Partida Rol por web

Ah, mi hija... mi bendita Kaiho. No soy médico, ¿pero me permitís que lo intente con vuestro amigo herido?

Yugo cogió el trapo de Sacamantecas con el que intentaron taponar la herida, y se lo hechó al hombro para que no estorbara. Después de eso, puso los dedos rectos con la palma, y los introdujo en la herida causando un dolor inenarrable a Ponzoña.

Si un arma logra perforar la pared abdominal, puede desgarrar algún órgano interno. Si solo taponamos la herida externa, la interna seguirá emanando sangre y encharcando su cuerpo por dentro. La clave está en mantener la presión arterial, para que el río rojo siga fluyendo por su cauce para que ambas heridas coagulen. Ya está, he encontrado la fisura. Ahora solo es necesario esperar unos minutos para que las heridas dejen de sangrar. No te muevas mucho...

Y así quedaron. En medio de una calle, junto al cadáver de un guardia y al cuerpo inconsciente de otro, con media mano de Yugo en el interior de las tripas de Ponzoña.

Lo que pretendéis es muy peligroso, pero unos tipos duros como vosotros podrían lograrlo. Yo enseñé idiomas a Rouya, el torturador de Palacio, para que pudiera llevar los interrogatorios en cualquier idioma. Esa experiencia me aportó algo que os puede ser de utilidad...

En la plaza del mercado de esclavos, una de las casas aledañas guarda la mercancía antes de salir a la venta. Yo he paseado muchas veces por la plaza, y he visto a esclavos salir de ese edificio para subir la tarima y ser expuestos como ganado. Pero según Rouya, esos esclavos se almacenan en las mismísimas mazmorras de Palacio. Es decir, existe un túnel que lleva desde la plaza del mercado hasta los sótanos de Palacio.

Vamos... os llevaré.

Yugo pasó el brazo de Ponzoña sobre su hombro, y caminaron juntos con los dedos del Nyueng Bao insertados en su carne. Iban a paso lento. Si había un momento para ocultar a los guardias era este. Unos minutos después, estaban en el lugar en el que se torcieron las cosas, el escenario de la pelea con los origamis del Brujo. Yugo les guió a una casa sin ventanas. Bajo la hoja de su única puerta, brillaba la luz de su interior.

Es aquí, pero no puedo daros detalles del interior, porque nunca he estado. Yo puedo volver solo junto a Kaiho, no os debéis preocupar más por mí. Buena suerte.

Yugo retiró los dedos. La zona de la herida seguía ensangrentada, si Matagatos estuviese aquí, la limpiaría y la vendaría. Pero por lo menos las plaquetas habían hecho su trabajo, y Ponzoña ya no se desangraba.

Sacamantecas no se fiaba un pelo de ese preso que habían liberado. El tipo parecía demasiado alegre y dispuesto a ayudarles tras su liberación, que no había supuesto un grave problema salvo la herida de Ponzoña.

Cuando el tal Yugo se dispuso a largarse con su hija, el rufián estuvo a punto de interponerse y detenerlo. Pero se lo pensó mejor y miró a Ponzoña, Sabandija y la puta. Ahí estaban los cuatro. Un grupo con una mezcla demasiado extraña y que, por raro que pareciera, no estaban funcionando mal del todo como grupo.

Miró a Ponzoña. En ausencia de Usurero, y por el momento, seguiría las palabras del gran K'Hlata. Desvió la mirada hacia el interior de la casa sin ventanas, y se colocó junto a la puerta.

- Cuando digas. - Dijo a Ponzoña aferrando su sable con fuerza. Estaba más que dispuesto a entrar y emplear la violencia para tomar aquel sitio. Luego buscarían el pasadizo que comunicara con las mazmorras del Palacio y de ahí en adelante ya improvisarían sobre la marcha.

