Partida Rol por web

Michael había llamado al señor Brewer y tal y como habían acordado envió un par de vehículos en los que fueron llevados hasta la mansión. El terreno Belasco se encontraba en las afueras de la ciudad, justo después de atravesar la colina de Hilsburg.  La mansión se encuentra al final de la larga alameda de robles que ahora Howard y Meredith pueden apreciar con más claridad que la noche que fueron por su cuenta.

La construcción se alzaba sobre un terreno de nos 3.000 metros cuadrados. Una roñosa y desvencijada verja de unos dos metros de altura rodeaba toda la propiedad. La vista de la mansión era imponente en su decrepitud. La fachada de mármol tallado, aunque sucia y descolorida, era simplemente espectacular. La falta de mantenimiento había provocado que algunas secciones del paramento se hubieran desprendido. Una hiedra enorme y varias zonas cubiertas de musgo de diferentes tonalidades a lo largo de la fachada dotaban a la mansión de una apariencia mohosa y absolutamente decadente.

Al acercarse pudieron apreciar que el imponente edificio poseía dos plantas coronadas por una zona superior abuhardillada. Todas las ventanas del edificio estaban cerradas, con las contraventanas reforzadas con tablones clavados. Justice Brewer y otro hombre se encontraban en la verja de la entrada.

Al llegar el abogado sonrío y les tendió la mano uno empezando por Michael y terminando por Eva.

— Damas y caballeros; como les comenté en nuestra anterior entrevista, mi cliente es muy celoso con el mantenimiento del patrimonio de la mansión, por lo que una vez que entren no podrán salir sin haber completado su trabajo, a no ser que quieran perder el salario establecido. Por supuesto, tienen terminantemente prohibido sacar cualquier objeto de la mansión. Puede que tengan dudas sobre el valor de algunos objetos por su exotismo. Ustedes limítense a realizar una somera descripción de cualquier objeto que les llame la atención, por peculiar que sea. Y no olviden indicar en este cuaderno^[1] su ubicación exacta dentro de la casa. —

El acompañante abrió la verja de entrada y el propio Justice los invitó a iniciar su trabajo.

— Si no tienen preguntas, les deseo toda la suerte del mundo —

Michael se despidió del señor Brewer y observó el imponente edificio maltratado por los años. Caminó un poco por los alrededores sin dejar la parte frontal de la mansión. Dichos alrededores estaban cubiertos de vegetación salvaje que dificultaba el acceso y que, a todas luces, necesitaba algo de mantenimiento.

El detective se había vestido para la ocasión. La ropa seguía siendo formal pero la camisa era cómoda y oscura, para resistir mejor las manchas que, con seguridad, iban a sufrir en el interior. El pantalón tenía muchos bolsillos dentro de los cuales estaba guardada una lupa para poder observar los objetos con detalle y, en la parte trasera, un cuchillo.

Michael había dudado durante mucho tiempo si coger o no el cuchillo pero la fama de aquel lugar y el rumor de que nadie hubiera querido aceptar la tarea le había asustado de algún modo.

Finalmente se acercó a la puerta y giró el picaporte. La puerta, que anteriormente había abierto el acompañante de Justice Brewer, cedió y una bocanada de polvo hizo toser al detective.

—¿Entramos?

Norman emitió un silbido mientras observaba la casa.

-Menuda choza-se limitó a decir.

A pesar de no estar viviendo sus mejores días, la mansión aún lucía imponente. Sobre todo a ojos de alguien que había pasado la mayor parte de su vida en los estratos más bajos de la sociedad.

-Detrás de ti-contestó a Michael. 

Una vez que atravesasen la reja, y antes de entrar propiamente en la casa, Norman comunicaría a los demás que quería dar un rodeo a la mansión para ver el resto de ventanas y puertas, si las hubiese. Si el trabajo se alargaba y no les quedaba más remedio que pasar la noche allí, quería asegurarse de que todos los accesos estaban tapiados o cerrados.

Norman trajo consigo un pequeño maletín. Seguramente no necesitaría todo lo que llevaba en él, pero varias cosas estaban ya metidas y no se preocupó por sacarlas. Era el maletín que solía llevar habitualmente para viajes cortos de un fin de semana.

