Partida Rol por web

Allí, entre gritos y el hedor de la muerte, se reunieron varios de los supervivientes.
En ese momento, haciendo gala de su habitual viveza, Nariya comenzó a despedazar unos cortinajes.
- Puede funcionar... - dijo el enano al tiempo que cogía un pedazo de tela que le pasó la muchacha.

- Vale, esto sólo puede salir bien si no perdemos los nervios. Ahí fuera hay mucha algarabía, no podemos caminar entre ellos en fila y mirando al suelo. Hay que fingir desorden y pasar desapercibidos entre el caos imperante.

- Tengo un mal presentimiento ...

Sin embargo Jarsen empezo a disfrazarse.

Esma se tranquilizó tras la explicación del caballero. Mientras recuperaba el aliento, aparecieron varias caras conocidas. Nunca había entablado conversación con ellos, pero se habían cruzado muchas veces en los corredores del Enclave. La contestación de Espinela fue la más estremecedora. Para ella, los libros eran su vida y dejaba su marca vital en cada uno de ellos, si desaparecían, ella desaparecería con ellos. Como si nunca hubiera existido.

-¿Hay... alguna posibilidad de salvar uno o dos ejemplares... al menos?-preguntó con un hilillo de voz- No seré una molestia.

Esma tomó uno de los trozos de tela que había arrancado Nariya y se ocultó el rostro.

-Por cierto, soy Esma. Ojalá nos hubiéramos conocido en... otras circunstancias-dijo con un poco de timidez.

Uno a uno fueron colocándose los improvisados capotes de tela del cortinaje que la ingeniosa Nariya había sacado de una de las habitaciones y que ocultaba parcialmente sus rostros. Además también se quitaron los broches de la orden y cualquier otro elemento de sus indumentarias que pudiera identificarles como miembros del enclave. Todos esperaban que aquella especie de subterfugio resultará creíble en cuanto se toparan con los asaltantes y fuesen tomados por otros aldeanos fanáticos que se habían sumado a la violenta purga que se estaba cometiendo.

Uno a uno bajaron de forma apresurada por las escaleras del pasillo hasta la planta baja que comunicaba con los jardínes por un lado y con varias salas de estudio por otro, las cuales habían sido ya saqueadas y algunas de ellas empezaban a arder con un fuego vivo. Allí se toparon con varios aldeanos enmascarados que con antorchas y armas improvisadas que salían de las diversas estancias portando en sus brazos más libros y objetos de la orden los cuales apilaban en pilas improvisadas mientras gritaban consignas fanáticas. 

- ¡Qué el fuego divino purifique el mal de este lugar! - exclamó uno de ellos con voz estridente - ¡GLORIA PARA VELEX! ¡GLORIA A ROBLEDA! - exclamó otro mientras agitaba su antorcha y prendía fuego a uno de los montones. 

Por el momento el grupo había pasado desapercibido mientras atravesaban los pasillos abiertos de los jardines y se fijaron que aún había algunos supervivientes que combatían contra los asaltantes, sin embargo estos no tenían la más mínima posibilidad. Unos pocos magos lanzaban hechizos contra los templarios pero estos eran rápidamente asesinados por disparos de ballesta mientras que los últimos guardias de la orden libraban escaramuzas contra varios de los templarios hasta que acaban acuchillados por sus espadas.

De pronto un destello de luz azulada alumbró los amplios jardines y fue entonces cuando lo vieron, el archimago elfo Rainus combatía contra el que reconocieron que era el Clérigo Supremo de Velex, Hextadomarius, jefe de su iglesia y una de las personalidades más poderosas de la ciudad. Los ojos de Rainus emitían un extraño fulgor azulado mientras que en sus manos sostenía un bastón mágico con el que lanzaba esquirlas de hielo hacia su adversario quien trataba de golpearle con una poderosa maza de un brillo rojizo intenso mientras se protegía de los hechizos de su oponente con un enorme escudo pavés. 

