Partida Rol por web

El poderoso sonido mágico del gong aún resonaba en vuestros oídos cuando comenzó el combate. Ahora todas veíais perfectamente a los cuatro trasgos, que aunque delgados, tenían fuertes músculos capaces de partir el cuello de una persona sin mucho esfuerzo. Sus horribles rostros, ahora confusos y llenos de temor, miraban a un lado y a otro sin saber muy bien qué hacer. Chillaban de rabia y miedo debido al sonido que les había dejado confundidos. El sonido de tambores cesó por el momento, reemplazado por una extraña danza de risas y luces que provenían del exterior y que percibíais en la sala, ya que entraban por la aspillera abierta del fondo de la sala.

Gallind se movió raudo y gracias al hechizo que había conjurado, sumado al poder del gong, lanzó sendos conjuros de fuego sobre una de las criaturas. Ésta se convirtió en una antorcha viviente, ardiendo con fuerza. Tras terminar el conjuro, unas pequeñas llamas aún asomaban del cuerpo del trasgo en distintos puntos. Abrasado en muchos puntos, con un fuerte olor a carne quemada, el adversario aún estaba en pie, aunque malherido y maldiciendo al elfo por sus heridas. Tatharina, fiel a su amigo, socorrió a Gláin. Gracias a su poder, le transmitió fuerza y vigor al naugrim; y aunque éste aún sentía el cansancio producido por hacer sonar el gong, tuvo las suficientes energías para acercarse a uno de los trasgos que se aproximaban, asestándole un tremendo hachazo. La beórnida sonrió al ver el efecto de su magia.

Rilwen volvió a sacar una flecha de su carcaj y apuntó al trasgo que ya había atacado antes, pero esta vez su tiro no fue tan acertado. Aunque el proyectil impactó en el trasgo, no se clavó en él, sino que solo le hirió superficialmente. Tolman hizo lo propio, lanzando una piedra a otro de los trasgos desde detrás del gong, protegido por su metálica estructura. El proyectil impactó en la cabeza del trasgo, pero sin mucho daño para él; solo lo enfadó aún más. Lily, que a lo primero se había refugiado junto a Tolman tras el gong, decidió salir de detrás de su cobertura y cargó con audacia sobre el trasgo al que su hermano había apedreado. Aunque no era docta ni hábil con el arma, logró asestarle un pequeñísimo corte en un brazo e inmediatamente el trasgo cayó al suelo profundamente dormido a causa de la magia del cuchillo.

Los trasgos, heridos, chamuscados y acobardados momentáneamente, aullaban de dolor y frustración. En sus ojos rojos y amarillos crecía un odio ancestral hacia todo lo vivo, hacia todo lo que representabais vosotros como seres de luz...

Todos estaban en el combate, y con mayor o menor acierto, estaban dañando a los 4 trasgos que habían entrado en la sala. Pero estos eran mucho más resistentes de lo que parecían, y ni aun el que había quemado Gallind había caído, y eso que tenía terribles quemaduras en su cuerpo. Al menos, de momento parecía que el gong les había paralizado, pero no sabía cuanto tiempo duraría aquello, y seguro que había muchos más enemigos en las escaleras. 

No obstante, en aquellos momentos sentía una gran curiosidad por saber que es lo que estaba pasando en el exterior, percibiéndose luces y escuchándose risas que procedían del exterior. Trató de volver a disparar, y acercarse un poco a la aspillera, para tratar de ver que ocurría en el exterior. 

-Me pregunto que estará ocurriendo en el exterior, que serán esas extrañas luces y risas.- Les dijo a sus amigos mientras volvía a disparar, de nuevo contra el mismo trasgo. Pero al estar algo descentrada, pensando en lo que habría fuera, fallo el disparo.

El combate se estaba desarrollando sin complicaciones, de momento nadie había resultado herido, cosa que tranquilizaba a Tatharina pese a lo estresante de la persecución. Tal vez fuera por el efecto de la magia pero se sentía más envalentonada que de costumbre y, viendo que nadie necesitaba de sus cuidados, decidió pasar al ataque. Tomó de ejemplo a Gallind, el bardo que más respetaba y, extendiendo su bastón en dirección al Tasgo 1 pronunció sus mismas palabras: - A tenna nárenna. Inmediatamente el proyectil flamigero se dirigió a su objetivo.

