Partida Rol por web

Cuando Álix empezó a analizar la sencilla cerradura escuchó una voz llena de rabia y odio detrás suyo. Vio a la joven rubia como una encarnación de la misma wonder woman dispuesta a acabar con el mal del mundo y se dispuso a reventar la puerta de una sola patada. 

- Y luego diréis que el descerebrado soy yo.

Susurró entre dientes mientras se levantaba para cubrir con su traje de bronce y malla negra de lino italiano a sus compañeros. No iba a dejar que les pasara nada y esa puerta iba a reventar como una granada de astillas y fragmentos metálicos. Como si fuera uno de los guerreros de salvar al soldado Ryan se abalanzó sobre Redmon, Arthur y Vesper. Alzándose con los brazos extendidos.

- Esto va a doler.

Comentó de nuevo. Dispuesto a realizar su asalto mental una vez entraran a rescatar al pobre travesti torturado. Se habían convertido de un grupo de extracción de misión imposible en la banda de los malditos bastardos rescatando a su contacto en territorio enemigo. En tal caso el se pedía ser Brad Pitt.

La explosión pilla a todos por sorpresa. Sólo Alix, que siente la fuerza del golpe proyectado desde la palma abierta de la mano de Eve es capaz de reaccionar, justo un instante antes de que la onda de energía mental impacte en la puerta, haciendola añicos.

Esto va a doler.

Dice al tiempo que se gira y se pone en pie bloqueando la entrada, con la cabeza gacha y la barbilla pegada a su esternón para protegerse, cogiendo su americabna por las solapas y extiendiendo los brazos para abrir la prenda acorazada y detener el impacto. La puerta explota y las astillas afiladas golpean su espalda, rebotando contra el metal sin conseguir atravesarlo. La onda expansiva, sin embargo, lo empuja hacia delante, y Eve se lanza hacia un lado para esquivarlo, aterrizando con una voltereta y rodando para ponerse en pie de nuevo.

Starfire no ha corrido tanta suerte... Como todos pueden ver ahora que el umbral ha quedado despejado se encuentra tirada en el suelo, su espalda cubierta de sangre por las astillas de madera incrustadas en la carne, al igual que el torso y los antebrazos de su verdugo quien, en un acto reflejo, ha sacado la pistola de la garganta de su víctima y se cubre la cara con los brazos, aun empuñando el arma.

Por suerte la chaqueta paró la lluvia de astillas y filos, aunque la tremenda onda expansiva lo empuja como un martillo invisible. Tratando de mantener el equilibrio pone las manos sobre la barandilla y gira sobre sí mismo. Se da la vuelta y tomando como punto de apoyo la misma barandilla se da la vuelta dispuesto a entrar de nuevo en acción hacia delante. Clava una rodilla en el suelo y deja que su chaqueta vuele a su espalda de nuevo, girando en derredor la mirada en busca de sus compañeros.

- ¿Estáis todos bien?

“La luna es una amante misteriosa”, pensaba mientras todo lo demás a su alrededor ocurría. Veía el cielo de a ratos, contemplado cómo las estrellas eran imperceptibles para ellos gracias a la contaminación de la ciudad, sólo se veía el rostro cansado de Selene en el lejano horizonte, hija de titanes. Para cuando el señor Rojo introdujo en su ecuación el perfecto número siete, su trabajo estaba casi hecho. Encendió un cigarrillo para pensar las cosas con más claridad, lo hizo rápido y de forma impasible, como casi todo lo que hacía el escritor. Le dio una honda calada, y un largo soplo le quema el suspiro, exhalando el humo por la boca.

El estruendo de la puerta no lo tomó por sorpresa, observó sin parpadear el impacto de los coordinados movimientos de Eve y la madera reventarse, aunque hizo un esfuerzo por disipar las ondas sonoras del golpe para silenciar el ruido generado, y encubrir un poco más su acción furtiva. No quería mirones accidentales, al menos no antes de ejecutar el rescate. Cuando sacaran a la chica de allí, ya los curiosos tendrían tiempo suficiente de hurgar entre los escombros.

