Partida Rol por web

Los Dhaeva de Transilvania.

TERRITORIO 51: Bosque Otoñal.

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22/01/2008, 14:28
T51: BOSQUE OTOÑAL.

Denso bosque de árboles de hoja caduca. Tiene un algo de melancólico y de hechizado. Parece como si en su interior siempre fuera otoño.

Población: 0.

Etnia: Ninguna.

Recursos: Madera. Caza.

Terreno: Bosque.

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22/01/2008, 14:31
Director
Sólo para el director

AÑO 950. - FASE DE INVIERNO.

ECONOMIA: Normal, sin modificadores. Base de Recaudación: 0. - Condiciones ambientales neutras y estables.

SUCESO: A primeros de año, el Padre Benignus (Sacerdote Ortodoxo de Oradea, Territorio 5) ha "sacralizado" el corazón del Bosque. Clavando una cruz en el centro y rociándolo todo de agua bendita. Como resultado, el aura feérica del Bosque prácticamente ha muerto.

- Tiradas (2)

Tirada: 1d100
Motivo: Economía.
Resultado: 34

Tirada: 1d100
Motivo: Sucesos invierno.
Resultado: 7

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22/01/2008, 15:53
TEMPUS FUGIT

AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA.

MES DE FEBRERO.

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22/01/2008, 16:01
SITUACION

SEÑOR DE LOS TEMPANOS:

- Surcando ágilmente el cielo entre las nubes te posas finalmente en el Claro de bosque que fue en su día el corazón de tus dominios, la Marca Sdersath.

- Casi inmediatamente sientes un dolor horrible y sientes la agonía final del espíritu feérico del Bosque al morir.

- Caes sobre una rodilla mientras te recuperas. Al abrir nuevamente los ojos sientes que el Bosque se ha convertido en un lugar mundano, con apenas un leve rastro de su antigua aura feérica.

- ¿Dónde están los Cambiados que dejaste atrás para custodiar el bosque? ¿Dónde están los Sprites y los Inanimae? ¿Dónde los monstruos mágicos y las criaturas feéricas que a nadie responden más que a su capricho? Nada de eso puedes sentir en el lugar.

- Caminando hacia el lugar donde antaño estuviera tu Corte contemplas tu antiguo Trono, ahora convertido en un tocón, y el glorioso Arco de Korkasse, que ahora no parece más que un par de viejos robles con las ramas entrelazadas.

- En el centro del lugar, justo donde debería de estar el Corazón del Baluarte hay un objeto que no debería de estar allí... Se trata de una cruz, una tosca cruz de madera tallada por manos humanas. El suelo a su alrededor "apesta" a algo que inicialmente no eres capaz de identificar... Hasta que caes en la cuenta de que se trata de agua bendita, o al menos del doloroso vacío que crea el agua bendita de los humanos cuando toca los lugares mágicos de maravilla y poder de tu raza.

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22/01/2008, 16:03
Director

Notas de juego

SEÑOR DE LOS TEMPANOS:

- No hay rastro en lugar alguno de presencia feérica.

- Valdis el Portador del Miedo no está por ninguna parte, ni tampoco hay nadie más.

- Si quieres rastrear el lugar puedes tirar Percepción + Supervivencia (o Investigación), a dificultad 6.

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23/01/2008, 03:16
Señor de los Témpanos.
- Tiradas (4)

Tirada: 1d10
Motivo: percepción+supervivencia (1/4)
Resultado: 9

Tirada: 1d10
Motivo: percepción+supervivencia (2/4)
Resultado: 7

Tirada: 1d10
Motivo: percepción+supervivencia (3/4)
Resultado: 9

Tirada: 1d10
Motivo: percepción+supervivencia (4/4)
Resultado: 6

Notas de juego

Hoy he tenido un día difícil y no puedo escribir el post digno y detallado que me gustaría, así que te dejo la tirada, para que pueda incluir los resultados en mi siguiente post.

Así se hace: 4 éxitos. Se nota que este es mi antiguo hogar... el bosque me susurra.

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27/01/2008, 17:04
Director

- El bosque ha sido terriblemente profanado por un ritual cristiano.

- Con un increible esfuerzo mental de concrentración logras ver en tu mente el rostro del perpetrador de tran execrable crimen: es un sacerdote ortodoxo y su rastro conduce a Oradea, al norte.

Notas de juego

¿Cuál es tu Acción Estratégica de Febrero?

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27/01/2008, 19:06
Señor de los Témpanos.

Notas de juego

Como dije, mi acción estratégica es "consolidar lugartenientes leales", para poder prepararme para atraer a Valdis con mi tercera acción, si eso es posible. Mi tercera acción será buscar el rastro de mis cambiados desaparecidos, si sigo sin saber dónde están.

Dado que posiblemente a muchos de los cambiados más influyentes de aquel entonces los bauticé yo mismo, trato de utilizar algún ritual que me permita localizar a alguno de mis antiguops vasallos (a ver si Valdis aparece por allí). Tiro de Grammarie, y acudo al estudio de Korkasse, si fuera necesario (de hecho voy a adquirir todo lo que encuentre allí, para comenzar mi propia investigación).

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30/01/2008, 01:42
Director

- Piensas que sería posible anular en parte el Rito cristiano que ha matado el espíritu feérico del Bosque. No sería nada fácil, y precisaría la sangre del perpetrador, a poder ser hasta la última gota.

- Inviertes el mes de Febrero en el Bosque Otoñal, pese a que su aura mundana y muerta te desasosiega. Realizas algunos rituales durante ese tiempo probando a imaginar los rostros de tus antiguos Lugartenientes. El único que visualizas con cierta nitidez es el de Valdis el Portador del Miedo, antaño uno de tus mejores seguidores y en quien confiabas para cuidar del Bosque.

- Aumentas tu Trasfondo de Lugartenientes Leales.

- Los rituales parecen apuntar a que Valdis está hacia el norte. De todos modos tira Inteligencia + Grammarye a dificultad 6 para confirmarlo.

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30/01/2008, 12:18
Señor de los Témpanos.
- Tiradas (6)

Tirada: 1d10
Motivo: inteligencia + grammarye (1/6)
Resultado: 9

Tirada: 1d10
Motivo: inteligencia + grammarye (2/6)
Resultado: 6

Tirada: 1d10
Motivo: inteligencia + grammarye (3/6)
Resultado: 5

Tirada: 1d10
Motivo: inteligencia + grammarye (4/6)
Resultado: 1

Tirada: 1d10
Motivo: inteligencia + grammarye (5/6)
Resultado: 2

Tirada: 1d10
Motivo: inteligencia + grammarye (6/6)
Resultado: 6

Notas de juego

Dos éxitos, master. Cuando me confirmes y me des los últimos datos, describo.

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01/02/2008, 13:50
Director

SEÑOR DE LOS TEMPANOS:

- Tú mismo le diste hace casi un siglo el Rito de Bautizo a Valdis el Portador del Miedo, era uno de tus Cambiados más leales.

- Te parece "sentir" un rastro de su aura en el territorio vecino de Oradea. No puedes estar seguro por completo, tal vez sólo ha pasado por allí y ya no está...

- Captas también la presencia en el centro del bosque de un árbol que en realidad no es tal, sino la forma estancada en forma vegetal de un Troll legendario: Shigraat el Portador del Odio.

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03/02/2008, 13:26
TEMPUS FUGIT

AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA.

MES DE MARZO.

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04/02/2008, 03:45
Señor de los Témpanos.

Los susurros de la fronda habían estado trayendo extrañas palabras en los últimos días. Los espíritus cantaban y contaban una historia vagamente familiar, sobre alguien tiempo atrás olvidado:

Ávaros y eslavos podían estrellarse contra Bizanzio como un mar embrabecido, pero el rompeolas de Oriente los dividiría una y cien veces en dos. La espuma de sangre de esas guerras repartiría penuria por las tierras circundantes. Penuria que en la distante Tierra del Invierno Eterno cubriría la nieve más atroz. Un tenaz ojo transilvano escrutaba la espalda de la Corte de Otoño desde el sur. La Reina Safne recorría las cumbres y las hondonadas de dura roca, enfriándolas con su abrumadora presencia. Sus gélidos trolls y sus engendros invernales rugirían en la tormenta más helada para encoger los corazones temerosos. Y allí se puso a Lord Noderoth Sdersath, para que la Reina de Hielo tuviera algo que observar en su aburrimiento velado; algo en lo que poner sus ojos antes de preocuparse por poner sus garras sobre las raíces del Bosque Otoñal. Un dulce en una mesa demasiado fría, tan solo para evitar al depredador mirar más lejos… su misión imposible para la palmadita que nunca llegaría.

Apartado por un mar de suspicacias elitistas de la sociedad feérica de su corte, Noderoth pronto aprende a deleitarse con los peculiares humanos. Cuadros sin trazo, ni color, ni chispa, de una gloria que emulan al menos con interesante perspectiva. Un falso consuelo para su ostracismo obligatorio. Como un jugador de ajedrez ante sus pequeñas piezas negras, el Marqués aprende con rapidez a moverlas por los alrededores, interesándose en sus evoluciones como un niño con su nuevo juguete. Media sonrisa se dibuja en su rostro cuando algunas de sus cartas son contestadas por estudiosos de la conducta humana. No responden a sus frases afectuosas, ni a sus preguntas sobre la Corte, pero al menos le muestran un franco interés por su observancia de esos seres burdos e inferiores.

Como un adicto al cariño que nunca tuvo, Noderoth profundiza en sus investigaciones, y aprende más y más de esos peculiares animalillos sociales y bípedos. Para su sorpresa, comienza a comprender sus evoluciones, a apreciar ciertas tendencias e incluso a valorar su posición estratégica. Las curiosas personillas llenan los huecos como una plaga de cucarachas molestas y difíciles de apartar. Incluso la Reina Gélida tendría problemas en barrer de arena la playa. Sus estudios lo ponene en contacto frecuente con una facción humanista en el interior de la Corte de Otoño. Las letras que recibe de la Selva Negra comienzan a dibujarle un panorama en que él podría controlar a esas gentes; hacerlas suyas y utilizarlas contra el invierno. Fueron esas gentes las que fortalecieron al verano cuando seccionó el frente del reino… podría volver a suceder. La idea lo seduce, lo acaricia y lo mima como nadie antes hubiera hecho con so orgullo. Media sonrisa amarga orló el rostro del noble feérico.

Tan irónica que resultaba sarcástica, tan inperdonable como balsámica, la abominación acechaba desde los ojitos brillantes de un ser Entre Dos Mundos. La aberración que tan cotidiana le resultaba a Noderoth en sus tratos con los remilgados nobles de la Corte era inegable en un Cambiado. Alimentados por la mugrienta leche de los bastos pechos de una hembra humana, los querubes mitad hada y mitad hombre mamaban de la propia bajeza desde su más tierna existencia… una bajeza que les otorgaba el don de caminar entre sus progenitores no feéricos prácticamente como iguales, en una clara muestra de su lejanía del centro de las Estaciones. Para el primonato exiliado suponían un pueblo sobre el que reinar sin oposición; alguien de quien reclamar respeto y devoción más allá de toda discusión… pero también el constante recuerdo de la brecha entre él y sus verdaderas raíces: la marca indeleble de que jamás sería admitido en su propia sociedad; un tísico rey de los leprosos.

Mientras el segundo varón de la línea Sdersath observaba a sus cobayas, la débil religión nacida de un loco con gusto por la tortura y la autocompasión dio gordos frutos en Canterbury, formando el primado episcopal de Inglaterra. Los vientos de la Reina de la Gran Isla se llevaron consigo a un buen puñado de gordos clericuchos pagados de sí mismos y sus paparruchas. Lord Noderoth no pudo sentir sino el no haberlos limpiado de sus pequeños experimentos por sí mismo. Su cháchara insoportable y sus cancioncillas arrítmicas y más similares a un llanto quejicoso eran más de lo que la armonía del cosmos podía soportar. La noticia se acogió con júbilo en el Baluarte del Fin del Equinoccio.

Entre tanto, los lobos que devoraron a los amamantados por la loba tenían sus propios problemas pasajeros. En la distante Toledo, rodeada de sus vomitivos trigales bañados por el sol, la efímera reacción arriana desestabilizó la corte de Toledo, mientras la Corte del Verano caía en el olvido bajo los panzones de reyezuelos más asentados y menos temerosos de “sus ángeles salvadores”.

Más cerca, en cambio, acontecimientos mucho más vistosos alegraban el triste devenir de los días del Marqués del Otoño Transilvano, mientras los persas, con sus pomposos cascos apenachados caían sobre los bizantinos, oscuro retorcimiento de esa patética recua de cantorines de iglesia. La sangre cristiana tiñó de ocre el suelo por igual, con una tonalidad tan otoñal, que casi hacía llorar al verla. Era el mejor uso que se le había dado a ese líquido escarlata en años, desde luego.

Tal vez fue el alborozo y el amor maternal que despertaron en mí esas criaturillas rebeldes y juguetonas, luchando por matarse y controlarse sin sentido, los que germinaron lo que durante años había madurado: tenía que tomar parte en esas decisiones, ver mi mano en esas vidas fugaces; hacer que sus actos tuvieran un por qué y un para qué realmente digno… mi razón; mi objetivo. Las mortíferas puertas del otoño se abrieron en mis dominios para los mortales, paseé los caminos, cuidé las veredas y puse a trabajar al puñado de sirvientes invirtuosos y marginados que se me habían otorgado en limpiar los caminos, fortalecer la caza y hacer crecer las más frescas y nutritivas bayas en mis lindes.

El látigo persa cayó sobre el Asia Menor, en un despliegue que no hizo sino subrayar la auténtica molestia que podían llegar a resultar los humanos cuando se lo proponían. Alejandría volvió la espalda a los adoradores del Dios Claveteado, demostrando una vez más la morvidez de ese insulso culto basado en puro aire. En Bizanzio Heraclio se alzó como emperador, mientras un puñado de belicosos eslavos se desparramaban sobre los balcanes. Los movimientos de servios, croatas y otros de su grey amenizaron las jornadas de Noderoth.

