Partida Rol por web

La caravana emprendió el camino temprano, antes incluso de que saliera el Sol. Or estaba cerca, y si todo iba bien no había razón alguna para que llegaran después de la hora de comer. La idea era que los mercaderes vendieran algo de su mercancía por la tarde, y como era un pueblo muy pequeño y no esperaban muchas ventas saldrían a la mañana siguiente hacia Nar, que estaba creciendo mucho en los últimos años al encontrarse en mitad de las ciudades que más habían florecido comercialmente en el Valle. Eran en total un grupo de 20 dromedarios y 9 personas, sin contar al pequeño Ulun.

—¿Y para qué querría una mujer viajar al norte? Quieres conocer a Maba Gathra, ¿verdad? Lo veo en tu mirada —dijo el viejo Ormán mientras sonreía a Walda. Lo cierto era que Eruá se lo había contado ya a Ormán, pero quería hacerse el interesante—. Yo la conocí hace muchos años, cuando los dos éramos más jóvenes. Ella me curó de la mordedura de una serpiente. ¡Es una mujer extraordinaria! ¡Ya lo verás!

Walda sonrió al mercader. Había dado en el clavo. ¿Tanto se le notarían sus deseos?

Pues así es, buen hombre. Esa es mi intención cuando llegue a Aku. Aunque para mantenerme supongo que seguiré trabajando de enfermera de vez en cuando. Maba Gathra debe ser una mujer inteligentísima, pues no es fácil curar venenos. Hay que actuar con rapidez y usar los ungüentos apropiados después de sacarlo, por si quedan pequeños restos y para que cicatrice la herida. –Se notaba mucho que Walda admiraba a la famosa erudita-. Quería agradecerle que nos haya dejado a mi hijo y a mí acompañarles en este viaje. Ha sido muy amable al confiar en nosotros, teniendo en cuenta todos los peligros que hay.

A pesar de ser una mujer seria y poco cercana a la gente, era bien agradecida y así lo mostraba. Que no tuviera interés por intimar y hacer amigos no significaba que no supiera tratar con las personas. Al fin y al cabo, trabajaba con ellas día tras día.

Erúa había conseguido dormir con una vieja conocida de Arna aquella noche, aunque nada le impidió estar perfectamente despejado para la hora a la que se marchaba la caravana. En cualquier caso se encontraba de bastante buen humor.

Los miembros de la caravana ya conocían las medidas de seguridad. Lúder y el propio Eruá harían batidas por los alrededores de la comitiva con los camellos más descargados, volviendo de vez en cuando a informar. Lo mejor hubiera sido ir en grupos de dos a explorar, pero no eran tantos. En caso de que vieran algo sospechoso, un código de silbidos no demasiado complicado informaría a la caravana (he visto algo, estad alerta, bandidos!). Los propios comerciantes también debían estar atentos por si algo se escapaba a los vigías por lo que también podían avisar a estos para que volvieran.

Las armas siempre debían estar bien visibles, a veces con eso bastaba como elemento disuasorio. Era muy importante que nadie se viera aislado en caso de ataque (especialmente los niños) y nunca desperdiciar una tanda de disparo (ya fuera de arco u honda).

Todo esto fue a contarles a los tres nuevos.

Lucyen se levantó a las primeras horas del sol, para preparar el poco equipaje que tenía para un nuevo viaje. Tuvo un descanso placentero, algo necesario si quería cumplir con su cometido durante la caravana. En una vigilancia cuanto mas despejado mejor.

Fue en la caravana donde Eruá les presentó al resto de la comitiva y les explicó como trabajaban. Lo de los silbidos era un buen truco para comunicarse, y aguantó pacientemente que les explicase lo de tener siempre las armas a la vista y no desperdiciar munición. Sabía perfectamente a lo que se refería.

Ya con aquellas explicaciones decidió preguntar lo evidente: ¿donde queréis que me coloque?- él era un secundario en aquella caravana, y no quería suplir las funciones de los que estaban allí. 

