Partida Rol por web

Plaga

[Capítulo 1] - Primera plaga

Cargando editor
24/04/2019, 18:09
+++ Director +++

Hace solo una semana que el regimiento llegó al planeta Nugratis obligados por un inquisidor, frío y ávido de poder por lo que pudieron escuchar. El viaje por el inmaterium fue largo, como cabría de esperar, pero la sensación que duró una eternidad solo lo padecieron los del 26. La perdida de su comandante en jefe había sido un varapalo bastante importante, pero, sumado a ver como el planeta que un día los vio nacer era consumido por el virus devorador liberado por el mismo inquisidor que decidió que ambos regimientos, los dragones y los perros eran suyos; lo convertía en una pesadilla en vida.

Aquel nuevo mundo olía realmente mal, apestaba más que las bodegas de carga del "Noctambulo", el transporte de tropas que los trajo hasta ese mundo. El regimiento estaba completamente deshecho, tanto en espíritu como en cuerpo, pues tan diezmado estaba que las diferentes escuadradas y secciones empezaron a fusionarse unas con otras abriendo viejas y nuevas heridas. Antiguamente, se respetaba el origen de cada reino, los de Vitania juntos, los de Enceland entre ellos y así, escuadras homogéneas en ese sentido, pero ahora, la necesidad de la heterogeneidad se imponía y el inquisidor acababa de mandar las nuevas ordenes y organigramas.

El Comandante, un Vitanes de pura cepa, impartió los grupos que sus dos capitanas de Enceland se esforzaron en distribuir. Como sugerencia del Comandante Haydn, quien era considerado el hermano pequeño de Striker, instó a todas las nuevas escuadras a que fueran a reunirse a algún sitio, ya fuera en el parque móvil, en algún parque del cuartel o la tan deseada cantina donde por un módico precio y un valor inusitado, uno podía cogerse una buena borrachera con licor destilado de aceite de motor. Ya habían sido diagnosticadas cuarenta y seis intoxicaciones etílicas en tan solo una semana; solo unos pocos se atrevían, ya fuera por valor o por ganas de quitarse de en medio. 

Varias unidades se habían encaminado a la cantina, como fue el caso de la nueva escuadra liderada por el sargento Karl, el cual, quizás por iniciativa o imitación, condujo a sus hombres y mujeres hacía el bar. El brillante cartel de neón que custodiaba la puerta brillaba con intensidad y ahí uno podía leer con claridad su nombre: "El desahogo del muerto".

La decoración del lugar era sencilla, mesas, sofás, sillas y una amplia barra. De las paredes colgaban banderas de los regimientos de las FDP del mundo y alguien había colocado los emblemas de los perros y los dragones, dejando claro que ahora, y mientras el cabrón del Inquisidor los tuviera secuestrados ahí, ese sitio era de los Droverianos. 
Al fondo del bar un pequeño escenario con tarima de caoba dominaba la pared Sur, y allí se encontraba el bueno de Jean, el músico no oficial del 26 que estaba tocando su violín con absoluta maestría, ajeno a los que entraban o salían. Jean era un gran tipo, querido por muchos, muy leal y en definitiva una buena persona que solía echar una mano a quien lo necesitara, pero ahí estaba, roto por dentro como todos, pero sacando las fuerzas necesarias para intentar contagiar su buen humor a los demás mientras amenizaba la tarde.

No tardaron en tomar asiento en uno de los pequeños reservados donde cupieron todos. Pero en cuanto el último de ellos tomó asiento, la incomodidad del silencio se impuso y las miradas iban de un lado para otro, esperando a ver quien sería capaz de romper la incomoda quietud con una presentación. Lo único que se oía eran las distantes conversación, el violín, y el traqueteo de varios pistones del servidor R45put1n que miraba a todos con su perenne rictus de horror en su perfectamente conservado rostro humano.

 

Cargando editor
25/04/2019, 16:03
Karl Tannhäuser

- Casa Noble Tannhäusser. Supervivientes, cinco. -

Con ése pensamiento entró Karl a la cantina, pensando en todo lo sucedido hasta que habían llegado allí, aquel mundo maloliente e infecto, en una nave inmunda e infecta, y con un montón de gente, muchos de ellos inmundos e infectos. Seguía viendo una y otra vez en su ojo mental la caída del Coronel Striker, la defensa a ultranza de la última plaza, el espacio puerto, frente a las fuerzas caóticas y malignas. Sangre.

