Partida Rol por web

Observó con cautela la manera en la que se acercaba Thorir. Lo último que quería es que el animal se volviese contra él y les diese más razones a los otros dos para justificar sus acciones. No sabía lo suficiente sobre caza como para saber cómo y de qué manera se castigaban los malos comportamientos de los perros, así que ladeó la cabeza, pensativa, buscando otra forma de encararlo.

—Ajá. Lo dejó escapar deliberadamente porque, evidentemente, a todo el mundo le gusta que lo apaleen si hace un mal trabajo. —Dicho aquello, procedió a descabalgar y tras hacerlo empezó a quitarse los guantes con parsimonia—. ¿Quién de los presentes es el adiestrador?

Thorir se acercaba a la perra herida con delicadeza para no asustarla, y alargó su mano para intentar acariciarla y llevársela lejos de los hombres que la maltrataban.

Mientras tanto, permanecia atento a la conversación que mantenía Saga con los cazadores.

Los hombres intercambian una mirada que a Saga no le pasa desapercibida. Uno de ellos pone los ojos en blanco, el otro alza las manos en un gesto apaciguador.

-Preguntas por Fabin. Estará con el jarl, probablemente. O siguiendo a la manada principal. Los chuchos se dispersan rápido cuando huelen algún rastro.

-Se sabe -repite el otro.

-Pero Fabin también les pega si dejan escapar a la presa. Así es como...

No llega a terminar la frase. En vez de eso, se queda mirando a Bedelia, que ha terminado su lenta procesión para ir a plantarse frente a los dos, con una sombra incierta en el rostro y la mano no muy alejada de su estoque. Entonces ocurren tres cosas, de manera casi simultánea.

La primera, el hombre que tenía una mano apoyada en el hacha frunce el ceño y da un paso adelante.

-No me gusta tu actitud, sureña.

La segunda, un trote distante, que parece acercarse de forma progresiva. Un vozarrón de trueno, que sólo puede pertenecer al propio Thorgrum, insta a los jinetes a incrementar la velocidad, en lo que posiblemente es una persecución frenética para intentar obtener una buena pieza.

La tercera, y más importante, solo es percibida por Thorir, que acerca su mano lentamente a la perra. Poco acostumbrado a tratar con los animales, el noble no recuerda que, para no asustar a un perro maltratado, uno debe acercar la mano con la palma hacia arriba, y no al revés, como hacen los que le pegan. La perra gruñe, y Thorir tensa los músculos, incapaz de reaccionar a tiempo para apartar la mano.

Entonces ve como, del hocico del animal, un diminuto relámpago azulado viaja hasta su dedo. Es solo un instante, y no siente nada, ni siquiera un cosquilleo... ¿Se lo ha imaginado?

Inmediatamente después, el bosque gruñe.

Sería difícil definirlo de otra manera. Es algo que los tres percibís, aunque más tarde la intensidad del momento y el cansancio de la cabalgata os harían plantearos si acaso no habría sido un caso de conformidad grupal o una ensoñación colectiva. Aunque, después de todo lo que visteis en Sultünge... ¿Cómo no creer en ello? La hierba vibra, como si fuera el vello erizado de una bestia. Los árboles emiten un crujido amenazador y grave, de madera retorciéndose o algo más... El cielo parece oscurecerse, apenas lo suficiente para percibirlo, pero no tanto como para que vuestros ojos deban adaptarse a la nueva luminosidad. El viento trae consigo una sensación extraña y antinatural, que os incomoda. Una fuente desconocida, cuyo origen no os atrevéis a adivinar, paraliza vuestros músculos y eriza vuestro vello.

Y, tan pronto como viene, se va. De alguna manera, es como si no hubiera estado allí.

Thorir se miró la mano durante unos segundos, extrañado y extremadamente confuso, a continuación miró rápidamente alrededor, buscando algo, ¿quien sabe?, quizás un fantasma...

Tras ello, miró a los demás, en busca de respuestas.

