Partida Rol por web

El día se presenta soleado, ideal para una excursión. Tras la insistencia del jarl durante los últimos días, no os queda más remedio que acceder a su invitación de acompañarle en una partida de caza, actividad a la que parece bastante aficionado. A pesar de las últimas nieves, el terreno no está demasiado embarrado y la cabalgata promete ser, al menos, agradable.

Os reunís con Gustave a las afueras del Gran Salón, en los establos. Aunque la invitación es principalmente a Saga, se extiende también a sus tres acompañantes, y los thurizung no parecen aceptar un no por respuesta. El jarl esboza una sonrisa radiante al veros, extendiendo las manos en un gesto de bienvenida.

-¡Buenos días! ¿Qué mañana tan radiante, no os parece? -toma una bocanada de aire helado, mientras a sus espaldas, un par de thrall ensillan su montura, un poderoso semental de color marrón oscuro, cruce de lagsmaðr y alguna otra raza sureña- Espero que hayáis desayunado fuerte, porque no pienso volver sin un par de cabezas de venado en mis alforjas.

Thorgrum va ataviado con un inmenso abrigo oscuro de pieles, de aspecto mullido, unos pantalones grises y unas botas marrones. A su espalda, un arco grabado con relieves y patrones típicos de su clan, para rematar a las presas, y un carcaj con varias flechas pesadas y de punta ancha, especialmente pensadas para la caza mayor. El conjunto abulta bastante, lo que añadido a su imponente altura hacen que incluso su singular caballo parezca algo pequeño para llevarle encima. Ni el jinete ni la montura parecen demasiado preocupados por ese hecho.

Will se esfuerza en devolver la mirada al enorme jarl, a pesar de que, a estas alturas, ya os habéis podido dar cuenta de que la actitud enérgica y echada hacia delante de este no acaba de casar demasiado con su característica timidez. Rápidamente vuelve a centrarse en la ardua tarea de abrochar la recargada túnica que le han prestado, encontrando en ella la perfecta excusa para dejar que su señora hable por todos, como es habitual.

De un color verde apagado, y decorada con motivos draconianos amarillentos, su vestimenta no acaba de ajustarse demasiado al típico vestuario de la phaiana, mucho más sobrio y ajustado. De no haber insistido Gustave tanto en que usarais sus mejores galas, probablemente habría recurrido al mismo abrigo que los últimos meses, acolchado aunque funcional. Esta túnica, sin embargo, parece restringir sus movimientos mucho más de lo que le gustaría. Al menos, es innegable que, estéticamente, es una mejora considerable. No es algo que a Will parezca importarle mucho, por otro lado, teniendo en cuenta que vais a estar montando a caballo gran parte de la mañana...

Bedelia apareció por la puerta de los establos ataviada con ropajes recargados, elegantes y poco funcionales*. Al igual que Will la sureña anticipaba sobriedad y comodidad a estética, aunque por la cara que tenía (y que había tenido las últimas semanas) nadie podría decir si lo que llevaba ahora le gustaba, le incomodaba, sólo parecía dejarla indiferente. Se limitó a acercarse hasta el grupo asegurándose previamente de llevar todo lo necesario para una partida de caza. Saludo al jarl con una inclinación de cabeza respetuosa, pero sin mediar palabra y dirigió su atención a los animales, aguardando pacientemente a que todos anunciasen estar listos para partir.

Mientras eso sucedía se acercó al imponente caballo de Thorgrum y, tras unos segundos de contemplación, comenzó a pasar los dedos entre las crines y a acariciarle el morro con la mano. Como casi todo, aquella acción pareció dejarla indiferente y daba la sensación de ser más un automatismo que una respuesta verdaderamente voluntaria. Pareció recordar algo, porque se giró hacia el jarl.

—¿Cuál es su nombre?

Bedelia apenas había variado el tono, formulando la pregunta desapasionadamente. En consecuencia no quedaba muy claro si aquello efectivamente era una pregunta o una especie de orden, pero la actitud general de la sureña desde que llegaron y los ojos mirándole fijamente, expectantes, parecían motivos suficientes para no tomar aquello como un ataque personal.

Gustave se limita a sonreír ante la actitud de Bedelia.

-Imponente bestia, ¿eh? Cometí el error de dejar que otro le pusiera el nombre. Felltax, le llamó. ¿Qué diablos significa Felltax? Respekterli*, le habría llamado yo. O Uvejr**.

Se acerca al caballo y le da una palmada en el lomo, orgulloso.

-Es la única montura aquí que puede conmigo. Los otros caen al suelo a la hora, exhaustos.

Acto seguido suelta una carcajada.