El baile de máscaras lo iniciaron inadvertidamente descastados como yo. Inmigrantes como estos de los que hablo no tardaron en hallar refugio en los claros poco profundos de un bosque caduco que se les presentaba amistoso, acogedor y adecuado. Atraje sus corazones a un paraiso de tranquilidad entre las duras rocas transilvanas; no tuvieron más remedio que caer en mi ratonera. Entonces llegaron las viudas: elegí a las jóvenes y fuertes, que pudieran aún sentir el calor de un amor idealizado, la magia del secreto y el apremio de una edad que pugnaba por que plantaran su descendencia. Varios hombres tuvieron lamentables accidentes en agrupaciones distintas de los márgenes de mi territorio; otros desaparecieron sin más, como si hubieran abandonado todo su mundo sin avisar. Sus cuerpos alimentaron la caza que fortaleció a mis concubinas abandonadas. Las mujeres, llororsas, desconsoladas y arrancadas de su derecho a la maternidad sollozaban en silencio al son de mis sauces arrulladores, mientras el fuego de la pasión juvenil, ardía inaplacado y abrasador en su seno.

Cuando el espíritu protector del bosque escuchó sus súplicas, no tuvieron el más mínimo inconveniente en abrirles su lecho y franquearles su interior. Casi todas ellas portaron el fruto de mi simiente con orgullo y alegría: alimento para su soledad y plenitud para su vida castigada sin amor. Fue curioso observar, sin embargo, como los suyos se volvieron contra ellas por ese don que se les había otorgado. Las trataron de fulanas y de mujeres de mal vivir, por tener un hijo sin padre y fuera del matrimonio. Les volvieron la espalda, haciendo su vida más difícil e incluso las amenazaron con excluirlas de su sociedad. Mis hadas cuidaron de que no les faltara de nada y de que las voces e sus detractores se durmieran para siempre. Casualmente no fue sino yesca para la leyenda: las brujas del otoño comenzaron a llamar a aquellas mujeres que no necesitaban de un hombre para vivir, que acababan con sus detractores con una simple maldición y que encontraban las más ricas dadivas del bosque con un simple chasqueo de sus dedos. Mis retoños crecieron fuertes en su interior, con madres volcadas en ellos. Las solitarias mujeres no tardaron en cruzar sus caminos por el interior de mis dominios, forjando una peculiar y oscura fraternidad en la que mostrarme su amor y agradecimiento en la intimidad de mi bosque.

Finalmente, tratando de hacer un remiendo a la impracticable religión parida por la mente de un loco judío, un pensador trató de buscar una alternativa más adecuada a aquel embrollo: un camino para la servidumbre, que hizo llamar el Islam. Cuánto bien pudiera haber hecho esa nueva doctrina, con una figura adecuada a la que profesarle tal devoción…

Con ello y con todo, una década de observación humana lo había llevado a la sensación de que en realidad no eran distintos de las alfombras de hojas tan habituales en sus dominios: la misma hojarasca, movida por vientos caprichosos, apilada y rascada de forma distinta, pero con iguales colores. La situación no hizo más que hacerle sentir tan estúpido como quien observa la evolución de un pececillo atrapado moviendo sus mandíbulas sistemáticamente. Sus ojos se giraron y se volvieron hacia su bosque, mientras las estaciones pasaban como una ruleta en el mundo exterior.

Tal vez el problema no fueran ellos… quizá fuera él. Cuando vio nacer a su primer vástago semihumano, a su primer engendro cruce de magia y esclavitud, una nausea fue el único verdadero sentimiento que experimento. Nacidos entre sangre e inmundicia para agarrarse a las ubres de una vaca lechera humana con la leche tan burda como el barro del arroyuelo tras las lluvias. Casi desprovistos de la armonía de la Estación, como desauciados disfrazados de elfo mendicante. ¿Era ese el camino? ¿Extender su propia lacramás allá, plagando la Marca de ignominias aún mayores que la suya? Los mocosos Cambiados, lejos de agradecer siquiera su concepción, se rebelabancontra un destino que les había hecho nacer huérfanos de padre. En lugar de agradecerme en silencio su nacimiento, fuera quien fuese para ellos en los ignorantes vericuetos de sus mentes, que jamás me vieron, rechazaron su paternidad y protestaron por su condición. Mis hadas los castigaban cuando sus ideas caían por esos derroteros, haciendo sus pequeñas vidas más difíciles para mostrarles la lección, pero eso no hacía sino empecinarlos más en su terquedad quejicosa. Volví los hombros a esa realidad, encerrándome en mis dominios. Iverné como el árbol caduco, dejando a las hojas de mi alegría desprenderse. Me entregué al lado más oscuro de mi alma feérica y el invierno vino al bosque: las veredas dejaron de ser tan seguras, la caza comenzó a escasear y los inmigrantes dejaron de llegar.

Para cuando advertí que me había olvidado de ellos, los humanos habían vivido ya cuarenta estaciones. Sisebuto se había coronado rey de los asesinos de romanos, mientras Clotario reunía a los estados francos, cerca de los antiguos campos de batalla contra el verano, allí donde aún éramos fuertes. Entre tanto, una nueva marejada persa volvió a estrellarse contra los riscos de Bizanzio. El viento de Cosroes II esparció sus corrientes por Cesarea, Damasco y Jerusalén, sin contemplaciones, saltó el rompeolas del cuerno de oro y cayó contra la tierra de las pirámides.

Entre tanto, los estúpidos suplicantes de aquel que se creía con derecho de coronarse con espinas, se volvieron contra sus propias raíces en Iberia. Los judíos escaparon como cucarachas huyendo del escobón, mientras la corona goda barría sus doradas propiedades hacia sus sacas.

Cansado de aguantar las parloteantes y soberbias letras de la recua de humanistas pagados de sí mismo de la Selva Negra Otoñal, Noderoth comenzó a hacer caso omiso a las recurrentes misivas que le hablaban de la extinción de la preponderancia del estado de Kent en Inglaterra, y que obviaban sus opiniones e ideas como si fuese un copo de nieve en lluvias de estación. Ël que desde su balcón privilegiado veía cómo los persas ocupaban Calcedonia, que disfrutaba del nacimiento de la dinastía Tang en China no tenía ninguna necesidad de escuchar a esos gordos estirados sin una idea decente. Le increpaban por haber entregado tan a la ligera la gloria de su descendencia a tan pestilentes mestizajes. ¡Aquellos! ¡Aquellos que habían plantado esas zarzas en su jardín las arrancaban y lo fustigaban con ellas! ¡Podían irse al infierno ellos y sus inacabables diatribas; las leyes del otoño se lo permitían, con o sin ellos.

Entre tanto se regodeaba en la expulsión de aquellos pusilánimes bizantinos de la península ibérica, mientras hermano se volvía contra hermano, con la subida al poder de Suntila, tras la muerte de Sisebuto. Los imbéciles seguidores del Cristo no se conformaban con arrancarse sus propias raíces, sino que se volvían contra sus propios compañeros. Era algo realmente ilarante. Entre tanto, los exiliados trataban de recuperar el poco terreno que habían perdido en manos persas. Hraclio consiguió recuperar Siria, vertiendo más ríos escarlata para abonar mis dulces bellotas futuras. A mis ojos solo escondían el rabo ibero mientras fingían estar ocupados ladrando al otro lado, para mantener su inexistente hombría.

Al nuevo predicador del Islam no le había ido mucho mejor tampoco. Perseguido por los suyos por pensar en ideas que no apreciaban, tuvo que escapar y exiliarse. Noderoth no pudo sino simpatizar en la distancia con el pobre diablo. Como Noderoth hiciera, el presunto sabio se aferraba a su camino y a sus ideas, haciendo caso omiso del mensaje de sus padres y extendiendo el suyo propio. Los suyos le habían vuelto la espalda y a él le daba igual, ciñéndose a su plan. En el fondo admiraba al desgraciado.

Quizá fue esa secreta y pervertida admiración la que hizo despertar al Marqués Sdersath de su ensueño. Me volví hacia los brotes que había abandonado, para advertir cómo mis retoños habían crecido sanos y fuertes, mientras sus madres continuaban con las secretas reuniones en las que daban gracias al espíritu del bosque y lamentaban que éste ya no las acompañara como antes. Trataban de remendar sus presuntos pecados con ofrendas y regalos, quizá más crueles y truculentos conforme su miedo avanzaba. El Marqués se compadeció y pidió a sus hadas que los consumieran. Como muestra de gracia para con mis adoradoras, destejí el invierno que había depositado sobre sus asentamientos en mi ausencia. Hice avanzar al otoño fresco e inexorable, deleitándome con la loca idea de un futuo en que tal bvez la distante bruja Safne sufriera el mismo destino. Las raíces bien asentadas de mi poder durante mi autoipuesto retiro a lo profundo del otoño me habían otorgado la comprensión de una estación que entendí que antes no asimilaba en todo su esplendor. La gracia de la estación me sedujo y me acostumbré a sus ritmos como un amante a su pareja carnal. Una década atrás había embellecido el bosque otoñal con las dadivas de mi corte; ahora había aprendido a exprimírselas a chorros y embadurnarlo con ellas.

Profundamente orgulloso de l nuevo estado de mi corte, decidí que había llegado la hora de llamar a mis descendientes a su verdadero lugar, a caballo entre señores y hombres. Los Cambiados fueron llamados a la corte y Acogidos, en parte para dar en el orgullo a los pomposos humanistas de occidente, y en parte porque necesitaba de alguien que me informara sobre la evolución humana en aquellos años.

En el tiempo en que perdí la perspectiva del mundo, los persas siguieron extendiendo su mano por el mundo viejo, tanto en Cilicia como en Armenia. Mis súbditos comenzaron a reírse de mí por observar tan detenidamente a los humanos. Decían que me hacía perder la perspectiva de nuestro mundo, volviéndome lento y poco avispado. Apenas sí podía reconocer las más básicas ilusiones feéricas, tan desacostumbrado como estaba a observar una realidad cambiante y engañosa como la nuestra. Mentira o verdad, el señor del territorio merece un respeto que iba a tener quisieran o no. Las risas se acallaron una semana después de que el frío viento del norte comenzara a soplar en mis dominios. Las hadas se ocultaban en sus madrigueras en la noche, temerosas de la furia del señor que campaba por su territorio en las horas sin luz, llenando de frío miedo el corazón de cualquier irreverente. Me volví violento y amenazador durante aquellos días; la bilis que destilaba encontró un punto por el que salir al exterior y germinó en dos preciosas astas ensortijadas, muestra de mi señorío.

Cuando entré en el Jardín de Fiestas, el silencio más sepulcral llenó la sala en la que uno de mis bufones se permitía seguir haciendo bromas sobre el ciego asesino nocturno que tenían por pretencioso príncipito. Se jactaba de haberme acompañado a apenas un paso de distancia durante las últimas noches sin que pudiera ni advertirlo, cada día cn una piel diferente con la que engañar a mis sentidos. Un velo carmesí cubrió mi presuntamente imperfecta visión, mientras recorría en dos zancadas la distancia hasta él y lo alzaba en vilo del cuello, callando su berborrea al instante. El viento del invierno entró conmigo y se enquistó en la garganta de mis súbditos, cortándoles el habla:

-Si alguien tiene algo que decir en favor de este traidor, que hable ahora o acepte su muerte.- dije triunfal.

Los segundos pasaron densos y pesados mientras las hadas presentes pugnaban por decir algo, quien más quien menos, sin éxito alguno:

-En tal caso, arrepiéntete ahora, pide disculpas y salvarás la vida, mequetrefe.- increpé al chistoso que me miraba en pánico, incapaz de pronunciar sonido alguno.

Su vida tardó en extinguirse largos minutos, mientras pataleaba incesantemente tratando de abandonar mi presa, enardecida en el gélido hielo de la avalancha. Arranqué vida de aquel cuerpo indigno hasta que apenas quedaba aliento en él:

-Has abusado de mi confianza y ni siquiera tienes fuerzas para regalarme una disculpa?- jugué con él mientras mi dominio sobre el invierno enmudecía su lengua –No olvidéis que vosotros sois la fuerza de este Baluarte, y yo soy su nombre y cara. Si os reís en él, si os mofáis de ella, no sois mejores que la frígida Safne en su trono de hielo. ¿Por qué debería de perdonaros?- dije ahora volviéndome hacia el atemorizado resto de los presentes –Os diré por qué, estúpidos: porque esto no volverá a ocurrir. No es nuestra labor ridiculizarnos y envilecer este lugar, sino llevarlo a una gloria que la Selva Negra pueda envidiar. Desde hoy todos colaboraremos en ello como nunca. Y esto comenzará contigo, lagartija.- espeté al bufón –Me enseñarás a verte antes de que las últimas hojas caigan, o acabaré lo que he empezado.- sentencié, antes de abandonar el lugar.

No volvieron a escucharse más susurros inadecuados y el viento del invierno dejó de soplar. Por suerte para el bufón, jamás fui un mal estudiante y pronto aprendí a ver más allá de la realidad. El súbdito conservó su vida.

El mendigo predicador parecía haber tenido sus propias victorias en sus propios dominios también, puies el Yemen se adhirió a su doctrina sin dudarlo, y mientras los persas desistían de anegar el Cuerno de Oro y se daban la mano con sus ancestrales oponentes, el viejo avanzó hasta la Meca, haciéndola suya. Ewn las estaciones posteriores llegaría el invierno tanto para él como para el rey hispano Siuntila. Pero insidiosos como la hidra, cortas una cabeza cristiana y aparece otra: Sisenando sustituyó a su predecesor.

Acallando mis temores que creían que con el sueño de los persas se acabaría mi diversión, la descendencia del viejo predicador me dió una nueva sonrisa: los árabes se alzaron contra Bizanzio de la mano del sucesor de Mahoma, Abu Bekr. El Islam se extendió por oriente como el fuego por un campo seco tras la caída de la hoja. Ocuparon Bosra y luego Damasco. Envié a mis retoños a investigar sobre esa poderosa nueva religión. Tqal vez el loco visionario había despertado un mal aún mayor que el del pusilánime dios apaleado. Este aceptaba la sangre como medio y la guerra como instrumento; peligrosos compañeros de predicación.

A Damasco le siguió Emesa, luego Heliópolis, Antioquía y Edesa, mientras el lobo del Islam devoraba las victorias de los persas una tras otra, tumbando al gigante. En Yemuk conquistaron Siria, mientras en el oeste continuaban cambiándose coronas y títulos ignorantes de sus futuros problemas: a Sisenando lo sucedió Chintila, mientras el Duque Rontaris de Brescia se sentaba en el trono longobardo.

Para mi alborozo, los musulmanes infectaron Jerusalén, la cuna del cristianismo. Se extendieron por la ancestral mesopotamia, arrasaron con Egipto y remataron al caído coloso persa en la batalla de Nehavend, mientras los reyes hispánicos perdían una batalla tras otra contra la tétrica parca, calentits en la cama: A Chintila lo sucedió Tulga y a este Chindasvinto, en una moviola interminable y tan débil como sus abominables creencias.