A la luz del día la mansión de los Belasco mostraba aún buena parte del esplendor del pasado. Sin las sombras de la noche perdía el halo tenebroso que había sentido con tanta claridad durante la última visita. Pero Meredith no se dejó engañar, sabía que la tarea les llevaría varias horas y que la noche regresaría con sus tinieblas y esta vez había venido mejor preparada. Además de las linternas, llevaba consigo un candil, suficiente aceite para alimentarlo y varias velas. No quería volver a verse sorprendida.

Esta intención de querer tenerlo todo bajo control hizo que también llevara consigo armas¹. No se sentía a gusto con ellas, pero su padre la había enseñado a usarlas y durante la guerra se vio obligada a usarlas en alguna ocasión, por lo que, si se diera la situación, sabría defenderse.

Había hablado con Howard sobre el contrato y, sabiendo que posiblemente los Mckenzies estaban detrás de todo esto y que, con sus investigaciones, ellos habían llamado la atención de demasiadas personas influyentes en la ciudad, Meredith pensó que esa historia del inventariado podría tornarse en una emboscada y la excusa de los sucesos paranormales bien podría ser al final motivo para explicar sus desapariciones. Pero Meredith estaría preparada.

Su equipaje lo completaba un neceser con artículos de higiene, algo de ropa para cambiarse en caso de necesidad, unas botellas de agua y unos bocadillos envueltos en papel, además de algo de fruta. Tampoco se olvidó de llevar consigo algo de material de primeros auxilios, por si tuvieran algún incidente, una caída o un corte. En aquel ambiente un pequeño rasguño podría infectarse y convertirse en un problema serio. Todo ello iba guardado en dos grandes bolsas.

Una vez Michael y Norman hubieron entrado en la mansión Belasco, la enfermera se plantó en el umbral y alzó la vista para ver toda la fachada en una especie de muestra de respeto hacía la casa y su historia. Aunque tal vez era más bien una mirada de desafío.

Dio un paso y entro en el recibidor.

Howard no era tan previsor como Meredith. En realidad era un verdadero desastre y como su mujer (y Bedows) lo sabían a él le habían cargado con una bolsa de tela en la que llevaba tentempiés para sobrellevar mejor aquel peculiar trabajo. Después de todo su contratante había insistido en que no podían abandonar el lugar hasta terminar su tarea. ¡Que cosa más aburda! Pero un contrato era un contrato y él lo sabía mejor que nadie.

Cuando Meredith le puso al día sobre sus pensamientos de la emboscada desechó llevar arma alguna. No quiso decirle nada a su mujer pero tenía la sensación de que la paranoia se empezaba a cebar en ella. ¿Cómo iban alguien a intentar liquidarlos a la vista de todo el mundo? Demasiado absurdo¹.

Entró en la casa para encaminarse de forma directa al despacho donde les habían interrumpido aquella noche que parecía tan lejana ya. Tenía claro que empezaría inventario por ese punto de la mansión.

Todos estaban dispuestos; y en mayor o menor medida los cinco se habían preparado para aquel trabajo. Antes de entrar directamente en la casa decidieron por iniciativa de Norman dar un rodeo a la casa. Pudieron ver en ese rodeo que la hierba y los matorrales, que no habían sido podados durante años, lo habían cubierto casi todo, dejando poca visibilidad. Un pequeño quisco se encontraba casi comido por la vegetación.

En su aventura nocturna, Howard y Meredith no pudieron ver lo que ahora si. En la parte de atrás de la casa había una lápida. La de la mujer de John Belasco, Ami Winters. Se encontraba limpia y aparentemente cuidada. No parecía haber una tumba a su lado con el nombre de John Belasco.

La puerta trasera por la que entraron hace ya unas cuantas noches se encontraba ya atrancada bastante mejor, apuntalada con tablones y con un candado de mayor seguridad que el anterior. Parece que la única entrada posible, era la principal. Todas las ventanas estaban bien tapiadas y no parecía que pudiera entrar demasiada luz en el interior de la mansión. Para bien o para mal... nadie entraría ni saldrá por ahí.

La puerta principal de la mansión daba a un hall de tamaño medio. Al abrir la puerta, la luz que provenía del exterior penetró en la oscuridad de la mansión, dejando tras de sí recortadas las sombras de los cinco investigadores. La luz dejó ver un mueble de madera que hacía las veces de recibidor. Sobre el mueble había un deslustrado candelabro que parecía de plata y un viejo reloj muy ornamentado y que no está en funcionamiento.

