Partida Rol por web

- En esta ciudad los negocios que generan beneficios difícilmente pasan desapercibidos para mis patronos. Yo soy un simple empleado, voy donde me dicen. Pero si estuviese en su lugar, supongo que sospecharía que mis socios no han sido todo lo discretos que debiesen. - Froto mis manos con nerviosismo - ¿empezamos?

—Está bien —concedió consciente de que no iba a ser capaz de sonsacar más, miraba entonces los comandos que había tecleado y decidió borrarlos para en su lugar teclear otros.

—Sexo lésbico... —dijo en voz alta en cuanto terminó de teclear todos los comandos—. Creo que todos los hombres hemos tenido la curiosidad de saber cómo es el orgasmo femenino, es posible que te resulte una experiencia corta para lo que fantaseabas antes pero lo mejores hacer las cosas poco a poco.

Tras cinco segundos tomó una diadema que había estado conectada con la terminal y se la acercó a su cliente.

—Colóquesela, le daré intimidad —dijo tendiéndole aquel extraño objeto—. Es todo lo que necesitas para la experiencia.

Una vez vio que Harlan se la había ajustado bien empezó a alejarse.

—Te daré intimidad. En cuanto termines déjala aquí, tampoco tiene demasiado valor pues no es más que una interfaz neural que manda información al neurochip. Puedes encontrar más de esas por ahí así que no creas que te estoy dejando en posesión de nada.

Y tras aquellas palabras se marchó. Había cambiado de opinión sobre el asunto. Tenía que buscar a unos cuantos empleados empezando por el desgraciado que se había ausentado para empezar a pedir explicaciones...

¿Qué coño ha sido eso Harlam?.

¿Orgasmo femenino?. ¿Se está riendo de ti o que cojones pasa aquí?.

Parece que el dueño del Annika te ha dado gato por liebre.

Yo diría que ese tío te subestima. A ti y a Cryotec...

¿Cómo reaccionas? ¿Qué haces ahora?

Me siento insultado. Mi libido suele estar por los suelos y un orgasmo me parece un estímulo ridículo, animal, algo que ya no me interesa salvo como broma. Hace años que estoy por encima del sexo como fuente de placer. Es tan primitivo que me parecería una broma sino fuese tan insultante. Esperaba una catarsis mística, experimentar la crucifixión o una cámara de gas...pero esto...

Me arranco los sensores y me separo de la máquina con una mueca de asco. Si hay algo que me altera es sentirme insultado, menospreciado por un don nadie.

Como descubro que me encuentro allí sólo examinó el lugar milímetro por milímetro. Coloco un pequeño dispositivo espía, espero descubrir cómo ha accedido este simio a semejante tecnología para usarla como una puta.

Espero usar lo que pueda escuchar para hundir a este tipo hasta tal punto que la mano que ahora ha rechazado sea su único salvavidas. Por supuesto me imagino vigilado así que simuló deambular aturdido mientras hago todo esto. 

Cuando vienen a sacarme de aquí me excuso para salir del local lo antes posible. Una vez fuera contacto por videoconferencia con Dimitri.

Su cara aparece masticando con spaguetis colgando de sus labios. No necesito que hable. Le doy el nombre y la descripción de kopernik. 

- sigue a este tipo. Quiero saber a quién se folla, donde caga y con quien hace sus mierdas de negocios. Pero no le toques ni un punto pelo, Dimitri. ¿ Entendido?

El tipo al otro lado asiente, sorbe los fideos y desaparece con un fundido en negro.

Voy a casa, necesito un lugar adecuado para esperar el reporte de Dimitri. 

Cuando la experiencia simestim finalizó, el ejecutivo se quitó aquella ridícula diadema sensorial de la cabeza. Durante un breve instante deambuló algo aturdido por la estancia pensando en que la experiencia que había vivido no era ni de lejos lo acordado con el dueño del local. En su rostro se dibujaba claramente la imagen de alguien que se sentía defraudado e insultado. 

Cuando se hubo recompuesto se largó de allí. Se marchó en dirección a su casa, con la certeza de que en algún momento su camino se volvería a cruzar con el de ese tal Kopernik...

KOPERNIK

En la zona central del Annika la cosa parecía haber vuelto a la normalidad. El agente del gobierno y el anciano corporativo recalcitrante ya eran historia. Al menos por aquella noche. Un vistazo alrededor tranquilizó medianamente a Kopernik. Sus hombres de seguridad estaban otra vez ocupando sus posiciones asignadas, aunque todavía seguía faltándole uno: el tipo que Natascha había enviado a casa por ese supuesto malestar estomacal. Aún tenía que arreglar cuentas con ella. Tales decisiones no eran su competencia. No al menos sin consultárselo a él primero.