Ulun miraba a los camellos en silencio. Su madre le había dicho que estuviera callado y así lo haría. Había otro niño como él con los mercaderes, pero no se atrevía a hablarle, no fuera a ser que lo molestara.

Cuántos camellos y cuántas cosas tienen estos mercaderes. Algún día yo tendré también una caravana como esta.

Walda estaba encantada con lo bien montado que lo tenían todo. Ella se había quedado con las mujeres y Orman para no molestar mientras los hombre jóvenes organizaban las medidas de protección. Miraba a Ulun y dio gracias porque su hijo fuera tan obediente. A otro crío le habrían fascinado las armas que tenían y se habría puesto pesado, pero él estaba bien callado.

Si necesitan algo, díganmelo. Ya que nos han dejado venir con ustedes, no queremos ser una carga. Al contrario, en cualquier cosa que podamos ayudar, lo haremos.

—Quédate aquí un rato, joven —dice Ramra a Lucyen—. Ya vigilan estos dos —refiriéndose a Eruá y Lúder—, no hace falta que vayamos ahora, descansa que a nosotros nos tocará más tarde. Y descansa bien, porque has de saber que yo estoy gafado. Siempre aparecen los bandidos cuando es mi turno de vigilancia —se levanta un poco los ropajes para señalar una cicatriz en el muslo—. Esta me la hizo un bandido en mi primera guardia. Pensé que no lo contaba, y ésta —dice mostrando el antebrazo— me la hizo una mujer. Una maldita bestia ardiente. Por poco me arranca el brazo la muy bastarda. Suerte que Ormán me ayudó, que si no... 

—Deja ya de inventarte historias, Ramra —interrumpe la mujer—, todo el mundo sabe que la del muslo te la hiciste tú solo cuando ibas bebido. Si no te hubieras puesto a...

—¡Calla mujer! ¡Te juro por mis antepasados que me la hizo un hombre como una montaña de grande!

—¿Ya estáis otra vez peleando? Desde luego no hay remedio, ¿no se puede estar aquí tranquila ni un minuto?, ¡de verdad! ¡Siempre igual! ¡Parece que Ramra es tu marido en vez de Ormán! —dice Ara a su hermana.

—¡Haya paz! ¡Haya paz! —el viejo Ormán se impuso sobre los demás para llamar a la calma—. Tenemos invitados, ¿Tenemos que montar siempre el numerito? Vamos a intentar ser amables con ellos —dijo sonriente.

Nipo está perfectamente acostumbrado a este escándalo, así que lo ignora y se acerca al nuevo niño de la caravana.

—¡¿Juegaz conmigo?!

¡¿Juegaz conmigo?!

Ulun miró al niño. Por una parte, tenía ganas de jugar con él. Pero, por otra, no quería desobedecer a su madre. Miró a Walda con ojos interrogantes y, también, con un poco de súplica en ellos.

Walda escuchaba las broncas familiares un tanto divertida, aunque también incómoda. Por suerte el niño de los mercaderes se les acercó. Vio que Ulun, callado como un muerto, le pedía con los ojos permiso para jugar con el crío.

Puedes jugar con él, claro. Pero no hagas trastadas ni molestes a los mayores. Y ten mucho cuidado, no vayas a caerte del carro, que no estás acostumbrado a viajar en él y podrías hacerte mucho daño. A ustedes no les importa que mi hijo juegue con el suyo, ¿verdad? Tiene aquí un juego de tabas, quizá le guste al pequeño Nipo.

Sacó de su petate una bolsita con tabas de cabras y se lo entregó a Ulun, que lo recibió con alegría.

Lucyen se acomoda lo mejor posible para descansar. Si era verdad lo que decía el viejo, tendría que estar preparado para luchar en cuanto le tocase su turno de vigilancia. 

A decir verdad, le hizo bastante gracia todo el pequeño escándalo que se montó en un segundo. Suponía que sería costumbre de aquellos mercaderes ese tipo de escenas. Al ser todos familias no era de extrañar. 

Si es cierto que está gafado tendré que descansar lo mejor posible. Gracias por el aviso.