Desestimó con un movimiento negativo de su cabeza las visiones y se detuvo, señalando la mesa con una mano mientras con la otra hacía una señal al barman para que les sirviera una bebida decente. - Tomen asiento. - dijo con voz tranquila.

Jean, conocido por todos, tocaba su instrumento amenizando el local, y mientras Karl se sentaba el último, en un extremo de la mesa, se dejó llevar por los compases musicales, recordando las veladas festivas en su castillo con muchos invitados, trajes magníficos y deslumbrantes, mujeres bellas y caballeros con enormes bigotes de punta en blanco. Las verdes colinas, los valles agrestes llenos de vida, los poblados y sus tierras de labranza, campesinos, comerciantes, rufianes y gentes de mejor o peor vivir. Todo aquello le había sido arrebatado. Toda su vida, todo lo que le había hecho ser como era ahora, le había sido arrebatado. Sangre.

- A mí y a todos. - se corrigió, sintiendo la bilis amarga en su boca mientras rememoraba algunos momentos de las batallas desesperadas que tuvo que librar para poder llegar, simple y llanamente, a escapar con vida a pesar de haber deseado en múltiples ocasiones no haberlo hecho. Pero había estado atado por el honor, la obediencia y la tradición. Él era Tannhäusser, un Vitanés de pura cepa, y orgulloso de serlo. 

Miró a su escuadra, a los hombres y mujeres que habían puesto bajo su mando. Suspiró al ver los interfectos que le habían asignado. Las nacionalidades y las estructuras de las escuadras ahora ya no tenían un per se, una razón intrínseca como podía ser mantener la moral, crear lazos, sentirse arropado por los tuyos, mantener las tradiciones... todo eso se había perdido con la destrucción de su mundo. - Ordenada por ése maldito inquisidor, su cara se pudra. - obviamente, no diría eso nunca en voz alta, pero sabía que era un sentimiento compartido por todos los que habían sobrevivido. Pese a ser Vitanés y haber aceptado la verdad imperial con gran alegría y sentimiento patriótico, o precisamente por ello, le dolía en el alma que aquel Inquisidor no les hubiera dado la oportunidad de reorganizarse y contra-atacar para poder recuperar su mundo, y más con el gran arsenal que poseía. Sangre.

Aquel hombre había decidido que su mundo debía morir y era algo que ninguno de ellos le perdonaría jamas, no sin haber agotado todas la vías posibles. - Él y su desmedida ambición pueden irse al carajo. - pensó de nuevo, enfadado.

Una vez allí sentado y consciente de nuevo de su entorno, se percató del silencio. Levantó la mirada y con su media sonrisa sardónica contempló a cada uno de los allí presentes. Había de todo en su grupo de combate, - Bien. Aquí estamos. - comenzó a hablar, más por rellenar el silencio que por alguna razón en particular. - Licencia para hablar libremente. ¿Qué piensan de todo ésto que ha sucedido? - preguntó con un fuerte acento Vitanés*. Tenía que empezar a conocer a su escuadra, saber qué pensaba cada uno, cuales eran sus fortalezas y sus debilidades para poder comandarlos como tocaba en pos de la gloria y del honor que les había sido arrebatado.

Que cada cual fuera de una región diferente de su planeta era poco importante ahora, los únicos bandos que ahora Karl entendía eran a favor del Emperador, o en contra. Cualquiera en contra se vería enfrentado a su espada-sierra.

Notas de juego

*Germano

Cargando editor
28/04/2019, 09:33
Svetlana

Svetlana miró a todos con un claro aire de indiferencia. Se echó hacía atrás y colocó los brazos por detrás de su nuca dejando que ambos codos apuntaran hacía el techo. Resopló repetidas veces y con fuerza para mover el mechón de pelo rebelde que le hacía cosquillas en la nariz y cuando lo logró, gruñó algo. La pregunta del sargento le pareció extraña pero torció el gesto como si estuviera oliendo a mierda - que estamos en la mierda, pero ya le daremos una paliza a quien sea cuando nos recuperemos - sonrió con socarronería y le guiñó un ojo a Vera en un claro gesto de chulería. Todos sabían que se refería al Inquisidor, pero nadie era tan estúpido o arrojado como para admitirlo en voz alta y menos en un lugar tan concurrido como ese.