No entendía muy bien qué estaba pasando. A pesar de que los trasgos parecían haber quedado paralizados no parecían estar dispuestos a morir con facilidad. Ni la magia, ni las flechas ni los cuchillos o su propio hacha habían conseguido aún que alguno cayera al suelo sin que se levantara de nuevo.

Metido ya en batalla y gracias al conjuro de Tatharina, el enano descargó otro hachazo al trasgo que tenía más cerca y, a pesar de las fuerzas renovadas, el cansancio tras tocar el gong aún hacía mella en él porque su ataque no había sido todo lo poderoso que a él le hubiera gustado.

Pero lo más curioso de todo era que ningún otro trasgo había entrado en la sala y, como bien había dicho Rilwen, las risas y colores procedentes de fuera hacían suponer que algo extraño y posiblemente mágico estaría sucediendo. Por el momento no se iba a preocupar mientras lo que fuera que estuviera ocurriendo los ayudara a ellos.

Gallind se prepara, aprovecha su posición y lanza nuevamente su ataque contra el mismo trasgo—.  A tenna nárenna. —y rayos salen de sus manos, envueltos en fuego. 

Como está imbuido por la rapidez mágica de los elfos, reacciona velozmente y lanza una nueva saeta sobre otro adversario, o el mismo si aún no cae, con diligencia— A tenna nárenna.

Tolman apresura una segunda piedra de su bolsa de municiones. Entrecierra los ojos, saca la lengua y apunta con destreza sobre el primero de sus adversarios. Su intención, calra, es ayudar a Rilwen. Si logran hacerle caer ya solo quedarán la mitad de ellos. Por ello, allí va su piedrazo. 

A su vez, a través de la aspillera, ingresa un juego de luces y colores— ¿Será acaso esto algo producido por el gong? —se pregunta— ¿Será quizás, que este artilugio invoque algún ser mágico o protección sagrada? Los tambores han cesado, algo no marcha bien. O quizás... todo marcha, en realidad, demasiado bien —estas preguntas y cavilaciones lo distraían mientras escuchaba las palabras de Rilwen y volteaba a mirar. Ahora, él también tenía ganas de arrimarse y observar. 

Por otra parte, su hermana, cabezota, salió corriendo al ataque, imparable—. ¿A donde vas...? —Dijo ahogadamente, pero ya era demasiado tarde— Porqué es tan impulsiva. ¿Para eso me ha traído hasta aquí, para dejarme solo? encima detrás. Menudo lío, ahora seré el cobarde del grupo. —Concluyó frunciendo el entrecejo. 

Gallind vuelve a envolver en llamas al trasgo, que esta vez sí cae entre horribles gritos de dolor y agonía. A su lado, Tatharina también lanza unas llamaradas sobre el trasgo al que está disparando Rilwen. Este empieza a chillar de dolor, a la par que una pedrada le da en la cabeza. Tolman sonríe ante su buena puntería. La flecha de Rilwen ni siquiera roza al enemigo, dado que ha salido disparada hacia el fondo de la sala. Es Gláin, de un poderoso hachazo, quién pone fin al sufrimiento del adversario.

Tres de los trasgos han caído, pero queda uno el pie, el que parece más fuerte. Este, agarrando con fuerza la cimitarra que porta, lanza un tajo sobre la desprevenida hobbit, que se había quedado mirando al trasgo dormido a sus pies. Lily reacciona rápido y logra esquivar casi todo el golpe, pero un ligero corte aparece en su manga. Unas gotas de sangre aparecen por entre el tejido de algodón.

Las extrañas luces y risas siguen atrayendo la atención de algunos de vosotros. Los sonidos de tambores parece que han cesado.