Hextadomarius alzó de nuevo su maza y corrió con un grito de guerra que heló la sangre de los presentes, un grito de guerra intimidante y sin duda alguna amplificado mediante la poderosa magia divina que el clérigo supremo del dios de la guerra poseía. 

- ¡VOY A COLGARTE DESDE LO ALTO DE TU TORRE, RAINUS, HA LLEGADO LA HORA DE ACABAR CON TU DICHOSA ORDEN DEL LIBRO! - gritó errando en su ataque cuando el archimago elfo esquivó el ataque con un hechizo que le permitió teletransportarse unos metros hacía otro lado. 

Rainus por su parte continuó su ráfaga de ataques mediante poderosas esquirlas de hielo que surgían rápidas y letales desde el extremo superior de su bastón de mago. El elfo parecía dominado por algún extraño trance de combate mágico, ya que no solo sus ojos fulguraban de forma azulada sino que su cuerpo parecía emitir un brillo extraño. 

- Habéis llegado demasiado lejos esta vez, Hextadomarius... - exclamó el archimago con una voz profunda y extraña, casi de ultratumba. Sin embargo algo le distrajo, pues como un acto instintivo el archimago se giró y fijo su mirada en los supervivientes disfrazados que atravesaban los jardines sorteando el fuego y la muerte. Como si entendiera a la perfección lo que estaba sucediendo movió sus labios sin emitir ningún sonido, sin embargo fue como si todos lo oyeran en sus mentes de una forma nítida y clara " ¡No os paréis! Huid... huid y vengar lo que nos han hecho."

Acto seguido el archimago recibió un fuerte golpe de maza en el pecho y salió volando varios metros hasta caer encima de una de las jardineras. Desde allí, herido y más débil, se incorporó y conjuró nuevos hechizos contra Hextadomarius reanudando el combate sin embargo sus posibilidades de sobrevivir ante tantos enemigos, por muy poderoso mago que fuera, eran muy pequeñas. Solo estaba haciendo ganar algo de tiempo...

Valerian sintió ese mazazo como si hubiera impactado contra su propio cuerpo.Ver caer a tan poderoso mago era un duro golpe para él. Rainus le había dado asilo y un punto donde rehacerse de su desgracia familiar, un centro estable y seguro donde construirse una reputación y captar poderosos aliados para la recuperación de un feudo como el que, como heredero de Farlar, merecía por nacimiento. Esa posibilidad se hacia añicos ante él, y no pudo más que seguir corriendo con una exclamación ahogada y las palabras del archimago resonando en su mente. El universo era injusto, pero si podía quería contribuir a la venganza del archimago. El noble descreído se puso un objetivo militar en el horizonte. Estaba en guerra. 

Nariya se dejó llevarpor su instinto durante aquella horrible y angustiosa huída. La adrenalina fluía por sus venas y, cada vez que pasaba cerca de algún templario luchaba contra su miedo y contra los deseos de golpearlo con fuerza una y otra vez. Aquellos desgraciados le habían quitado primero a su hermano y ahora...

–¡ROBLEDA!–gritó alzando el puño

Ahora le le obligaban a escabullirse como la comadreja que había sido siempre. Uno no puede huir de su pasado, acaba volviendo a él. La chica se separaba y alejaba del grupo imitando,en la búsqueda de una salida, la aleatoriedad de quien se sentía seguro. Nariya además se sentía culpable. Si no hubiese provocado aquella tarde algrupo quizás las cosas hubiesen sido distintas, pero no. Había dejado que su odio nublase la razón y, aunque sabía que aquella guerra llevaba mucho tiempo fraguandose y que el último discurso había sido la puntilla, no podía eludir aquella sensación de responsabilidad. Los agudos ojos de la pícaro se posaron entonces en un montón de viejos libros. Esma tenía razón: aquellos libros eran el espíritu de la Orden, pero también era verdad que no sustituían a un ser humano. No valía la pena correr el riesgo...