Una vez los investigadores entraron, Justice Brewer les deseó de nuevo buena suerte y cerró la puerta tras ellos; y aunque no se escuchó que la cerrara con llave una extraña sensación de desasosiego les recorrió la espalda. Poco a poco los ojos de todos se acostumbraron a aquella oscuridad; y la visión fue todavía más tétrica. Los interruptores mostraban que una vez hubo electricidad, pero nada ocurre ahora al accionarlos. Por suerte habían acudido con varias fuentes de luz.

Aquel hall, además del recibidor tenía varios armarios en los que los habitantes de la casa probablemente dejarían las prendas de abrigo al regresar a casa o se las pondrían cuando fueran a salir al duro invierno.

Al atravesar el hall, se accedía al distribuidor... ya conocido por Howard y Meredith.

Vista del distribuidor pasado el Hall

Michael entró en la mansión mirando asombrado a su alrededor. Reprimió una exclamación por las dimensiones de la mansión y pronto se giró para hablar con los compañeros.

—Será mejor que nos separemos y que cada uno vaya trabajando sobre una habitación, ¿no les parece? Yo empezaré por esa de ahí —dijo señalando al despacho que tenía a su derecha¹—. Peguen una voz si necesitan ayuda.

-Me parece bien, pero necesitaré papel y lápiz para ir apuntando, ya que mi memoria ya no es lo que era... Por cierto, no olvidemos anotar lo que hay aquí en el Hall. Como este candelabro, por ejemplo, que si no os importa voy a utilizar.

En cuanto tuvo papel y lápiz, Norman mismamente apuntó lo que había en el Hall. Luego sacó el mechero, encendió las velas y se desplazó a la habitación de la izquierda.

Cuando Norman la pidió una vela, Meredith no tardó en darle al hombre lo que quería.

– ¡Claro! ¡Tome dos, que parece que tenemos para un buen rato!

Entonces encendió ella la linterna que llevaba consigo y se dirigió a la habitación que estaba algo más allá de la que Howard había elegido para empezar -era tan buena como cualquier otra. Se giró hacia Eva y la preguntó si quería acompañarla.

– ¿Vienes conmigo, querida?

Howard fue el primero que se movió. Tenía claro su destino pues había sido interrumpido. Ahora, con algo más de tiempo y toda la calma del mundo se detuvo examinando los papeles que había en diferentes carpetas. Pudo ver que la constructora Belasco había participado de una forma u otra en casi todos los proyectos constructivos de Bloomfield, tanto en vivienda como en equipamientos y grandes infraestructuras. Destacaba su participación en la construcción de la gran presa de la central hidroeléctrica de San Justo a unos kilómetros de la ciudad. Sin embargo lo que más le llamó la atención fue que en varios de ellos se mencionaba un proyecto del que no se aportaban demasiados datos. El proyecto Moonshade. Lo único que encontró fueron algunos costes^[1].

Michael por su parte giró a la derecha, entrando en la primera habitación que se encontró. Se encontró con una amplia estancia que en su día probablemente haría las veces de comedor. Destacaba una gran mesa de roble con capacidad para unos veinte comensales al rededor de la cual había sillas de madera tallada con el acolchado bordado. Cada una parecía representar una escena campestre; sin embargo la mayoría estaban muy deterioradas por la humedad. Siendo generosos quizá podrían salvarse tres o cuatro.

Varios armarios con puertas de cristal cuyos restos permanecían en el suelo, quizá por el terremoto... aunque viendo la cantidad de piezas de vajilla y cubertería de plata que faltan es probable que hubiera sido por algún acto de vandalismo del pasado. Finalmente, en cada una de las cuatro paredes había un imponente cuadro. Éstos estaban enmarcados con marcos de filigrana en color oro. El que llamó la atención del investigador fue uno en el que aparecía Raymond Belasco según rezaba una pequeña plaquita. La escena mostraba a Raymond sentado en una mesa en la que había un tablero de ajedrez. Jugaba con blancas y solo tenía dos piezas. El rey y un caballo, sosteniendo esta última en su mano a punto de colocarla sobre el tablero. Las tres piezas negras eran dos peones y una reina^[2]

Norman por su parte se hizo con el candelabro y no tuvo problemas en usar las velas que portaba una vez las hubo limpiado de polvo y se dirigió a lo que resultó ser una biblioteca bastante grande. Las paredes estaban repletas de estanterías que legaban hasta el amplio techo. Una escalera permitía el acceso a las zonas más elevadas. La mayoría de los libros estaban tirados por el suelo e incluso destrozados. En el centro de la biblioteca había un par de mesas de roble con lámparas para leer. En el suelo, junto a una de las mesas, se encontraba una esfera maciza de cristal partida en dos trozos y sobre una de las mesas lo que parecía el soporte de esa esfera.