Su mirada encontró a la camarera en la barra sirviendo una copa de limo nuclear a un tipo anodino. Se encaminó hacia allí diespuesto a intercambiar más que un par de palabras con la muchacha, pero algo interceptó su atención desviandola a otro lugar: En el pasillo que conducía a los baños había una cola enorme. Algo inusual. Generalmente siempre había cola en el servicio de hombres y el de señoras estaba vacío, pero aquella noche ocurría justo al revés. El dueño del Annika se dirigió hacia allí y tuvo que abrirse camino casi a empellones. Rodeado de cuerpos sudorosos escuchó voces anónimas que anunciaban el motivo de aquella cola. Alguien se había encerrado en uno de los baños de señoras y ya llevaba más de diez minutos allí. Pasó junto a los urinarios y de los únicos dos cubículos existentes llamó a la puerta del que estaba cerrado. El otro llevaba los últimos tres días fuera de servicio por un problema de fontanería.

—¡Dejadme en paz! —gritó una voz desde el otro lado de la madera. La voz era la de alguien que había estado llorando.

Cuando Kopernik abrió la puerta con la llave maestra su intuición se confirmó. Allí estaba Tanya; una de sus mejores bailarinas. El rimel fluorescente había escurrido bajo el llanto de sus ojos manchando su cara hasta la base de sus mejillas.

La presencia de Tanya le molestó, vivía de la imagen y tener a una de sus chicas llorando en uno de los baños era malo para el negocio. Pensó rápidamente y sin analizar mucho la primera idea que le sobrevino, giró sobre sí mismo para encararse con los de la cola:

—Retroceded por favor, está agobiada y no la llega casi el oxígeno. Salid por favor, no me hagáis llamar a seguridad —dijo todo con soltura y con la mayor diplomacia que fue capaz de sacar de sus adentros.

No se sentía el dueño del Annika especialmente diplomático aquel día pero creía que no lo había hecho mal a tenor de la reacción y de cómo los curiosos fingiendo preocupación retrocedieron dándole el suficiente espacio.

—Ven Tanya, vamos a un sitio aparte a hablarlo —la pidió asiéndola de su mano con delicadeza. En cuanto se sintió seguro tiró con fuerza y antes de que se diera cuenta estaban saliendo, cubriendo con su mano su rostro para que nadie alcanzase a ver el rímel corrido. Antes de que los demás pudieran cotillear demasiado se había perdido por el área de los privados que era el que estaba más a mano.

—Sabes que no debemos usar los baños de los clientes para mantener ese misticismo... Y menos si es para llorar —dijo reprendiéndola con suavidad—. Venga, dime que te pasa... Intentaré ayudarte mientras esté en mi mano.

Ella aún parecía estar hipando por sus lágrimas, KoperniK miró a su alrededor buscando algo que le permitiera reunir fuerzas y sobre todo paciencia. Se fijó entonces en el entorno del garito que había elegido para sentarse, colores rojos y negros para estimular a los clientes. Pero lo suficientemente oscuro para insinuar y revelar a partes iguales. Parecía que salvo los detalles chillones tal vez Tanya se sintiese lo suficentemente oculta como para abrirse que era lo que él buscaba.

—Estoy hasta el cuello de mierda, Kop —dijo cuando consiguió calmarse lo suficiente como para poder hilar un par de palabras seguidas.

—Hace unos meses me colgúe de una tía. Generalmente no me va el rollo lésbico pero ella era especial. Diferente. No sé como explicarlo, pero supongo que alguna vez te habrá pasado algo parecido... —no había terminado ni la segunda frase y Kopernik ya comenzaba a aburrirse de la charla de la prostituta. —El tema es que Maik nos pilló. El cabrón había instalado un software espía en uno de los terminales de casa y consiguió interceptar una conversación vía neurochip entre Viktoriya y yo.

—¿Voy muy rápido?. ¿Te estás perdiendo?. —Entre la velocidad a la que hablaba la prostituta, y la cara que se le estaba quedando a Kopernik mientras la escuchaba, lo normal era pensar que este último no se estaba enterando de nada—. Maik es mi novio, ¿vale?. —aclaró—. Ya.. ya lo sé. Ya sé que ese tipo de software es ilegal y que puedo denuciarlo, pero Maik es... joder.