A raíz de la caída de oriente en manos de Aláh, uno de mis Cambiados me trajo una peculiar visita: uno de los magos persas, conocedor de la realidad feérica, pedía asilo en mi territorio a cambio de un precioso presente: Una daga del más fino hielo eterno, recogida en el corazón de las Tierras del Invierno perpetuo. El que algunos humanos supieran de nuestra existencia y de su antigua historia y servidumbre, picó mi curiosidad. Acepté al viajero en mi corte, intercambiando con él una gran medida de conocimiento sobre la sociedad humana.

Entonces llegó el bálsamo del destino: la Selva Negra, acosada por un nuevo terror nocturno, pedía auxilio a su Marca Oriental. Terribles hombres bestia con gigantescas garras talaban vidas feéricas como nunca lo hicieran antes los trolls del verano. Con mis débiles y escasas tropas y sin riquezas que aportar de mis aldeas linderas, no tuve más remedio que enviar a parte de mis agentes a recopilar información.

Para cuando los árabes conquistaron alejandría y fundaron El Fostat un año después, seguía sin haber recibido una sola misiva, ni ninguna visita de occidente. Los musulmanes continuaron hacia Armenia y expulsaron a los bizantinos del norte de África para el siguiente ciclo estacional y ya avanzaban contra Chipre, que pronto caería. Entonces llegaron las primeras nuevas: la mitad de mis agentes habían muerto, y la otra mitad habían sido acogidos en la Corte de la Selva Negra, abandonándome a mí que se lo di todo. Me embargó la pena, condenado nuevamente a un ostracismo forzoso, incluso por quienes más que yo lo merecían. Encerrado en mi pena, me arrebuje con un manto de hojas en mi trono de madera y volví a ibernar durante largos años.

Más allá de mis dominios pipino de Heristai se había convertido en soberano de la tierra de los Francos, tras vencer a Austrasia en Nextri. En Iberia moría Ervigio el visigodo y lo sucedía Egica. El baile real continuaba, mientras yo, petrificado en mi trono, me cerraba al mundo. Cuando desperté, no había más información sobre el exterior; estaba completamente solo, sin más que hacer que centrarme en el país que tenía ante mis narices, para pasar las estaciones: Transilvania y sus condominios.

El olor de mi debilidad no tardó en expandirse por aquel territorio, haciendo alzar su helada mirada a la Reina Safne. Pronto envió a sus aberraciones, que aún visitan mis pesadillas en las más frías noches de invierno. El primero era un ser terrible con asquerosas patas de arácnido brotando de su espalda; rápido y estilizado como una ninfa, pero feo como un troll con viruela. El otro, aún más temible, era un burdo montón de hueso y músculo, recubierto de una impenetrable costra helada de la que brotaban afiladas estalagmitas. Se me exigió tributo y pleitesía para con la única soberana feérica de las tierras de Transilvania; solo y sin recursos, no tuve más remedio que acudir a la diplomacia. La Reina Frígida me exprimía hasta el límite, mientras trataba de sacar todo el jugo al bosque otoñal, antes de arrasarlo con sus tormentas nevadas, como sabía que ocurriría. Para mi propia sorpresa, la idea de vivir en el hielo eterno, tan similar al interior de mi corazón en aquellos momentos, no me resultaba en absoluto deagradable. La mísera vida que tuve que vivir con mis pocos espíritus leales por aquella extorsión es algo que no volveré a permitirme.

Safne me tenía totalmente controlado. Sin seguidores que me protegieran ni riquezas que me permitieran comprar mi propia protección, sus espías campaban a sus anchas por mi bosque. Sabía perfectamente que estaba solo, que era débil y que todos me habían vuelto la espalda. Posiblemente me mantenía con vida tan solo por la dicersión que le suponía observar mi patética agonía. Las espinas crecían en mi interior con el odio que aquellas sensaciones alimentaban. Para liberarlo, comencé a ejercitarme como el ejército de un solo hombre que era. Los pocos habitantes del bosque que quedaban, incapaces de ser admitidos en occidente, emigraron a tierras más tranquilas, para vivir sus propias vidas. No se lo reprocho… fueron años duros. Los pocos que se quedaban exigían terrenos, riquezas, regalos… todo el mundo se empeñaba en estrujarme, pero ya no había más jugo que sacar.

En menos de dos años estuve totalmente solo, a excepción de algunos de mis informadores Cambiados, que actuaban como agentes míos por el territorio, con cierta impunidad. Hasta un simple humano podría ahora entrar en mi bosque y matarme. No podía recurrir a la corte de invierno, pues como hijo del otoño y Lord de la Selva Negra, me matarían sin contemplaciones; pero la cuna que e Acogió tampoco me escucharía… y no aceptaría rebajarme hasta tal punto.

Me aferré a lo único que me quedaba: el control sobre mi territorio, arraigado en mis años de introspección otoñal. Tiré de mis raíces y las moldeé como pude, creando pasos secretos, escondrijos y trampas que los siervos del invierno no pudieran advertir.

A pesar de mis endebles defensas y señuelos, no tardaría en ser descubierto, si no aprendía a ocultarme debidamente. Aprendí a caminar como una sombra; a fundirme con la espersura y permanecer en silencio… incluso a crear mi propia espesura en la que ocultarse. Sentirse acorralado y asustando como un venado cualquiera no iba a solucionarme nada. Solo y desamparado, sin agentes que utilizar o amigos a los que recurrir, no me quedaba otro remedio: o sucumbía a mi inminente defunción, o realizaba el único acto desesperado que una presa solitaria podía hacer acorralada por la manada: probar su valía, matar al jefe y descabezar la cohesión del grupo de caza. Comencé a ejercitarme aún más duramente con la daga de hielo que poseía y mejorar mi condición física.

Entre tanto, mis pocos y menguantes informadores me regalaban susurros lejanos, como viejos primos con los que casi no tienes contacto: el Norte de África era ya totálmente árabe y habían acuñado su propia moneda musulmana. Entre tanto, los iberos habían vuelto a girarse hacia sus raíces, volviendo a fustigar a los pocos judíos que habían quedado tras la anterior represión, o que se habían dignado a volver.

Tal vez debería de hacer lo mismo con los humanos. Los muy audaces, habían aprovechado la suavidad de mi puño en los años anteriores para establecerse en zonas otrora vedadas a los suyos en mis dominios. Los insidiosos bandoleros que crecían como la mala hierba tras cada guerra formaban comunidades de sanguinarios asaltadores en mis tierras. Aprendí a ocultarme de ellos y aprender de sus movimientos. Aprendí a seguir sus rastros y descubrir sus guaridas y almacenes. Nada pasaba en MI bosque sin que yo lo supiera. Aprendí a pensar como ellos y a seguir sus movimientos; eran míos…

Mientras Justiniano II perdía su trono de Oriente y el desorden político se extendía por los despojos de Roma, mientras Venecia se erigía como burgo independiente y los musulmanes tomaban Cartago, Mientras Egica moría en Iberia y era sustituido por Vitiza, Noderoth Sdersath trataba con la misma crueldad a sus “invasores”. Macabros cadáveres comenzaron a aparecer por doquier en el bosque otoñal: bandidos despellejados, deshuesados y con las vísceras fuera. Ríos de sangre empañaron los arroyuelos y espantaron a los cuatreros, mientras mi dominio de las armas y el subterfugio aumentaba constantemente.

Mientras reconquistaba mi bosque otoñal y alfombraba de cadáveres el suelo de turba, los árabes hacían lo propio con Tanger y Roderick, el último rey visigodo se sentó en el trono de Hispania. Las mismas disensiones que mis asesinatos terroristas y selectivos crearon entre los bandidos desestabilizaron la política ibera en los años siguientes. Tal y como los salteadores saldrían rechazados de mi baluarte, lo mismo conseguiría la inestabilidad goda con su dominio sobre la Península.

A pesar de mi clara Victoria sobre los molestos invasores humanos que habían tomado mi territorio como si fuera de su propiedad, hasta que yo los tome a ellos, el tiempo para la alegría se había terminado. Por cada bandolero que despellejaba, los súbditos de la Reina Frígida habían degollado a uno de mis agentes leales. Todos habían muerto, aunque ya comenzaba a acostumbrarme a la triste soledad.

Safne tuvo a bien ayudarme con mis solitarios problemas, enviándome un puñado de petimetres que acabasen con mis padeceres. Pero la sombra del bosque era mi hogar y el susurro de los árboles mis pasos. Había aprendido a ver más allá de los sólidos troncos y las tupidas ramas, a seguirlos por su olor y a diferenciarlos y encontrarlos por sus rastros. La Marca latía con mi ritmo y respiraba con mi aliento. Mientras trataban de darme caza infructuosamente, jugaba con ellos como el viento de poniente juega con los cabellos de la encina. El bosque ya no tenía secretos para mí, y yo era su amo indiscutible.

Como un espejo de mi propia realidad, los árabes invadieron el dominio de los débiles y arrastrados visigodos por el sur y avanzaron rápidamente extendiéndose por Sevilla, Mérida y Toledo; no contentos con eso, se expandían del mismo modo por Asia, como la pste en tiempos de guerra. El tiempo de las conquistas había llegado, pues los búlgaros se volvieron hacia Tracia y la hicieron suya también. Tiempo de conquistas y tiempo de reyes; Abd-Al-Aziz arrampló como un tornado con la Península ibérica, Liutprando se erigió rey de los longobardos y León el Isaurio se impuso en el imperio bizantino.

Cuando me cansé de juegos, comencé la preparación para el golpe final. Me había cansado de esos cochinos duendes gélidos que, a pesar de su fracaso, se creían con derecho para jugar con mis posesiones. No merecían ni siquiera morir por mi filo: morirían por el de los humanos. Enardecido por los anteriores triunfos de la nobleza cercana, acudí a uno de los castros cercanos, en busca del instrumento con el que humillar y desbrozar las malas hierbas que habían crecido en mi jardín. Sostenido por el soplo del atardecer y abrigado en las sombras de la oscuridad, me deslicé por los pétreos muros y me colé por las más altas ventanas. La sala de armas del Conde fue mi premio tras la aventura: aferré su enorme espada, templada en cien lances y la empuñé con destreza. Su tacto me enamoró desde el primer momento: era una verdadera obra de arte, con el peso de las futiles generaciones humanas sobre su antiguo acero casi petrificado. El noble no podía haber elegido un mejor motivo para MI acero: una enredadera espinada consumía a sus enemigos a lo largo y ancho del arma. Regresé con la espada a mi baluarte y me hice con su confianza durante las siguientes jornadas. Nos mimamos juntos y nos hicimos vibrar, como dos jovenzuelos enzarzados. Cuando el equinoccio me arropaba con su inminente presencia, ya éramos prolongaciones el uno de la otra.

Nuevamente los árabes hacían reflejo de mis días y mis noches, aunque esta vez jugaban de mi lado.Mientras los musulmanes tomaban Pérgamo y amenazaban Constantinopla, mientras el islam perseguía al resto de religiones en Persia, yo avanzaba a recuperar lo que era mío, a perseguir a los tercos invasores y a expulsarlos a sus tierras de una vez por todas.

Descendí sobre mi usurpada sala del trono como un frío vendaval huracanado de invierno. El engendro arácnido de Safne guardaba el lugar inadvertido de mi presencia, hasta que fue demasiado tarde. Cuando recibió la vorágine, la corriente lo arrastró varios metros antes de que pudiera extender sus patas de araña y afianzarse. Descargué una miriada de espinas otoñales sobre el distante enemigo, que abrasaron su carne invernal y lo hicieron gritar de dolor. Avancé a terminar el trabajo, envolviendo la Espada Espinosa en una gélida sombra de escarcha, capaz de cortar su dura piel como mantequilla caliente. Mi primer tajo seccionó varias de sus patas, acrecentando los chillidos del ser, que lo agudizó, concentrando las nieblas, hasta que el aullido fue mareante e inaguantable. Apenas tuve tiempo de hacerlo de destejer su voz, sobreponiéndome al aturdimiento, antes de que una enorme mano azulada me aferrara como una mera flor y me lanzara contra un viejo roble centenario, quebrándolo por la mitad... la batalla había comenzado.

Me incorporé del tremendo golpe magullado y con varias astillas clavadas, pero las heridas del otoño nada grave podían hacer a su señor. Cuando me conseguí incorporar, el troll invernal se dirigía hacia mí lentamente, deleitándose en su estúpida sonrisa de suficiencia. Sometiendo a mi mandato al territorio, cambié las reglas del juego, haciendo que el coloso se elevara inofensivo, pataleando y gruñendo como un niño alzado en vilo por los fuertes brazos de un adulto. Su compañero aprovechó mi concentración para correr hacia mí sobre sus restantes patas articuladas y lanzarme una densa nube de ácido cloro, que consumió mi piel y me cegó de un ojo. Devolví sus atenciones con una nueva andanada de espinas que lo arrojó al suelo, consumido por el veneno.

La distracción había debilitado mi concentración, dejando libre al gigante azulado, que cayó pesadamente a mi lado, aarrándome de las piernas y tratando de sacármelas a tirones con su descomunal fuerza. Alarmado busqué un resquicio en su armadura helada con mi filo invernal, durante eternos segundos. Finalmente pude apoyar la punta de mi acero en su axila y aprovecharme de su propio estirón para clavársela hasta la espalda. Vivo, pero herido de gravedad, el engendro me soltó trastabillando y tratando de recuperar el aliento robado.

Me tomé mi tiempo para acabar con el siervo arácnido de los hielos. Cogí su cuerpo casi destrozado del pescuezo y llamé al susurro de la fronda, para que me elevara en su ascenso desde las copas ocres. Subí con él hasta tocar el cielo de los vencedores, el que me estaba reservado, como una nube de ocaso en el fin de la vida del servidor gélido. A gran altura solté su cuerpo, dejándolo caer durante un interminable instante, extinto en una desagradable orquesta de crujidos rotos.

Apenas había terminado el sonido cuando la lluvia de la muerte se precipitó en picado contra el invasor, llevada de mi mano, atravesándolo con mi acero encantado. Mientras la vida abandonaba su cuerpo, una nube de insectos huidizos escapó de su carne, hasta consumirla y huyó hacia la fronda. Posiblemente serían pronto devorados por las alimañas del otoño. El bosque se cobraba su primera victoria.