La tabilla que contenía el Shem HaMephorash cayó a los pies de Arthur, estaba lo suficientemente a cubierto como para que las astillas no le alcanzaran, por lo que solo se agachó para recogerlo. Era una extraña coincidencia que, de todas las piezas que pudieron salvarse de la puerta, esta haya sido la única que se mantuvo intacta. No así las demás, que se convirtieron en armas letales contra ellos mismos y contra la chica que buscaban rescatar, pues no tardó en asomarse por el marco vacío de la puerta, el pequeño charco de sangre que comenzaba a formarse debajo del cuerpo incrédulo de la travesti.

Aquello sin duda lo cegó de ira. Arthur no era un hombre de presentarse de primero en el campo de batalla, pero sí en el campo de las ideas. Era quien, tras bastidores, maquinaba algún plan maestro que lo llevara a ganar la partida desde el primer movimiento. Pero había algo en toda esa situación que lo desencajaba, lo sacaba de sus casillas, y era algo que se notaba, pues era persona de tener los sentimientos a flor de piel. Aun así, la sensación de autocontrol que transmitía era impecable. Con la tabilla en una mano, y su cigarrillo aún en la boca, atravesó el umbral de la puerta sin mediar palabra con nadie más, si alguno de sus compañeros hizo un intento por detenerlo, este habría sido en vano, pues Arthur no atendía a razones y cualquier intento por detenerlo físicamente era repelido de forma inexplicable, como si no se pudieran acercar a él.

Avanzó hasta el cuerpo sanguinolento de Starfire, que yacía en el suelo cubierto de heridas y astillas de madera, la abrazó por la espalda y la tomó con la diestra, que aún tenía libre y la levantó del piso, como si fuera una pluma. Se interpuso a sí mismo, solo a metros de distancia, entre la mira del revólver y la cara del agresor, quien lo veía con una mueca entre la incredulidad y el pánico. Cualquiera diría que fueron horas, pero apenas pasaron unos escasos segundos de esa proeza.

El hombre de botas y sombrero vaquero no tenía mucho color en la piel, pero ahora su rostro parecía tejido con el sudario de un santo. Pálido, sudoroso, su mano se mantenía en la misma posición, aunque temblorosa, apuntando al entrecejo del escritor. La señal de que iba a disparar en cualquier momento llegó cuando el sujeto haló el percutor del revolver hacia atrás. En su mirada se podía ver la ira del deseo frustrado, de la pasión no correspondida, incluso su pene se endureció producto de la excitación del momento.

Arthur le dedicó una mirada indiferente, vacía, sin sentimientos. Para que pudiera sentir algo por esa persona, ya sea odio, repulsión, incluso compasión, antes esa persona debía ser humana. Y este hombre estaba ya a años luz de esa condición, pues no era más que una piltrafa, una burla, un grito ahogado en la inmensidad del espacio. Eso era. La propia voz del escritor, entonces, rompió el silencio. – ¿A qué estás esperando? – preguntó. – Hazlo. – Dijo, poniendo a prueba al agresor. – ¡Hazlo! – gritó Arthur. El gatillo fue halado, el percutor sonó al impactar contra el detonador de la bala, y la tablilla de madera que llevaba Arthur en la otra mano, brilló por última vez.

El estallido de la puerta le pilló totalmente por sorpresa. Habría esperado un patadón, un golpe de karate en el pomo o... o lo que fuera excepto la destrucción por impacto de martillo pilón con forma de mano. Casi al instante, Álix se interpuso entre ellos y las astillas que volaban por doquier, protegiéndolos con la chaqueta que había modificado.

Tanto Álix como Eve se movían con una velocidad y unos reflejos aumentados claramente por la magia. A Red le impresionó verlos en acción; menudos dos fichajes para el grupo. Y ahora veía claro que ambos se habían estado preparando para esto de camino hacia aquí. Asintió ante la pregunta de Álix sobre si estaban bien, pero lo cierto es que aún estaba un poco aturdido.

Y puestos a impresionar, Arthur decidió avanzar imbuido de un poder y una majestuosidad que pocas veces había podido sentir. Cuando el afamado escritor se inflamaba con justa ira, sin duda era algo digno de contemplarse. 

Por entre los cuerpos de sus tres compañeros, el pintor pudo ver la escena en el interior. Un figura en el suelo, ensangrentada, y un tipo desnudo salvo por unas botas, un sombrero vaquero... y una pistola. Un sabor metálico, a miedo y excitación, llenó la boca de Redmond. Wheeler se coló en la habitación, cogió el cuerpo del suelo (la Reina Ensangrentada) en sus brazos, con pasmosa facilidad, y se quedó allí plantado, frente al tipo de la pistola, increpándolo y animándolo a disparar.