—Bedelia —llamó con más autoridad en el tono de la que había proyectado en su mente.

No le gustaba dar órdenes. No le gustaba esa sensación de «tener bajo su responsabilidad» a las dos sureñas y al goldariano. Era algo con lo que Saga todavía estaba lidiando internamente, especialmente en las circunstancias en las que se encontraban en aquel momento, bajo la hospitalidad del jarl. Parte del contrato no escrito significaba mantenerlos a salvo, y eso implicaba trazar líneas que no se debían cruzar. Atacar a la gente de Thorgrum era una línea bien gruesa, y ella misma ya se estaba tomando amplias libertades para proteger al animal —aunque creyese que hacía bien.

Pero algo interrumpió aquel momento, un suspiro tentador en la nuca que erizó el vello de su piel, un suspiro roto estremeciendo el ser, una presencia ininteligible que agitó el momento lo suficiente como para que sus pensamientos se desvanecieran. Saga quedó inmóvil conteniendo el aliento inconscientemente, y tras unos segundos de incómoda conmoción cambió el peso de pierna, como quien cambia de parecer, y empujó aquello hacia otro lado antes de que nadie hiciese preguntas.

¿Lo habrían sentido también?

—Porque uno vea cómo alguien dispara un arco no significa que sepa hacerlo —sentenció, relajando el tono casi hasta sentirlo maternal. Empezó a andar hacia Thorir, mirando discretamente en dirección a Will con un interrogante en la mirada—. La perra está asustada, así que no va a ser de mucha utilidad hasta que se calme. Creo que en eso podemos estar todos de acuerdo.

Al llegar junto al guerrero, todavía varios pasos por detrás, se agachó del mismo modo que él quedando todavía a cierta distancia para no asustar al animal.

Las palabras de Saga parecen apaciguar un poco los ánimos, aunque los dos hombres no parecen muy contentos con cómo se está desarrollando la situación. En cuanto a la perra, deja de gruñir, pero mantiene la cola tiesa y la postura tensa, por lo que la hedense deduce fácilmente que acercarse más a tocarla sería un error.

A unos veinte metros de vuestra posición, algo se mueve entre el follaje, alejándose a gran velocidad unos segundos más tarde. Mientras, la voz de Gustave vuelve a resonar en la distancia, esta vez más cerca que antes.

-¡Ja! Ha dejado atrás incluso a los perros. El maldito diablo es listo.

Alguien responde algo, pero al único que se le oye es al jarl, que no parece tener reparos en inundar el bosque con su chorro de voz. Parece que la comitiva ya no galopa. Se acercan a vuestra posición.

Al escuchar en la lejanía al Jarl y el resto de su comitiva, Thorir se aparta de la perra y se acerca hasta la posición de Saga.

Durante el tiempo que transcurre hasta que la comitiva entra en el claro, nadie dice nada más. Will se acerca disimuladamente a Bedelia, y la perra da un par de vueltas sobre sí misma, como si no supiera donde meterse, antes de sentarse y esperar. La voz de Thorgrum es cada vez más cercana.

-¿Habéis visto la flecha de Jale? ¡Ha estado bien cerca chaval!  Con algo de suerte hoy te cobras tu primera presa. Pero bueno, hay día por delante, y los perros están calentando. Ah, el viejo Doran no le habría dejado esc... ¡Olrik!

La sonrisa del líder de los Thurizung desaparece tan pronto como apareció al entrar en el claro, al poder observar la situación por unos segundos y advertir cierta tensión en el ambiente. Puede que parezca un hombre de gustos simples, pero sabe leer a las personas. Sobre todo a sus hombres, que intercambian la enésima mirada icómoda del día.

-¿Qué ocurre aquí?

Saga posó la mano sobre la capa de Thorir con un gesto calmado que parecía decir «gracias» o quizás «buen trabajo». Después esperó paciente a que Thorgrum entrase en el claro, y aprovechó para meditar cómo quería encarar la situación que imaginaba que estaba a punto de acontecer. Observó a Bedelia y a Will, y las manos posadas sobre empuñaduras. Desconocía la opinión del jarl sobre cómo tratar a los animales, y habría sido desafortunado tener un encuentro así por algo relativamente trivial… Aunque ella no lo considerase tal.

