Partida Rol por web

Ledoma no baja la guardia ni un instante, si tiene que actuar su primer movimiento será ponerse a salvo del ataque de Asceltis y eliminar al segundón para que no pueda contar con la ventaja de la superioridad numérica… pero todavía no ha llegado el momento de matar.

- Tiene mucho mérito que vuestra organización haya logrado infiltrarse en Uldholm sin que el Gremio tuviera constancia de vuestra existencia… – hace una pausa teatral y continúa – Demasiado, si quieres que te sea sincero, como para creerme que no tenéis un pié dentro de la organización, así que no intentes engañarme con la monserga de haber capturado a un pobre aprendiz aislado…

No sabe cuánto tiempo más podrá alargar esto, pero debe extraer el máximo de información:

- Mi querida Asceltis, has demostrado que conoces muy bien nuestro Gremio al identificarme por mi nombre nada más irrumpir aquí, así que no pretendas hacerme creer que no tienes nada que ver con la ambiciosa jugada política que se está poniendo en marcha en estos momentos ¿Qué pretendéis conseguir con esto?

Escuchas una suave risa debajo de la máscara.

- ¡Oh! No tan bien como me gustaría, creéme - contesta. - Y, bueno, para bien o para mal, sí habéis tenido noticias de... ¿cómo lo has llamado?... nuestra organización. Al fin y al cabo, tus compañeros han tratado de infiltrar a sus aprendices entre mi gente.

Se encoge de hombros y aprovechas para mirar un momento más la sala. Hay un par de antorchas en cada una de las paredes, lo que hace que las sombras se proyecten hacia el centro de la habitación. Sin duda, Asceltis ha escogido su posición para quedar de espaldas a la luz mientras mantiene una clara visión de los rostros de sus interlocutores, pues está aproximadamente a un par de metros de cada una de las antorchas del muro que tiene detrás.

- Por otro lado, tampoco era difícil identificarte. Has estado preguntando por mi, lo que me llevó a investigar un poco al Rey Sombra y descubrir su verdadera identidad. Teniendo en cuenta que mi joven aprendiz debía evitar que mi nombre te fuera revelado, - de nuevo fulmina con la mirada al joven al que has seguido hasta aquí - era fácil suponer que le habías seguido. ¿No crees?

Vuelve a apoyar su silla y sentarse normalmente.

- Sin embargo, ya que estás aquí, podemos aprovechar la ocasión para charlar un poco, si te parece bien. Dime, maestro Ledoma, ¿por qué me buscabas?

Consciente de que está jugando una partida peligrosa en la que la desinformación es la baza principal, Ledoma se esfuerza por sacar el máximo provecho mientras la cosa dure…

- ¿Cómo podía no buscarte cuando has entrado en mi territorio? No me negarás que habéis estado tras los atentados sufridos por el grupo de la Maestra Svetlana, más allá de la tosca jugada de emplear a ese torpe dindavara conocido como Mark – mientras conversamos me esfuerzo por dilucidar algún posible acento extranjero en la modulación de su voz – Reconoce que estos últimos días no habéis sido muy discretos… ni tampoco demasiado eficaces…

Tanteo con una sutil provocación para ver cómo reacciona, si se siente herida en el orgullo. Jugando al límite, como siempre, pero intentando no pasarme. Todavía no.

Gira ligeramente la cabeza y se encoge de hombros.

- ¿Mark? Ese plebeyo dindavara actúa prácticamente en solitario... Por supuesto, acudió a mi para pedirme cierta información, que estuve encantada de venderle, pero sus fallos no me conciernen realmente. De hecho, incluso podría considerarlos una victoria, ya que han servido para despistar aún más a esa maestra Svetlana. - Se inclina ligeramente hacia adelante e instintivamente tensas los músculos preparándote para un ataque. Ves un ligero brillo en su mirada mientras recupera su posición originial. - ¿Sabes que uno de los vuestros estuvo hablando con Ilsa en los tejados? Es imperdonable que vuestro Gremio permita que cualquier maestro hechicero conozca su existencia...

Mira por encima de tu hombro, hacia el chico embozado al que seguiste hasta aquí.

- Sin embargo, estoy de acuerdo en que algunos no han sido todo lo eficaces que deberían en los últimos días - dice en un tono que augura un severo castigo y se queda en silencio, pensativa.

Un escalofrío recorre súbitamente tu espalda. ¡Hechicería! Te levantas rápidamente de la silla cuando súbitamente se apagan todas las luces de la sala, dejándola sumida en la más absoluta oscuridad.