Sacó algo de su bolso. Un pequeño cilindro del tamaño de un pintalabios que acercó a su nariz. Tras la succión el bólido del trank corrió desbocado por las autovías de sus venas como un kamikaze en dirección a su sistema nervioso central.

—Maik es un cabrón chungo. —continuó cuando el chute hubo llegado a su destino—. ¿Me entiendes?. Un mal tío metido en movidas aún peores. Lo último que me dijo es que iba a matar a Viktoriya y que después haría lo mismo conmigo.

Entonces su desesperación agarró al mnemólogo por el brazo: —No sé que hacer, jefe. He estado llamando a Viktoriya sin parar y es imposible establecer conexión con su neurochip. Estoy segura que ese puto cerdo de Maik ya se la ha cargado. Se que no va a parar hasta que lo consiga porque tambien está ese tema del ap...

Repentinamente cerró el pico, como quien sabe que ya ha hablado más de la cuenta.

Por un momento se planteó coger a aquella zorra y a todos los que le habían fallado aquel día y hacerles jugarse la vida con una ruleta rusa por recuperar las viejas costumbres de la zona. Igor defendía aquella técnica y le había hecho pasar por aquello una vez. Sin embargo, la última revelación le hizo refrenarse:

—Sigue por favor... Si no me dices todo no podré ayudarte... ¿De qué se trata el otro tema? —inquirió mientras alargaba la mano y la levantaba la barbilla—. Puedo protegerte de tu novio y darte todas las facilidades para estar con Viktoriya si así lo quieres...

KOPERNIK

La bailarina permaneció inmóvil, miraba dubitativa a Kopernik, con el brazo alargado aún aferrado al de él.

—Oí una conversación que Maik mantenía con su jefe —dijo cuando por fin se decidió a hablar. —Hablaban sobre el aparato que siempre acompañaba a Viktoriya. Yo la conocí. La llamaba Sestra—. Hizo una pausa y se frotó la cara con el dorso de la mano. El rimel fluorescente se corrió aún más dotando a su rostro un aspecto casi cómico.

—El jefe de Maik quería el aparato a toda costa. Exactamente dijo: Todos la están buscando porque lo que contiene es extremadamente valioso —se encogió de hombros. —Creo que por todos se refería a las otras mafias. Ya sabes; los rusos y los japoneses...

Kopernik la miraba como quien contempla una oveja buceando en el fondo de un río.

—Ni si quiera sé por qué te cuento todo esto, Kop. Olvídalo.

Se levantó. Ya había pasado la parte del bajón y ahora estaba más avergonzada que otra cosa.

Tanya ha nombrado a los japoneses, lo que me recuerda que el Annika está en territorio de la Yakuza.

¿Que relación tienes con ellos?.

—Al cierre resolveremos esto —prometió—. Sin embargo, antes debemos organizar una reunión, habla con todos los de Annika para que estén aquí en cuanto cerremos. Me refiero a todos, incluso los que hayan tenido que irse porque se encontraban mal.

Recalcó aquella última frase para que no hubiera dudas a qué se refería cuando decía todos.

—Y Tanya, no te preocupes... Resolveremos esto con discreción —mintió.

Volvió a la sala VIP mientras pensaba en las nuevas revelaciones. Una vez se sentó en el mismo sitio en el que todo había empezado certificó que nada había cambiado en el Annika y que las cosas se habían relajado. Incluso aquel patán que insistía en comprarle el negocio también se había largado.

Se fijó en la mesa que tenía más próxima y allí el cigarrillo que había dejado ya se había consumido. Su copazo era ya inbebible pues el hielo se había derretido aguando toda la mezcla. Así era su vida, ya era hora de volver a tomar los problemas con fuerza para beneficiarse de ellos. Al fin y al cabo, así se hizo con el Annika.

Llamó primero a su antiguo jefe, después a la Yakuza. Ambos le tocaban los cojones a su manera, el primero insistiendo en cobrarse favores cada poco y los segundos demandando impuesto de protección¹.

_{En línea con Iwao. Kyodai del clan Inagawa de la Yakuza.}

—Entiendo —dijo la voz al otro lado de la transmisión. —Pero si quiere hacer negocio de verdad, la próxima vez que llame procure tener información más sólida y concreta—. Sentenció el japonés. Inmediatamente Kopernik puso fin a la conexión.

_{En línea con Sergei Vólkov. Lugarteniente del Konglomerat.}

—¿Qué tienes para mi? —se escuchó como aprovechaba la pregunta para sober una calada de algún cigarrillo.