Joder, Wheeler...

Seguro que tienes un plan. Ojalá tengas un plan. Pero si no es así... Red miró fijamente la habitación. Sus cálculos aún eran válidos. Aún tenía todo el lugar fijado en su mente, medido en sus dimensiones y sus conexiones. Todavía podía ejercer su influencia allí, aunque los factores cada vez se complicaban más a medida que se acumulaban el caos y la magia. 

Vale, Wheeler... espero que un poco de ayuda no te venga mal.

- ¡Gedmedur Malsgraphundon Talun Druxmed! - Acompañó las palabras mágicas de un movimiento rápido de la mano. Su magia no implicaba por lo general gestos cabalísticos, pero esta vez el manotazo le pareció... apropiado.

– ¿A qué estás esperando? Hazlo. ¡Hazlo! –gritó Arthur. 

El agresor amartilla el revólver y, como un niño que juega a los pistoleros, cuando aprieta el gatillo su dedo hace el movimiento al aire; el arma ha salido volando y rebota contra la pared para caer después sobre el suelo alfombrado, y  entonces la tablilla de madera que llevaba Arthur en la mano brilla por última vez y el percutor suena al impactar contra el detonador de la bala, con un estruendo que supera con creces el sonido normal de un disparo, haciendo que la pistola estalle en una bola de fuego que prende la moqueta al instante.

De rodillas y con el sabor metálico en la boca, Starfire fijaba la mirada en el suelo. Desde la puerta hasta la cama aún había rastros de purpurina que formaban, con su brillo, el universo mismo.

Click

El tipo quiso probar con dos balas a la vez. Menos posibilidades. ¿Menos posibilidades? Se preguntó Starfire mientras se concentraba en la forma del universo, dinámica, cambiante, caprichosa. Las formas del universo. Se le ocurrió.

Click

El hombre tenía apuro por terminar el juego. Tres balas a la vez. – 50 y 50 – Dijo cruelmente el eventual dueño de Starfire. En ese instante crítico ella lo comprendió todo. Como un trozo de comida entre los dientes, liberado repentinamente. La sensación de encontrar la palabra que toda la vida se tuvo en la punta de la lengua. No eran un montón de ideas llegando como un torrente, más bien un concepto iluminador que emergió pero que siempre estuvo ahí. La mente desesperadamente se pasa la vida tratando de darle sentido a un universo informe. Se percibe lo que mejor encaja como una explicación “real”. Pero todo es lo que fue, lo que será y también lo que podría haber sido, y no es nada de todo eso. Todo es lo que quiera ser y si no tiene la voluntad de imponer su deseo, entonces  sería lo que ella quiera.

El hombre no pudo comprobar las chances “reales”, una explosión hizo pedazos la puerta detrás de Starfire antes de terminar el juego. Un montón de astillas aguijonearon la carne de la chica, heridas de la libertad. Desde el suelo hubiera jurado que su propia sombra se reía de ella.

Si le hubieran dejado elegir una persona en el mundo para que entrara como un héroe en su rescate… bueno, hubiera elegido a Henry Cavill, pero si le permitían hacer una lista con cinco opciones, sin ninguna duda Arthur H. Wheeler hubiera estado en ella. ¿Cuáles eran las probabilidades? Encontró un instante de risa en medio del dolor. Se dejó llevar, cumpliendo perfecta su papel en este lío.

La puerta se hizo añicos en un movimiento de energías por parte de Eve digno de una película de ciencia ficción, cuando alcé ambas manos para cubrirme esperando toda clase de fragmentos descubrí que Alix los había parado con su cuerpo en un gesto desinteresado que no me pasaría desapercibido y que sería agradecido adecuadamente, probablemente con brownies especiales.

El tiempo, contradictorio y cambiante para nosotros los mortales, pasó endiabladamente rápido cuando mis compañeros entraron en la habitación, mas luego en el instante en que el valiente escritor hizo frente al vaquero desnudo instándolo a que le disparara y Red realizó con el pase mágico de su mano que arrojó el arma lejos, esos instantes, se me tornaron indeciblemente largos y angustiosos. Observé al arma estallar en su lugar y con ella la destrucción de mi profecía onírica, una corriente de alivio inundó mi cuerpo al punto de que suspiré sonoramente.

