Partida Rol por web

Howard y Michael observaban el distribuidor, aquel suelo ajedrezado tenía que esconder algún secreto y parecía que todo indicaba que el cuadro era algún tipo de pista para desvelarlo. Nada ocurrió al mover el cenicero, y Michael tampoco vio nada que le llamara la atención. Howard arrastró el pesado cenicero mientras el investigador revisaba la zona. No había marcas de arrastre en absoluto, pero cuando el objeto estuvo en la baldosa y Michael estaba sobre la que debía estar el caballo escucharon un "clic".

En ese mismo instante entraron Meredith y Eva que volvían de revisar el vestidor. Ambas pudieron no solo escuchar ese ruido, sino ver que provenía de una de las baldosas que tenían justo delante. Esta se levantó un par de centímetros y fue Eva la que se adelantó a terminar de levantarla mirando divertida a los dos hombres. Encontró un puñado de billetes deteriorados por la humedad y una llave con el número 232 grabado en ella.

— Vaya vaya. ¿Que abrirá? — Dijo dejando los billetes sobre el suelo.

Mientras tanto, Norman seguía investigando la librería de la biblioteca. Trató de toquetear y o activar el mecanismo, pero no fue hasta que no se fijo con detenimiento en él, que se percató que el tamaño encajaba perfectamente con la propia escalera. Se bajó y la corrió hasta el extremo donde estaban las marcas para escuchar un "clac". Una de las librerías se abrió ligeramente, y Norman pudo ver que tras ella había unas escaleras que parecían subir al segundo piso...

Norman sonrió. Por un momento se sintió como un niño jugando a la búsqueda del tesoro.

Rápidamente salió en busca de sus compañeros.

-He encontrado muchas cosas interesantes en la biblioteca. Entre ellas, una escalera oculta que sube al piso superior.

Compartió con los demás todo lo hallado en la habitación.

Howard volvió hacia atrás cuando Norman los llamó:

—Espero que os estéis divirtiendo tanto como yo con este lugar. Parece una especie de atracción de feria que mezcla 'el tesoro escondido' con el 'túnel de la bruja'. Guarda esa llave, querida, estoy seguro de que pronto le encontraremos alguna utilidad aquí o fuera. Me pregunto si esas cosas deberíamos inventariarlas también.

Entró en la biblioteca para ver el pasadizo que Norman les mostraba.

—Iba a proponer revisar primero toda la planta baja pero confieso que me puede la curiosidad. ¿A dónde nos llevará este pasadizo secreto? ¿A una sala de alquimia? ¿Al laboratorio del doctor Frankenstein? Vamos... esto hay que mirarlo.

El problema de Howard era su impulsividad y que siempre pensaba que las desgracias le pasaban a otros. Afortunadamente cuando se trataba de temas legales era todo lo contrario: cauto y desconfiado. Pero aquello no era un litigio sino una aventura que, de momento, tenía visos de juego para él. De ahí que ascendiese las escaleras sin tomar ninguna precaución, llevado solo por su curiosidad¹.

Estaba poniendo ya un pie en la otra habitación, cuando escuchó el clic a sus espaldas. Se giró a tiempo de ver a Eva agachada al lado de la baldosa que se acababa de levantar, Investigando el contenido de aquel extraño compartimento secreto.

Pero aquella no iba a ser la última sorpresa que les reservaba la casa. Emocionada se asomó por encima del hombro de la vidente, tratando de ver que más se escondía en aquel hueco, y en ese momento Norman les desveló su descubrimiento. Meredith debía de haber sospechado que su marido sería el primero en ofrecerse a explorar el misterioso recinto.

– ¡Howard! Ya te estas olvidando de eso. Tú no vas a ir ahí solo.

Se acerco a grandes zancadas hasta donde estaba su marido.

– ¿Y bien? ¿A que esperas? Vamos allá.

Y le dejo el paso a Howard, siguiéndole de cerca.

