Partida Rol por web

Aquello sonaba bien. Pero Castelo había estado en demasiados interrogatorios, había intimidado a demasiada gente como para no darse cuenta de que repentinamente aquella voz, aunque intentaba parecer temblorosa, era excesivamente firme en su resolución.

También se dio cuenta de algo más: aquel hombre estaba dispuesto a cualquier cosa por su causa. Sólo aquellos que ya no temen perder nada pueden recuperar la calma necesaria para enfrentarse sin dudarlo a su destino. 

- Bien, ya os hemos dicho que es lo que debeis hacer para redimiros - respondió Castelo sorprendido por la forma en que el Dean había cedido

- Decidnos donde está el portátil y los datos para que los pongamos a buen recaudo. Y quien es, y donde está aquel a quien le habéis confiado al comodín -

Tras una pausa añadió - Y recordad que a Los hijos no les gusta que los intenten engañar. La reacción puede ser incluso peor de lo que vos os hayais imaginado alguna vez -

Óscar seguía encendido de rabia pero realmente estaba comenzando a ver que su compañero, el poli bueno, estaba avanzando en aquel asunto. Parecía que por fin Lustres se doblegaba a la amenaza. Que la fuerza y la violencia que impregnaban en sus actos y palabras apabullaban el entendimiento de aquel hombrecillo que ahora parecía dar más pena que otra cosa. Y eso qeu el joven detective lo había visto todo perdido cuando el cuerpo del Dean se relajó y soltó aquel latinajo que, si bien parecía indicar algo parecido a "ocultarse en las sombras", bien podía resultar un código o una contraseña que habría de ser respondida por ellos para verificar su propia autenticidad y pertenencia al grupo de los Hijos del Amanecer.

Los hijos del amanecer... hacía un par de días aparecía ese término en la vida de Óscar Pardo y lo hacía como reflejo de algo pueril. Una línea de diálogo... un mero giro de guión barato en una coartada mal construida. Pero no. Eran reales. Eran terroríficamente reales. Y, sí... tal y como Leviatán había anunciado... eran extremadamente poderosos. Al menos habían hecho presa de elementos importantes dentro de la sociedad. Leviatán tenía razón... aquello solo era el principio.

- Habla de una vez... - urgió Pardo sin dar tiempo a que la presa pudiese pensar. - O muere... miserable.

Poco más podía hacer... pero para Óscar Pardo suponía tanto.

- Arriba. Están arriba.- contestó entrecortadamente el el deán intentando indicar con un movimiento de su cuerpo el camino hacia las escaleras que había en aquel pequeño recibidor - Toda la información está arriba. En cuanto al comodín... se lo he confiado a Julien Enriquez. Él se encargará de todo.

Los agentes enarcaron una ceja. Enriquez era uno de los policías de calle de la comisaría, un hombre joven y atlético que antes de entrar en el cuerpo de policía había sido profesor de educación física. Era un buen hombre, todavía con la vida por delante, y que apuntaba maneras en su labor diaria mientras preparaba las pruebas de acceso a categorías superior. 

El joven agente volvió a hacer presa fuerte del brazo del Deán y lo zarandeó levemente para susurrar a su oído con voz entrecortada...

- Comienza a caminar... 

El arma reglamentaria se ubicó en el costado del tipo, encañonándolo mientras este se decidía por comenzar su andadura. La cuestión era si, llegado el caso, Óscar Pardo, natural de Sancibrián, Cantabria, sería capaz de apretar el gatillo. Quizá hacerlo sería dar un paso en una dirección en la que ya no había vuelta atrás. Quizá ese paso ya lo había dado y aún no se había dado cuenta.

- Despacio...

- Un momento - Luis interrumpió a su compañero antes de que avanzara más que unos pasos - Nos está mintiendo. O por lo menos nos lleva a una trampa - aseguró, totalmente seguro de sus palabras

- Y no me creo lo de ese Enriquez - añadió sin dar muestras de reconocer el nombre mientras guiñaba el ojo a su compañero. Lo único bueno de la situación, que se les estaba yendo de las manos, era que Lustres no los veía. Eso les permitía comunicarse, por lo menos por señas

Tras una pausa, mientras pensaba como reaccionar optó por intentar continuar con la charada - Acaso suponéis que vinimos sin nada de información? Está claro que no tenéis interés en redimiros - Tras una pausa miró a su compañero - Propongo que se lo dejemos a Cornelius - añadió mientras elevaba las cejas en un claro gesto de que no tenía idea de que estaba hablando - En su momento intentó salvar a Crespo, quizás quiera hacer lo mismo con este - completó su frase sin saber si lo que había dicho tenía algo de sentido

El hombre se detuvo pero no contestó a ninguna de las frases de Luís. Permaneció de pie, inmóvil, todavía con el cañón de Óscar apuntándole a las cosquillas, como si todo aquello no fuera ya con él.