Afortunadamente para el dispar grupo de rescate, Yugo resultó ser un virtuoso de la medicina que logró detener la hemorragia de Ponzoña. No es que Sabandija le tuviera algún aprecio sino que necesitaba que el musculoso K´Hlata fuera pro delante para que él pudiera ir en una segunda posición, mucho más tranquila. Además el agradecido rescatado les daba un plan que les hacía regresar a la plaza donde todo se había ido al garete.¡Qué cosas! Para aquella incursión Sabandija eligió una de sus lanzas cortas, pues en lso espacios cerrados no podría usar su amado arco. Se encontraba mucho más cómodo en algo así que en una lucha a campo abierto. Nunca había tenido buena suerte y necesitaba que aquella misión, incluido el rescate de sus otros compañeros, fuera un éxito para subir un poco su moral.

- Preparado.

Se sentía levemente débil. La herida había sido peor de lo esperado y aunque ahora parecía que se enfrentaban a un primer triunfo, la batalla estaba lejos de ser ganada. 

-No sabemos qué pueda haber tras esa puerta, pero dudo que un acceso al palacio esté sin protección. Uno no entra en el cubil del león pensando que este no esté. Situémonos a ambos lados de la puerta. Se ve luz, así que es posible que haya alguien. Sabandija, llama a la puerta. Simula estar herido o lo que quieras. Incluso cae al suelo para obligar a quien pueda estar dentro a salir. Nos ocuparemos de él. O ellos. 

Unos segundos después de que Sabandija llamase a la puerta, ésta se abrió.

¿Kosho wa natari? ¿Kayuki no genzo obotashai?

La puerta se volvió a cerrar. Era como si el guardia que la había abierto hubiese mirado en dirección a Sabandija y no hubiese visto nada. Como si Sabandija fuese invisible, o como si su color de piel lo confundiese con la oscuridad de la noche. Sabandija tuvo que llamar a la puerta por segunda vez...

¡¿Wa?! ¡Toshi go kamanakiri hamushen!

Parecía por el tono de voz que el guardia se estaba enfadando. Siguió sin ver al anodino Sabandija y la puerta fue cerrada otra vez.

Vale. Vuelve a llamar, Sabandija. Pero esta vez, cuando abra, atacadle todos a la vez, porque no va a tener la puerta el suficiente tiempo abierta como para hacerle salir con engaños.

De nuevo Sabandija golpeó la puerta. De nuevo se abrió. Y el guardia cada vez estaba más enfadado.

¡Tokomotori ayusha no shizakun! ¡Aaaaah! ¡Kashamune!

Sacamantecas, Sabandija y Ponzoña metieron sus brazos y sus armas por el umbral de la puerta. Si conseguían matarle, el cuerpo caería al suelo, impidiendo cerrar la puerta. Ponzoña también sopesó la posibilidad de usar sus tácticas de hiena para agarrar al guardia y hacerle salir de un tirón. Mientras, Sacamantecas desde su ángulo veía una mesa cuadrada, con cuatro sillas, una de ellas vacía. Los otros tres asientos eran abandonados cuando los tres otros guardias que estaban allí se levantaron exaltados por el asalto.

Sacamantecas no dudó. Dirigió su golpe a la garganta del guardia. Tenían que matarlo y deprisa. De lo contrario perderían la casi única oportunidad que tenían de adentrarse en aquellos pasadizos y llegar a las mazmorras de palacio.

Cómo era posible que Sabandija fuera tan anodino que el guardia ni le hubiera visto, era una cosa que escapaba al entendimiento de Sacamantecas. Habría sido mucho más útil poner a la puta en pelotas frente a la puerta… pero ya era tarde para eso.

El rufián lanzó un golpe lo mejor que pudo mientras gruñía – ¡Cae maldito! -

Ponzoña trató de aprovechar la ventaja ofrecida por Sacamantecas al golpear al guardia para dejar inconsciente al mismo con un golpe que lo rematara, cuando el esfuerzo provocó un agudo dolor en la herida abierta aunque ya no sangrante de su costado. Se dobló sobre sí mismo, con un gemido sordo, y cayó de rodillas al suelo, incapaz de nada mas que no fuera respirar y tratar de recuperar el resuello. 