La magia de la rapidez élfica se desvanecía poco a poco, y sus compañeros que trabajaban en equipo se habían encargado de otro de los trasgos. Solo quedaba un adversario. Observando, miró el campo de batalla y vió como el último de los rivales aprovechaba el alboroto para ir por Lily. Ésta, distraída, no veía lo que se le venía encima— ¡Cuidado! —No fue lo suficientemente rápido para advertirle, la magia ya no estaba en él— La magia... —se dijo, y como un yunque cayó sobre él una idea. Viendo la daga en las manos de la pequeña algo afloró en su mente— Gracias, Gandalf —susurró para si mientras concentraba su siguiente hechizo— No deberías haberte metido con mis amigos, con nosotros. ¡Escoria! —Y haciendo gestos mágicos con su mano libre, dado que en la otra portaba su espada, dijo las palabras que había aprendido del pergamino— A lore sinome. —Y un conjunto de plumas ilusorias en forma de halo salieron disparadas hacia el último de los trasgos con la esperanza de que así pudiesen acabar con él, al hacerlo caer profundamente en un momentáneo sueño.

Lily le había preocupado, en medio del combate— maldita Pulgaverde. Tendría que tener la sangre de padre, eso era seguro. De madre no sacaría ese afán de aventuras. —Respiraba aliviado, al ver como aquel golpe, brutal, no hacía más que rozarle al ésta, esquivar con gran destreza—. Por las estrellas, que cerca ha estado —en ello vió como Gallind lanzaba el hechizo para dormir al último rival—. ¡Increíble! —Dijo con sorpresa. Aunque con esto la situación se tornaba rotundamente favorable para ellos. Así que su curiosidad, y sus ansias de buscador, lo arrastraron irrefrenablemente hacia la aspillera. Saltó, se columpió e hizo pie en lo que pudo para ver más allá. Asomando la cabeza, como si llevara un murciélago consigo e intentara husmear en el salón de una emperatriz, miraba curioso por aquella rendija. Aquello que reía y brillaba debía ser digno de verse.

Al menos sus compañeros no habían fallado, y tan solo quedaba un trasgo en pie, al que Gallind dejo dormido. Entonces, no pudo aguantar más su curiosidad y se dirigió a la aspillera abierta, para tratar de ver que eran aquellas misteriosas luces de colores. Allí fuera había algo y era mejor saber cuanto antes de que podía tratarse.

Mientras se dirigía a la aspillera agradeció su buen hacer a sus amigos.-¡Muy buen trabajo amigos! Voy a ver que es lo que hay fuera que produce esas misteriosas luces. No podemos relajarnos, podría haber más trasgos subiendo hacía nuestra posición. Espero que tan solo sea un rasguño Lily, nos has dado un buen susto.- No le había parecido que su amiga hubiese resultado herida de gravedad, pero estuvo muy cerca. 

Habían conseguido acabar con tres de los trasgos que habían entrado en la sala, pero aún quedaba uno en pie. A pesar de que Gláin seguía extrañado con lo que estuviera pasando fuera, las risas y los colores así como el cese de los tambores, no iba a permitir dejar a un solo enemigo en pie junto a ellos. Era raro que no hubieran entrado más, pero al menos así no se cansarían tanto. Necesitarían todas sus fuerzas en el caso de que hubiera más enemigos esperándolos.

La rabia lo inundó cuando vio la sangre en la manga de la hobbit; mientra él estuviera en pie no iba a permitir que nadie tocara a uno de sus amigos y, aunque por suerte apenas había sido un rasguño, el enano descargó su furia contra el trasgo que aún quedaba en pie, el mismo que Gallind había dejado dormido.

—Por muy dormido que esté sigue siendo un peligro —comentó tras descargar su golpe, antes de dirigir su atención a aquellos de sus compañeros que, por curiosidad, se habían acercado a descubrir qué eran las risas y las luces de colores—. ¿Qué es? ¿Véis algo?

El dolor me saca del estupor que la proximidad de los trasgos me había producido. Me siento ridícula por haberme puesta en esta situación, pero no tengo tiempo para pensar más que en volver a ponerme a salvo. Así que correteo por alrededor del gong con la esperanza de que mis amigos den cuenta del trasgo que queda. Cuando me siento libre de miradas suspiro y dejo que mis rodillas se doblen desplomándome sobre ellas al borde del desmayo. Me doy cuenta de que llevo estos segundos conteniendo el aliento y suelto el aire de forma sonora. Me enfado conmigo misma por esta reacción de niña asustada y me limpio la cara para ver qué ocurre a mi alrededor. Odio sentirme una inútil y una carga. Me levanto, descubro a mi hermano asomándose a la arpillera y no puedo evitar desplazarme junto a él e imitarle. Algo sin duda ocurre más allá del sonido de lucha de mis amigos y el trasgo, algo que no puedo dejar escapar la oportunidad de contemplar con mis propios ojos. 

