Esta partida está en revisión. Si el director no da señales de vida o es aprobada por un cuervo será borrada esta noche
- Vamos niña, date prisa, ¡no hagas esperar a los soldados!
La abadesa que se había encargado de tí durante todos tus años de reclusión parecía excitada y temerosa por partes iguales. Te había cuidado para ser la perfecta mujer de un líder Romano: sumisa, inteligente y con una capacidad envidiable para adelantarte a los acontecimientos. Estaba muy orgullosa de tí, y supones que está inquieta porque desconoce qué clase de hombre ha enviado a toda una guarnición romana a buscarte.
- Me han dicho que vive en Hispellum, en la región de Umbría. Y que es rico... ¡rico, muchacha! Si sumas tu inteligencia a la fortuna de ese hombre, ¿quién sabe qué os deparará el futuro?
Se movía de acá para allá, arreglando tu cabello y tu discreto vestido. Debías de parecer perfecta.
Melitta no sabía como sentirse. Por una parte, feliz, de poder salir de allí. No se debía malinterpretarla, estaba sumamente agradecida por haberla cuidado todos estos años. Pero a pesar de su disciplina, seguía siendo un espíritu libre enjaulado en ese cuerpo que por fin veía las puertas abiertas. Sin embargo, por otro lado, estaba ese hombre con la que contraería matrimonio. Ni se imaginaba que tipo de hombre podía ser. Tal y como lo había descrito la abadesa debía ser toda una suerte, pero aún así, temía que hubiese un lado oscuro. Ella aún era virgen y sabía las consecuencias de traer matrimonio.
Sin embargo, ya había sido preparada y sabía afrontar su destino.
Sí, señora. Sólo pudo responder, agachando la cabeza y dejándose preparar con una neutra expresión en su cara.
Cuando la abadesa termina de arreglarte, cruzáis casi volando los silenciosos pasillos del monasterio. De camino, echas un vistazo a todos los rincones que conoces de memoria desde hace años. El pozo, el huerto, cada estatua y cada columna, todo está grabado a fuego en tu cabeza. ¿Cómo será el lugar al que vas? ¿Podrás salir, pasear, disfrutar de la luz del sol? ¿Cómo será él?
Cuando llegáis a la puerta, cerrada a cal y canto, la abadesa se toma un último respiro para mirarte. Distingues lágrimas en los ojos que no duda en enjuagar rápidamente con el dorso de la mano.
- Te voy a echar de menos, pequeña - dice, con la voz entrecortada - y ahora vamos... hay que mostrarte deslumbrante...
Empuja las puertas, y por unos segundos, escuchas unas voces que se cortan de inmediato cuando aparecéis en el dintel. Un grupo de soldados romanos, pertrechados para el combate, miran al frente, y un gigantesco tipo con la cabeza afeitada y gesto criminal, que se encuentra entre ellos, te mira de arriba a abajo. Por un minuto, temes que ese hombre sea tu marido, porque la maldad que hay en sus ojos es antinatural.
Pero de repente, con gesto sumiso, ves que el gigante agacha la cabeza, haciéndose a un lado, y muestra a un hombre de aproximadamente 32 años, moreno y con la tez tostada por el sol. Viste de riguroso blanco, pese a que el viaje ha tenido que ser agotador, y te mira con un extraño brillo en los ojos.
La abadesa tira de ti suavemente, dirigiéndose entre los romanos hasta el tipo que te espera con una levísima sonrisa en el rostro.
- Melitta, supongo - dice Gaio Petronio - Es un placer, mi señora.
Y por primera vez desde que tienes memoria, un hombre agacha la cabeza ante tí a modo de saludo.
Ella responde con otra reverencia, tal y como le habían enseñado. Educada y cogiendose el vestido, agachandose lo justo. Perfecta. Vuelve a levantar la vista y ofrece una de sus sonrisas más encantadoras, asintiendo. Tal y como le habían enseñado.
El placer es mío, mi señor. Dice con el mismo respeto. Bueno, almenos, a simple vista no parecía un mal hombre. Eso sí, algo mayor que ella, pero eso era lo de menos.
Dirige una última mirada a la abadesa. La echaría de menos. Echaría de menos todo eso. Pero había llegado la hora de salir del nido y volar por ella misma.
El viaje hacia la ciudad de Hispellum, donde residirías a partir de ahora, fue silencioso, y en ningún momento Gaio te dirigió la palabra, salvo en contadas ocasiones para preguntarte si estabas bien o querías algo de beber. Se le veía un hombre seguro de sí mismo, que confiaba en que todo saldría tal y como tenía planeado. En todo momento, el gigante que viste a la salida, que respondía al nombre de Pinarius, se mantenía cerca de su señor. Sus ojos malvados no se volvieron a posar sobre tu figura.