Pero lo que hiciste esta tarde...Además, tus manos son rápidas, y hay mucho jaleo

Antes de darse cuenta de lo que hacía, la joven pegó una patada a los libros, fingiendo desprecio por ellos...y haciendose a la vez con uno. Fingiría que lo iba a quemar, a romper...pero en realidad lo escondería entre sus ropas. Con suerte, ni sus compañeros se darían cuenta. Acababa de meter el libro entre sus ropas cuando oyó la voz de Rainer... Les había reconocido sin problema. La joven se giró y sintió que el corazón se la helaba. Estaba claro: el mago no sobreviviría. La respiración de la chica se aceleró y, por un momento se quedó paralizada, sin atreverse siquiera a dar un paso, paralizada...hasta que el suave golpe de uno de sus compañeros al pasar la hizo ponerse en marcha, con los ojos anegados de lágrimas.

Una vez más, Ösrik se veía obligado a huir de un lugar que había considerado su hogar. Parecía que el destino o los Dioses quizá habían decidido que los huesos del viejo enano no hallarían reposo hasta que yaciese en la sepultura.

A cada paso que daban, la imagen que sus pupilas recogían estaba cargada de tristeza y de dolorosa pérdida. Con gestos simples, los otrora buenos habitantes de Robleda estaban acabando con años de investigación; las llamas devoraban con cruel voracidad tomos cargados de sabiduría, que se perderían en una sola noche.

¿Serían conscientes los aldeanos de todo el horror que estaban desencadenando?
¿Marcaría para siempre sus vidas este suceso, o al día siguiente seguirían con sus quehaceres fingiendo que nada había ocurrido?
¿Habría entre aquella violenta turba respetables padres de familia que seguirían educando a sus retoños con valores tales como la bondad y la tolerancia?
¿Sería toda esa devastación un secreto que ocultarían en lo más profundo de sus corazones, sólo para quedar de manifiesto en sus miradas cargadas de vergüenza?

Estos y otros pensamientos más funestos cruzaron por la mente de Ösrik al tiempo que sus ojos se perlaban, incapaces de soportar semejante pena.
Con todo, pese a la ruina que se extendía por doquier en aquella buena casa, el herrero no había perdido del todo la esperanza. Al fin y al cabo, todo cuanto estimaba en esta vida estaba corriendo a su lado.

Cuando alcanzaron la planta baja, vieron al archimago luchando con denuedo contra una alto sacerdote de la Iglesia de Velex.
Este, con voz potente que resonó en su cabeza, les instó para que siguieran adelante.

¿Venganza? ¿Cómo luchar contra una ciudad entera que se había alzado en armas contra una institución que creía estar a salvo?
Durante mucho tiempo habían estado jugando con fuego, predicando cosas que sabían de sobra que iban a tener un precio harto elevado.

Ösrik nada sabía de Dioses o filosofías, él sólo quería trabajar, domar el metal sintiendo el implacable martillo en sus callosas manos.
Eso, por descontado, no significaba que fuese ajeno al tremendo dolor que flotaba a su alrededor, pero en la mente del enano, en esos fatídicos momentos, no había lugar para venganzas; tan sólo deseaba poner a salvo a Nariya y tratar de rehacer su vida.

Sin embargo, una cosa era clara: independientemente de quién esgrimiese el mazo de la justicia, tanta maldad no podía ni debía quedar impune.
Quizá cuando los ánimos estuviesen más calmados, podría el viejo pensar en devolver golpe por golpe, pero aún no era momento para ello.

Con cada libro que se calcinaba se moría una parte del alma de Esma. Le costó muchos años aprender a leer y todo fue gracias a la pura casualidad. Una campesina como ella, atada por el destino a una lonja lejos de cualquier ciudad, había tenido la suerte de contar con una abuela erudita que había nacido con el don de la magia. En cambio, ella era normal, pero los libros y las palabras se convirtieron en su propia magia ¿Qué iba a hacer entonces sin ellos?

