Partida Rol por web

- No sabía que también repartias sopa caliente a los pobres.- dijo, con ironía, sin despegar la vista de la suya- ¿O no es eso a lo que te referías? 

3 de Fuego del Hogar, Noche, Salón principal

¿Sopa para los demás cuando no tengo ni para mi? preguntó con acidez moviendo la mano. No soy un sacerdote de Mara, mi oficio es la muerte. añadió con el mismo tono, bebió un trago.

Me refiero a otros asuntos, los más carnales y apetecibles. apuntó mientras te miraba con gesto burlón. Y me preguntaba.. cómo los llevabas tú, a juzgar por la cantidad de alcohol que llevas.. no demasiado bien. Ese cabrero no parece que vaya a entrar exigiendo tu atención.. bromeó mientras se te quedaba mirando. Quizá pueda ayudarte con ello, si quisieras.. con lo que pretendías con ese cabrero. Soy un sacerdote buen samaritano.

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- ¿Así que se trataba de eso?- preguntó, con malicia- ¿Tenías que esperar a que estuviese ebria para ofrecerme... Tu espada? Jamás habría adivinado que fueras tan tímido...-añadió- Supongo que lo mio con el cabrero es imposible. Pero, ¿sabes? Tampoco quiero meterte en un compromiso... No te quiero obligar a hacer algo que no deseas, sólo por buena voluntad. -concluyó, encogiéndose de hombros, mientras acariciaba distraídamente el antebrazo del sacerdore con la yema de los dedos, despacio. 

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¿Qué se le va a hacer? Soy un hombre de tradiciones. respondió burlón mientras bebía su pinta. Aunque mucho me creo que por muy ebria que vayas.. perdidas las facultades no las has perdido en absoluto, dunmer.

Te miró a los ojos con una sonrisa socarrona, y con toda naturalidad te alzó por la cintura y te sentó sobre sus piernas.

Además.. sé que sabrías convencerme a la perfección. Llevas intentando convencerme todo el viaje.. le susurró con una sonrisa leve, divertida incluso.

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Seretide dio un pequeño respingo, al notar cómo alzaba su cuerpo menudo por la cintura y encontrarse de pronto sentada sobre sus rodillas. Por un momento lo miró fijamente, sorprendida,  como si realmente no supiese cómo proceder. Se mantuvo quieta, notando su respiración, y el calor que desprendía su cuerpo de cerca, percibiendo cómo su propia sangre comanzaba a bullir, tras semanas de una abstinencia que la torturaba- Y has decidido dejarte convencer... ¿Precisamente hoy?- preguntó, acomodándose sobre sus piernas, creyendo empezar a intuir físicamente lo mucho que el sacerdote se alegraba de tenerla tan cerca - Así que a ti también te ha ignorado el cabrero. Es eso, ¿no? -comentó, rodeando su cuello con los brazos- Seguro que tu espada se muestra tan... Reactiva... Porque acabo de nombrarlo-añadió, acariciando su nuca.

1 de Fuego del Hogar, Mañana, Salón principal

Sacudo a Titus con expresión de regaño antes de hablarle:

 - "¡No seas maleducado, con un demonio! Estoy seguro que ella no desea que andes volviéndote loco o acosándola. Si el destino es que se conozcan, así será pero no andes haciendo el ridículo por ahí. Acabamos de llegar para quedarnos y lo último que necesitamos es que quieran que nos vayamos."

Yo tampoco puedo dejar de mirar a la mujer, pero lo hago con mucho más disimulo pues sé que debe ser molesto atraer todas esas miradas y comentarios. Intento concentrarme en nuestros tragos antes de pensar en salir por ahí a hacer algo.

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Seretide bebió de su jarra, con un suspiro de alivio, antes de contestar al posadero- Yo me conformo con que la habitación sea cálida y limpia y que el jergón sea cómodo y medianamente amplio, y con disponer de una jofaina en condiciones. - repuso, mirando alrededor y sonriendo, divertida, fijando momentáneamente la vista sobre Titus y Einar, antes de volver a mirar al posadero y a su acompañante- Creo que las ampollas de mis pies tienen ampollas. - comentó, acomodándose en su asiento. 

1 de Fuego del Hogar, Mañana, Salón principal

3 de Fuego del Hogar, Noche, Salón principal

Kennard sonrió cáustico al oír tu comentario del cabrero, puso una fingida cara de decepción.