Dos semanas después de llegar a Hispellum, y habiendo tenido tiempo suficiente para aclimatarte, se celebró vuestro enlace. Fue en una pequeña capilla en honor a Júpiter, donde sólo estuvísteis vosotros dos y el Sacerdote. Parecía casi un trámite, una obligación.
Llegaste a intuir que Gaio se casaba contigo porque no tenía otra opción.
Durante todo el tiempo desde que habíais llegado al Ludus, Gaio apenas cruzó palabra contigo, llegando incluso a dormir separados. Te planteaste si sus preferencias eran otras, pero tampoco veías que posara sus ojos en ningún esclavo. Las pocas veces que te miraba directamente, veía un brillo extraño, una sonrisa que desconocías. Nunca nadie te había mirado así.
Un mes después del enlace, cuando la luna llena brillaba en lo alto, te pidió permiso para dormir a tu lado. Tú, temiéndote que el momento adecuado había llegado, empezaste a desnudarte para él, momento en el cual él se acercó rápidamente a tí, tomándote de los brazos suavemente, y con el rostro cargado de lo sientos y perdónames, te ayudó a subirte nuevamente las ropas.
- Sólo quiero dormir a tu lado, si me lo permites.
Melitta no se sentía como había pensado. Todo era muy bonito, y los esclavos atentos, así como también su esposo. La boda fue de lo más normal, para nada lo que una soñadora como ella se había imaginado. Pero aún así, aceptó y quedó unida a ese hombre para siempre.
Confusa como estaba por no consumar el matrimonio, sufría noche tras noche, preguntándose cuando entraría en su alcoba pidiéndole los derechos que tenía. Esa noche llegó, pero tan solo le pidió dormir a su lado. Ella confusa, se aguantó el ropaje para cubrirse lo mínimo, aún suelto.
Pero mi señor... Dijo con máximo respeto. Aún no sabía cómo llamarle. Ya se había hecho a la idea, y casi lo sentía como una obligación. Sentía que estaba haciendo algo mal. La confusión se reflejó en su cara.
Una sonrisa conciliadora surcó el rostro de Gaio, que con delicadeza te ayudó a sentarte en la cama, tomando tu mano con suavidad.
- Mi señora, me temo que os estoy inundando de preguntas, y creo que os merecéis algunas respuestas. Desde que contrajimos matrimonio, reconozco que mis quehaceres y tareas me han mantenido muy ocupado, pero no es esa la razón de que me aleje de vos y vuestro lecho.
Se le notaba nervioso, con un nudo en el estómago.
- Veréis, mi señora - te sorprende tanta formalidad en un hombre tan poderoso - Nunca surcó mi mente el pensamiento de contraer matrimonio. Pero en mi posición, un hombre que no tenga mujer es observado con recelo. Y no pretendo quedarme en Hispellum para siempre.
Se levantó, llevándote consigo, y te mostró la luna en el cielo, que brillaba con fuerza.
- Quiero ver Roma, la Cuna del Imperio. Y quiero que mis Gladiadores asombren hasta el mismísimo Emperador. Para ello, debo ser un Romano clásico, con su linaje, su matrimonio, y su descendencia.
Luego te miró a los ojos, apasionados y emocionados por la imagen que sólo él veía en su mente.
- Pero desde que te conocí en la puerta de aquel monasterio, quede petrificado... por ver una criatura tan pura, tan dulce y... que me maldiga Venus ahora mismo si miento... tan divina - dijo, pasando con la mano temblorosa sus dedos por tu mejilla - Me aterra enormemente arrebatarte tanta pureza, mancharte con estas manos que con tanta sangre se han impregnado. Pero a la vez no soporto estar lejos de tí.
Se alejó, como si estando cerca de tí pudiera lastimarte, y volvió a hablar.
- Soy la mitad de hombre cuando tú no estás, y varias veces uno cuando tu piel roza la mía.
Melitta se queda sorprendida cuando su esposo le cuenta sus aspiraciones y sueños. En parte, eran compartidos y lo tenían en común, pues ella también deseaba ver Roma. Y si algo le habían enseñado en el monasterio, es que el matrimonio era para siempre y debía amoldarse a su nueva vida ahora. Se lleva una mano al pecho, cuando Gaio decide sincerarse al alejarse de ella. Además de ser un hombre seguro de si mismo, resultaba tener sentimientos.
Se acerca a él y le coge del brazo con delicadeza.
Pero estoy aquí... no me voy a ir a ningun lado... Le dice con una sonrisa. Gaio tenía aspecto de ser solitario. Y también estaré aquí cuando quiera tomarme, pues soy una esposa cumplidora. Dice bajando la mirada, algo más avergonzada.
- Trátame de tú, por favor - respondió Gaio con los ojos brillantes a causa de la emoción que sentía - ¿Entiendes ahora por qué no me siento preparado para tomarte? Lo deseo, y a la vez me aterra...