Prioridades.

—Escuchamos quejidos de dolor y aullidos, así que nos acercamos. Al parecer la perra ha dejado escapar la presa que estaban persiguiendo por lo que estaban... aleccionándola como habría hecho Fabin—explicó, escogiendo cuidadosamente la palabra y dándole un énfasis muy distintivo—. El animal está muy asustado, agresivo. Lo lamento si no era mi lugar intervenir, pero no entiendo del todo los métodos que vuestros hombres me han explicado. No soy muy partícipe del adiestramiento a base de palos, y creo que mis camaradas tampoco, así que las cosas se han puesto algo tensas por un instante.

Quizás el matiz escapase a sus oídos, pero quería dejar claro que había sido su persona, no su posición, aunque en ese instante iban de la mano.

—Detenernos ha sido una decisión personal. Mía. Pero no era mi intención dejar que pasase a mayores bajo ninguna circunstancia.

Gustave escucha la explicación de Saga con una ceja levantada, antes de girarse a los dos hombres.

-Radulf, no es la primera vez que te pasas media cacería pegando a los perros. Si descargaras esa misma agresividad contra las piezas de caza, la ciudad entera comería por una semana.

Los hombres que acompañan al jarl se ríen, y las mejillas de Radulf enrojecen ligeramente, incluso más de lo que el frío dictaría.

-Mi señor, no lo entendéis -interviene el otro-.  El venado no era más que un cervatillo. Ningún otro de la jauría lo habría dejado ir. Ya estaba casi encima de él, y de repente se detuvo. Lo dejó escapar, estoy seguro.

Gustave se encoge de hombros.

-¿Y? Las crías apenas si tienen carne, Kolfinnr. Deja que crezca, el año que viene será una pieza digna de servirse en el Gran Salón. Además, quizás no lo viste bien. No ha llegado la época de cría aún, y hay algunos adultos de apariencia pequeña que son veloces como un rayo.

-Con todo el respeto, mi jarl: sé lo que vi, y apenas tendría un mes o dos de vida. Y ningún perro de caza debería dejar escapar a una presa, por joven que fuera.

-Con todos mis respetos Señor- Thorir dio un paso al frente mirando al Jarl, y tras un instante fijó sus ojos en los del hombre que acababa de hablar, -¿Acaso eres más que el mismísimo Uruz, Señor de las bestias y de la naturaleza?- continuó con voz firme, -Ningún animal debe ser maltratado- apunto estuvo el noble Yormef de continuar, odiaba a todos los que maltrataban a los animales, pero se contuvo, no quería perjudicar a Saga.

Saga decidió que un segundo plano le convenía más, sobre todo tras ver que era un comportamiento repetido que el jarl ya tenía en el punto de mira. Sin embargo, el tipo dijo algo que captó su atención como si un rallo de luz hubiese descendido sobre sus palabras, haciéndolas brillar por encima del resto. Lo miró, ladeando la cabeza ligeramente y después sus ojos descendieron hasta el animal de nuevo. Mientras las frases se sucedían, Saga tomó asiento donde estaba, a varios pasos del animal, y rebuscó en su bolsa hasta dar con la comida que se había preparado para el día. Rompió un pedazo de pan y varios trozos de carne seca que le tendió desde distancia prudencial a la perra sin llegar a hacer contacto con ella. Una ofrenda de paz, si se entendía bien, y mientras esperaba se fijó en las patas y el torso, buscando heridas o cualquier indicio de por qué, en medio de la persecución se había parado en seco. ¿Habría escuchado algo? ¿Habría sentido algo?

Además, Thorir había decidido expresar sus valores abiertamente y consideró que era un buen momento para que el noble se defendiese solo y demostrase talante frente a Thorgrum.

El tal Radulf bufa, mirando a Thorir con desprecio.