Con los breves instantes de descanso que le había dado a su castigo, el gigante azul había conseguido reunir fuerzas e incorporarse de algún modo, mientras su metabolismo feérico cerraba sus heridas de alguna manera. Con temeraria soberbia incluso consiguió rugirme desafiante, mientras desarraigaba un pequeño arbolillo con el que renquear hasta mí para darme una lección. Su primera arremetida fue tan lamentablemente patética que casi me hizo llorar por él. La oscuridad de las largas noches invernales envolvió su figura en un sudario oscuro. Intentó localizarme por mis pasos, pero no había nada que oír: la sombra del otoño tardío, el Marqués Sdersath de Transilvania, campaba por sus dominios, y en ellos solo ocurría lo que él mismo quisiera.

El sicaro de Safne jamás vio venir mi mandoble; jamás oyó silbar el aire... ni siquiera pudo sentir cómo el acero seccionaba su cabeza en un limpio tajo, extinguiendo una existencia centenaria. La sangre de los hijos del invierno regó el jardín de otoño, y el trono del Bosque Otoñal volvió a tener un solo dueño.

Entre tanto, el mundo castigaba la soberbia con la misma mano de hierro con que yo castigaba al orgulloso invierno, Como el asedio sobre mi territorio fallara, a pesar de los esfuerzos de la bruja del sur, el asedio musulmán sobre Constantinopla se quebró. Iberia se revolvió también en su sitio norteño y Asturias comenzó a recuperar el terreno anteriormente conquistado por los árabes. Vencido en sus campos de batalla, el islam tuvo que orientarse en otras direcciones para continuar con su depredación: ocuparon Narbona.

Como ocurre tras toda conquista, los anteriores enemigos fueron perseguidos hasta hacerlos desaparecer o esconderse. Perseguí a los secuaces que quedaban del bosque invernal y los colgué como hojas verdes hasta que sus cuerpos se secaron y cayeron al suelo para abonarlo, como cabe esperar de la bella estación. Safne comprendió finalmente que la hojarasca se le había escapado de entre las manos y que tendría que volver a acariciar nieve vieja. La mano de la bruja invernal desapareció de mi territorio.

Los árabes consiguieron, en cambio, abrirse paso por el norte de Francia; pero quien mucho abarca poco aprieta, y no tardaron en comenzar las primeras sublevaciones abásidas en el califato. Como suele decirse, la peste no es mal de pocos, y las disensiones comenzaron a aflorar también en la muy extendida religión del Dios Débil. La iglesia germánica se organizó y cerró filas, la iconoclastia arrasó con el agonizante imperio bizantino y comenzaron las divergencias con la Iglesia Romana. Los lombardas, aprovechando el clima de inestabilidad, se inmiscuyeron en cuestiones pontificias, obligando a la Santa Sede a refugiarse bajo las faldas de los francos. Los musulmanes se abrieron paso entre tanto hasta el centro de Francia, y la hubieran hecho suya, de no haber sido vencidos por Carlos Martel en Poitiers. Con ese flagrante fracaso terminó la ofensiva árabe a Europa occidental.

Entre tanto, el alto a las armas entre Safne y yo me permitió volver a tirar de mis influencias humanas. En estos tiempos de cambios religiosos y guerras sangrientas, encontré unas gentes atrapadas en tierras barridas por la batalla y sedientas de alo sólido a lo que agarrarse. Un milagro puede reverdecer una cosecha, pero su leyenda puede reverdecer toda una región. Mi suave caricia sobre el recuerdo del Akelarre del Bosque Otoñal avivó antiguos recuerdos y anhelos en los corazones de las aldeas cercanas. Historias de tiempos en que el bosque proveía y ellos solo tenían que tomar, a cambio de respetar, adular y venerar a sus espíritus. Cuando los tiempos volvieron, la noticia corrió como la llama en yesca seca. Mis antiguos agentes habían plantado inteligentes semillas previendo mi advenimiento, y apenas me costó esfuerzo multiplicar cuantiosamente la población humana que podía hacer vibrar con un chasquido. El señor del territorio había vuelto, más fuerte que nunca. La información comenzó a circular más rápidamente por mi territorio; información que me permitió ponerme al día sobre todo lo sucedido hasta entonces, y de las noticias del momento.

En su regreso de la derrota francesa los árabes ocuparon Pamplona. Carlos Martel los sacó de Narbona tras las victorias de Arles, haciéndose con el control de Australia y Neustria. Alfonso I de Asturias también los acosaba en el oeste, avanzando por tierras gallegas y leonesas. Los bizantinos no les daban tregua tampoco, venciéndolos en Aeronion. Las discordias políticas internas se agravaron entre los musulmanes; otro gigante se tambaleaba en estos tiempos de cambio. Cuando la política se mueve, alguien acaba aplastado: la familia califal Omeya fue asesinada por Abul Abas.

Mientras los lombardos se apoderaban de Rávena, el poder se le subió a la cabeza también el cristianismo y Pipino el Breve invadió Italia a favor del Pontificado. En Bizanzio la brecha religiosa se agravó y todo terminó en el Concilio iconoclasta que terminaría con la destrucción de las imágenes religiosas del imperio. Entre tanto, en Iberia los bereberes emigraron al sur, como ratas asustadas por los movimientos norteños. Tratando de salvar su propia política de la hecatombe, los árabes de la Península comenzaron un movimiento secesionista en toda regla.

Mientras los búlgaros volvían a presionar Tracia con fuerza, Pepino consiguió milagrosamente recuperar de los lombardas de Rávena y Pentápolis. Acto seguido, basándose en una falsa “donación de Constantino”, estableció su poder temporalmente.

Parece que no solo a los pontífices se les subía el poder a la cabeza, sin embargo, pues el frío soplo del invierno comenzó a deslizarse por mis fronteras, enviándome sus ventiscas. Cerré filas en torno a robles y hojas, convocando a mis servidores a las armas, pero la mismísima Reina Frígida apareció a la cabeza del ataque, congelando vidas a su paso. Dispuesto a proteger lo que era mío, abrí una vía de escape para mis súbditos, mientras me enfrentaba directamente contra la Reina en un frenético baile de muerte. Hielo, espinas acero y carne se estrellaron unos contra otros como venados en celo, mientras medíamos nuestras fuerzas una y otra vez. Cuando los míos consiguieron escapar, sus secuaces no tuvieron más de lo que preocuparse y se volvieron hacia mí. Sabía que no podía luchar contra todos a la vez: me destrozarían. Acumulando las últimas fuerzas que me quedaban, me elevé en el aire como una hoja movida por caprichosas corrientes, alejándome de aquel campo de muerte, pero, al bajar la guardia, di a Safne la oportunidad que estaba esperando. Una miriada de astillas gélidas traspasó mi cuerpo, dejando graves heridas casi petrificadas de frío a su paso. A duras penas mantuve el vuelo, sabiendo que, si no lo hacía, moriría allí mismo.

Sabía que casi un centenar de mis seguidores habrían muerto, pero otros muchos habían escapado gracias a mi sacrificio. Aun así, mis terribles heridas tardarían mucho en recuperar el calor y sanar. Me refugié en el condado humano de Satu Mare, al norte y lejos del abrazo del invierno. Me sentía a gusto allí, dado que el acero que había liberado mi territorio una vez provenía de las mismas tierras. Al tocarlas juré que esa misma espada acabaría con la vida de la asesina de mi gente algún día, me costara lo que me costase. Bajo esa esperanza comencé mi curación, lejos de mis siervos, para no ponerlos en peligro.

Finalmente Abderramán I Omeya se instauró como Emir independiente en Córdoba, escindiéndose permanentemente de Arabia. Alfonso I murió casi a continuación, puede que a raíz de la sorprendente noticia. Los ofendidos abásidas trasladaron el califato a Bagdad. Mientras tanto, el más despabilado Constantino V, en Bizanzio, hizo su movimiento invadiendo la insidiosa Bulgaria y derrotando a sus ejércitos en Anchialus.

Durante los siguientes años Carlomagno se erigió único soberano de Francia, con la venia del Papa, que solicitaría su apoyo. El dirigente de Francia arremetería contra los sajones, sometiendo Westfalia. Luego continuaría hacia Lombardía, siendo proclamado rey en Pavía. Búlgaros y bizantinos firmarían una paz duradera, ante tal situación. Con ayuda de este conquistador francés, el pontificado se anexionaría el Exarcado junto con otro buen puñado de territorios circundantes, añadiéndolos a su poder temporal. Carlomagno sería pseudocoronado, antes de arremeter contra el ducado de Friul. Para ese entonces ya era homenajeado por casi todos los sajones, a excepción de unos pocos rebeldes.

Alentado por las victorias de este gran militar, comencé a reunir a mis seguidores humanos más poderosos a mi alrededor y atraje a nuevos aspirantes a sus filas. Había entre ellos incluso algunos Cambiados, pero eran jóvenes y débiles; aún no estábamos preparados. Podría haber alzado una mano implorosa hacia la Selva Negra, pero hacía tiempo que decidí que jamás volverían a ver una lágrima mía, si no era de ilarancia inaguantable y regodeo.

Mientras mis recientes súbditos despertaban al otoño la violencia se apoderó de Iberia: vascones se enfrentaron a francos en Roncesvalles y Abderrahman I persiguió y dominó a los rebeldes musulmanes del norte. Más al este los árabes se revolvían de nuevo contra los bizantinos y arramplaban de nuevo contra Asia Menor, mientras al norte Carlomagno, terminaba con los sajones rebeldes en Detmond. Pronto el jefe Witkind de los sajones fue convertido, y los musulmanes expulsados de Francia. Carlomagno terminó poco después la conquista del país sajón, mientras los vencidos árabes trataban de agradar al Dios que tantas victorias creían que les había dado erigiéndole un majestuoso templo en Córdoba. Harud Al-Rachid, se erigía califa de Bagdad por aquel entonces, pero largo tiempo hacía ya que a ese califato no le correspondería el amor de su divinidad esclavista or los triunfos de la rebelde Al-Andalus.

Las sucias manos de la Iglesia Romana se extendieron al sur de la Bota, mientras los daneses hacían su primera aparición en el litoral inglés. Su querido Carlomagno anexionó Baviera a sus ya bastos dominios, mientras los búlgaros vencían en Strymon. Finalmente Abderraman I partió con Aláh, siendo sucedido por Hixem I. Durante la década siguiente Carlomagno sometió a ávaros, panonios, daneses y checos por igual. Era como un cancer devorando toda Europa Central.

Sus victorias ensalzaron a mi gente, que mejoró con rapidez. Avanzamos por nuestras antiguas fronteras cuando las primeras hojas del año comenzaron a besar el suelo. Dirigí la primera ofensiva de prueba, para advertr cuan lejos habían llegado en sus defensas. Cruzamos los pasos, atacamos entre los matorrales y nos filtramos por las más oscuras sendas. Mi bosque lloraba y reía mi regreso conforme avanzábamos, torciendo la batalla en nuestro favor. Las tropas invernales pronto se vieron abrumadas. Los míos habían mejorado aún más de lo que esperaba. Las victorias de Carlomagno murieron de envidia ante la nuestra. Tal vez no me esperaban, tal vez me creían muerto, pero un mero asalto tentativo nos había llevado al mismísimo corazón del Bosque Otoñal; a la Sala del Trono del Equinoccio. El suelo de hojarasca se cobró la sangre de casi la mitad de mis seguidores, pero cuando el sol del atardecer moría en la noche la Marca de Transilvania volvía a estar en manos de un Sdersath.

No fuimos los únicos en conquistar territorio enemigo. Alfonso II venció a los árabes en Lutos, mientras la vida de su enemigo, Hixem I, se apagaba en Córdoba; Alhakem I recogería su turbante. Invasores nórdicos (vikingos, como los llamaron) descendían de litorales arrasados por el frío, comenzando un quirúrgico squeo de las costas inglesas. Carlomagno llegó hasta Gerona y terminó sus campañas contra los ávaros. Tan solo los árabes y bizaninos continuaban estableciendo interminables treguas y rencillas, rencillas y treguas, entre ellos.

No tardé en reactivar mi antigua red de informadores y en crear nuevas y más sólidas líneas de comunicación. Comenzaron a llegarme noticias de lugares de los que Hacía tiempo que no sabía nada. Mientras veía cómo el Papa Leon III coronaba a Carlomagno en Roma como Emperador de Occidente, los aglabitas fundaban una dinastía en Kairuan (África Septentrional), y el Califa Harún Al-Rachid expulsaba de Armenia a los cátaros. En el lejano Japón pronto renacería una nueva religión: el budismo haría su primera aparición en escena como primer camino en que el hombre, en vez de seguir a un Dios (o a varios), se seguiría única y exclusivamente a sí mismo. Mi mano sobre el mundo llegaba mucho más lejos que antes.

Mi mejorada red de contactos no tardó en atraer a las más peculiares hadas, emprendedoras y venidas de lugares recónditos. La Marca de Sdersath se convirtió en un punto de paso algo más frecuentado en el camino hacia la corte de la Selva Negra. Así fue que conocí a Korkasse, un estratega de primera línea, un inventor y un pensador capaz, nacido de padre y madre feéricos. Su especialidad era la magia de viaje, tan útil para un caminante sin hogar, y su modo de tejerla atípico, original y digno de admiración. No perdí la oportunidad de dialogar con él sobre lo que creía que el bosque le ofrecía, y tuvo a bien mostrarme sus impresiones sobre las pobres defensas de éste; según su tesis, el lugar era uno de los mejores territorios que había visto a este lado de Europa, pero no era más concurrido sencillamente porque emanaba inseguridad.

Ante sus expertas indicaciones comprendí lo endebles que habían sido los muros del Bosque Otoñal, y lo fácil que resultaba entrar sin ser descubierto o atacar por varios puntos a la vez. Comprendiendo la indefensión a la que me enfrentaba, resultaba casi ridículo pensar que hubiese podido aguantar tanto solo... los años duros vinieron a mi mente, para rendirme cuentas; pero ahora la situación era completamente distinta: los despedí sin mucha delicadeza y me encaré con mi futuro con nuevas expectativas. Juntos reforzamos el dominio y sus habitantes, por una vez en su vida pudieron respirar hondo y descansar. Los viajeros comenzaron a circular poco después, otorgándonos una relevancia que nunca tuvimos. Apenas me digné a mirar hacia la Selva Negra, ni envié ni una sola carta, refiriendo retozar en el placer de mi indiferencia hacia ellos. Juntos ni en lo malo... ni en lo bueno.

