Partida Rol por web

Sí, entiendes bien, más o menos. Quería meter la antorcha y ver algo, y luego (me gustaría hacer hincapié en el adverbio "antes" que he utilizado) ir con el arco (no digo yo tenerlo listo al asalto siguiente, más bien descolgármelo de la espalda) y no necesariamente el primero (confiaba en la testosterona de algún jugador bruto), claro. En realidad, aún no sé si tras esos dos escalones hay un pasillo, una sala, una poza de agua y mierda o la boca de un gusano de arena. Pero no ha quedado muy clara la redacción, así que sí, iré el primero. Voy a redactar algo a ver si lo arreglo.

Una antorcha no se puede usar, apagar y volver a encender? Yo creía que sí...

Normoh se agacha y entrecierra los ojos intentando ver algo más. También se hace un lío con la cuerda del arco, que se le queda medio enganchado en el codo. Aparentando dignidad y todavía rezongando, pisa el segundo escalón sin prestar demasiada atención.

Jace desciende con cuidado el tramo de escaleras, con la antorcha en la mano izquierda, bien elevada y extendida por delante... y su arma en la diestra, algo retrasada y presta para descargar una fulminante lanzada. Intenta moverse lentamente, avanzando con toda prudencia. Pasos cortos y bien medidos, afianzando cada pie antes de avanzar el otro.

Y aprieta las mandíbulas con fuerza para disimular el castañeteo de dientes, ese es un truco que le enseñaron hace mucho para ocultar cualquier debilidad ante los que te rodean.

Ursu, con la antorcha que le había cedido Velocatus, y empuñando su espada, sigue los pasos de Jace y Normoh. Se sumerge en la oscuridad descubierta bajo la trampilla. Procura mantener cierta distancia entre él y sus dos valientes compañeros, para no acabar tropezando y que se lastimen los tres, lo que constituiría un gran inconveniente. 

La tiniebla que le da la bienvenida quiere tragarse la llama de su antorcha, pero ésta no cede y puede ver, aunque no con toda claridad, las siluetas de sus compañeros mientras descienden por las escaleras.

Normoh fue el primero en descender, el cazador a pesar de haber despreciado colaborar con sus compañeros en la apertura de la trampilla, había visto colmada su paciencia cuando estos no paraban de dudar sobre quién debía entrar y ninguno de ellos atreviéndose a hacerlo. Por ello, sacó una antorcha de la mochila y la encendió con la que empuñaba Ursu, cogió el arco con la otra mano y empezó a descender. Los pies levantaban pequeñas nubecillas de polvo verdoso del suelo, pero ningún monstruo de pesadilla se avalanzó sobre él. Con cuidado de no resbalar fue bajando los escalones muy despacio. Tras él Jace se decide a bajar, quizás avergonzado por haber sido adelantado por el cazador o quizás aliviado porque alguien le preceda; manteniendo la distancia de Normoh, empuña antorcha y lanza, a medida que baja, las nubes de polvo que levantan el cazador y él mismo llega hasta la altura de las rodillas.

Sobre ellos, en la planta baja, los demás miraban por la abertura nerviosos y algo amedrentados, empuñanado sus armas en la semioscuridad de la habitación ahora que habían desaparecido dos de las fuentes de luz y sólo la antorcha de Ursu, casi consumida, les ilumaba.

Cuando Ursu empieza a bajar por las escaleras la sala empieza a quedar a oscuras, iluminada por la luz que asoma por la trampilla. Los Wits empuñaban sus armas mientras que Velocatus, que se había sentido aliviado por un instante por verse librado de bajar por la escalera empezaba a verse sumido en la oscuridad y quizás a lamentar no haber bajado.

En el exterior Bill, empezó a piafar nervioso y por el ruido que hacía, a sacudir la cabeza como para librarse de la brida que estaba precariamente atada a una de las columnas del soportal de la entrada.

Explicación:

10+ para oir ruidos

15+ para identificar su origen correctamente

1 es pifia: Hobbard

Hobbard escuchó un ruido fuera, quizás aquello fuera lo que estaba asustado a Bill. Los demás, Iunus y Velocatus no parecían haberlo oido, sin embargo ahí estaba, otra vez.

Velocatus se estremeció. Se estaban quedando a oscuras por momentos. Quizás sólo fueran los nervios del muchacho, pero en ese momento pudo oir un cuchicheo o un chillido, como si miles de pequeñas voces hablaran a la vez de forma casi inaudible, como si todo el edificio se llenara con el movimiento de cientos de pequeñas patas, como el edificio estuviese vivo. Las manos le empezaron a sudar. Velocatus volvió la cabeza a uno y otro lado buscando la fuente del sonido pero su corazón sonaba tan fuerte que tan sólo podía oir sus propios latidos acallando el agudo sonido.

Normoh iba bajando poco a poco abriendo el grupo. La antorcha algo avanzada iba quemando las abundantes telarañas que ocupaban el techo e incluso se cruzaban de un lado al otro de la escalera. Las paredes techo y suelo parecían cubiertos casi en su totalidad por aquella especie de musco polvoriento de color verdoso y marrón de pútrido aspecto. Los aventureros iban levantando polvo a su paso. Con la pendiente de la escalera, los pasos de Ursu que era el último de los tres liberaban polvo casi a la altura de la cabeza de los demás, por lo que pronto toda la escalera se vió llena de polvo. Ursu y Jace tuvieron que pararse envueltos en toses y una vez más con los ojos llenos de lágrimas. Normoh, un poco más adelantado no recibió las nubes de polvo tan directamente y apenas tosió más que un par de veces y enseguida llegó al pie de la escalera.