-¡Lo que faltaba! Que intente dar lecciones sobre los dioses un...

-Te lo advierto, Radulf -al interrumpirle, Thorgrum baja el tono y el volumen de su voz de forma perceptible-. Si terminas esa frase, esa perra va a ser el menor de tus problemas.

Radulf parece encogerse. Es curioso como Thorgrum puede llegar a ser más intimidante en esa actitud que cuando está gritando y soltando improperios en mitad del bosque.

Mientras, la perra olisquea la comida de Saga, y tras unos segundos se acerca un par de pasos a su mano, aunque todavía no decide probar bocado. Se lame el morro de forma constante y mira de reojo a los hombres allí reunidos.

El noble inclinó levemente la cabeza mirando a Thorgrum en señal de agradecimiento, para posteriormente mantener la mirada al cazador con odio.

Estaba claro que en aquel claro había ocurrido algo y él mismo había experimentado una sensación muy extraña al acercarse a la perra, pero hablar de algo que no sabía delante del Jarl no era buena idea, sin duda hablaría con Saga al terminar.

-Si le parece buena idea, podríamos seguir con la cacería señor o las mejores presas se nos escaparán- dijo Thorir volviendo a mirar al Jarl. La intención del noble no era cazar, sino poder investigar, en el bosque lo que había ocurrido.

La palma de Saga se estiró por completo, dejando que varios pedazos resbalaran con naturalidad al suelo, recogiendo después la mano sin llegar a apartarla del todo. De nuevo, escuchó sin mencionar nada. Siempre era una lección gratuita poder observar cómo un jarl manejaba a su gente. Era la autoridad, y sabía cómo y cuándo hacerlo notar por mucha familiaridad que hubiese entre ellos.

—Eso sería de ayuda. No parece herida, pero está muy asustada —musitó Saga en un tono casi inaudible hacia Thorir—. Yo misma puedo devolverla cuando se calme; no estamos tan lejos. Will y Bedelia se quedan conmigo.

Recordaba su historia, a su perro. No tenía muy claro cuánto de aquello podía transferir a su propia experiencia o si despertaba memorias punzantes, pero sabía que lo de la caza no era lo suyo. Bedelia… Era otra historia.

—Solo tengo una pregunta más —dijo, alzando un poco más el tono para que los aludidos la escuchasen—. Cuando dices que se detuvo de repente, ¿fue aquí mismo? ¿Viste algo o pasó algo singular?

Los animales no se detenían porque sí, pero se ahorró el comentario.

-No -responde Kolfinnr, arrastrando ligeramente la o-, no ocurrió nada. Se apiadó del cervatillo, os lo aseguro. La he visto atrapar piezas mayores en el pasado.

Thorgrum, por otro lado, parece conforme con la propuesta de Thorir.

-Bueno, asunto resuelto. El Yormef tiene razón: con el jaleo que estamos montando, me extrañaría que medio bosque no supiera ya de nuestra presencia.

Kolfinnr, visiblemente incómodo, reúne el valor para contradecir a su jarl otra vez.

-Todavía no hemos decidido qué hacer con la perra. No sirve para cazar.

Thorgrum suelta el aire de golpe, claramente aburrido del tema a esas alturas.

-Que se la lleven de vuelta. Puede criar.

-Mala idea. Estas cosas se transmiten. Sería una camada de inútiles...

-Menuda estupidez. Bueno, que haga compañía a los otros perros.

-¿Y que les pegue su indolencia?

-¡Pues deshazte de ella! -la paciencia de Thorgrum parece haberse acabado-. Tanta tontería por una perra...

Saga puso los ojos en blanco, dejando caer la cabeza hacia atrás en un gesto exasperado. Vaya dos patas para un banco eran aquellos dos. Sin embargo, fue la sentencia final del jarl lo que la empujó a hablar.

-Me la quedo yo -zanjó con tal de no escucharlos y perderlos de vista-. Asunto resuelto. Podéis continuar con la caza.