Cargando editor
28/04/2019, 19:13
Vera Kozlova

 Vera se había sentado de lo que parecía una de las maneras más incomodas para sentarse. Con el trasero casi en el borde de la silla, y solo sus omoplatos reposando en el borde del respaldo había adoptado un ángulo de unos 135 grados. Tenía los brazos cruzados, casi recogidos en un abrazo propio, pero sus piernas estaban estiradas de tal manera que algunos de los que compartían mesa con ella casi tenían que esquivar sus pesadas botas.

Su actitud no era nueva para los que la conocían desde Kestan Inge, ya que noble o no su reputación la precedía y la aclamaba como a una muchacha tosca y segura de sí misma hasta un punto casi intratable, con las aptitudes físicas suficientes para apoyar ese tipo de personalidad.

Su apariencia era otra cosa. Ni dos noches después de aterrizar en Novantis se presentó en los barracones con un corte de pelo nuevo, tatuajes y pendientes. Lo único que le evito ser confundida con una matona de alguna de las bandas del inframundo de la colmena fue que portaba el uniforme de la compañía y que iba acompañada por Svetlana. Y aun así tuvo que responder a demasiadas preguntas.

Ahora mismo solo se limitaba a observar sin ningún pudor a los que tenía a su alrededor, solo moviéndose para llevarse el vaso de licor a la boca. Aguantaba ese veneno más que la media de los Droverianos, lo cual era suficiente motivo para ella por el cual beber más de esa mierda de lo que cualquier aprecio por su hígado permitiría.

El bufido que soltó al escuchar las palabras “Licencia para hablar libremente” casi pilló por sorpresa a los que la rodeaban, pero una sonrisa enmarcó su magullada cara al escuchar a Svetlana. Sería una bonita sonrisa si estuviese entera y no le faltase el colmillo izquierdo, y si su labio superior no estuviese hinchado por un golpe. Para remarcar las palabras de su compañera se dio un puñetazo en la palma de la mano, que sonó innecesariamente fuerte.

Cargando editor
28/04/2019, 19:23
Grigory Záitsev

Grigory seguía preguntándose una y otra vez que pintaba en la cantina con toda esa gente. Sí, eran miembros de la misma escuadra, pero él ya no disfrutaba de esos ambientes porque en realidad disfrutaba de pocas cosas desde su vuelta de la Schola y su adiestramiento en el mechanicum. 

Era grande, llegando a los dos metros incluso en esa pose encorbada que le daba el cibermanto que llevaban todos los tecnosacerdotes. La túnica roja era más bien un tabardo sobre la armadura de caparazón y una capucha que cubría la cabeza y dejaba a la vista la clásica rejilla de respiración y vocalizador del adepto de Marte. De su espalda surgían dos mecadendritas, una que era como una combiherramienta en sí misma con multiples accesorios y la otra era un poderoso servobrazo.

Cuando se sentó en la silla, esta crujió de forma peligrosa por la masa de Grigory junto con el peso de los implantes. Para ser un adepto, y no de rango alto precisamente, tenía muchas piezas mecánicas y circuitos que recorrían las partes visibles de su cuerpo.

-Fallo de unión. Permitir rencillas de forma continua hizo que algunos optaran por controlarlas -contestó con esa voz inhumana que salía del vocalizador.

Cargando editor
28/04/2019, 19:48
Safwan Assad

Vivíamos rodeados de metal y suciedad, dentro de una nave de transporte, en esta maloliente ciudad colmena o en el interior del chimera, lo peor era cuando encendía los motores de ese infernal aparato plagado de ruidos y eso sin contar el espeso humo que generaba el encendido de sus motores. Echaba de menos el desierto, su calma, su limpieza, una y otra vez regresaba el recuerdo de la última vez que había podido verlo desde la lanzadera que me llevó al espacio ... Ahora solo sabía que era un lugar contaminado, aun mucho mas devastado que el lugar donde nos habían hecho aterrizar.

La travesía hasta este lugar alejado de la mirada del Emperador no había sido mucho mejor, no solo habíamos perdido nuestro planeta, sino que bajo mandato del inquisidor nuestras etnias ... los antiguos soldados supervivientes ... habíamos tenido que unirnos, era algo casi anti-natura, enemigos y aliados de siglos teníamos que dejara atrás viejas rencillas y trabajar juntos, estaba claro que el inquisidor no sabía nada de nuestro planeta y menos de sus habitantes. 