Nicéforo I se coronó emperador de Bizanzio entre tanto, y los conflictos por la sucesión del trono comenzaron. Teniendo suficientes problemas internos como para preocuparse de los externos, los bizantinos firmaron un tratado con Carlomagno para respetar las mutuas fronteras. Bajo condiciones mucho más humillantes tendrían que aceptar la paz impuesta por los árabes poco después. Entre tanto, Ludovico Pio, hijo de Carlomagno, tomó Barcelona; el conquistador pronto fundaría la Marca Hispánica. Toledo se rebeló contra su Emir Alhakem I y las cosas se complicaron mucho más para los árabes en la Península. En la retaguardia de Al-Andalus, en Marruecos, la dinastía edrista se hizo con el gobierno. Las subsiguientes disputas políticas en el mundo árabe comenzarían una fragmentación prácticamente definitiva. A la muerte de Carlomagno Ludovico tomaría su lugar, anexionando la Marca Hispánica a la Septimanía Francesa.

El rey búlgaro Krum no tardaría en tomar Sárdica y arramplar contra los bizantinos, como en años pasados, pero con la actual debilidad de estos, los vencieron y llegaron hasta Constantinopla, pero nuevamente allí se volvió a imponer Bizanzio, venciendo a Krum en Mesembria. El cuerno de oro parecía inexpugnable. En cambio el carolingio se partía en pedazos, repartido entre Lotario, Luis y Pipino.

Fueron años de prosperidad para mí, gobernando plácidamente mis dominios caducos, mientras los humanos de los alrededores, batidos por las corrientes del cambio y ávidos de un suelo al que agarrarse me rendían pleitesía y me entregaban ofrendas, a cambio de mi protección... y por temor a las consecuencias.

Los árabes conquistaron Creta y luego de Palermo, Sicilia y Heraclea, tratando de hacerse con las más aisladas islas, en sus últimos coletazos. Entre tanto Wessex se imponía como reino en la lejana Inglaterra, mientras los vikingos se hacían con Irlanda; pronto los normandos ascenderían por las desembocaduras del Rin y el Escalda, tras plagar el litoral inglés. No eran nada comparado con las guerras que desgarraron los restos del anteriormente imparable Imperio Carolingio. Como la más vil de las arañas, sus hijos se comían a su madre desde el interior, tratando de llevarse la mejor parte.

Mientras reforzaba mi liderazgo sobre la zona y conseguía una presencia sólida e indicustible en mi territorio, pasaba los atardeceres y los amaneceres en compañía de Korkasse, tratando diversos temas y preocupaciones de Estado. Con el paso de las estaciones el inteligente senescal no tardó en destilar de mis palabras las sombras de un pasado acosado por la Reina Frígida y mi necesidad y anhelo de tomarme una merecida revancha y hacerme soberano indiscutible de las estaciones en Transilvania. Inmediatamente mi buen amigo, la primera persona que realmente me había tratado en mi vida de igual a igual, se tomó como una labor personal el quebrar las impenetrables defensas de Safne para darme la oportunidad de la victoria. Mi lugarteniente se encerró en su laboratorio y

Con alegría y energía renovadas por la reacción de mi compañero, me centré en obtener información directa de lo que ocurría en torno al bosque invernal. Descubrí que un puñado de familias humanas detentaban el poder; los apellidos Szantovich, Bratovich y Basarab se repetían hasta la nausea entre ellas. Quizá pinchados por mis pesquisas, los hijos del invierno no tardaron en responder. Una nueva oleada de esbirros de la Reina Frígida se estrelló contra mis fronteras, aprovechando el abrigo de la noche. Aquella vez el ejército helado probó la verdadera dureza del otoño por vez primera: morían a decenas, mientras Korkasse y sus extraños artefactos segaban sus existencias una tras otra. Alborozados por la sencilla batalla, mis súbditos se lucieron como nunca, masacrando a los asaltantes; me mantuve al margen, dejándoles la gloria a ellos esta vez... había tenido que combatir tanto que el contacto con mi acero me resultaba penoso y me sumía en la mayor de las melancolías. El tiempo de las armas había acabado: era momento para las palabras. El invierno se replegó con el rabo entre las piernas, apenas habiéndose iniciado la batalla.

Espejando mis logros, Abderrahman II dominó la insurrección de la anteriormente díscola ciudad toledana. Los búlgaros, recuperados de sus heridas en Constantinopla, comenzaron campañas militares en los montes Ródope y Albania. Los vikingos se adueñaron del Ulster, Irlanda y establecieron su base en Armagh. Las cosas comenzaron a suceder con rapidez en el mundo de los humanos, y las distintas vicisitudes de mi creciente territorio me hacían dedicarles más y más tiempo a cada día que pasaba. Habiendo formado sendos jefes de inteligencia, dejé las relaciones humanas para los Cambiados, centrándome en el gobierno de mi reino. Mi Gabinete Exterior me informaba puntualmente de los hechos más relevantes, manteniéndome al corriente de los devenires de la humanidad, mientras yo me encargaba de su seguridad y de las expectativas futuras del marquesado.

La victoria sobre el invierno afectó profúndamente a Korkasse, que gozó de gran popularidad en la corte durante largas estaciones. No escatimé regalo ni vicio alguno para él, y se le dio lo que deseara, como correspondía a un sirviente fiel. A pesar de ello, mi compañero tuvo a bien mantenerse en su lugar en la corte. Era digno de mi confianza y me alegraba terriblemente de no haberme equivocado con él. En nuestras conversaciones advertía un odio biliar y concentrado contra el Bosque Invernal como en pocos había visto nunca. La idea de la victoria sobre las fuerzas de la noche transilvana lo atormentaban; la gente comenzó a tomarlo por loco, con sus excitados desvaríos insanos. Entonces, de buenas a primeras, se encerró en su laboratorio, aislándose del mundo. Convine que era lo mejor que podía pasar, dado el cariz que empezaban a tomar los asuntos cortesanos con respecto a él. Prefería que se recluyese y tranquilizase, antes de que se produjera una verdadera ruptura entre mis válidos.

Con todo el peso de nuestra incipiente comunidad sobre mis hombros, sin embargo, tuve que centrar toda mi atención en el dominio, prestando aún menor atención a los vanales asuntos humanos. Ludovico pio murió en el silencio, y las batallas que Carlos y Luis vencieron contra Lotario me pasaron desapercibidas; no asistí al desmembramiento en tres partes del antiguo imperio, que volvería a independizar la Marca Hispánica. Los vikingos avanzaron al sur de Inglaterra sin sentirlos siquiera; trataron de ir más allá, atacando Paris, Hamburgo, los Países bajos y Sevilla, pero nada supe hasta más delante de cómo los gallegos los rechazaran. Los bizantinos consiguieron terminar con la iconoclastia mientras yo no miraba. Los musulmanes tomaron Mesina, atacaron El Lacio y Roma en mi ignorancia.

Comenzaba a preocuparme por la ausencia y reclusión de Korkasse, cuando advertí que llevaba casi una década sin leer un solo informe exterior. El pensar en más allá de mis fronteras y en mi querido lugarteniente al mismo tiempo, dirigió mi mirada inevitablemente hacia el Bosque Invernal. Era hora de volver a examinar sus fronteras... mientras mi senescal dormía, tenía que estar preparado para cualquier contratiempo. Mis espías me indicaron que la entrada a las tierras invernales era imposible; que un extraño campo energético las protegía: una guarda ancestral reforzada con el paso de los siglos y endurecida como el hielo perenne. A pesar de ello, habían avistado a los trolls de la Dama Oscura en las proximidades, alejando a la chusma e incluso arrasando pequeñas aldeas insurrectas. Me traían preocupantes noticias tanto de su poder como de su número. ¿Cuánto daño había causado a Safne para que con tal poderío no se dignara en volver a intentarlo? Tal vez gastaba su carnaza conmigo, no lo sé; puede que no fuera más que un mero castigo para convictos en su mente... o podía haber algo más. Independientemente de la respuesta, tenía que mantener despiertos los cinco sentidos, por si los vientos cambiaban de nuevo.

Cuantro años después de su desaparición, Korkasse apareció de improviso una buena mañana frente al Trono del Equinoccio. Su entrada fue inesperada, como si hubiese surgido de la nada. Su sonrisa era radiante, y se trababa a cada frase, tratando de pronunciar demasiadas palabras al mismo tiempo. Había descubierto “otro lado”; un mundo vacío más allá del rabillo del ojo... el espacio que llenaba el hueco entre los muros y que pronunciaba las palabras del eco. Eso y una miriada más de términos inexplicables. Decía que podía llevarnos a su través; que podía cruzarnos a la mismísima sala del trono de Safne la Frígida. Afirmaba que con el poder del “otro lado” podría incluso volver las defensas de los siervos del invierno contra sí mismos y acabar con los trolls que guardaban las fronteras de la Bruja de los Hielos.

No comprendí ni la mitad de lo que dijo, pero vi la ilusión, la esperanza y la necesidad de mi apoyo en los ojos de mi amigo. No pude negarme a sus locos sueños. Además... había algo más. Sentía cómo el poder de mi senescal se había multiplicado. Quizá pasara desapercibido para otros, pero para mí era tan nítido como los primeros tonos mustios en una hoja veraniega. El aura del otoño lo rodeaba. Accedí sin reservas y le dejé trabajar en el gran proyecto. Puse a todo el mundo a ayudarlo con el mayor ahínco que fui capaz de exprimirles. Traté de involucrarme en el diseño y la construcción, pero apenas entendí nada de cuanto me mostró en su abarrotado y desordenado laboratorio. Y a pesar de ello, comprendí el poder que rezumaban sus cálculos y el potencial que se desprendía de sus evoluciones. Algunos misterios que habían resultado inexplicables durante generaciones para mí resultaban ahora tan nítidos como si hubieran estado allí siempre. Detalles insignificantes tomaban una importancia atroz. Mi dominio de las nieblas estacionales aunmentó insospechadamente ante tales portentos. El mismísimo Bosque clamó de entusiasmo y expectación.

Mientras el proyecto avanzaba inexorablemente en su cabeza, vikingos, papas, musulmanes y bizantinos continuaban con sus eternas reyertas, pero todo ello carecía ya de importancia. El mundo humano volvió a empañarse como un cristal tibio al margen del frío invernal, hasta que... Korkasse desaparecío:

-¡NO! ¡FALTA ALGO!- fueron las últimas enojadas palabras que le escuché, antes de verlo salir de su laboratorio, dejándome a medias de una liviana explicación sobre los poderes del viaje y el tiempo.

Cuando salí a buscarlo, nadie lo había visto. Ninguna de mis hadas pudo encontrarle en los días siguientes. Pasaron semanas... nada. La realidad se había llevado a mi compañero tal y como vino. Los cortesanos comenzaron a hacer preguntas indiscretas; preguntas que no quise escuchar. No. ÉL volvería; yo sabía que volvería. Jamás había dudado de mi amigo, y no empezaría a hacerlo ahora. Sabía cuánto suponía todo esto para él y, funcionara o no, sabía que regresaría para terminarlo; regresaría... conmigo.

Durante la ausencia de Korkasse los avances en el “gran proyecto” se paralizaron; nadie tenía ni la genialidad ni las ganas necesarias para continuar con su trabajo. Además era su guerra y su victoria; no podía permitir que nadie la ganara por él. En vez de eso recuperé mi vigilancia sobre los reinos humanos, recuperando tanto como pude del tiempo perdido.

Cuando volví mi vista hacia la escena mundial, la corte bizantina promovía la conversión búlgara al cristianismo... no podía imaginar mayor humillación para un enemigo vencido que adorar a una deidad que los haría aún más débiles. Entre tanto rusos y varegos se acercaban inexorablemente a Constantinopla; tal vez siguieran el mismo destino. La Marca Hispánica se había independizado completamente, y Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos, predicaban el Evangelio en lengua popular y propagaban su nueva escritura glagolítica. Más al Este los soldados turcos se revelaban contra su gobierno.

Pasaron un puñado de años mientras Basilio I se erigía en Emperador del Imperio Romano de Oriente. En los acontecimientos subsiguientes la rebelión religiosa promulgada por Focio en Constantinopla acabó abriendo una brecha definitiva entre las iglesias griega y romana, que nunca llegaría a cerrarse. Ajenos a estos cambios, los turcos tulunidas invadían Egipto y Jerusalén. Los musulmanes se apoderarían de Malta poco después. En el noroeste los daneses salían triunfales de Nottingham y dirigían sus esfuerzos hacia Merlborough, mientras Luis el Grmánico y Carlos el Calvo se repartían la Lorena en el Tratado de Mersen. Los vikingos se establecieron en la costa oriental inglesa al tiempo que Alfredo el Grande se erigía rey de Inglaterra.

Una década humana hizo falta para volver a conjurar mi tedio y comenzar a hacerme pensar que quizá Korkasse no volvería. Ttal vez le hubiera ocurrido algo: podría haberlo raptado el enemigo, o haber sufrido algún terrible accidente. Mis espías no encontraban ni el menor rastro de él, los viajeros no traían nuevas suyas; simplemente se había esfumado.

Comencé a sumirme de nuevo en una profunda melancolía. Mis informadores trataban de animarme con nuevas de la unificación del reino de Noruega o historias de los piratas musulmanes que acosaban Roma. Me hablaban de cómo Bizanzio trataba de resurgir de sus cenizas reconquistando Asia Menor. Traían a mi presencia a viajeros con noticias de la disgregación del califato árabe, de la independización de los persas sefarditas y de los tulunidas de Egipto. Nada conseguía llegar mi profundo vacío. Las hojas dejaron desnudos los árboles, dejando paso libre a una brisa gélida y melancólica que soplaba del mismísimo corazón de la Marca Transilvana. El trémulo tañir de mi arpa lloró la soledad de su titiritero, ajena a los avances en la reconquista ibérica. Mis notas llenaron el espacio entre los árboles indiferentes a la formación del principado de Moravia. Mis súbditos, preocupados, trataban de abordarme de todas las maneras posibles, pero no conseguían más que irritarme: no quería acercarme a nadie, ni relacionarme; me aterraba que volvieran a ganarse mi confianza y hacerme daño.

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04/02/2008, 03:50
Señor de los Témpanos.

Mi sonrisa volvió un cálido día en los estertores del verano; Korkasse la trajo en el mismo instante en que apareció de improviso, en medio de una aburrida audiencia, envuelto en un fogonazo de cegadora luz ocre. El otoño ya no solo llenaba su espíritu: Korkasse irradiaba ocaso. Nadie en la corte podía dudar de su poder, reconocible a simple vista. Mis servidores, que comenzaban a dudar de mi cordura, se postraron ante ambos mientras descendía de mi trono de madera a abrazar a mi amigo perdido. Dos palmadas... el senescal de mi reino se permitió tan solo dos palmadas a su señor antes de separarse amablemente y retomar su trabajo, como si no hubiera estado fuera más que unas horas. Toda la corte estaba en shock, pero nadie objetó nada en absoluto; resulto tan... natural en él.

