos muros y nos concederá la victoria, pero nada es tan bueno como parece.

Mis pasos se detiene pues el miedo me amenaza. Siento algo en mi interior que me dice que me detenga, que no avance, que no hay forma alguna de que lo que haga esté bien. Que debo detenerme y no acercarme más pues mi vida corre peligro y el que sobrevive es el que no se expone. Me asalta el miedo que siempre me ha asaltado en el peor momento y que no me deja actuar. Siento mis piernas agarrotadas y aprieto mis puños un segundo mientras cierro los ojos, listo para retirarme donde mi líder con alguna excusa tonta por la que mantenerme atrás y cuidarme como mi miedo me ordena.

Pero abro los ojos con rabia. Veo el portón del fuerte y casi puedo oler la madera de la que está hecha. Mis compañeros ya a avanzan y yo no puedo ser menos. Este es el momento en el que dejo atrás mi pasado y mi ser y comienzo a ser el nuevo Avestruz, ese guerrero Cebra que no retrocederá y luchará como uno de los grandes, como los huesos del chamán me dijeron cuando niño, como me dijeron que moriría como un guerrero, pues este es el momento en el que acepto mi destino y ya no temo morir como un guerrero. Deseo vivir una vida como tal y encontrar la gloria que merezco antes de morir, algún día en unos años, como un guerrero valiente y no vivir por siempre como un cobarde.

Afirmo el ariete con fuerza y empujo con nuevas energías y nuevas convicciones, gritando de emoción y un nuevo valor que no conocía, en el que siento el miedo pero no cedo ante él. Mis piernas no se detienen y mis ojos no se paralizan, sino que lo acepto por su sabiduría, pero yo decido qué hacer y como continuar.

Maravillado del nuevo Avestruz y de saber como el mundo notará mi nuevo despertar y mi nuevo valor, avanzo con el ariete. Veo una lanza caer desde el cielo y me golpea en el brazo, cortando parte de mi músculo, otra se entierra en mi muslo, pero ignoro un dolor que casi no siento con la adrenalina que me invade y la sensación de que nada puede detenerme.

Sigo avanzando con la boca abierta y la garganta ya seca cuando una tercera lanza viene de frente a mí. Ni siquiera alcanzo a pensar, pues solo veo su punta viajar recta hacía mi y siento como me atraviesa el cuello, callando mi grito en un gorgoteo de sangre.

Caigo al suelo mientras mis manos van instintivamente a mi cuello y siento el calor de mi sangre inundando mis ropas y todo a mi alrededor mientras el frío se cuela por mi cuerpo rápidamente. Miro a mi alrededor y sé que nadie puede ayudarme, consolándome de que el dolor y la desesperación durarán poco pues es una muerte rápida. Sonrío sabiendo que todo esto terminará y de que yo seré aceptado entre mis ancestros con gran honor pues ya en el final, aun en el último momento, he logrado mantener mi convicción y, tal como los huesos lo dijeron, no muero como un cobarde, muero como un guerrero.