Menuda pareja estaban hechos estos dos, pensó Norman. Por su parte no había más que hablar, así que siguió a ambos por las escaleras, iluminando como podía con el candelabro, para no tropezar.

Michael se encogió de hombros y miró a Eva. Exhaló el aire por la nariz contrariado y volvió la mirada un instante al gran tablero de ajedrez. Ladeó la cabeza y al fin siguió al resto del grupo.

—No nos pagan por esto —dijo desde la lejanía, a la desesperada, sabiendo que a Howard le importaba poco el pago de esta empresa.

Eva sonrío. Parecía que también le estaba divirtiendo aquella "aventura" y ver a su querido Michael siguiendo al resto todavía le hizo sonreír más.

— ¿Que problema hay en divertirnos un poco mientras trabajamos? — Le dijo cogiéndole del brazo y dándole un beso en la mejilla

Howard empujó con esfuerzo la librería para abrir el camino y subir por una estrecha escalera en la que solo se cabía de uno en uno. Oscura, húmeda y crujiendo a cada paso; unos quince o veinte empinados escalones después llegó a un panel cerrado, que con un suave empujón cedió, abriendo el acceso a un armario abierto y desde esta saliendo a un gran dormitorio.

Este dormitorio contenía una enorme cama con dosel labrado en madera y una recargada decoración victoriana. Había un par de mesitas de noche, tocador, dos enormes armarios (uno de ellos por el que entraron) y un aseo completo. La calidad de los muebles hacía pensar que no faltaba de nada de lo que se pudiese comprar con dinero en aquella época, a pesar de que el estado de la habitación es de total abandono.

Howard dio unos pasos para entrar en la estancia y dejar que los demás salieran de las escaleras.

—Los Belasco tenían juegos de alcoba muy particulares o miedo a que algo los pudiera atrapar por sorpresa. Son las dos explicaciones posibles para que alguien haga un pasadizo secreto que comunique su dormitorio con la biblioteca del piso inferior.

Se acercó a uno de los tocadores con cierta curiosidad, aunque sólo echó un vistazo superficial.

—Resuelto el misterio de la sala secreta creo que sería mejor bajar y continuar con el inventario de la planta inferior antes de empezar con ésta ¿no creéis?

Michael miró a Howard con los ojos entrecerrados y continuó andando por la habitación.

—Bueno, ya que estamos aquí permíteme que baje por la escalera principal... esa escalera no me da buenas sensaciones.

Y Michael salió de la habitación. De camino a la escalera se encontró con otra habitación con la puerta a medio abrir¹. Empujó la puerta y echó un vistazo al interior.

-Sí, yo también voy a volver abajo, o me voy a volver loco con el dichoso inventario si además nos vamos saltando habitaciones...

Norman descendió de nuevo, preguntando de camino qué habitaciones ya habían inspeccionado. Teniendo eso en cuenta, su siguiente objetivo sería la última puerta de la izquierda*.

La desilusión se dibujó con claridad en la cara de Meredith. Registrar una mansión antigua y abandonada era una experiencia emocionante que, cuando encontraron además compartimentos secretos, empezó a tomar un cariz de aventura apasionante para la enfermera. Al descubrir que se trataba simplemente de un atajo al dormitorio familiar.

– Qué aburrido debía de ser el señor Belasco, si lo primero que tenía en mente al despertarse y lo último antes de irse a la cama eran sus libros.

Siguiendo los consejos de Howard, regresó al piso de abajo y, al ver que Norman se dirigía a la habitación que había pensado registrar ella¹ antes de la pequeña agitación causada por los secretos descubiertos, decidió lanzar ahora un vistazo a la sala que se encontraba justo detrás de las escaleras.

Howard sonrió ante el desplante de Michael. ¡Que genio tan vivo tenía ese hombre! Todavía con la sonrisa en la cara bajó por las escaleras principales para dirigirse a la sala que tenía pensado explorar antes de pararse a mirar el tablero de ajedrez¹.