Antes de contestar al sargento, guardo con cuidado en uno de los bolsillos del mono de combate, el pequeño librito que nos ha dado el monitorum acerca de las costumbres del nuevo pueblo que habitamos. - No me malinterpretéis, esta situación no es cómoda para ninguno, en muchos de vosotros veo al enemigo que antaño combatía, ahora bien sino acatamos las ordenes que nos den y esta nueva situación, los supervivientes de nuestro exiguo pueblo... ya no de nuestras naciones, pues estas fueron condenadas en un solo ataque de ira y fuego ... pueden sufrir las consecuencias. Miro uno a uno a los que compartimos esta mesa. - Si el chimera no falla, y para eso tenemos al sacerdote de marte con nosotros, os conduciré a la batalla donde quiera que esta sea.   

Cargando editor
28/04/2019, 19:53
Vanessa

Vanessa tenía su rostro apagado como era su costumbre, apagado por culpa de la apatía que le generaban los lloros de los hombres y mujeres del Imperio, pero, sobre todo los que vertebraban la Guardia Imperial. Suspiró con cierta amargura y miró a Fray Ollanius con gesto cansado ante la pregunta del sargento, no le gustaba que le dieran permiso para decir lo que llegaría a decir si era necesario, pero entonces, el adepto del Omnissiah barbotó aquellas palabras que le resultaron confusas y extrañas en su totalidad - No hay nada que pensar, pensar lleva a la herejía, y la herejía lleva al castigo" - parafraseó sin ninguna emoción en el rostro, puro pragmatismo - los soldados mueren, y los soldados luchan, no hay nada que hacer más allá de seguir luchando... - y en ese momento el conductor habló. Su pequeña intervención provocó que Vanessa asintiera repetidas veces.

Cargando editor
28/04/2019, 20:14
Fray Ollanius de Sanguiny

El padre estaba ocupado en aquel momento.

Leía las páginas con cuidado minucioso, dejando que fuera su asistente monacal las que las pasase cuando fue terminando. La mujer no le caía bien a nadie en el regimiento, así que a pocos les importaba el tratamiento que recibía por parte de su maestro, que no solían ahorrarse la disciplina física: Fray Ollanius había escuchado el noble principio de "es hollar la mente más previsor que hollar el cuerpo", pero en su defensa, él prefería usar de ambas. Más eficiente.

-Patientia Lenaetur Princeps. El hombre debe morir para que el Hombre prospere.

Como si hubiera entendido que aquello no iba a bastar para explicar nada, tras unos segundos, con un suspiro de irritación el tiiciés levantó la vista del libro, una pobre traducción vulgata del Milagro de Nuestro Señor en la Iglesia de la Piedra Relámpago.

-Fue una tragedia. La liberalidad y las concesiones permitieron lo que todos vimos -explicó- La destrucción nos hizo libres, oficial. Libres para servir sin cortapisas, sin honores, sin glorias, sin las prebendas de nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos -carraspeó- Como ha dicho el joven Assad, ya no hay enemigos. No hay inquinas. No hay reinos. No hay competiciones. Sólo estamos nosotros, y nuestro deber: fuera de toda otra cortapisa, y sabiendo cuál es nuestro enemigo, y el coste de la molicie, nuestro odio correrá tan limpio y puro como el agua de mayo por un cañaveral. Han recibido un maravilloso regalo del cielo, oficial, y todos lo entenderán llegado el momento.

Terminó de explicar, volviendo al libro y diciendo con voz casual:

-Ah, Vanessa, has hablado sin pedir permiso de tu nuncio. Recuérdame más tarde que debes ser disciplinada, ¿quieres?
 

Cargando editor
28/04/2019, 20:49
Vera Kozlova

-Ah, Vanessa, has hablado sin pedir permiso de tu nuncio. Recuérdame más tarde que debes ser disciplinada, ¿quieres?
 

Vera no pudo evitar chasquear la lengua al escuchar al meapilas. Enseñó los dientes con algo de desprecio, tapando el agujero que dejaba su perdido colmillo con la lengua.

No creo que quiera. – Miró a la tal Vanessa – Aunque si es lo que te va no seré yo quien te juzgue. Cada cual tiene sus fetiches. – Sonrió a Svetlana esperando la aprobación de su lacaya ante sus chanzas.  