Miro a su alrededor y su corazón se estremeció ante tal masacre. Avanzaba rápidamente, siguiendo el paso de sus compañeros. No podía fijar la vista al frente si quería evitar pisar los cadáveres que plagaban el suelo de piedra, y la imagen de los cuerpos sin vida se le grababa a fuego en su retina como una terrible pesadilla. De repente, escuchó la voz del gran mago Rainus y destapó su frente para buscar el origen de aquella misteriosa voz. El maese estaba luchando a muerte.

La tristeza la embargaba, pero no podía permitir que le nublara el buen juicio. Debían sobrevivir aunque ello significase... abandonar en todo lo que había creído. Esma agarró a Nariya del brazo, que se encontraba junto a una pila de libros en llamas y le susurró al oído:

-Seguidme, sé cómo... salir de aquí-dijo muy a su pesar, enterrando su desolación para dejar paso al instinto de supervivencia.

Esma se adelantó al grupo y les hizo una señal para que la siguieran hasta las puertas de la Gran Biblioteca.

Zadia veía cada vez con más dolor aquello. El único asidero que tenía en este mundo desaparecía entre las llamas y las armas teñidas con la sangre de los fanáticos del dios Vélex. Era complicado mantener la compostura, pero se vio obligada a hacerlo mientras recorrían las estancias de la Orden, con aquel olor a humo y la sangre que manchaba los suelos de piedra.

La visión del Archimago hizo que todo el grupo se detuviese. Por un momento estuvo a punto de olvidar su disfraz y unirse a Rainus en su lucha contra los sacerdotes. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa le esperaba? No era joven ya, moriría quizás en una década a lo sumo, y prefería irse de este mundo con dignidad a escabullirse en la noche del que había sido su hogar hasta entonces. Sin embargo, la mirada del elfo se cruzó con la suya y sintió en ese breve instante su voz en su mente. Notaba también una cierta compulsión en ella, una fuerza que manaba tanto de su personalidad como de la magia, y la instaba enérgicamente a huir de allí. En aquel momento todo pensamiento sobre su luchar a su lado terminó, sustituida en su lugar por la imperiosa necesidad de escapar.

-Vamos, no podemos quedarnos aquí. -dijo en voz baja y con tristeza a todos.

Observó al joven Morden a su lado. Tendría que cuidar del muchacho. La joven Esma, de la que había oido hablar también en tono prometedor, sería una baza importante si deseaba reconstruir algún dia la Orden. De momento, lo importante era salir de allí. La presencia del máximo hierofante de Vélex había hablado claramente de la gravedad: no podrían acudir a las autoridades de Robleda en aquellos momentos. Sin duda serían atrapados por sus opresores si permanecían en la ciudad. Sólo se le ocurrían dos alternativas: acudir al Duque Reginbrad, representante de la Reina Vigdis; o marchar hacia Marvalar en busca de justicia. Sería más sencillo acudir al Duque, cuya presencia en la ciudad era conocida, además de que era un asunto que le tocaba de cerca, al ser responsable del orden en la localidad y tener a su disposición tropas con las que enfrentarse a los fanáticos. Sin embargo, aquella opción era arriesgada. Fuese cual fuese su elección, deberían primero salir de la ciudad y ponerse a salvo. Esperaba que no fuesen los únicos supervivientes.

Jarsen solo atinaba a mirar asombrado lo que sucedia.

Lanzo una ultima mirada al archimago mientras hacia una silenciosa promesa de venganza.

Bajo la cabeza y durante unos instantes parecia como si sus ojos brillasen debido a las lagrimas, para ser sustituidos por una mirada funesta, que solo prometia muerte.

- Robleda ... 

La palabra salio de sus labios con la sangre manaria de una herida abierta, fruto del dolor y la tristeza ...