Gallind no tardó en hacer dormir a la criatura, que cayó a plomo al suelo entre agudos ronquidos. El sonido del gong aún vibraba por la estancia, apagándose poco a poco. Gláin no perdió ni un segundo y le cortó la cabeza al trasgo de un certero tajo. Habíais acabado con esta avanzadilla en poco tiempo, ya que os habíais convertido en avezados aventureros desde que salisteis hace un par de meses de Bree. Deambular por Eriador os había endurecido, tanto física como mentalmente, después de las experiencias vividas. Ahora erais muy diferentes de como erais antes, tal vez para bien o para mal, pero diferentes.

Tanto Rilwen como los dos Pulgarverde se acercaron corriendo a la aspillera para ver qué pasaba fuera, dado que la multitud de colores y carcajadas que se veían y oían entrar en la sala era sumamente extraño. Los hobbits tuvieron que ponerse de puntillas, pero pudieron asomar las cabecitas, mientras la semielfa escudriñaba las ruinas exteriores con su visión élfica. Nada más mirar, se dieron cuenta de que estaba a punto de amanecer, dado que algún rayo de sol aparecía en alguna cumbre nevada. ¡Había pasado el tiempo volando! De la multitud de antorchas y trasgos, solo quedaba un pequeño reguero de rezagados que seguían al ejército camino abajo, dirección este. Aún así, varios grupos de estas pérfidas criaturas deambulaban por las ruinas husmeando. Pero lo más extraño que visteis, era el origen de las risas y los colores: Kalamirë, la Hija del Arco Iris.

Un arco de luz de colores brota del pozo donde se sentaba hacia la cara del risco del refugio donde estáis. Luces de color rojo, verde e índigo fluyen a través de la aspillera abierta de la estancia. Abajo, en el suelo, la doncella baila y ríe. Su pelo se arremolina como una capa alrededor de su ágil forma y su rostro es tan brillante que difícilmente reconocéis a Kalamirë.

Tatharina, que se ha acercado hasta el rellano, os llama preocupada. Presiente que una nueva oleada de enemigos parece subir por la escalera. Tenéis poco tiempo para actuar. Esta vez los ruidos de armas y armaduras entrechocando, unido a los gruñidos y voces ásperas que gritan llenas de odio, parecen indicar que serán más de cuatro los trasgos que posiblemente aparezcan. Todo indica que estáis atrapados en este lugar... o puede que no... La otra puerta del rellano, la de la derecha, daba a un túnel ascendente que después de seguirlo unos metros, terminaba en unas escalera de caracol que ascendían verticalmente.

¿Qué vais a hacer?

Quedó muy sorprendida al ver que tanto luces como carcajadas eran cosa de Kalamirë, esta parecía loca de felicidad y no dejaba de bailar. Pero tras mantener sus ojos fijos en la doncella por unos instantes, tuvo que volver a la realidad. Los ruidos indicaban que eran muchos los trasgos que subían por aquellas escaleras, demasiados para poder acabar con todos ellos. Pero aun quedaba una salida o eso esperaba ella.

- Amigos, son muchos los enemigos que vienen. Tal vez podamos ir por la otra puerta y seguir la escalera de caracol que ascendía hacía lo que podría ser una salida. Si nos quedamos aquí, el número de los enemigos terminará por acabar con nosotros. Y hemos de darnos prisa, no tardarán en llegar. Fuera esta a punto de amanecer, y con la luz del día podremos dejarles atrás.- Trató de parecer calmada y segura de si misma, pero albergaba la duda de si aquellas escaleras les conducirían hasta el exterior. Era lo lógico, pero también era posible que encontrasen alguna puerta cerrada o alguna trampa. El tiempo se les acababa y tenían que ser rápidos, si se quedaban allí estaban perdidos. Tenían que tratar de escapar, de salir al exterior y recibir la luz del día. O por lo menos intentarlo.