Se le veía confuso, aterrorizado. Era increíble pensar que ese hombre en apariencia tan frágil, era capaz de tener dominados a asesinos implacables que dormían a apenas una veintena de metros de distancia.
- Por ahora lo único que puedo permitirme es dormir a tu lado - dijo, acariciando tu mejilla nuevamente - Y Melitta, quiero que cuando suceda, sea porque ambos lo deseamos. La esposa de Gaio Petronio no será una objeto de decoración.
Notaste cierta dureza en sus palabras, pera era una dureza que te hacía sentir dichosa, porque ese hombre te acababa de decir que contaría contigo como una igual, una aliada, una amiga.
Melitta le regala una dulce sonrisa como recompensa. Le estaba agradecida por la comprensión. Quien sabe, quizá con el tiempo llegaría a amar a aquel buen hombre.
Asiente y se dirige al lecho, ya para nada nerviosa, pues sabe que Gaio la respetará y que simplemente dormirán. Se sienta y espera a que su marido se acueste a su lado, para ella también acostarse. Buenas noches. Dice con respiración tranquila.
A esa idílica noche le siguieron muchas más, y con el paso de los meses, Gaio te iba haciendo más y más partícipe del negocio que poseía.
Debido a tu inteligencia, no te costó comprender los movimientos de dinero que implicaba mantener un Ludus. Los gladiadores, la alimentación, el agua fresca, y los lujos que Gaio insistía en tener: la casa reluciente, las mejores galas para tí, y una pequeña reserva de dinero que aumentaba mes tras mes para alguna emergencia.
Fuera del lecho y la intimidad, Gaio era un hombre serio, duro y justo. Trataba bien a sus gladiadores, pero tú sabías que Modius, el Doctore, el responsable de entrenarlos, tenía unas órdenes muy claras. Los luchadores de Patronius debían de ser los más despiadados, crueles y sanguinarios, porque así se llamaba la atención del pueblo.
También aprendiste que Gaio tenía un rival en Hispellum, la Casa de Ityopp. Tu marido pugnaba constantemente con él por poseer los mejores gladiadores y las mejores victorias. Unas veces ganaba, otras perdía, pero siempre se guardaba sus sentimientos para tí.
Sólo mostraba flaqueza ante su esposa.
Poco a poco Melitta fue sintiéndose más cómoda en la que sería su nueva casa y su futuro hogar de ahora en adelante, en el que era consciente que pasaría el resto de su vida y en la que criaría y vería crecer a sus hijos. Ya se había resignado y la verdad, es que no sabía si llegaría el día en que pudiese entregarse a su marido con sinceridad. Tampoco sabía cómo decirselo. De momento, parecían estar bien así, conociéndose. Ella era bastante transparente, y era igual dentro y fuera de la alcoba. Sin embargo, había descubierto que Gaio era mucho menos severo en la alcoba y con ella en la intimidad. Eso le producía un sentimiento de aceptación, pero aún así, no acababa de sentir algo más que pura admiración y cariño por él. Sin embargo, estaba segura, que con el paso de los años, acabaría sucediendo. O eso se decía a ella misma.
Siempre que Gaio tenía que salir a la ciudad y no te pedía expresamente que le acompañaras, cosa que sucedía muy pocas veces, la curiosidad te llevaba a pasear por las instalaciones, seguida de cerca de tus esclavas personales.
Comprobaste cómo tu marido tenía muy férreamente vigiladas y separadas las zonas de Gladiadores de la Casa en sí, con soldados romanos que guardaban la compostura hiciera frío o calor. Un hermoso jardín, oculto a la vista de ojos indiscretos, decoraba la parte trasera, y te recordaba al monasterio. A menudo pasabas horas allí, contemplando alguna estatua o asombrándote con los mosaicos de paredes y suelo.
Gaio no te prohibía pasear por ningún lado, pues consideraba que la Casa era tanto tuya como suya, pero sí te pidió por favor que no te acercaras a un pequeño cuarto que había cerca de las celdas de los esclavos. No te dio ninguna directríz más, pero un destello extraño surcó su mirada al pedírtelo.
Aparte de eso, la vida era tranquila. El hombre de confianza de tu marido, Modius, te trataba con humildad y respeto, aunque distinguías en su mirada que era un hombre muy inteligente. Antiguo gladiador, había tomado el puesto de Doctore tras sufrir una grave herida en una pierna, razón por la cual cojeaba frecuentemente.
Aproximadamente un año después de contraer matrimonio, y sin haber consumado aún, llegó a vuestros aposentos y carraspeó.
A no ser que quieras rolear algo más, por mí hemos terminado.
Me gusta el rol, así que podemos alargarlo cuanto quieras.