El desconcierto inicial se tornó en preocupación cuando Korkasse se embarcó en una docena de proyectos auxiliares además de en su “gran proyecto”. Temí que se hubiera bloqueado en la Ley, consulté a los más sabios de entre mis siervos, pero ninguno pudo darme una respuesta concluyente. Me deshacía en deseos de ayudarle, pero no sabía si ello podría tan solo empeorar las cosas.

Tratando de hacer oídos sordos a mis miedos, dejé a mi ingeniero feérico más espacio vital, investigando ciertas extrañas muertes y desapariciones entre los humanos que circundaban mi territorio. No deseaba una peste en mis dominios, así que convenía tomar precauciones. Pronto descubrí que no se trataba de una enfermedad, sino de una nueva sorpresa que me deparaban los imprevisibles humanos: algunos de ellos habían encontrado el modo de engañar a la parca, convirtiéndose en depredadotes nocturnos que devoraban la sangre de los incautos y se disputaban el control sobre “el ganado”. Había controlado humanos antes; no sería distinto con esta nueva “variedad”.

Mis impresiones empeoraron cuando descubrí que esos seres inspiraban más miedo a los humanos que los seres del otoño. Aquello me resultó un verdadero ultraje. Una época de terror arrasó las regiones vecinas y parte de mis aldeas, demostrando qué leyendas había que temer y cuales no. Algunos de esos “vástagos” se rebelaron. Descubrí que su endeble esencia consumida por su avaricia de vida se deshacía en cenizas cuando ésta se les escapaba, aunque se aferraban a ella hasta el último aliento, con unas defensas dignas de cualquier hada menor, aunque carentes de nuestro estilo natural. Habría que guardar con perspectiva a estos nuevos enemigos.

Donde quiera que miraba aparecía la sutil mano de los cainitas, como se hacían llamar, moviendo la historia de los hombres a uno u otro lado. Los encontré detrás de las ventanas en las que se obligó a la Santa Sede a pagar tributo a los sarracenos, mientras sus hermanos se apoderaban de Siracusa. Los encontrés tras la victoria de Alfredo de Inglaterra conra los daneses en Wedmore. Reptaban entre los instigadores de la insurrección de Omar ben Hafsún en las montañas malagueñas, en la reconquista bizantina de Chipre o en la nueva corte rusa en Kiev. Donde quiera que miraba aparecían más y más de ellos, reproduciéndose como las ratas. Resultaban de lo más irritantes.

Me disponía a tomar alguna medida contra esos insidiosos chupócteros, cuando uno de mis guardias acudió raudo a informame de un curioso evento: el portal de Korkasse irradiaba una extraña luz rojiza. Acudí raudo al claro del Gran Proyecto, a tiempo para presenciar cómo una cortina cobriza caía por el interior del enorme arco, para dar paso a una recua de hombres pequeñajos y de ojos rasgados, a caballo. Su primera reacción fue arremeter contra los míos, causando algunas bajas lamentables, pero pronto fueron reducidos y algunos de ellos incluso capturados. Su lengua es extraña y exótica, y resulta casi imposible comunicarnos con estos invasorews repentinos. Tras presentar la evidencia a algunos de mis espías más competentes en lingüística, me confirmaron que eran humanos de un pueblo llamado “tártaro”, nativo del Lejano Oriente. Cuando hago llamar a Korkasse para que me explique el fenómeno, se deshace en disculpas y me responde que el portal ya está en funcionamiento, por fin. En poco tiempo más estaría listo y podríamos realizar nuestra propia venganza.

Durante las siguientes jornadas el portal permaneció inerte y cerrado, mientras Korkasse realizaba diversos ajustes en su estructura. Cuando me cansé de observarlo recibí a mis emisarios del oeste. Omar ben Hafsún había comenzado una guerra de guerrilas en tierras de Al-Andalus. Los temibles vikingos, por su parte, asediaban Paris y se apoderaban de Londres, aunque pronto serían derrotados en Montpellier y hundidos por Alfredo el Grande en el mar. Algo más cerca, los musulmanes eran expulsados de Italia y el Turkestán se independizaba del Califato. Se comenzó la invasión de Persia.

Para entonces mis súbditos ya se contaban por docenas. Tenía cambiados e incluso algunos trolls del bosque. Eran prácticamente más de los que podía retener, controlar y alimentar: una mezcla de doscientas almas feéricas y humanas seguían mis palabras como las de su monarca indiscutible. Curiosos y excitados observaban cómo el portal de Korkasse había comenzado a brillar y zumbar día y noche. Además, una pequeña brisa gélida parecía empezar a soplar desde el interior... desde el “otro lado”; algo grande iba a pasar. Un buen día mi lugarteniente más preciado me cogió y me llevó frente a su obra: su trabajo estaba terminado. Desde el interior brotaba un bello canto, difuminado en el arrullo del sotobosque. Me comunicó que el camino estaba hecho, pero que habría que esperar a que los mundos se alineasen. Estaba listo y ya solo quedaba esperar. Toqué la más dulce de las melodías con mi arpa, variando la cancioncilla del portal, a veces melancólica, a veces algarada, en una fiesta que recorrió todo el bosque otoñal. Cuando la balada se transformó en una tétrica máscara invernal, todos comprendieron que aquel era el requiem para una Reina que pronto sería sepultada. Una que había atemorizado largamente los corazones de mis gentes. La odiada voz de la Reina Safne fue la inspiración para su canción de despedida. Nadie lloraría su falta en este bosque.

Organicé guardias junto al portal, para mantener el más leve de los silencios en torno a él; no podíamos arriesgarnos a que algo pasara al otro lado y los pusiera en alerta. Mi más poderosa magia crepuscular selló con poderosas guardas la zona, protegiéndola de todo sonido y movimiento. El bosque se transformó en una espesa nube de jalea oscura, cayendo casi en letargo.

Durante nuestra espera los magiares llegaron a Baviera y el desorden moral arrasó la Santa Sede. El Papa Sergio III acabaría sometiéndose a la patricia romana Teodora y a sus dos hijas Marozia y Teodora. Entre tanto los rusos volverían a asediar el Cuerno de Oro

Todo mi ejército esperaba la alineación del equinoccio en el atardecer más bello del año. Todos pertrechados y listos para la acción. Korkasse se adelantó y exhaló con un gesto otoñal que invocó a los vientos del ocaso, que llevaron sus mantos de hojas a través del arco. Las últimas no pasaron al otro lado, sino a la llanura helada que apareció ante la brecha. Korkasse corrío a la batalla como un maníaco, detrás de la hojarasca. A un gesto mío, las tropas de la fronda lo siguieron raudas. Luego... todo fue silencio.

Algo había cambiado; algo vibraba, y no era la brisa esquiva sobre sus hojas. No eran pájaros, ni insectos; ninguna de esas futiles vidas correteantes que apenas daban tiempo a sentirse como una marea de generaciones, para el lento circular de la sabia. No era un corrimiento de tierras tampoco, pues más se diría que el suelo se afianzaba a su alrededor dándole la fuerza y firmeza del árbol que era... que debía de ser... NO. En otro tiempo se movía, fue un ser, un... dos piernas. Los pensamientos dolían; pesaban como los andrajosos que se subían a sus ramas por bayas y las agitaban con fuerza. Los pensamientos... parecºían nubes esquivas en un cielo distante. Pensar no era bueno; era confuso y llamaba al caos. Los recuerdos hablaban de hadas en ese bosque, pero él bien sabía que eso eran historias de otro tiempo; de cómo no deberían de ser las cosas.

El dolor le recordó las sangrientas tardes en que el grupo de malditos humanos venía a talar a sus primos. Un ardor lacerante y atroz, mientras una de sus ramas caía al suelo seccionada, demasiado lejos del tallo o de un nudo como para crecer. Su brazo hizo ademán de moverse amenazador. ¡NO! El era un árbol, y los árboles no tenían brazos... no pensaban. No, nunca pensaban... entonces. Oh, todo era tan confuso...

-¡Defiéndete, maldita sea!- grito una tormenta distante en sus oídos.

¿Oídos? Él no tenía oídos, pero... ¡AAAHHHGGG! Una nueva punzada de dolor recorrió su espina dorsal, fosilizada en este tocón, cuando una nueva acometida cercenó parte de su corteza. No iba a permitirse este castigo. Él que había peinado las centurias no iba a someterse a este suplicio. Entonces sintió el sabor dulce e intenso en el suelo... sangre. Sus raíces bebían sangre; sangre humana, vertida allí ¿por quién? La sangre despertó viejos recuerdos. Evocó una era en que él y los suyos avanzaron sobre el invierno que se había apoderado del Bosque Otoñal, marchitando vidas como el otoño marchitaba la foresta. Tiempos en que la sangre de hadas frías había abonado su morada y los humanos que los habían olvidado habían pagado con dolor. Humanos, esos mil veces odiados humanos que maltrataban su suelo.

Un tercer impacto lo hizo retroceder. El roble dormido y milenario alzó parte de sus raíces en lo que parecía una poderosa pezuña nudosa. Sus ramas hicieron un arco batiendo el aire. El suelo estaba congelado; la escarcha lo hizo resbalar. La corteza grujió con furia, recordando el calor de la batalla. Un poderoso troll invernal lo aferró por la garganta y le hizo morder el suelo, pero su alma no había visto la caida de quinientos otoños para acabar así. En su memoria garras amarillentas sacaron al frío atardecer las entrañas de su oponente. Ahora las mismas garras rompían su prisión durmiente y buscaban un enemigo invisible en el aire.

-Shigraat. Defiéndete, alcornoque desgarbado. Yo te lo ordeno.- lo incitó la repicante voz viniendo de todas partes al tiempo –¿Acaso has olvidado a quién debes pleitesía?- le espetó.

El troll sintió la hojarsaca rascar contra el suelo, y una docena de hojas se lanzó contra él, comenzando una tétrica lluvia de cuchillas que le destrozaba la piel. La ira salió de su tocón despertado como un torrente, creciendo a su alrededor como una concha impenetrable. Protuberancias y escrecencias salieron caóticas de sus articulaciones avejentadas, resistiéndose al suplicio y cerrando sus llagas y heridas. Sus brillantes ojos encendidos por la rabia se abrieron una vez más al templado otoño que lo rodeaba, habituándose a las formas y familiarizándose con el dominio feérico. Shigraat respiraba de nuevo.

Algo había cambiado... algo terrible había sucedido. El Bosque que siempre permaneciera otoñal mostraba ahora una aspecto frío y desamparado. Lágrimas de resina incandescente amenazaron con regar el suelo cuando el milenario inanimae escuchó el silencio de la risa de las hadas entre las bóvedas arbóreas. Sus nudillos crujieron y se astillaron de rabia cuando su cuerpo no sintió el perenne aguacero de hoja caduca alfombrando su vista. La ira hinchó sus largo tiempo dormidas venas feéricas cuando la mil veces maldita cruz símbolo del dios humano coronado de espinas lo escupió en la cara a pocos metros de lo que fuera el trono del bosque, extrañamente echa trizas... ¿el trono?

Una sombra esquiva biró a su diestra y una nueva ráfaga de dolor recorrió su adormecido pensamiento, temeroso de acabar como aquel símbolo religioso. El grito de rabia y desesperación se extendió gutural desde la fronda, arrancando un gélido escalofrío a los animalillos hibernantes. Los árboles le susurraron la partida de los espíritus que los cuidaban y le lloraron el abandono de las hadas. Deliraron sobre sus años de soledad y gimieron por el dolor de sus primos cortados para erigir impías iglesias. El odio y la frustración sin medida, bombeados por la sangre vejada de su anterior guradián, alimentaron su cuerpo en rápido despertar como la yesca a las brasas.

Llamó a los árboles con la voz del pasado. La voz de quien recuerda otra época y otra gloria. El bosque estaba moribundo; alguien lo había desecrado. Sus primos escucharon la llamada y se agitaron nerviosos. La sombra volvió a recorrer el rabillo de su visión, pero esta vez estaba preparado. Sus amarillentas uñas de troll hendieron el aire hasta encontrar resistencia y su mano arrojó lejos al bulto que trataba de dañarlo. Certero, el oponente le había acertado en el último momento, evitando la fuerza de un golpe que lo habría talado como un tocón podrido. Su acosador cayó desmadejado sobre el sotobosque a pocos metros, desapareciendo entre las sombras. Shigraat corrió tras él, mientras su oponente corría por los caminos como si los conociera al milímetro. El monstruo despertado parecía ganarle terreno, para verlo desaparecer en el último instante, y reaparecer a buena distancia y en otra dirección.

Cuanto más observaba al asaltante, más familiar le parecía su figura, pero su aún dormida mente no hallaba un nombre para su torturador. Lo persiguió hasta que el anochecer comenzó a enfriar su transpiración y sintió los pulmones reventados. Entonces el sonido de un arpa lo llamó de nuevo hacia el centro del bosque. Una melodía triste y melacólica, que despertaba antiguos olores y sabores. Una armonía que evocaba su anterior pasado glorioso; que le recordaba su posición, al lado del regente. Cuando llegó al centro del bosque, el trono estaba envuelto en un sudario oscuro e impenetrable:

-¡MUESTRATE! Serás cadáver antes de que nazca el mañana.- dijo la rasposa y profunda voz de Shigraat, oliendo la amenaza en el interior de la penumbra.

El manto opaco comenzó a resbalar, como si de una sedosa capa se tratara, revlando una imponente figura de largos cuernos ensortijados, que se alzaba hasta la estatura del propio Shigraat encorvado. Apenas un metro por debajo de su verdadera y poderosa extensión. Cuidadas ropas feéricas, tejidas con las más finas pieles de animales otoñales e invernales cubrían su poderoso cuerpo, orlado en un rostro capaz de cortar la respiración a quien lo observara:

-¿Así pagarás a tu señor la gracia de hacerte regresar desde tu prisión de Ley, Shigraat?- comenzó la estilizada figura, dejando de tocar la fina arpa de hielo que el troll de los bosques reconoció al instante.

-Marqués... Sdersath- respondió en alto, aunque para sí mismo.

