Partida Rol por web

Obligada a esquivar a un grupo de comerciantes, Saga pierde unos segundos preciosos en detener a su montura y conseguir rodearlos. Esto da a Thorir suficiente margen como para salvar parte de la distancia que perdió al coger el atajo. Los dos caballos se lanzan a campo abierto, cortando el aire a una velocidad vertiginosa.

Aunque el suelo está cubierto de nieve que, en otra ocasión, ralentizaría considerablemente la carrera, el camino principal ha sido lo suficientemente transitado como para que la nieve se aparte o se derrita en charcos oscuros. Relativamente ajetreado a esas horas, os veis obligados a esquivar viandantes y otras monturas, cuando no forzados directamente a saliros del todo para evitar colisiones inminentes. Algunos miran curiosos, otros sueltan maldiciones, e incluso alguien decide aplaudiros o daros ánimos.

Frente a vosotros, a cierta distancia, la linde del bosque que marca el final de la carrera. Una paleta verde y negra que contrasta con el blanco reluciente del suelo y las copas inclinadas, como si marcara el límite de un mundo y el inicio del siguiente. Allí, entre los árboles, casi podéis distinguir la silueta de algo informe, abstracto, acechante. El final de la civilización... Y sus monstruos.

Los rayos del glorioso sol proyectan vuestras sombras contra el alfombrado reluciente, deformadas e inquietas, cada vez más cercanas. Saga no tiene tiempo de mirar atrás, pero sabe al bajar si mirada hacia ellas que el caballo de Thorir no debe de estar a más de diez metros, pisándola los talones...

La adrenalina corre por tu cuerpo. ¡Tienes posibilidad de ganar! Sean esos comerciantes o algún otro hecho lo que ha retrasado a Saga, lo único cierto es que Sturm está casi a la altura de su montura. Mientras botas en la silla, sientes como sus poderosos músculos se tengan, quizás movido por la misma ansía de ganar que tú. Oyes su respiración, pesada y fuerte, inunda el aire. Su cabeza parece girarse, sus ojos te miran de reojo...

Intenta... ¿Decirte algo?

Thorir miró a los ojos de su caballo y gritó -¡Vamos chico!¡Rápido, ya casi la tenemos!-  

La carrera continua, vertiginosa, sin apenas variar la distancia entre los dos jinetes. Thorir consigue apañárselas para no solo conseguir mantenerse sobre la silla a una velocidad a la que difícilmente está acostumbrado, sino para pisar los talones a la amazona de Saga, que apenas si parece mostrar signos de agotamiento o preocupación a la hora de llenar las riendas de una montura que acaba de conocer.

Tras unos segundos de precioperse, y al girar una curva, distinguís, frente a vosotros, un riachuelo que transcurre entre la nieve, cortando el camino en dos de forma transversal. Alguien ha decidido construir un diminuto y enclenque puentecillo de madera, de aspecto poco fiable, que bien podría aguantar el peso de un caballo al galope o romperse en el proceso. La alternativa, cruzar el riachuelo, implicaría descender la velocidad para suavizar el descenso de nivel, a menos que se opte por intentar cruzarlo de un salto...

Un riachuelo separaba a Thorir de una posible victoria, la mirada del norteño fija en aquel obstáculo, dispuesto a saltarlo guiado por el ganas de vencer. 

El caballo de Saga salta sobre la nieve, levantando una nube blanca de polvo helado en el proceso. Un segundo más tarde, cae grácilmente al otro lado. Sturm, la montura de Thorir, no parece tenerlo tan claro: antes de llegar al riachuelo, reduce la velocidad y vira hacia la derecha, evitando que el salto tenga lugar. Cuando, por fin, el Yormef consigue que atraviese el flujo de agua, el caballo de Saga ya vuelve a estar fuera del alcance, a una distancia suficiente como para decidir tirar la toalla.

Si uno no fuera Thorir Espada de Hielo, claro. Abandonar ahora sería deshonroso... Y no hay nada escrito hasta que acaba la carrera.

Saga es la primera que lo ve, a unos veinte metros de distancia, y acercándose. Un árbol, a un lado del camino, extiende sus ramas por doquier, como intentando escapar de sí mismo. Una de ellas se retuerce sobre el camino, lo suficientemente algo como para no molestar a los viajeros a pie pero no tanto como para no amenazar a cualquiera que tenga la altura de un jinete. Rodearla implicaría reducir velocidad y salir del camino...