La invitación de la cacería agradó a Thorir, le traía buenos recuerdos. Como solía hacer en las cacerías que organizaba su padre, se levantó temprano y limpió con esmero sus botas, los correajes y las montura de su caballo, afiló con mimo su cuchillo y sus espadas. Posteriormente, se lavó y se vistió con lo mejor que tenía, al fin y al cabo, era un noble, aunque le gente no le viese de esa manera.

Esperó a Saga, Bedelia y a Will para aparecer ante el Jarl todos juntos y ante el saludo de Thorgrum, Thorir respondió con una inclinación leve de cabeza y llevándose el puño al pecho, sin más esperó a que el grupo se pusiera en marcha.

Poniéndose unos guantes de cuero, Saga alcanzó al resto saludando con una armoniosa sonrisa y la procedente reverencia. En aquellos días parecía contagiada por el entusiasmo y la efusividad de su anfitrión, lo que incluía ir de caza a pesar de no tener idea de cómo tensar la cuerda de un arco. Tampoco parecía importarle, ya que de lo que realmente disfrutaba en esas salidas era de la posibilidad de montar a caballo libremente. Era jinete ducha, y solía manejarse decentemente con los animales.

—Magnífica mañana. La luz de Kenaz nos sonríe.

La hedense vestía de un verde oscuro similar al que se discernía en los bosques, con una pechera de lana gruesa decorada en tonos azules y ajustada por un corpiño de varios palmos. La idea no era lucir sino mantener el calor corporal durante la travesía, por lo que acompañaba el atuendo de una abultada capa de pelo que escondía su diminuta figura. Era la más bajita de la comitiva, y tan solo resaltaba ligeramente por los destellos cobrizos que el sol arrancaba de su cabello cuidadosamente retirado de la cara por varias trenzas. También se había resaltado los ojos con pigmento negro, algo que hacía con asiduidad allí.

Prestó atención a medias al intercambio entre la sureña y el jarl, ojeando hacia los establos con impaciencia y una media sonrisa.

—¿Usáis perros? —preguntó, mirando entonces alrededor con curiosidad. No había asistido a muchas partidas de caza, pero recordaba los perros entrenados de los hedenses en la capital. Eran útiles si uno sabía educarlos bien, más en aquellas tierras hostiles y perdidas en los mapas.

-¡Claro! -Gustave señala hacia el portón, en donde varias personas esperan charlando, ya subidas en sus monturas-. Les han sacado afuera hace unos minutos, para que vayan "estirando las piernas". Ayer no les dieron de comer, así que auguro que correrán como demonios.

Acto seguido monta en el caballo, que resopla al notar el peso sobre su lomo.

-¿Listos?

Thorir montó en Sturm, su fiel caballo, dándole posteriormente una palmada en el cuello como gesto de cariño. La figura del noble a lomos de su caballo parecía sacada de años atrás, cuando todo iba bien, su capa negra con la piel de lobo en los hombros, el broche de metal en su pecho reluciendo con la luz del Sol, el lustre de las botas y de los correajes, los destellos dorados de las empuñaduras de sus magníficas espadas, el pelo recogido y la barba arreglada e incluso una leve sonrisa en su rostro. 

No tardó en colocarse al lado de Saga, -Estaré a tu lado, pero ten cuidado- le dijo con voz tranquila, después giró su caballo para ponerse en una posición más secundaria, pero sin despegarse de la hedense, -Por cierto, estás estupenda- dijo con una leve sonrisa justo antes de marcharse a su posición. 

La hedense había escogido hacía varios días un ejemplar alazán de pelo largo, pequeño pero menos redondeado de lo normal. Le había descubierto un temperamento algo tozudo, pero no desistía por ello en sacarlo a pasear cuando tenía un rato. Subió sin problemas después de comprobar los estribos, azuzando la capa para que no se enredase. Por un momento fue más alta que Bedelia y Will, observándolas desde el lomo de su montura. Cuando había tenido oportunidad, había intentado enseñarles lo básico sobre monta, pero los ejemplares solían escasear entre las caravanas. Sin embargo, la voz de Thorir la distrajo.

Los labios de la hedense se curvaron en una sonrisa ladina ante el comentario, tirando de las riendas para encarara su montura.

-Lo dices como si fueses capaz de seguirme el ritmo, muchacho -respondió con intención y picardía en la mirada, alzándose ligeramente sobre los estribos. Entonces viró su montura hacia la llanura que les aguardaba delante.- ¿Te atreves? Siempre y cuando a nuestro anfitrión le parezca bien, claro.

Ante la inesperada proposición Thorir sonrió y asintió con la cabeza, -Porqué no, será un placer- dijo sonriendo. 

-¡Esa es la actitud!

Lejos de estar contrariado por la propuesta, Gustave Thorgrum parece deseoso de contemplar algo de acción. Aunque en ningún momento propone unirse, bien porque no le apetezca o no se le de bien, o bien por consideración a su caballo.