- Es tu última oportunidad para cumplir tu misión - escuchas a Asceltis. Pero sabes perfectamente que no se está dirigiendo a ti, sino al asesino que acabó con la vida del soplón.

Hay muchos cabos sueltos en esta conversación de los que debería estirar, pero todo se interrumpe súbitamente cuando Asceltis activa la magia y se hace la oscuridad.

Esto no me lo esperaba, debo admitirlo… desconozco si ha empleado su maldita hechicería para apagar las antorchas que iluminaban la estancia o para cegarme a mí, así que recurro a mi habilidad de Contrahechizo, al tiempo que me repliego en un movimiento defensivo hacia uno de los rincones de la estancia, esforzándome en no hacer el más mínimo ruido que delate mi nueva posición, si es que realmente todos estamos luchando a ciegas.

Y entonces llega el momento de matar. Porque si esta vanidosa mujer espera que su aprendiz se redima a sus ojos con mi defenestración, o lo ha sobrevalorado a él, o no me ha considerado adecuadamente a mí. Tanto en un caso como en otro, pronto va a tener ocasión de lamentarlo…

Lo más probable es que haya decidido moverse hacia la salida más próxima, para permitir que su lacayo haga el trabajo sucio o sucumba a su propia incompetencia... pero me temo que no le va a resultar tan fácil escapar del Rey Sombra. El problema es que no sé por dónde abandonará la estancia, seguro que hay salidas ocultas aparte de la escalera por la que yo he descendido. Así que priorizo mi ataque sobre el punto del que proceda algún sonido chirriante o alguna corriente de aire debida a una compuerta que se abre, confiando en alcanzar a Asceltis.

Y por supuesto me guío por mi capacidad para presentir la magia, tanto como por todos los demás sentidos aguzados por el más puro instinto de supervivencia, a la hora de desatar mi letal ataque sin piedad alguna.

Saltas a un lado, empujando la silla para que el ruido que hace al caer oculte tu movimiento. Las dagas aparecen en tus manos casi por arte de magia y te agazapas para concentrarte en tus sentidos interiores. La fuente de magia se ha esfumado, pues sin duda el hechizo estaba destinado a crear la oscuridad en la sala. Sin embargo, tus agudos sentidos mágicos aún son capaces de detectar el origen del conjuro, fijo en el suelo al lado de donde se encontraba Asceltis. Sin duda ha utilizado un pequeño artefacto para apagar los fuegos de la sala, pero tu capacidad para detectar la magia no te servirá para localizarla en la oscuridad.

Por suerte para ti, la maniobra de la mujer ha cogido a sus hombres igual de desprevenidos que a ti mismo. El enmascarado que tenías detrás sólo parece reaccionar cuando tu silla golpea el suelo y escuchas el sonido de una daga saliendo de su funda. Tratas de agudizar el oído, intentando seguir el movimiento de Asceltis y del otro hombre que estaba a su lado, pero no consigues localizar a ningún otro.

El asesino tarda en reaccionar, pero cuando lo hace se mueve como alguien que está entrenado para matar. Alguno de tus aprendices, de hecho, podría aprender bastante de este tipo. Ignorando el golpe de la silla al caer, se lanza en tu dirección, lanzando un largo tajo con la daga. Es un movimiento burdo, carente de toda precisión, pero sin poder localizarte en la oscuridad es probablemente la opción más práctica. Escuchas el silbido de su filo cortando el aire en dirección a tu pecho y sabes que puedes tener un problema si no consigues esquivarlo.

Sin embargo, ansioso por acabar rápidamente con tu vida aprovechando la sorpresa, el chico comete un error de principante. Ataca con todas sus fuerzas, quedando ligeramente desequilibrado y, por tanto, incapaz de reaccionar ante cualquier movimiento de tus cuchillos.

Oligis Ledoma realiza una feroz y brutal danza de muerte en la oscuridad, esquivando la puñalada de su enemigo y lanzando precisos ataques que se guían tan sólo por las corrientes de aire y el sonido que provoca su rival al moverse...

Oligis Legoma, todo un Maestro del Gremio de los Asesinos de Uldholm, se siente ofendido por la pretensión de convertirlo en la presa propiciatoria que confirme las habilidades de un neófito para ascender en la extraña organización extranjera a la que ahora se enfrenta. Si bien alberga serias dudas acerca de esa condición de “ajeno” para calificar al misterioso grupo al que pertenece Asceltis… pero de discernir todo eso ya se ocupará más adelante.