-Arrgggg- gritó Thorir al no conseguir saltar rápidamente el arroyo y ver aumentada su desventaja con Saga, pero el norteño no se rindió, apretó con furia sus riendas y espoleó a Sturm con energía, -¡Vamos, vamos, chico, tu puedes!- gritó mientras fijaba su mirada en el próximo obstáculo.

Apenas había recorrido unos metros cuando vio a lo lejos un árbol que extendía sus ramas sobre el camino, Thorir evaluó lo más rápido que pudo sus posibilidades sabiendo que no podía volver a fallar o Saga se despegaría aún más, así que hizo lo único que sabía hacer, blandir su espada. Una leve sonrisa se le escapó al escuchar el sonido de su espada al desenfundar, y como en ristre rasgaba el viento soltando diminutas chispas, apenas imperceptibles. Caballo y jinete eran uno solo..., un corte limpio hizo que la rama que le amenazaba con desmontarle cayera al suelo ante el galope tendido de Sturm. 

La hedense decidió que no iba a arriesgar aquel último tramo tratando de evitar la rama sobre su montura. Un rápido vistazo sobre su espalda pareció bastarle para determinar que podía podía perder unos preciados segundos en aquel rodeo. Había una pequeña posibilidad de que el terreno oculto por la nieve ocultase algo más, rocas, quizás. Un socavón que hiciese trastabillar a su montura. Esperaba que no fuese así, arriesgándose a dejar el flanco abierto para que Thorir superase el obstáculo y quizás con ello también la carrera.

Mientras Saga opta por un viraje más seguro, Thorir adopta una actitud directa propia del guerrero: uno no evade el obstáculo, sino que lo remueve. Kalthensyns, la fiera espada del poder, emite un brillo rojizo al ser desenvainada. Su zumbido grave y tonal recuerda al legendario dragón cuya esencia se usó para crearla, el temible Kalt Hensynsløs. Y, tal y como su temible aliento era capaz de derretir hasta el metal más resistente, el filo no encuentra resistencia alguna en los nudos de la madera. Trazando un arco rojizo, que deja tras su estela alguna que otra traza de humo y llamas, Thorir despeja el camino, revisandor en el proceso algo de distancia...

La carrera continúa, trepidante, hasta llegar a una inclinación. Los caballos, nerviosos, intentan reducir la velocidad: hay que ser muy temerario para galopar a toda velocidad con tanta inclinación...

La norne se sorprendió ante el chasquido de la rama contra el filo, volviendo la vista una fracción de segundo. Sonrió para sí. Desde luego, Thorir era un hombre de recursos. La línea de meta estaba a la vista y el goldariano estaba demostrando ser capaz de defenderse y más, de improvisar sobre la marcha. Esa era la línea de aprendizaje que tan difícil resultaba alcanzar a veces, pero parecía tener la motivación suficiente como para hacerlo... Así que decidió continuar a buen ritmo y enfrentar la pendiente para recorrer el último tramo sin aflojar la velocidad.

Thorir envainó su espada tras dejar atrás el árbol que se interponía ante él, volviéndose a concentrar en ganar velocidad y espoleando a Sturm consiguió ganar unos metros. Pero ahora, una cuesta hacía que su montura dudara haciendo al norteño tirar levemente de las riendas para aminorar la marcha y asegurar la bajada.

La carrera continúa. Saga es la única capaz de mantener la inercia de la bajada, poniéndose a una distancia considerable de Thorir. Un par de curvas más tarde, sin embargo, y haciendo gala de una soltura insospechada sobre la montura, Thorir consigue volver a pisarle los talones. Sturm, el equino del Yormef, muestra una tenacidad y resistencia sorprendentes, y no parece dispuesto a ceder la carrera sin luchar hasta el último aliento.

Frente a vosotros, la linde del bosque aparece. Apenas si quedan unas cuantas decenas de metros, y todo habrá terminado...

La meta estaba cerca..., Pero Sturm, exhausto, respiraba a un ritmo frenético y corria al limite de sus posibilidades. Por su parte, Thorir no estaba mejor, el sudor producido por el esfuerzo y la adrenalina corría por su rostro, pero necesitaba un último esfuerzo, por lo que se agachó más para ganar algo de velocidad y susurrar a su caballo...

Una rama cede súbitamente, descargando una nube de polvo blanco sobre el corcel de Saga. La hedense, sin embargo, estaba lo suficientemente atenta como para tirar grácilmente de las riendas del caballo y esquivar la nieve sin mayor consecuencia.