Finalmente Meredith y Eva se dirigieron a la habitación al lado del despacho. Allí se encontraron con un vestidor. Los armarios estaban abiertos y las puertas desvencijadas. Dentro había piezas de ropa de tela raída, así como algunos sombreros en los que habían aparecido desagradables manchas de moho. En un lateral se encontraba una especie de expositor para un juego de elegantes bastones. De los ocho bastones que cabían en el expositor había siete de ellos.

Meredith echo un vistazo superficial a los vestidos, ya mohosos, que se amontonaban en el enorme ropero. Le atraía la curiosidad de ver como vestían las mujeres en aquella época, pero la ropa estaba tan desecha por el paso del tiempo, que casi no se atrevió a tocarla, para que no se le deshiciera en las manos.

Sin embargo los bastones le llamaron aun más poderosamente la atención. Parecían una gran obra de arte con sus grabado tallados. Además, le picaba la curiosidad acerca del bastón que a todas luces faltaba en aquella colección. Hasta ahora la impresión que se había forjado de los Belasco era de gente que guardaba el orden ante todo y eso hacia más interesante el hecho de que uno de ellos faltara.

Se acercó y los observó detenidamente, recreándose en sus talas y el posible significado que pudieran tener estas.  

Norman movía el candelabro recorriendo las filas de libros. Confiaba en que su contratante no esperase que en el inventario especificasen cada título, porque si no, aquella tarea podría ser eterna. Aún así, intentó dar un vistazo rápido a los estantes, por si algo le llamaba la atención.

Algo que sin duda lo hizo fue la esfera del suelo. La examinó más de cerca, tanto los dos trozos como el soporte, y luego trató de volver a montarla sobre dicho pedestal.

Por último, buscaría pequeños armarios o cajones en las estanterías y en las mesas.

Howard observó las cuentas. Fuera lo que fuera el proyecto Moonshade era grande. Había varios kilómetros de tuberías y toneladas de material, aparte de varios trabajadores. Parecía una obra municipal, así que apuntó ese dato para consultar el lunes en el ayuntamiento. Tendría que haber una aprobación de este presupuesto en algún lado... o al menos una notificación del mismo.

Por lo demás no parecía haber nada más de interés en aquel despacho por lo que cruzó el hall con intención de visitar la sala de enfrente¹, pero se detuvo un momento al comprobar la decoración del mosaico del suelo. Era curioso porque recordaba a un tablero de ajedrez gigante. Miró a su alrededor esperando ver en algún sitio alguna figura acorde².

Michael ladeó la cabeza mirando la escena y entonces escuchó los pasos de Howard en el recibidor. Se asomó a la puerta y alumbró con la linterna hacia donde estaba el abogado.

—Parece que les gustaba el ajedrez, ¿verdad? —dijo mirando a su amigo—. Aquí hay un cuadro que representa a un Belasco jugando una partida de ajedrez... aunque bueno, no se si jugando es una palabra acertada. ¿Algo a destacar por allí?

Michael anotó algunas cosas en la libreta y levantó de nuevo la vista hacia Howard, iluminando a su alrededor al gran tablero de ajedrez¹.

Meredith revisaba con esmero aquellos bastones. Retiró con cuidado la capa de polvo que los cubría y pudo observar que todos ellos tenían una bonita empuñadura tallada en madera con intrincados motivos victorianos. Sin duda tendrían un elevado precio en cualquier buena tienda de ropa para caballeros. Lo que llamó la atención a la enfermera fue uno de ellos. Era diferente a los demás ya que en lugar de en madera su empuñadura estaba tallada en marfil, con un par de cabeza de elefante con sus trompas extendidas. Al examinarlo giró la giró y comprobó que no era un bastón al uso. Del mismo salió un afilado filo de más de un metro de largo, que sin duda podía ser empleado como un peligroso estilete.