— Me quedaré con Michael por aquí arriba — Dijo Eva mientras el resto bajaba.

Mientras el sonido de los pasos bajando las escaleras se alejaba conforme todos  bajaban, la espiritista y el investigador entraron en esa nueva habitación cuya puerta semi abierta los llamo poderosamente. Se trataba de una amplia estancia, que al iluminar con sus linternas hizo que ambos se llevaran un buen susto. Varias formas humanas aparecieron cortadas por la mitad, tiradas por el suelo. No tardaron en darse cuenta que tan solo eran maniquís, pero las sombras que proyectaban fueron ciertamente perturbadoras unos instantes. Lo justo para que Eva agarrara con fuerza a Michael del brazo para reirse bajito justo después. Dentro de la estancia destacaba un hermoso mueble de hierro forjado que servía de pie para una elegante máquina de coser. Había también un telar de madera junto a una de las paredes y varias estanterías y armarios donde todavía quedaban algunos utensilios de costura como agujas o retales de tela podridos por la humedad.

Ya en la planta baja Norman fue directo a otra habitación que resultó ser una amplia sala que debió ser bastante elegante en sus buenos tiempos. Tenía  una chimenea con una mesita y un desvencijado sofá frente a ella. Había una imponente mesa de billar cuya madera se encontraba en buen estado, no así el fieltro verde que estaba en muy mal estado, con varios rotos y rasgaduras. En el suelo había un par de bolas en las esquinas y un par de trozos de un taco de madera partido. No parecía que hubiera nada de especial valor allí.

Meredith entró en la estancia del servicio, pero al ver que era la zona por donde entraron el y Howard algunas noches atrás decidió poner rumbo a otra habitación que resultó ser la cocina^[1]. Estaba alicatada con azulejos blancos decorados con ribetes victorianos en tonos azules; de muy buena calidad a simple vista. Estaba perfectamente equipada. Todavía permanecían allí algunos productos que con el paso de los años habían cogido bastante moho y se habían descompuesto en una desagradable masa de difícil descripción. El olor a rancio era bastante fuerte; aunque todavía era más intenso el que salía de la sala de al lado; que apuntaba a ser la despensa. Además de varias chacharros de cocina repartidos por el suelo había un cuadro de luces en el que se veía que todos los fusibles estaban saltados.

Howard se percató al pasar por el suelo ajedrezado que la trampilla levantada se había vuelto a bajar. No le dio mayor importancia y continuó hasta la habitación que tenía justo en frente. Se encontró con una sala con armarios y cajones de diseño infantil que se repartían a la lo largo de la amplia habitación. Había juguetes de todo tipo desparramados: balancines, patinentes, coches de madera, muñecos de trapo, peonzas y demás. También había un pequeño tablero de ajedrez al que le faltaban varias piezas, entre ellas el rey negro, varios peones de ambos colores y el alfil y la torre blanca. Nada de aquello parecía tener demasiado valor a excepción de una preciosa casa de muñecas en miniatura que parecía haberse conservado en perfecto estado. En su interior había una colección de doce muñecas de porcelana del consecuente tamaño.

—¿Te parece gracioso, querida? —dijo Michael frunciendo el ceño.

La habitación parecía una sala de costura. Michael se acercó a uno de los maniquíes mientras miraba con cara de desaprobación a Eva. Se acuclilló para coger el brazo de uno y moverlo. Eran piezas antiguas y les costaba moverse. Quizá en otro tiempo la señora Belasco fue aficionada a la costura o quizá este lugar era ocupado por costureras empleadas a la familia.

Se acercó al armario y lo abrió. Una capa de polvo le hizo estornudar y el eco de la casa hizo que su estornudo se magnificara por el hueco de la escalera.

—Veamos qué tenemos aquí... 

Howard se aproximó a las muñecas para echarle un vistazo en detalle. Le seguía sorprendiendo que tantas cosas de valor continuasen en aquella casa. Seguramente como antigüedades valdrían algún dinero.