Thorir, esperanzado, intenta sobrepasarla... Y es entonces cuando Saga decide echar el resto. Con un grito que sobresalta al propio Sturm, espolea a su montura mientras agita las riendas y se inclina hacia delante, acompañando con sus caderas los movimientos del galope. El caballo parece entender el mensaje a la perfección, y sale disparado como un rayo en dirección a la linde del bosque. Thorir, consciente de su derrota inminente, intenta recuperar la distancia  por todos los medios, en un ejemplo de tenacidad norteña. Pero las sorprendentes habilidades de Saga sobre una silla de montar se ven acrecentadas en un terreno llamo y recto como aquel. Pocos jinetes podrían haber seguido siquiera la estela de nieve que deja a su paso.

Cuando Thorir por fin llega a la zona que indica el final de la carrera, Saga ya está girándose, victoriosa, mientras calma a su montura, todavía alterada tras el último acelerón.

De pie sobre los estribos, Saga trataba de recuperar el aliento entre grandes bocanadas que dejaban una nube de vaho en el aire. Parecía realmente feliz, con las mejillas encendidas y una sonrisa exuberante que volvía sus ojos diminutos y cristalinos. No era la victoria tanto como la adrenalina de la carrera en sí misma. Era una sensación gloriosa, una que no se permitía muy a menudo, siempre escudada tras una rígida sobriedad, siempre con cosas demasiado serias en mente como para permitirse disfrutar.

—Casi, casi. Ha sido una muy buena carrera. Y tú tampoco has estado nada mal, Thorir —bromeó sin perder la sonrisa, palmeando el cuello de su caballo con mimo. Se sentía orgullosa por los esfuerzos del goldariano durante la competición; no lo había hecho nada mal—. Has recortado un buen trecho.

Al ver a Saga atravesando la meta Thorir sonrió, a pesar de perder se había divertido y el saber que había dado todo le reconfortaba. Frenó a Sturm una vez pasada la meta y le acarició el cuello, era un animal extraordinario, su fiel compañero todos estos últimos meses y lo había dado todo por ganar. -Muy bien Sturm, muy bien, has demostrado el gran caballo que eres- le decía Thorir con cariño y él le correspondió con un relincho y moviendo alegre la cola, lo cual hizo más feliz a un Thorir que a pesar de perder, estaba contento.

Después se giró hacia Saga, que le miraba alegre, estaba radiante. -Sí, se ve que eres una gran amazona, aunque creo que la próxima vez te ganaré- dijo Thorir con una sonrisa. 

Cuando estaban todavía a cierta distancia de la comitiva, Thorir detuvo a Sturm delante del caballo de Saga, impidiendo que siguiera avanzando y se dirigió a ella con un tono completamente diferente al anterior, mucho más serio. 

-Saga, vuelvo a decírtelo, ten cuidado- se detuvo un instante para que la hedense captara su atención, -No termino de fiarme del Rey Gustave, estoy seguro que trama algo- bajó la mirada, -Quizás solo sea una tontería, pero bueno,...- acto seguido volvió a espolear a su caballo y se puso en camino a donde estaban los demás.

Estaba contenta, disfrutando, hasta que, por supuesto, Thorir tuvo que sacar algo a relucir. Su sonrisa se borró de inmediato mostrando un gesto cansado.

—Ey. Espera un momento —dijo, alzando la mano para tirarle de la capa en señal de que no avanzara hacia el resto—. Claro que trama algo: quiere guerra. Quiere independencia. Quiere no ser un siervo de un extranjero. Pero no se atrevería a hacerme daño, Thorir. Puede que yo no signifique nada para Sterki como persona, pero el acto de matar a un diplomático sí significa algo. Es un acto abierto de hostilidad y una declaración de intenciones. Si alguien trata de matarme, créeme, no será él. Posiblemente, quizás, alguno de sus lacayos, pero no de forma abierta ni a la vista de todos. —Sacudió la cabeza, retirándose el pelo del rostro—. Te tengo a ti, a Will y a Bedelia. No podría estar en mejor compañía ni más protegida, y confío plenamente en que si algo ocurre, estaréis ahí. Y... aunque no lo parezca, te prometo que estoy atenta.

Thorir asintió, -No esperaba menos de ti-, la miró a los ojos durante unos instantes, había captado en su expresión que no le había gustado su último comentario y ahora se sentía mal por aquello, -Venga vamos, nos espera una cacería, a ver eres tan buena cazando como cabalgando- continuó diciendo con una sonrisa y con un tono bromista.