Norman por su parte observaba la esfera con curiosidad. Al dejar los pedazos sobre el soporte había inscripción "Kalil El-Amra". No tardó en ponerse a buscar cajones, y fue examinando la mesa que pudo ver unos cajoncitos poco profundos pero muy antes. Estaban perfectamente integrados en la decoración de la mesa, y la ausencia de pomos hacía que pasaran casi totalmente desapercibidos. En uno de ellos había unos papeles clavados con chinchetas. Finalmente se dedicó a observar la librería usando la escalera corredera para poder llegar a los libros más altos. Había desde narrativa hasta ensayos de todo tipo, pasando por libros de ciencias, biología, química, física, ... También había un apartado con libros de ciencias ocultas entre los que se fijo en uno llamado "Tribus Nativas Americanas", de los que se podrían obtener algo de conocimiento dedicando algunos días^[1]. Examinando la librería también se fijó en que la pared del fondo no era completamente recta; sino que tenía un pronunciado ángulo. En la parte superior además había un pequeño soporte.

Howard pudo fijarse que el suelo no era solo ajedrezado, sino que además tenía las mismas medidas que un tablero de ajedrez. Dió un vistazo concienzudo por la sala... pero además de un cenicero de pie de un metro de altura que había sobre una de las baldosas no parecía haber nada digno de mención.

Michael salió al distribuidor junto a Howard que observaba curioso aquel bonito suelo. Sin embargo lo que llamó la atención del investigador, más acostumbrado a estos menesteres, eran unas ligeras marcas de arrastre prácticamente ocultas por el polvo y la porquería que parecían ir desde la baldosa donde estaba el cenicero hasta la que tenía enfrente. Michael giró la cabeza, y quizá incluso sonrío. Aquella baldosa coincidía con la ubicación del rey blanco en la pintura en la que salía jugando el señor Belasco y que acababa de ver^[2].

Michael echó un vistazo a la sala, dirigiendo la linterna a todos los rincones. Esta claro que ese cenicero tenía que ir en la posición del rey blanco y probablemente habría otra pieza que habría que situar en la posición donde Raymond Belasco iba a situar el caballo.

—Acerca ese cenicero ahí —dijo señalando la posición del rey blanco mientras se dirigía a la supuesta posición del caballo. Quizá en ese lugar también había marcas de deslizamiento de algún otro elemento¹.

Norman empezó a tomar notas en otra hoja diferente a la del inventario. Aunque al principio no estaba muy convencido de que fuesen a encontrar nada útil, al final los Belasco quizá sí guardaban secretos más oscuros de los que pensaba. 

Apuntó el nombre de Kalil El-Amra, apartó los pedazos de la esfera y el pedestal para llevárselos y también cogió los papeles que encontró en el cajón oculto. Luego, mientras observaba los libros, no pudo evitar fijarse en ese tomo de Tribus Americanas. Estaba colocado de manera diferente al resto. Puede que no fuese nada, pero lo agarró igualmente. Al menos tendrían una lectura entretenida para más tarde.

Por último, echó un ojo a la pared y a ese soporte. Trató de alcanzarlo con la escalera, o subiéndose a algún mueble. Quería verlo de cerca, toquetearlo e intentar moverlo de alguna manera. Si no surtía efecto, buscaría algún resquicio o mecanismo a lo largo del muro. Visto lo visto, no le extrañaría que fuese una pared falsa que ocultase algo.

Howard obedeció la orden de Michael.

—¿Una partida de ajedrez? ¿Y ahora se abrirá una puerta secreta? Parece lo adecuado para una mansión como ésta.— le dijo a su amigo con una sonrisa en los labios.

El florete escondido en el bastón hizo pensar a Meredith en juguetes para nobles. Admiró la belleza del acabado y los detalles, pero eso fue todo. Su imaginación no voló por lo que veía, sino más bien por lo que no veía. Qué faltaba un bastón en aquella colección era evidente, pero… ¿por qué? Decidió que no había nada más que buscar en aquella habitación y que quizás encontrará la respuesta a la pregunta o el bastón desaparecido en otra habitación, por lo que terminó de escribir sus notas sobre los objetos encontrados allí, esperó a que Eva hubiera terminado de comprobar algo que parecía haberla interesado entre los vestidos y ambas salieron al recibidor.

Allí estaban sus respectivos maridos.

– ¡Pero bueno! ¿Acaso hemos venido aquí a jugar o qué? –dijo con una sonrisa antes de entrar a la habitación contigua a la que acababan de registrar, dejando a los hombres tranquilos.