-¡Arthur, tráela fuera! -lo insté a viva voz, no estaba segura de poder curarla in situ, después de todo solo había practicado conmigo misma, pero en casa sí que tenía ungüentos que podían ayudarla, aunque primero tenía que evaluar si necesitaba atención médica más capacitada que la que yo pudiera darle.

Álix dio un paso hacia la habitación de motel, sucia, cutre podía percibirse en su aroma a sexo y desinfectante la verdad terrible y artificial de aquel hogar. Casi como pequeñas cárceles donde encerrar los sueños rotos y los vicios secretos. Y la escena lo lleno de rabia y odio a partes iguales. Ahora podía comprender la furia justificada de Eve, el pobre travesti en pelota picada, con marcas de tortura en su cuerpo arrodillada y maniatada a los pies de ese hijo de puta.

Una efigie a la depravación digno de una película de Tarantino, solo faltaba la pelota roja en la boca de la prostituta. Entonces el cáos se desató. Arthur lanzándose para proteger a la puta. Alzando su tablilla gravada con cientos de caracteres hebreos con .. eran los nombres de Dios?

- Ok, el es Brad Pitt - Dijo entre dientes

Redmon avanzó y pronunciando palabras "mágicas" y de un pase de su mano le metió un expeliarmus al arma del psicópata digno del mismísimo Dumbledore. Al parecer sus amigos eran magos de pleno derecho, y pensar que el no era más que un artista con sueños de grandeza.

La explosión de la pistola lo sacó de sus pensamientos mientras todo sucedía en apenas unos segundos. El fuego estalló en la moqueta y si no se daban prisa pronto prendería las cortinas de fibra sintética y las sabanas desperdigadas, corriendo con su manto escarlata por las paredes. Concentró su mente en las imágenes de lluvia y agua que pudo, sintiendo el sistema de tuberías que conducía al aspersor antincendios. ¿Era posible que el malnacido lo hubiera manipulado para poder quemarla con cigarrillos? Una oleada de odio negro y viscoso recorrió su espina dorsal mientras con voz clara y ominosa empezaba a declamar su poesía.

Las consideraba menos que personas, la pobre puta no era más que un objeto creado para la diversión de los pervertidos. Sin identidad, tratando de ser alguien que la naturaleza no le había otorgado. Sintiendose menos que nadie. Entonces las imagenes crueles y sinceras de Blade runer le asaltaron. Una alegoría a la esclavitud, a la identidad humana. Vidas que se convertían en meras herramientas para servir al hombre blanco, como ocurrió hace siglos, como ocurría con ese pobre hombre roto y torturado a los pies de su "dueño", como los replicantes cuya única existencia pertenecía a otros y era servir de esclavos.

- Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.

Asintió ante las palabras de Vesper Blue y con la mano en la pared dijo en voz alta.

- No permitiré que seas otra replicante, cuya vida se pierde entre las aguas negras, corriendo a la alcantarilla de una sociedad de mierda. No morirás aquí, tienes derecho a vivir tu vida. Como quieras, como sientas que debes hacerlo porque solo tu tienes derecho a ello.

El fuego provocado por la ira de Wheeler amenazaba con convertir la pequeña habitación en un infierno, pues el revólver había caído entre la pared de la izquierda y la cama. La deflagración y el aguijonazo de incredulidad que sintió al activarse su efecto sorprendió al escritor; su idea inicial era que pareciera una explosión común, como podía ocurrir con cualquier arma que se encasquillara, pero esa rabia incendiaria que le había llevado a tomar aquel oscuro camino venía muy de dentro, y estaba enraizada como una mala hierva en el fondo de su alma.

Red también sintió el peso del consenso, al igual que Eve. Pero como dijo el vicealmirante Horatio Nelson, allá por el siglo XIX, antes de morir alcanzado por una bala de mosquete que le seccionó la columna a bordo de su buque insignia, el HMS Victory, en la batalla de Trafalgar…

Desperate affairs require desperate measures*.