- Supongo que ya no tiene sentido intentar salvarlo - comentó Luis al darse cuenta que las mentiras ya no servirían.

- Y no creo que vaya a hablar - añadió dejando implícito el "antes de matarlo" que no quería considerar.

Levantando su arma nuevamente se preparó a dejar caer la culata nuevamente sobre el rostro del "detenido", aunque antes de proceder hizo una pausa y miró a su compañero, dándole la oportunidad de hablar, o actuar, antes de dejar caer el arma

Óscar no sabía ya en qué momento se encontraban. El Deán afirmaba que les daría lo que querían pero no lo hacía. Continuaba con vaguedades y su cambio de actitud física parecía mostrar una extrema docilidad pero no se correspondía con su lenguaje verbal. ¿Era cierto que arriba se encontraba el ordenador de Crespo? El hecho de afirmar que un miembro del cuerpo de Policía estaba involucrado, ¿era verdad o una mera distracción? Leviatán había asegurado que la madriguera se extendía hacía lugares que jamás se podrían imaginar. Política, religión... ¿Policía? Bien... ¿por qué no? Y sin embargo algo estaba fallando en aquel momento, en aquel lugar. Óscar seguía sintiendo esa ira irrefrenable movido por la cual jaleaba y retorcía el brazo del Deán sin miramientos. Y eso le había ubicado en el lugar del "poli malo" en aquella charada. No era su papel habitual. Pero no lo había elegido. Estaba casi fuera de sí presa de la indignación y la más absoluta incredulidad. Presa de designios que se le escapaban al control e incluso al mero entendimiento. Cada palabra de RIcardo Lustres arrojaba más razón al discurso de Leaviatán. ¿Se habían equivocado deteniéndolo? ¿Les habría podido ayudar a averiguar la verdad de no haberlo hecho? ¿Habría querido ayudarles siquiera?

Pardo arrojó un grito fiero que desgarró su garganta al oído del Deán. Un ladrido... un rugido... Algo que le salía de dentro y que luchaba por por salir contra la voluntad del detective. Algo que lo empujó a golpear con fuerza el costado de Lustres con la culata del arma. Fuerte... sin miramientos... Quería romperle alguna costilla. Quizá no conscientemente pero sí deseaba hacerle daño.

Ciertamente, el papel de "poli malo" no era para Pardo. Pero ahora ya era tarde. Él era el racional. El que se manejaba en la diplomacia. El que no resolvía las cosas a golpes. Y eso valía tanto para personas como para máquinas. Eso estaba claro. Y sin embargo... 

Quizá lo mejor sería que cada cual volviese a su papel. Zapatero a tus zapatos. O de lo contrario podría perderse para siempre.

- Voy arriba... - espetó a Castelo. Si había allí un ordenador intentaría aflojarle las tuercas. Y al Deán ya se las aflojaría Castelo. Realmente, si esa era su elección... saldría perdiendo Lustres.

El golpe de Óscar reflejaba su propia frustración. No fue lo suficiente fuerte como partirle ningún hueso al deán pero el hombre se dobló como una rama rota sin poder reprimir un alarido que se cortó en seco por la falta de aire. Se desplomó en el suelo como un muñeco roto, boqueando como un pez sacado del mar. 

Castelo se hizo cargo del maltrecho Lustres mientras su compañero subía por las escaleras.

Lo que se encontró el joven detective era una amplia sala decorada con publicidad sobre el Camino de Santiago, la Pascua Joven, la importancia de la Iglesia en la familia... publicidad del clero. Vendían juventud, renovación, bondades infinitas. El agente no tenía tiempo para eso. Sus ojos revisaron la semioscuridad para ubicar las dos mesas grandes, de oficina, sobre las que reposaban monitores, papeles, notas, libros... y sobre una de ellas un pequeño netbook azulado, de esos que se usaban para llevar como herramienta auxiliar. Estaba encima de la mesa más cercana, sin cargador, casi abandonado a su suerte. Tenía que ser, necesariamente, el ordenador al que se refería el deán.

Al ver que su compañero subía la escalera, Castelo observó al ya lastimado Lustres y decidió brindarle lo que, según el, se merecía

Tras guardar el arma, no resultaba necesaria, cerró los puños y, metódicamente se dedicó a golpearlo en la cara. En lo más profundo de su ser, sabía que lo que hacía no serviría de nada, pero por lo menos le serviría para descargar la furia que se estaba acumulando en su interior

Tras los primeros golpes, sin perder el tono calmado de su voz insistió - Esto os lo habeis buscado vos mismo. Os dimos la oportunidad y decidisteis mentirnos. Os arrepentireis de haberlo intentado -

Mas allá de sus palabras, sus puños seguían golpeando al Dean en la cara. El viejo policía sabía como hacerlo. Con fuerza, con precisión, con puntería, sus nudillos golpeaban la zona de los ojos buscando hacer doler, buscando incapacitar, pero no matar. Todavía no había llegado a ese punto. Todavía.