El viejo monstruo del bosque pronto comprendió ante quien se encontraba. Sus ojos de roble observaban desde su rostro macilento al anterior soberano del bosque. Los recuerdos acudieron a él con presteza. Recordó el último día en que vio su rostro tostado y arrebatador, atravesando el portal de Korkasse, al encuentro de su antagonista, la Reina Frígida Safne del Invierno. Aquellos que quedaron atrás, para guardar la Marca, como él y algunos Cambiados, trataron de volver a activar el portal, pero jamás lo consiguieron. Con el paso de los años, los medio-humanos se volvieron hacia sus raíces. Cien veces los maldiga el Destino por abandonar el bosque que se les ordenó proteger. Lo dejaron atrás y se integraron entre los suyos, muriendo como las débiles carcasas que siempre fueron.

Entonces fue cuando comenzó la caída y la locura. Shigraat se afanó en soledad por mantener solo todo el bosque, pero su fuerza era la batalla, no la administración. Trató de tenerlo todo en orden; recurrió a su sangre feérica para controlar a los díscolos espíritus en formación, y el tejido le venció. El destino lo engaño y lo hizo retorcerse hasta advertir que mejor sería recordar cómo ser un árbol para saber cómo mantener el bosque en orden. Volver a sus orígenes en el roble místico del centro del Bosque Otoñal y sentir la paz del territorio. Tarde descubrió que ser un árbol implica contemplar el paso de los años como un observador silencioso, sin sentir más que los más fuertes y progresivos cambios del entorno.

Las décadas habían pasado sin sentirlas, en un leve pensamiento vegetal. No habían advertido aquellos cantos religiosos en la espesura, ni aquella cofradía de adoradores en la fronda. Su agua bendita y su mancillada fe había castigado al espíritu del otoño casi hasta la aniquilación. Con los Cambiados ausentes y su guardián dormido, nadie pudo impedir el desastre. El territorio feérico estaba desgarrado.

-Así me llamaron los pusilánimes de la Selva Negra, sí. Pero ese nombre murió en el uso tras erigirme en soberano feérico de Transilvania. Ahora soy el Señor de los Témpanos, amo y señor del Dominio de las Sombras Gélidas; el terror que descansa en los bordes de ocaso, cuando el frío se cuela por debajo de las puertas.- respondió el soberano solemnemente - He traído mis manos manchadas con la sangre que hizo huir la vida de la Bruja Safne, y el engarce de su territorio... MI TERRITORIO, sobre mi capa de regente. He vuelto a casa, tras medio siglo en los confines de Transilvania y ¿qué me he encontrado?- preguntó retórico el marques Noderoth.

Bien sabía Shigraat lo que se había encontrado el amo del Bosque... un otoño moribundo y vejado por la religión que durante eras había odiado. Un erial feérico, puede que irrecuperable. Para sorpresa del viejo troll, Noderoth respondió con una sonrisa:

-He hallado a mi más querido lugarteniente. Shigraat, portador del Odio, Azote de humanos y Asesino de Usurpadores. Me alegro de volver a verte, amigo.- dijo el marqués, acercándose en dos rápidas zancadas y poniendo sus manos sobre la rugosa corteza del troll. –Te encontré fosilizado como el viejo roble místico, atrapado en la Ley. Durante días y noches te he leído mi diario, tratando de despertar en ti el pasado; te hablé con la lenta lengua de los sauces y las hayas, para que entendieras mis palabras, y apenas te inmutaste. Temí haberte perdido para siempre y no poder volver a recuperarte ya. Por eso te he golpeado; esperaba que si mis palabras n o te animaban, lo hiciera el dolor, la supervivencia... el espíritu de las batallas vividas y por venir. Ha llegado la hora de mostrar a esos burdos humanos quién es aquí el regente y de apagar esa pútrida religión que los ata como un cancer a una vida débil y carente de emociones.- declaró mientras giraba en torno a su lugarteniente y guardaespaldas de confianza, lentamente.

El primonato recorrió el camino que lo separaba del trono y recogió un viejo volumen pesado y mohoso, hecho con los ingredientes del otoño y escrito con la sabia del equinoccio. Y abriéndolo por las páginas finales, leyó de su diario personal:

-Y así habló el Señor de los Témpanos a su pueblo de las Sombras Gélidas, el primer día de este año 950 del calendario humano:

Pueblo del Otoño. Nuestra hora ha llegado. La hojarasca cubre el bosque invernal y el otoñal, en el oeste y en el sur de nuestra Marca. Los dominios de las estaciones no tienen rival en Transilvania para la Gente del Atardecer. La Selva Negra nos envidia en silencio por nuestros logros. Hagamos que mueran de rabia por nuestros éxitos futuros.

Ahora en la noche de las estaciones, en las puertas del nuevo ciclo, las sombras del pasado son convocadas a mi presencia, para escoltarnos hasta nuestra futura gloria. Pronto dominaremos todos los territorios entre los dos baluartes de nuestros dominios. Es hora de prepararnos para dicha hazaña. Hadas, elfos y trolls, todos por igual. Cambiados y siervos mestizos y humanos. Todos trabajaréis con el mismo fin: despertad a mis antiguos agentes, abrid los caminos a mi red de influencias, recordad a las aldeas que no hay mayor preocupación en sus vidas que la sombra que se extiende desde el bosque que los respalda. Insidiosas y fétidas religiones se han abierto paso en las mentes de mis vasallos, mancillándolos con fes que adoran a un débil dios moribundo que se cree con el derecho de vestir una corona de espinas. Recordaremos a esas gentes que su dios no es capaz de levantar na mano para proteger a sus recién nacidos de los espíritus del bosque.

Despertaremos sus miedos y ganaremos su servidumbre. No quiero ver un solo feligrés en las hermitas de diez millas a la redonda, o los responsables pagarán cara su incompetencia. Id y desenterrad a nuestros informadores y a nuestros benefactores. Cobrad los antiguos pactos y devovedme los ojos y oídos que miraban fuera del territorio. Deben reabrirse las minas y cuidarse los árboles, para que reverdezcan en primavera y den sus mejores frutos. Despertad a los venados y engordadlos para que tengan hijos fuertes y sanos en la estación venidera. Nuestro biosque será el hogar deseable que otrora fue para todos los marginados de las grandes ciudades. Atraedlos y atadlos a nosotros… para siempre.

...y tras esto vine a buscarte en persona, como merece el más querido de mis lugartenientes.

Notas de juego

Te dejo turno de réplica. Para ir abriendo boca, a parte de lo ya comentado por e-mail, te comentaré que existen tres tipos de hadas:

Primonatos: nacidos de padres y madres hadas
Inanimae: espíritus de la naturaleza encarnados en cuerpos materiales (como tú)
Cambiados: mestizos entre hadas y humanos, a caballo entre dos mundos

La magia feérica es más o menos como la de mago: puedes hacer lo que quieras, siempre que tengas el suficiente dominio. La magia viene de “las nieblas” y se controla “tejiendo”. Hay ciertas cosas que el hada sabe hacer muy bien (como será el caso de tus cantrips), y que no suelen salirle mal. Todo lo demás es improvisación y suele aparecer de forma algo “descontrolada” y generar efectos “inesperados” adicionales. Cuanto más pura es la sangre del hada (según las tres diferenciaciones anteriores), mejor se le da improvisar y menos consecuencias funestas tiene.

Cuando las NIEBLAS (caos) y el TEJIDO (orden) están desequilibrados en un hada, el hada tiende a tener problemas, por su dicotomía entre el mundo feérico y el mundo humano. Si las NIEBLAS ganan, el hada podría acabar perdida en ellas, que es muy similar a volverse loco, hacerse bola y desaparecer en un microcosmos de bolsillo particular. Si es el TEJIDO, te quedas atrapado en una espiral de orden constante, que te lleva finalmente a volver a tus orígenes: materia inanimada (tu caso) o humano (los otros dos), que es, por ejemplo, el caso de los Cambiados que abandonaron el bosque tras mi partida. Lo habitual para sacar a un hada de ese estado (si todavía es reversible, que no lo es siempre), es encontrarla, comenzar a suavizar su estado y luego terapia de choque, en resumen. De ahí la escenita.

Las hadas viven en el mundo feérico, que es una especie de superposición con la realidad de una dimensión alternativa (como si uno de los Otros Mundos de mago coexistiera con la realidad en ciertos puntos). Cuando el Velo se solidifico en algunos siglos, esos mundos se separarán definitivamente y solo los Cambiados viajarán entre los dos mundos (Changeling = Cambiado, en inglés; en Edad Oscura es Fae = Hada).

Por lo demás, el resto es Mundo de Tinieblas puro y duro, quitando ciertos detalles que puedes ir cogiendo sobre la marcha.

Te he puesto en lo que “supuestamente le leo al árbol” la parte de mi historia que deberías conocer. Has sido un guardaespaldas de confianza hasta que te dejé al cargo de mi territorio, mientras me iba a conquistar el del Invierno, a través del portal. Así pues, sabes de mis pensamientos y aficiones, que siempre compartí contigo, como hombre de confianza, y solo te estoy recordando cosas que ya sabías. Como bien sabes, exististe aquí desde siempre, así pues, la historia de antes de que yo llegara y los detalles exactos de mi ida y mi vuelta quedan a tu discreción.

Tu labor siempre fue cuidar de la seguridad del territorio en plan machaca (no en plan ingeniero como Korkasse). Las veces en que me he enfrentado solo al peligro han sido debidas a dos cosas:

1) un señor tiene que combatir sus propias batallas para hacerse respetar
2) al principio de nuestra historia (digamos que hasta que Korkasse apareció, más o menos) no eras mi guardaespaldas, sino el encargado e interesado de la seguridad del territorio: y a mí no se me tenía tanto respeto como para merecer un guardaespaldas, hasta más tarde. Se me consideraba un arribista interesado de la Selva Negra, aunque nunca fuese cierto.

Tu turno de réplica.

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04/02/2008, 03:54
Señor de los Témpanos.

Notas de juego

Obviamente, por si no quedara claro, master, la acción estratégica de esta estación, del Señor de los Témpanos es reclutar lugarteniente: "Shigraat, Portador del Odio", que además será un lugarteniente leal, según mis trasfondos.

Como se le recluta en este trimestre, comenzará a tener órdenes a partir del siguiente. En este roleamos el rencuentro y ya está.

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07/02/2008, 22:47
Director

Notas de juego

Me preocupa lo silencioso que está el jugador de Shigraat.

Sobre la Lealtad:

10) Lugartenientes Leales: 1 (Puede tener hasta 1 Lugarteniente que le sea verdaderamente leal).

Lo cierto es que no eres tú quien elige cual de tus Lugartenientes es leal y cual no. Yo había supuesto que al tener Lealtad 1, el Leal era probablemente Taliesin.

Puedes aumentar la Lealtad, pasando más tiempo con tu Lugarteniente y Consolidando Poder.

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08/02/2008, 01:30
Señor de los Témpanos.

Notas de juego

Este... consolidé poder en la anterior, para aumentar mi rango de lugartenientes leales (gastaré los PXs cuando me asignes los de historia), dado que todavía ninguno de mis futuros lugartenientes tenía ficha. Obviamente Taliesin era mi lugarteniente leal. De ahí el interés en aumentarlo antes de tirar del siguiente.

Dado que el lugarteniente que iba a reclutar, en todos los casos era un personaje de mi pasado, era comprensible que pudiera ya ser leal de antes y aumentar primero el trasfondo y luego reclutarlo (de hecho más lógico, por coherencia hsitórica, debería de decir). Obviamente no será así al reclutar gente "nueva".

Por cierto: el silencio de Shigraat es normal. Avisó a su Dhaeva de que empezaba vacaciones justo el día después de hacer su ficha (por eso se dio prisa para hacerla). Contestará a partir del día 10 de febrero, según me dijo.

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10/02/2008, 20:34
Shigraat el Portador del Odio.

"Frio, cuanto frio hace, antes no era asi, ¿acaso el invierno ha llegado?, pero ¿por que oigo esta voz?, esta voz soy yo mismo, pero los arboles no tenemos voz, no pensamos."

El viento agita mi hoja, y los murmullos de un recitador se pierden en el viento que no es capaz de atravesar la dura corteza de las eras.

"Los arboles no debemos pensar, no es lo correcto, mas algo me llama, un frio implacable, despierta dolor en mi interior. no haré caso de él, porque soy un arbol, y los arboles no tienen interior"

Asi el viento pasa estaciones, y la dura madera que cubre mi verdadero ser no cede ante la voz que me clama, mas me hace retorcerme de dudas sobre si debo seguir la ley o retorcerme en el caos de mis acciones materiales. mas mi temple es de madera robusta y mi terquedad implacable, como el inexpugnable avance del amanecer.

El Dolor se fortalece en mi interior, me dice al oido cosas que sé, pero que mi mente dormida no reconoce como recuerdos. habla de muerte, de hermanos botados a su suerte, de una tarea sin terminar, de todo el dolor que los inocentes han sufrido por mi ausencia, que deberia haber sufrido yo. me habla de haber fallado.

"Todo es mi culpa, pero duele demasiado. es mas facil dormir"

El dolor se torna fisico, y la madera que me atrapa cede ante la fuerza de un ataque. este dolor es distinto, hace crecer al caos, le llama asi como él me llama a mi en un interminable circulo vicioso que solo tiene un final...despertar.

Cita:

-¡Defiéndete, maldita sea!- grito una tormenta distante en sus oídos.

"Defenderme, siquiera he sido capaz de defender a los que estaban a mi cargo de mi propia ineptitud, no merezco ser defendido, siquiera por mi mismo en el afan de mantener mi vida. mis agravios ya me la quitaron."

El dolor se intensifica, me hace retroceder del impacto, mas todo se sacude, menos el sentimiento en mi interior, aquella pasion que se agita, que renace.

Cita:

Shigraat. Defiéndete, alcornoque desgarbado. Yo te lo ordeno.- lo incitó la repicante voz viniendo de todas partes al tiempo –¿Acaso has olvidado a quién debes pleitesía?- le espetó.

"¡Maldito seas, nadie exige mi pleitesia que no sea el otoño mismo, solo el ocaso puede llamarme. tu sangre derramada pagará el precio de tus palabras ofensivas hacia este bosque sagrado!"

Ahora el dolor me rasga la piel perenne, la sabia brota de mis heridas, pero no hace mas que fortalecerme. mi decision ha sido tomada, y nadie puede detenerme. Shigraat ha despertado, y se tomará las vidas de los enemigos del otoño, asi como debia ser.

