Partida Rol por web

Denia había quedado al fin libre. Embelesado, observó cómo se levantaba y con un gesto de su mano, el engendro boscoso comenzaba a arder con fuego sagrado.

Su actitud extasiada duró poco, pues la tremenda mole, debido a su tamaño, se movía mucho más rápido de lo que uno podría creer. Arrasó con Lirio y los dólmenes del círculo, y pronto se abalanzó sobre ellos y el altar.

¡Denia cuidado! -gritó mientras se tiraba hacia un lado, rodando más allá del altar.

Tras rodar, trastabilló unos metros hasta los dólmenes de la parte derecha del círculo, alejándose del engendro, mientras descolgaba su fiel laúd. Lo observó un momento cerciorándose de que no se le había roto ninguna cuerda por culpa del ramaje que a punto había estado de aplastarlo. Había perdido de vista a Denia, pero rezaba para que hubiese evitado ser aplastada rodando en otra dirección.

Sin dilación empezó a tocar una tonadilla que inspirase a sus compañeros. Contra esa... "cosa", lo iban a necesitar...

Con la ayuda de Gaia y del Señor,

unidos todos con fervor,

hacemos frente a un mal mayor.

No temáis y no cejéis,

convencido estoy

de que no es hoy

el día en que pereceréis.

Mientras comenzaba la tonada, pudo oír la voz de Denia, indemne, entre los truculentos ramajes, lo cual sacó una leve sonrisa al rostro preocupado de Edgar, aunque, claro, nadie podía verle aún.

La joven guía retrocedió un par de pasos alejandose del enorme monstruo, pero su instinto de destruirlo era más fuerte que el de ponerse a salvo por lo que sólo se retiró lo mínimo para no interferir con su puntería... O ese era el plan antes de que la voz de Edgar comenzase a cantar en mitad de la trayectoria que hubieran seguido sus flechas dentro de un par de segundos.

Así que corrió rauda hasta asegurarse de que el trovador itinerante no recibiría por error las saetas dirigidas a la aberración, aunque perdiera ritmo de fuego. Su proyectil volvió a ser preciso como ningún otro, hincándose con dureza en la boca más grande que podía ver y arrancando nuevos alaridos del ser aberrante.

Los cánticos de ánimo de Edgar subieron el ánimo de todos, la flecha de Navief había sido la primera en mostrar la efectividad de su ayuda; pero también desveló su posición a los monjes ciegos. Uno de ellos seguía vagando, aunque ahora en la dirección aproximada de Edgar, pero los otros tres le lanzaron fuertes patadas muy poco certeras, indiferentes a lo difícil que era acertar a un enemigo invisible, dado que ellos ya estaban ciegos.

Uno golpeó la armadura en una zona especialmente robusta y el cantante ni perdió nota; los otros dos... los otros dos le dieron un buen susto pues golpearon con fuerza suficiente para romperle la nariz... sólo que a veinticinco centímetros de dónde estaba en realidad su napia, uno a la derecha y el otro a la izquierda.

El retoño de la deidad de aquellos cultistas continuó con su paseo rampante, pisoteando enloquecido a todo el que le pillaba cerca y corriendo por todo el claro. Siguió tratando de machacar a Rudolph y Denia, que estaban debajo suyo, a la vez que reducía a pulpa el cadáver del Abad Ludwig, los dejó atrás para traquetear encima de Ulrich, para luego abandonar esa zona y avanzar mucho más rápido una vez que los caballeros no le acosaban.

Los monjes ciegos que atacaban a Edgar murieron hechos fosfatina sin tiempo más que para iniciar su grito de pánico. Todos supieron que Edgar había sido afectado ésta vez, puesto que su voz estaba en medio del camino que siguió el monstruo en su empeño por pisotear a Navief también. Apenas atronó la posición de la montaraz, volvió rápido - al menos hasta volver a alcanzar a los caballeros - al centro del claro, dejando a Denia y Ulrich dentro de su maraña y a Rudolph amenazado por sus tentáculos preñados de bocas.

Tratando de utilizar su escudo luminoso como protección, Rudolph lo elevo sobre su cabeza, con el fin de evitar los sarmientos y ramas con que el monstruo lo golpeaba mientras se movía. No fue suficiente, no resultaba posible defenderse de la diversidad de golpes que recibia, a la vez, desde todas las direcciones

Golpeado, herido, malhumorado, en cuanto el montón de ramas andante se alejó un par de pasos, Sir Rudolph meneó la cabeza, tratando de olvidarse del dolor que sentía y golpeó, o por lo menos lo intentó, con más fuerza que precisión

- No, no se te ocurra irte de aquí - amenazó como si la extraña criatura fuera capaz de entenderlo - No puedes escapar del "Filo de San Bonifacio" - insistió mientras avanzaba tras ella, soltando su preciado escudo en el camino y aferrando su espada larga con ambas manos

- Moriras, aunque deba entregar mi vida a cambio - insistió, notando que, sin la ayuda mágica de Denia probablemente ya estaría muerto, o a punto de estarlo - Así que... MUERE! - El grito resonó en el claro mientras el caballero hendía la cubierta de hojas semi-putrefactas con la punta de su arma, clavándola profundamente en el cuerpo de la aberración

El monstruo no se pudo fijar en él al ser invisible, ni tampoco creía que hiciera el más mínimo caso a la música que producía, pero Edgar observó cerca suyo a Navief, y es a la exploradora a la que el engendro se le antojó aplastar, arrollándole a él en el proceso.

