Partida Rol por web

Sin siquiera preocuparse por moverse hacia otro lugar, Luis aprovechó que el Deán estaba prisionero en los brazos de su compañero para confundirlo un poco más.

Tomado los faldones de su chaqueta los elevó sobre la espalda de Lustres con fuerza, forzándole sus brazos a una posición antinatural antes de dejar caer los mismos faldones sobre su rostro, impidiéndole ver a quienes tenía enfrente y aferrandolo del cuello sin soltar la tela que tan eficazmente lo cegaba e inmovilizaba

- Los hijos del amanecer no deben temer a la oscuridad - pronunció truculentamente, impostando la voz para hacerla totalmente irreconocible

- Crespo ya fue sentenciado y el llamado Leviatán está preso. No saldrá de la comisaría - le anunció sin cambiar el tono de voz - Luis, el amigo de Crespo, no podrá decir nada más y Castres... - repentinamente se detuvo antes de preguntar - Que debemos hacer con Castres? Que motivo tenemos para permitirle vivir -

- ¡Yo iba a cumplir las órdenes! ¡Prepararlo todo! - gimió el individuo bajo la improvisada capucha - Preparar al comodín tal y como se me ha ordenado. ¡Soy siervo fiel de nuestro Señor! ¡No hay mácula en mi alma! 

Parecía que el teatrillo daba sus frutos: el hombre estaba realmente aterrado.

- ¿Cumplir órdenes...? - chilló Oscar con la garganta inflamada y aguantando la voz. - No has hecho nada... absolutamente nada. Y no... no mereces seguir viviendo.

La presión que Oscar ejercía sobre el interrogado se hizo más fuerte. Más violenta.

- Eres peso muerto... ¿tu alma, dices? ¡Ja...! No vales para nada y del comodín nos ocuparemos nosotros ahora. Inútil.

Pardo prefería seguir la estrategia de Castelo. Su ira le cegaba pero era poco práctica. Su compañero parecía mucho más tranquilo. Mucho más centrado en el objetivo. Oscar realmente tenía ganas de abrir en canal a ese cerdo y mandar un mensaje a quien quiera que estuviese al otro lado de aquella peligrosa línea. Pero no... había que obtener respuestas. Había que acosar al ratón para que sintiera el miedo suficiente como para que llevara a los agentes hasta el siguiente objetivo.

- ¡Pero os he servido fielmente! ¿Por qué me castigáis? - el hombre sollozaba - ¿Debo ser yo el comodín? Si esa es la orden yo me entregaré gustosamente para sufrir el calvario. He seguido todas las instrucciones, he cumplido las órdenes. No es mi falta si el amigo de Crespo no tenía lo que buscábamos. Seré el expiador por el bien de los Hijos, sabiendo que con eso obtendré la gracia al otro lado. Pero ¿qué pecado he cometido para ser eliminado como un canalla? El Altísimo sabe que mi corazón está entregado a su causa. 

Sin dejar que el Dean se liberase y más sorprendido de lo que el mismo quería reconocer, Castelo miró a su compañero sin tener claro como reaccionar antes las palabras que estaba escuchando

EL corazón latía sobre las sienes de Pardo a la velocidad de un Fórmula 1. Notaba cada pulsación presionando las venas de su garganta. Como un grito amargo que lucha por salir. ¿Cómo podría seguir con aquello? En verdad estaban dando palos de ciego... esperando ser lo suficientemente avispados como para que el propio Dean revelase más de lo que desease. Pero sabían tan poco acerca de los Hijos del Amanecer que aventurar amenazas sin ton ni son tampoco les conduciría a ningún sitio.

- ¿Tú...? ¿El comodín...? Aún no hemos terminado contigo. Créeme que esa no va a ser tu salida fácil. Estás marcado... y lo sabes.

Oscar buscaba una idea... un hilo del que tirar. Algo que desencadenase todo lo demás.

- Entréganos el comodín y continuaremos nosotros. ¿Prepararlo...? La has liado bien. El círculo se estrecha y tu no tienes opciones.

- ¿Por qué los Enviados no confían ya en mí? Tenemos el portátil de Crespo y he recuperado los datos. Ahora iba a destruirlos. Su amigo ya no hablará con nadie y su ejecutor ya estaba muerto desde que tomó el veneno cuando cobró por adelantado. El comodín ya está encerrado y marcado, alguien de confianza se encargará de él. Y aunque la policía sólo haya dado palos de ciego la investigación se cerrará exitósamente. ¡He cumplido todas las órdenes! ¡He redimido mis errores! ¡Todos los hilos están cerrados! ¡Todos los hilos están cerrados! -repitió como una letanía.

Castelo escuchó las palabras del prisionero y tras un momento contestó, sin liberarlo de la capucha temporal con que le había cubierto la cara - Porque habéis levantado demasiadas sospechas. Hay gente que cree que estáis relacionado con lo sucedido - contestó mientras trataba de pensar como obtener más información.