Thorir se puso a la altura de Saga para comenzar la carrera, la miró con una sonrisa para luego acariciar a su caballo, -Vamos Sturm, demuéstrales lo que vales- 

Saga no esperó a Thorir, sabiendo que su buena voluntad jugaba en su contra en este caso. Al escuchar el entusiasmo del jarl, espoleó a su acaballo con un grito sonado lanzándose a la carrera de inmediato.

Saga sale despedida como un rayo, los cascos de su caballo retumbando sobre el suelo como tambores de guerra. Thorir apenas si tiene tiempo de girar a su caballo y espolearle para seguir a la hedense. Atrás quedan los gritos de ánimo de los thurizung, que rápidamente se unen al entusiasmo inicial de Gustave, cuyos rugidos resuenan incluso por encima de los de sus compañeros.

La carrera improvisada transcurre a través de las casas y callejuelas que rodean el edificio principal de la ciudad. Las personas allí presentes, encargadas de sus quehaceres, apenas si pueden apartarse del trayecto de las monturas, que como un rayo atraviesan los muchos obstáculos de la ciudad, encarados a la llanura que se abre frente a ellos, a las afueras. Saga lleva una clara ventaja, haciendo muestra de un dominio total de su montura, mientras Thorir apenas si consigue no perderla de vista.

Al girar una calle algo abarrotada, distinguís un sendero serpenteante que lleva hasta las afueras, apartado del camino principal. Callejear es arriesgado, dado que no conocéis la distribución de la ciudad con exactitud, pero el posible atajo podría dar una ventaja significativa al que decida seguir por allí... En el caso de Thorir, la posibilidad de recortar distancia es demasiado atractiva, aunque si el atajo es engañoso y acaba en algún callejón sin salida, la carrera estaría prácticamente perdida. Pero Saga tampoco puede confiarse: si el atajo resulta ser efectivo, el Yormef le recortaría mucha distancia, y perdería la ventaja que ya tiene...

Thorir agarró con fuerza las riendas de su caballo, encorvándose sobre su montura para ganar más velocidad, Saga le sacaba demasiada ventaja, se notaba que era una gran amazona y él poco podía hacer. En un determinado momento vio lo que parecía un atajo y giró a Sturm hacia aquel paso, esperando que no fuera ningún callejón sin salida. 

Thorir decide optar por el callejón secundario, intentando recortar distancias a la veloz montura de Saga, que por su parte ha decidido continuar por el camino principal y no arriesgarse. Decisión sabía, pues Thorir no tarda en descubrir que el terreno en el atajo está especialmente embarrado. Los cabosc de su caballo resbalan, y ese hecho, unido a la estrechez de la callejuela y a los giros bruscos del final, hace que Thorir se vea obligado a detener a Sturm en un par de ocasiones para evitar caerse. Cuando por fin consigue salir a campo abierto, se da cuenta de que, más que ayudarle a alcanzar a su contrincante, lo ha separado aún más de ella, y Saga ya está casi fuera de su alcance...

Al llegar al límite de la ciudad, miras atrás, pero no ves a Thorir por ningún lado. ¿Tan atrás le has dejado? Es entonces, tras trazar un arco y encarar a la llanura principal,  cuando distingues su caballo emergiendo del mismo atajo que hace unos segundos rechazaste tomar. Parece ser que hiciste bien, pues la distancia que os separa es considerable...

Al girarte de nuevo, lamentas haberte tomado esos segundos para mirar atrás, pues de haber estado atenta habrías advertido las cajas que bloquean el camino. Un grupo de comerciantes descarga sus mercancías en un puesto de madera, situado a un lado del camino, y los bultos actúan como una barricada improvisada, que de ir a una velocidad normal sería trivial esquivar.

Por desgracia, no vas a una velocidad normal.

El tiempo que se extendía tras advertir la situación hasta la toma de una decisión era ínfimo. Saga tenía en mente aflojar la marcha para que Thorir pudiese darle alcance y así, en cierto modo, animar al norteño en su progreso en vez de ridiculizarlo. Quería que fuese algo amistoso y sincero, pero no tenía intención de dejarse ganar sin darle guerra. Tampoco podía permitir que aquello se notase demasiado, pues habría sido una puñalada a su orgullo y una necedad por su parte. Había esperado que el atajo le sirviese para recortar distancia, pero no había sido así, y en vez de tratar de saltar las cajas de mercancías, decidió frenar del todo su montura para esquivar a los mercantes antes de reemprender la marcha de nuevo hacia campo abierto.

Thorir, al ver la distancia que le sacaba Saga, apretó con más fuerza las riendas de su montura y lo espoleó para intentar recortarle algún metro, aunque la distancia pareciera inalcanzable.