¡Aaargh!

Esta vez no pudo esquivar la acometida, al estar rodeado por los monjes psicópatas y teniendo los dólmenes a su espalda. Se agachó protegiendo su laúd, pero las ramas demoníacas le azotaron y se le clavaron como cuchillas.

Acurrucado, invocó los poderes de Gaia para tratar sus heridas, pero aunque se sintió revigorizado, sabía que no era suficiente para evitar morir empalado por el engendro si le daba por pisotearlo de nuevo.

El monstruo dio la vuelta y volvió a abalanzarse sobre el altar, momento que Edgar aprovechó para pasar corriendo junto a Navief intentando alejarse de sus compañeros para no facilitarte al retoño la tarea de acabar con ellos. Dejó su laúd colgando de la banda de cuero y al llegar a la relativa seguridad de los dólmenes descolgó su arco.

- ¡Corred!, alejaos los unos de los otros, no podrá atacar más que a uno de cada vez. ¡Ven a por mi pedazo de retoño malparido de una deidad infame! ¡Ven a por mi, sierva de Gaia, ven a por mi si no quieres que te envíe de vuelta a los planos exteriores! ¡Olvídate de esos mortales, quien te destruye con el relámpago y la flecha soy yo, yo soy quien ha estado paseando estos bosques durante más milenios de lo que tu repugnante diosa ha vivido, y quien lo continuará haciendo cuando acabe contigo si no puedes acabar conmigo antes. Esos mortales son insignificantes ante tú y yo, ¡ven a por mi si puedes y te atreves! 

Esta vez Lirio optó por no llamar al relámpago, sino que volvió a hacer uso del arco que aún tenía en la mano izquierda, para incrustar dos flechas en aquella maraña aberrante.

No estaba seguro que esa aberración entendiese el común, por lo que repitió la última frase en los idiomas que conocía (Silvano, druídico y élfico). Aunque esperaba que sí entendiese el tono, en caso de ser capaz de oír claro, que ni siquiera lo sabía. Pero sobre todo, le había impactado ya cuatro veces, quizás entendiese quien era su mayor peligro.

-¡Alejaos! Vociferó Ulrich.

-Sir Rudolph, lleváos lejos a Denia. Comentó a su compañero esperando que pudiese poner a salvo a la muchacha. Alejados de aquel ser monstruoso.

El caballero volvió a blandir la espada cuando quedó atrapado en el interior de la monstruosidad esperando abrirse paso hasta Denia que al igual que él había sido alcanzado por aquella mole inmensa.

Tras saltar y cabriolar para evitar los pisotones del ser de pesadilla, Denia pudo comprobar que su ayuda había sido de utilidad para Rudolph, pero el daño infligido por el monstruo era masivo. Encima los caballeros parecían planear ayudarla por encima de la destrucción de aquel ser, en una maniobra que sería un suicidio para el más joven, por lo que trató de evitar esa muerte, en la medida de sus posibilidades.

Con mucho cuidado de no verse interferida por la maraña de ramas tentaculares que la rodeaban conjuró de nuevo la gracia que poseía en una luz plateada que pasó de su mano al cuerpo de Rudolph llenándole de calor y bienestar para aliviar su dolor y debilidad por los continuos pisoteos de la monstruosidad.

Navief saltó a un lado y rodó un par de metros, lo justo para evitar la acometida del árbol animado o lo que fuera aquello. Aunque apenas pudo alejarse con aquel movimiento, la vida de Denia seguía amenazada, por lo que prefirió saciar su odio por la aberración y soltó un nuevo par de flechas con cuidado de no dar a sus amigos, por desgracia ésto hizo que rebotaran inofensivas en puntos duros y protegidos.

Mientras el monje vagaba sin rumbo, el Retoño Oscuro había salido sin que Rudolph pudiera alcanzarle, aunque el joven caballero le había conseguido tajar varias protuberancias cuando volvió a amenarle a él y a Denia; no así con Ulrich que se había asegurado de que la monstruosidad se dejase atrás un tentáculo y otro al volver. Las flechas de Lirio también habían hecho sangrar al ser, un óleo negro y espeso.

Aún con todo el monstruo, que había visto notablemente reducida su masa corporal, no ralentizó su ordalía de destrucción y pisoteo. A pesar de los gritos de Lirio, sea porque no la entendía o sea porque estaba demasiado lejos para su estrategia de daños masivos, repitió su trayecto de la vez anterior, con el mismo movimiento; aunque ésta vez no hubo grito del invisible Edgar, o había muerto o se había movido.

Lirio dio un paso adelante para atacar al monstruo, aunque su segunda flecha no fue todo lo precisa que debiera.

- ¡Aquí monstruo malparido, tu enemiga soy yo! -gritó desesperadamente tratando de atraer la atención de la criatura.

El guerrero volvió a intentar mantenerse en el lugar , intentando dar cobertura a sus compañeros. Cuando aquella monstruosidad se movió para avanzar hacia Navief de nuevo dio un paso para colocarse delante de Denia y esperó la vuelta para volver a golpear a aquella aberración:

-Denia, alejaos. Os lo ruego.

Dijo de forma tajante mientras enfrentaba a la arboleda en su vuelta hacia ellos.