Me has pillado, así que creo.. que tendremos que conformarnos con el segundo plato.. acercó sus labios a tu oído, y te susurró casi en tono de terciopelo. ..los dos.

Se separó, apuró su bebida mientras miraba con atención tus reacciones. Con la otra mano te sujetaba con firmeza de la cintura, una mano robusta, acostumbrada a empuñar la espada, que hundía los dedos en tu piel justo encima de la ropa. Casi notabas la calidez de ese agarre.

Aunque quizá no te conformes con ser un segundo plato como yo.. suspiró algo dramático.

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La dunmer no pudo evitar suspirar, haciendo ascender su pecho, inflamado por un deseo mal disimulado que ardía como ascuas en sus ojos, ligeramente vidriosos a causa del alcohol- No sé si puedo considerarte primer, segundo plato, o postre... Pero lo que sé es que tengo mucha hambre...-musitó, posando la mano sobre sus pectorales, aún sobre la ropa-  Sé lo que te traes entre manos. Sé lo mucho que te has divertido a mi costa... Y tengo una gran paciencia para otras cosas. La paciencia que es capaz de madurar con siglos de experiencia. -explicó, mordiéndose el labio inferior- Pero,  en estas lides me temo que tengo falta de costumbre con esto del... Ayuno. Te odio. Me has ganado. No puedo más... 

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Titus resopló resignado ante la reprimenda de su compañero, miró al frente bebiendo lo suyo mientras soltaba un aguafiestas a Einar.

Verás tú.. ni destino ni Divinos.. va a caer en mis redes, palabra. dijo sin poderse contener, pero ante la nueva mirada reprobatoria de Einar resopló. Ya me callo.. ya me callo.. por Stendarr.. 

A pesar de ello, las miradas del legionario visitaban ocasionalmente a Seretide. Los ojos poco domados los tenía. Para entretenerse, volvió la mirada hacia Einar.

¿Dónde crees que nos destinarán? preguntó curioso.

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Yo tampoco puedo más. confesó el sacerdote mientras como una exhalación te llevaba a tu alcoba. Lo hizo en volandas, llevando con facilidad tu menudo cuerpo con las manos y sin importar quien pudiera verlo.

Kennard tenía más de guerrero que de erudito, por lo que sin cansarse te llevó a la puerta escalares arriba. Y entrando te depositó en el camastro mientras te contemplaba, ansioso de cada centímetro de tu piel. En pie, se fue liberando de las prendas de ropa hasta quedarse desnudo, respiraba lentamente, como si fuera un depredador al acecho.

En un punto sonrió levemente, se acercó a ti sin perder contacto ocular, con movimientos desesperadamente lentos.

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Kennard asintió, y el posadero ya parecía estar atendiendo las peticiones de los recién llegados. 

Dos habitaciones, gracias. Una de ellas con todo lo pedido por la dama. asintió como asintió Rodegar, y a continuación volvió su atención a Seretide. Bien parece que ya has empezado a romper algunos corazones, ¿no? preguntó burlón mirando de soslayo al legionario Titus que parecía entusiasta.

No te van a faltar admiradores. dijo sin tapujos mientras bebía un poco.

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Seretide se afianzó al sacerdote, apretando su abrazo, tanto con sus brazos, como con sus piernas, notando el cuerpo bien torneado de Kennard contra el suyo, tomando una profunda bocanada de aire, sintiéndose estremecer al sentirse elevada por sus manos, mirándolo fijamente mientras la depositaba sobre su camastro y se desnudaba. 

Lo observó con detenimiento, como si realmente tuviera intenciones de devorarlo con aquel simple gesto, se relamió los labios, y al notar que se acercaba arqueó su espalda, sonriendo de la misma manera en que lo hacía él, entregándosele, aún ataviada en aquella túnica ceñida que solía llevar puesta. 

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Seretide se encogió de hombros, esbozando una sonrisa maliciosa- Supongo que poco puedo hacer al respecto. Espero que al menos eso me proporcione cerveza gratis. -comentó, divertida- Tampoco me faltarán detractores, te lo garantizo. A esos les da rabia sentirse tan... Motivados ante mi presencia, y acaban soltando la fuerza por la boca. 

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Kennard llegó al borde de la cama, se inclinó sobre ti soportando su peso con las manos en el colchón. Como un paciente depredador fue superando tu cuerpo, se colocó encima mientras seguía mirándote a los ojos con destilando deseo con la mirada. Parecía no importarle que aun llevases tu ropa, pues descendió sobre tu cuello y lo cató besándolo como hambre.