Al abrir los ojos de roble el paisaje es desolador, mis pies ligeramente moviles resbalan en un suelo que no pertenece al sagrado recinto del atardecer. los arboles desahuciados por el frio, y el bosque sumido en la crueldad del calor de la Fé humana habian transformado los salones del bosque en un gran cementerio.

Grite de ira y dolor, y los arboles me respondieron con el dolor de sus recuerdos, recuerdos que yo tambien tenia, pero que ignoraba a conciencia por mi cobardia. mas la voz de los arboles era muerta y mas que ayuda clamaba venganza.

las lagrimas de sabia brotaron de mi carcaza, sentia mas de lo que podia soportar, que para un roble como yo era mucho. llamé al bosque, en un lamento que mataria mil veces a los mortales del dolor que sentía. la pena y la ira se volvian a mezclar para dar origen a mi alma...odio.

ahora lo que reconocia como una sombra me acechaba, solo un golpe le acerte y estese escabulló en la distancia en la que le arroje, mas aun estaba vivo, y yo debia cumplir mi palabra, solo el otoño podia llamarme, ¿Quien era aquel advenedizo para despertarme?

Le segui, le acechaba y le perseguia como cual depredador a su presa. mas su habilidad era grande y se escabullia entre los sentidos, para ser detectado cuando estuviera lejos de mi alcance. mas eso no me detendria, solo me despertaba mas.

Le perdí, y me hundí en mi nuevo fracaso, pero una musica me llamó, un sonido familiar, una miel fria al tacto pero ardiente al gusto. pero mi cerebro de madera fria solo sabia de odio y venganza, nadie ahi habia para calmar mi soledad. una soledad en la que hbia estado hundido desde que el Marquez me abandonara.

- "¡MUESTRATE!, Serás cadáver antes de que nazca el mañana."

El sudario de nieblas desaparecio, y los ojos de roble que se escondian en mi cara divisaron el rostro de mi presa, mas mi mente y mi frio corazon se regocijaron al reconocer tales rasgos faciales. imagenes calidas y familiares, y mi cara se ilumino de alegria como perro al ver llegar a su amo.

Cita:

-¿Así pagarás a tu señor la gracia de hacerte regresar desde tu prisión de Ley, Shigraat?- comenzó la estilizada figura, dejando de tocar la fina arpa de hielo que el troll de los bosques reconoció al instante.

- "Marqués... Sdersath", dije al reconocer tambien su voz.

Es entonces que recuerdo todo, de como la batalla contra el invierno me alejo del señor del ocaso, y de como mi tarea falló en su ausencia.

Cita:

Así me llamaron los pusilánimes de la Selva Negra, sí. Pero ese nombre murió en el uso tras erigirme en soberano feérico de Transilvania. Ahora soy el Señor de los Témpanos, amo y señor del Dominio de las Sombras Gélidas; el terror que descansa en los bordes de ocaso, cuando el frío se cuela por debajo de las puertas.- respondió el soberano solemnemente - He traído mis manos manchadas con la sangre que hizo huir la vida de la Bruja Safne, y el engarce de su territorio... MI TERRITORIO, sobre mi capa de regente. He vuelto a casa, tras medio siglo en los confines de Transilvania y ¿qué me he encontrado?- preguntó retórico el marques Noderoth

Lo sabia, siempre lo supe y la ley que me atrapaba era la droga que me dejaba seguir con mi perdedora existencia. pero para mi sorpresa, mi señor no creia lo mismo.

Cita:

He hallado a mi más querido lugarteniente. Shigraat, portador del Odio, Azote de humanos y Asesino de Usurpadores. Me alegro de volver a verte, amigo.- dijo el marqués, acercándose en dos rápidas zancadas y poniendo sus manos sobre la rugosa corteza del troll. –Te encontré fosilizado como el viejo roble místico, atrapado en la Ley. Durante días y noches te he leído mi diario, tratando de despertar en ti el pasado; te hablé con la lenta lengua de los sauces y las hayas, para que entendieras mis palabras, y apenas te inmutaste. Temí haberte perdido para siempre y no poder volver a recuperarte ya. Por eso te he golpeado; esperaba que si mis palabras n o te animaban, lo hiciera el dolor, la supervivencia... el espíritu de las batallas vividas y por venir. Ha llegado la hora de mostrar a esos burdos humanos quién es aquí el regente y de apagar esa pútrida religión que los ata como un cancer a una vida débil y carente de emociones.- declaró mientras giraba en torno a su lugarteniente y guardaespaldas de confianza, lentamente.

La culpa no podia ser retenida mas tiempo, y no tenia el temple para mirarle a la cara y aun aceptar su afecto, asi que me derrumbe, como el arbol que es vencido por las eras.

- "Te he fallado, oh señor del otoño, te he fallado y este sagrado bosque ha sufrido por decadas mi ineptitud. la sangre de tus arboles y hadas ha pagado el precio de mi indignidad. no merezco tu amor, siquiera tu compasion, oh señor. dame la muerte, que no es mas que dolor lo que merezco. y siquiera merezco tus manos arrebatandome la vida, da tu orden, y este roble se acabará a si mismo como precio por no ser lo que esperaste que fuera, y ser lo suficientemente debil como para huir de los pensamientos antes de enfrentar tu ausencia." Digo las palabras mientras derramo lagrimas en el suelo aferrado a las rodillas de mi amo.

Notas de juego

Como ya sabe Darkmaste, en mis post, la negrita son palabras, la cursiva pensamiento, y el resto actos.
este es mi primer turno y espero la respuesta para terminar mi introduccion.
saludos.

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10/02/2008, 21:46
Señor de los Témpanos.
- Tiradas (16)

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (1/9)
Resultado: 5

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (2/9)
Resultado: 2

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (3/9)
Resultado: 7

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (4/9)
Resultado: 8

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (5/9)
Resultado: 1

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (6/9)
Resultado: 7

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (7/9)
Resultado: 4

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (8/9)
Resultado: 10

Tirada: 1d10
Motivo: unleashing "arch" (9/9)
Resultado: 10

Tirada: 2d10
Motivo: 10s hacia arriba
Resultado: 15

Tirada: 1d10
Motivo: 10s desglosados (1/2)
Resultado: 4

Tirada: 1d10
Motivo: 10s desglosados (2/2)
Resultado: 2

Tirada: 1d10
Motivo: pool base "primonato" (1/3)
Resultado: 8

Tirada: 1d10
Motivo: pool base "primonato" (2/3)
Resultado: 6

Tirada: 1d10
Motivo: pool base "primonato" (3/3)
Resultado: 10

Tirada: 1d10
Motivo: 10s arriba pool base
Resultado: 3

Notas de juego

En el siguiente mensaje, Noderoth intentará utilizar "unleashing" para abrir un "arco" al reino feérico del bosque invernal. utilizaré el "sendero" que abrió Korkasse, por existir ya y ser más fácil que abrir otro.

Este poder no podría usarlo de regreso, porque el bosque otoñal no es ya un reino feérico (hasta que no lo desacralice).

La tirada se hace sobre el domino Ocaso, al atardecer, por lo que la dificultad pasa de 8 a 6. Necesito al menos tres éxitos y tengo un total de 4, así que sale.

El pool base de unleashing para un primonato (3) tiene tres éxitos, así que el efecto está bajo mi control.

El poder funciona y viajamos al Bosque Invernal, con un tiempo de viaje de 20 minutos, según el libro.

La acción total durará menos de una hora, así que es estandar; no estratégica.

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10/02/2008, 22:31
Señor de los Témpanos.

-Mi fiel Shigraat, no más que estas palabras de entrega necesito para redimir tu culpa. La tarea que cargué sobre tus poderosas ramas no pudo ser más pesada y lastimosa. Cuidar de aquellos pusilánimes medio-humanos, que volvieron espaldas a su sangre feérica en cuanto aparte la vista de ellos, tuvo que ser un suplicio atroz.- responde Noderoth, disculpando a su fiel lugarteniente –Tu sangre pediré sí así me lo solicitas, pero no verterás ni una sola gota de esa sabia milenaria sobre este campo estéril. La blandirás en mi reino, como hicieras otrora. Te quiero latiendo a mi lado, hermano, y no tirado en el suelo como un tocón frío.- acompaña El señor de los Témpanos su respuesta con unos gráciles acordes de su instrumento.

El anteriormente conocido como Marqués Sdersath, ahora Señor de las Sombras Gélidas, camina hacia un claro aledaño en el que se enfrenta a la figura del Portal de Korkasse. La hiedra ha crecido a su alrededor, enmarañándolo como un lienzo cobrizo en el centro. Con parsimonia, el soberano abre un ajado tomo, plagado de una escritura cursiva y enrrevesada, mientras pasa las páginas lentamente:

-Durante el tiempo en que lloré la muerte de este baluarte merefugié en los escritos de mi viejo Maestro Guardián, Korkasse, que con las estrekllas del Equinoccio brille por siempre en paz, mi Portador del Odio. De sus textos y de los susurros de tus retoños he sabido del mal que ha arraigado en este erial feérico en que mi Marca se ha convertido en estas latitudes.- dice señalando lentamente a los mustios árboles circundantes, plagados de vanalidad.

El rostro del regente parece ensombrecerse y alargarse por un momento, dando la sensación de que sus ensortijados cuernos crecerán hasta el cielo en remolinos para liberar su tensión y su rabia. Cuando la brisa de la tranquilidad sopla de nuevo en sus rasgos, gotas de rocío tibio pugnan por abandonar sus ojos contra los designios del corazón escarchado de la fae:

-Conozco el nombre y el origen del perpetrador, pero es un humano en tierras humanas. Su hora llegará, pero no de tu mano, Shigraat. Tu labor en este lugar ha terminado: eres un cuidador en jardín de duendes; un guardián en tierra de hadas. No dejaré que te marchites en este yermo, hasta que no vuelva a su antigua gloria, espíritu anciano.- dice apartando la vista del entorno y del libro y girándose hacia su leal troll –Ahora tengo un reino que proteger en el Sur y otr que recuperar aquí en el noroeste. Protege para mí el que ya poseo y deja que me encargue yo de los humanos. Si organizamos una matanza que huela a pagano, vendrán más y más, hasta que no quede nada de nuestro anterior dominio. Encontraré a los apestosos Cambiados y les obligaré a arreglar el daño que causaron con su desidia.- se acerca y tiende su mano libre a Shigraat, acariciando sus brotes verdes y tiñéndolos de un bello ocre otoñal –Pero necesito unos ojos fieles y fuertes a mis espaldas mientras combato por lo que es nuestro. Deja que tu odio proteja mi hogar y yo recuperaré lo que es nuestro, amigo mío. Ven conmigo al bosque invernal y sé mi senescal: encárgate de la seguridad del territorio y de la obediencia de mis súbditos, por nuestra gloria.- sentencia Noderoth con decisión.

Entonces el Señor de las Témpanos se gira y su propia sombra se alarga hasta abarcar el Portal de Korkasse al completo. Un vendaval comienza con las primeras luces del atardecer, haciendo pasar un torrente de hojas secas por la cimbreante hiedra. Las luces en el claro oscilan, bañando de bronce y escarlata el arco gótico natural, que parece pulsar con una nueva vida:

-De las letras de Korkasse te llamo y por la Voz de Tu Señor te obligo, pues de mí mana el otoño y a mí fluye la hojarasca.- comienza Noderoth solemne, liberando a ojos vista el mágico poder del Otoño sobre el olvidado sendero mágico –Que lo que fue sea y se abra de nuevo para alborozo de su regente, pues es mi palabra la que exige paso a su reino y mi paso el que camina hacia él, y no hay objeción ni exepción a la orden del soberano.- termina, mientras las hojas de hiedra se marchitan, se secan y caen, como si el otoño hubiera engullido a la primavera en el claro.

Como una onda feroz proveniente de Noderoth, un pulso arcano transforma el bosque, que una vez más vivbra con los colores del equinoccio. El poder de la sangre feñérica se libera y los senderos de la fronda se transforman, distorsionando las distancias. Todo parece lejano y cercano al tiempo, mientras el soberano libera las Nieblas y las Teje a su voluntad, sin más dominioo que las emociones feéricas más puras. Cuando la escena se calma, las enredaderas se han retirado y cimbrean a través de un portal oscuro desde el que sopla una brisa fría y húmeda que no parece soplar detrás de él. Noderoth cierra el volumen, lo guarda en su zurrón, extiende una mano invitadora hacia Shigraat y le habla una vez más:

-Cruza conmigo este portal feérico, Shigraat y camina a mi lado por la senda que lleva a los confines de Transilvania. Antes del anochecer podrás disfrutar del frío alborozo de un suelo feérico virgen y latente de energía y de sus cálidos arbolillos plenos de escarcha y penumbra, listos para que los cuides como es menester.- conmina el regente a su lugarteniente, con un gesto que le tiende el paso al ominoso sendero –Sígueme y sírveme una vez más, viejo roble, con la fortaleza que por legendaria se tiene de los de tu raza. Con la fuerza que necesita nuestro incipiente reino.- añade, antes de hacer ademán de adentrarse él mismo.

Con una repentina ondulación de su capa, Noderoth se adentra en el arco, sin aparecer por su otro lado. Bien sabe que su lugarteniente no lo abandonará en su viaje, y podrán hablar de todo lo necesario por el camino al bosque invernal y a su llegada. Ya era tiempo de que las rebeldes hadas de aquel Dominio Salvaje descubrieran el recio puño de un troll curtido por los siglos y rindieran la pleitesía debida al Señor que les había regalado su hogar.

Notas de juego

El arco que he abierto es un efecto mágico similar a un portal dimensional, Shigraat. los efectos colaterales que has visto son porque lo he hecho "liberando energía feérica descontrolada" y tejiéndola sobre la marcha, basándome en cosas que ya existían, en vez de hacerlo con un "truco de hada" de eso que tendrás en tu dominio Ocaso. Los efectos que has visto sobre el bosque son "efectos secundarios" de utilizar la magia feérica así. Con un truco no habría efectos secundarios; simplemente pasa lo que quieres (si te sale la tirada) y ya está. El momento y la estacio es importante para las hadas también: les disminuye la dificultad. De ahí que lo esté haciendo al atardecer.

Esto es más o menos lo que pasa cuando sale bien; cuando sale mal... te puedes meter en un verdadero problema. Por suerte, los maestros en esto son los primonatos

Esto no es una acción estratégica, sino una acción estandar de gran brevedad. Shigraat aún no ha recibido órdenes, que le serán dadas cuando lleguemos al bosque invernal (20 minutos de camino después).

Master, pásanos al bosque invernal, cuando sea posible, para que continuemos.