Cargando editor
28/04/2019, 20:54
Fray Ollanius de Sanguiny

No creo que quiera.

Alzó la ceja al escuchar aquello.

-Cielos, espero que no: es el principio sobre el que se sostiene la disciplina.

Opinó que aquello resultaba demasiado insultante para la pobre Vanessa: asignarle una disciplina era natural y agradable al señor, pero recibir apoyo exterior como si no fuera capaz de asumirla era ya demasiado insulto. Dirigió a la mujer una fugaz mirada censuradora por el abuso a la chica; con respecto a la falta de respeto a su uniforme y dignidad, sería el oficial el que se encargara de ello.

Cargando editor
28/04/2019, 21:06
Vanessa

Hablé porque el sargento así lo estimó - respondió sin ningún atisbo de emoción en su voz - en cualquier caso, espero que acepte mis disculpas Fray Ollanius, y gustosa - sonrió de una manera extraña - aceptaré la disciplina en nombre de todo lo Sagrado... - y miró al frente, aceptando su posición ignorando la intervención de Vera... cada sacerdote decidía como acatar estas situaciones y ella, no iba a contradecirle. 

Cargando editor
28/04/2019, 21:09
Fray Ollanius de Sanguiny

Asintió, complacido.

-Aun así.

Y era un "aun así" que podía haber cargado una carabina. Apreciaba que lo hubiera hecho por buenas razones, y apreciaba que no hubiera entrado a la insultante posición de la mujer que acababa de soltarle semejante exabrupto a él... pero sobre todo a ella. Apreciaba mucho menos que tratara de excusarse con una explicación.

-Conoces la Regla. Puede parecer difícil en ocasiones, pero no podemos ignorar la Regla por las Ordenanzas, ambas han de ser respetadas. Repasaremos los Diálogos entre San Benedicto y San Macharius.

Lo que probablemente quisiera decir que se los haría copiar o recitar hasta que las manos o la garganta quedasen exhaustas. Creaba carácter, memoria muscular y ayudaba a recordar los preceptos que había olvidado. Continuó leyendo su volumen.
 

Cargando editor
29/04/2019, 00:35
Karl Tannhäuser

El Sargento prestó atención no sólo a las palabras, si no a los ademanes de su tropa. El verbo decía mucho, pero el cuerpo más, sólo había que saber leerlo. Captó quien era más rebelde, quien obedecería sin dudarlo, a quien habría que tener vigilado...y mucho más. Conforme hablaban, el propio grupo creaba subgrupos, interrelaciones de superioridad, necesidad o mansedumbre, dependiendo del carácter de cada uno.

Pero había una cosa que todos parecían tener claro desde el minuto cero, y asintió mientras pensaba en ello congratulándose de no tener que tomar medidas disciplinarias con nadie que bajaran la moral de la tropa. Todos asumían que él era el líder, quien dispensaría órdenes, castigos y recompensas. Su palabra era ley para ellos, y así debía ser desde el principio, incluso con el pater o el adeptus mechanicus, ambos asignados a su escuadra y bajo su mando. Sabía que eso estaba claro dentro del Imperio, algo que en su antiguo mundo sin la presencia de la mezcla de razas era algo automático y de sentido común, pero ellos no eran una "hornada" de soldados normal, las circunstancias de su reclutamiento eran muy especiales, por lo que no había tenido más remedio que tantear el terreno. Pero era curioso como la vida te ponía en tu sitio con más rapidez de la que podías llegar a pensar. Claro que para "unir" tantas razas enemistadas por siglos y siglos de contiendas había sido necesario una incursión del Caos y la destrucción de su mundo, algo que había dejado tocados a todos los supervivientes, anhelando tener algo a lo que volver a lo que llamar "hogar". El Sargento no era una excepción. Por otra parte, ellos para él eran ahora sus hombres, los últimos de Drovelia, y no habría más a menos que sucediera un milagro, uno del que se había hablado en susurros durante el transporte. 