Una de sus manos descendió hasta la pierna, e hizo ascender la misma acariciando tu muslo y alzando la túnica hasta descubrir tu cadera, tomó entonces tu trasero con una mano y lo apretó con firmeza para sentir las nalgas en sus manos. Kennard soltó un bufido de placer al sentirte de aquel modo, lanzó ahora sus labios contra los tuyos y empezó a besarte con intensidad creciente, por las decenas de veces que cruzasteis miradas y no culminasteis aquel gesto.

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Seretide alzó la barbilla, extendiendo, mostrando la piel de su cuello ante la proximidad de los labios del sacerdote, jadeando ante su contacto, notando, con placer, cómo se le erizaba todo el vello de la piel, siseando al percibir cómo aquella mano furtiva alzaba sus ropas y la acariciaba, hasta llegar a sus nalgas, apretándolas, arrancándole un leve gemido ansioso, antes de que finalmente sus labios optasen por besarla con aquella intensidad que no dudó en corresponder en seguida, como si una sed imperiosa, como si una necesidad mayor de la que pudiera soportar la moviese, tomando el propio aliento del sacerdote de Arkay, lamiendo sus labios, perfilándolos con deseo y lujuria, conminándolo a enardecerse de igual manera mientras sus dedos se enterraban sobre la piel de su espalda. 

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Beso a beso, atados a la lujuria que ambos se profesaban, el sacerdote abandonó temporalmente tus labios para caer sobre tus apetitosos senos. Sobre la tela de tu túnica, lamió y mamó de ellos como si estuviera hambriento, y de hecho lo estaba. Finalmente fueron las dos manos las que te agarraron del trasero, amasando tus glúteos y sintiendo el agradable contraste frío que transmitía tu piel.

Sus jadeos envenenaban el ambiente, sentías su fuerza e ímpetu sobre ti, así como su miembro buscando horadar tu interior de una forma que solo había sentido en la imaginación. Tenías la intuición de que si entraba no iba a salir hasta romperte o romperse, como el cumplimiento de una larga promesa postergada hasta ese momento. Tal ímpetu daba que mordió tus pezones anillados, buscando tus reaccionas más viscerales contra él.

1 de Fuego del Hogar, Mañana, Salón principal

Estaba a medias entre quedarse dormida y estar despierta, el cansancio iba y venia. Bostezó abriendo mucho la boca. Tanto fue, que aquello pareció despejarla algo, haciendo que se tapara la boca con una mano mientras terminaba de bostezar. Aun con cara de cansada, se deshizo de aquel estado de bolita bajando los pies al suelo y acercando la silla a la mesa. Su jarra de cerveza aun estaba sin acaban y se había quedado algo caliente, pero no importaba. La cogió con una mano y le dió un trago.

Mientras observaba con ojos cansados alrededor de la posada (que había llegado mas gente y ni se había dado cuenta y eso que la elfa no es que pasase desapercibida precisamente), pensaba en volver al templo a preguntar un par de cosas.

- Deberíamos hablar con el dueño le comento a su acompañante al menos para saber donde vamos a quedarnos y poder dejar las cosas.

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Y lo he sido.. fue la respuesta casi desafiante de Kennard mientras alternaba besos en tus senos y tus labios. Una sonrisa confiada, de absoluta picardía, asomó entonces en su mirada mientras te escuchaba decir aquello. Con las manos manteniéndote firmemente sujeta por la cadera, sintiendo como sus dedos se hundían en tus muslos.

Pena para ti.. que después de esta noche.. no vas a soñar con otro hombre que conmigo.. prometió mientras te penetraba con tu abrazo, un gemido de placer brotó de los labios del sacerdote mientras su miembro se adentraba hasta lo más profundo de ti. Allí estalló el deseo contenido, y un intenso tifón de lujuria se desencadenó sobre tu cuerpo, Kennard empezó a penetrarte una y otra vez haciendo que tu cadera se hundiera en la cama. Sus manos te manejaban como una muñeca a su antojo, a la par que su boca consumía la tuya, tu cuello o tu busto según el deseo que requiriese él.

Sentías una bestia sobre ti, desatada, de tantos días conteniéndose para ese fogoso desenlace. Kennard se entregaba como el adicto al que le habían negado su vicio, y ese vicio era cada centímetro de tu cuerpo que no dejó de tocar, lamer, besar o penetrar.