Partida Rol por web

La comitiva llega hasta la altura de Saga y Thorir casi diez minutos más tarde. El jarl parece bastante entusiasta con el resultado de la competición.

-¡Menuda carrera! ¡Bravo a los dos! Y en especial a vos, Olrik. No creo que mi pobre Felltax pudiera seguir vuestro paso siquiera, no digamos ya adelantatos. Y vos -se gira a Thorir, sin perder la sonrisa-, los tenéis bien puestos. Un par de direcciones arriesgadas, si señor, con la callejuela o la cuesta final.

Will, sonriente, te dirige una mirada cómplice, alzando una ceja cuando sólo tú la estás mirando.

Thorir devolvio la sonrisa al Rey y se llevó el puño al pecho, -Gracias señor, no pude hacer mucho más ante el nivel de Saga- contesto dirigiéndose a la hedense.  

—Gracias, mi señor. Ha sido divertido. También contáis con buenos corceles, que siempre es de ayuda —respondió, palmeando el cuello del animal con gesto firme—. Thorir es un excelente aprendiz y creo que cuenta con buenas dotes para ser un buen guerrero a lomos del caballo. Ahí no todo es rapidez, y se empieza por perderle el miedo a movimientos arriesgados, algo de lo que al parecer ya carece.

Le dedicó una amplia sonrisa antes de mover su caballo hasta el lateral de Will. El espectáculo había terminado para ella. No tenía intención de demostrar su inutilidad en la caza, por lo que planeaba dejarse guiar por el jarl y los suyos.

Saga se encogió de hombros ligeramente, como si la cosa no fuese con ella y sin terminar de perder la sonrisa.

Tanto Gustave como su modesta corte parecen deseosos de iniciar la cacería cuanto antes, así que la conversación no se alarga demasiado. Trotáis por los bellos bosques que rodean Dagmarfjellet, la  pequeña montaña en la que se asienta Tordenbrøl, cada vez más frondosos y poblados según os alejáis del radio de acción de los Thurizung. Allí, la potestad del hombre es nula, la tala inexistente, las piezas de caza abundantes... Y a veces, si uno entrecierra los ojos, casi se podrían ver extrañas cornamentas allí donde las ramas desnudas se retuercen, o frías miradas de hielo en el reflejo de algún montículo de nieve.

Tras rodear un pequeño lago helado, Gustave parece haber tenido suficiente paseo por esa mañana, y tras descolgar el therswuc* del lomo de su montura, ordena que suelten a los perros. Pronto la comitiva obtiene su primera pieza, un conejo que uno de los canes trae despedazado entre sus dientes. Poco se podrá aprovechar de él, y Thorgrum no deja de insistir en que habéis venido a por piezas más grandes.

Pronto, la gente empieza a dispersarse en pequeños grupos que siguen los distintos rastros que los perros encuentran. Saga, sus tres acompañantes y otro par de hombres acaban siguiendo uno de dichos rastros. Tras media hora, sin embargo, unos gemidos de dolor os llaman la atención. Proceden de un punto indefinido entre el follaje.

Thorir apenas sabía usar el arco, no era un arma que le gustara, él solía cazar con lanza y cuchillo, y por supuesto, a pie, el sonido del caballo y el tintineo del correaje hacían que las presas huyeran. Pero eso no fue impedimento para que se centrara en seguir el rastro e intentar cazar algo. 

Además, permanecía en alerta por si hubiera alguna trampa u ocurría algo sospechoso, fue entonces cuando escuchó los gemidos, al momento, se giró hacia sus acompañantes, -¿Oís eso?- 

La norne cabalgó con gracia, disfrutando del paisaje y la compañía más que de la caza en sí misma, pero procurando mostrar cierto interés. Recordaba el mal trago de deambular por el bosque tras haberse perdido, y uno de sus objetivos era mejorar su conocimiento sobre rastreo —algo complicado de hacer a caballo, había descubierto—. Aprovechó también para darle algunos consejos a Will y a Bedelia sobre monta cuando creyó que no molestaba.

Al escuchar el ruido, Saga frunció el ceño buscando la mirada de los hombres que los acompañaban. ¿Habían abatido los perros alguna presa?