A pesar de los temores que los habían envuelto, ningún tentáculo, ningún gusano gigante, ni ningún otro ser propio de las historias de miedo del viejo Averment se lanzó sobre ellos desde la oscuridad. Allí tan sólo estaban vivos los insectos que huyeron de sus pisadas. Las antorchas de Normoh y de Jace no eran suficientes para iluminarlo todo y Ursu aún estaba a media escalera tosiendo, pero los aventureros pudieron contemplar que se encontraban en una sala, que quizás fuera tan grande como la planta superior. Estaba ocupada por estanterías, al estar protegidas de las inclemencias del tiempo, las baldas aún estaban en su lugar y sobre ellas se alineaban cajas y botes de diversos tamaños. El hongo verdoso, una vez más, era ubicuo.

Más cajas de madera de aspecto medio putrefacto se apilaban en las paredes.

Esto no le está gustando nada. De momento se diría que no hay ninguna amenaza evidente, cierto, pero ese maldito polvo verde, que parece salir de todos esos hongos en cuanto los rozas, podría ser más nocivo de lo que parece. Además, cuando les da uno de esos ataques de tos quedan casi indefensos…

Se detiene un instante, deja la lanza apoyada contra lo que tenga más cerca y una vez tiene la mano libre se coloca el pañuelo del cuello ante la cara, justo bajo los ojos. Algo le protegerá si respira a través de la tela… o eso espera al menos. Lamentablemente, para el picor de los ojos no tiene remedio.

Entonces retoma su arma y se dispone asegurar el perímetro de la sala, eso es lo más básico y siempre debe ir lo primero. Luego podrán examinar un poco todas esas cajas y las estanterías…

- Vamos hasta el fondo – avisa a sus compañeros – Pero no te adelantes solo, Normoh, mejor ir todos juntos…

Buena idea lo del pañuelo, Jace... sin embargo, tarde, tarde.

Y mira que avisé antes de que bajaran las escaleras...

Velocatos observó como tres de sus compañeros desaparecían por las escaleras llevándose las únicas fuentes de luz.

Vaya, qué poco previsor. Pensó para sí, antes de añadir, repentinamente: 

—¿Habéis oído eso?— Volvió la cabeza a uno y otro lado buscando algo. Empezó a darse cuenta que quizás las palabras de Normoh de hace unos instantes no debían ser en broma. —Creo que el explorador tenía razón, hay cosas moviéndose a escondidas, por todas las ruinas.— Había un reflejo de sudor en la frente del muchacho y de fuerte nerviosismo en sus palabras.

—Será mejor que vaya al exterior a buscar si hay alguna una antorcha en el carro, para ahuyentar a los bichos. Yo no he traído, y sin luz este sitio se está poniendo... muy oscuro.— Dicho y hecho, se dirigió hacia el exterior de la construcción.

Iba con paso tranquilo. No quería tropezarse en la oscuridad

-Ñañañá ñañañaañaa... Jace y Ursu no podrían asegurarlo, pero habrían jurado oir al cazador repetir entre dientes, en tono infantil, las últimas palabras del guardia. Avanzaba (o más bien vagaba) despacio por la habitación con la antorcha por delante, a pasos cortos y pausados, como quien se pasea por la plaza de Forbrag la tarde del Día de la Luna Larga. Observaba el techo, el suelo. Se aproximó a las estanterías iluminando las hileras de botes y cajas.

Normoh fue el primero en llegar a la parte baja y por tanto el primero en avanzar por la sala. Se aproximó a una de las estanterías, la que tenía más cerca. Como todo en aquel lugar, estaba cubierto del asqueroso polvo marrón y verdoso. Las superficies de madera o cartón estaban cubiertas de lo que parecía el moho que producía todo ese polvo.

El cazador estaba mosqueado, aquello no le gustaba en absoluto. Por lo que había costado abrir la trampilla parecía que aquel lugar no había sido ocupado por seres humanos desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, no había ni un sólo animal. Apenas siquiera había insectos. Estaba claro que aquello debía ser nocivo. Por lo menos, Normoh parecía haber sido quien menos polvo recibiera al haber estado lejos de la trampilla cuando fue abierta y de los que menos polvo recibiera cuando bajaron por las escaleras.

Con estos pensamientos en la cabeza el cazador se acercó a la estantería más cercana. Allí se apilaban grandes recimientes metálicos cilíndricos. Algunos de ellos parecían haberse corroido con los años y habían goteado líquido que se había secado formando oscuras marcas en forma de chorretón. En opinión de Normoh, aquellos envase bien podía haber contenido comida en época de los Padres, pero ahora, estaría inservible. Quizás las cajas de la pared o las demás estanterías más al fondo contendrían algo de valor.

Normoh fue el primero en avanzar por la sala. A su espalda Jace y Ursu, que acaba de bajar las escaleras tras recuperarse del último acceso de tos y que se había traído con él la última fuente de luz que hubiera en el piso de arriba. El cazador se aproximó a una de las estanterías, la que tenía más cerca. Como todo en aquel lugar, estaba cubierto del asqueroso polvo marrón y verdoso. Las superficies de madera o cartón estaban cubiertas de lo que parecía el moho que producía todo ese polvo. Estuvo un rato recorriéndola a lo largo, mirando los distintos estantes, estudiando las cajas y los recipientes metálicos que se apilaban en las baldas, de alguno de los cuales había goteado algún tipo de fluido dejando oscuros y sucios chorretones y charcos, ya secos en el suelo. Normoh sin embargo se cuidó bien de tocar nada o de acercarse a las cajas apiladas contra la pared, que tenían un aspecto especialmente putrefacto.