Norman recogió una de las bolas de billar del suelo y jugueteó con ella un rato, lanzándola al aire y recogiéndola con una mano mientras echaba un vistazo general.

No parecía haber nada de interés allí, pero aún así decidió agacharse y mirar debajo de la mesa de billar y del sofá, y seguidamente inspeccionar un poco más a fondo la chimenea. Primero se fijó si había cenizas o algún tipo de evidencia de que se hubiese usado recientemente. Luego, pasó sus manos por la repisa, los laterales y la parte interior. En una novela barata había leído la descripción de un compartimento secreto oculto en una chimenea, así que quiso probar suerte.

Meredith cogió un pañuelo y se lo llevo a la cara para taparse la boca y la nariz y tratar de evitar así las arcadas que el intenso olor sin duda la provocaría. Hizo de tripas corazón y se acercó al recinto que parecía ser la despensa, sin esperar realmente encontrar nada importante.

Mientras avanzaba, buscaba con la mirada algo que llamara su atención. ¿Algún cuchillo fuera de lo que se esperaba en una cocina? ¿O quizás la falta evidente de uno de ellos?

Se acercó también a los interruptores de la luz y los probó sin demasiadas esperanzas a una reacción.

Michael y Eva dieron un vistazo más en detalle a la sala, buscaron en los armarios; incluso revisaron la máquina de coser que parecía estropeada. Desde luego no había nada en aquella sala que fuera digno de anotarse en el inventario solicitado. Ambos salieron, continuando su camino por la segunda planta y optando por entrar en la siguiente habitación. Se trataba de una habitación considerablemente grande. Su decoración era infantil; y el papel pintado de las paredes presentaba motivos alegres y colores vivos que en su día debieron ser vivos. Nada más entrar un fuerte olor golpeó las fosas nasales de la pareja, casi invitándolos a no entrar directamente.

— Uff, ¿Pero que huele tan mal ahí dentro? — Dijo quedándose en la entrada y mirando a Michael. 

Mientras tanto, Howard examinaba con cuidado aquella casa de muñecas. Sin duda valdría un buen pico. Todas las miniaturas estaban en perfecto estado; pero lo que llamó la atención del abogado fue una pequeña caja de música de unos 10x10 centímetros que descansaba entre dos de las muñecas. Al abrir la tapa pudo ver un precioso tiovivo conectado a la pequeña manivela del exterior.

Norman probó suerte tocando aquí y allí. Tan solo se llevó un buen montón de polvo acumulado, pues ni bajo la mesa de billar ni por la chimenea encontró nada que activara mecanismos secretos o pequeños departamentos ocultos. Parecía que no tendría la misma suerte que en la biblioteca.

Meredith, tal y como esperaba subió los fusibles sin demasiado éxito; tampoco encontró nada reseñable en la cocina. Tras ello y cubriendo su rostro con el pañuelo entró en la despensa. Tal como era de esperar el olor ha podrido era todavía más intenso. La enfermera pudo comprobar que se debía a la cantidad de alimentos almacenados, botes rotos por el suelo y algunos restos de pisadas junto a una masa reseca que pudo identificar como restos de vómito con casi total probabilidad.

Michael se llevó el brazo a la nariz y tomó aire.

—¡Qué olor! —dijo avanzando unos pasos y empujando la puerta—. Quédate fuera querida, echaré un vistazo rápido, apuntaré lo que sea de interés y saldré de inmediato. No es menester que tengas que aguantar ese olor.

Arrugando la nariz, el detective se internó en la sala.

Howard salió hacia el hall dándole cuerda a la pequeña cajita de música encontrada. Siempre le habían fascinado este tipo de mecanismos. Había algo hipnótico en ellos.

—Creo que ya hemos recorrido toda la planta baja. No sé por qué Justice pensó que esto nos iba a llevar tanto tiempo.— dijo dándole cuerda a la cajita mientras subía las escaleras.