Las medidas que tomó en aquella batalla, una de las más grandes de la historia, concedieron la victoria a la armada británica aun encontrándose los ingleses en inferioridad numérica. De igual modo, las medidas tomadas por Eve y Red habían conseguido concederles la victoria esa noche sin cargarles con el peso de un cadáver sobre los hombros, por el momento…

Tal como supuso Alix los detectores de incendios no funcionaban… nadie los había manipulado, y aun así no se activaron, pues eran los mismos gerentes del hotelucho los que los desconectaban tras las obligadas inspecciones anuales, acostumbrados a los hábitos de los inquilinos que solían frecuentar aquel tugurio.

Haciendo honor al pasaje que el poeta urbano había recitado la lluvia empezó a caer dentro de la habitación al convertirse en óxido el metal que mantenía cerrado el sistema antincendios, llevándose consigo las llamas al igual que se llevó las últimas lágrimas de Roy Batty, el replicante.

El aspirante a asesino frustrado miraba su mano vacía sin entender nada de lo que estaba pasando cuando Eve, que aguardaba con una rodilla hincada en el suelo y la mirada fija en el interior del cuarto, da un par de zancadas para salvar la distancia que la separa de su objetivo y coger impulso. En el preciso instante en que Athur sale al exterior cagando con Starfire en sus brazos entra en la habitación y realiza un giro de tobillo al que sigue todo su cuerpo, y al tiempo que salta para imprimir más fuerza le propina una patada lateral en el pecho que lo proyecta hacia atrás, haciendo que se estampe contra el mueble del baño, del que no hacía mucho que había salido.

Con el agua del aspersor resbalando por su rostro y su pelo y su ropa empapados, Eve se acerca al monstruo, para comprobar si sigue vivo.

-Por mí ya podemos irnos- dice tras escupir a aquel cerdo que intenta levantarse, dolorido, y darse la vuelta para salir a reunirse con el resto.

Sintió el familiar aguijonazo que le embargaba siempre que realizaba su magia frente a gente... "normal", a falta de un mejor nombre que usar para describir a la mayoría de la Humanidad. Era un malestar no tanto físico como espiritual. Un peso sobre el alma que sabía que tendría que expurgar en los próximos días si no quería que se acumulara y terminara explotando de un modo desagradable. O al menos eso le había dicho Brittany. 

El estallido de la pistola hizo que el lugar empezara a arder en llamas, pero los extintores apagaron el fuego, después de que Álix les dedicara unas bonitas palabras. Eve, en cambio, le dedicó una patada voladora al imbécil desnudo que estaba en el origen de todo este asunto. Bien, parece que tenían la situación controlada... salvo por el tremendo ruido que habían hecho al destrozar la puerta y la no menos impresionante deflagración provocada por el estallido de la pistola. 

- Es bastante probable que vengan los dueños del hotel, o que alguien llame a la policía, - le dijo el pintor a Vesper, mientras miraba a ambos lados. O que venga el colega poli de Álix - igual podemos convencerlos de que habíamos oído un ruido y que nos encontramos a estos dos peleándose. Pero me quedaría más tranquilo si nos fuéramos cuanto antes y no nos viera nadie. - Arthur estaba saliendo con la Reina en brazos. - Haz lo que puedas por ella...

Dicho lo cual, se levantó y se dirigió hacia el interior de la habitación. Al cruzarse con Arthur, le detuvo poniéndole la mano en el hombro y le dijo al oído. - ¿Hacer explotar la pistola, señor Wheeler? El tío podía haber perdido el brazo... - No esperó a recibir respuesta, solo dejó escapar un gruñido y soltó al escritor antes de cruzar la puerta.

Eve estaba saliendo en esos momentos. El tipo estaba en el suelo y no parecía muerto. - Espera, prima, vigila a ese montón de mierda un momento. - le dijo, señalando al hombre desnudo. 

Después, se dirigió hacia el lugar donde el tipo había dejado su ropa. Se conocía la habitación perfectamente, la había visto y tenía en su mente claras todas las conexiones. Cogió la cartera del imbécil y rebuscó entre los papeles y billetes, que fue tirando por el suelo, hasta encontrar su carnet de conducir. Memorizó el nombre y los datos del individuo. Alguien te va a hacer una visita cuando menos te lo esperes, cabrón. Después, de espaldas al tipo, sacó una bolsita con pastillas y las fue dejando discretamente por los bolsillos del hombre. Un regalo para cuando venga la policía.