- Todavía debéis darnos al comodín - insistió mientras seguía martillando en la cara de su víctima

El hombre recibe estoicamente los golpes y las amenazas. 

Sea lo que sea por lo que guarda silencio es mucho más poderoso incluso que una amenaza de dolor o incluso muerte. Castelo está realmente sorprendido. ¿Qué tipo de amenaza hace que un individuo acostumbrado a una vida sedentaria como Lustres pueda resistirse a este trato?

Desde abajo subía un eco del trato que Castelo estaba brindando al malhadado Deán. - Al infierno... - pensó Pardo para sí mientras oteaba a su alrededor con un extraño convencimiento de que, en efecto, coincidía con Lustres en el destino final de su inmunda alma. 

Y, como algo cotidiano... como un manojo de llaves de las que te desprendes despreocupadamente cuando llegas a casa, allí estaba lo que debía de ser a todas luces el Notebook de Crespo. la llave que abría todas las puertas. O al menos eso pensaba y esperaba el joven detective. Sí bien su primer impulso fue abrir lo y desgranar todos sus secretos tuvo un arranque de oportuna racionalidad antes de tocarlo.

- Guantes...¹ - se dijo como un mantra. Del bolsillo de su chaqueta, como policía escrupuloso, siempre se podían sacar un par de aquellos pedazos de latex con los que se escudriñaban los escenarios de cualquier crimen sin contaminar ni hacerle el trabajo más difícil a los de la científica y ahora, más aún, para no dejar sus improntas dónde estas no debían de ser encontradas.

Una vez equipado con ellos abrió el aparato y pulsó el botón de encendido. Probablemente pasarían un par de minutos hasta que el sistema operativo diese acceso a su contenido por lo que finalmente decidió hacer lo propio con cuantos ordenadores hubiese en aquel despacho. Quizá fuesen personales del Deán... quizá sólo encontrase flyers de campamentos religiosos... pero quizá también hubiese alguna cuenta de correo con contenido relacionado con los Hijos del Amanecer. Si alguien como Fran, el informático de la comisaría, pudiese meter sus manos en aquel tinglado a buen seguro que sacaría petróleo. Pero tal y conforme estaban las cosas no podía fiarse de nadie. Habría de hacerlo él mismo².

Tras encender el ordenador Óscar se sorprendió de que no le pidiera ninguna clave. En el ordenador de casa tenía una, por lo que supuso que lo mismo haría con un netbook, que tiene más posibilidades de caer en las manos equivocadas. Eso podía significar que no había nada de valor en él... o que su dueño lo había dejado sin clave porque quería que se accediese a su contenido. 

Había un enlace directo a una carpeta llamada 'Documentación' en el escritorio de Windows. ¿No era todo demasiado obvio? Por un momento Óscar pensó si aquello no sería un honeypot¹ que activase alguna trampa. Durante unos momentos dudó pero finalmente decidió darle al botón contrario del ratón y solicitar las propiedades del icono en vez de abrir a lo bestia². Era un acceso directo, efectivamente, que conducía a una carpeta almacenada en una tarjeta SD³. Óscar revisó las ranuras del ordenador. No había ninguna insertada. Lo más importante faltaba. Que decepción.

Después echó un vistazo general al resto del contenido del netbook sin obtener nada. Pero en documentos recientes había dos rutas claramente importantes:

E:DocumentaciónLUIS_IMPORTANTE.txt
E:DocumentaciónHijos_del_amanecercuentas.xls
E:DocumentaciónHijos_del_amanecermiembros.xls

Alguien había dejado información clara para Luis. ¿Luis González? ¿Era aquel ordenador un testamento de algún tipo? Pero ¿dónde estaba la tarjeta SD?

Al ver que pese a sus "buenas intenciones" el Deán no deja escapar ni una palabra Castelo, finalmente, pierde la paciencia. Volviendo a tomar su arma, lentamente y buscando que el sonido sea claramente audible echa hacia atrás el percutor antes de verificar que el seguro este bien puesto.

Sabiendo que el "click" le debe sonar al prisionero como el sonido de su propia muerte, se toma su tiempo antes de levantar el arma y dejar caer la culata, con fuerza, en la sien del hombre, asegurándose que el mismo quede inconsciente con el golpe

Tras verificar que el mismo este vivo, aunque dormido, vuelve a guardar su arma mientras espera que su compañero descienda del piso superior, esperando que pueda hacerlo sin inconvenientes.

Con todo sabiendo que ese no es el lugar donde debieran estar, se aproxima a la puerta y verifica por la mirilla que nadie se acerque al lugar, después de asegurarse que nadie se aproxime al recibidor donde se ha dedicado a darle la paliza de su vida a Lustres.