Partida Rol por web

La confusión cada vez más inundaba las cabezas de los compañeros y la verborrea de Simplicio más que desatascar parecía alimentar aún más la confusión.

—Nos guste o no tenemos que colaborar con maese guindilla, como gusta de llamarle el buen Simplicio —dijo entre cierta sonrisa—. Digamos que él sabe nuestro secreto y si cometemos un error, o algo que él pueda sospechar de error intencionado, puede fácilmente vendernos al que menos queremos. Y digo yo, ¿tanto nos cuesta deshacernos del bulto de la manera que él propone? Porque sea como sea tenemos que deshacernos de nuestro incómodo invitado.

Ventura estaba acabando la frase cuando parecía haber acabado el tiempo para comer. Empezaba a haber movimiento y no convenía seguir hablando a la ligera.

Uno de los criados se gira en dirección a Simplicio.

"Nada que vos pueda preocupar, lancero", contesta. "Una alcahueta de nombre Genoveva, que vive cercana al río con algunas porfijadas*, tiempo ha que anunció para aqueste día la llegada del anticristo, et que sería en aqueste mesmo castiello. Fabliellas** de vieja."

- Las alcahuetas no suelen ser mujeres virtuosoas en el arte de la adivinación, sus virtudes y las de sus ahijadas suelen yacer en otras partes. No obstante, no parece mala cosa oir más  cuentos de aquestos. ¿Fabrá alguien en el castello  más al corriente de esas historias?

"Preguntad a cualquiere soldado, que esos andan todos los días con las putas de Genoveva", dice con desprecio; entonces el otro criado, pendiente del soldado que vigila la puerta norte, le tira de la manga, apremiándole, y este comprende enseguida y se pone en marcha de nuevo.

Mientras tanto, Alberto y el otro muchacho ya han entrado al establo. Los demás criados se alejan cada uno a su destino.

En un momento dado, Sancho sale también al patio y se dirige a las cocinas, sin prestaros la más mínima atención. Poco después una de sus hijas, la más modosita, que cubre su cabeza con un manto, sale del edificio de al lado y se mete en el otro, donde entrasteis vosotros; con Inés, la embarazada, ya son tres las hijas que le habéis conocido a Sancho.

Simplicio, apesadumbrado por el pasar del tiempo, decide ir aprisa  a inspeccionar la zona que llaman "edificio del comendador", cerca hay un huerto, y al otro lado la torre del homenaje que vieron con la puerta tapiada.A pesar de ser un edicficio "prohibido", pretende acercarse a él.

Sigo a Simplicio hacia el edificio del comendador. Desde luego, como todo lo que nos está pasando últimamente, no me entusiasma la idea, pero en vista de lo que podemos hacer, le sigo.

No obstante, mientras nos dirigimos allí, una duda asalta mi mente. Me acerco a Simplicio, para susurrarle— Simplicio... ¿De verdad pensáis que es buena idea ir a ese lugar con nuestro... Bueno, con eso, ya sabéis. Si nos cogiesen el delito sería mayor. Creo que antes de nada sera mejor tirarlo a algún sitio.

—Yo... —No me podía creer lo que estaba a punto de decir—. Yo puedo intentar esconderlo sin ser visto, pero claro, eso entraña mucho riesgo —Sobretodo para mí— No sé... Creo que no es buena idea que lo paseemos por ahí.

-No fablais sin juicio zagal, pues riesgo tiene esta cabeza en el nos saco, pero no menos tendría sin nos prendieran posándola en otro lugar. Además puede tener riesgo y no poco, moverla et dejarla.

Pero si vos que sois ágil, menudo et prudente consideráis moverla et abandonarla, este viejo lancero  opondrá resistencia ninguna , et mas aun, aconsejaría que la torre maldita, o el pozo del agua, podría ser benos refugios, más la primera que la segunda guarida. Pero que no sean mis sesos, y si los tuyos et tus piernas, los que dicten sentencia et los que la cumplan.

Alzo la vista, para ver si desde donde estamos, podría esconder la cabeza en algún sitio sin que nadie reparase en mi presencia.

Simplicio se dirige de vuelta a la zona norte del castillo, para revisar las cercanías de los aposentos del comendador, dejando a Ruperto a cargo de la cabeza del monje. El pequeño y hábil ladronzuelo agarra el saco, que hasta ahora portaba Roger, y mira a su alrededor, pensando qué lugar puede ser el más idóneo. Su atención se fija en las cuadras que se encuentran a ambos lados de la puerta central.

Justo en ese momento, se abre la puerta de la cuadra de la derecha, y por ella asoma la cabeza de Alberto, que echa un vistazo y, al ver solamente a los supuestos albañiles junto al aljibe, sale con su compañero en dirección al patio de armas, donde ambos comienzan a desenganchar las seis mulas del acemilero de los carros donde traían las piedras. Pretenden llevarlas a las cuadras.

Parece que por una vez, el Señor está de mi parte. Intentando no ser visto, corro hacia las cuadras cuando más lejos esten estos de allí. Con un poco de suerte, podré esconder la cabeza entre la paja o cualquier otro lugar entre reo y reo de mulas, escondiéndome donde pueda por allí.

Espero que esta oportunidad sea obra de Dios, y no una treta del demonio.