Sabandija trataba de meter la lanza por entre los cuerpos con miedo de atravesar a alguno de sus compañeros. Lanzaba unos ataques como sin ganas, también sumido en sus pensamientos. ¿Cómo era posible que no le hubieran hecho caso?¿Tan insignificante era?

El guardia llevó sus manos a la tripa, en la que Sacamantecas le había hecho un destrozo, y caminó hacia atrás hasta caer de culo. Su cuerpo quedó tendido boca arriba, con el cuello extendido para verse la herida y una mirada de no entender qué estaba pasando.

Sus tres compañeros llegaron a tiempo para suplirle e impedir la entrada a los agresores. Sus lanzas cruzaban el umbral sin lastimar a nadie. Si no fuese porque estaban intentando matarles, la manera en la que los astiles se chocaban y entorpecían entre sí habría resultado cómica.

Mientras, en el callejón, la puta seguía haciendo su aporte al equipo: sacó un esmalte especial que le había costado cincuenta polvos pagar, y empezó a pintarse las uñas mientras tarareaba tranquila. Eso es que tenía fé en los chicos de la Compañía y plena confianza en que ganarían aquella escaramuza.

Lailolailo, lailolaaaaaá...

Sacamantecas miró enfurecido a aquellos guardias. Tenían que hacer algo cuanto antes, y acabar con esa pantomima pronto. O acabarían haciendo demasiado ruido y atrayendo demasiada atención sobre ellos... y entonces su plan de rescatar a Matagatos y al resto se iría al traste.

Gruñó y dio otro salvaje tajo intentando golpear el pecho de otro guardia... Aunque fuera uno a uno haría que cayeran todos aquellos enemigos. Sin embargo esta vez la suerte no estuvo de su parte, y las lanzas entrelazadas de los guardias entorpecieron el avance de su machete.

Sacamantecas resopló, cada vez más cabreado.

Clack, clack,clack.

Como si de un juego se tratase Sabandija hacía chocar el asta de su lanza con la de los tres guardias. Parecían unos jóvenes entrenando con armas romas. No había manera de hacerse hueco con esos tres en el umbral de la puerta. Sabandija echaba un ojo al interior a ver qué hacía el soldado al que Sacamantecas le había sacado las tripas.

Se incorporó con rapidez, evaluando la situación con aquel triplete de lanzas acosándolos. Una mirada de ira ciega se derramó sobre los soldados y sus picas y como si fuera una furia desatada, giró sobre sí mismo para manejar la maza como un molinete contra aquel nuevo obstáculo. Las púas de su arma se clavaron para desgajar, romper y destrozar a cuanto hallaran en su camino.

El triste hombre que tuvo la mala suerte de ser víctima de la ira de Ponzoña logró mantenerse en pie unos segundos más. Después, se desplomó ante la puerta, fruto de la pérdida de sangre.

Los otros dos guardias no lo dudaron, y centraron sus ataques en el desconocido que había acabado la vida de su compañero. Las lanzas se hundieron en el cuerpo hermoso y tonificado de Ponzoña, tiñendo su piel de ébano de un rojo sangre. Es más, era sangre roja. Su sangre roja.

El cuarto soldado, el que había abierto la puerta llevándose el tajo del sable de Sacamantecas, murió lentamente en el centro de la casa.

¿Os falta mucho? Aquí fuera me está cogiendo el frío. Atchís.

Sintió sus lanzas clavándose en la carne. La vida se le escapaba de entre las manos. Tan solo pudo trastabillar hacia atrás, cayendo al suelo.

¡Eres patético!¡Debilucho!¡Peleas como una nena!¡Eso es todo lo que sabes hacer?Das pena, pena...pena...pena...

Como pudo, aún aferrando su lanza con la mano, Sabandija se tapó los oídos para no escuchar las voces de su maldito hermano.

- ¡Qué te calles!- Gritó justo cuando la puta preguntaba y hasta pareció que el bueno de Sabandija despreciaba a la mujer por su inutilidad en el combate.- ¡Aaaaaaaah!- Esta vez sí, la lanza de Sabandija esquivó el cuerpo de Ponzoña que caía para abrirse hueco entre el amasijo de carne que suponían los dos soldados en pie bloqueándoles el camino.