La cuestión ahora es que merecen una lección, un inmediato correctivo a su impertinencia.

Y lo administra de forma inmisericorde sobre el majadero que pretende degollarle amparándose en la oscuridad. Precisamente a él, al Rey Sombra. Vamos hombre…

Cuando avanza precipitadamente hacia su posición, dejándose llevar por la premura y el ansia del novato para acabar rápido con su objetivo, Oligis no puede evitar sonreírse internamente mientras se agacha en silencio, haciéndose a un lado e interponiendo su propia daga en la trayectoria. Ni tan sólo se molesta en emplear la daga izquierda, embadurnada en veneno, pues sabe que con el impulso y la oscuridad que impide preverlo la herida será mortal de necesidad. Interpone el filo justo a la altura de la garganta del atacante, guiándose por el levísimo jadeo que emite al lanzarse a fondo… y permite que su propia inercia haga todo el sucio trabajo. No era malo, eso se lo reconoce. Pero debió escoger mejor su objetivo en lugar de lanzarse a por alguien que estaba obviamente más allá de sus capacidades.

Ahora, como ha sido desde el principio, el verdadero objetivo es Asceltis…

El cuerpo de tu oponente cae inerte al suelo y te agazapas para poder dirigirte rápidamente en cualquier dirección en la que escuches un sonido. Sin embargo nadie parece moverse en la habitación.

Esperas un momento y finalmente oyes un extraño ruido, como si dos objetos rugosos rozasen entre si al otro lado de la habitación. Te mueves en silencio hacia allí, cuando una chispa de luz ilumina un instante la sala. Casi deslumbrado, reduces tu velocidad para ponerte en posición defensiva, pero a penas un segundo después, acompañando el ruido con otra chispa, se enciende una antorcha.

Ante ti, se haya el otro asesino, que parecía actuar como guarida de Asceltis, pero no hay ni rastro de la mujer. En sus manos sujeta la antorcha y te das cuenta de que no se ha movido en absoluto desde que se apagaron las luces. Te mira con atención, dispuesto a defenderse de un posible ataque.

- Gracias por acabar con él - dice señalando al cadáver del suelo. - Debía recibir un castigo por sus errores y tú eras el más indicado para hacerlo. Asceltis estará agradecida. - Evidentemente, omite decir que, si por casualidad hubiera sido él quien terminase con tu vida, el pobre desgraciado habría solventado su error.

El Maestro Ledoma susurra con voz queda mientras se mueve con celeridad:

- Yo también quedaré muy agradecido cuando tenga oportunidad de interrogarte con tranquilidad - comenta con tono burlón - Hay demasiadas incógnitas en el aire y sinceramente, no sé qué hubiera hecho sin tu colaboración, gracias por quedarte...

Y lanza una puñalada con la daga izquierda que aún conserva restos de la pasta de Monkeydrop.

El hombre reacciona rápidamente echándose a un lado y mientras te lanza una torpe estocada con la antorcha. Había preparado el movimiento, imaginando que las cosas no acabarían en una amistosa conversación, pero no había contado con tu velocidad.

Fintas con la daga derecha, forzando al encapuchado a esquivar hacia el otro lado, lo que sólo lo lleva a encontrarse con tu daga envenenada clavada en su torso. Te acercas a él y giras la muñeca, haciendo que suelte un gemido de dolor. Con una sonrisa sádica, esperas que el veneno surta efecto lo antes posible.

El veneno empieza a recorrer implacablemente el flujo sanguíneo del asesino, desde el filo de la daga incrustada en la herida de su costado... Impulsado por los latidos de un corazón acelerado por el miedo, llega a sus músculos y empieza a ejercer su efecto. Y poco a poco va percibiendo, con la desesperación de lo inevitable, como su cuerpo se paraliza. En unos instantes cae al suelo babeando y farfullando una queda maldición.

Entonces el Maestro Ledoma recoge la antorcha y se cerciona minuciosamente de que no hay más amenazas potenciales en el cochambroso refugio de ladrones... luego carga el cuerpo de su víctima, no sin esfuerzo, y lo arrastra al exterior, hasta un callejón discreto, intentando asegurarse de que nadie le ha seguido. Entonces lo deja atado de manos y piés, pues toda prudencia es poca, y lo cubre con restos de basura para ocultar su presencia.

No puede permitirse fallos.