- Sin embargo, todavía no está definido si debéis ser el comodín. Todavía debemos tomar la decisión y quizás, solo quizás, seáis más útil a la Orden si seguís con vuestras tareas... - comenzó a explicarse sin tener demasiado en claro como obtener información de un hombre aparentemente dispuesto a morir, como amenazarlo, pero dándole la opción de cumplir los que parecían sus propios objetivos

- No destruyáis, aún, ese portátil. Deberíais haberlo hecho antes, pero dado que os habéis demorado, quizás eso termine siendo vuestra salvación - Si en algún lugar había datos debía ser en ese equipo - Donde lo habéis ocultado? - pregunto con firmeza - Está accesible? Por lo menos habéis dejado los datos y el portátil en el mismo lugar? - terminó preguntando sin saber si esa alternativa era la mejor o la peor.

- Alguien de confianza? - preguntó bruscamente al Deán - Habéis dejado al comodín con "alguien de confianza"? De confianza para quien? para vos o para los Hijos? -

Mirando a su compañero le comentó, esperando que reconociera el viejo juego del policía bueno y malo. Curiosamente, el solía jugar el papel de "malo", pero por como se venían dando las circunstancias parecía que esta vez él debería tomar el papel que menos le gustaba - Esta marcado, pero sabes que podemos perdonarlo - le comentó mientras le guiñaba un ojo, sabiendo que el prisionero no podía verlo.

- Quizás debamos continuar con el comodín original. Hay demasiada gente reacia a los cambios - insistió - Aunque también hay gente que prefiere que las cosas se resuelvan ahora. No lo sé. Quizás realmente se haya redimido - repitió las palabras de su interlocutor sin tener idea de que estaba hablando.

- Quizás, si realmente te convence de ello, podríamos darle otra oportunidad... -

Óscar Pardo exhaló una pesada bocanada de aire. Densa. Como humo. Aflojó un poco su presa. Su fuerza superaba con mucho a la del Deán que, atemorizado como se encontraba no parecía una amenaza. Al menos no en el plano físico. Por eso se permitió un respiro. Un instante para dejarle pensar. O, al menos, para darle una sensación verdadera de esperanza. Cierto espacio para que tomase una decisión acertada. Por supuesto no iba a soltarle. Pero si seguía aprisionando el brazo a aquel tipo con la misma fuerza este acabaría por luxarse como poco. Unos milímetros.

Y luego un susurro con aquella voz chillona cargada de ira que le salía al detective sin saber muy bien ni cómo ni porqué:

- ¿Quieres otra oportunidad? ¿Crees que la mereces...? ¿Realmente piensas que podrás llegar frente al Altísimo y mirarle sin temor? ¿Sin mácula...?

- He cometido errores...- contestó el otro entrecortadamente - Pero sabe el Altísimo que no ha sido por pereza o desidia, sino por desconocimiento. Y asumo toda la culpa. ¿Mirarle a la cara? No soy digno de ello, pero si me lleváis ante los Envíados ellos podrán mirar directamente en mi corazón. In veritate libertas. Yo mismo habría acudido a ellos al terminar mis labores.

- No, no eres digno - asintió Castelo - Quizás ni siquiera eres digno de tener una oportunidad de ver a los enviados. No lo se, pensé que... -

El veterano policía dejo sus palabras en el aire antes de continuar - Pero si ni siquiera eres capaz de contestar lo que te preguntamos, deberemos cumplir nuestra tarea y asegurarnos que los enviados no tengan más noticias tuyas. Todavía estamos esperando. El portátil, los datos, quien es que acompaña al comodín. Supongo que suponéis que si evitáis las respuestas tendréis oportunidad de redimiros. Esa es una mala decisión - aseguró - Pero es la vuestra. Y habla del estado de vuestra alma - añadió - El desconocimiento puede ser perdonado. Las mentiras y omisiones, no - sentenció tratando de imprimir a sus palabras una seguridad que no sentía.

El hombre guardó silencio un momento. Pardo notó como dejaba de hacer fuerza, como si cambiara de actitud.

- Est occultatum post umbra? - preguntó en latín, reteniendo su respiración para que sonase calmada.

Luís miró a su compañero sin tener claro que le estaban diciendo pero suponiendo que se trataba de algo relativo a esconderse en la oscuridad - Parece que alguien nos probar - intentó reírse sin que el sonido que emitió sonara demasiado jocoso - Cuando el que tiene que probar que es digno es el. Supongo que lo que nos dijo es mentira y no puede probar nada - añadió antes de golpearlo en la cabeza con la culata de su arma, verificando que el golpe no fuera lo suficientemente fuerte como para desmayarlo.

- Lo ideal sería crucificarlo - comentó como al pasar, como si supusiera que Lustres estuviera inconsciente - Después de todo todo comenzó cuando esos policías... - sonaba extraño referirse a ellos mismos como a desconocidos - ... encontraron el crucifijo. Pero no podemos hacerlo aquí, si alguien lo encontrara causaría muchas preguntas. Deberíamos llevarlo y no vale la pena correr el riesgo. Que opinas? Lo ahorcamos o le clavamos un cuchillo? -

- ¡No! ¡Os ayudaré! Os daré lo que buscáis. He redimirme. - Dejadme expiar la culpa. Para mostrar que pese a mis errores puedo ser útil por última vez a la causa.