Y se dirigió hacia aquellas escaleras, esperanzada pero con la urgencia de la necesidad de encontrar una vía de escape.

—Quizás puedan tener razón, después de todo. —Observó hacia el pasillo fuera de la sala del gong— y aquellas escaleras conduzcan a una salida superior. —Suspiró, con cansancio, tras la contienda— Quedarnos supondrá un funesto final. Ahora nos toca confiar en las corazonadas, y si crees que por allí esté la salida, tienes mi apoyo Rilwen. —Sonrió, por un lado, disculpándose de su actitud anterior, por el otro, alegrado de que ninguno saliera gravemente herido. Observó al resto de sus compañeros—. Vamos, rápido, debemos irnos de aquí. —Y dicho ello, corrió detrás de su amiga y compañera.  

Antes de salir, miró a los hobbits, pegados a aquella extraña ventana y les dijo— Ustedes dos, despierten, o se quedarán detrás. Vienen más trasgos. ¡Moveos ya! —Al pasar junto a Tatharina, espada en mano, intentó sacarla de su ensimismamiento, a pesar de ser quien primero les avisara— Hey, muchacha, deprisa. Despierta. Nos vamos. —Por último dirigió su mirada a Gláin, que sin pensarlo dos veces aprovechó el sueño del trasgo para separarle a éste su cabeza del cuello— Dudo que se mueva ya, maese enano, nos movemos. No es vergüenza pedir ayuda, si ese gong lo ha dejado demasiado cansado solo hace falta decirlo y le ayudaremos en lo que podamos —Guiñó un ojo, antes de continuar y abandonar por fin la estancia—. Espera Rilwen, voy detrás. —Dijo mientras cruzaba hacia el otro lado. 

Tolman que no daba crédito a sus ojos miraba taciturno el exterior de las ruinas— ¿Has visto eso, hermanita? —Buscó los ojos de su pequeña hermana—. ¿Será acaso que la luz de la mañana la pone de ese humor? —Escuchó las palabras de Rilwen y Gallind, y la prisa de ambos por abandonar la estancia—. Solo hay algo que me llama aún más la atención en todo esto. El grueso del ejercito de los orcos y trasgos abandona el lugar, con dirección al este. ¿Qué se estarán tramando? —Acotó mientras daba un salto hacia atrás apartándose de la aspillera—. Vamos, Lily, mejor nos vamos. Este lugar se pondrá muy peligroso en cualquier momento. —Y alzando la mano, en dirección a los que abandonaban ya el lugar—. Esperen, nos nos dejen que vamos también. 

Sin esperar la respuesta de sus compañeros Gláin también se acercó para saber qué provocaba aquellas risas y luces de colores. Se maravilló al reconocer a la danzarina Kalamirë, tan distinta a la que habían intentado ayudar durante la noche, pero la luz de día que ya asomaba en el horizonte parecía haberle insuflado nueva vida. ¿O tal vez se había roto el hechizo?

—Quizás el sonido del gong sirvió para partir la piedra... —murmuró para sí mismo mientras no dejaba de observar hipnotizado los elegantes y luminosos pasos de la mujer.

Fueron las palabras de sus compañeros las que lo sacaron de su ensimismamiento; los enemigos aún estaban en el interior y tenían que encontrar una salida como fuera. Y si hacían caso a la beórnida, y Gláin no desconfiaba de ella, los trasgos estaban a punto de llegar a su posición. No creía que, si llegaban más de cuatro, tuvieran tanta suerte para acabar con ellos tan fácilmente. Sus amigos tenían razón, había que encontrar una salida y la única opción era la otra puerta.

—No gracias maese Gallind —dijo, negando con la cabeza para enfatizar sus palabras—. Aún me quedan fuerzas para seguiros el paso.

Y eso fue lo que el enano hizo. Siguió a sus compañeros hacia la otra entrada y la escalera que tras ella se encontraba, sin mirar en ningún momento atrás y esperando que los trasgos no les dieran alcance antes de poder salir de las ruinas.