Finalmente, se dio la vuelta. - Nos vamos. - dijo, mirando a Álix y Eve. - Tú, hijo de puta, - añadió, en dirección al hombre que aún yacía en el suelo. - quédate ahí bien quietecito o mi amiga te revienta esa cara de cerdo que tienes, ¿entendido? - Esperó un momento. - Que si me has entendido, tonto de los cojones.

Los hombres como Arthur, no miran las explosiones, los hombres como él, vuelan las cosas y entonces se largan de ahí. De cualquier modo, ¿quién tiene tiempo para ver una explosión? Los hombres como Arthur tienen encargos a los que deben ir, siguen andando, siguen destacando, no miran atrás cuando caminan lejos de una explosión que han provocado ellos. Aunque tan pronto como pasó el fragor de la pelea, sus ojos cambiaron de nuevo, y ya no era el Arthur iracundo, sino el de siempre, calmado y comedido, el que piensa las cosas antes de actuar y no cae en provocaciones sin sentido.

Pero también sintió el peso de la realidad caer sobre sus hombros, era algo que había percibido antes, pero pocas veces con tanta intensidad. No le tomó demasiado tiempo recomponerse física y mentalmente para seguir adelante y salir de esa habitación lo más rápido que pudo. Sabía que más temprano que tarde tendría que expurgar eso de su cuerpo, o le explotaría en la cara cuando menos lo esperase. Al pasar por un lado de Redmon, éste lo increpó por el efecto que quiso ocasionar en la mano del agresor, muy brusco al parecer, pero Arthur le respondió sin volver atrás la mirada. – Y hubiera sido lo menos valioso que perdería esta noche, señor Rojo. Yo quería hacerle explotar el pito. – Le dijo, con total seriedad antes de cruzar el umbral de la puerta y dejar a la travesti en manos de Vesper, a quien vio a los ojos con una mirada de “Ayúdala”.

Le dedicó una mirada casi maternal a Diabolique, aunque aún no conocía ni su nombre, pero sentía una conexión con ella que no sabría del todo explicar. Cuando se reunió con los demás, la acompañó hasta el coche, en el que Ágador esperaba estoico con la puerta trasera abierta, aunque se asustó cuando los vio cubiertos de sangre. – Ella te va a cuidar bien, linda. – Dijo, en relación a los cuidados que le daría Blue. – Iremos a mi penthouse, te va a encantar sweetheart, se puede ver todo Manhattan desde allí. Sabemos que no quieres ir a un hospital para no tener que responder ciertas preguntas a las autoridades, y que además en el hospital no hay el bourbon de Kentucky que hay en mi casa, que te mueres si no lo pruebas esta misma noche. Y cambiarte esa ropa, definitivamente. Tengo la nueva colección de Carolina Herrera, te vas a ver fantástica. – Le dijo, tratando de aligerar un poco la situación. – Allí te podemos vendar y curar las heridas, también llamar a un doctor a domicilio muy bueno y que no hace tantas preguntas. Vas a estar bien. – Ya sabía Arthur la diferencia que podían hacer unas palabras de aliento en una situación traumática como esa.

Todo era muy confuso en el exterior y muy claro en el interior de Starfire. Explosiones de fuego destruyen, calientan, consumen. Regaderas de agua que fluye, limpia, sana. Ella era llevada por su caballero, elegante y hermoso. Ya no pensaba en el otro hombre, había quedado tendido en un pasado que al brillo de la verdad parecía muy lejano.

Wheeler la sacó de ese infierno y el aire fresco le hizo sentir sus heridas, otra vez el dolor de la libertad la inundaba y era muy agradable. A plena vista estaba como ida, shokeada, pero en su mente ella miraba el caos a los ojos. Siempre fue parte de él, porque le entregó un cuerpo que no coincidía con el orden establecido, porque se entregó al azar de las calles y la oscuridad. Pero ahora veía con más nitidez a través del universo. El tiempo que fue una hoja flotando en el torrente del universo le sirvió para comprenderlo, para ver que dentro del caos hay un equilibrio de todo lo que lo conforma, y más aún, que ese equilibrio puede moldearse. Se arrastró durante años a los pies de su amo, esclava del caos. Había llegado el momento de ser la Reina.