Avanza raudo hasta otro callejón en el que abandonó una pequeña fortuna en otro envenenado con objeto de recuperarlo lo antes posible... y de paso busca a uno de sus contactos para que dé aviso a sus hombres. Deben ayudarle a transladar un pesado cuerpo hasta uno de sus refugios seguros. Y deben hacerlo con discrección...

Allí piensa pasar un tiempo en las salas de interrogatorios, con todas sus herramientas... le espera bastante trabajo.

Llegas corriendo al callejón donde se había quedado tu oro, pero está completamente vacío. No hay ni rastro del cuerpo del soplón ni del oro. Maldices un momento tu suerte, pero al fin y al cabo estás en la Periferia, y no precisamente en su mejor zona. Lo más probable es que hayan cogido el oro y todo lo que llevaba tu confidente encima y hayan tirado el cuerpo a cualquier pocilga para que los cerdos se coman hasta los huesos.

Haces llamar a tus aprendices y corres de vuelta al lugar donde dejaste atado al hombre de Asceltis. Por un momento temes que no esté allí. Al fin y al cabo ha sido bastante confiado por tu parte dejarlo en un callejón, sobre todo habiendo perdido el rastro a la mujer al principio de la pelea.

Te acercas al lugar donde habías dejado el cuerpo maniatado. El bulto permanece en su sitio, quieto. Apartas la basura que habías acumulado encima para taparlo y el hombre sigue allí. Casi suspiras de alivio, pero hacerlo hubiera sido un tremendo descuido. Brúscamente, tu víctima abre los ojos y se impulsa con el cuerpo para darte un tremendo cabezazo en el rostro. A penas tienes tiempo para apartarte, pero aún así recibes un doloroso golpe en el hombro.

Frunciendo el ceño, mandas al hombre a dormir otra vez de una patada en la sien. Miras a tu alrededor, esperando no haber llamado la atención de nadie, pero hay poco movimiento en la ciudad a estas horas. Tus hombres no tardan en llegar y te ayudan a cargar el cuerpo hasta tu guarida.

La pérdida de la pequeña fortuna en oro que había utilizado para simular un soborno que nunca pensó pagar en realidad es un contratiempo serio… pero lo más importante es que conserva su prisionero y por tanto la oportunidad de obtener las respuestas que tanto necesita ante la amenaza que se cierne sobre su Gremio de Asesinos y tal vez sobre todo Uldholm.

Una vez en un refugio seguro y con todos sus secuaces montando guardia, el oscuro y retorcido hombrecillo conocido como el Rey Sombra deja fluir su vena más sádica, que siempre se ha mostrado infalible a la hora de obtener información. Si además disfrutas con ello, no es sino otro aliciente.

Primero ata al prisionero al potro que atesora en el sótano más profundo, un verdadero instrumento de tortura obtenido bajo mano de los mismísimos verdugos que ejecutan la justicia de los Quince Gremios. Si quieres hacer bien un trabajo necesitas material de primera.

Entonces se dirige a sus habitaciones y toma un refrigerio, se asea y cura sus leves heridas y contusiones… siempre que es posible, prefiere tomarse estas cosas con calma. Además, antes va a hacer uso de su pequeño pero bien provisto laboratorio de alquimia con objeto de preparar nuevos y terribles venenos que repongan sus existencias.

Luego, cuando su prisionero haya tenido tiempo sobrado de sopesar lo desesperado de su actual situación, acudirá para tener una instructiva conversación con él.

Le ha registrado concienzudamente y no le han dejado a solas ni un instante, pues no quiere correr el riesgo de que trate de suicidarse. Algunos tienen la lucidez necesaria para intentarlo.

Pero aquí no va a tener una salida tan fácil, ni mucho menos.

Descansas un rato, dando tiempo a que tu cautivo despierte antes de bajar al sótano a buscarle. De hecho, tú mismo deberías dormir, puesto que mañana tendrás que reunirte con la maestra Svetlana. Cuando llegas al sótano, el hombre está desnudo atado al potro de tortura. Parece despierto, pero no completamente despejado.

- Maestro - te dice Hannah que se había quedado encargada de vigilarle. - El prisionero ha despertado... Lo primero que ha hecho es tratar de cortarse la lengua a mordiscos, así que he tenido que golpearle para evitarlo.

Se agacha para coger un cubo lleno de agua (o al menos de algún tipo de líquido) y lo lanza sobre el rostro del cautivo. El hombre se sacude la cabeza y te mira con odio.

- Todo vuestro, maestro - dice tu aprendiz echándose a un lado para dejarte trabajar. Os mira atentamente, como un alumno aplicado que va a asistir a una nueva clase.