Tras acabar de presenciar el combate entre aquellos dos poderosos líderes el grupo hizo caso al "susurro mágico" que Rainus les había realizando sacrificando sin duda alguna sus últimas gotas de energía en aquel combate para atraer toda la atención de los asaltantes, especialmente de Hextadomarius, y permitir así que el grupo huyera lo antes posible de los incendiados jardines. Momentos previos Nariya había aprovechado su subterfugio para acercarse a una de las pilas de los libros, movida tal vez por el ánimo de salvar algo de aquel lugar, y tras fingir junto a los fanáticos más cercanos consiguió ocultar sin mucho problema un tomo que cogió de forma aleatoria. 

Tras recorrer varios metros en dirección a las puertas de la Gran Biblioteca a propuesta de la barda Esma, quien parecía conocer alguna forma de escapar de aquel infierno, accedieron a uno de los largos pasillos interiores dónde entre numerosos daños a cuadros y mobiliario variado habían varios cadáveres de miembros de la orden. El humo de los incendios propagados por todo el enclave también era bien presente, aunque permitía ver lo suficiente. En cuanto a los fallecidos la mayoría habían muerto degollados o atravesados por espadas, y lo que más horrorizó al grupo fue observar como en sus frentes habían marcado en la carne una rojiza V, símbolo inequívoco del dios de la guerra. 

- Eh... vosotros.. - dijo una voz dura y cruel desde detrás del grupo. Cuando se giraron lo vieron, se trataba de uno de los templarios de Velex con la armadura y la espada desenvainada cubiertas de sangre. Al parecer les había seguido desde los jardines.

El templario miró a Nariya. - Te he visto en los jardines y algo no me cuadraba contigo.... ¿Dónde vais? El clérigo supremo ordenó traer todos los libros, objetos y supervivientes allí para la purga... - dijo con voz desconfiada. 

El templario debía haberse percatado de Nariya cuando esta fingió ser una fanática en el momento que se separó del grupo para recuperar uno de los libros, y movido por esa intuición les había seguido hasta aquel pasillo. 

Nariya sintió que el corazón se le paraba cuando les dieron el alto pero cuando reconoció la voz sintió que el mundo se le caía encima. Era el templario de la tarde pasada, aquel al que habia provocado y con el que se había enfrentado pero ahora su espada estaría cubierta de sangre. Nariya no se atrevió a mirar a ninguno de sus compañeros. No quería tener ningún gesto de confianza con ellos que pudiese llevar a aquel hombre a desconfiar ni hacer nada que pudiese llevarles a combate. La chica se giró lentamente.

–Eso hacemos–contesto con un tono agudo, fingiendo una total exaltación, como si estuviese totalmente apasionada con su tarea.– Dos pequeñas bastardas han salido y vamos a cazarlas.

La pícaro miró al pequeño grupo antes de dirigirse con el mismo tono agudo, pero que esta vez denotaba urgencia...y no era fingida. Si no funcionaba NECESITABA que se fuesen de allí. Si salía mal y se quedaban, terminaría mal para todos, incluída ella pero si se iban...si se iban ellos se salvarían y ella tendría una oportunidad. Una oportunidad que dada las circunstancias no tendría de otra forma.

–¿Qué hacéis? CORRED. Seguid con el plan. Son conejos asustados, nada más. No dejéis que escapen...

Nariya volvió a mirar al templario y, con una sangre fría de la que no se creía poseedora se acercó a él y toco con la yema de los dedos el filo de la espada ensangrentada antes de levantar los ojos. Aquella actitud, esperaba,daría tiempo a que el resto se pusieran en movimiento, a que disimulasen sus identidades aún más, a que sobreviviesen.

Por el filo de esta espada y del de todas las que protegen nuestras almas, te juro que las traeremos sin demora.

Y por la sangre que está en ella, juro que no dejaré que toques a ninguno de mis compañeros.