Biennnn —alargó la palabra en el tiempo y espacio recreándose en un tono complaciente cuando escuchó lo que Kopernik le tenía que decir. Casi se podían escuchar los pequeños y retorcidos engranajes moviéndose dentro de su cabeza. —Eso que me cuentas ya lo sé. Esa idiota de Viktoriya ha traído al aparato a nuestras puertas y ya estamos a punto de echarle el guante.

El sonido era irregular, escuchándose música de fondo y varias personas hablando a la vez.

—Lo que si voy a necesitar es que me hagas un favor —la palabra favor pronunciada en boca de aquel hombre era sinónimo de problemas y Sergei era consciente del efecto que solía provocar en la gente, así que se apresuró en continuar hablando—. Lo único que nos interesa del androide es lo que tiene en su interior. Una vez lo tengamos en nuestro poder vamos a necesitar que tu le extraigas lo que tiene almacenado. Ya sabes a que me refiero... tendrás que usar esa magia que haces en tu local... —simuló no recordar el nombre de las simestim.

—Sergei... Tengo a la Yakuza también encima, mi local está en su territorio como bien sabes —pensó KoperniK en voz alta antes de lanzar su propuesta:

—Tengo que limpiar la mierda de casa, tú me entiendes¹... Si te parece, me ayudas a limpiar el barrio un poco para que nadie nos interrumpa. Cuenta conmigo para el trabajo, será perfecto... Sin ruido ni interferencias —prometió.

Eran altas horas de la madrugada y el Annika ya había cerrado sus puertas. El hilo musical del club aún sonaba cuando Nika y alguno de los otros comenzaron a despejar la sala central para la reunión. Retiraron todas las mesas salvo una que quedó acompañada por dos sillas. Kopernik analizaba la reacción en los rostros de sus empleados ante la "reunión laboral" que se avecinaba.

El dueño lo observaba todo apoyado en la barra. Llevaba un buen rato sin moverse de su puesto frente a una copa de licor. Despues fueron llegando el resto de las bailarinas, luego aparecieron los miembros de seguridad, incluso Dimitri junto a su indisposición estomacal se habían dignado a volver al local. Cuando todo el mundo estuvo presente Kopernik se apartó de la barra y se dirigió a la zona central. Aunque llevaba en el local toda la noche su ropa seguía planchada a la perfección y en la tela no se marcaba ni una arruga o curva.

La mirada de todos siguieron de cerca a la camarera mientras caminaba hacia la mesa central. Llevaba algo en su mano. Algo que depositó sobre la superficie plástica del mueble. Ahí estaba. Todos lo vieron y sus ojos comenzaron a temblar. Era un revolver. Una réplica perfecta del Nagant M1895.

Natascha miró a Kopernik tras depositar el arma y él simplemente asintió con un leve movimiento de cabeza.

Dimitri se movía nervioso. Tenía mal aspecto. Su mirada enrojecida se acobardó asentada bajo la penumbra de sus ojos hundidos.

—Me encuentro mal. Uff. Dios mío. Estoy terriblemente cansado... —como solía hacer siempre que sabía que la ha cagado buscaba excusarse desesperadamente.

Kopernik simplemente lo ignoró. Estaba ocupado repasando a todos con la mirada. Diciendo sin palabras que alguien tranquilizara a Dimitri para que pudiera comenzar la "reunión".

Lo hizo Tanya: —Tranquilo, Dimitri—. dijo ella, y le puso una mano pecosa sobre el hombro.

—...terriblemente cansado... —musitó él.

—Lo sé, Dimitri, lo sé —palmeó su huesudo hombro y Dimitri cambió de expresión, comprendió que nadie iba a escuchar sus quejas esa noche.

Kopernik miró a su alrededor para comprobar si había alguno que pareciera dispuesto a interrumpirlo y sonrió mientras hizo girar la cabeza dentro del cuello de la camisa. Los chicos rehuyeron su mirada; todos se miraban las uñas.

Entonces llegó Trisha. Era una de las bailarinas más populares desde que sus giros invertidos se habían convertido en tema de leyenda para los regulares del club. El taxi acababa de dejarla en la puerta y había sorteado la distancia desde la calle con paso apresurado. Aún jadeaba cuando llegó.

—Perdón —se disculpó. —imposible llegar antes—. Era cierto. Había acabado su turno hacía escasa media hora y ya estaba a punto de llegar a casa cuando recibió la llamada de Kopernik.