- Veo sabiduría en vosotros, soldados. - dijo, mirándolos uno a uno a los ojos, transmitiendo con su mirada el entendimiento que todos los que habían sobrevivido tenían para contra aquel maldito bastardo de Inquisidor. Vio el fuego en sus miradas, y supo que en aquello, estaban todos de acuerdo. - Como decís, tenemos elección, elección de luchar por el Emperador - dijo, obviando al Inquisidor - de demostrar que somos dignos de tener nuestro propio Comandante en Jefe - aquí todos sabían a qué se refería -  y quizás, sólo quizás, de ganarnos con nuestros actos la recompensa de un nuevo mundo, uno donde prosperar de nuevo. Yo pienso luchar por ello. - todos los soldados necesitaban una esperanza, algo por lo que luchar, inclusive él y ésto era algo tan bueno como cualquier otra cosa, quizás mejor inclusive que cualquier otra cosa - Y sí, no dejáis de tener razón, las disputas internas nos llevaron a donde llegamos, y ahora tenemos una nueva oportunidad... maravillosa. - la sonrisa con la que lo dijo desmentía cualquier atisbo de positividad en la última palabra, de fría y despectiva que fue. 

- Bien. Miraros los unos a los otros, ahora estos son vuestros nuevos hermanos, amigos y compañeros. Por ellos lucharéis, cagaréis, comeréis y dormiréis, y probablemente moriréis. Dado que me gusta pensar que han sobrevivido los más aptos, voy a dar por hecho que no habrá disensiones ni conflictos entre mi tropa, pues no lo voy a permitir. Lucharemos como una unidad bien engrasada, ganaremos gloria y honor, y llegaremos más allá de nuestro deber, pues así lo quiere el Emperador.

No hacía falta amenazar, ni siquiera nombrar los castigos a los que se les podría someter a una sola orden suya, tras los entrenamientos e instrucciones recibidas, todos tenían claro que en el Imperio no se andaban con chiquitas con las insubordinaciones y los traidores. Como el soldado Assad había resumido perfectamente, ninguno de ellos estaba cómodo allí, pero no les quedaba otra que obedecer y pervivir, acostumbrarse unos a otros o todos serían castigados. Tenían algo en común, algo poderoso. Todos provenían del mismo mundo, devastado por la ambición de un hombre, y muy probablemente, la mayoría compartirían el mismo sueño que tenía el Sargento y muchos otros, algo que había sido un run-run mientras viajaban por el inmaterium. Los supervivientes querían tener de nuevo un mundo propio.  

Su misión, como Sargento, era dirigirlos en el combate cuando las órdenes fueran recibidas, realizar las misiones asignadas y volver para empezar de cero de nuevo. 

Miró de nuevo a aquellos hombres y mujeres y no pudo evitar hacerles una promesa. - Yo, el Sargento Karl Tannhäusser prometo que si me seguís fielmente, haré todo lo posible para devolveros con vida y haceros llegar a ése mundo. - no hacía falta añadir más. Si por algo había sido conocido entre sus hombres en Drovelia, era por su valor, arrojo, palabra y honor. Se dejaría los huevos por ellos, si ellos le correspondían. 

 

Notas de juego

Me he basado "un poco" en cierto comisario, pero es que me apetecía y creo que pega y queda bien.  :3

Cargando editor
29/04/2019, 10:38
Ibn Sina

Ibn Sina no había abierto la boca desde que se habían desplazado a aquel lugar. Como todos echaba de menos su hogar, la libertad de las llanuras de sal, pero sabía que eso había quedado atrás. El maldito archienemigo, apoyado por las naciones de algunos de los presentes, se había encargado de ello a conciencia. Sin embargo, si esa gente seguía allí, es porque se habían considerado leales, algo que no era poco al "mando" de un Inquisidor hecho y derecho, así que aquello debía quedar atrás.

Por eso, en lugar de hablar, escuchó y observó. Las palabras y gestos iban volando entre el grupo, pero sinceramente, no tenía prisa por significarse. Eso era algo que compartía con su auxiliar y amigo: todo tenía su tiempo y su lugar, y las respuestas rápidas solían conllevar errores rápidos. Además, había más cosas que sus compañeros allí. El olor. Otros grupos. Ese desgraciado al que estaban sacando sus compañeros del bar, incapaz de caminar por sí mismo debido a una terrible melopea. Aquello hizo al sanitario apretar los labios con disgusto: si seguían así, el "licor" de aquel lugar iba a acabar lo que el enemigo empezó en Drovelia. 