Maldita puta. Malditos soldados, malditos K’Hlata... Sacamantecas maldecía por dentro a todo lo maldecible. Se estaban entreteniendo demasiado. Y encima en esa misión suicida de rescate acababan de abrir en canal al Hiena. Seguro que encima le culparían a él por ello.

Tras ver cómo Sabandija se colaba entre las defensas de otro de los guardias, el propio Sacamantecas se armó de ira y golpeó con todas sus fuerzas intentando atravesar el pecho del otro guardia. Con un poco de suerte se librarían de enemigos y alguien podría atender a Ponzoña.

- ¡Bimbawa! – Llamó a la puta. – ¡Haz algo útil y cuida a Ponzoña! – Después de todo el rufián no tenía ni idea de curar heridas, como ya había quedado patente.

¡Uy!

Lo malo de lo de Ponzoña fue el desplome. Bimbawa trató de ponerse debajo, para amortiguar la caída, pero su falta de reflejos hizo que no llegase a tiempo. Así, Ponzoña se llevó un segundo golpe al darse con la cabeza contra el suelo.

¡Madre mía! ¡¿Qué hago?! ¿Te...? ¿Te meto los dedos en la herida, como hizo Yugo?

Por intentarlo, Bimbawa lo intentó. Pero lejos de parar la hemorragia, sus dedos en la herida se limitaron a causar dolor a Ponzoña. Mucho dolor.

Con Ponzoña fuera de combate, aquello se convirtió en un dos contra dos.

El soldado herido por Sabandija retrocedió, alejándose de la puerta ya muy mal herido. El guardia que se quedó en el umbral dijo algo en el idioma Nyueng Bao, seguramente llamó a su compañero cobarde.

Con el soldado cobarde alejado de la puerta, aquello se convirtió en un dos contra uno. Eso supondría una ventaja si Sacamantecas no estuviese ya herido y Sabandija fuese un simple Campamentero.

Sacamantecas ya estaba hasta las narices. Tenía que hacer algo para cambiar su suerte.

Apretó con fuerza el mango de su sable, y lanzó otra nueva estocada contra aquel guardia.

Ahora eran dos contra uno... si no acertaba es que le habían embrujado o lanzado alguna maldición... No podía ser otra cosa.

Y a punto estuvo de atravesar la garganta del guardia... pero de nuevo se topó con metal. El tipo había interpuesto su arma y detenido el golpe. ¿Suerte? ¿Casualidad? ¿Pericia?

Sacamantecas no lo sabía ni quería saberlo... pero intentó mantener el arma del guardia trabada para que Sabandija acabara el trabajo...

No queriendo dejar en ridículo a sus dos compañeros, tan fuertes y altos ellos, uno blanquito, el otro moreno, Sabandija creyó mejor, ahora que ya sólo quedaba un soldado, dejar hacer a Sacamantecas. Su estocada con la lanza fue tan débíl y patética como todos parecían verlo a él. Sabandija el arrastrado, el K´Hlata que pasaba desapercibido.

El soldado que había retrocedido, agonizante, dió un último suspiro y cayó sobre el cadáver del incauto que abrió la puerta. Un único rival les separaba de entrar en el puesto de la guardia. Un único oponente. Consciente de ello, el Nyueng Bao parecía más preocupado de cuidar sus defensas que de matar a los asaltantes.

Mirad... puede que se me haya pegado algo de Preocupado teniendo en cuenta lo que voy a decir... Pero me preocupa Ponzoña. Su herida no tiene muy buena pinta. Tenemos que llevarle hasta Matagatos ya...

Bimbawa no tenía ni puta idea de lo que estaba hablando. Ponzoña era un tipo duro, y había sufrido heridas peores. La mujerzuela pecaba de exceso de celo, y había sacado conclusiones equivocadas por los nervios de ver tanta sangre.