El enano tal vez había dado con la respuesta a la inusitada explosión de felicidad de Kalamirë, o tal vez era por el incipiente amanecer que llegaba poco a poco a este rincón de las montañas. El caso es que no esperasteis mucho más y salisteis todos de la estancia a toda velocidad, cruzando el rellano y dirigiéndoos por el pasillo de la otra puerta. Ahora todos escuchabais perfectamente el ruido de una pequeña multitud que ascendía por la escalera principal hacia vosotros. Cuando habíais mirado por la aspillera no habíais notado que el pasadizo que aparecía al pie de la piedra de las runas, y por el que entrasteis al complejo interior, estaba cerrado. Ahora que corríais para huir de allí, estaba claro que los trasgos habían entrado por otro sitio. Al final del túnel apareció una escalera de caracol, más pequeña que la principal, que ascendía hacia la cumbre de la montaña. Con la poca luz que daba la antorcha portada por Tatharina, que se colocó por el medio de la fila para alumbrar a todos, fuisteis subiendo de uno en uno. Al cabo de unos minutos de subir escalones, nada oíais detrás vuestra; pero al pararos a tomar aliento, algunos ruidos metálicos resonaron por la escalera. ¡Os seguían! Volvisteis a retomar la ascensión con más premura si cabe. El tiempo parecía pasar lentamente, y cuando los gemelos de las piernas empezaron a arderos... visteis que la escalera terminaba en una trampilla. Gláin, que encabezaba la marcha, la abrió sin pensárselo un instante. Un soplo de aire gélido penetró por la abertura, dejando ver el cielo azulado. Salisteis uno a uno de la escalera y mirasteis alrededor. Estabais en la cima de la montaña en cuyo interior estaba horadado el refugio enano. Un pequeño patio, rematado con una pequeña almena, formaba una atalaya desde donde se veían las ruinas, el camino que pasaba por ellas y los alrededores. Parecía ser un puesto vigía. El sol se despertaba y se alzaba poco a poco en el este. Abajo se veía a Kalamirë reír y bailar de alegría, tornándose cada vez más y más tangible. Los trasgos que husmeaban dispersos por las ruinas corrían en desbandada por todos lados intentando huir de aquella mujer y de sus facetados colores. Estabais atrapados, ya que no había forma de bajar, ni tampoco subir. ¿Sería hora de rezar a Erú? ¿Prepararos para un último enfrentamiento? Los sonidos de los trasgos iban acercándose poco a poco... poco a poco...

Antes de llagar arriba, ya escucharon que les seguían. Esto hizo aun más angustioso el duro ascenso. Pero al salir, no encontró lo que pensaba, aquello parecía un puesto de guardia. Lo primero que hizo Rilwen fue buscar, si había algún camino que descendiese de la montaña, una forma de escapar de allí. De no encontrarla, si podrían desplazar algún pesado bloque de roca, de algún derrumbe, para bloquear la trampilla. Tenía que buscar la forma de evitar un desigual combate, en el que serían capturados o muertos. Y todo por su culpa, su estado de abatimiento era brutal, la risueña Rilwen estaba muy seria, buscando una solución a la trampa a la que había llevado a sus amigos. 

La urgencia los empujaba a llegar cuanto antes al exterior pero, tras abrir la trampilla y respirar por fin el aire frío, lo que se encontraron no era lo que Gláin esperaba. Allí no había ninguna vía de escape, ni ningún acceso a un paso de montaña por el que huir. Estaban en una torre de vigilancia que, para ellos en esos momentos, se convertía en una auténtica ratonera.

El enano se paseó desesperado de un lado a otro buscando cualquier otra trampilla, cualquier escalón escavado por el muro, cualquier cosa que les permitiera salir de allí. Pero no había nada y la desesperanza hizo mella en él durante unos instantes. Si no hubieran entrando en aquellas ruinas...

La risa de Kalamirë llegó hasta sus oídos y pensó que, si el sonido del gong había conseguido romper el hechizo sobre ella, entonces había merecido la pena.

—Rápido, cerremos la trampilla —dijo, poniéndose en movimiento para hacer lo que había dicho—. Volver sobre nuestros pasos no es posible, pero al menos tendremos alguna oportunidad si solo dejamos que asomen de uno en uno.

Era una locura, pero a ojos de Gláin lo único que podían hacer. Podían morir allí mismo, pero lo harían peleando y llevándose por delante a cuantos más mejor.