—Está sufriendo, lo que sea —musitó.

El gemido vuelve a oírse. También una voz lejana, un golpe y unas risas.

Sin decir palabra Thorir espoleó a Sturm hacia donde creía que venían los gemidos. Quizás solo fuera un animal, ¿pero si no era así?, El noble no podía permanecer ajeno a ello.

Durante un breve instante una sensación desagradable y familia punzó su memoria. No le iba a gustar lo que estaban a punto de encontrar.

—Seguidme —ordenó, haciendo un gesto con la mano y siguiendo a Thorir hacia el sonido.

Trazáis los rudos hasta un recoveco algo apartado del camino principal, bordeado por tres árboles. Allí, dos hombres se giran para miraros, algo molestos de haberse visto interrumpidos en medio de aquello que fuera que estuvieran haciendo. Uno de ellos le da un codazo al otro, mientras le susurra algo al oído. El otro pierde la sonrisa, y luego se dirige a Saga.

-Embajadora Olrik. ¿Va todo bien?

Frente a ellos, arrinconado contra los árboles, uno de los perros de caza se lame una pata, mirando de reojo a los hombres.

Saga detuvo a su caballo, barriendo con la mirada la situación. No costaba deducir qué estaba pasando allí, y una arruga pronunciada se dibujó en su frente.

—Eso mismo iba a preguntar. Se escuchaban quejidos de dolor —dijo sin rodeos, mirando al que había hablado desde la altura de su caballo.  

Thorir miró al perro que estaba arrinconado, parecía tener miedo. Sin mediar una palabra con aquellos hombres se bajó del caballo y con total tranquilidad lo ató a un árbol.

A continuación, se dirigió lentamente al perro intentando no asustarle más, lentamente y algo encorvado.

Bedelia había permanecido en un segundo plano durante la carrera, limitándose a observarla desde la lejanía sin particular interés para posteriormente alcanzarles con el caballo. En el tiempo que llevaban juntos la sureña había aprendido a montar gracias a la ayuda de Saga, y ahora podría decirse que hasta se sentía cómoda con las riendas. No dijo palabra, ni siquiera al escuchar aquella combinación de gemidos y risas. Miró al perro, después a los dos hombres y una última vez al perro, demorándose algo más.

No obstante sí que desmontó y, al igual que Thorir, ató su corcel a un árbol, todo ello con una lentitud meditabunda. Después y al mismo ritmo comenzó a andar, aunque, a diferencia de Thorir, no hacia el perro sino hacia los dos hombres.

Lenta, muy lentamente, Bedelia se acercaba. Y mientras lo hacía no dejaba de mirarles ni un segundo.

No es difícil deducir que la perra está lesionada. Probablemente la estaban pegando, lo que explicaría los gemidos.

Sus ojos se estrecharon formando apenas dos finas ranuras grises.

—Solo la perra —repitió, asintiendo. Y muy lentamente, en sus labios, se dibujó una sonrisa tensa y nada halagüeña—. Explicadme, porque no lo entiendo del todo. La falta de preocupación viene porque... ¿Está bien ver sufrir a un ser herido? ¿O porque es gracioso maltratar a un animal que pertenece a vuestro jarl*? ¿Hay algo que se me escapa? Porque no me queda del todo claro.

Para cuando Saga termina con su réplica, Thorir y Bedelia ya han terminado de atar los caballos. La perra adquiere una postura tensa y se lame el morro, pero no ladra ni muestra los dientes cuando el norteño empieza a acercarse. En cuanto a los dos Thurizung, cruzan una mirada algo nerviosa ante el acercamiento de Bedelia, pero nada más. Uno de ellos deja caer la mano, de forma poco disimulada, sobre el hacha de su cintura.

-Mi señora... -responde el mismo de antes, aunque esta vez con un tono algo más cauteloso-. Los perros deben cumplir su función, para eso les han entrenado. Cuando fallan, deben recibir un castigo acorde. Eso es algo que todos saben.

-Se sabe -responde el otro, encogiéndose de hombros.

-Esta -señala a la perra-, dejó escapar a la pieza. Apenas un cervatillo, no era suficientemente grande como para dejarla atrás. Y ya le tenía encima. Le dejó escapar deliberadamente.