Starfire continuó trasportada por los brazos del Caballero más elegante y noble que había visto. Algo en el equilibrio del caos hacía su compañía perfecta.  Depositada en aquel carruaje con todo y chofer, de algún modo, se sitió adecuada.  Las palabras que Sir Wheeler le dedicaba estaban repletas de amabilidad, amor y comprensión, tres cosas que había recibido muy poco en su vida. En la confusión de ese episodio de fábula que estaba viviendo la chica, las palabras del caballero rellenaban los vacíos, respondían las preguntas, daban forma al nuevo ser que estaba naciendo.

Penthouse… Manhatan… bourbon de Kentucky… colección de Carolina Herrera. Todo encajaba en el fluir dinámico de las cosas.

Lacerada, quemada, humillada y sucia como estaba, Starfire se irguió en el asiento. Asumió una dolorida dignidad. En esa posición pudo verse en uno de los espejos, arruinada y sin peluca, estaba perfecta.

¿Quién fue Starfire? ¿Quién serás? ¿Quién soy?

- Soy Diabolique -

Observo la escena desde los confines de la puerta, no creo que pueda servir de más ayuda por el momento y mis compañeros lo están haciendo de maravillas. Si no fuera porque la escena en sí es dramática y terrible habría varios momentos tragicómicos, me río por lo bajo cuando Arthur dice que su intención fue explotarle el pito al vaquero y tomo nota mental: no hacer enojar a Arthur.

Lo acompaño junto a la muchacha hacia el automóvil en el que espero poder tratar con el botiquín de campaña* lo peor de las cortadas y las laceraciones mientras dejo a los otros terminar con la humillación del malnacido del cliente. La forma en la que Arthur consuela a la mujer trans, sus palabras y su tono tan suave y reconfortante, me hacen sonreír.

Una vez dentro del vehículo tomo alguna manta o saco y le tapo la parte frontal de su cuerpo por si tiene frío, en la de atrás necesito trabajar para limpiarle las heridas. Lo primero que hago es cortarle los precintos y sentarme delante de ella, mirándola a los ojos me presento -Hola Diabolique, soy Vesper Blue -extiendo una mano, pero enseguida me doy cuenta de que es muy formal y termino tomando sus manos entre las mías -Tranquila, vas a estar bien -le prometo, repitiendo al escritor. Mis dedos tamborilean sobre el botiquín, para darle seguridad le explico -Ahora voy a proceder a sacarte las astillas de la puerta y limpiarte las heridas, luego en casa de Arthur como él te ha dicho, llamaremos a un doctor que haga un examen más detallado.

Me ubico detrás de ella, me coloco los guantes de látex y comienzo a trabajar. -Cualquier pregunta que desees hacer puedes hacerla -sugiero no solo para darle conversación, sino para mantenerla distraída mientras la curo.

Nos vamos. Tú, hijo de puta, quédate ahí bien quietecito o mi amiga te revienta esa cara de cerdo que tienes, ¿entendido? Que si me has entendido, tonto de los cojones.

-Ss… si, si… ent… enten…dido- tartamudea el hombre. Se incorpora un poco, pero se queda sentado en el suelo del baño, desnudo, humillado, sin entender nada de lo que acaba de ocurrir, la borrachera disipada tras le subidón de adrenalina.

Tras la respuesta Redmond sale de la habitación. Eve se dispone a seguirle, pero Alix aun parece tener algo pendiente, y cuando Red ha salido él entra en el baño. Eve, al verlo, se detiene y espera, vigilando desde el marco de la puerta.

En el coche Vesper examina las heridas de Diabolique, nada que temer, pues no encuentra más que heridas superficiales según va extrayendo con paciencia las astillas clavadas en su espalda. Luego están las quemaduras de cigarrillo y los golpes. Tendrá molestias por algún tiempo, y habrá que vigilar para que los cortes no se infecten, pero su vida no corre peligro.

El motel está tranquilo, nadie parece haber oído el estruendo de la habitación 7*.

Sin embargo, mientras esperan a que lleguen Eve y Alix,  Vesper siente un dolor punzante en la cabeza y su visión se nubla en destellos de azul y rojo, vuelve la sensación de urgencia que había sentido en el casino al adelantar las manecillas de su reloj de bolsillo, y comprende que no ha terminado, que aun están en peligro.