-Creía que fueron los herejes los que nos llevaron allí-replicó con una sonrisa torcida a las palabras del sargento, y cierto tono ácido... Pero también con una nota de humor. Al fin y al cabo, salar las heridas era algo reservado para los enemigos-aunque estoy seguro de que funcionaremos juntos. De un modo u otro-añadió, para después olisquear el aire con desagrado-todo este mundo apesta y no tiene nada de la pureza del desierto. Además, estoy bastante seguro de haber identificado siete elementos potencialmente letales, siendo uno de ellos el matarratas que se bebe aquí. Les aconsejo tenerlo en cuenta. 

Cargando editor
01/05/2019, 08:04
Omaima

Omaima escuchó como la conversación se iba dando pero no quería aportar mucho. Sus ojos sobre todo se paseaban entre la pareja de sacerdote y pupila. La copilota de Safwan se mostraba silenciosa, quizás hasta tímida, pero el discurso del sargento Karl la hicieron sonreír ampliamente, para ella las rencillas deberían quedar atrás para que todos tuvieran una oportunidad de sobrevivir y aceptar los retos venideros, pero no se engañaba, sabía que las viejas rencillas enquistadas en la genética de todos podrían aflorar en algún momento u otro - Que se haga su voluntad - dijo en un leve pero perceptible hilo de voz, haciendo clara referencia al Dios Emperador. 

Cargando editor
01/05/2019, 08:09
Helga

Nadie se había dado cuenta, pero la operadora de radio no estaba ahí sentada y su ausencia se hizo notar cuando de pronto apareció cargando una pesada bandeja con un vasito pequeño lleno hasta el borde de un liquido transparente parecido al agua, al menos, en su falta de color, pues conforme lo fue dejando sobre la mesa, la peste a aceite destilado inundó el lugar - ¡ja! - se jactó de su habilidosa maniobra - uno para cada uno - comentó con obviedad cogiendo su vaso - ¡Vamos! ¡Bebamos para celebrar que estamos vivos para vengar a los muertos! - alzó el vaso de chupito esperando que todos la acompañarían. 

Cargando editor
01/05/2019, 19:23
Safwan Assad

No todos habíamos hablado cuando las bebidas solicitadas por Helga llegaron a la mesa, este podía ser un momento de unión o un simple paripé en cuanto a los lazos que podíamos tender entre unos y otros, la cosa es que no sería yo quien tuviese que mantener al grupo unido. Tiendo la mano hacia el vaso que tengo ante mi. - En el manual sobre este sitio, dice que esto es ligeramente superior al desengrasante de vehículos. ¿Podemos quedarnos ciegos, Ibn Sina?.

Cargando editor
01/05/2019, 21:03
Darya Gólubev

Darya escuchó cada palabra, cada resoplido, y cada nota musical que salía del frotar del arco de Jean. Escuchó taciturna hablar a cada uno de los presentes, pero no pudo evitar enarcar la ceja con las palabras del sargento, mas no dijo ni una palabra, no era su competencia juzgar si las palabras escogidas por otra persona eran las más correctas o no.

- Esto sin licor se hace infinitamente más aburrido. - Pensó con cierto... ¿Abatimiento? - Hemos perdido demasiado y no reconozco ni una de las caras de quienes están a mi alrededor. Que el licor haga su magia.

Se giró hacia Helga y con un rápido movimiento, cogió la copa de licor que ésta le tendía y miró a cada uno de los desconocidos con quien tendría que pasar quién sabe cuánto tiempo, la alzó despacio y se decidió a abrir la boca para intercambiar sus primeras palabras.

- Brindemos, compañeros.

 


 

Cargando editor
02/05/2019, 10:00
Ibn Sina

-Sí tenemos suerte, sí-replicó el sanitario, empujando con un dedo la copa sobre la mesa para alejarla de él. Al menos uno de los miembros de la escuadra debía mantenerse lo suficientemente sobrio para actuar en caso de accidente. El primer candidato era, por supuesto, él mismo. El que más posibilidades tenía de saber evitar que alguno de sus compañeros se ahogara en su propio vómito. 

Cargando editor
02/05/2019, 17:17
Petrov

Petrov se acercó en silencio y cogió su vaso listo para brindar con el resto. El Kestanita era silencioso como un gato, una persona un tanto apartada, aunque su lealtad era más que conocida por muchos. Petrov se sentó al lado de su compañera Darya, a la cual prestaba apoyo en combate desde la formación del regimiento. Esperó a que los demás hicieran lo propio buscando que el brindis fuera dado por todos, aunque el comentario del sanitario provocó que esbozara una sonrisa.